The Whore of God (Libre)

por **Victoria MacLeòir** Mar Abr 18, 2017 7:27 pm

“Prefiero molestar con la verdad que complacer con adulaciones”

No esperaba que me dieran la noticia de que me movería hasta los confines de la mismísima Notre Dame, a servirle a un sacerdote que necesitaba ayuda de mí y otras monjas que me acompañaban esta noche.

¿Porque en mi interior un miedo aterrador atrapaba mi corazón en un puño?

¿En serio es este mi destino? Vamos, no entiendo la personalidad de mi querida madre quien se supone que hace las cosas por mi bien, sinceramente amo a esa mujer pero es demasiada dura algunas veces, vamos, es una locura, por ella ahora estaba cumpliendo con este destino, con estas personas de Dios a las que respetaba demasiado y sinceramente, no tenía en cuenta de que seriamos solamente yo y otras dos monjas con las que nos encontraríamos al sacerdote, tenía una mala intuición de esto, ya estábamos cerca de la catedral, un hombre vestido con cuero negro nos acompañaba en el carruaje, tenía la mirada tierna, ojos azules cuales son del cielo, sonrisa dulce pero rostro firme sabiendo cuál es su trabajo, pero el mío solo fue impuesto por una orden de mi madre a que me quede haciendo este tipo de destino, estaba llenándome de miedo, solamente yo y dos monjas más, vamos, era cierto que ya sabía para lo que nos quería el sacerdote y no precisamente para poder orar a su lado.

Cuando tuve la oportunidad me escapé del carruaje, quitándome la toga de la cabeza y saliendo corriendo con mis cabellos cobrizos al aire, situándome rápidamente entre la gente, sabía que el hombre de negro me estaba siguiendo desde un poco más atrás, yo era rápida y aun así, después de tantos años no había perdido mi agilidad. Seguí corriendo y corriendo, el sudor perlaba la superficie de mi frente de la que rápidamente me limpiaba y cuando pude, dejé de correr y me escondí en lo que parecía ser una calle con pocas luces en su entorno.

No había nadie, necesitaba retomar un poco de aliento y por ello me sostuve de mis rodillas mientras apoyaba mi espalda contra la pared. Finalmente me desplomé en el suelo, rompiendo a llorar por todo lo que estaba aguantando, por todo lo que mi madre me estaba haciendo pasar y por lo que mi granjero querido debe estar pensando, debe pensar que le dejé tirado por su posición cuando él ya sabe que eso no era verdad, que yo a él lo deseaba, deseaba ser su esposa y no la ramera de un sacerdote.

por **Eden Enqvist** Miér Abr 19, 2017 4:33 am

“Noche, París, lo sé, no debería estar aquí. Demasiados estímulos, demasiados impulsos... Mas he de poner a prueba a Mardröm, mi lobo interior. Desde mi llegada, un extraño silencio gobierna sobre sus aullidos. ¿Es posible que ya no esté? ¿Qué de algún modo se haya ido? No, no seas iluso Eden. Sabes que está ahí, puedes sentirlo, esperando, aguardando el momento en el que te relajes para desatar su brutalidad -reflexionaba el licántropo para sí-. Has de permanecer alerta, pues cuando llegue el momento, nadie estará a salvo”.

Llevaba tan solo unos días en París, pero Eden todavía proseguía experimentando con sus límites. No sabía hasta dónde podía llegar, las experiencias por las que podía pasar. Fue en ese momento, mientras paseaba, cuando sintió el irrefrenable impulso de alzar la mirada al cielo. Aquello era algo que le obsesionaba desde que la maldición cayera sobre su ser; anhelaba la luna, cual esquiva amante, para ser con ella uno, por siempre y para la eternidad. Sabía que no era una noche de luna llena, pues su lobo estaba en calma, mas el riesgo era el mismo, pues Akvasgard, el brujo que lo tuvo bajo su cautiverio, era capaz de despertar a Mardröm sin depender de la fase lunar. Un escalofrío recorrió su ser: “No debo pensar en él... No debo pensar en él... -se dijo-”

Abismado en sus esfuerzos por no recordar al hechicero, Eden escuchó un sollozo que se abría paso en la oscuridad. Sus instintos reaccionaron. El licántropo se desplazó, presto, entre las sombras hasta hallar la fuente de aquel pesar. Era una mujer de flamígeros cabellos. Lloraba en la oscuridad, afligida por un dolor incoercible. Podía percibir en ella algo diferente, un elemento ajeno a aquella ciudad que, de algún modo, le resultaba familiar: “Escocia... -pensó”.

En ese momento, su lobo se revolvió. No era él el único atraído por los sollozos. Algo más, en las sombras, la acechaba. Sintió muerte, sangre, peligro. No pudo ignorarlo, Eden se aproximó con cautela hasta la joven, tratando de no asustarla.

-Perdonad que os interrumpa, pero habéis escogido un lugar peligroso para desatar vuestro dolor -advirtió, tenso, y alerta ante lo que pudiera acaecer-. Os acechan.

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