AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Psychodrama | Privado
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Psychodrama | Privado
"Man is least himself when he talks in his own person. Give him a mask, and he will tell you the truth."
Oscar Wilde
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La observaba desde el otro lado del escritorio. Tan pequeña, tan ansiosa por descubrir lo que la eternidad le tenía deparado. Pobrecita… Verla entregada a sus deseo, de cierta forma, le inspiraba ternura. No la ternura que invade a los humanos, sino esa que caracterizaba a Svetlana. Quería destrozar su inocencia, esa a la que aún continuaba aferrada. Le parecía increíble que, a pesar de llevar ya un año en su compañía, y de haberle mostrado una parte del abanico de posibilidades que tenía, siguiera sosteniendo esa postura tan humana. No quería que la defraudara. Svetlana no tenía por costumbre tener vástagos, sólo había convertido a uno, hacía mucho tiempo atrás; pero lo había abandonado. Con Lulán había sido distinto, pudo ver en ella un fuego particular, distinto. Quizá, íntimamente, se vio a sí misma reflejada en esa huérfana. Pero como ella era experta en ocultar lo que tocaba ciertas fibras íntimas, se escudaba pensando de qué forma podría doblegar la voluntad de esa muchacha, que era más férrea de lo que había imaginado.
—Lulán —su voz sonó exigente, dura. La había puesto a acomodar unas flores que decoraban la oficina de su nueva adquisición. Svetlana era una mujer repleta de dinero que no sabía en qué gastar, por lo que había comprado el Théâtre des Vampires a su último y misterioso dueño. Era un capricho que siempre había tenido, y estaba exultante de haberse dado ese lujo. Ese mundo artístico había despertado en ella hacía muchos años, casi al mismo tiempo de haberse acostumbrado a los dones del vampirismo.
—Siéntate —le ordenó, y se puso de pie al tiempo que la muchacha seguía sus órdenes. Tan dócil… Se colocó tras ella y puso sus manos sobre los hombros de la naófita. —Me alegra que estés controlándote cada día más —era mentira. Svetlana disfrutaba de ese tiempo primero, cuando la joven estaba convertida en una bestia insaciable y asesina. Oh, qué maravillosos espectáculos le había brindado. —Así que tengo un regalo para ti…
Caminó hacia la puerta, que se encontraba de espaldas a Lulán. Cuando regresó, estaba acompañada de una niña de no más de seis años. La pequeña parecía en transe. Estaba siendo controlada por los poderes de Svetlana. Ésta, la tomó entre sus brazos y se sentó sobre el escritorio, de frente a su creación. Acarició el cabello sedoso y rubio de la humana, y con la uña de su dedo índice, provocó un pequeño corte en el cuello blanco y suave. Inmediatamente, un hilo de sangre comenzó a brotar, y la polaca se excitó al ver cómo los ojos de Lulán se inyectaban.
—Ella es mi regalo. Puedes alimentarte, pero no puedes matarla —se llevó el dedo a la boca y chupó la diminuta mancha de sangre que había dejado su rastro. — ¿Me prometes que no la asesinarás? Es de la única forma que te la daré —su tono de voz, hasta había sonado cínicamente maternal.
—Lulán —su voz sonó exigente, dura. La había puesto a acomodar unas flores que decoraban la oficina de su nueva adquisición. Svetlana era una mujer repleta de dinero que no sabía en qué gastar, por lo que había comprado el Théâtre des Vampires a su último y misterioso dueño. Era un capricho que siempre había tenido, y estaba exultante de haberse dado ese lujo. Ese mundo artístico había despertado en ella hacía muchos años, casi al mismo tiempo de haberse acostumbrado a los dones del vampirismo.
—Siéntate —le ordenó, y se puso de pie al tiempo que la muchacha seguía sus órdenes. Tan dócil… Se colocó tras ella y puso sus manos sobre los hombros de la naófita. —Me alegra que estés controlándote cada día más —era mentira. Svetlana disfrutaba de ese tiempo primero, cuando la joven estaba convertida en una bestia insaciable y asesina. Oh, qué maravillosos espectáculos le había brindado. —Así que tengo un regalo para ti…
Caminó hacia la puerta, que se encontraba de espaldas a Lulán. Cuando regresó, estaba acompañada de una niña de no más de seis años. La pequeña parecía en transe. Estaba siendo controlada por los poderes de Svetlana. Ésta, la tomó entre sus brazos y se sentó sobre el escritorio, de frente a su creación. Acarició el cabello sedoso y rubio de la humana, y con la uña de su dedo índice, provocó un pequeño corte en el cuello blanco y suave. Inmediatamente, un hilo de sangre comenzó a brotar, y la polaca se excitó al ver cómo los ojos de Lulán se inyectaban.
—Ella es mi regalo. Puedes alimentarte, pero no puedes matarla —se llevó el dedo a la boca y chupó la diminuta mancha de sangre que había dejado su rastro. — ¿Me prometes que no la asesinarás? Es de la única forma que te la daré —su tono de voz, hasta había sonado cínicamente maternal.
Svetlana Metanova- Vampiro Clase Alta
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Re: Psychodrama | Privado
Nada la aliviaba tanto como escribir. Cuando lo hacía, Lulán se sentía libre y viva, realmente viva. Amaba imaginar historias dramáticas, intrincadas y con una cuota de amor porque, ¿qué sería del mundo sin amor? Ella todavía albergaba la esperanza de encontrar a alguien con quien compartirlo todo en la vida.
“En la vida no, en la eternidad”, se corrigió porque, pese a que llevaba un año convertida todavía no aceptaba dejar del todo su humanidad.
Ahora que Svetlana había comprado aquel teatro, Lulán había dado alas a un alocado sueño: que uno de sus escritos fuese representado allí por los actores. ¡Sería algo tan especial! ¡Tan maravilloso! Creía que Svetlana nada le negaría, sabía que la veía como a una hija pequeña e inocente a la que debía enseñarle la verdadera cara del mundo, pero en realidad Lulán le temía a su juicio.
Si bien ella nunca había sido destinataria de su ira, sí había atestiguado el poder con el que se enfurecía Svetlana Metanova, la había visto ensañarse con varias personas de los modos más crueles. Ella no quería defraudarla, muchísimo menos enfurecerla.
Acomodaba las rosas en los jarrones de la oficina, querían dar un toque femenino ya que por años aquel lugar le había pertenecido a un hombre. Lulán sabía que con esas flores Svetlana comenzaba a marcar que las cosas por allí cambiarían de ahora en adelante porque era lo que siempre sucedía; cuando ella llegaba a un lugar la atmosfera cambiaba. El Théâtre des Vampires no iba a quedar exento del encanto que ella poseía.
La notaba contenta con la nueva adquisición, se le notaba cierto aire alegre que Lulán pocas veces había visto en su creadora. Pese a eso, la joven se asombró al oírle decir que tenía un regalo para ella. En realidad no tenía nada de extraño, Svetlana le había hecho regalos antes, pero de igual modo Lulán se sorprendió.
“Nunca me da un regalo normal”, hubiera sonreído ante su pensamiento si no fuese por lo nerviosa que se puso al ver que Svetlana sentaba al obsequio frente a ella.
Quería pensar de manera racional, quería demostrar que había superado aquella primera etapa que denominaban como la peor... ¡Cómo le costaba todavía! Ya había pasado un año y a ella seguía dificultándosele aquello del autocontrol.
“Puedo controlarlo, yo puedo”, se dijo, ante la advertencia de Svetlana, y con una mano se apretó el abdomen simplemente para distraer con algo su cuerpo que ya le pedía ingerir la sangre de la niña, esa sangre que Svetlana disfrutaba luego de haberle provocado un pequeño corte en el cuello.
-Lo prometo –le dijo, con la mirada fija en los dilatados ojos de la pequeña, porque, ¿qué más podía decir?-, creo que… creo que podré –suspiró porque en verdad dudaba. No le importaba aparentar porque sabía bien que de una forma u otra su creadora siempre acababa sabiéndolo todo.
Sin dejar de sentir la poderosa presencia de Svetlana detrás de ella, Lulán adelantó su cuerpo lentamente, haciendo un gran esfuerzo por contener al animal insaciable que llevaba dentro. Acarició el mechón ondulado y rubio de la pequeña mientras sus ojos la traicionaban y se dirigían de lleno al hilo de sangre que recorría el cuello de la niña obsequiada y que comenzaba a manchar la redonda puntilla de su vestidito. Lulán abrió sus brazos, esperando que la chiquilla hiciera lo que cualquier niño haría ante un estímulo tal; y funcionó porque ella se arrojó –confiada y de inmediato- a abrazar a la joven vampiresa. Mientras la abrazaba con fuerza, como si quisiera pedirle perdón, Lulán ya no pudo soportar más la tortura del aroma denso y caliente de la sangre, del pequeño corazón de la rubiecita palpitando contra su pecho… Y buscó su cuello para alimentarse porque, pese a que había ingerido sangre la noche anterior, se sentía increíblemente hambrienta.
“Un poco más, solo un poco más. ¡No, ya basta! ¡Es suficiente, debes dejarla ahora! Un poco más…” su mente estaba dividida, sabía que la niña debía vivir y a la vez no podía soltarla, no importaba cuanto se retorciera ella dentro de su falso abrazo.
“En la vida no, en la eternidad”, se corrigió porque, pese a que llevaba un año convertida todavía no aceptaba dejar del todo su humanidad.
Ahora que Svetlana había comprado aquel teatro, Lulán había dado alas a un alocado sueño: que uno de sus escritos fuese representado allí por los actores. ¡Sería algo tan especial! ¡Tan maravilloso! Creía que Svetlana nada le negaría, sabía que la veía como a una hija pequeña e inocente a la que debía enseñarle la verdadera cara del mundo, pero en realidad Lulán le temía a su juicio.
Si bien ella nunca había sido destinataria de su ira, sí había atestiguado el poder con el que se enfurecía Svetlana Metanova, la había visto ensañarse con varias personas de los modos más crueles. Ella no quería defraudarla, muchísimo menos enfurecerla.
Acomodaba las rosas en los jarrones de la oficina, querían dar un toque femenino ya que por años aquel lugar le había pertenecido a un hombre. Lulán sabía que con esas flores Svetlana comenzaba a marcar que las cosas por allí cambiarían de ahora en adelante porque era lo que siempre sucedía; cuando ella llegaba a un lugar la atmosfera cambiaba. El Théâtre des Vampires no iba a quedar exento del encanto que ella poseía.
La notaba contenta con la nueva adquisición, se le notaba cierto aire alegre que Lulán pocas veces había visto en su creadora. Pese a eso, la joven se asombró al oírle decir que tenía un regalo para ella. En realidad no tenía nada de extraño, Svetlana le había hecho regalos antes, pero de igual modo Lulán se sorprendió.
“Nunca me da un regalo normal”, hubiera sonreído ante su pensamiento si no fuese por lo nerviosa que se puso al ver que Svetlana sentaba al obsequio frente a ella.
Quería pensar de manera racional, quería demostrar que había superado aquella primera etapa que denominaban como la peor... ¡Cómo le costaba todavía! Ya había pasado un año y a ella seguía dificultándosele aquello del autocontrol.
“Puedo controlarlo, yo puedo”, se dijo, ante la advertencia de Svetlana, y con una mano se apretó el abdomen simplemente para distraer con algo su cuerpo que ya le pedía ingerir la sangre de la niña, esa sangre que Svetlana disfrutaba luego de haberle provocado un pequeño corte en el cuello.
-Lo prometo –le dijo, con la mirada fija en los dilatados ojos de la pequeña, porque, ¿qué más podía decir?-, creo que… creo que podré –suspiró porque en verdad dudaba. No le importaba aparentar porque sabía bien que de una forma u otra su creadora siempre acababa sabiéndolo todo.
Sin dejar de sentir la poderosa presencia de Svetlana detrás de ella, Lulán adelantó su cuerpo lentamente, haciendo un gran esfuerzo por contener al animal insaciable que llevaba dentro. Acarició el mechón ondulado y rubio de la pequeña mientras sus ojos la traicionaban y se dirigían de lleno al hilo de sangre que recorría el cuello de la niña obsequiada y que comenzaba a manchar la redonda puntilla de su vestidito. Lulán abrió sus brazos, esperando que la chiquilla hiciera lo que cualquier niño haría ante un estímulo tal; y funcionó porque ella se arrojó –confiada y de inmediato- a abrazar a la joven vampiresa. Mientras la abrazaba con fuerza, como si quisiera pedirle perdón, Lulán ya no pudo soportar más la tortura del aroma denso y caliente de la sangre, del pequeño corazón de la rubiecita palpitando contra su pecho… Y buscó su cuello para alimentarse porque, pese a que había ingerido sangre la noche anterior, se sentía increíblemente hambrienta.
“Un poco más, solo un poco más. ¡No, ya basta! ¡Es suficiente, debes dejarla ahora! Un poco más…” su mente estaba dividida, sabía que la niña debía vivir y a la vez no podía soltarla, no importaba cuanto se retorciera ella dentro de su falso abrazo.
Lulán Metanova- Vampiro Clase Alta
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Fecha de inscripción : 19/02/2017
Re: Psychodrama | Privado
Ah… Qué maravilla había creado. Estaba tan satisfecha consigo mismo… Ver en el rostro de Lulán el hambre, la desesperación, la pasión, sólo podían convertirse en su propia herramienta para vanagloriarse. Svetlana carecía de la humildad de los humanos. La muchacha, otrora humana, ahora bestia, para la centenaria vampiresa, no era más que un juguete al que quería moldear a su antojo. No existía, ni remotamente, la posibilidad de un cariño fraternal, como le había hecho creer. Pero era algo que no tenía que saber, así que dejaba que la venerara como una diosa pagana, que la viera como el objeto de todos sus agradecimientos, a quien le debía una eternidad de poder y laureles. Porque eso era lo que Svetlana quería para su retoña. Brindarle todo eso que ella no tuvo: una guía. La vampiresa había tenido que aprender todo a base de peligro y horror, y era algo que nunca le perdonaría a su creador. Ese maldito bastardo que la había abandonado, como todos. Pero Lulán nunca la abandonaría, de eso estaba casi tan segura como de su belleza.
—Claro que podrás, preciosa. Claro que sí —la instó, con lascivia. Porque eso era Svetlana: perversión y perdición.
Tenía los ojos colmados de deseo. Adoraba observar cómo la vida de esa inmundicia rubia y angelical, se extinguía en los colmillos de su creación, que luchaba consigo misma para no matarla, que anhelaba absorber hasta la última gota de sangre del cuerpito que tenía entre sus brazos. Ah… Qué escena lírica componían su pequeña Lulán y la niña. Era apoteótica la forma en que sus incisivos se habían clavado en la piel blanca, con una prolijidad que sólo ella podía lograr, sin desgarrar, como una verdadera obra de arte. Svetlana quería enseñarle el arte de la muerte. La sonrisa no abandonaba su rostro, que se mostraba inmaculado y trágico bajo la tenue luz de la estancia.
No pudo contenerse y estiró la mano para acariciar la cabeza de la nena. Tenía un cabello espléndido, uno de los requisitos por los que la había elegido. Le siseó, como si intentara consolarla. Le susurró que todo estaría bien, y la pequeña hasta pareció sonreír bajo la tortura. Qué dócil y patética era la infancia… Su mirada regresó a la boca de labios generosos de la neófita. Svetlana se relamió, quería unirse a ella en aquella escena de sangre, pero comprendía que no era su momento. Debía admitir que Lulán había logrado cierto protagonismo, y la había hecho medir su constante búsqueda de ser el centro de atención. Ambas brillaban a su manera, eran una dupla casi inseparable.
—Lulán… —murmuró, muy despacio. —Vuelve, Lulán… —una vez, utilizó un tono maternal. Con el pulgar, le delineó la oreja derecha y le colocó el cabello detrás. —Vuelve a mí, pequeña. Te dije que podrías, y lo lograrás. Ahora suéltala. Suéltala, Lulán —a pesar de lo imperativa que podía resultar, no estaba utilizando ninguno de sus poderes. Sabía del influjo que tenía sobre la muchacha, y esa era la mejor manera de hacerla regresar. No debía matar a la nena, no por el momento. Habría tiempo para eso, pero ese era el momento para detenerse. La guionista tenía que aprender a hacerlo, porque era de la única forma que lograría sobrevivir. Aún era joven, seguía siendo una presa fácil para aquellos que se dedicaban a cazarlos y a exterminarlos. Ella no estaría siempre para cuidarla…
—Claro que podrás, preciosa. Claro que sí —la instó, con lascivia. Porque eso era Svetlana: perversión y perdición.
Tenía los ojos colmados de deseo. Adoraba observar cómo la vida de esa inmundicia rubia y angelical, se extinguía en los colmillos de su creación, que luchaba consigo misma para no matarla, que anhelaba absorber hasta la última gota de sangre del cuerpito que tenía entre sus brazos. Ah… Qué escena lírica componían su pequeña Lulán y la niña. Era apoteótica la forma en que sus incisivos se habían clavado en la piel blanca, con una prolijidad que sólo ella podía lograr, sin desgarrar, como una verdadera obra de arte. Svetlana quería enseñarle el arte de la muerte. La sonrisa no abandonaba su rostro, que se mostraba inmaculado y trágico bajo la tenue luz de la estancia.
No pudo contenerse y estiró la mano para acariciar la cabeza de la nena. Tenía un cabello espléndido, uno de los requisitos por los que la había elegido. Le siseó, como si intentara consolarla. Le susurró que todo estaría bien, y la pequeña hasta pareció sonreír bajo la tortura. Qué dócil y patética era la infancia… Su mirada regresó a la boca de labios generosos de la neófita. Svetlana se relamió, quería unirse a ella en aquella escena de sangre, pero comprendía que no era su momento. Debía admitir que Lulán había logrado cierto protagonismo, y la había hecho medir su constante búsqueda de ser el centro de atención. Ambas brillaban a su manera, eran una dupla casi inseparable.
—Lulán… —murmuró, muy despacio. —Vuelve, Lulán… —una vez, utilizó un tono maternal. Con el pulgar, le delineó la oreja derecha y le colocó el cabello detrás. —Vuelve a mí, pequeña. Te dije que podrías, y lo lograrás. Ahora suéltala. Suéltala, Lulán —a pesar de lo imperativa que podía resultar, no estaba utilizando ninguno de sus poderes. Sabía del influjo que tenía sobre la muchacha, y esa era la mejor manera de hacerla regresar. No debía matar a la nena, no por el momento. Habría tiempo para eso, pero ese era el momento para detenerse. La guionista tenía que aprender a hacerlo, porque era de la única forma que lograría sobrevivir. Aún era joven, seguía siendo una presa fácil para aquellos que se dedicaban a cazarlos y a exterminarlos. Ella no estaría siempre para cuidarla…
Svetlana Metanova- Vampiro Clase Alta
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Re: Psychodrama | Privado
Le costó separarse de ella, de esa sangre sabrosa y joven. Incluso, sin reparar en lo que hacía, su cuerpo se despegó del de la niña pese a que su boca seguía unida a la piel de ella, mamando ese alimento que la obsesionaba y le daba la vida.
Se separó con un gemido involuntario, pues su mente había logrado doblegar a su cuerpo y éste no estaba nada contento. Miró primero a su creadora, luego a la niña que parecía temblorosa y débil… pero estaba viva. Lo había logrado.
-¿Podemos quedárnosla? –le preguntó a Svetlana, como si se tratase de una mascota y no de una niña-. ¿La llevaremos a la casa con nosotras?
Bueno, ella le había dicho que era un regalo… así que entendía que se la podrían quedar. ¿En qué momento había dejado de ver a los humanos como lo más importante de la naturaleza? ¿Cuándo había entendido que eran simples objetos con corta vida útil? A veces se asombraba de sus propios pensamientos.
La niña no lloraba, y Lulán la admiraba por eso -aunque de seguro era obra de la poderosa Svetlana-, pero se notaba su miedo y angustia en el gesto de su rostro redondo y angelado.
Le indicó que se acostase sobre el pesado escritorio de madera y ella se puso en pie para darle algo de consuelo, pese a que ella misma la había hecho padecer. Apoyó su mano en la mejilla de ella y la acarició con toda la ternura que le quedaba en su cuerpo vacío y muerto.
-A veces lamento no poder tener hijos jamás –dijo, sin dejar de acariciar a la niña-. Siempre te agradeceré por haberme devuelto la vida esa noche –le aseguró a su creadora y la miró, como quien mira a un dios sumamente admirado y adorado, no quería que ella la juzgase una ingrata desvergonzada-, pero a veces pienso en esas cosas… cosas de mortales –sonrió ante el calificativo que había encontrado.
No dejó de acariciar a la pequeña y ella al final acabó durmiéndose. ¿De dónde la habría sacado Svetlana? ¿Acaso se la había arrebatado a alguna familia que ahora la buscaba con desespero? Era probable, pero Lulán sabía bien que no era conveniente hacer ese tipo de preguntas. Era ella quien estaba equivocada al sentir pena o misericordia por algo tan insignificante, pero no podía ir contra eso… Todavía no podía olvidar del todo quién había sido.
Se separó con un gemido involuntario, pues su mente había logrado doblegar a su cuerpo y éste no estaba nada contento. Miró primero a su creadora, luego a la niña que parecía temblorosa y débil… pero estaba viva. Lo había logrado.
-¿Podemos quedárnosla? –le preguntó a Svetlana, como si se tratase de una mascota y no de una niña-. ¿La llevaremos a la casa con nosotras?
Bueno, ella le había dicho que era un regalo… así que entendía que se la podrían quedar. ¿En qué momento había dejado de ver a los humanos como lo más importante de la naturaleza? ¿Cuándo había entendido que eran simples objetos con corta vida útil? A veces se asombraba de sus propios pensamientos.
La niña no lloraba, y Lulán la admiraba por eso -aunque de seguro era obra de la poderosa Svetlana-, pero se notaba su miedo y angustia en el gesto de su rostro redondo y angelado.
Le indicó que se acostase sobre el pesado escritorio de madera y ella se puso en pie para darle algo de consuelo, pese a que ella misma la había hecho padecer. Apoyó su mano en la mejilla de ella y la acarició con toda la ternura que le quedaba en su cuerpo vacío y muerto.
-A veces lamento no poder tener hijos jamás –dijo, sin dejar de acariciar a la niña-. Siempre te agradeceré por haberme devuelto la vida esa noche –le aseguró a su creadora y la miró, como quien mira a un dios sumamente admirado y adorado, no quería que ella la juzgase una ingrata desvergonzada-, pero a veces pienso en esas cosas… cosas de mortales –sonrió ante el calificativo que había encontrado.
No dejó de acariciar a la pequeña y ella al final acabó durmiéndose. ¿De dónde la habría sacado Svetlana? ¿Acaso se la había arrebatado a alguna familia que ahora la buscaba con desespero? Era probable, pero Lulán sabía bien que no era conveniente hacer ese tipo de preguntas. Era ella quien estaba equivocada al sentir pena o misericordia por algo tan insignificante, pero no podía ir contra eso… Todavía no podía olvidar del todo quién había sido.
Lulán Metanova- Vampiro Clase Alta
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Fecha de inscripción : 19/02/2017
Re: Psychodrama | Privado
Gran parte del encanto de Lulán, radicaba en que aún no lograba desprenderse de su humanidad. Claro, hacía muy poco tiempo que había sido bendecida con la inmortalidad, y le estaba costando acostumbrarse, en especial, porque había sido sensible. Para Svetlana, en el pasado, eso no había significado ninguna clase de impedimento. Estaba tan deseosa de venganza, que logró, con gran rapidez, ver a los humanos como simples desechos. Sin embargo, aquella ira y desenfreno, viéndolos en perspectiva, fueron su manera de canalizar la parte mortal que continuaba aferrándose a una vida que ya no era. El despecho y la humillación eran parte de la Svetlana mujer, herida por un marido infiel que no la supo valorar. Siempre recordaría con excitación el grito de dolor de él cuando sus manos pequeñas le arrancaron el pene. Su falo sangrante y flácido murió entre sus dedos, dejando a su esposo en la total enajenación. Tuvo una muerte horrible y dolorosa, pero nada a comparación de todo lo que vino después.
No iba a negar que el pedido de la joven vampiresa la sorprendió. De cierta forma, podía esperarlo, pero no pensó que sería tan directa. Debía enseñarle, también, a cuidar sus palabras. Lulán era inteligente, por lo que no tardaría demasiado en aprender. Y estaba segura que, pronto aprendería que no debía confiar ni siquiera en esa dama que tanto adoraba. Se acercó a ella y, al igual que la muchacha estaba haciendo con la niña, Svetlana comenzó a acariciarle el cabello. El de Lulán era oscuro y lacio, a comparación del suyo, rebelde y coral, como la sangre que emanaba de las incisiones en el cuello de la nena.
— ¿Para qué quieres tener hijos? —la respuesta salió de forma despectiva, como si estuviera vomitándola. Ella, cuando era humana, los había deseado con profundidad, más que a cualquier cosa. Por eso, también había arrancado el feto del vientre de la amante de su marido. Ese debía haber sido su hijo, pero su cuerpo nunca fue capaz de engendrar. Aquella frustración la acompañó un largo tiempo, hasta que la muerte la reemplazó.
— ¿Sabes por qué? Porque los hijos son la manera que tienen los humanos de sentirse inmortales. Saben que dejan algo suyo en éste mundo. Es egoísta, no un acto de amor como puede llegar a creerlo —dejó la melena de Lulán y se colocó frente a ella. Le acarició una mejilla. —A ti no te hace falta un legado, porque nunca morirás —le sonrió, se inclinó sobre ella y le dio un beso casto en los labios.
—Me preguntaste si podías quedarte a esta niña… —le dirigió una mirada despreciativa. —Pues… —se separó de la vampiresa y tomó entre sus brazos a la pequeña. La zamarreó para despertarla. Ya no había influjo de su poder, y la nena comenzó a lloriquear y a pedir por su mamá. —Creo que puedes —en un movimiento rápido, casi fugaz, la tomó de la cabellera y separó la cabeza del cuerpo en su totalidad. La sangre las ensució a ambas. —Al menos, con lo que queda de ella —lanzó el cuerpito a sus pies y la cabeza a sus manos, para que la atrapara.
—Ahora limpia tu desastre. Te estaré esperando en el palco —dio media vuelta y desapareció de la habitación. Lulán debía aprender que ya no tenían sentimientos.
No iba a negar que el pedido de la joven vampiresa la sorprendió. De cierta forma, podía esperarlo, pero no pensó que sería tan directa. Debía enseñarle, también, a cuidar sus palabras. Lulán era inteligente, por lo que no tardaría demasiado en aprender. Y estaba segura que, pronto aprendería que no debía confiar ni siquiera en esa dama que tanto adoraba. Se acercó a ella y, al igual que la muchacha estaba haciendo con la niña, Svetlana comenzó a acariciarle el cabello. El de Lulán era oscuro y lacio, a comparación del suyo, rebelde y coral, como la sangre que emanaba de las incisiones en el cuello de la nena.
— ¿Para qué quieres tener hijos? —la respuesta salió de forma despectiva, como si estuviera vomitándola. Ella, cuando era humana, los había deseado con profundidad, más que a cualquier cosa. Por eso, también había arrancado el feto del vientre de la amante de su marido. Ese debía haber sido su hijo, pero su cuerpo nunca fue capaz de engendrar. Aquella frustración la acompañó un largo tiempo, hasta que la muerte la reemplazó.
— ¿Sabes por qué? Porque los hijos son la manera que tienen los humanos de sentirse inmortales. Saben que dejan algo suyo en éste mundo. Es egoísta, no un acto de amor como puede llegar a creerlo —dejó la melena de Lulán y se colocó frente a ella. Le acarició una mejilla. —A ti no te hace falta un legado, porque nunca morirás —le sonrió, se inclinó sobre ella y le dio un beso casto en los labios.
—Me preguntaste si podías quedarte a esta niña… —le dirigió una mirada despreciativa. —Pues… —se separó de la vampiresa y tomó entre sus brazos a la pequeña. La zamarreó para despertarla. Ya no había influjo de su poder, y la nena comenzó a lloriquear y a pedir por su mamá. —Creo que puedes —en un movimiento rápido, casi fugaz, la tomó de la cabellera y separó la cabeza del cuerpo en su totalidad. La sangre las ensució a ambas. —Al menos, con lo que queda de ella —lanzó el cuerpito a sus pies y la cabeza a sus manos, para que la atrapara.
—Ahora limpia tu desastre. Te estaré esperando en el palco —dio media vuelta y desapareció de la habitación. Lulán debía aprender que ya no tenían sentimientos.
Svetlana Metanova- Vampiro Clase Alta
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Re: Psychodrama | Privado
¡Pero que tonta había sido! ¡Que infantil! ¡Que débil! ¿Cuándo aprendería a ocultar esas cosas que todavía no podía dominar? Lulán estaba segura de que acabaría enloqueciendo… por mucho que se esforzara en cerrar la boca y esconder sus pensamientos en los rincones más oscuros de su mente, Svetlana siempre acababa adivinando lo que a ella le ocurría. ¿Cómo podía salvarse de sí misma entonces?
“Es peligroso pensar algunas cosas”, se dijo mientras iba en busca de las telas viejas que guardaban en el depósito, envolvería a la pequeña en ellas, se desharía del cuerpito del regalo que Svetlana le había hecho antes de limpiar el desastre que ella –Lulán Metanova- había provocado.
-Fue lo mejor –le susurró al cadáver, mientras lo disponía sobre la verde tela de manera amorosa, esforzándose por contener las ansias de lamer la sangre que manchaba el suelo-, yo te hubiera hecho daño cada día de tu vida… Te iba a lastimar mucho, fue lo mejor –le dijo, como si intentara convencerla.
Apretó la pequeña mano, todavía tibia, de la pequeña antes de comenzar a envolverla. Cuando estuvo hecho, Lulán la tomó en brazos y se dirigió a la parte trasera del teatro, salió por la pequeña puertilla hacia el callejón donde arrojaban la basura. Como si sólo se tratase de un mueble roto, dejó lo que quedaba de la niña allí en el enorme contenedor de madera –que apestaba por los restos de comida y animales muertos- y volvió a entrar apresurada.
Luego de fregar ella misma el piso y de que éste quedase como si nada hubiera ocurrido allí –después de todo se trataba de la oficina de Svetlana, no podía dejar nada fuera de su sitio, mucho menos manchas en el suelo-, Lulán se dirigió a los camerinos. Debía cambiar de ropa.
Era la protegida de Svetlana, ella le había dado su apellido, y como todos lo sabían allí Lulán no debía hacer más que pedir lo que necesitase y enseguida le era dado. No le gustaba abusar, prefería pedir las cosas en lugar de dar órdenes, pero lo mismo les daba a los empleados del lugar.
Le pusieron un vestido rosa pálido con detalles en dorado, recogieron su cabello oscuro y la maquillaron un poco, pues a ella no le gustaba demasiado aquello de ponerse polvos en el rostro. Finalmente, Lulán supo que se veía hermosa pero que eso no la libraría de estar llegando extremadamente tarde. Dio las gracias a las encargadas de vestuario, maquillaje y peinado, y corrió para llegar al palco principal donde ya estaba su creadora.
Sin mirar demasiado si ella iba acompañada en esos momentos o si se hallaba sola, Lulán tomó su lugar, a la izquierda de Svetlana y se concentró en la nada misma. No sabía qué sucedía en escena, tampoco debajo donde los espectadores disfrutaban el espectáculo, su mente solo repetía una y otra vez lo vivido hacía casi una hora atrás. ¿Cómo era posible que una vida inocente fuese tan prescindible, tan descartable? ¿Cómo tenía Svetlana esa frialdad clavada en el pecho? ¿Tendría que llegar a ser así ella? ¿Era lo que su creadora esperaba?
-Perdóname –le pidió en un susurro, porque sabía que ella podía oírla-. He sido tan tonta… tan desagradablemente humana. Perdoname, por favor. Tengo tanto que aprender aún…
“Es peligroso pensar algunas cosas”, se dijo mientras iba en busca de las telas viejas que guardaban en el depósito, envolvería a la pequeña en ellas, se desharía del cuerpito del regalo que Svetlana le había hecho antes de limpiar el desastre que ella –Lulán Metanova- había provocado.
-Fue lo mejor –le susurró al cadáver, mientras lo disponía sobre la verde tela de manera amorosa, esforzándose por contener las ansias de lamer la sangre que manchaba el suelo-, yo te hubiera hecho daño cada día de tu vida… Te iba a lastimar mucho, fue lo mejor –le dijo, como si intentara convencerla.
Apretó la pequeña mano, todavía tibia, de la pequeña antes de comenzar a envolverla. Cuando estuvo hecho, Lulán la tomó en brazos y se dirigió a la parte trasera del teatro, salió por la pequeña puertilla hacia el callejón donde arrojaban la basura. Como si sólo se tratase de un mueble roto, dejó lo que quedaba de la niña allí en el enorme contenedor de madera –que apestaba por los restos de comida y animales muertos- y volvió a entrar apresurada.
Luego de fregar ella misma el piso y de que éste quedase como si nada hubiera ocurrido allí –después de todo se trataba de la oficina de Svetlana, no podía dejar nada fuera de su sitio, mucho menos manchas en el suelo-, Lulán se dirigió a los camerinos. Debía cambiar de ropa.
Era la protegida de Svetlana, ella le había dado su apellido, y como todos lo sabían allí Lulán no debía hacer más que pedir lo que necesitase y enseguida le era dado. No le gustaba abusar, prefería pedir las cosas en lugar de dar órdenes, pero lo mismo les daba a los empleados del lugar.
Le pusieron un vestido rosa pálido con detalles en dorado, recogieron su cabello oscuro y la maquillaron un poco, pues a ella no le gustaba demasiado aquello de ponerse polvos en el rostro. Finalmente, Lulán supo que se veía hermosa pero que eso no la libraría de estar llegando extremadamente tarde. Dio las gracias a las encargadas de vestuario, maquillaje y peinado, y corrió para llegar al palco principal donde ya estaba su creadora.
Sin mirar demasiado si ella iba acompañada en esos momentos o si se hallaba sola, Lulán tomó su lugar, a la izquierda de Svetlana y se concentró en la nada misma. No sabía qué sucedía en escena, tampoco debajo donde los espectadores disfrutaban el espectáculo, su mente solo repetía una y otra vez lo vivido hacía casi una hora atrás. ¿Cómo era posible que una vida inocente fuese tan prescindible, tan descartable? ¿Cómo tenía Svetlana esa frialdad clavada en el pecho? ¿Tendría que llegar a ser así ella? ¿Era lo que su creadora esperaba?
-Perdóname –le pidió en un susurro, porque sabía que ella podía oírla-. He sido tan tonta… tan desagradablemente humana. Perdoname, por favor. Tengo tanto que aprender aún…
Lulán Metanova- Vampiro Clase Alta
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Fecha de inscripción : 19/02/2017
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