Diálogo en la Penumbra +Privado+

por **Louis De Pointe Du Lac** Mar Mayo 30, 2017 8:33 pm

El fuego estaba encendido en la chimenea, igual que la primera noche que pasé en esta casa, pero ahora no deseaba que me reconfortara con su calor, ni con el repiqueteo de la madera que tronaba al ser lamida por las llamas. Me encontraba frío de ira pero pensando con claridad. Era terrible. Lo único que deseaba era poder explotar como antaño pero no conseguía que sucediera, sólo estaba aquella calma ardiente y la ira resonando en todos mis músculos. Cuando ingresé al cuarto este se encontraba vacío, y más allá del ruido producido por la chimenea y mis pasos, nada parecía moverse en la mansión. No tenía oídos para los pasos sigilosos de otro vampiro.

Empujé la puerta con los dedos y la escuché estrellarse contra la segunda, encajando rápidamente en su sitio. Infantilmente, me recorrió una sensación de satisfacción al comprobar que había arañado la inmaculada chapa de oro que parecía contenerse en todos los lugares, incluyendo las benditas chapas en las puertas. Me alejé de la entrada y recorrí la habitación que siempre había visto tranquilamente a la distancia. El escritorio Luis XV permanecía inmaculado, ocupado con diversos papeles, algunos acomodados, otros no. Las marcas de huellas habían sido borradas por algún sirviente. A los lados y detrás del escritorio, los estantes contenían libros encuadernados en piel, antiguos. Uno que otro me pertenecía, pero lucían mejor aquí que enterrados en mi falso arcón.

Rodeé el escritorio por la pared más alejada de la entrada y me detuve junto a la chimenea, mirando las llamas. En un curso lento, pero hilado de pensamientos, acabé reviviendo la noche en la que nos encontramos los tres; la segunda noche en la que me topé de nuevo con Nicolas. Fresco en mi memoria estaban las palabras y las preguntas que yo quería hacer, que quise hacer desde ese primer encuentro pero no pude. Ahora deseaba hacerlo, necesitaba hacerlo; la idea ardía en mi garganta, parecido al grito que la criatura del pantano casi me provocó pero no exteriorice. No había tenido el valor de contarle a Lestat sobre lo que me había sucedido, pero sentía curiosidad de saber si él conocía algo sobre esas criaturas, aunque aquello ahora estaba en un interés menor en este momento.

Fastidiado con la iluminación del fuego, lentamente le di la espalda y continué con mi paseo, caminando hasta la sala donde nos reunimos y cambiamos las primeras palabras. Los sillones eran esplendidos, de madera oscura, labrada en su totalidad y tapizados con diseños estilizados y cargados. Un ligero baño de oro los adornaba con sutileza. Caminé en paralelo al sofá de dos piezas, y al llegar al extremo más alejado de la lumbre, me senté. Crucé la pierna, acomodando la pantorrilla derecha sobre mi rodilla izquierda y descansé mi brazo en el reposabrazos. Me sentía impaciente y nervioso, y un pequeño dolor punzante en mi cabeza marcaba el ritmo de los latidos crípticos de mi corazón.

Lestat me tenía confundido; al tiempo que parecía angustiado por su presencia, no me había permitido exacerbarme en su contra. Sus palabras habían diezmado mi cortesía y no me había detenido a pensar, como en esa primera noche, en el tipo de relación que ellos pudieron haber tenido antes de conocerme. Más allá de ello, y por muchas preguntas que yo tuviera, si le parecía que yo no debía enterarme de algo, no me lo diría; era seguro que acabaría discutiendo con él, Lestat no tenía por qué responderme si no lo deseaba, por mucho que aquel vampiro hubiera dicho durante nuestro encuentro. Yo no esperaba que simplemente cediera; pero tampoco estaba dispuesto a dejar pasar la situación.

por **Lestat De Lioncourt** Lun Jul 10, 2017 10:46 pm

Los sueños pueden ser tan reales como los acontecimientos mismos, o al menos eso me pareció después. No obstante, yo seguía siendo el mismo hombre de la razón. Un vampiro bisoño y elegante, tan afecto a la clásica capa negra y los encajes de bruselas, aquel caballero de bastón y guantes blancos que danzaba bajo el farol de gas. Aunque en la última década estuviera un poco cambiado. Padezco por los inmortales a quienes ame, principalmente Louis. Para nosotros todo ha cambiado y, sin embargo, aún no ha cambiado nada.

Durante cuatro horas camine por las ciudad. Mi mente estaba revuelta y los malévolos fantasmas del pasado me exponen a la tragedia y el desastre. Los comienzos son difíciles, pero siempre consigo lo que quiero. Louis vuelve a estar conmigo ¿No? Finalmente, con grandes zancadas marchó a casa y, sin que nada pudiera distraerme, voy directamente a la sala donde charlamos por primera vez el día que él llegó a la mansión. Me senté frente a él. No esperé un minutos más y comencé hablar. Lamentablemente, tengo que hacer las cosas a mi manera y no pude continuar así, en aquel escabroso expectación. — ¿Te encuentras bien? — Pregunto en voz baja con evidente sentimiento. Hubo una pausa de cinco minutos y vuelvo hablar — Louis, te estoy hablando. — indico, levantándome del sillón para sentarme a su lado. Sus ojos formulaban más preguntas, sus dudas son muchas, pero parecía no atreverse a formular ninguna. Mi mirada era intensa, tan intensa como la de Louis en esos momentos.

En menos de una hora la gran mansión se había convertido en una tumba. Los sirvientes mortales no volverían hasta el amanecer y los pocos que permanecen aquí duermen profundamente y jamás se aventuran a salir de sus cuartos una vez terminaban con sus quehaceres. Aguarde en silencio por unos segundos luego de oír sus respuestas y finalmente me atreví a pronunciar unas pocas palabras— La primera vez que vi a Nicolás era como una aparición vestido con su espléndida casaca de brocado en colores rosa y oro...

por **Louis De Pointe Du Lac** Miér Ago 16, 2017 12:38 pm

El tiempo se sucedió lento pero rápido, de aquella manera acostumbrada para un vampiro que no siempre puede explicarse apropiadamente; los minutos se volvieron horas y dejé que se escurrieran sin ningún tipo de interés, concentrado como me hallaba en mis pensamientos. La luna subió en el cielo nocturno y pronto se perdió de vista entre las persistentes nubes. Por un rato la miré, resistiéndose a la pavorosa nube que la opacaba a veces para después resultar victoriosa y resplandecer intensa, iluminando el patio delantero en su totalidad. Durante todo ese tiempo, me quedé en silencio, a veces de pie, a veces sentado, esperando. A veces caminaba por la estancia, mirando el complicado diseño de la fina alfombra y daba vueltas en mi cabeza a lo que quería decirle y el por qué, pero en todo ese tiempo, Lestat no apareció.

Puede que una parte de mí se hubiera arrepentido de haberse quedado allí donde sólo podía rumiar las palabras acusadoras y ver en mi mente una y otra vez aquel único ojo fiero y demente. ¿Cómo habrá perdido ese otro ojo? Durante un instante me descubrí a mí mismo de pie, observando uno de esos tantos cuadros que adornaban la mansión, y me cuestioné sobre ello como a menudo me cuestionaba de todo sin un motivo aparente tangible. De pronto, las líneas y el color del cuadro me atestaron y con el mismo impulso que me hizo situarme frente a éste, me di la vuelta y volví a sentarme en el sofá que formaba parte de aquella sala que estaba situada junto al hogar donde el fuego seguía ardiendo. Fue entonces que escuché sus pasos apresurados pero ligeramente vaporosos, pasos que se acercaban. A veces me daba la impresión de que podría flotar en cualquier momento, como si fuera etéreo, aunque era tan sólido como yo. Lo miré por el rabillo del ojo, empedernido en no voltear.

Se sentó frente a mí, cuestionándome antes que nada. Aquel enfado que se había enfriado en la espera, resurgió en una ira fría que me recordó todo lo que mi mente no había dejado de repensar desde hacía noches. Pero parecía genuinamente preocupado… ¿Cuánto tiempo llevaba yo hundido en mis pensamientos y sin decir nada? ¿Días? ¿Me habría visto de pie, contemplando a la nada, sin escucharle mientras me llamaba? Sentí una extraña congoja; me obligué a poner mi atención en él. Aquellas palabras me desubicaron y asentaron un malestar que podía sentir en la boca del estómago. Sentí el hundimiento de la tela junto a mí debido a su peso y finalmente cedí a mis deseos y lo miré. Me turbó que su cercanía me cambiara de tal manera.

—No. Francamente, no sé qué decirte. —No quería responder preguntas, deseaba hacer las mías. —Quizás debí haberte hablado sobre él desde la primera vez que me lo topé, pero no lo hice, puede que fuera por ti, pero también lo hice por mí mismo. —Nada de lo que decía parecía llevar a algo. En mi mente todo había sonado claro, sin dudas. Había decidido comenzar con cierta cuestión pero no podía expresarla; sus palabras seguían dando vueltas en mi cabeza recordándome el parecido entre ambos y lo que podría significar, pero si tenía razón y Lestat lo confirmaba, ¿Qué es lo que haría yo? ¿Marcharme de nuevo? ¿A dónde? ¿Para qué? —Lestat… ¿Quién es él?...

Me giré lentamente, lo suficiente para encararlo sin tener que estar girando el cuello a cada rato. Sin comprenderlo hasta ese momento, me di cuenta que había estado huyendo de este momento, de esta conversación, desde la primera vez que me topé con Nicolás. Sabía que no me había mentido del todo y escucharlo hablar resulto desconcertante pero también se apoderó de toda mi atención.

—¿La primera vez? ¿Cuándo fue eso, Lestat? —Pregunté apresuradamente, apenas pensando en lo que decía. Yo necesitaba saber, necesitaba comprender y moría porque Lestat cumpliera con su palabra y, se abriera a mí aunque fuera un poco.

por **Lestat De Lioncourt** Dom Nov 12, 2017 2:53 pm

Supe lo que me esperaba cuando había regresado a la mansión después de horas allá afuera recreando lo que décadas, tal vez siglos antes viví como mortal en el teatro, en las calles de París y en mi pueblo, cuando descendía por la serpenteante calle principal de este, en dirección a la posada donde bebía hasta emborracharme junto a mi amante Nicolás. Louis aguarda. Podía imaginarlo deambular por los pasillos o la estancia con la expresión fiera de su rostro y la melancolía que desbordaba en su mirada.

Me dio gusto ver que su respuesta a mi presencia y a los pasos que se aproximaban rápidamente hacía él no fue la indiferencia. Una vez que me encuentro ocupando el lugar vacío junto a él en el sofá, comencé a expresarle mi preocupación. Nada pudo distraernos. Ni siquiera el momento antes en que dejé sobre la consola, la mesa pequeña adosada a la pared, los documentos de propiedad de la mansión que me había dado el tiempo de retirar de la oficina del abogado. Hablé sin pausas. Lo miré a los ojos y sostuve con firmeza sus manos mientras él pronunciaba unas cuantas palabras y volvía a preguntar sobre Nicolás.

Observé como la expresión furibunda de su rostro desaparecía poco a poco mientras yo naturalmente le ofrecía mi mejor sonrisa, la de un noble elegante y sofisticado que sabía muy bien que en cualquier momento recibiría un bofetón o le darían una gran paliza. Louis estaba girado hacía mí. Tiene una manera curiosa de encararme, con sus gemas verdes llenas de tristeza, desconcierto y angustia. Pero además había algo fiero y ansioso en él que era inusual. — Nos conocimos cuando éramos niños. Unos niños asustados por las historias del sacerdote sobre quema de brujas y la condena eterna. —Exhalé un largo y profundo suspiro. Mi voz permaneció calmada. —Nos volvimos a ver años después. Éramos jóvenes. Yo tenía 20 o 21 años. No importa ya... ¿Verdad? — Aún no estoy listo y no me gusta la idea de relatar a Louis un hecho tan simbólico en mi vida mortal como lo sucedido con los lobos. Era una larga historia, por lo que oculte la razón de nuestro reencuentro y el por qué dejamos de vernos por tantos años. No mencioné la capa de terciopelo rojo forrada de piel ni las botas negras de gamuza forradas que me obsequiaron Nicolás y su padre.

Me quedé observando sus manos aferradas a las mías, su cuerpo parece completamente tenso. Trato de comprender a Louis con sólo contemplarlo desde fuera, pero no es fácil. Cuando hablas con él debes mirar sus ojos, ver el paisaje y, sobre todo, recorrer un largo sendero para conectar con su alma. Tantos años a su lado, y tantos otros que lo añoré me han permitido desvelar poco a poco cada uno de sus misterios. Aunque otros nuevos siempre surjan. —Si, Louis. Mi vida mortal me fue arrebatada mientras él y yo vivíamos juntos en una posada y trabajábamos en un teatro aquí en París. —Estábamos más o menos en el centro de la estancia. La terraza quedaba a la derecha y contábamos con una clara iluminación gracias a la hermosa lámpara del techo y a la decena larga de candelabros y brazos de luz instalados en las paredes forradas de madera y seda, decoradas con preciosos motivos. Todo aquello era muy normal, muy civilizado. Y la casa… La casa siempre estaba magnífica, y con todos los libros convenientemente ordenados en los estantes.

Liberé sus manos y las mías de aquel fuerte apretón. —Entonces. —Continué hablando. Me relajé en el sofá y coloqué el tobillo izquierdo sobre la rodilla derecha. —¿Quieres continuar adelante?

por **Louis De Pointe Du Lac** Sáb Mayo 12, 2018 11:35 pm

¿Qué era lo que yo pretendía? Estaba escuchando lo que deseaba pero nada parecía satisfacerme. ¿Hasta dónde pretendía llegar escuchando esa historia que antes me había sido negada pero que ahora se me invitaba a oír con apenas algo de reticencia? Me sentía incómodo, pero a gusto. Reconfortado, pero iracundo. Cuando sus manos cayeron sobre mí, tomando las mías y apretándolas, me descubrí más tenso de lo que en realidad pretendía estar, y aquella tensión e incomodidad parecieron transmitirse hasta él. Le devolví la mirada que me otorgaba y me reencontré con el brillo de sus ojos. Esta noche resplandecían lilas, como el advenimiento de una amatista que escondía la gentileza que a veces reencontraba su salida entre tanta pomposidad y apariencias guardadas.

Traté de desconectar de aquellas irritantes sensaciones que me llenaban, desplazándolas con hastío y fue entonces cuando su voz penetró en mis oídos y me invadió el cerebro. Lo contemplé allí, estático mientras hablaba y con todas las emociones de aquellos recuerdos yaciendo detrás de sus irises; protegidos de mi escrutinio. Jóvenes… todos empezamos de esa manera, con una sensación fútil pero pura de lo que la juventud es: apenas un paso en un largo trecho con tantas bifurcaciones que uno no puede predecir el final. Lestat apenas era unos años más joven que yo mismo cuando caí en las garras del Don Oscuro. Sabía que éramos contemporáneos pero los años que nos separaban parecían desvelarse ante mí finalmente y otra duda buscaba ser resuelta durante el viaje.

El hechizo al que me tenía aferrado se liberó al mismo tiempo que liberó mis manos de su agarre. Me aparté de la mirada penetrante de sus ojos y la estancia recobró color y calidez. Se volvió a escuchar el repicar de un reloj y el continuo ronroneo de sus engranes en función; la calidez del fuego regresó a envolver la estancia; el tiempo se reajustó con un golpe de realidad y continuó su transcurso con la dignidad de un amo que, siendo insultado, retomaba su compostura y d su debido castigo a la calaña que lo ha insultado. La realidad revoloteó con intensidad a nuestro alrededor, pero el repiqueteo más fuerte eran sus palabras.

Comprendí al instante el motivo de su pregunta. Como hiciera la noche que traspuse su entrada, cuando tomé la decisión de darme la oportunidad de vivir a su lado una vez más, que ahora me daba, de nuevo, la opción de escapar con elegancia del asunto. Lestat no solía mostrar consideración si de rechazar algo o negar algo que no deseaba se trataba. Prefería simplemente negarse a hablar. Era caprichoso y terco, y si no quería hacer algo no lo haría. Esa pregunta no era para él, era exclusivamente para mí. Observé su lenguaje corporal: el completo estado de relajación en el que se encontraba. La pose del monseñor dominando la situación.

—Sí. —Me escuché decir, apenas consciente de ello. Mi voz era más grave de lo normal, evidenciando el tiempo que llevaba guardando silencio. La tensión en mi cuerpo había provocado dolor en mis músculos, pero no me relajé; parecía completamente estancado, detenido. ¿Qué era lo que me tenía tan mal? ¿Las palabras de Nicolás me molestaban tanto? Ya no estaba seguro de nada. No me moví, hundido en mis pensamientos mientas esperaba ansioso por su voz. Tampoco lo miré cuando le respondí.

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