Noches cálidas en la ciudad del pecado

por Invitado Mar Mayo 30, 2017 10:32 am

Los negocios me llevaron de regreso a París y, a diferencia de la última vez, no encuentro el mismo aire perturbador en el ambiente. Desde la desaparición de aquel sujeto todo volvió a la calma y, hasta el rastro de una cazadora peculiar, se perdió desde hace ya muchas noches. Al principio me pregunté cuál habría sido su destino, pero con el paso de los meses agradecí que todo regresara a la tranquilidad que me gustaba disfrutar en cada viaje a esa ciudad. Nuevamente, mi fiel servicio me acompañó y esta vez decidí rentar una mansión que estuviera en el centro de la ciudad por mayor comodidad. Todas las reuniones que tenía en las siguientes noches tendrían lugar allí y, los comerciantes de bienes de lujo, no gustaban de perder su tiempo recorriendo más trechos hasta mansiones que estuvieran fuera de la ciudad.

Las amistades que tenían morada en la ciudad no tardaron en presentarse. Una de ellas, una vieja amiga, volvió para ponerse al día desde la última vez que nos vimos. Su interés en las noticias era tal que solo la recibía por todo lo que tenía que contarme. La mayoría de las veces eran cosas efímeras y superficiales, cosas de sociedad que poco me interesaban, pero la última vez me había contactado indirectamente con una renombrada perfumista. Oportunidades como aquellas a veces se daban y por eso en ocasiones era necesario aceptar visitas e invitaciones. De hecho, mi visita terminó la conversación de aquella noche extendiéndome una invitación a una reunión en su residencia. La mujer tenía un apartamento, también en el centro de la ciudad, en la que ocasionalmente realizaba todo tipo de fiestas de acuerdo a los gustos de sus invitados.

En su momento acepté la invitación, pero llegado el día dude en ir hacia un lugar donde sabía que tendría que actuar de la forma más educada posible con algunos de los invitados. —La última vez que lo invitaron tuvo las mismas dudas— dijo la única empleada en la casa a la que le dejaba hablarme directamente en ese tono. La miré de reojo porque sabía a qué se refería. —Manda a preparar todo— respondí rendido a que siguiéramos con esa corta conversación. La mujer, al parecer, ya lo había hecho y el transporte no tardó en llegar hasta la puerta. Eran las diez de la noche y, a diferencia de lo que se veía en Londres, el cielo estaba despejado y la vida nocturna llenaba las calles de París.

Llegué a la residencia de la vampireza cuando la fiesta había dado inicio. La temática de la noche era el dandismo y por eso las paredes del lugar emanaban un nivel de refinamiento de tan alto grado que no me arrepentí de haber asistido. La anfitriona me recibió de inmediato y me presentó ante unos empresarios españoles que discutían sobre las nuevas tecnologías en las industrias textiles. Un tema interesante en el que me mantuve al menos una hora entre opiniones divididas. Fue el entumecimiento que provocaban las bebidas en los mortales que hizo más lenta la conversación. Entonces, como una sorpresa para el público asistente, en su gran mayoría hombres, llegaron en grupos pequeños algunas mujeres bastante atractivas. Uno no tenía que ser un adivino para saber que se trataba de cortesanas.