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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Finn Hooper Mar Abr 25, 2017 3:19 pm


“The clever wolly dogs have had their day
They shoot the dice for one remaining bone;
There is nothing more for me to say.”
— Sylvia Plath, Denouement


Había sido bueno mientras había durado. O eso le gustaba pensar a Finn. Ahí estaba el final de algo que, muy, muy en el fondo, siempre supo que iba a fallar. Quizá era eso, o que el chico era pesimista por naturaleza. Claro que le gustaba saber de su madre, aunque le sorprendía que siguiera casada con Francis, ese hombre al que sólo llamaba padre porque le habían dicho que lo era, sino, no lo creería.

Todo fue demasiado rápido tras la partida de Aishe. Llegó una carta, dirigida a él, a su dirección firmada por Vanessa Hooper, su madre. «Hijo», le decía, «te he buscado, tu padre te ha buscado». Al principio, Finn no creyó eso último, hasta que más tarde, su madre le confesó que todos los hijos bastardos que Francis tuvo estaban muertos, en la cárcel o habían resultado mujeres. Él, Finn, seguía siendo el heredero. Mantuvo correspondencia con Vanessa por algunos meses. Aunque la extrañaba, y se lo hacía saber, nunca le pudo decir que fuera a verlo, ni le prometió regresar a Londres, de donde había huido hace tiempo, al descubrir de dónde provenía la fortuna familiar. Sólo una vez preguntó por su padre, y la respuesta fue «delicado de salud», cualquier cosa que eso significara. No volvió a sacar el tema.

Todo se precipitó cuando su madre le anunció una visita. No de ella, sino de Larissa Bloom. Finn casi había olvidado ese nombre, ¡demonios! En cuanto lo leyó, y los recuerdos regresaron a él, plagados de muchos otros significados. Empuñó la misiva, la hizo una compacta bola de papel, y la llevó contra su pecho. Había sido bueno, mientras había durado.

-:-

Ahí estaba ahora, sumido en un silencio incómodo, tratando de enfocar su atención en Larissa Bloom, una chica de su edad de cabello color paja y ojos verdes, mejillas sonrojadas y tiernos labios rosas. Cualquier hombre estaría encantado de casarse con ella, hija de una prominente familia, un gran partido. Pero Finn no era cualquier hombre, y no estaba encantado.

Por todos los dioses que trató de ser amable, agradable, sonreír y responder, seguir la historia que su madre le había pedido que dijera (que había ido a estudiar, según entendía, eso fue lo que los Hooper habían dicho en Inglaterra). Sin embargo, no podía, mentir nunca se le había dado bien, , por eso sólo callaba. A veces soslayaba a un lado, donde una chica de piel morena, más joven que Larissa y él, estaba atenta a lo que su ama pudiera desear. Respiró profundamente y se puso de pie.

Se está haciendo tarde —les dijo a ambas, sin mirarlas—, mañana nos vemos —había quedado en darle un tour por la ciudad. En parte lo hizo para que dejara de hacer preguntas sobre su humilde vivienda.

Las acompañó a la puerta. Ahí el cochero las había estado esperando. Diablos, había olvidado toda esta pompa. Desde que había llegado a París, caminaba a todos lados, sin necesidad de otro medio de transporte. Las despidió, a su prometida con un beso en la mano, a la otra chica con un leve asentimiento de cabeza y cuando al fin se fueron, sintió alivio. Alivio de volver a estar solo, porque muy pronto, ya no lo estaría nunca más.

Pasaron algunos minutos, una hora quizá. Finn trató de distraerse con esos tontos poemas que escribía, cuando tocaron a la puerta. Se puso de pie y al avanzar hasta la entrada, notó los guantes de encaje que Larissa había olvidado. Bufó, agotado. No podía culpar a su prometida, apenas si se conocían. No se habían visto desde que eran unos niños, y no podía entender el desgaste que lidiar con otras personas le significaba.

Abrió la puerta, pero no encontró a Larissa, ni al cochero. Sino a esa chica que la acompañaba. Finn dio un respingo, no se lo esperaba.

Ho-hola —saludó—, pasa, ¿vienes por los guantes de Larissa? —Preguntó, de inmediato dándose la vuelta para no tener que verla a los ojos. No tener que contemplar esos rasgos morenos que eran como mirar al sol, tan hermoso y tan deslumbrante. Regresó sobre sus pasos y fue a por los guantes. Se giró con ellos en la mano, pero no se los ofreció de inmediato.

¿Quieres tomar algo? —Era una invitación extraña. En ese instante, una idea descabellada cruzó su cabeza—, si no tienes que regresar ya, claro. ¿Te está esperando el carruaje? —Preguntó, aunque fue ligeramente más seguro en sus palabras, le fue imposible mirarla de frente. Se quedó ahí, guantes en mano y vista gacha, aguardando.


Última edición por Finn Hooper el Lun Jun 19, 2017 8:48 pm, editado 1 vez
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Mensaje por Pauline Foster Mar Mayo 09, 2017 12:03 am

Pauline creía ser de esas personas que se adaptaban fácil y rápido a los cambios de la vida, claro que su vida había cambiado en contadas ocasiones -por lo que tampoco podía estar segura de su capacidad de aceptación-, y frente a uno de esos cambios se encontraba ahora.
Lejos de su tierra natal, de su familia y amigos, más cerca de lo que desearía de Larissa, la consentida hija mayor de los Bloom, Pauline sentía que su vida había tomado otro rumbo. En realidad ese rumbo no era el suyo, sino el de la señorita a la que debía acompañar, esa vida no era su vida, sino migajas de la vida feliz e ideal de Larissa, pero ella se conformaba porque, ¿a cuanto más podía aspirar? No se engañaría a sí misma, no tenía sentido.

Aunque a veces la llevaba a perder la paciencia –que era uno de sus grandes atributos-, ahora Larissa le daba algo de pena. Era una joven que había viajado llena de sueños, llena de ilusiones, hacia esa nueva tierra, pero a la que la realidad había golpeado; su prometido no era lo que esperaba… a penas le había hablado, se lo notaba incómodo ante la idea de tenerla a ella en su casa haciendo sus mil preguntas y planificando días enteros de paseos. Claro que nada había dicho, las formas fueron cuidadas en todo momento, pero Pauline era observadora y la incomodidad del joven era evidente. ¡Ya podía sufrir anticipadamente al imaginar las noches de llanto que le esperaban a la señorita Bloom! Era caprichosa y algo maleducada, pero también muy sensible, más de lo que en realidad le convenía a cualquier mujer de su clase y posición.

Cuando la visita acabó y subieron al coche, con dirección al hotel donde se alojaban, Larissa aseguró que a la mañana siguiente le enviaría una carta urgente a su padre pidiéndole que le comprase una propiedad en París pues ella no pensaba vivir en esa casa pequeña… Pauline nada le dijo, ¿cómo podía si ni siquiera le importaba el tamaño de la vivienda del joven? Además sabía bien que no tenía sentido hablar y opinar porque cuando Larissa tenía sus crisis de verborragia acelerada no oía el consejo de nadie. Que hablase todo lo que quisiera, ella solo se limitaba a apretar su mano en señal de comprensión y contención.


“A veces los ricos se inventan los problemas”, pensó al oír que la señorita hablaba de la importancia de que sus hijos nacieran en un hogar amplio y decorado con buen gusto. ¡Pero si todavía no se había casado! ¡Sólo había oído unas pocas palabras de parte de su prometido y ya estaba pensando en la educación de los hijos no nacidos!

Casi agradeció que Larissa la mandase de vuelta en busca de los guantes olvidados, pues pasaría menos tiempo oyendo sus lamentaciones. Con lo que no contaba, en lo absoluto, era con la invitación del señor Hooper… Pauline pensaba tomar los guantes y ya, volver por donde había llegado, pero él le hizo una inusual invitación que ella no pudo rechazar.


-Sí, vine por los guantes de la señorita Bloom y me está aguardando el cochero, pero no le importará si me demoro un poco –le respondió con su voz grave y sin poder mirarlo a los ojos.

De esa manera aceptaba la invitación del hombre, no porque quisiese tomarse un té con él –ni nada de lo que le ofreciese-, sino porque estaba segura de que podía llegar a hablarle de la sensibilidad de Larissa, a convencerlo de que era una buena mujer y que sería una gran esposa y madre. De seguro él tuviera muchas preguntas para hacerle y si en algo podía ayudar a que aquellos dos comenzaran a sentirse unidos lo haría sin dudarlo.
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Mensaje por Finn Hooper Lun Jun 19, 2017 9:06 pm


A veces, en esa incapacidad casi dolorosa que Finn tenía para socializar, cometía muchas imprudencias. Podía ser más inteligente que el resto de las personas, eso de acuerdo a los médicos que lo revisaron cuando era niño, pero eso no le quitaba lo ingenuo, ni lo torpe. Es más, parecía potenciarlo; pues ese intelecto superior siempre lo alienó del mundo, convirtiéndolo en el chico solitario que era ahora. Por ello mismo, se dio cuenta, una vez más y como siempre, no había planeado bien sus movimientos.

La verdad era que no había creído que llegaría tan lejos. Siempre era así. Jamás se tenía fe. Entonces, cuando la joven dama de compañía aceptó, se sintió en un aprieto. Dibujó una mueca de sorpresa, que no de incordio, ni de enojo. Trató de controlarse, esperando que ella no lo notara y se quitó del paso, para dejarla entrar. Hizo un ademán para que dejara el umbral e ingresara a la casa.

No tengo mucho —se rascó la nariz y dijo sin mirarla. Era uno de esos raros matices que se suponía no debía mostrar al mundo. Esas vicisitudes que su madre le había pedido tan encarecidamente que ocultara. Finn aún no aceptaba la ayuda de su padre, por lo que seguía viviendo con lo que obtenía de su trabajo en la biblioteca. Un dinero más limpio, solía creer con la razón de su lado.

¿Té, agua, café? —Enumeró lo más básico. Tenía una memoria privilegiada, y podía recordar con exactitud: poseía un poco de té verde, ideal para ambos, una sola porción de café, y agua… bueno, la que quisieran. Suspiró y se encaminó hacia la cocina, como si no estuviera a punto de dejar a una desconocida sin vigilancia.

Porque eso era, como lo era Larissa Bloom y todo el mundo aquel al que renunció al dejar Inglaterra. Él ya no pertenecía a ese lugar, ¿por qué insistían en llevarlo a la fuerza? ¿Qué debía hacer? ¿Huir de nuevo? Sentía que ya no tenía fuerza. Se detuvo como si recordara algo a mitad de camino y se giró. Alzó el rostro compungido, por esos pensamientos, no por la presencia. Parecía desolado, mientras estuvo con Larissa se mostró más entero, pero ya no podía más, aunque estaba consciente de que la chica de rasgos morenos no tenía la culpa de su idiotez. Cerró los puños con tanta fuerza que los nudillos se pusieron blancos.

Dime una cosa… ¿Pauline? Ese es tu nombre, ¿cierto? ¿Puedo llamarte así? —Fue bajando la voz conforme fue hablando. Volvió a tomar aire—. Dime una cosa, tú conoces mejor a Larissa, yo… yo hace mucho que no la veía. Dime, ¿este matrimonio arreglado la hace feliz? —Pudo haber preguntado mil cosas, pudo haber pedido un consejo incluso, pero no, lo que hizo fue aquella barbaridad. Preguntar por la felicidad ajena, de una mujer a la que no conocía y que, si los planes seguían su curso, iba a significar su infelicidad. Una condena para toda la vida.

No soy muy bueno leyendo a las personas —regresó sobre sus pasos y continuó hablando bajito—, sin embargo sé que no soy la compañía más amena, ¿te dijo algo? —Una parte de él estaba aterrada de haber dado una mala impresión, algo instalado en su subconsciente de niño rico lo empujaba a tan horrible sensación de incertidumbre. Pero otra parte, una que no se conocía, quería escuchar que sí, que Larissa le había dicho algo, que ya lo odiaba, o que lo encontraba aburrido. Algo, lo que fuera, para poder cancelar ese maldito compromiso.
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Mensaje por Pauline Foster Dom Jul 09, 2017 3:22 pm

¿Quién era ese hombre que se preocupaba por lo que ella, una simple empleada, quería beber? De pronto, Pauline lo vio de una forma diferente, distante por completo de la primera impresión que se había llevado de él al verlo compartir la tarde con su prometida. Claro que la señorita Bloom era una joven avasallante, así que no podía sorprenderse al presenciar cómo su prometido se retraía en su presencia, Mas ahora ese mal primer juicio que había hecho -al verlo tan desinteresado en la conversación de Larissa- se había esfumado, pues sí se interesaba en hacerla sentir cómoda a ella. Era por demás extraño.

-No se preocupe, beberé lo que a usted le parezca bien, señor Hooper –le dijo. Pauline prefería el té, por supuesto, pero no le pareció apropiado manifestarlo.

“Tampoco fue apropiado haber aceptado la invitación a ingresar sola en su hogar”, meditó al considerar que el cochero que la aguardaba podía pensar mal de aquella inusual situación.

-Sí –le respondió de inmediato, dejando las preocupaciones de lado-, ese es mi nombre, señor Hooper. Pauline Foster. Y sí, creo que la señorita Bloom está exultante, muy ilusionada al saber que unirá su vida a la de usted.

No podía decirle la verdad. Tal vez le hiciese daño, o le ofendiera, saber que Larissa había llorado al imaginarse viviendo en esa casa pequeña y de pocos lujos. Además las angustias de la señorita Bloom eran cosa diaria, tal vez en dos días olvidase todo al encontrar algo más por lo que llorar. Sus crisis eran intensas, pero pasajeras siempre.

-La conozco bien, sé que estaba esperando una conversación un poco más amena de su parte –dijo, con cuidado y eligiendo bien sus palabras-, pero también sé que para un hombre importante y ocupado como usted no debe ser nada encantador hablar por horas acerca de fiestas a las que no ha asistido.

Hizo una pausa, no quería herir su susceptibilidad, pero a la vez quería serle sincera. Sentía que debía ayudar a la pareja a unirse, a aprender a quererse. ¿Qué debía decir, entonces, para que Larissa cambiase ante el juicio del señor Hooper?

-No debe preocuparse por ella, es demasiado emocional, pero está realmente muy ilusionada con esta nueva vida que ambos comenzarán, ya se imagina siendo madre. –No pudo reprimir una sonrisa luego de mencionar aquello, porque le parecía algo ridículo. Pero ella no sabía nada de la vida, jamás se había enamorado de nadie y así planeaba seguir hasta la vejez-. La semana próxima es su cumpleaños –le dijo, suponiendo que él ya lo sabía-, creo que ella esperaba que le haga alguna mención acerca de eso. Tal vez quería saber si usted había pensado alguna forma de festejar el aniversario de su natalicio.

Pauline creía ver potencial en aquella pareja. A Larissa no le vendría mal vivir con menos lujos, poner sus pies sobre la tierra por primera vez. Y él parecía necesitar del ánimo alegre de su prometida. Tal vez pudiesen ayudarse más de lo que creían, aunque ninguno de los dos lo viera.
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Mensaje por Finn Hooper Sáb Ago 19, 2017 11:13 pm


Se quedó ahí, desvalido y sin palabras, con una mano en la frente, tallándose el hueso frontal. Una presión creciente se iba acumulando detrás de la cabeza, anunciando una jaqueca inminente. Por la posición, no veía a los ojos a la chica, y lo agradeció, nunca se había sentido cómodo encarando a las personas; y aún así, podía lograr que éstas confiaran en él, era tal vez por su forma tan frágil de comportarse, ¿qué daño podía hacer un chico como él?

Oh, por favor —quitó la mano de por medio y dio un paso hacia ella—, llámame Finn. Hace mucho que no soy el «señor Hooper» —pidió. No dio más explicaciones, porque su madre se lo había pedido. La tapadera que su familia construyó en Inglaterra fue que él había ido a estudiar a París, no que había huido al enterarse que la fortuna familiar provenía de comerciar con la vida humana, una realidad que no pudo resistir. Dio otro paso, aunque aún existió una distancia considerable entre ambos.

No soy ni importante, mucho menos ocupado, yo sólo…«trabajo en la biblioteca», pero tuvo que callarse de nuevo aquello. No era buen mentiroso, pero ahí estuvo, haciendo su mejor esfuerzo. No creyó que fuera convincente, no obstante, no podía dar marcha atrás. Ya había herido a Vanessa demasiado, como para continuar haciéndolo—. Lo lamento. No recordaba que su cumpleaños se acercaba. Ahora lo tendré presente, y haré algo para ella. Quizá… quizá tú puedas ayudarme… —pareció un tanto más esperanzado, aunque no mucho.

Oh, cierto. Té. Tengo té. Eso puedo darte —fue atropellado en sus palabras, dio media vuelta y reanudó su camino hacia la cocina—. Ven, acompáñame por favor —le pidió a la joven. No se detuvo, ni miró hacia atrás, esperando ser seguido.

De inmediato comenzó a buscar en las gavetas. Aunque sabía perfectamente dónde estaba todo, sólo le estaba sirviendo de distracción. A la vista no hubo ningún sirviente, y es que no los tenía. Supo que eso podía resultar sospechoso. ¿Cómo el hijo de los Hooper vivía con tan pocos lujos? Aunque no estuviera en su país, se supondría que Francis y Vanessa verían por él, ¿no?

Puso a hervir agua en una tetera de metal y se giró para ver a Pauline. Le pareció una presencia mucho más tranquilizadora que la de su prometida. Larissa era, en efecto, alguien demasiado emocional, al grado de agotarlo. Y eso que desde hace mucho tiempo, aquel día había sido el primero en que la veía. Y esa mujer que se presentó ante él, era más cercana a la que se suponía, debía desposar.

¿Qué gusta a ella? Lo siento, hace mucho que no la veo. No la conozco —en su voz y en sus gestos, uno podía ver su angustia, una muy real, palpable—. Lamento no haber sido lo que ella se esperaba. No lo soy para nadie. Ni para mi padre —rio con amargura y se volvió a girar. De nuevo, comenzó a buscar de manera frenética en los anaqueles.

Tomó dos tazas de porcelana amarillenta, no eran muy finas, y las puso sobre la mesa de la cocina, con un mantel a cuadros y un florero del cristal en medio.

Pero tú me puedes ayudar, ¿cierto? —Pareció que se estaba sosteniendo de ella, aunque no dejaba de ser una desconocida. La miró fugazmente a los ojos, para luego desviar la mirada e ir en busca de la azucarera, dos cucharitas y servilletas de tela. Las puso junto a las tazas vacías.

¿Tú qué piensas, Pauline? —Y fue muy circunspecto en su pregunta, algo poco usual en él. Además, estuvo seguro, no muchos solicitaban la opinión de alguien que no era visto más que como un sirviente, alguien que debía estar ahí para atender, no para opinar.
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Mensaje por Pauline Foster Dom Sep 10, 2017 2:05 am

Extraño. Así definiría Pauline al señor Hooper si tuviese que reducir a una palabra, a un calificativo, todo lo que había visto y oído de él durante ese día.

“A Finn”, se corrigió mentalmente, aunque sabía que le costaría llamarlo así por mucho que él se lo hubiera pedido.

-La señorita Bloom se disgustaría si me oyera llamarlo Finn –le dijo y lo miró a los ojos. Le gustó como sonó el nombre de él en sus labios y se dijo que era mil veces mejor que llamarlo por su apellido, pero no quería problemas-. Pero lo intentaré –le prometió, no sólo porque quería hacerlo sino porque le pareció que a él le disgustaba ser llamado señor.

Lo siguió y la palabra extraño se afianzó dentro suyo para describirlo. Manejaba él mismo su cocina, él mismo le serviría la taza de té. Por primera vez, Pauline cayó en la cuenta de que estaban realmente solos… había sospechado en la tarde que él no tenía empleada alguna, pero había elegido pensar que le había dado el día libre a la servidumbre aunque, ¿qué hombre que está por recibir a su prometida en casa por primera vez le daría el día libre a los empleados? ¡Ninguno! Eso sólo podía significar algo: Finn Hooper vivía completamente solo, y si así lo hacía probable era que no fuese quién decía ser…

Pauline se estremeció ante las propias conjeturas. Volvió a las palabras que el gusano de su maestro siempre le decía: eres demasiado fantasiosa, querida. Imaginas más de lo que te conviene. Y probable era que el hombre tuviese razón… Sin embargo, ella quería borrarse las dudas. Le debía lealtad a la señorita Bloom, pese a que el señor… pese a que Finn le gustaba y no aparentaba ser un mal hombre.

Logró ponerla nerviosa solo con disponer de la mesa, parecía completamente resuelto, como si toda su vida hubiera sido un sirviente. Pauline se decía que ella debía actuar, debía pedirle que le permitiese servirle, que se sentara, que ella lo prepararía todo pues era lo que correspondía. Ella era una dama de compañía, pero había servido toda su vida a la familia Bloom, desde niña, y lo haría hasta su muerte. Seguramente los hijos que él tuviese con Larissa fuesen cuidados por ella… ¿Qué le ocurría a ese hombre? Pero Pauline no pudo decirle nada, la voz no le salió para ofrecerse, solo pudo mirarlo asombrada.


-A ella le gustan las grandes demostraciones –le dijo luego de unos segundos de tenso silencio. Volvían a hablar de Larissa y de su fecha de cumpleaños que se aproximaba-, le gusta ser el centro, que hagan cosas importantes para demostrarle lo valiosa que es. -Hablaba sin prestar atención a lo que decía, algo más importante corría por su mente en esos momentos. ¿Debía enfrentarlo? ¿Con qué pruebas? ¿Qué derecho tenía?

“Debo cuidarla”, esa certeza era la que la movía. Se lo había prometido al señor Bloom, le había dicho que cuidaría de su hija.
Se debatía todavía sin saber qué decisión tomar cuando él le dio el pie perfecto pidiéndole opinión. Y ya no pudo soportarlo más:


-Yo pienso que… Que debería ser sincero con su prometida, señor… Finn. –Sí, pese a que su voz era insegura, Pauline lo había llamado Finn porque él tenía un nombre hermoso-. ¿Sus empleados tienen día libre? ¿O usted vive solo? ¿Es aquí donde viviremos cuando se lleve a cabo el enlace matrimonial? Claro que puedo ayudarle, quiero hacerlo –le aclaró con una sonrisa por completo ficticia-, pero es preciso saber la verdad. Pues esto no es lo que su madre le ha prometido a los padres de la señorita Bloom en sus misivas.

Quería decirle que eso –la casa pequeña, los muebles, y hasta el juego de tazas de té- le parecía mucho, era mucho para ella, una simple dama de compañía. Quería decirle que esa era una casa digna y que se notaba que él se sentía cómodo en ese lugar pues todo hablaba de la personalidad que le había impreso a su hogar… Quería asegurarle que no buscaba ofenderlo, que no debía avergonzarse por nada. Sin embargo no dijo más, había hablado demasiado y tal vez él pensase que lo estaba acusando. No le gustaba entrometerse así y sabía que podía juzgarse como una imprudencia, pero no tenía más opción. Su prioridad allí era cuidar de Larissa.
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Mensaje por Finn Hooper Lun Oct 30, 2017 10:02 pm


Desde luego, ahora no sólo se trataba de lo que él quisiera (que no quería mucho de la vida, en todo caso), sino de lo que Larissa necesitara y deseara también, y siendo veleidosa como ya había visto que era, eso era un problema. Fue a dejarlo así, sabía lo difícil que era cambiar cosas tan aprendidas, como el respeto con el que Pauline debía dirigirse a sus amos, una palabra que odiaba. Pero no pudo. Debió callarse, ¿por qué no se calló? Jamás tenía algo que decir, y ahora, no pudo cerrar la maldita boca.

Entonces llámame Finn cuando ella no esté presente —dijo con voz suave, un susurro temeroso. No la miró. Fue una frase inocente, no obstante, alguien mal pensado podía retorcerla a su antojo y usarla en su contra: ¿es que acaso pretendía seguir viéndose a solas con Pauline?

Escuchó con atención, y no le gustó nada lo que la chica le dijo. Él apreciaba los detalles, esas cosas que iban más allá del valor monetario. No le interesaba que el mundo supiera nada, sólo que aquella persona a la que dirigía su regalo, entendiera que había sido algo nacido no sólo del corazón, sino de haberse comprometido con algo, de haber escuchado. Es decir, por ejemplo, a su amiga Casstronaut le regalaría una primera edición de algún libro de Medicina. Sabía que ella apreciaría más eso que un gran gesto rimbombante. De inmediato se sintió azorado, y fue a decir algo, pero la tetera comenzó a silbar, anunciando que el agua estaba lista. Tardó más de lo que era prudente en reaccionar, y cuando lo hizo, dio un bote, como si hubiera estado dormido y el sonido lo despertara.

Se giró para ir a por la tetera. Tomó un trapo húmedo para poder agarrarla, y cuando la tuvo en las manos, Pauline continuó hablando. Se sintió aterrado ante las preguntas, y fue incapaz de encararla. Tragó saliva y se giró de a poco, con el agua caliente. Ante la última aseveración, no pudo más, y soltó el trasto, haciendo un escándalo y un reguero. Se hizo para atrás, para que el agua no le quemara las piernas, pero su mano diestra no tuvo la misma suerte.

Rayos —musitó. Finn no era de los que maldijeran con blasfemias.

Miró a Pauline como si quisiera ser indultado de un delito que no había cometido.

Yo… —comenzó. La mano le ardía, pero no hizo caso y fue a por un trapeador, que estaba recargado en una de las paredes de la cocina. Comenzó a limpiar, sin mirarla—. Yo… yo no puedo decirte la verdad, por mi madre, pero… pero una vez que me case con Larissa, y regresemos a Inglaterra, todo será como mi Vanessa Hooper lo prometió. Soy su hijo, y de Francis Hooper, no creas que soy un impostor. —Decir eso, que se casaría y regresaría le sonó aciago, la saliva misma supo amarga. Decir que no era un impostor, también, le supo mal, porque deseó serlo. No se dio cuenta, pero al decir todo eso, dejó de mover la fregona. Reanudó su labor.

Vivo solo, porque así lo quise. —Recargó el trapeador en la mesa y se agachó para recoger la tetera de metal—. Pauline… —La miró desde su posición, hincado, inerme ante esta realidad que le llegaba de pronto—. Entiendo porqué quieres saber. Larissa es la persona que te enseñaron a cuidar. Pero créeme, no la haré daño. —Se puso de pie, con la tetera en las manos y la expresión extraviada. La miró, eso sí, la miró con una tristeza que te desgarraba el alma.

¿Puedo contarte un secreto? Pero prométeme que no se lo dirás a nadie —pidió. La mano derecha, enrojecida dolía y ardía como los mil demonios.
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Mensaje por Pauline Foster Dom Nov 19, 2017 10:43 pm

La idea de tener secretos con Larissa no le gustaba, pero tampoco podría decir que no le ocultaba cosas, pues sí lo hacía, por lo que a Pauline le pareció bien lo que el señor Hooper le proponía, procuraría llamarlo Finn –como si los uniese la confianza- cuando estuviesen a solas. Claro que no tenía por seguro que eso fuese a ocurrir con frecuencia.

-¡Oh! –Exclamó cuando a Hooper se le resbaló la tetera de las manos. -¿Está bien, Finn? –le preguntó y se acercó a él con deseos de ser de ayuda-. Déjeme a mí –intentó, pero al ver que él se afanaba en limpiarlo todo, Pauline resolvió que lo más productivo que podía hacer era poner una nueva tetera en el fuego mientras él trabajaba.

Qué resuelto parecía, como si acostumbrase a hacer aquello. Suponía que no se le caían a diario las teteras, pero parecía tener experiencia fregando. Pauline no tardó nada en tomar una nueva, tal vez algo más pequeña que la que había caído, llenarla y colocarla al fuego. Tomarían té después de todo.


-Ah, ¿el plan que tienen es volver a Inglaterra? –sonó desilusionada, pues lo estaba, donde Larissa fuese debería ir ella, así era la vida de una dama de compañía-. Discúlpeme si sueno entrometida, es que no lo sabía. Claro que la señorita Bloom no tendría por qué informarme de esas cosas –se dijo a sí misma, pero en voz alta.

Había demasiado dolor en su tierra, muchas cosas que quería dejar atrás. La ilusión de su vida era poder cambiar de país, conocer gente nueva en aquella ciudad, tratar de olvidar… Pero no había olvido posible si volvía a Inglaterra, lo sabía bien y por eso la revelación de su futuro amo la amargó.


-¿Impostor? No quise decir eso, me disculpo si soné como una grosera. ¡Oh, qué vergüenza! Es solo que… yo debo cuidar de ella, señor Hopper. Finn –se corrigió rápidamente-. Debo cuidar de Larissa, Finn. Haría lo mismo por usted si trabajase para su familia.

Era una situación de lo más extraña. Él, el señor, acuclillado limpiando. Ella, la empleada de su prometida, apoyada contra la fría mesada. Ambos observándose. No supo porqué, tampoco si era correcto, pero Pauline le creyó. Algo en sus ojos evidenciaba que estaba frente a un hombre sincero, ella supo que no tenía intención de dañar a Larissa.

-Cuénteme lo que quiera –le dijo y tomó de sus manos la tetera dejándola a un lado. Ya no quemaba, aunque sí estaba muy caliente-. Le prometo que no le diré a nadie nada, pero a cambio le pediré algo: déjeme ver cómo tiene esa mano.

No esperó a que se la tendiese, era obvio que él se negaría a cualquier ayuda –supuso que más por vergüenza que por deseos de aparentar autosuficiencia-, así que Pauline tomó su mano y observó su palma enrojecida. De seguro no tardarían en salirle ampollas.

-Durante todo lo que dure su relato mantendremos esa mano sumergida en agua fresca, Finn. –Le gustó darse cuenta que ya no le costaba nada llamarlo por su nombre.
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Mensaje por Finn Hooper Lun Ene 29, 2018 4:02 pm


Por largo rato se mantuvo limpiando, aún cuando ya había acabado, era el pretexto perfecto para no tener que lidiar con la chica, ni con nada. Así era Finn, se sumergía en otras labores para no tener que enfrentarse a ese mundo que no comprendía, y no lo comprendía a él de regreso. Por eso, a pesar de todo, siempre parecía metido en algo, en un libro, en una labor obsesiva, en lo que fuera, que lo distrajera de la realidad.

Pero tarde o temprano tendría que hablar de nuevo, ¿no? Cuando estuvo de nuevo de pie, y la chica le quitó el trasto caliente de las manos, supo que no podía prolongar más el silencio, aún cuando él lograba decir mucho en esos periodos en los que las palabras no brotaban de su boca. No muchos lograban comprenderlo, y con el tiempo entendió que era él el extraño, que debía empujarse un poco para poder entablar una conversación más o menos fluida. Suspiró.

No lo sé, Pauline. Eso supuse, no sé lo que quiere Larissa, la acabo de ver por primera vez después de muchos años, es una desconocida para mí. Yo quisiera quedarme… —Desvió la mirada a un punto en el suelo—. Inglaterra no es un sitio del que tenga buenos recuerdos, y a excepción de mi madre, no hay nada que me obligue a regresar. Sin embargo, creo que ya le causé muchos disgustos a mi prometida, y si ella quiere regresar, así lo haremos. —Era uno más de esos tontos e inútiles sacrificios que Finn estaba acostumbrado a hacer.

No dijo nada más, se dejó hacer y sólo aceptó con un asentimiento de cabeza, y eso porque en realidada le ardía la mano. Sintió alivio cuando Pauline la sumergió en el agua fresca, y miró las ondas que su intromisión provocaron en el cuenco donde ahora la chica lo sanaba.

Entiendo tu labor, aunque no la apruebo —dijo muy quedo—, no apruebo que haya familias enteras al servicio de otras, es casi como si aquellas con poder le quitaran la autonomía a las que no lo tienen. —Contuvo un quejido de dolor.

Como sea, lo que quiero decirte es… la razón por la que estoy aquí, en París, solo y viviendo así como me ves. La verdad es la siguiente… —Hizo acopio de fuerza y valor—. Huí de casa porque descubrí cosas terribles sobre mi familia. Quise desaparecer de la faz de la tierra, pero supe que era imposible, y llegué aquí. Trabajo en la biblioteca, esto que ves es lo que yo he comprado con mi esfuerzo. Cuando dejé Londres, te confieso, en lo último que pensé fue en Larissa, la verdad nunca creí que fueran a encontrarme, yo... —Pausó y levantó la vista para ver a la chica, sus rasgos hermosos y endurecidos por el trabajo—. Yo esperaba que la familia Bloom encontrara un mejor candidato para Larissa, temo causarle dolor, temo lastimarla, ¿me entiendes? —sonó desolador, y es que en verdad lo acongojaba. Era lo que menos necesitaba.

Había encontrado cierta paz, cierta calma en la rutina que había conseguido en la capital francesa, aun con los vaivenes que había sufrido. Pero esto lo cambiaba todo, y se conocía, lo sabía, iba a echarlo a perder como siempre conseguía hacer con las cosas. Chasqueó, pero de dolor en su mano, más que de otra cosa.

Pauline —le dijo con voz confidente y pequeña—, hay una pomada de caléndula en el pequeño librero de la estancia, creo que esa me puede servir para este desastre. ¿Me ayudas? —El tono fue amable, jamás una orden. Fue una petición cercana, como de un amigo a otro, no de un amo a un sirviente, y esa era la diferencia radical de Finn con el resto de la gente de alta sociedad. Él no pertenecía a ese mundo, y Dios sabía que había hecho todo lo posible por alejarse, sin embargo, parecía que huía de una bestia insaciable, que tarde o temprano lo encontró, sólo para devorarlo.
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Mensaje por Pauline Foster Sáb Mar 17, 2018 10:10 pm

Trabajaba en la biblioteca y al parecer no tenía más que lo que estaba a la vista. Pauline lo admiraba por eso, pero a la vez estaba escandalizada porque sabía que a Larissa le causaría un dolor hondo enterarse. No porque él tuviese más o menos de lo que ella pensaba –o tal vez sí-, sino también porque nada era lo que había imaginado que sería. Oh, Pauline ya podía oírla gritar sus penas.

Finn estaba destrozando la imagen que Pauline ya se había formado de él en esos escasos momentos que habían compartido. Si le había parecido que era callado y meditabundo, ahora le demostraba que podía hablar y mucho, y que el cuidar su libertad era para él mucho más importante que cualquier otra cosa, incluso más que el compromiso ya adquirido con su prometida. Hablaba de Larissa como si fuese más una imposición que su decisión, como si se tratase de un deber y no de un anhelo genuino. Pauline, que en un primer instante se había propuesto contribuir desde su posición de dama de servicio para que aquel par de prometidos se enamorase, ahora no tenía claro que eso fuese lo mejor para la señorita Bloom. Lo oía hablar, relatarle un poco de lo que había vivido años atrás, y Pauline se conmovía, lo entendía, pero debía recordarse de continuo que su lealtad era para Larissa, que debía protegerla.

Y, como no sabía cómo hacer frente a todas esas confesiones –que por momentos le parecieron apasionadas-, Pauline decidió que lo mejor que podía hacer era callar. Callar y oír con atención, meditando sobre qué podía contarle de todo aquello a Larissa, qué entendería y qué cosas le dolerían. Nada, creía que lo mejor era no decirle nada. Mientras en eso estaba, obligaba con su mano a que la mano de Finn no se retirase del agua fresca.


-Lo entiendo –respondió al fin, porque él le pedía interacción-, ella es una muchacha tan simpática que a cualquiera le dolería lastimarla. Pero tal vez la lastimes igualmente con tu indiferencia, Larissa en verdad está ilusionada con este enlace. Y ella irá a donde quieras ir, si prefieres París para vivir ella aquí se quedará, fue enseñada desde niña así… su deber es hacer lo que su esposo quiera.

No sabía cómo explicarle que la muchacha no hacía más que hablar de él, que fantasear con el maravilloso futuro que les esperaba. No podía ahora decir que no tenía interés en ella, no era moralmente correcto… ¿Qué haría la muchacha con todas sus ilusiones? ¡Si hasta había pensado nombres para sus futuros hijos! Una vez más Pauline calló y se dirigió a buscar la caléndula que le refrescaría la quemadura al hombre. Mientras entraba en la otra habitación, meditaba en que había una respuesta que necesitaba, pero no era sencillo conseguirla. ¿Quién era ella para preguntar? ¿Por qué él le daría explicaciones de ese tipo? Afortunadamente encontró pronto lo que había ido a buscar y en cuestión de un minuto volvió junto a él con la decisión de inquirir lo que suponía que era importante de verdad para el futuro de Larissa.

-Tal vez me juzgues como una entrometida y por supuesto que no debes responderme… pero yo debo preguntar, ¿qué es eso tan terrible que descubriste sobre tu familia? ¿Qué fue tan grave como para llevarte a huir? Dame la mano, por favor –le pidió y sopló suavemente sobre ella para secar la humedad, si lo hacía pasando una tela sobre la quemadura a él le dolería. Medió dos dedos en la pomada y con ellos mismos acarició la mano de Finn dejando la caléndula refrescante allí donde ellos tocaban-. No debes ponerle ningún vendaje, es mejor que la herida tenga aire. Y sobre lo que te pregunté… es por Larissa, por ella y por su familia, si algo está mal con los Hooper los Bloom deberían saberlo antes de que la idea de la boda siga su curso.
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Mensaje por Finn Hooper Mar Mayo 15, 2018 9:53 pm


En cuanto Pauline lo dejó solo, tomó asiento en una silla vieja en torno a la mesa cuadrada de la cocina. Recargó un codo en la superficie y se cubrió el rostro con la mano herida. Todo estaba mal, todo estaba mal, se repitió hasta que las palabras perdieron sentido.

Aparte de todo, para más inri de sus males, le partía el corazón la devoción de Pauline respecto a Larissa, era… era… era increíble cómo la gente como su familia condicionaba a la menos afortunada para serles tan fieles, para poner antes a esos que los empleaban que a ellos mismos. Le enojaba, le enfurecía esa situación. Descubrió su rostro cuando la chica estuvo de vuelta.

Se dejó hacer, observando casi hipnotizado ese punto donde ella ahora masajeaba con sus dedos cubiertos de pomada. Cuando sopló y ahora que hacía eso, sintió que los cabellos de la nuca se le erizaban, aunque sólo pudo tragar grueso y morderse la lengua para no decir nada, aunque a decir verdad, no sabía qué decir.

Jamás podría juzgarte de nada. Aprenderás que yo no juzgo a nadie —le dijo, aún con la vista gacha—. Lo haces por ella, de todos modos, entiendo tu labor, ya te lo dije —continuó y sonó duro como pocas veces. Estaba molesto con la situación de Pauline, no con ella propiamente. Quiso agregar algo más, pero ya no pudo, la pregunta llegó inesperada y en un acto reflejo, quitó la mano y se alejó para darle la espalda.

Ese es el problema, nada está mal con los Hooper, lo que hacen está bien visto y los Bloom están más que enterados —dijo, sin pronunciar las palabras que ella le pedía. No podía, no frente a una joven que era precisamente de la servidumbre. Cerró los ojos muy fuerte, como si le doliera el alma y es que, en verdad le dolía. Negó con la cabeza.

Por eso no debes preocuparte. Incluso me temo que Larissa lo sabe, y si no lo sabe, se enterará y no va a importarle. No creo que sea mala persona, es sólo que…, sólo que… —Trastabilló con sus propias palabras y alzó el rostro para ver las trabes del techo descuidado de madera. Al menos tenía un techo sobre su cabeza, mismo que había conseguido por sí solo.

Es sólo que así son las cosas. —Se giró y clavó los ojos azules en Pauline. Brillaban por las lágrimas que se empeñaba en no derramar—. Así es este mundo injusto en el que vivimos. Pude tenerlo todo, no sé si has ido a casa de mis padres alguna vez, es cinco veces más grande que la de los Bloom. Los Hooper son respetados, queridos incluso, todo eso pudo ser mío pero no lo quise porque está manchado… —Se limpió la nariz y los ojos con el puño del suéter descosido.

Todo eso, todo lo que Francis Hooper tiene es porque… porque… —Debía decirlo, a nadie se lo había dicho jamás a pesar de que en su natal Inglaterra era algo bien sabido, como ya había mencionado—. Mi familia se dedica a mercar con la vida. Mi padre manda barcos vacíos a África y regresan repletos de esclavos. Los mejores esclavos, dicen, si es que algo así existe. Los vende caros, pero son personas. Yo… yo no pude con eso —habló en un hálito, lívido de los recuerdos de la noche en que huyó. Luego, se llevó ambas muñecas a las sienes, como si ya no quisiera nada de este mundo, ni de nadie. Y al fin lloró.


Última edición por Finn Hooper el Dom Jul 22, 2018 10:14 pm, editado 1 vez
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Mensaje por Pauline Foster Vie Mayo 18, 2018 11:03 pm

¿Aprendería en verdad a entender a ese hombre? Él lo afirmaba, pero Pauline no lo creía porque para eso sería necesario que pasase tiempo junto a él y no sería posible, su lugar era junto a Larissa y le convenía no olvidarlo, no desear volver a ver a Finn Hooper ni tomarle cariño en absoluto. No podía olvidar quién era y cuál era su lugar. Aquella escena que vivía, junto al futuro esposo de Larissa, podía resultar encantadora, pero era pasajera, no duraría para siempre, la magia de la repentina confianza con el joven Hooper se esfumaría y todo volvería a la normalidad; incluso debería ser ella misma quien anunciase en ese momento que debía volver al hotel y terminar así con esa ilusión en la que ella parecía una vieja amiga de ese hombre al que acababa de conocer.

Ah, pero no podía ahora que él parecía poco a poco querer confiarle el secreto familiar. Pauline no había mentido, indagaba en favor de Larissa, pero tampoco había sido sincera porque serlo implicaba reconocer que ella moría de curiosidad, no solo por el secreto de los Hooper, sino también por ese hombre tan extraño que tenía frente a ella.


-Ella no es mala persona –reafirmó lo que él mismo había dicho-, tan solo es lo que le enseñaron que debía ser. ¿No es lo mismo que nos ocurre a todos? A mí también me han enseñado, aleccionado, para ser una buena dama de compañía… de hecho tendría que volver junto a Larissa –lo último lo susurró, porque no deseaba irse, no todavía.

Nada la había preparado para lo que a continuación ocurrió. A la confesión del hombre –que estaba en lo cierto al decir que el negocio de los Hooper era legal y aceptado- se le sumó la angustia en su mirada. Mientras hablaba, su cuerpo luchaba para mantener las lágrimas a raya, para impedirles desbordar pero no iba a durar mucho tiempo, Finn rompería en llanto allí, frente a ella que no sabría qué hacer. Y ocurrió, él se alejó de Pauline para poder llorar y ella, acostumbrada a contener y cuidar de Larissa, corrió hacia él para hacer lo mismo que hubiera hecho con la muchacha: se le acercó y lo abrazó sin pensar en si eso era correcto o no. Podía ser que estuviese mal si lo hacía Larissa, ¿pero una dama de compañía qué más daba?


-No llore, señor Hooper. Yo lo entiendo… Oh, lo siento, yo te entiendo Finn, de verdad que sí. Es una gran dilema moral que he tenido conmigo misma durante los últimos años –se separó de él y reprimió el deseo de barrer con sus dedos las lágrimas de su rostro, no debía hacerlo así que se alejó solo dos pasos para darle espacio-. Mi abuelo fue esclavo, lo habrás notado en mi color de piel y en mis labios… bueno, no creo en verdad que te hayas fijado en mis labios –pensó en voz alta, nerviosa-. Durante mucho tiempo pensé en lo terrible que había sido para él dejar su tierra, su hogar y sus costumbres, sus amores… Pero he llegado a la conclusión de que si él no hubiese sido traído a las Europas yo no estaría aquí hoy, tampoco mi madre. Y pienso que algunas veces las cosas suceden porque así deben ser. ¿Es un pensamiento conformista? Yo creo que sí, pero no puedo hacer nada para impedir que alguien obligue a mi abuelo a venir a este lado del mundo, porque el tiempo no vuelve hacia atrás. Solo puedo intentar entender lo que pasó y aceptarlo… Claro que en caso de tu familia no debes remontarte solo al pasado, como en la mía, sino que hay un futuro de negreros.

No tendría que haber dicho la última frase, lo sabía. Pauline se pellizcó los dedos para obligarse a callar ya, de una vez. Volvía a ver que lo mejor que podía hacer era irse, pero no le parecía correcto dejarlo solo en ese estado.
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Mensaje por Finn Hooper Dom Jul 22, 2018 10:53 pm


Se alcanzó a golpear una vez a cada lado de la cabeza con el talón de las manos, como si quisiera alejar todo lo negativo que conllevaba el apellido Hooper en ese acto, pero no pudo continuar, sintió los brazos de pauline rodearlo y de no estar tan alterado, la hubiera alejado, no era secreto para nadie que Finn no lidiaba bien con la cercanía de otras personas, sin embargo, en ese momento, era justo lo que necesitaba y escondió el rostro en la curvatura del cuello ajeno a la vez que agarraba la ropa de la chica con los puños, y ahí lloró hasta que fue la propia joven quien se separó.

Una vez más, de no estar tan alterado como estaba, se habría sonrojado, por el llanto y por el abrazo, pero esta vez sólo pudo limpiarse las lágrimas con torpeza, utilizando el borde inferior del suéter como pañuelo improvisado. Sorbió una o dos veces más y sentía que las condenadas lágrimas no ibas a detenerse nunca, aunque al menos, de momento, eran más silenciosas, constantes, pero lo dejaban ver y pensar. Tragó saliva y escuchó, y no supo si las palabras eran un consuelo o un castigo más, uno nuevo sumado a los muchos de los que ya era víctima.

Lo lamento, Pauline —dijo, pero era difícil adivinar a qué se refería, ¿a su desdichada historia familiar? ¿A su lamentable comportamiento? ¿A ese condicionamiento que incluso ella veía? ¿A todo?—. Lo lamento. —Bajó el rostro, se le notó abatido y como si todo discurso coherente lo hubiera abandonado, no era como si Finn fuese el más locuaz, de todos modos.

Tienes razón, debes regresar a lado de Larissa, ¿ya tienes los guantes contigo? —Eso era por lo que la joven había ido en primer lugar y sería muy tonto que los olvidara de nuevo sólo porque a él se le había ocurrido tener esa lamentable crisis—. Estaré bien, gracias por… pues todo todo, Pauline, espero que entiendas que esto debe quedarse entre nosotros dos —pidió, casi suplicó, aunque no estuvo seguro que aquella solicitud fuera a ser acatada. La joven tenía un deber para con los Bloom, para con Larissa, sobre todo.

Respiró un par de veces, se el rostro con las manos y acompañó a su visitante hasta la puerta. Se despidió de ella aún con ojos vidriosos e hinchados, aún con la respiración agitada, y sin poder verla a la cara, ¿qué expresión tendría? ¿De lástima o de asco? En ese instante creyó que no era merecedor de nada más.

Cerró tras de sí y se recargó en la puerta, para luego deslizarse hacia abajo, hasta quedar sentado en el suelo y llorar, llorar de nuevo, ya ni sabía por qué lloraba. Era patético.

TEMA FINALIZADO.
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