Get out of my mind (Ephaste)

Get out of my mind

¿Cuanto tiempo había pasado ya desde que ella había ido a entregarle las flores al hotel? Dos o tres semanas, no importaba realmente la cantidad exacta, el problema real era que no había dejado de pensar en ella. No podía creer que se había pasado los últimos días recordando su rostro, su forma de hablar y el como lo había rechazado sin miramientos cuando él la había invitado a cenar en la habitación del hotel. Recordaba con precisión cada una de las palabras que le había dicho como si se tratara del guión de una obra de teatro y no podía comprender, porque demonios podía recordar con tanta exactitud detalles superfluos como la ropa que llevaba o los gestos que ponía cuando estaba de mal gusto.

¿Qué le estaba pasando?
¿Acaso era una bruja que le había puesto un maleficio o algo parecido? Casper nunca se había sentido tan interesado en una mujer, nunca se la había pasado pensando por tanto tiempo, imaginando lo que habría pasado si ella hubiera accedido a quedarse a cenar con él.

Ya no se trataba solamente de la atracción física porque Ephaste era el tipo de mujer que le gustaba, si no que tenía que ver con su personalidad y Casper nunca se había fijado en la personalidad de ninguna de las mujeres con las que se había acostado. Aquella experiencia era completamente nueva para él. Aquella noche decidió que, de la única forma en la que podría sacarse a Ephaste de la cabeza, sería embriagarse en el burdel y acostarse con la Cortesana más cara del lugar. El sexo salvaje y desenfrenado tendría que hacerle olvidar su obsesión, de lo contrario iba a volverse loco.

Así pues que había salido rumbo al burdel en uno de los carruajes que ofrecía el hotel, iba mirando por la ventana con expresión distraída sin realmente prestar mucha atención al camino, cuando le pareció ver con el rabillo del ojo a Ephaste. De un brinco se acercó a la ventanilla y sacó la cabeza intentando corroborar lo que había visto, pero lo que vio fue a otra mujer con un estilo de cabello similar también vendiendo flores en el camino.

Se maldijo así mismo y se acomodó el cabello con las mejillas coloradas y sintiéndose muy indignado por su comportamiento.

Pronto el carruaje se detuvo detrás de otros carruajes que se encontraban cerca a la entrada del burdel. El cochero le abrió la puerta del carruaje y le explicó que ese era el burdel que tenía las prostitutas más hermosas y por consiguientes más caras de París. Casper asintió y le dio unas monedas al hombre bajándose del carruaje con elegancia.

Entonces con el rabillo del ojo vio de nuevo a una mujer que lucía igual a Ephaste. ¿Le estaba jugando una mala broma su imaginación otra vez?.

Lo había notado desde hacía varios días, pero quizás su orgullo no quiso que cayese en la cuenta de la lentitud y la impaciencia que hubo bordado en su cuerpo con el paso de los minutos, era una sensación de intranquilidad extraña que la animaba a moverse de forma desesperada de donde fuera que estuviese, y tenía que admitir que aquel día no pudo aguantar más.

Tras recoger lo poco que quedaba de aquel mísero puesto de flores, tomó sus pertenencias y procedió con una rapidez asfixiante a marcharse del lugar. Las bolsas de tela colgaban de su espalda, manos y cierta incomodidad en el cuerpo, empezaba a sentir como su cabeza parloteaba de nuevo aquella insípida conversación con el galán que trató de tomarla. Debía admitir que fue una experiencia extraña, y quizás de contársela a alguien, la tomaría por una burda embustera.

Sus pies acomodaron camino hasta avistar a lo lejos un burdel, la casa de prostitutas a la que solía ir de vez en cuando a buscar a su padre, que más que pagar por servicios entretenía a las damas de compañía con sus charlas infinitas. Sus manos se apresuraron a abrir la puerta, saludando enérgicamente al entrar. Al principio y de forma algo vana, esperó encontrarse a su patriarca en la primera sala, sin embargo, no fue así.

-Marie, ¿por algún casual no estará mi padre por aquí?- Aquella mujer de color se giró tan pronto como pudo para mirarla, saludarla y acercarse a una de los enormes sillones que formaban parte de la decoración del recibidor.

-Para nada, cielo. Ese viejo chiflado lleva dos días sin aparecer por aquí. Todo un alivio, debo decir.- Que a las chicas las entretuviese no significaba que a la madame le hiciera mucha gracia.- Cuando lo veas, dile que la próxima vez que pase por aquí, que sea para pagar. Si no, no pienso dejar que entre por esa puerta.- La joven no tenía pensado opinar nada al respecto, tan sólo se encogió de hombros y camufló una sonrisa entre un gesto de incomprensión.

Pudo escuchar cómo a sus espaldas se abría la puerta, con una posibilidad muy alta de que fuese un cliente.- Si no está aquí, no la molesto más, madame. Que pase un buen día.- Sonrió de la forma más dulce que pudo, tratando de evitar cualquier otra queja de aquella mujer hacia su padre. Con quien tendría unas palabras en cuanto lo viese.

Al principio no lo notó, pero al dar un paso más, supo que no fue la única que salió del burdel, y en el encontronazo se die cuenta apenas unos segundos más tarde de que una de sus bolsas pesaba menos. Alzó la vista hacia el hombre que la había adelantado, quien a paso ligero, trataba de adelantarse a ella.-¡Eh! ¡Oiga!- Gritó con cierto desagrado y molestia; aquel impresentable se había llevado su recaudación del día. Su dinero. Ni si quiera le pudo ver la cara, pero no le hacía mucha falta si no lo perdía de vista. Salió tras él corriendo, y quien no tardó mucho en hacer lo mismo. La joven no tenía ninguna intención de dejarlo ir, mucho menos con los francos que tanto le costaba ganar día a día.

Estaba a varios metros de la entrada del burdel ¿Era Ephaste la mujer que salía del burdel? Su mente voló de inmediato haciendo conclusiones con lo que veía ¿Era Ephaste una cortesana?, no tuvo tiempo de reflexionar al respecto, pues tan pronto como ella puso un pie en la calle un hombre que veía caminando con disimulo tropezó con ella apropósito y luego salió corriendo con una de las bolsas de la mujer. Casper no tuvo tiempo de pensar nada más, sus pies se movieron sin que él les diera una orden consciente y se encontró corriendo tras el hombre que le llevaba cierta ventaja de varios metros a ella.

La calle estaba algo concurrida, pero Casper pudo sortear a los transeúntes para no perder al ladrón de vista, lo siguió hasta que este dio vuelta en un callejón, probablemente intentando escapar de la calle principal para no ser visto. Con tan mala suerte que el callejón no tenía salida y una pared de dos metros le impedía continuar su carrera.

-jävla tjuv! (Maldito ladrón) – Grito en su lengua natal mientras se detenía a tomar aire, el hombre era tan alto como él, pero bastante más delgado, podía tener al rededor de 30 años y traía una tupida barba castaña - ¿Cómo se atreve a robar a una dama indefensa? - Exclamó con la voz cargada de ira y  su puño derecho conectó rápidamente con la mejilla del hombre sin darle tiempo a reaccionar. La frustración que había sentido durante los días anteriores de repente pareció liberarse en ese golpe y sintió cierto alivio momentáneo al dejar salir esa furia contenida.

El insospechado hombre, que seguramente había pensado que la mujer sería un blanco fácil para su fechoría, cayó al suelo aturdido por el golpe y Casper aprovechó para quitarle la bolsa de las manos.

-¡Escoria! - Gritó pensando en que no estaría mal darle también una buena patada en el estómago.

Su cabeza al principio no reaccionó, no cayó en la cuenta cuando se vio sobrepasada por un varón, quizás de mediana edad, quien logró alcanzar al individuo que se llevó parte de sus pertenencias. Ella continuó corriendo tras él, tratando de esquivar a los transeúntes y todo aquello que se le plantaba por delante.

Se sentía terriblemente estúpida, jamás en la vida se había visto en una situación como aquella, y mucho menos se hubiese esperado que la vida le devolviese el golpe quitándole el dinero por todas las veces que ella pudo haber robado alguna vez. Quizás se lo tenía merecido, pero eso jamás lo aceptaría. Pudo ver cómo el susodicho ladrón trataba de escabullirse por uno de los callejones perpendiculares a la avenida principal, y tratando de no aminorar el paso, se adentró en la callejuela, encontrándose con una extraña sorpresa.

El cortabolsas no parecía ser el único allí, no estaba solo. Aunque para su desgracia, estaba en el suelo, a los pies de otro hombre, que parecía gritarle como si no hubiese un mañana, con un tono ciertamente extraño y estúpidamente familiar. Aquella voz la reconoció, reconoció su cabello, su espalda… ¿Qué hacía aquel niño rico allí? Y lo que más le sorprendió no fue encontrarlo allí, sino que hubiera sido él quien salió tras el desgraciado que le quitó la bolsa de las manos.- ¿Casper…?- Le nombró atónita, sorprendida y desconcertada. El pobre desgraciado, trató de levantarse del suelo lo más pronto que pudo y salió corriendo por el mismo lugar por el que vino. Ella, sin embargo, tras verlo irse, su cuerpo sólo trataba de recuperar el ritmo normal, mientras que la cabeza hizo que sus ojos volviesen a mirar a las elegantes y caras ropas del aristócrata rico que trató de cortejarla una vez con su dinero.

Quiso acercarse, pero dudó. Pensó dos veces si era buena idea hacerlo.- ¿Casper?- Pronunció de nuevo, quería asegurarse de que no se equivocaba de persona, que de verdad era él. ¿Qué diantres estaba haciendo alguien como él en un sitio que no le correspondía con su clase? Y no sólo eso… ¿de dónde demonios había salido? La lista de preguntas comenzaba a agrandarse a medida que los segundos pasaban, no estaba muy segura de cómo pasaron las cosas, ni si quiera cómo podían haber acabado otra vez los dos encontrándose.

-¿Qué haces aquí?- Sus labios se movían solos, ella quería respuestas y él seguía ahí parado, exaltado y lleno de ira. Su pecho subía y bajaba por la carrera y su garganta empezaba a pedirle un poco de agua, a lo cual no pudo responder salvo tragar saliva. Sus respiraciones estaban siendo cada vez más y más profundas, tratando de recuperar el ritmo normal, mientras no quitaba ojo del aristócrata.

En su momento de dubitación, el ladrón aprovechó para escabullirse, dejándole con la bolsa en las manos, se giró al escuchar la voz femenina y se encontró con Ephaste. Allí estaba ella con esa misma belleza inocente que le había cautivado desde el primer momento en que la vio en el improvisado puesto de flores, aunque traía el ceño fruncido y se veía de mal humor, Casper no pudo evitar admirar sus facciones y encontrarla bonita tal y como la recordaba.

-Dándole su merecido al bandido – Respondió como si no fuera obvio la razón por la cual estaba allí en medio de ese callejón mugroso con el aire escapandosele de los pulmones - ¿Estás bien? - Le preguntó, aunque podía ver que no le había pasado nada físicamente, no estaba de más preguntar, todo había pasado demasiado rápido que no había tenido mucho tiempo para reparar detalles.

Se acercó caminando hasta ella y le ofreció la bolsa que había recuperado, ahora que se detenía a pensarlo, había actuado de manera casi inconsciente y estaba seguro que de haber presenciado otro robo, no habría salido corriendo detrás del ladrón poniéndose en peligro así mismo.

- Pasaba por aquí... cuando vi al ladrón – Comenzó a explicarse sintiéndose molesto y a la vez avergonzado por tener que explicar sus acciones – El ladrón pasó justo por mi lado ¿Cómo iba a quedarme sólo mirando? - Agregó con voz algo indignada – Cualquier caballero habría hecho lo mismo -

Su mente quedó paralizada durante apenas unos segundos. No estaba realmente segura, pero no se lo esperó. No se esperó jamás que se lo encontrase de nuevo, no esperaba que fuera él quien hubo dado alcance al ladrón y… mucho menos que fuera él quien consiguió atraparlo. –S-Sí…- Respondió, dubitativa.

En condiciones normales, no hubiese esperado a que se acercase: lo hubiese hecho ella misma, pero su cabeza seguía pensativa, confundida y… rara. Tragó saliva al darse cuenta de que lo tenía encima, cerca de ella. Miró la bolsa, estaba casi intacta salvo por algún que otra mancha de mugre, nada destacable. Sin embargo, sentía la extraña vergüenza de cogerla. Y aun así lo hizo. Tomó de la mano ajena lo que le correspondía, lo que era suyo. – No, Casper.- Lo interrumpió. Seguro que se molestaría por ello, pero le daba igual; no tuvo reparo en ello la segunda vez que se encontraron, no iba a hacerlo en aquella tercera.- Cualquiera no habría hecho lo mismo. Mucho menos por una… harapienta.

Su vista continuaba mirando la bolsa de tela, ahora en sus manos. ¿Qué clase de caballero hacía lo que él hizo en ese instante? Ella creía que ninguno. Sentía su cuerpo derretirse, se sentía tan avergonzada por la situación que no estaba segura de cómo actuar. Sus ojos acabaron clavados en uno de los laterales de la estrecha calle, evitando el contacto visual todo lo que pudiese aguantar-Muchas gracias.- Sus palabras sonaban más recias que cualquiera que le hubiese dedicado con anterioridad, más finas y tímidas. Se sentía demasiado estúpida, se había burlado de él y rasgado su orgullo de hombre y ahora, él, salvó sus francos de un malnacido que quiso robárselos.

- De no ser por ti, probablemente se hubiese escapado.- Ahora era ella la que sentía que su orgullo se rasgaba. Resultaba un tanto difícil tragar que tenía que darle las gracias a un hombre que había no solo rechazado, sino insinuado que era un crío y un niño mimado. ¿Cómo se supone que se debe lidiar con una situación así?- La verdad es que me sorprende verte por esta zona. ¿Qué haces por aquí?- Supuso que cambiar radicalmente de conversación sería lo mejor, al menos para ella. No quería verse en una situación de la que no sabía cómo salir.

Estaba esperando algún comentario sardónico o burlón de parte de ella, pues esa era la impresión que le había dado desde la vez que se habían visto en el hotel, pero se sorprendió al descubrir a una Ephaste completamente diferente, eso que veía en su rostro era ¿Vergüenza? La chica estaba mostrando un lado vulnerable que él no conocía y se encontró muy interesado en descubrir más de esa faceta.

-Tienes razón – Asintió algo avergonzado también, el mismo no habría ayudado a cualquier persona de la clase baja, de hecho era la primera vez que defendía a una mujer de otro hombre, cuando vivía en Suecia nunca tuvo la necesidad de 'proteger' a una dama porqué las mujeres con las que se mezclaba eran todas hijas de familias ricas y tenían sus propios sirvientes encargados de eso.

-Pues creo que me faltó darle una buena patada a ese bribón – Comento, su voz comenzando a sonar orgullosa , la respiración y le había vuelto a la normalidad luego de la pequeña acción. – Inclusive pensaba llevarlo a la policía... es una lástima que haya quedado libre – No sabía porqué pero se sentía increíblemente bien saber que había hecho una proeza valerosa por si mismo, de alguna forma validaba su masculinidad.

- Este... bueno pasaba en mi carruaje... - Empezó a decir y entrecerró los ojos – Cuando te vi saliendo de ese burdel... - Hizo una pausa como esperando que Ephaste explicara el porqué estaba saliendo del burdel, pues la duda de que ella fuera una cortesana lo estaba carcomiendo por dentro – Todo pasó demasiado rápido y apenas si alcancé a bajar del carruaje – Agregó y sin poderse aguantar preguntó - ¿Que hacías TU en el burdel? -

Esa afirmación la sintió como una pequeña aguja en su pecho. Al menos, como buen caballero, podría haberse guardado el comentario que la joven consideró un poco despectivo hacia su clase. El alardeo de fuerza no ayudó lo que se dice mucho.

Sintió la necesidad de sacudirse los ropajes, quizás para distraer un poco su cabeza y no pensar tanto en aquella estúpida coincidencia. En su rostro podía notarse cada vez más una ligera sorpresa, quizás por sus palabras o por las intenciones que denotaba entre ellas o… pensaba que podía existir.- Te vi cogiendo un poco de carrerilla para lanzar la pregunta,my Lord.- Se burló picarona, sonriente mientras lo miraba de arriba abajo.- Estaba buscando a mi padre.- Pronunció un poco más compuesta, casi ignorando lo que había pasado hace apenas unos minutos.

El tema de conversación cambió de forma muy radica, parecía que al noble aristócrata le importaba, por algún “extraño” casual que su presencia en el burdel hubiese sido mucho más relevante de lo que ella sabía que era. Ephaste no era más que la joven hija del extranjero loco que molestaba a la madame y divertía a las cortesanas con sus historias inglesas de viejo verde.- El señor Arkwright tiene la muy mala costumbre de colarse en los locales a hacer de las suyas, es peor que un crío.- Le daba igual si le interesaba o no, pero estaba, por otro lado, segura de que querría oír más, tener un argumento consistente que le ayudase a entender por qué había salido por aquella puerta.- Como está jubilado, se aburre. O eso dice él. Yo creo que lo hace para ver si le dejan pasar gratis a hablar con alguna joven y guapa chica de compañía que esté dispuesto a escucharle.

Su padre siempre tuvo una lealtad y devoción por su madre digna de admirar, jamás le fue infiel en todos aquellos años de viudedad. Al menos, que ella supiese.- ¿Pensaste que trabajaba ahí?

Le escuchó hablar sobre su padre, una explicación muy razonable y lógica, todo hombre, sin importar la edad o clase social no se podía resistir a una bella mujer. Las cortesanas eran sin duda el pasatiempo más común de los hombres desde tiempos inmemoriales, así que no dudo de la palabra de ella. Entonces la pregunta lo cogió desprevenido, porque fue precisamente en lo que estaba pensando, no quería ofenderla, pero al mismo tiempo tenía la sensación de que si mentía, Ephaste descubriría la verdad, ella parecía ser una persona muy intuitiva.

-No... quiero que te ofendas – Respondió desviando la mirada hacía a un lado – Fue lo primero que se me ocurrió en el momento cuando te vi saliendo del sitio – Le confesó – No es que haya pensado que fueras una cortesana desde antes ni nada por el estilo, pero fue lo que pensé cuando te vi salir de allí – De repente se sentía muy incómodo con la conversación, ahora tendría que explicar que hacía él allí, no sabía porque pero no quería darle una mala imagen de si mismo a Ephaste, de repente le importaba mucho lo que ella pensara de él y no quería aceptar que planeaba pagar por una prostituta.

-De cualquier modo, me alegra que el asunto con el ladrón esté solucionado – Continuó intentando cambiar de tema – Al parecer las calles son más peligrosas de lo que parecen, inclusive a plena luz del día ¿No? Quien lo pensaría, en pleno centro de Paris – Se quedó unos momentos callado y agregó - ¿Tienes alguna idea de donde pueda estar tu padre? - Se llevó las manos a los bolsillos un gesto bastante extraño en él pues no solía mostrarse sumiso o inseguro ante nadie – Si quieres... puedo acompañarte a buscarlo -

Y ahí estaba de nuevo diciendo cosas que eran completamente ajenas a su personalidad ¿Porqué insistía en buscar la compañía de ella?

La joven levantó la mirada, buscando la suya, pero se encontró con la extraña sorpresa. Los ojos ajenos hubieron evitado contra todo pronóstico encontrarse con los suyos. ¿Era vergüenza? Inquirió con un poco más de curiosidad; pues ahora había sido él quien dudó, durante sólo un segundo, y se vio expuesto, sin ese aura protectora llena de arrogancia y orgullo que tanto se molestó en presentarle la segunda vez que se encontraron.

- No me he ofendido. Sé muy bien a qué me dedico.- Declaró con calma y seguridad.- Créeme que por muy ramera que me llamases, la única que sabe si de verdad es así, soy yo.- La sonrisa picarona volvió a florecer en sus labios, que no mermó ni un solo segundo, ni si quiera cuando la conversación volvió a cambiar de rumbo.
- Te sorprendería saber que siempre ha sido así, Casper.- Contestó sin prisa, la que parecía tener su acompañante por quitarse de encima el tema del burdel y cualquier símil que pudiese existir. Le resultaba ciertamente… cómico. La tensión se extinguió casi por completo, su cuerpo casi no se acordaba del mal trago del robo, pero ambas mentes parecieron conectar de nuevo y lograr entablar una conversación al respecto.

- A decir verdad, no. Vengo de recorrerme más de la mitad de los establecimientos de la zona y en ninguno está, le ha visto pasearse por aquí, pero nadie sabe dónde ha ido exactamente.- La única opción que quedaba era que hubiese vuelto a casa antes de lo que esperaba, pero entonces, se dio cuenta de un pequeño detalle que le hizo desviar de nuevo su mirada hasta la ajena, con cierta expresión que entremezclaba la curiosidad y la sorpresa.- ¿Has dicho que me acompañarás a buscarle?- Eso sí que había sido toda una sorpresa.- Y… ¿puedo preguntar a qué se debe ese cambio tan drástico de actitud? La última vez que nos vimos me dio la impresión de que no le agradaron mis palabras.

La seguridad con la que hablaba Ephaste no dejaba de asombrarle, nunca había conocido una mujer que hablara con tanta tranquilidad y certeza sobre si misma. De hecho le hubiera parecido más normal si ella se hubiese ofendido con su insinuación de que trabajar en el burdel, una respuesta tipo “¿Qué te creíste que era?” con una expresión indignada era más lógico, pero una vez más, Ephaste actuaba de manera muy diferente a las concepciones que tenía en su mente de lo que una mujer debía actuar.

La pregunta lo tomó por sorpresa y se tardó unos momentos en encontrar una excusa para querer acompañarla, ni el mismo sabía muy bien porqué se había ofrecido a ayudarla, pero ya lo había dicho y no podía retractarse.

-La verdad es que no tengo mucho por hacer y me aburro infinitamente en el hotel – Respondió, en parte era verdad, a parte de buscar una dama de la alta sociedad que cumpliera con las expectativas de su madre, no tenía ninguna otra cosa que hacer en Paris, sin embargo no quería aceptar que quizás lo que quería era estar en la compañía de ella por más tiempo.

– -Sabes que llegué hace poco a la ciudad y no conozco mucho, la verdad es que, es una situación en la que ganamos ambos, tu encuentras a tu padre y yo conozco un poco la ciudad -Se quedó unos momentos en pensativo y luego agregó – Además ¿Quién sabe si el ladrón vuelva en busca de venganza? Podría atacarte de nuevo cuando te vea sola -

Una de sus cejas se arqueó levemente, con cierta sorpresa por aquella respuesta. Parece que no tenía otra cosa mejor que hacer, ¿de veras quería entretenerse con alguien tan aburrida como ella? Si eso era lo que quería, no iba a inmiscuirse en asuntos que no le importaban.- Sí así lo desea, no creo que sea yo quien para negárselo.- A decir verdad, le importaba poco que le viesen con él. Lo único que podrían pensar es que de verdad fuera prostituta o que se dedicase a estafar a las personas de alto nombre y riquezas para sacar un buen partido. Cualquiera lo pensaría, incluso ella misma.

Aunque tratase de analizar la situación, cada vez tenía menos sentido. Había perdido la cuenta de las veces que se cruzó con él, entablando una concisa conversación. Las piezas no conseguían encajar, ¿qué ganaba él acudiendo a su encuentro? Nada. Completamente nada. Y aun así, debía admitir que la curiosidad por conocer le carcomía.

- Supongo que si no le importa que le vean con alguien como yo a su lado, todo estará bien. ¿No es así?- Su sonrisa se tornó pícara, afirmando un tono muy burlesco algo impropio de ella, pero era gracioso pensar que se pondría a refunfuñar o a tratar de excusarse tal y como había hecho en otras ocasiones. Sus pies comenzaron la andanza en dirección al comienzo de la calle sin salida, sin tan si quiera esperar a que el aristócrata respondiese: si quería acompañarla, que fuera por su propio pie, pues ella no tenía pensado estar pendiente de nadie.

- En ese caso, si veo que puedo hacer algo para quitármelo de encima, lo haré.- Aunque quizás le costase una acusación de brujería, pero en aquellos tiempos que corrían lo único que podría decir en su defensa es que aquel hombre no estaba en sus cabales. Como siempre.

La verdad es que no había pensado en la posibilidad de que la gente lo juzgara por ir al lado de una mujer de clase baja, ella parecía muy divertida con el asunto y tenía que aceptar que podía meterse en graves problemas si alguien que conociera a su familia le reconociera, pero la posibilidad era bastante baja, teniendo en cuenta lo grande que era París.

-Si mi madre se enterara, seguro que me metería en un buen problema – Le respondió mientras la seguía por la acera - ¿Tan incómoda le parece mi compañía? - Le preguntó imitando ese tono pícaro que ella había usado con él – ¿O le preocupa lo que piense la gente si la ven caminando conmigo? - Agregó entrecerrando los ojos.

El área en la que estaban no se veia muy comercial, sólo casas de dos o tres pisos con ventanas cerradas, el Burdel había sido ubicado en una zona más bien discreta, alejada del distrito comercial o de las mansiones del norte, seguramente para evitar que la gente reconociera a los Lords que seguramente visitaban el Burdel clandestinamente.

-De hecho mi mamá espera que conozca a mi futura esposa en París – Le contó mientras seguían caminando – Esa es la finalidad de mi viaje, mi madre espera que consiga a una dama digna del apellido Kaarkarogf, así ambas familias pueden hacer una buena alianza – Dejó escapar un suspiro, toda su vida había sido preparado para el momento en el que se casaría con la mujer que sus padres aprobaran para él y no le resultaba raro pensar en su matrimonio como algo arreglado, sin embargo en ese momento al decirlo en voz alta, se sintió algo frustrado por no tener el control sobre el rumbo de su vida.

Se sintió incapaz de ignorar la pregunta. Ciertamente, la situación en sí había llegado a ser molesta, teniendo en cuenta los antecedentes que ambos tenían y la sucesión de extrañas situaciones que sucedieron una a la otra. Se detuvo durante unos segundos, sólo para volverse y dedicarle una mirada que ni si quiera ella, sabría cómo catalogar. Dudaba de si de verdad le molestaba o si por el contrario, empezaba a parecerle curiosa.

- Bueno… he de decir que no estoy muy segura de qué responder.- Pronunció con sinceridad. Sus pasos se reanudaron al tiempo en que ambos estuvieron a la misma altura de la calle. Caminando juntos.- Al contrario. Temo que quien debería preocuparse realmente por eso, deberíais ser vos.- Lo admitía con todas sus letras. Ella siempre iba a ser la hija extranjera de un loco y chiflado extranjero, extravagantes y extraños. Con una cultura muy distinta a la que acostumbraban en aquellas elegantes y nefastas calles de la Francia más superficial y, al mismo tiempo, profunda.

-Así que por eso estáis aquí.- Comentó con cierta curiosidad.- Ahora comprendo qué hace un apellido tan poco francés por estos lares.- Secundó sonriente. Eso le sonaba más bien a salir a cazar alguna esposa que llevarse a su mansión, donde se supone que se quedaría encerrada hasta el fin de sus días, desempeñando un papel previo asignado por alguien.

- A decir verdad, yo opino que el matrimonio es un enlace sobrevalorado.- Quizás con esa confesión podría ganarse una mala mirada. No sería la primera ni la última que recibiría por parte del castaño.- No creo que sea un propósito imprescindible para vivir. Si no más bien… una obligación social.

Si era cierto que su apellido llamaba algo de atención, sin embargo en el hotel De Arenes parecían estar acostumbrados a recibir negociantes o inclusive miembros de la realeza de muchos países, pues no parecieron sorprenderse en absoluto de su procedencia y tampoco cuestionaron su razón para visitar el lugar. Quizás era gracias a que París se había vuelto una capital muy visitada en toda Europa, muy diferente a Estocolmo donde un extranjero podía notarse a leguas.

-En eso, me temo que estamos de acuerdo – Respondió al escucharle decir lo que pensaba sobre el matrimonio – Es una obligación social completamente y en las palabras de mi padre, una unión entre dos familias, no entre dos personas – Agregó y se encogió un poco de hombros – Casi como un negocio, por esta razón mi madre ya tiene en mente varias familias Francesas – Meneó la cabeza con cierta decidía – No tengo idea de como ha hecho para averiguarse información personal de esas familias, pero ya me ha mandado cartas con detalles puntuales de las hijas que posiblemente podrían convertirse en candidatas -

Se quedó callado unos momentos, era extraño contarle eso a otra persona, especialmente a una mujer. Casper tenía amigos en Estocolmo, obviamente, pero entre varones, uno se tocaban esos temas, los hombres hablaban de la caza o de negocios y si se mencionaban las mujeres, era porque probablemente se trataba de prostitutas. Los Varones no hablaban de amor o matrimonio, ese tipo de dudas y sentimientos eran demasiado personales como para compartir.


- Obviamente, también tengo que hacer el papel que me corresponde como conquistador – Continuó pero su voz ya no sonaba arrogante como solía ser – Muchas de esas damas tiene varios caballeros interesados, así que no es como si todas estuvieran esperando precisamente por mi – Dejó escapar un suspiro – Definitivamente es como un negocio en el que se busca al mejor postor -

No debería haberle extrañado su respuesta, pero aun así, lo hizo. Dadas las intenciones que tuvo aquel día en el hotel, le pilló por sorpresa la argumentación que aportó a la conversación. Debía admitir que siempre y en toda ocasión le había parecido un simple rico con aires de prepotencia, sin cerebro ni raciocinio ninguno. Pero se equivocaba. Puede que después de todo, su juicio se hubiese visto manchada por las primeras impresiones.

-¿Una unión entre dos familias?- En su más humilde opinión, siempre pensó que esa unión se hacía entre dos personas que deseaban pasar el resto de su vida con aquella a quien amaban. En su cabeza empezaron a encajar las piezas de un puzle desordenado. Buscó seducirla a pesar de buscar esposa, quizás porque necesitaba compañía o calor humano. No algo tan frío como un acuerdo prematrimonial en el que se establece un vínculo mercantil. Era de suponer que cualquiera podría haberle servido, ella solo estaba en el sitio adecuado, en el momento justo.- Pensé que serías tú quien tendría criterio para elegir.- Comentó más para sí misma que como aportación a la conversación. Quizás con sus palabras estaba metiéndose en asuntos que no debían importarle.

- Entonces, debo suponer que conmigo estabas practicando tus tácticas de conquista.- Bromeó, casi sin poder evitar que una pequeña risilla se escapara de sus labios. Le resultaba ciertamente divertido meterse con él, le gustaba verlo sacar ese orgullo varonil que no le dejaba cometer errores y mucho menos, que alguien estuviese cuestionándole rebatiéndole de forma constante.

-Vaya, debe de ser una ardua tarea la de venir hasta aquí y tener que competir con la nobleza parisina.- Su burla en esta ocasión fue algo más descarada. Le parecía todo tan absurdo que era incapaz de creerse del todo lo que le estaba contando.

- Por supuesto que no, la última palabra la tiene mi madre, ella es quien decidirá quien es la más adecuada - Respondió casi inmediatamente cuando Ephaste le dijo que creía que él tendría la opción de elegir - La opinión de mi padre también es importante, por supuesto, pues él busca hacer negocios en París y por eso sería favorable si la familia de mi futura novia tiene negocios similares - No estaba muy seguro si las familias de clase baja tenían otro tipo de tradiciones a la hora de concretar un matrimonio, pues Ephaste no parecía saber que, así era como se unían las familias tradicionalmente.

Lo que dijo a continuación lo tomó desprevenido, Ephaste era muy directa y él no estaba acostumbrado a que las mujeres le hablaran así, no pudo evitar sentirse avergonzado, quizás en otra situación (o con otra mujer) no se habría sentido así, pero en ese momento, el calor se le fué subiendo por la cara hasta las orejas y sus mejillas tomaron un fino color carmecí.

- ¡No necesito practicar nada! - Exclamó a la defensiva, sin saber que más decir, por que la verdad era que, había querido llevarse a esa muchacha a la cama deslumbrándola con sus lujos, creyendo que sería fácil gracias a su aparente pobreza, pero la chica había demostrado que no era un hueso fácil de roer - Quizás me dejé llevar por... por el momento - Agregó justificándose.

Dejó escapar un suspiro, sobre lo último, la situación era estresante y tediosa, pero a él lo habían criado para ese tipo de vida, no era como si no supiera como eran las cosas.

- A veces es tedioso, si - Comentó, su voz sonaba resignada - La aristocracia no perdona ni el más minúsculo detalle, así que debo cuidar absolutamente todo, desde como me visto, hasta la manera en como sostengo la taza de té... - Hizo una ademán sosteniendo una taza de té imaginaria levantando el dedo meñique de manera refinada - También debo ser muy cuidadoso en la forma en como hablo con las damas, ya sabe, todo eso de que la mujer es tan delicada que no se puede tocar ni con el pétalo de una rosa... cualquier cosa que diga puede ser usada en mi contra - Concluyó, aquello sonaba como un campo de batalla y no como una cita.

Podía llegar a comprender que, si el matrimonio era como un negocio en el que ambas familias salían ganando con la unión, no dejarían al pretendiente tener la última palabra. Era como presuponer un error y una marcha atrás inexistente. — Oh, ya veo. — Asintió y permaneció callada, expectante. Ella, por su lado, casi no tenía materia que aportar a la conversación, así que prefirió el silencio a cualquier palabra vana que estropease el coloquial paseo.

Su respuesta la abordó con sorpresa, tanta fue que se detuvo, parpadeando perpleja por la tonalidad y la fuerza de sus palabras. — La práctica no es ninguna actividad que deba avergonzarle. Todos los grandes hombres europeos no serían nada si no practicasen de vez en cuando eso que les ha traído la fama. — Seguía teniendo el mismo temperamento casi infantil que la última vez que coincidieron, pero por algún extraño motivo, se sentía sorprendida por la rapidez con la que rectificaba. — De todas formas, solo era un comentario. No pretendía ofenderle.

Sus palabras concluyeron con el directo disparo hacia los orbes ajenos, tensos y acechantes, hasta que un pequeño movimiento rompió con la tensión y dio paso de nuevo al caminar de la fémina. Sus labios se torcieron en una sonrisa, socarrona y divertida. Le parecía un absurdo todo lo que estaba escuchando, pero era la más pura de las realidades. — Quizás yo no sepa mucho de protocolos, pero a mí me parece más cómodo y más estable coger una taza y usar el meñique para apoyarla, en lugar de hacer lo que usted dice que debe hacer. — Y eso no era más que el principio de su opinión al respecto.

— A lo largo de los años, quizás… se dé cuenta de que no puede tener a todo el mundo contento. Tampoco vais a gustar a todo el mundo y no siempre se va a ganar una batalla o una guerra. Metafóricamente hablando, claro. — Hizo una pequeña pausa  antes de echar un vistazo a la calle, de forma superficial. — La mujer es tan delicada como puede serlo un varón. La única diferencia que existe entre uno y otro es la educación que cada uno recibe. A mí por ejemplo me han preguntado en multitud de ocasiones acerca de cuándo me casaré, un plan que no tengo intención de ejecutar en un futuro próximo, a pesar de que muchos digan que se me acabará pasando el arroz. Considero que tengo problemas más serios y más importantes que encontrar un marido. — Concluyó con su característica presencia, no buscando imponerse, tan sólo dar un poco de charla a un noble que consideró acompañarla.

— Claro que, eso es la perspectiva que yo tengo sobre mi vida. Y sin embargo muchos consideran que necesito un marido. Créame cuando le digo que no creo que alguien sea capaz de seguir el ritmo de mi vida. — Concluyó orgullosa, sintiéndose más que segura, repitiéndose a sí misma que así era su verdad. Ningún hombre ni mujer corrientes serían capaces de aceptar la vida que llevaba.

Era increíble como la personalidad de Ephaste era completamente diferente a todas las mujeres que había conocido en su vida, sus comentarios y sus actitudes eran desafiantes, algo que no había visto nunca en una mujer, al menos no en su país, tenía que aceptar que esa actitud era la que encendía ese fuego extraño que se revolvía en su interior y que no sabía como interpretar todavía.

Le escuchó hablar del matrimonio y de lo que pensaba ella sobre el protocolo y como sostener una taza. Casper no había pensado al respecto hasta ese momento, pero ella tenía razón, era... bastante estúpido y poco práctico. Generalmente había obedecido lo que le habían dicho desde pequeño sin reflexionar mucho al respecto.

- La verdad es que no se que responder, no lo había pensado de esa manera - Respondió con expresión sorprendida - Pero creo que tiene razón, sería más práctico sostenerlo sin levantar el meñique - Se quedó pensativo cuando ella dijo que no pensaba casarse y que no necesitaba a un marido, realmente le generó curiosidad, pues nunca había escuchado a una mujer decir tales cosas.

- Si no le molesta que le pregunte ¿Porqué dice usted que no necesita de un marido?- Le preguntó con genuina curiosidad - ¿Acaso no le gustaría saber que puede contar con alguien que la va a proteger y ayudar en cualquier situación de la vida?- Se encogió de hombros - Es lo que un verdadero hombre debe hacer en la vida, poder proveer una buen estilo de vida para su esposa e hijos ¿No creé? Quizás su vida sería más fácil y cómoda -

Su mirada se clavó directamente en los ojos contrarios. Sentía que estaban abordando un tema que tenía cierta delicadeza para según qué personas, una conversación que en ese momento se arrepintió de haber entablado, porque no había pensado en la respuesta que debería darle al curioso Casper. Y obviamente no iba a decirle la verdad.

Sus labios se torcieron ligeramente en una tenue sonrisa, que poco a poco iba creciendo a medida que comenzó a dar respuesta. — Mi vida no es tan sencilla como para tomársela a la ligera, señor Kaarkarogf. Es muy sencillo argumentar que necesito un apoyo moral y físico que me ayude y me aliente, y sin embargo, sigo sin necesitar nada de ello. Pero créame… — Hizo una incisiva pausa, marcada por la pícara sonrisa que se había formado en su rostro con el arrastre de las palabras. — …No creo que nadie esté interesado en formar parte de la vida de una extranjera. — Y con un parpadeo continuó su caminada, entonando los ojos hacia el frente sin desdibujar su sonrisa de la cara.

Quería ver la reacción que causaba en él su excusa barata, quería ver si ese rumor causaba alguna clase de efecto en el noble y podía dejar el tema aparcado de forma temporal aunque fuera. — En Francia parece que tienen una extraña aprensión por aquellos que no son como ellos. Además, muchos me tachan no sólo de rareza sino también de extraña, una joven fuera de la normalidad y de la ley. Hay muchos padres que no me consideran un buen partido para sus hijos. — Y a decir verdad, agradecía que su padre no estuviese encima de ella con temas tan banales como ese. Tenía cosas más importantes de las que ocuparse.