AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Ode to Sleep {Privado}
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Ode to Sleep {Privado}
Él se había marchado, ¿es que ella no lo pillaba? ¡Él se había largado de esa zona donde estaban, lejos de la casa donde casi había robado un cadáver, y aun así ella había insistido en que no habían terminado! ¿De verdad le extrañaba que Gaspard de Grailly utilizara las pocas palabras que solía decir, excepto cuando no lo hacía (lógicamente), para insultarla? Poco incluso le parecía haberla llamado fulana; Átropos se merecía cosas bastante peores, que rastrearan toda su genealogía para decirle exactamente hasta dónde estaba podrida y de dónde le venía. Pero ni siquiera eso sería satisfactorio, mucho menos cuando Gaspard sólo había querido marcharse.
¡Qué rabia, demonios, qué frustración y qué coraje estaba sintiendo el resurreccionista aquitano! No se podía creer que la estuviera oyendo acercarse a él pese a la distancia; maldita fuera la sangre de vampiro que aún tenía dentro, como un veneno que deseaba vomitar con todas sus fuerzas, y de hecho había intentado escupirla y hasta meterse los dedos en la garganta para echarla toda. Sin éxito, de lo contrario no la oiría, y como respuesta apretó el paso, pero ¡ella seguía siguiéndolo! Joder, qué rabia, qué maldita era la furcia aquella que no lo dejaba hacer lo que quería. Sus instintos asesinos estaban peligrosamente altos, sin duda debido a ella, y de haber podido la habría atacado con todas sus fuerzas...
¡Sorpresa, no pudo! Átropos fue más rápida, más fuerte, más vampiresa que él (poco sorprendente, por cierto; él sabía que era bueno y tenía fortaleza, pero no tanta como ella), y lo golpeó en la cabeza, dejándolo inconsciente. ¿Qué problema tenía con su cabeza, vamos a ver! Luego que se atreviera a ir diciéndole que lo que tenía en el cráneo metido era un caos, ¡pues claro si ella no dejaba de golpearlo y de dejarlo estúpido perdido! Bueno, lo de estúpido era pasarse un poco, claro, porque de Grailly no lo era en absoluto, pero se capta la idea, ¿no? Al paso que iba le mataría algo de su inteligencia, y eso a Gaspard no le hacía la más mínima gracia.
No es que pudiera tampoco evitarlo, porque, ¡hola!, estaba inconsciente. Lo estuvo la mayor parte del camino, pero nada más entrar en las Catacumbas se espabiló poco a poco, quizá por el aire cargado y la peste que reconocería hasta en sus sueños más tranquilos. Normal, por otro lado: cuando uno pasaba tanto tiempo como Gaspard de Grailly entre muertos, con la tensión constante de que cualquiera podía atraparlo mientras robaba una tumba y se metería en problemas, la podredumbre y el olor dulzón de la descomposición eran sinónimos de mantenerse alerta y despertar, y eso fue lo que hizo.
Sin embargo, Átropos le había dado pero bien (¡mira, más o menos como él le había dado por ahí la primera vez que se habían visto!), y claro, Gaspard no pudo despertarse tan rápido como le gustaría. Una cosa era estar medio consciente y reconocer que se encontraba en las Catacumbas, porque tampoco había que ser demasiado lumbreras para darse cuenta de eso último, y otra muy diferente era ser capaz de reaccionar a eso al momento. Ni siquiera su instinto de resurreccionista estaba tan desarrollado, para su desgracia, y no fue hasta que no se hubo adentrado bien profundo en esos túneles que empezó a ser capaz de ver algo, aparte de oír y de oler.
Una ventaja, no obstante, que tenía su oficio era que lo había convertido en un hombre casi totalmente sin miedo, y lo que a otros los habría aterrorizado (a saber: el silencio roto sólo por crujidos y chillidos, el olor a muerte, el tacto de la tierra y del agua sucia en las manos mientras suena tu cuerpo arrastrándose y sientes las piedrecitas clavársete... esas cosas), a él le daba igual. Para ser tan movido y tan anárquico, estaba sorprendente tranquilo, y ni siquiera la semiconsciencia era excusa para su comportamiento. No, lo que lo explicaba era otra cosa: Gaspard sabía que había salido de situaciones peores.
Átropos apenas lo conocía, desde luego que la mente de Gaspard fuera difícil de leer no ayudaba a ello, pero el resurreccionista se había visto metido en tantos líos por culpa de su trabajo que acabar en las Catacumbas de París con una vampiresa loquita por él (literalmente, que conste) no era lo peor a lo que se había enfrentado. Así pues, se dejó, y aprovechó para ir recuperando la consciencia; se dejó incluso encadenar a la pared, en una bella reminiscencia de lo que él había hecho con ella (qué recuerdos... entonces todo era más fácil y mejor), y arrancar la camisa, aunque ante eso sí reaccionó. Alzando una ceja y abriendo ese ojo, pero lo hizo.
– Qué gratuito, ¿no? – opinó, con la voz algo pastosa porque tenía la garganta seca, pero entre su tono de siempre y la reverberación de los túneles de las Catacumbas, sonó serio, casi como si fuera un dios de las profundidades en vez de un humano atado por una vampiresa loca en medio de una especie de plazoleta, o como se llamara. Ah, y no estaba solo, pues a su lado tenía muertos apilados como si estuvieran sentados a ¿la corte de Átropos? Demonios, hasta ese punto llegaba su locura...
¡Qué rabia, demonios, qué frustración y qué coraje estaba sintiendo el resurreccionista aquitano! No se podía creer que la estuviera oyendo acercarse a él pese a la distancia; maldita fuera la sangre de vampiro que aún tenía dentro, como un veneno que deseaba vomitar con todas sus fuerzas, y de hecho había intentado escupirla y hasta meterse los dedos en la garganta para echarla toda. Sin éxito, de lo contrario no la oiría, y como respuesta apretó el paso, pero ¡ella seguía siguiéndolo! Joder, qué rabia, qué maldita era la furcia aquella que no lo dejaba hacer lo que quería. Sus instintos asesinos estaban peligrosamente altos, sin duda debido a ella, y de haber podido la habría atacado con todas sus fuerzas...
¡Sorpresa, no pudo! Átropos fue más rápida, más fuerte, más vampiresa que él (poco sorprendente, por cierto; él sabía que era bueno y tenía fortaleza, pero no tanta como ella), y lo golpeó en la cabeza, dejándolo inconsciente. ¿Qué problema tenía con su cabeza, vamos a ver! Luego que se atreviera a ir diciéndole que lo que tenía en el cráneo metido era un caos, ¡pues claro si ella no dejaba de golpearlo y de dejarlo estúpido perdido! Bueno, lo de estúpido era pasarse un poco, claro, porque de Grailly no lo era en absoluto, pero se capta la idea, ¿no? Al paso que iba le mataría algo de su inteligencia, y eso a Gaspard no le hacía la más mínima gracia.
No es que pudiera tampoco evitarlo, porque, ¡hola!, estaba inconsciente. Lo estuvo la mayor parte del camino, pero nada más entrar en las Catacumbas se espabiló poco a poco, quizá por el aire cargado y la peste que reconocería hasta en sus sueños más tranquilos. Normal, por otro lado: cuando uno pasaba tanto tiempo como Gaspard de Grailly entre muertos, con la tensión constante de que cualquiera podía atraparlo mientras robaba una tumba y se metería en problemas, la podredumbre y el olor dulzón de la descomposición eran sinónimos de mantenerse alerta y despertar, y eso fue lo que hizo.
Sin embargo, Átropos le había dado pero bien (¡mira, más o menos como él le había dado por ahí la primera vez que se habían visto!), y claro, Gaspard no pudo despertarse tan rápido como le gustaría. Una cosa era estar medio consciente y reconocer que se encontraba en las Catacumbas, porque tampoco había que ser demasiado lumbreras para darse cuenta de eso último, y otra muy diferente era ser capaz de reaccionar a eso al momento. Ni siquiera su instinto de resurreccionista estaba tan desarrollado, para su desgracia, y no fue hasta que no se hubo adentrado bien profundo en esos túneles que empezó a ser capaz de ver algo, aparte de oír y de oler.
Una ventaja, no obstante, que tenía su oficio era que lo había convertido en un hombre casi totalmente sin miedo, y lo que a otros los habría aterrorizado (a saber: el silencio roto sólo por crujidos y chillidos, el olor a muerte, el tacto de la tierra y del agua sucia en las manos mientras suena tu cuerpo arrastrándose y sientes las piedrecitas clavársete... esas cosas), a él le daba igual. Para ser tan movido y tan anárquico, estaba sorprendente tranquilo, y ni siquiera la semiconsciencia era excusa para su comportamiento. No, lo que lo explicaba era otra cosa: Gaspard sabía que había salido de situaciones peores.
Átropos apenas lo conocía, desde luego que la mente de Gaspard fuera difícil de leer no ayudaba a ello, pero el resurreccionista se había visto metido en tantos líos por culpa de su trabajo que acabar en las Catacumbas de París con una vampiresa loquita por él (literalmente, que conste) no era lo peor a lo que se había enfrentado. Así pues, se dejó, y aprovechó para ir recuperando la consciencia; se dejó incluso encadenar a la pared, en una bella reminiscencia de lo que él había hecho con ella (qué recuerdos... entonces todo era más fácil y mejor), y arrancar la camisa, aunque ante eso sí reaccionó. Alzando una ceja y abriendo ese ojo, pero lo hizo.
– Qué gratuito, ¿no? – opinó, con la voz algo pastosa porque tenía la garganta seca, pero entre su tono de siempre y la reverberación de los túneles de las Catacumbas, sonó serio, casi como si fuera un dios de las profundidades en vez de un humano atado por una vampiresa loca en medio de una especie de plazoleta, o como se llamara. Ah, y no estaba solo, pues a su lado tenía muertos apilados como si estuvieran sentados a ¿la corte de Átropos? Demonios, hasta ese punto llegaba su locura...
Invitado- Invitado
Re: Ode to Sleep {Privado}
Gaspard de Grailly se marchó; Gaspard de Grailly pretendía ignorarla; Gaspard de Grailly era un reverendo hijo de mil... ¡Que la sacó de sus cabales! Bien, lo de los cabales no aplica nada en Átropos, pero el ladrón de muertos sí que supo golpearle la cabeza y sin necesidad de usar algún objeto contundente. Lo hizo de una manera más enfermiza, como conseguir (sin quererlo, obviamente) que una vampira como ella se obsesionara a semejante punto demencial. Quizás a él le agradaría la idea, porque así podría burlarse de la desquiciada como se le diera la gana. Sin embargo, existía esa mínima posibilidad de que terminara tan furioso que no iba a contenerse e iba a agredirla seriamente. Pudo haberlo hecho cuando ella decidió seguirlo, no obstante, la señora Átropos fue más rápida y terminó golpeándolo para nublarle los sentidos.
No pudo evitar contener su satisfacción al verlo desplomado en el suelo, completamente quieto, tal y como ella quiso en su debido momento. Pero, de algo estaba segura, prefería al Gaspard despierto que a ese que estaba inconsciente. Sin embargo, si quería cumplir su más reciente y atroz idea, lo necesitaba de aquel modo. ¡El pobre ladrón no se merecía eso! O tal vez sí, porque eso terminó causándolo él mismo desde antes. Aunque, pudo haber dudado por un instante al menos, que Átropos no iba a llegar a semejante punto de locura. ¡Jah! Claro, como si de ella no se pudiera esperar nada, sabiendo que estaba más loca que un millón de cabras juntas.
Lo cierto es que, ya al tenerlo bien dopado, se lo llevó, así, sin más. Aunque pensó en algún lugar apartado para mantenerlo ahí por un rato más, cambió de parecer, porque bien cabía la posibilidad de que alguien pudiera encontrarlos, y no, no. En cambio en las Catacumbas, sobre todo en los túneles inaccesibles, nadie iba a irrumpir de repente; sólo estarían él y ella (y no tiene nada de adorable la situación, desde luego que no), sin ningún fisgón vivo que ocasionaría una verdadera molestia.
¿Y por qué Átropos se llevaba a Gaspard secuestrado? Porque estaba loca. No, bueno, porque se había obsesionado con ese estúpido, así de sencillo. Antes no había lidiado con un ser que la desquiciara tanto y la atrajera, aún más, como lo hacía de Grailly. Pero al no poder obtener un resultado favorable de él, tuvo que acudir a su última jugada, una bastante sucia, a decir verdad. Quizás, lo que más la enloquecía de él era que no podía controlarlo a su antojo, ¡y qué aburrido sería todo si pudiera hacerlo! Bien, a él también le obstinaba el hecho de no poder manipular a la vampira como quisiera, porque, incluso cuando la tenía retorciéndose de placer aquella vez, no pudo someterla del todo. ¡Eran unos masoquistas! Aunque, Gaspard no estaba tan de buen humor como para aceptar aquel hecho hasta que... adiós lucidez.
Claro, Átropos no era tan idiota como para no estar al tanto de que Gaspard la sorprendería en algún momento, y que por eso era arriesgado llevarlo a su morada. Sin embargo, lo hizo, porque le dio la gana y porque él sabía que tampoco lidiaba con cualquier criatura, así de simple. Ambos parecían estar cortados con la misma tijera, destinados a eso a lo que sea que existiera entre los dos. ¿Tal vez una clara muestra de morbo, sadismo y obsesión? Bien, la obsesión corre de cuenta de Átropos, de Gaspard aún no se sabe muy bien, a pesar de la rabia que ella le causaba, y que seguramente despertaría aún más, cuando se viera a sí mismo encadenado. Lo de arrancarle la camisa... Bueno, eso cuenta como añadidura innecesaria, pero así era la mente de Átropos.
Lo de los muertos organizados como una corte mortuoria... ¡eso sí que era una demencia suprema! Pero esos ya estaban así desde hace tiempo, así que era de esperarse que ella ni los tomara en cuenta, porque estaba más distraída buscando ¿ropa? Sí, ropa en un baúl. ¿Recuerdan cuándo se mencionó que Átropos actuaba en varias ocasiones como un dragón ambicioso? Pues ahí está la respuesta. Solía coleccionar muchas cosas, no sólo muertos (aunque a éstos si los dejaba en un pésimo estado, a las cosas valiosas no), y las guardaba celosamente para que se conservaran. ¿Acaso le estaba buscando algunas prendas en buenas condiciones al ladrón? ¡Era lo menos que podía hacer luego de haberlo arrastrado por toda esa podredumbre!
—Tú te lo buscaste. Te lo advertí, pero no hiciste caso —dijo, finalmente—. Cierto... tú nunca haces caso de nada.
Se acercó de nuevo, con el ceño fruncido, mirándolo muy molesta. Tenía que reconocerlo, era tan divertido verlo en aquella situación, pero se encontraba aturdida por la molestia. Tanto que igual le clavó los colmillos en el hombro. Un mordisco violento, al que abandonó de inmediato.
—Podría dejarte como colador. Ya me lo pensaré...
No pudo evitar contener su satisfacción al verlo desplomado en el suelo, completamente quieto, tal y como ella quiso en su debido momento. Pero, de algo estaba segura, prefería al Gaspard despierto que a ese que estaba inconsciente. Sin embargo, si quería cumplir su más reciente y atroz idea, lo necesitaba de aquel modo. ¡El pobre ladrón no se merecía eso! O tal vez sí, porque eso terminó causándolo él mismo desde antes. Aunque, pudo haber dudado por un instante al menos, que Átropos no iba a llegar a semejante punto de locura. ¡Jah! Claro, como si de ella no se pudiera esperar nada, sabiendo que estaba más loca que un millón de cabras juntas.
Lo cierto es que, ya al tenerlo bien dopado, se lo llevó, así, sin más. Aunque pensó en algún lugar apartado para mantenerlo ahí por un rato más, cambió de parecer, porque bien cabía la posibilidad de que alguien pudiera encontrarlos, y no, no. En cambio en las Catacumbas, sobre todo en los túneles inaccesibles, nadie iba a irrumpir de repente; sólo estarían él y ella (y no tiene nada de adorable la situación, desde luego que no), sin ningún fisgón vivo que ocasionaría una verdadera molestia.
¿Y por qué Átropos se llevaba a Gaspard secuestrado? Porque estaba loca. No, bueno, porque se había obsesionado con ese estúpido, así de sencillo. Antes no había lidiado con un ser que la desquiciara tanto y la atrajera, aún más, como lo hacía de Grailly. Pero al no poder obtener un resultado favorable de él, tuvo que acudir a su última jugada, una bastante sucia, a decir verdad. Quizás, lo que más la enloquecía de él era que no podía controlarlo a su antojo, ¡y qué aburrido sería todo si pudiera hacerlo! Bien, a él también le obstinaba el hecho de no poder manipular a la vampira como quisiera, porque, incluso cuando la tenía retorciéndose de placer aquella vez, no pudo someterla del todo. ¡Eran unos masoquistas! Aunque, Gaspard no estaba tan de buen humor como para aceptar aquel hecho hasta que... adiós lucidez.
Claro, Átropos no era tan idiota como para no estar al tanto de que Gaspard la sorprendería en algún momento, y que por eso era arriesgado llevarlo a su morada. Sin embargo, lo hizo, porque le dio la gana y porque él sabía que tampoco lidiaba con cualquier criatura, así de simple. Ambos parecían estar cortados con la misma tijera, destinados a eso a lo que sea que existiera entre los dos. ¿Tal vez una clara muestra de morbo, sadismo y obsesión? Bien, la obsesión corre de cuenta de Átropos, de Gaspard aún no se sabe muy bien, a pesar de la rabia que ella le causaba, y que seguramente despertaría aún más, cuando se viera a sí mismo encadenado. Lo de arrancarle la camisa... Bueno, eso cuenta como añadidura innecesaria, pero así era la mente de Átropos.
Lo de los muertos organizados como una corte mortuoria... ¡eso sí que era una demencia suprema! Pero esos ya estaban así desde hace tiempo, así que era de esperarse que ella ni los tomara en cuenta, porque estaba más distraída buscando ¿ropa? Sí, ropa en un baúl. ¿Recuerdan cuándo se mencionó que Átropos actuaba en varias ocasiones como un dragón ambicioso? Pues ahí está la respuesta. Solía coleccionar muchas cosas, no sólo muertos (aunque a éstos si los dejaba en un pésimo estado, a las cosas valiosas no), y las guardaba celosamente para que se conservaran. ¿Acaso le estaba buscando algunas prendas en buenas condiciones al ladrón? ¡Era lo menos que podía hacer luego de haberlo arrastrado por toda esa podredumbre!
—Tú te lo buscaste. Te lo advertí, pero no hiciste caso —dijo, finalmente—. Cierto... tú nunca haces caso de nada.
Se acercó de nuevo, con el ceño fruncido, mirándolo muy molesta. Tenía que reconocerlo, era tan divertido verlo en aquella situación, pero se encontraba aturdida por la molestia. Tanto que igual le clavó los colmillos en el hombro. Un mordisco violento, al que abandonó de inmediato.
—Podría dejarte como colador. Ya me lo pensaré...
Átropos- Vampiro Clase Baja
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Fecha de inscripción : 18/05/2017
Localización : En alguna parte de esta enorme ciudad...
Re: Ode to Sleep {Privado}
Analicemos la situación, ¿de acuerdo? Gaspard de Grailly, resurreccionista de profesión, treinta y cuatro primaveras recién cumplidas y anárquico hasta la médula se encontraba apresado por la vampiresa de nombre Átropos, demente de vocación, a saber cuánto tiempo de no-vida a sus espaldas y echada a perder desde hacía quién sabía cuánto. No había que ser muy listo para darse cuenta de que el aquitano tenía todas las de perder, especialmente dado que su mente se encontraba aún confundida por el golpe y un tanto adolorida, pero bastante lúcida, dadas las circunstancias. Precisamente por eso, Gaspard ya urdía planes, mas ¿acaso no lo hacía siempre...?
De momento debía dejarse porque no le quedaba otra; después, cuando se fortaleciera un poco (acabaría haciéndolo, de eso estaba tan seguro como de que Átropos no lo mataría. ¡Cuántos matarían por tener tantas certezas como de Grailly!), ya desobedecería cuanto quisiera. Además, no se engañaba lo más mínimo: jamás sería capaz de obedecer a nadie, y mucho menos a quien más intentaba someterlo de todos, así que con toda seguridad sus palabras serían una serie constante de ofensas hacia ella si es que se dignaba a decirlas, cosa que, por el momento, no parecía muy posible.
Daba totalmente la impresión de que Gaspard volvía a ser el de siempre: un hombre hiperactivo, que pese a estar atado se seguía moviendo sin parar (sus dedos, en este caso concreto); una persona callada, que no abría la boca a menos que fuera necesario, y que ya lo expresaba todo con esos ojos verdes suyos, casi de insecto, o de eso se había convencido durante toda su vida. Y efectivamente: Átropos lo había acusado, hacía no demasiado aunque pareciese que sí, de mirarla de esa manera, y Gaspard, pronto y nada bien mandado, la seguía mirando de una forma tan intensa como, aparentemente, frustrante para la loca de su vampiresa.
Oh... ¿Acababa de referirse a ella como suya? ¡Sí, sí, lo había hecho! Había sido en un lugar tan profundo de su mente caótica que ella ni lo habría notado, también de eso estaba convencido, pero lo cierto era que Gaspard pensaba en la vampiresa en unos términos de posesión improbables para ambos, pero no por ello menos ciertos. Sí, efectivamente la detestaba y lo ponía enfermo, pero justo por eso la consideraba suya, porque no había nadie que consiguiera ese efecto tanto en él ni, tampoco, había nadie que la pusiera tan tonta como él a ella, en todos los sentidos posibles de la palabra. ¿Acaso no estaba medio desnudo y...?
Demonios, ¡menudo mordisco! Gaspard dio un respingo, breve pero intenso, cuando ella lo mordió, y clavó los ojos verdes fijamente en ella cuando se separó, recriminándoselo sin abrir aún la boca. ¡Qué demonios, Átropos, maldita fulana...! Luego se lo recriminaría, porque ese pensamiento definitivamente lo había tenido que captar (a de Grailly sólo le había faltado gritarlo de fuerte que lo había pensado), pero ¿acaso no era ese el nombre que recibían las mujeres que provocan para, después, nada? Ah, calientapollas: ese es el nombre, exactamente.
Así era Átropos, jugando con la mayor desventaja que poseía el aquitano, aparte de todas esas tonterías de que era humano y bla, bla, bla. Por suerte para él, la situación no lo estaba preocupando lo más mínimo, y eso que tenía todos los motivos del mundo para sentir riesgo por su vida, pero nada, Gaspard estaba tranquilo y ni siquiera su corazón se aceleraba en el pulso, ya que éste se mantenía estable. Si él lo oía con claridad, no quería ni imaginarse cómo se pondría Átropos, que parecía tan deseosa de causarle una reacción como de... ¿vestirlo? Eso ya no le hizo tanta gracia.
– No soy muy práctico como colador, de eso estoy bastante seguro. Aun así, creo que soy aún menos práctico como muñeco de trapo para que te pongas a vestirlo y a imaginar que tienes amigos. ¿Necesitas lecciones sobre cómo sobrevivir sin ellos? Yo te enseño, es fácil. – se ofreció, burlón, y entre sus palabras y su tono de voz hubo un enorme contraste con su testarudo mutismo de hasta ese momento, uno que había mantenido por simple cabezonería pero del que había salido simplemente porque ella no se lo esperaba, nada más. Maldito fuera Gaspard con sus malditos caprichos.
– Si nunca te hago caso, ¿para qué lo intentas? – preguntó, ladeando la cabeza, y sin la menor intención de buscar en Átropos una lógica que sabía que no encontraría, sino que lo que buscaba era, de nuevo, provocarla. – Es una doble pérdida de tiempo, tanto para ti como para mí. Y tú tal vez tengas la eternidad si es que no molestas a un cazador que no disfrute siendo mordido, pero yo no tengo la eternidad precisamente y me gustaría aprovecharme de mi tiempo. Sin ti. – puntualizó, quisquilloso a la par que orgulloso, y como sabía que la iba a molestar, reaccionó de la forma que eso le provocaba: sonriendo.
De momento debía dejarse porque no le quedaba otra; después, cuando se fortaleciera un poco (acabaría haciéndolo, de eso estaba tan seguro como de que Átropos no lo mataría. ¡Cuántos matarían por tener tantas certezas como de Grailly!), ya desobedecería cuanto quisiera. Además, no se engañaba lo más mínimo: jamás sería capaz de obedecer a nadie, y mucho menos a quien más intentaba someterlo de todos, así que con toda seguridad sus palabras serían una serie constante de ofensas hacia ella si es que se dignaba a decirlas, cosa que, por el momento, no parecía muy posible.
Daba totalmente la impresión de que Gaspard volvía a ser el de siempre: un hombre hiperactivo, que pese a estar atado se seguía moviendo sin parar (sus dedos, en este caso concreto); una persona callada, que no abría la boca a menos que fuera necesario, y que ya lo expresaba todo con esos ojos verdes suyos, casi de insecto, o de eso se había convencido durante toda su vida. Y efectivamente: Átropos lo había acusado, hacía no demasiado aunque pareciese que sí, de mirarla de esa manera, y Gaspard, pronto y nada bien mandado, la seguía mirando de una forma tan intensa como, aparentemente, frustrante para la loca de su vampiresa.
Oh... ¿Acababa de referirse a ella como suya? ¡Sí, sí, lo había hecho! Había sido en un lugar tan profundo de su mente caótica que ella ni lo habría notado, también de eso estaba convencido, pero lo cierto era que Gaspard pensaba en la vampiresa en unos términos de posesión improbables para ambos, pero no por ello menos ciertos. Sí, efectivamente la detestaba y lo ponía enfermo, pero justo por eso la consideraba suya, porque no había nadie que consiguiera ese efecto tanto en él ni, tampoco, había nadie que la pusiera tan tonta como él a ella, en todos los sentidos posibles de la palabra. ¿Acaso no estaba medio desnudo y...?
Demonios, ¡menudo mordisco! Gaspard dio un respingo, breve pero intenso, cuando ella lo mordió, y clavó los ojos verdes fijamente en ella cuando se separó, recriminándoselo sin abrir aún la boca. ¡Qué demonios, Átropos, maldita fulana...! Luego se lo recriminaría, porque ese pensamiento definitivamente lo había tenido que captar (a de Grailly sólo le había faltado gritarlo de fuerte que lo había pensado), pero ¿acaso no era ese el nombre que recibían las mujeres que provocan para, después, nada? Ah, calientapollas: ese es el nombre, exactamente.
Así era Átropos, jugando con la mayor desventaja que poseía el aquitano, aparte de todas esas tonterías de que era humano y bla, bla, bla. Por suerte para él, la situación no lo estaba preocupando lo más mínimo, y eso que tenía todos los motivos del mundo para sentir riesgo por su vida, pero nada, Gaspard estaba tranquilo y ni siquiera su corazón se aceleraba en el pulso, ya que éste se mantenía estable. Si él lo oía con claridad, no quería ni imaginarse cómo se pondría Átropos, que parecía tan deseosa de causarle una reacción como de... ¿vestirlo? Eso ya no le hizo tanta gracia.
– No soy muy práctico como colador, de eso estoy bastante seguro. Aun así, creo que soy aún menos práctico como muñeco de trapo para que te pongas a vestirlo y a imaginar que tienes amigos. ¿Necesitas lecciones sobre cómo sobrevivir sin ellos? Yo te enseño, es fácil. – se ofreció, burlón, y entre sus palabras y su tono de voz hubo un enorme contraste con su testarudo mutismo de hasta ese momento, uno que había mantenido por simple cabezonería pero del que había salido simplemente porque ella no se lo esperaba, nada más. Maldito fuera Gaspard con sus malditos caprichos.
– Si nunca te hago caso, ¿para qué lo intentas? – preguntó, ladeando la cabeza, y sin la menor intención de buscar en Átropos una lógica que sabía que no encontraría, sino que lo que buscaba era, de nuevo, provocarla. – Es una doble pérdida de tiempo, tanto para ti como para mí. Y tú tal vez tengas la eternidad si es que no molestas a un cazador que no disfrute siendo mordido, pero yo no tengo la eternidad precisamente y me gustaría aprovecharme de mi tiempo. Sin ti. – puntualizó, quisquilloso a la par que orgulloso, y como sabía que la iba a molestar, reaccionó de la forma que eso le provocaba: sonriendo.
Invitado- Invitado
Re: Ode to Sleep {Privado}
Ella no habría tenido que llegar a esos extremos si Gaspard hubiera cooperado... ¡Qué tontería! Como si aquello fuera algo posible, y Átropos lo sabía, por supuesto que sí. Pero, a saber qué era lo que le pasaba por esa mente caótica en ese momento para hacer lo que hizo; quizás ya después cambiaría de opinión, porque sí, así solía actuar la muy loca. En un minuto tomaba una decisión, y al otro, terminaba haciendo otra cosa. Tal vez de Grailly ya empezaba a acostumbrarse a eso, aunque había llegado al punto en que Átropos si logró sacarlo de sus cabales, sin embargo, ella fue rápida (de nuevo), y miren como lo tenía: bien encadenado en la pared y sin camisa... Eso último sí que era un espectáculo digno de ver. Sólo por ella, obvio; porque era su humano y de nadie más.
Y sí él era su humano... ¿él la consideraría su vampira loca o su fulana? Aquello la dejó pensando más de lo debido, y menos mal que Gaspard no podía leerle la mente, sino podría usar esa información en su contra, aunque, ya bastante le había dejado ver Átropos como para que él estuviera tan tranquilo (a pesar de ser un hiperactivo del demonio, pero se entiende a lo que se refiere la frase); no hacía falta la telepatía. Las acciones de la loca hablaban por sí solas, por muy erráticas que solían ser. Oh, el ladronzuelo se había topado con alguien peor que él a lo que al caos mental se refiere. Vampiros dementes los hay, pero de seguro de Grailly admitiría que ella era un caso aparte, porque fue capaz de lograr captar su interés con esa desquiciada actitud, aparte del hecho de ser una sanguijuela con unos colmillos muy seductores.
Hablando de colmillos, como disfrutó Átropos ver la reacción del fulano ese cuando lo mordió (y sí, ya que ella era fulana, pues él sería lo mismo, ¿no era lo más correcto en esa extraña relación?). ¡Y ese pensamiento que captó de su mente! Fue suficiente para hacerla sonreír por un instante. Lo tomó desprevenido, ¿a qué no? Aquello le dio una idea gloriosa, pero la retendría un poco más, para que él creyera de que ya no habría más mordiscos ni colmillos hundiéndose en su piel. ¡Qué jugarreta más sucia la de Átropos! No, bueno, no fue jugarreta sucia, estaba muy ocupada con... ¿ropa? Ay, ahora resulta que jugaría a los muñecos con él. ¡No! Claro que no. Ya sabemos que su demencia la llevaba a actuar de maneras bastante raras a diferencia del resto de locos conocidos. Simplemente le apetecía ver bien vestido a su humano, aunque no en ese momento. Le gustaba así, sin camisa. Sin embargo, ella sí que decidió quitarse ese vestido que ya bastante arruinado había quedado.
—No necesito lecciones y menos de ti. Así que no, ahórrate la ayuda, porque no la necesito, fulano —espetó, mientras se deshacía de toda aquella parafernalia que ataba al mendigo vestido. ¿Por qué usaban tantas tiras para amarrar? Era un reverendo fastidio. Con razón a los hombres se les hacía más fácil levantar la falda y ya, a su faena se ha dicho—. ¿Y vas a seguir con eso? Anda, ya cierra los ojos, ¡pervertido!
¡Jah! Y lo llamaba pervertido la que se le estaba insinuando antes. Que contradictorio todo, ¿no? Pues sí, porque no le importó darle la espalda mientras la prenda caía al suelo y la seguía dejando con esa cosa que le ajustaba más la cintura, la misma que terminó haciendo a un lado. ¡Al fin libertad! (aunque aún llevaba puesto algo encima, pero nada molesto). Incluso hasta llegó a olvidarse de Gaspard en ese instante, pero ya luego recordó que lo tenía a sus espaldas, atado y con una marca de sus propios colmillos en el hombro. Oh, ese sabor exquisito de su sangre sí que la ponía... ¡control! Al menos esta vez no iba a estar con esa manía.
–Hasta que decides hacer... ¿Por qué demonios lo trajiste? Me esperaba más de ti, Eloise.
Uh, ya se había tardado el gusano sin identidad en salir de las lagunas mentales de su hermana. ¡Y tan a gusto que estaba ella a solas con su hombre como para que viniera ese a molestar! Mejor ignorarlo o la pondría de mal humor. Y no, no quería, tenía mejores cosas que hacer, como seguir fastidiando a de Grailly, por ejemplo. Por eso volvió a acercársele con una sonrisa en los labios. ¡Ay que se lo comía! (Y muy capaz que lo hacía, eh).
—¿Aprovechar tu tiempo? ¿Sin mí? —inquirió, mofándose de él—. Me temo que ahora no podrás hacerlo, querido mío. Deshacerte de esas cadenas será algo difícil en tu condición —apoyó las manos sobre sus hombros, inclinando el rostro hacia adelante, lo suficiente para que sus labios rozaran el oído ajeno—. Y ya deja de provocarme si luego no harás nada, mendigo de Grailly. Sí, claro que me he dado cuenta de que intentas hacerlo, ¿por qué? Oh, espera, ¿acaso es...?
Se tomaría su tiempo para observar el cuello de su humano; se tomaría su tiempo para deslizar los labios por su piel; se tomaría su tiempo para hallar un punto adecuado para herirlo, pero no al punto para desangrarlo (malditas venas y arterias), y luego... volvió a morderlo con la agresividad anterior, así como le gustaba a Gaspard. Y si se quedó un poco más apegada a él, no era tanto por la sangre, sino por causarle ese dolor que tanto le gustaba al condenado. ¡Cómo le encantaba a la Átropos jugar con fuego para quemarse con toda la pura intención!
Y sí él era su humano... ¿él la consideraría su vampira loca o su fulana? Aquello la dejó pensando más de lo debido, y menos mal que Gaspard no podía leerle la mente, sino podría usar esa información en su contra, aunque, ya bastante le había dejado ver Átropos como para que él estuviera tan tranquilo (a pesar de ser un hiperactivo del demonio, pero se entiende a lo que se refiere la frase); no hacía falta la telepatía. Las acciones de la loca hablaban por sí solas, por muy erráticas que solían ser. Oh, el ladronzuelo se había topado con alguien peor que él a lo que al caos mental se refiere. Vampiros dementes los hay, pero de seguro de Grailly admitiría que ella era un caso aparte, porque fue capaz de lograr captar su interés con esa desquiciada actitud, aparte del hecho de ser una sanguijuela con unos colmillos muy seductores.
Hablando de colmillos, como disfrutó Átropos ver la reacción del fulano ese cuando lo mordió (y sí, ya que ella era fulana, pues él sería lo mismo, ¿no era lo más correcto en esa extraña relación?). ¡Y ese pensamiento que captó de su mente! Fue suficiente para hacerla sonreír por un instante. Lo tomó desprevenido, ¿a qué no? Aquello le dio una idea gloriosa, pero la retendría un poco más, para que él creyera de que ya no habría más mordiscos ni colmillos hundiéndose en su piel. ¡Qué jugarreta más sucia la de Átropos! No, bueno, no fue jugarreta sucia, estaba muy ocupada con... ¿ropa? Ay, ahora resulta que jugaría a los muñecos con él. ¡No! Claro que no. Ya sabemos que su demencia la llevaba a actuar de maneras bastante raras a diferencia del resto de locos conocidos. Simplemente le apetecía ver bien vestido a su humano, aunque no en ese momento. Le gustaba así, sin camisa. Sin embargo, ella sí que decidió quitarse ese vestido que ya bastante arruinado había quedado.
—No necesito lecciones y menos de ti. Así que no, ahórrate la ayuda, porque no la necesito, fulano —espetó, mientras se deshacía de toda aquella parafernalia que ataba al mendigo vestido. ¿Por qué usaban tantas tiras para amarrar? Era un reverendo fastidio. Con razón a los hombres se les hacía más fácil levantar la falda y ya, a su faena se ha dicho—. ¿Y vas a seguir con eso? Anda, ya cierra los ojos, ¡pervertido!
¡Jah! Y lo llamaba pervertido la que se le estaba insinuando antes. Que contradictorio todo, ¿no? Pues sí, porque no le importó darle la espalda mientras la prenda caía al suelo y la seguía dejando con esa cosa que le ajustaba más la cintura, la misma que terminó haciendo a un lado. ¡Al fin libertad! (aunque aún llevaba puesto algo encima, pero nada molesto). Incluso hasta llegó a olvidarse de Gaspard en ese instante, pero ya luego recordó que lo tenía a sus espaldas, atado y con una marca de sus propios colmillos en el hombro. Oh, ese sabor exquisito de su sangre sí que la ponía... ¡control! Al menos esta vez no iba a estar con esa manía.
–Hasta que decides hacer... ¿Por qué demonios lo trajiste? Me esperaba más de ti, Eloise.
Uh, ya se había tardado el gusano sin identidad en salir de las lagunas mentales de su hermana. ¡Y tan a gusto que estaba ella a solas con su hombre como para que viniera ese a molestar! Mejor ignorarlo o la pondría de mal humor. Y no, no quería, tenía mejores cosas que hacer, como seguir fastidiando a de Grailly, por ejemplo. Por eso volvió a acercársele con una sonrisa en los labios. ¡Ay que se lo comía! (Y muy capaz que lo hacía, eh).
—¿Aprovechar tu tiempo? ¿Sin mí? —inquirió, mofándose de él—. Me temo que ahora no podrás hacerlo, querido mío. Deshacerte de esas cadenas será algo difícil en tu condición —apoyó las manos sobre sus hombros, inclinando el rostro hacia adelante, lo suficiente para que sus labios rozaran el oído ajeno—. Y ya deja de provocarme si luego no harás nada, mendigo de Grailly. Sí, claro que me he dado cuenta de que intentas hacerlo, ¿por qué? Oh, espera, ¿acaso es...?
Se tomaría su tiempo para observar el cuello de su humano; se tomaría su tiempo para deslizar los labios por su piel; se tomaría su tiempo para hallar un punto adecuado para herirlo, pero no al punto para desangrarlo (malditas venas y arterias), y luego... volvió a morderlo con la agresividad anterior, así como le gustaba a Gaspard. Y si se quedó un poco más apegada a él, no era tanto por la sangre, sino por causarle ese dolor que tanto le gustaba al condenado. ¡Cómo le encantaba a la Átropos jugar con fuego para quemarse con toda la pura intención!
Átropos- Vampiro Clase Baja
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Re: Ode to Sleep {Privado}
La sonrisa de Gaspard no era ni clara ni límpida, exactamente igual que él; funcionaba como sonrisa porque expresaba eso, hilaridad, pero ¿de qué modo? ¿Cruel, tal vez, o más bien burlón? Dependía de la situación, claro, pero con Átropos siempre convivían ambas cosas (siempre, siempre... ¡ni que la llevara conociendo treinta y cuatro años! Pero sí, siempre parecía sumamente apropiado, ¿no?), así que, claro, no había nada de inocente en él cuando su rostro adquiría aquella expresión. Tampoco es que Gaspard de Grailly pareciera inocente al estar serio e indiferente: sus ojos, demasiado verdes, y sus rasgos de leprechaun echaban por tierra esa afirmación, pero ahora, bueno, aún menos...
¡Sí, era posible! ¿Cómo, se podía preguntar el amable y atento lector? Muy sencillo: cuando Gaspard de Grailly, resurreccionista aquitano al servicio de quien necesite un cadáver más o menos fresco (cuanto más, más caro; así era la primitiva ley de la oferta y la demanda por la que él se regía), sonreía, lo hacía con todo el rostro. Sus cejas se elevaban y se arqueaban, más aún de lo que ya mostraban en su dibujo natural; las arrugas de su frente se acentuaban, dotándole de una particular expresividad; sus ojos, demasiado de duende, se abrían; sus labios se curvaban casi siempre hacia un lateral, ignorando el otro y coronando un gesto atractivo, sí, pero no por ello menos burlón.
¿Acaso la situación no pedía algo así, de todas maneras? De Grailly no es que fuera un maestro en convenciones sociales y en leer a los demás; de hecho, siendo sinceros, se le daba bastante mal, pero precisamente por eso se relacionaba más con muertos. ¡Hombre práctico donde los hubiera, por descontado! Aun y todo, maestro o no, Gaspard sabía a la perfección que con un ser tan inestable como Átropos, la sinceridad y la bondad, que de por sí brillaban bastante por su ausencia en él, no tenían cabida, y por eso las eliminaba de plano del amplio abanico de posibilidades que se abría ante él y su mirada, clavada en ella.
Hablando de abanicos: en el fondo, quizá debía agradecerle a Átropos que le hubiera despojado de sus ropas, porque con el calor que sentía, le habrían sobrado de igual modo. Y no, que no se emocione la muerta viviente porque el calor no venía de ella y de verla, aún arreglada y particularmente regia, con todos los malabarismos que se tuvieran que hacer para encajar esa palabra con la monarquía de muertos que ella dirigía. No, el calor le venía de obligarse a estar quieto, y si se obligaba era porque no se podía mover mucho y hacerlo dolería, algo que no le apetecía demasiado porque, la verdad, suficiente tenía con el dolor de su cabeza para añadir otros.
A aquellas alturas ya debería estar acostumbrado a que le doliera el cráneo y lo de dentro (una masa informe y grisácea, que sin embargo al meterla en formaldehído, una sustancia que Gaspard no identificaba por nombre pero que conocía por su trato con forenses y embalsamadores, se volvía rosácea), pero con Átropos no se habituaba, ni probablemente no haría nunca. Oh, ni siquiera quería pensar en que seguro que había más ocasiones porque ella estaba obsesionada con él y él... Bueno. Él no, era lo único que sabía seguro, pero vamos, no es que fuera fácil definirlos a ellos dos por separado, así que mucho menos juntos; desde luego, no iba a hacer el esfuerzo, y menos en ese momento.
Honestamente, de Grailly suficiente tenía con estar atado y apoyado contra la pared fresquita por la humedad, en contraste con la calidez que su cuerpo desprendía como si fuera un maldito horno en mitad del invierno, para preocuparse por la semántica. De hecho, estaba particularmente indiferente a Átropos, aunque eso no significaba que dejara de escucharla o que pudiera parar de hacerlo porque el eco de los túneles de las Catacumbas tenía ese efecto: ampliaba los sonidos, tanto los de las ratas como los de la verborrea incesante de la vampiresa loca.
– Te he visto desnuda, Átropos. No me vengas con gilipolleces. – espetó, sin parpadear, y con la vulgaridad impregnada en sus palabras y su tono aunque en su cuerpo estuviera completamente ausente, al encontrarse firme, estirado y recto, puro músculo y casi elegancia. Sólo casi; Gaspard no era de esos. – Espero, de verdad, que seas consciente de que si abusas de algo que me gusta, voy a acabar odiándolo. Digo, pareces medio inteligente, pero ¿quién sabe? Estás demasiado loca para tener sentido común. – comentó, y se refería a los mordiscos, claro estaba, ya que, al paso que iba ella, terminarían por perder muy rápido su gracia.
Es más, ya empezaban a hacerlo; por primera vez en años, Gaspard de Grailly no tuvo una erección inmediata con el mordisco de un sobrenatural, y por eso la miró con decepción auténtica en los rasgos, tan bonitos como feos podían llegar a serlo, dependiendo de a quién se le preguntara. A Átropos, creía él, le parecían bonitos, más que nada por las miradas que le echaba y por el flirteo constante que mantenía con él, así que no se iba a quejar; tampoco lo haría de considerarlo feo, porque Gaspard estaba a gusto con su cara y con el resto de su cuerpo, especialmente si no le dejaba éste último como un colador, muchas gracias.
– ¿Por qué no? Tú preguntas por qué, yo me pregunto siempre lo contrario. – se encogió de hombros y continuó allí, mirándola, sin hacer demasiados movimientos para su desgracia, pero sí los suficientes para no volverse tan loco como lo estaba ella. Él no es que estuviera en un peligro constante de abrazar la demencia, eso que quedara claro, pero tenía cierta predisposición por culpa de una hiperactividad que la sociedad en que vivía no comprendía, más o menos como a él, así que mejor prevenir que curar. Suficiente tenía con su mente caótica para andarse con tonterías. – Bueno, dime. ¿Por qué los muertos? ¿Fuiste reina en vida y quieres seguir siéndolo en muerte o es que la necrofilia es un fetiche tuyo? – preguntó, y ni siquiera él supo bien por qué.
¡Sí, era posible! ¿Cómo, se podía preguntar el amable y atento lector? Muy sencillo: cuando Gaspard de Grailly, resurreccionista aquitano al servicio de quien necesite un cadáver más o menos fresco (cuanto más, más caro; así era la primitiva ley de la oferta y la demanda por la que él se regía), sonreía, lo hacía con todo el rostro. Sus cejas se elevaban y se arqueaban, más aún de lo que ya mostraban en su dibujo natural; las arrugas de su frente se acentuaban, dotándole de una particular expresividad; sus ojos, demasiado de duende, se abrían; sus labios se curvaban casi siempre hacia un lateral, ignorando el otro y coronando un gesto atractivo, sí, pero no por ello menos burlón.
¿Acaso la situación no pedía algo así, de todas maneras? De Grailly no es que fuera un maestro en convenciones sociales y en leer a los demás; de hecho, siendo sinceros, se le daba bastante mal, pero precisamente por eso se relacionaba más con muertos. ¡Hombre práctico donde los hubiera, por descontado! Aun y todo, maestro o no, Gaspard sabía a la perfección que con un ser tan inestable como Átropos, la sinceridad y la bondad, que de por sí brillaban bastante por su ausencia en él, no tenían cabida, y por eso las eliminaba de plano del amplio abanico de posibilidades que se abría ante él y su mirada, clavada en ella.
Hablando de abanicos: en el fondo, quizá debía agradecerle a Átropos que le hubiera despojado de sus ropas, porque con el calor que sentía, le habrían sobrado de igual modo. Y no, que no se emocione la muerta viviente porque el calor no venía de ella y de verla, aún arreglada y particularmente regia, con todos los malabarismos que se tuvieran que hacer para encajar esa palabra con la monarquía de muertos que ella dirigía. No, el calor le venía de obligarse a estar quieto, y si se obligaba era porque no se podía mover mucho y hacerlo dolería, algo que no le apetecía demasiado porque, la verdad, suficiente tenía con el dolor de su cabeza para añadir otros.
A aquellas alturas ya debería estar acostumbrado a que le doliera el cráneo y lo de dentro (una masa informe y grisácea, que sin embargo al meterla en formaldehído, una sustancia que Gaspard no identificaba por nombre pero que conocía por su trato con forenses y embalsamadores, se volvía rosácea), pero con Átropos no se habituaba, ni probablemente no haría nunca. Oh, ni siquiera quería pensar en que seguro que había más ocasiones porque ella estaba obsesionada con él y él... Bueno. Él no, era lo único que sabía seguro, pero vamos, no es que fuera fácil definirlos a ellos dos por separado, así que mucho menos juntos; desde luego, no iba a hacer el esfuerzo, y menos en ese momento.
Honestamente, de Grailly suficiente tenía con estar atado y apoyado contra la pared fresquita por la humedad, en contraste con la calidez que su cuerpo desprendía como si fuera un maldito horno en mitad del invierno, para preocuparse por la semántica. De hecho, estaba particularmente indiferente a Átropos, aunque eso no significaba que dejara de escucharla o que pudiera parar de hacerlo porque el eco de los túneles de las Catacumbas tenía ese efecto: ampliaba los sonidos, tanto los de las ratas como los de la verborrea incesante de la vampiresa loca.
– Te he visto desnuda, Átropos. No me vengas con gilipolleces. – espetó, sin parpadear, y con la vulgaridad impregnada en sus palabras y su tono aunque en su cuerpo estuviera completamente ausente, al encontrarse firme, estirado y recto, puro músculo y casi elegancia. Sólo casi; Gaspard no era de esos. – Espero, de verdad, que seas consciente de que si abusas de algo que me gusta, voy a acabar odiándolo. Digo, pareces medio inteligente, pero ¿quién sabe? Estás demasiado loca para tener sentido común. – comentó, y se refería a los mordiscos, claro estaba, ya que, al paso que iba ella, terminarían por perder muy rápido su gracia.
Es más, ya empezaban a hacerlo; por primera vez en años, Gaspard de Grailly no tuvo una erección inmediata con el mordisco de un sobrenatural, y por eso la miró con decepción auténtica en los rasgos, tan bonitos como feos podían llegar a serlo, dependiendo de a quién se le preguntara. A Átropos, creía él, le parecían bonitos, más que nada por las miradas que le echaba y por el flirteo constante que mantenía con él, así que no se iba a quejar; tampoco lo haría de considerarlo feo, porque Gaspard estaba a gusto con su cara y con el resto de su cuerpo, especialmente si no le dejaba éste último como un colador, muchas gracias.
– ¿Por qué no? Tú preguntas por qué, yo me pregunto siempre lo contrario. – se encogió de hombros y continuó allí, mirándola, sin hacer demasiados movimientos para su desgracia, pero sí los suficientes para no volverse tan loco como lo estaba ella. Él no es que estuviera en un peligro constante de abrazar la demencia, eso que quedara claro, pero tenía cierta predisposición por culpa de una hiperactividad que la sociedad en que vivía no comprendía, más o menos como a él, así que mejor prevenir que curar. Suficiente tenía con su mente caótica para andarse con tonterías. – Bueno, dime. ¿Por qué los muertos? ¿Fuiste reina en vida y quieres seguir siéndolo en muerte o es que la necrofilia es un fetiche tuyo? – preguntó, y ni siquiera él supo bien por qué.
Invitado- Invitado
Re: Ode to Sleep {Privado}
Sí, se tenía que preguntar una única cosa, sólo una: ¿Con qué motivo había secuestrado a Gaspard de Grailly? A ver, ¿cuál era la intención tras ese arrebato de querer tenerlo ahí atado buscando la manera de provocarlo con sus colmillos? ¡No lo sabía! Tenía que reconocer que lo había hecho por impulso, como casi todas sus demás acciones. Oh sí, resultaba tan imprevisible como ese condenado, ¡qué desgracia! Y hasta entonces se daba cuenta de aquello, como quien reconoce un mal terrible en su cuerpo. Bien, tampoco era como si le preocupara demasiado, lo único que le hacía ruido en la cabeza (más del que ya tenía acumulado por los siglos, y también por ese hermano molesto) era el hecho de que no estaba obteniendo resultados deseados. ¡Ni siquiera teniéndolo encadenado! Que maldito bastardo... Lo iba a terminar matando en serio.
–Ya hazlo, ¿ves que no valora tu atención? Deberías tener un poco más de orgullo y quererte más, Eloise...
¡Sí! Tenía razón de nuevo. Oh, su homúnculo sabía, no sólo fastidiarla con tonterías, sino con la verdad. De nada le servía tener a Gaspard en esas condiciones, porque todo cuanto hiciera era inútil, y eso... eso le irritaba como no tenían idea. Sin embargo, siendo ella como era, no iba a darse por vencida tan fácilmente, en lo absoluto. Una de las ventajas (si es que puede llamársele así), era precisamente su capacidad para cambiar de opinión tan repentinamente, o hacer cosas que el otro no intuyera. ¡Claro! Él sabía que Átropos estaba un tanto obsesionada, pero no tenía la remota idea de cuánto podía estarlo o cuándo iba a parar. La muy desgraciada podía usar todo en contra del ladrón, cuando se le diera la gana o cuando la tuviera agotada (bueno, ella se agotaba de un segundo a otro, qué más daba).
Y justo empezaba a fastidiarla de nuevo, con sus palabrerías, con su modo de actuar como si fuese un oasis en el desierto. Eso sí que la molestó, aunque actuó como lo haría una persona corriente y no como una demente, a pesar de estarlo. Se separó de su cuello, observándolo fijamente a esos ojos verdes e intensos que le hacían doler la cabeza. ¡Es que no lo concebía! Era un necio, un patán que se burlaba de ella... Bien, tampoco era para tanto, pero en la mente de Átropos si se cruzó ese pensamiento, aunque terminó desechándolo. Gaspard de Grailly lograba sacarla de sus cabales, hacerla enojar más que cuando se metían con sus muertos (cosa que él había hecho en una ocasión).
—Y bien que recuerdas haberme visto así, aunque... ¿para qué? Si igual es algo aburrido, ¿verdad? —sonó ofendida, muy ofendida, como si aquello le hubiera dolido en lo más profundo del orgullo. Y sí que le había dolido, ¿a quién engañaba?—. ¡Ah, mira tú! Llevarás quién sabe cuánto tiempo dejando que otros vampiros te muerdan, pero de mí... ¡De mí si te vas a aburrir! No me fastidies.
Se apartó con brusquedad, dirigiéndole una mirada de auténtica repulsión, porque se lo merecía, porque... ¡hola! La hizo molestar de nuevo, aunque esta vez había más de celos que enojo. ¿O el enojo llevaba a los celos? Bah, no era tan relevante ahondar en eso, igual Átropos parecía estar celosa porque su humano pasaba de sus provocaciones. Entonces, ¿cómo quería que lo...? Una idea tenaz le vino a la cabeza descolocada que tenía. Si sus colmillos no eran suficientes y le aburrirían, entonces debía valerse de otros métodos, pero esta vez lo haría para vengarse de su desfachatez.
—Ah, cierto, el impredecible Gaspard de Grailly queriéndome llevar la contraria cada vez que se le antoja, y ni atado con cadenas deja de hacerlo. Cierto, cierto —se inclinó en el suelo para recoger uno de los cuchillos que él solía llevar encima. Sí, se los arrebató mientras estaba inconsciente, porque tampoco era tan imbécil y eso lo ha dejado bastante claro—. Eso no es tu problema. Uh, ¿olvidaste que te aburre todo de mí? Pues eso también es parte de mí, así que puedes quedarte con la duda si quieres. Y como bien dices que estoy tan loca...
Acercó el filo del cuchillo a su cuello, justo por donde se encontraba, muy escondidita, la vena yugular. Amenazó con rebanarle el cuello, pero no lo hizo, porque tampoco su intención era asesinarlo, y menos de esa manera. ¡No puede ser! Parecía estar actuando como una mujer corriente. Ay, Átropos y sus actitudes erráticas que salían cuando le apetecía. Y hablando de apetecía... fue por eso que, luego de haber jugado con el puñal sobre su cuello, decidió abrir una herida superficial en el hombro robusto de Gaspard. Eso sí que le iba a doler... Igual que la otra que dibujó justo en la parte derecha de su pecho.
—Debería dejarte una con mi nombre, ¿a qué no sería romántico? —se burló, porque podía ver odio en esos ojos tan verdes e intensos. Y bien, se divertía con esa expresión, porque ya no podía verlo de otra manera—. ¿Qué pasa? ¿No te gustó? Ay, cierto, es que yo no te agrado. ¡Hasta te aburro! Bien, quédate con ellos, que no hablan y no hacen nada que te haga sentir. Adiós.
Y así, tan tranquila, como la loca que era, decidió alejarse de Gaspard lentamente, dándole la espalda, desvaneciéndose en las penumbras de uno de los pasillos nebulosos del fondo. O al menos eso era lo que parecía.
–Ya hazlo, ¿ves que no valora tu atención? Deberías tener un poco más de orgullo y quererte más, Eloise...
¡Sí! Tenía razón de nuevo. Oh, su homúnculo sabía, no sólo fastidiarla con tonterías, sino con la verdad. De nada le servía tener a Gaspard en esas condiciones, porque todo cuanto hiciera era inútil, y eso... eso le irritaba como no tenían idea. Sin embargo, siendo ella como era, no iba a darse por vencida tan fácilmente, en lo absoluto. Una de las ventajas (si es que puede llamársele así), era precisamente su capacidad para cambiar de opinión tan repentinamente, o hacer cosas que el otro no intuyera. ¡Claro! Él sabía que Átropos estaba un tanto obsesionada, pero no tenía la remota idea de cuánto podía estarlo o cuándo iba a parar. La muy desgraciada podía usar todo en contra del ladrón, cuando se le diera la gana o cuando la tuviera agotada (bueno, ella se agotaba de un segundo a otro, qué más daba).
Y justo empezaba a fastidiarla de nuevo, con sus palabrerías, con su modo de actuar como si fuese un oasis en el desierto. Eso sí que la molestó, aunque actuó como lo haría una persona corriente y no como una demente, a pesar de estarlo. Se separó de su cuello, observándolo fijamente a esos ojos verdes e intensos que le hacían doler la cabeza. ¡Es que no lo concebía! Era un necio, un patán que se burlaba de ella... Bien, tampoco era para tanto, pero en la mente de Átropos si se cruzó ese pensamiento, aunque terminó desechándolo. Gaspard de Grailly lograba sacarla de sus cabales, hacerla enojar más que cuando se metían con sus muertos (cosa que él había hecho en una ocasión).
—Y bien que recuerdas haberme visto así, aunque... ¿para qué? Si igual es algo aburrido, ¿verdad? —sonó ofendida, muy ofendida, como si aquello le hubiera dolido en lo más profundo del orgullo. Y sí que le había dolido, ¿a quién engañaba?—. ¡Ah, mira tú! Llevarás quién sabe cuánto tiempo dejando que otros vampiros te muerdan, pero de mí... ¡De mí si te vas a aburrir! No me fastidies.
Se apartó con brusquedad, dirigiéndole una mirada de auténtica repulsión, porque se lo merecía, porque... ¡hola! La hizo molestar de nuevo, aunque esta vez había más de celos que enojo. ¿O el enojo llevaba a los celos? Bah, no era tan relevante ahondar en eso, igual Átropos parecía estar celosa porque su humano pasaba de sus provocaciones. Entonces, ¿cómo quería que lo...? Una idea tenaz le vino a la cabeza descolocada que tenía. Si sus colmillos no eran suficientes y le aburrirían, entonces debía valerse de otros métodos, pero esta vez lo haría para vengarse de su desfachatez.
—Ah, cierto, el impredecible Gaspard de Grailly queriéndome llevar la contraria cada vez que se le antoja, y ni atado con cadenas deja de hacerlo. Cierto, cierto —se inclinó en el suelo para recoger uno de los cuchillos que él solía llevar encima. Sí, se los arrebató mientras estaba inconsciente, porque tampoco era tan imbécil y eso lo ha dejado bastante claro—. Eso no es tu problema. Uh, ¿olvidaste que te aburre todo de mí? Pues eso también es parte de mí, así que puedes quedarte con la duda si quieres. Y como bien dices que estoy tan loca...
Acercó el filo del cuchillo a su cuello, justo por donde se encontraba, muy escondidita, la vena yugular. Amenazó con rebanarle el cuello, pero no lo hizo, porque tampoco su intención era asesinarlo, y menos de esa manera. ¡No puede ser! Parecía estar actuando como una mujer corriente. Ay, Átropos y sus actitudes erráticas que salían cuando le apetecía. Y hablando de apetecía... fue por eso que, luego de haber jugado con el puñal sobre su cuello, decidió abrir una herida superficial en el hombro robusto de Gaspard. Eso sí que le iba a doler... Igual que la otra que dibujó justo en la parte derecha de su pecho.
—Debería dejarte una con mi nombre, ¿a qué no sería romántico? —se burló, porque podía ver odio en esos ojos tan verdes e intensos. Y bien, se divertía con esa expresión, porque ya no podía verlo de otra manera—. ¿Qué pasa? ¿No te gustó? Ay, cierto, es que yo no te agrado. ¡Hasta te aburro! Bien, quédate con ellos, que no hablan y no hacen nada que te haga sentir. Adiós.
Y así, tan tranquila, como la loca que era, decidió alejarse de Gaspard lentamente, dándole la espalda, desvaneciéndose en las penumbras de uno de los pasillos nebulosos del fondo. O al menos eso era lo que parecía.
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Re: Ode to Sleep {Privado}
¿De verdad tenía cara de querer, del verbo querer, quedarse con la duda? Si quisiera, no habría preguntado, ¡cuánta estupidez era necesaria para no llegar a semejante conclusión por sí misma! Loca o no, a veces Átropos se hacía la tonta con tanta gracia que Gaspard casi se lo creía, pero sólo casi: sus años de cazador y su instinto de amante de vampiros le habían enseñado, hacía mucho, a no fiarse jamás de un vampiro, lo cual podía ser irónico dada la fuerza con la que los buscaba. Buscaba en pasado, que conste, porque después de Átropos, se lo iba a empezar a pensar muy mucho antes de buscar deliberadamente su placer en una sanguijuela que, en el peor de los casos, podía ser como ella.
Es que no quería ni pensar en ello, de verdad; en el fondo, Átropos tenía razón al no responderle, y lo de que le recordara que le aburría era lo de menos: ¡gracias, vampira! Por supuesto, lo pensó y no lo dijo porque Gaspard no era de esos que agradecía o se disculpaba, ¡sólo faltaba! Su enorme orgullo se lo impedía, el mismo que ella reflejaba como si fuera un espejo (pero roto, porque estaba como una cabra; por lo demás, clavaditos) y que la había terminado por ofender tanto por las palabras de Gaspard que había terminado atacándolo por su propio cuchillo. Porque, ¡por supuesto!, tenía que usar sus armas contra él, no podía usar sus uñas o cualquier otra cosa... Maldita fulana.
¡Sí, fulana, especialmente mientras lo rajaba! Que decidiera ya, de una vez por todas, si quería tenerlo como un colador o como un rallador de queso porque las rajas que tenía que hacer eran diferentes, y las de esa ocasión eran de las que iban de arriba abajo en su piel, abriéndole surcos rojos en esa palidez suya que, por otro lado, estaba salpicada de pecas y de la tinta de los tatuajes que portaba. Cierto, éstos sólo se encontraban en sus muñecas, pero parecía refulgir tanto su blancura que los tatuajes, al quedar en negativo, destacaban sobre ese lienzo (casi) impoluto, así que era imposible perderlos de vista.
A quien no fue tan difícil perder de vista fue a Átropos, que después de enfadarlo sobremanera al insinuar que mancillaría su cuerpo con una cicatriz con el nombre de ella (si es que a eso se le podía llamar nombre... Conocedor de la cultura clásica como lo era, Gaspard entendía de dónde venía, pero de ahí a gustarle había un gran trecho), se largó, dejándolo solo. ¡Por fin! Exclamó de puro júbilo, a sabiendas de que ella lo escucharía porque no la había oído irse lejos; suspiró de placer y, sin importarle que fuera a volver (lo haría, de eso estaba seguro), agarró el cuchillo que ella había sido tan estúpida de dejar a sus pies precisamente con uno de éstos. El derecho, para más señas.
Pese a los temblores de su cuerpo, poco acostumbrado a permanecer tan quieto como ella se lo había mantenido, Gaspard tuvo la enorme suerte (o el enorme talento, según se quiera entender la situación y según el mérito que se le quiera dar a de Grailly) de no cortarse con el cuchillo entre los dedos del pie. Eso habría sido una auténtica faena, y no sólo por el poder que su sangre tenía en Átropos (poco importaban unas gotas más si ya sangraba de las heridas del pecho, a ver), sino por el escozor del corte en una zona tan mala... Y él de ese tipo de cortes sabía mucho. Haberse pasado la mayor parte de su infancia podando vides y vendimiando le había hecho experto en cortes en los dedos, y sabía lo mucho que fastidiaban.
Dolores pasados aparte, Gaspard pudo subirse el cuchillo a la mano con su propio pie en un ejercicio de flexibilidad que indicaba hasta qué punto su físico no era solamente apariencia, sino pura forma física, y de aquel modo empezó a penetrar la cerradura con la puntita de su afilada arma... Casi como Átropos, que seguramente lo estaba observando, deseaba (aún) que él hiciera; sin embargo, él estaba muy ocupado forzando las cerraduras, que para un ladrón de tumbas no eran demasiado complejas por otro lado, hasta que los grilletes cayeron al suelo y él pudo masajearse las (¡libres!) muñecas.
– Métete el romanticismo por donde te quepa, fulana. Además, ¿qué nombre usarías? ¿Ese apodo que usas, Átropos, o ese con el que te bautizaron hace tanto que ni lo recuerdas? – escupió, no literalmente, y sus palabras casi desprendían hiel de la amargura con la que las dijo, aún molesto por el escozor de sus muñecas tras la acción de los grilletes. El rojo le favorecía, era un hecho, ya fuera en las venas de sus ojos verdes o en su piel sangrante, pero no tanto en una zona que sólo debía mostrar blanco (el de su piel) y negro (el de sus cicatrices por elección), no esos intrusos. Por suerte, estaba moviéndose de nuevo, aunque sólo fuera incorporándose, y eso ayudaba bastante.
– A los otros vampiros los veo un rato y después se largan. Tú no te largas ni aunque te haga arder y te conviertas en cenizas, en las que ten por seguro que me bañaría gustosamente, así que sí, tú me aburres. ¿Alguna duda más? – preguntó, hostil de nuevo, y se estiró los músculos agarrotados, no lo suficiente para quitarles esa pesadez de encima pero sí lo bastante para sentirse un poquito (nada más) cómodo. – Pero sí, claro que recuerdo verte así. Tengo buena memoria, y si no fueras tan repulsiva, como mujer serías atractiva. Es toda una pena que no me gusten las mujeres sólo por el hecho de serlo y que tú me des asco sólo por ser como eres. – concluyó, armándose pero no vistiéndose, porque... para qué.
Es que no quería ni pensar en ello, de verdad; en el fondo, Átropos tenía razón al no responderle, y lo de que le recordara que le aburría era lo de menos: ¡gracias, vampira! Por supuesto, lo pensó y no lo dijo porque Gaspard no era de esos que agradecía o se disculpaba, ¡sólo faltaba! Su enorme orgullo se lo impedía, el mismo que ella reflejaba como si fuera un espejo (pero roto, porque estaba como una cabra; por lo demás, clavaditos) y que la había terminado por ofender tanto por las palabras de Gaspard que había terminado atacándolo por su propio cuchillo. Porque, ¡por supuesto!, tenía que usar sus armas contra él, no podía usar sus uñas o cualquier otra cosa... Maldita fulana.
¡Sí, fulana, especialmente mientras lo rajaba! Que decidiera ya, de una vez por todas, si quería tenerlo como un colador o como un rallador de queso porque las rajas que tenía que hacer eran diferentes, y las de esa ocasión eran de las que iban de arriba abajo en su piel, abriéndole surcos rojos en esa palidez suya que, por otro lado, estaba salpicada de pecas y de la tinta de los tatuajes que portaba. Cierto, éstos sólo se encontraban en sus muñecas, pero parecía refulgir tanto su blancura que los tatuajes, al quedar en negativo, destacaban sobre ese lienzo (casi) impoluto, así que era imposible perderlos de vista.
A quien no fue tan difícil perder de vista fue a Átropos, que después de enfadarlo sobremanera al insinuar que mancillaría su cuerpo con una cicatriz con el nombre de ella (si es que a eso se le podía llamar nombre... Conocedor de la cultura clásica como lo era, Gaspard entendía de dónde venía, pero de ahí a gustarle había un gran trecho), se largó, dejándolo solo. ¡Por fin! Exclamó de puro júbilo, a sabiendas de que ella lo escucharía porque no la había oído irse lejos; suspiró de placer y, sin importarle que fuera a volver (lo haría, de eso estaba seguro), agarró el cuchillo que ella había sido tan estúpida de dejar a sus pies precisamente con uno de éstos. El derecho, para más señas.
Pese a los temblores de su cuerpo, poco acostumbrado a permanecer tan quieto como ella se lo había mantenido, Gaspard tuvo la enorme suerte (o el enorme talento, según se quiera entender la situación y según el mérito que se le quiera dar a de Grailly) de no cortarse con el cuchillo entre los dedos del pie. Eso habría sido una auténtica faena, y no sólo por el poder que su sangre tenía en Átropos (poco importaban unas gotas más si ya sangraba de las heridas del pecho, a ver), sino por el escozor del corte en una zona tan mala... Y él de ese tipo de cortes sabía mucho. Haberse pasado la mayor parte de su infancia podando vides y vendimiando le había hecho experto en cortes en los dedos, y sabía lo mucho que fastidiaban.
Dolores pasados aparte, Gaspard pudo subirse el cuchillo a la mano con su propio pie en un ejercicio de flexibilidad que indicaba hasta qué punto su físico no era solamente apariencia, sino pura forma física, y de aquel modo empezó a penetrar la cerradura con la puntita de su afilada arma... Casi como Átropos, que seguramente lo estaba observando, deseaba (aún) que él hiciera; sin embargo, él estaba muy ocupado forzando las cerraduras, que para un ladrón de tumbas no eran demasiado complejas por otro lado, hasta que los grilletes cayeron al suelo y él pudo masajearse las (¡libres!) muñecas.
– Métete el romanticismo por donde te quepa, fulana. Además, ¿qué nombre usarías? ¿Ese apodo que usas, Átropos, o ese con el que te bautizaron hace tanto que ni lo recuerdas? – escupió, no literalmente, y sus palabras casi desprendían hiel de la amargura con la que las dijo, aún molesto por el escozor de sus muñecas tras la acción de los grilletes. El rojo le favorecía, era un hecho, ya fuera en las venas de sus ojos verdes o en su piel sangrante, pero no tanto en una zona que sólo debía mostrar blanco (el de su piel) y negro (el de sus cicatrices por elección), no esos intrusos. Por suerte, estaba moviéndose de nuevo, aunque sólo fuera incorporándose, y eso ayudaba bastante.
– A los otros vampiros los veo un rato y después se largan. Tú no te largas ni aunque te haga arder y te conviertas en cenizas, en las que ten por seguro que me bañaría gustosamente, así que sí, tú me aburres. ¿Alguna duda más? – preguntó, hostil de nuevo, y se estiró los músculos agarrotados, no lo suficiente para quitarles esa pesadez de encima pero sí lo bastante para sentirse un poquito (nada más) cómodo. – Pero sí, claro que recuerdo verte así. Tengo buena memoria, y si no fueras tan repulsiva, como mujer serías atractiva. Es toda una pena que no me gusten las mujeres sólo por el hecho de serlo y que tú me des asco sólo por ser como eres. – concluyó, armándose pero no vistiéndose, porque... para qué.
Invitado- Invitado
Re: Ode to Sleep {Privado}
En todos sus años de no-vida, nunca nadie se había atrevido a tratarla del modo en que lo había hecho Gaspard de Grailly. ¡Bien! Tampoco era como si solía causar buena impresión en las personas, y menos con esa locura tan evidente (lo del homúnculo se lo tenía bien escondido, por suerte). Pero dado el particular vínculo que tenía (que quizás sólo existía en su mente rota) con ese patán, no era de extrañarse que reaccionara de aquella manera tan... curiosa. Porque sí, siendo Átropos quien solía ser, era extraño verla comportarse y actuar del modo en que lo hacía, ¡hasta su mellizo estaba extrañado! Tanto, que ni se atrevió a proferir palabra alguna. Y si lo hubiera hecho, la otra loca lo habría ignorado indudablemente. Estaba tan molesta con Gaspard, que en su cabeza disfuncional ya había previsto no volverlo a ver más nunca en lo que él le quedaba de existencia. ¡Así de grande era su molestia!
No le importó, en lo más mínimo, haberlo dejado solo ahí, atado sin posibilidad de escaparse; aunque, siendo de Grailly el bastardo que se salía siempre con la suya, aquello no era algo seguro. ¡Qué enorme fastidio para ella! Pero igual pasó de ello, porque ya le valía lo más mínimo todo lo que podía hacer o no, ¡se hartó! Ya estaba bueno. Ay, debió haberle quebrado el cráneo cuando tuvo oportunidad de hacerlo. Sin embargo, no lo hizo, y ya era muy tarde para arrepentirse. ¡Bien! Había sido idiota... ella, la reina Morta, siendo humillada por un humano. Su ego le dolió tanto, que apresuró más el paso, envuelta en ese maldito silencio propio de las Catacumbas.
Y claro, pudo haber continuado ensimismada en su propia molestia, pero, al escuchar como el imbécil de Gaspard actuaba con pericia para zafarse de las cadenas, se detuvo en seco. ¿Ir o no ir? Esa era la cuestión. ¡No ir! Ya bastante había tenido de sus humillaciones y a ella todavía le quedaba orgullo de sobra y preferiría seguir conservándolo intacto.
–¿Vas a dejar que se escape, Eloise? Digo, la única manera de redimirte de la humillación es... acabando con él.
Perdón, pero no. De un momento a otro, todo lo relacionado con ese desgraciado, se quedó bien sepultado, como los muertos que él buscaba desesperadamente para poder vender a otros sádicos hipócritas, así como el mismo era. ¡Humanos falsos! Más nunca se relacionaría con ellos, salvo para alimentarse y dejarlos bien secos, de ser posible. Por eso es que se rodeaba de muertos, porque ellos no molestaban en lo absoluto; hasta las ratas tenían una mejor personalidad, no como de Grailly. Recordarlo le hacía hervir el humor.
—¡Métetelo tú, que de seguro te caben más cosas! —exclamó, con toda la ira saliéndose por los poros. Aunque, haberle respondido le revelaría que ella estaba ya más lejos de lo que pudo haber considerado. ¿Creía que no cumplía sus promesas? Que se fuera acostumbrando—. Quizás hubiera sido mejor llamarme fulana, ¿no es así, pedazo de bazofia humana?
¿Largarse? ¿Ella? ¡Pero si estaba en su territorio! Que no la fastidiara con tonterías. Además, ¿ya no estaba en eso? Ah, claro, pero a él se le ocurrió la brillante idea de seguir retándola con sus palabrerías. Oh, y tanto que detestaba hablar, según su conducta errática. Ay, cierto, doña Átropos solía causarle efectos que se negaría en reconocer. ¡Compostura! Seguía enfadada... Y dispuesta a irse lejos, a ver si así dejaba de molestarla.
—¡Bien! Entonces quédate con tus otros vampiros... ¡Y no te creas! No soy la única que aburre aquí. No soy la única vampira que decidirá dejarte solo en... ¿al menos sabes salir de las Catacumbas? Ojalá se te vaya la mortalidad en ello, estúpido. ¡Ojalá te pudras con los otros cadáveres! —sentenció, con el tono tan alto, que el eco se escurrió en todas las galerías—. Adiós, Gaspard de Grailly. ¡Lárgate! No queremos ver tu repulsiva cara nunca más...
¿Él creía que ella en verdad regresaría? Pues no, no lo hizo, ni lo haría. Luego de haber soltado aquellas últimas palabras, continuó con su camino a quién sabe dónde, porque, como han de saber, las Catacumbas parecen no tener principio ni fin, quizás Átropos sea la única que conozca tan bien el lugar como las ratas que ahí habitan. ¿Correría suerte el ladrón en poder salir? Con lo enojada que estaba Átropos con él, ignoró si lo haría o no. Le daba completamente igual; se encontraba algo lejos, como para hacerle entender que esta vez si iba a deshacerse de ella, así de fácil. ¡Y felices todos! Hasta las ratas que chillaban por ahí, como agradeciendo lo dicho por Átropos. Vaya, hasta a las ratas les caía mal el Gaspard ese con su apellido de Grailly.
No le importó, en lo más mínimo, haberlo dejado solo ahí, atado sin posibilidad de escaparse; aunque, siendo de Grailly el bastardo que se salía siempre con la suya, aquello no era algo seguro. ¡Qué enorme fastidio para ella! Pero igual pasó de ello, porque ya le valía lo más mínimo todo lo que podía hacer o no, ¡se hartó! Ya estaba bueno. Ay, debió haberle quebrado el cráneo cuando tuvo oportunidad de hacerlo. Sin embargo, no lo hizo, y ya era muy tarde para arrepentirse. ¡Bien! Había sido idiota... ella, la reina Morta, siendo humillada por un humano. Su ego le dolió tanto, que apresuró más el paso, envuelta en ese maldito silencio propio de las Catacumbas.
Y claro, pudo haber continuado ensimismada en su propia molestia, pero, al escuchar como el imbécil de Gaspard actuaba con pericia para zafarse de las cadenas, se detuvo en seco. ¿Ir o no ir? Esa era la cuestión. ¡No ir! Ya bastante había tenido de sus humillaciones y a ella todavía le quedaba orgullo de sobra y preferiría seguir conservándolo intacto.
–¿Vas a dejar que se escape, Eloise? Digo, la única manera de redimirte de la humillación es... acabando con él.
Perdón, pero no. De un momento a otro, todo lo relacionado con ese desgraciado, se quedó bien sepultado, como los muertos que él buscaba desesperadamente para poder vender a otros sádicos hipócritas, así como el mismo era. ¡Humanos falsos! Más nunca se relacionaría con ellos, salvo para alimentarse y dejarlos bien secos, de ser posible. Por eso es que se rodeaba de muertos, porque ellos no molestaban en lo absoluto; hasta las ratas tenían una mejor personalidad, no como de Grailly. Recordarlo le hacía hervir el humor.
—¡Métetelo tú, que de seguro te caben más cosas! —exclamó, con toda la ira saliéndose por los poros. Aunque, haberle respondido le revelaría que ella estaba ya más lejos de lo que pudo haber considerado. ¿Creía que no cumplía sus promesas? Que se fuera acostumbrando—. Quizás hubiera sido mejor llamarme fulana, ¿no es así, pedazo de bazofia humana?
¿Largarse? ¿Ella? ¡Pero si estaba en su territorio! Que no la fastidiara con tonterías. Además, ¿ya no estaba en eso? Ah, claro, pero a él se le ocurrió la brillante idea de seguir retándola con sus palabrerías. Oh, y tanto que detestaba hablar, según su conducta errática. Ay, cierto, doña Átropos solía causarle efectos que se negaría en reconocer. ¡Compostura! Seguía enfadada... Y dispuesta a irse lejos, a ver si así dejaba de molestarla.
—¡Bien! Entonces quédate con tus otros vampiros... ¡Y no te creas! No soy la única que aburre aquí. No soy la única vampira que decidirá dejarte solo en... ¿al menos sabes salir de las Catacumbas? Ojalá se te vaya la mortalidad en ello, estúpido. ¡Ojalá te pudras con los otros cadáveres! —sentenció, con el tono tan alto, que el eco se escurrió en todas las galerías—. Adiós, Gaspard de Grailly. ¡Lárgate! No queremos ver tu repulsiva cara nunca más...
¿Él creía que ella en verdad regresaría? Pues no, no lo hizo, ni lo haría. Luego de haber soltado aquellas últimas palabras, continuó con su camino a quién sabe dónde, porque, como han de saber, las Catacumbas parecen no tener principio ni fin, quizás Átropos sea la única que conozca tan bien el lugar como las ratas que ahí habitan. ¿Correría suerte el ladrón en poder salir? Con lo enojada que estaba Átropos con él, ignoró si lo haría o no. Le daba completamente igual; se encontraba algo lejos, como para hacerle entender que esta vez si iba a deshacerse de ella, así de fácil. ¡Y felices todos! Hasta las ratas que chillaban por ahí, como agradeciendo lo dicho por Átropos. Vaya, hasta a las ratas les caía mal el Gaspard ese con su apellido de Grailly.
Átropos- Vampiro Clase Baja
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Fecha de inscripción : 18/05/2017
Localización : En alguna parte de esta enorme ciudad...
Re: Ode to Sleep {Privado}
¡No lo hagas!, gritaba su mente; ¡la detestas y te da asco!, gritaba su corazón; ¡muévete!, exclamaba su cuerpo... Y, vamos a ver, a estas alturas ya conocemos todos al hiperactivo Gaspard de Grailly, ¿queda alguna duda de a qué vocecita de su cabeza (no literales, aún no estaba tan loco. Que le dieran un par de encuentros más con Átropos a ver cómo terminaba) escuchó de Grailly sin dudarlo lo más mínimo? No, ¿verdad? Por si acaso, se aclara: a la de su cuerpo, a la que le pedía que huyera de esa quietud de antes, de cuando estaba atado y hábilmente se había liberado como un futuro Harry Houdini antes de que éste existiera (claramente se había equivocado de profesión, el aquitano).
Pero, claro, eso no significaba que lo hiciera automáticamente, sino que se tomó su tiempo. Total, Átropos estaba lejos: oía su voz rebotar en las paredes rocosas de los túneles de las Catacumbas, en ese surtido de venas artificiales que alguien había decidido excavar en la tierra y que estaba casi embarrado por la humedad de las aguas subterráneas y de los riachuelos que se formaban a su alrededor. Por suerte, no hacía demasiado calor, o de lo contrario ni siquiera el mejor embalsamamiento impediría el olor a podrido; por desgracia, él estaba allí metido, no estaba muy dispuesto a ser lógico y, para colmo, iba a seguirla.
¡Vamos a ver, era una mala idea! Lo sabía, por supuesto; las Catacumbas eran un laberinto del que los otros ladrones de tumbas hablaban con miedo, mucho menos atrevidos de lo que era Gaspard y con menos gusto para el riesgo que él, resurreccionista de profesión y, por tanto, superior moralmente a ellos. Todo lo moralmente superior que pudiera ser Gaspard con respecto a alguien, de acuerdo, eso hay que especificarlo, pero menos daba una piedra. Su cabeza brillante y rápida, motorizada casi, ya había encontrado mil inconvenientes a lo que iba a hacer, pero, a veces, pensaba demasiado despacio con respecto a las decisiones que tomaba, y una vez que lo hacía, no había forma de hacerle cambiar de idea.
Eso no significaba que no fuera a tomar sus propias medidas para asegurarse el cuello, claro, pero tampoco debería pillar a nadie por sorpresa que Gaspard, el rey de la autoconservación, planeara que su corazón siguiera palpitando incluso tras una persecución por el subsuelo de París. ¡Vamos a ver, que hiperactivo sí era, pero tonto del todo no! Aunque a veces hiciera tonterías, como la que estaba a punto de llevar a cabo (el primer paso, dicen, es admitirlo), lo hacía asegurándose de que tenía salida y medios para librarse de las consecuencias peores que se le ocurrían, así que la cosa no estaba tan negra como lo parecía. ¡Además, tenía armas! Precisamente de ellas dependía parte de su plan.
Bien: Gaspard tenía muy buena orientación. A esa cualidad debía añadirse una memoria bastante notable, ambas cultivadas con el sol abrasador de la Aquitania en verano y a través de hileras interminables de vides que parecían todas iguales, pero que jamás le habían impedido encontrar el camino de vuelta a casa por cansado que se encontrara después de un duro trabajo. Aunque no pudiera compararse con los túneles laberínticos de las Catacumbas, Gaspard tenía una idea bastante aproximada de dónde se encontraba gracias a sus ocasionales incursiones en la casa de Átropos (se negaba a llamarlo reino. Por ahí no pasaría), así que no tendría problemas.
Incluso en el caso de tenerlos, de pequeño le habían contado la historia de Hansel y Gretel, que dejaban un rastro de miguitas de pan para saber volver, y como él no era tan estúpido de dejar algo que pudieran comerse las ratas, eligió utilizar sus heridas abiertas y la sangre que manaba de estas, en primera instancia, y piedrecitas, en segunda. Si una cosa no funcionaba, lo haría la otra, así que, con esas ideas palpitando débilmente en su cabeza junto al dolor de seguir escuchando a Átropos (y encima intensificada por el eco, qué pereza), se lanzó en su búsqueda. Para qué... bueno, eso no lo tenía claro del todo, pero que la buscaba sí, a lo mejor para callarla. Sí, buena idea.
– Bazofia humana, qué original. ¿Qué piensan todos tus súbditos de tu vocabulario, eh? De mí nadie se extraña porque soy un pedazo de mierda para todos, pero ¿qué hay de ti, reinecilla? ¿Tu homúnculo no te echa en cara tu mala educación? – murmuró, cruel e irónico, y permitió que los túneles que él iba marcando redujeran la distancia entre ellos. Para su enorme suerte (y a la vez desgracia, dependiendo de cómo se mirara), seguían conectados por la sangre de Átropos, así que intuía bien dónde se encontraba ella... y también sabía que se estaba alejando más de él, así que intensificó sus pasos y su ritmo. Bendita decisión que había tomado de no vestirse.
– ¿Tienes miedo, preciosa horripilancia? ¿Te asusta que vaya detrás de ti y que tu humano pueda perderse en tus dominios? Oigo el miedo en tu voz, lo huelo en el maldito rastro que has dejado desde donde me has encadenado para intentar someterme. Te asusta perderme, Átropos, admítelo, porque, sin mí, ¿qué te queda? ¿Tu homúnculo? Por favor. Me detestas, pero me necesitas para darle sentido a tu vida. – razonó, con total certeza, Gaspard de Grailly, perfectamente consciente de que hacía cosquillas a una bestia, pero sin que le importara lo más mínimo. Alguna ventaja tenía que tener que fuera su bestia, ¿no...?
Pero, claro, eso no significaba que lo hiciera automáticamente, sino que se tomó su tiempo. Total, Átropos estaba lejos: oía su voz rebotar en las paredes rocosas de los túneles de las Catacumbas, en ese surtido de venas artificiales que alguien había decidido excavar en la tierra y que estaba casi embarrado por la humedad de las aguas subterráneas y de los riachuelos que se formaban a su alrededor. Por suerte, no hacía demasiado calor, o de lo contrario ni siquiera el mejor embalsamamiento impediría el olor a podrido; por desgracia, él estaba allí metido, no estaba muy dispuesto a ser lógico y, para colmo, iba a seguirla.
¡Vamos a ver, era una mala idea! Lo sabía, por supuesto; las Catacumbas eran un laberinto del que los otros ladrones de tumbas hablaban con miedo, mucho menos atrevidos de lo que era Gaspard y con menos gusto para el riesgo que él, resurreccionista de profesión y, por tanto, superior moralmente a ellos. Todo lo moralmente superior que pudiera ser Gaspard con respecto a alguien, de acuerdo, eso hay que especificarlo, pero menos daba una piedra. Su cabeza brillante y rápida, motorizada casi, ya había encontrado mil inconvenientes a lo que iba a hacer, pero, a veces, pensaba demasiado despacio con respecto a las decisiones que tomaba, y una vez que lo hacía, no había forma de hacerle cambiar de idea.
Eso no significaba que no fuera a tomar sus propias medidas para asegurarse el cuello, claro, pero tampoco debería pillar a nadie por sorpresa que Gaspard, el rey de la autoconservación, planeara que su corazón siguiera palpitando incluso tras una persecución por el subsuelo de París. ¡Vamos a ver, que hiperactivo sí era, pero tonto del todo no! Aunque a veces hiciera tonterías, como la que estaba a punto de llevar a cabo (el primer paso, dicen, es admitirlo), lo hacía asegurándose de que tenía salida y medios para librarse de las consecuencias peores que se le ocurrían, así que la cosa no estaba tan negra como lo parecía. ¡Además, tenía armas! Precisamente de ellas dependía parte de su plan.
Bien: Gaspard tenía muy buena orientación. A esa cualidad debía añadirse una memoria bastante notable, ambas cultivadas con el sol abrasador de la Aquitania en verano y a través de hileras interminables de vides que parecían todas iguales, pero que jamás le habían impedido encontrar el camino de vuelta a casa por cansado que se encontrara después de un duro trabajo. Aunque no pudiera compararse con los túneles laberínticos de las Catacumbas, Gaspard tenía una idea bastante aproximada de dónde se encontraba gracias a sus ocasionales incursiones en la casa de Átropos (se negaba a llamarlo reino. Por ahí no pasaría), así que no tendría problemas.
Incluso en el caso de tenerlos, de pequeño le habían contado la historia de Hansel y Gretel, que dejaban un rastro de miguitas de pan para saber volver, y como él no era tan estúpido de dejar algo que pudieran comerse las ratas, eligió utilizar sus heridas abiertas y la sangre que manaba de estas, en primera instancia, y piedrecitas, en segunda. Si una cosa no funcionaba, lo haría la otra, así que, con esas ideas palpitando débilmente en su cabeza junto al dolor de seguir escuchando a Átropos (y encima intensificada por el eco, qué pereza), se lanzó en su búsqueda. Para qué... bueno, eso no lo tenía claro del todo, pero que la buscaba sí, a lo mejor para callarla. Sí, buena idea.
– Bazofia humana, qué original. ¿Qué piensan todos tus súbditos de tu vocabulario, eh? De mí nadie se extraña porque soy un pedazo de mierda para todos, pero ¿qué hay de ti, reinecilla? ¿Tu homúnculo no te echa en cara tu mala educación? – murmuró, cruel e irónico, y permitió que los túneles que él iba marcando redujeran la distancia entre ellos. Para su enorme suerte (y a la vez desgracia, dependiendo de cómo se mirara), seguían conectados por la sangre de Átropos, así que intuía bien dónde se encontraba ella... y también sabía que se estaba alejando más de él, así que intensificó sus pasos y su ritmo. Bendita decisión que había tomado de no vestirse.
– ¿Tienes miedo, preciosa horripilancia? ¿Te asusta que vaya detrás de ti y que tu humano pueda perderse en tus dominios? Oigo el miedo en tu voz, lo huelo en el maldito rastro que has dejado desde donde me has encadenado para intentar someterme. Te asusta perderme, Átropos, admítelo, porque, sin mí, ¿qué te queda? ¿Tu homúnculo? Por favor. Me detestas, pero me necesitas para darle sentido a tu vida. – razonó, con total certeza, Gaspard de Grailly, perfectamente consciente de que hacía cosquillas a una bestia, pero sin que le importara lo más mínimo. Alguna ventaja tenía que tener que fuera su bestia, ¿no...?
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Re: Ode to Sleep {Privado}
Ella se estaba yendo lejos, sin importarle lo más mínimo lo que haría él, ¿qué no lo entendía? El estúpido humano siempre buscándole la quinta pata al gato. ¿Cómo podía ser tan desquiciante? No lo comprendía, su mente caótica no lograba entenderlo bien. Pero, ¿y ella qué? Si en un principio era quien estaba empeñada en arrancarle emociones a Gaspard de donde fuera, sin medir las consecuencias; le clavaba los colmillos hasta lo más hondo, incluso intentaba seducirlo. Sin embargo, como él no cayó en sus juegos, entonces acababa molesta. Y sí que lo estaba, porque continuaba avanzando, a quién sabe dónde, con una decisión inquebrantable, sin que nada ni nadie la hicieran cambiar de opinión, ni siquiera de Grailly, a pesar de su constante irreverencia. Oh, ¿con eso se refería a irreverente antes? ¡Maldito insolente! Para lo único que servía era para darle dolores de cabeza, y mira que siendo vampira, eso era una probabilidad muy lejana. Bueno, daba igual, así se la llevaba con ese ladrón de súbd... de muertos.
¿Por dónde íbamos? Ah sí, que estaba alejándose de él, huyendo de la terrible desesperación que le causaba por ese comportamiento tan cansino que tenía. ¡Le había dicho que lo aburría! ¡A ella! Átropos no pudo simplemente tolerarlo, su orgullo (que era más infinito que el universo mismo) se quebró, y ya ni ganas de vengarse de ese idiota le quedaban. Es que tampoco valía la pena, y al parecer, estaba comprendiéndolo, a pesar de que en un principio pareció humillarse sólo por obtener la atención de ese imbécil de Gaspard. Oh, recordar aquello le amargaba más la existencia. Cuánto más lejos de él, mejor. ¡Y ni le importaba si se perdía en las Catacumbas! Que se pudriera entre roedores y muertos, porque eso era lo menos que se merecía.
Pero, con lo que no contaba Átropos, era con ese elemento sorpresa que siempre aparecía en esa rara relación entre ambos. Por más que se detestaran, que buscaran la manera de destruirse, no podían. Si eso era ahorita, que llevaban horas de haberse conocido, no hay ni que pensar en lo siguiente... ¡Es que eran el caos primigenio hecho humano y vampira! A cualquiera se le iría la cabeza pensando en las posibilidades detrás de las actitudes de aquellos dos seres terrenales, porque cuando menos te lo esperabas, ¡zas!, hacían una de las suyas. Ya luego toca mandarlo todo al garete y quedarse esperando a ver qué podría ocurrir luego.
¿Y qué era lo que estaba pasando entonces? Pues que don Gaspard de Grailly, en vez de huir luego de haberse deshecho de las cadenas, decidió pinchar a Átropos; decidió seguirla... Sí, ¡seguirla! ¿Estaba mal de la cabeza o qué? Bueno, ciertamente estaba mal de la cabeza, de eso no existía la menor duda. Pero, siendo él quien había dicho varias sandeces en contra de la vampira, aparentando que ya estaba cansado de ella, ¿se atrevía a seguirla? ¿Con qué fin? Oh, detestable hombre errático, con razón la reina Morta se alejaba cada vez más de su presencia. Igual de inútil, porque sabiendo que Gaspard llevaba un poco de su sangre consigo, le iba a ser algo sencillo encontrarla, por muy lejos que estuviera. Por muy laberínticas que fueran esas catacumbas...
Y no, los laberintos no eran problema para Átropos, ella sabía exactamente hacia dónde se dirigía, por eso no paraba el paso, aunque se vio tentada en hacerlo al escuchar las palabras de Gaspard. ¡Qué rabia! ¿Por qué no se iba y la dejaba en paz de una vez por todas? Se llevó las manos a la cabeza de pura amargura; aún escuchaba el eco de su voz retumbando entre la piedra roñosa, acompañada de los susurros de los muertos, los cuales ignoró, porque estaba tan concentrada en desviar la atención de aquel mendigo humano, que ni sus súbditos eran importantes en ese instante.
–Por favor, Eloise, ¿por qué huyes? Eres la reina, no deberías hacer eso. Quien tiene que huir de ti, es él. No eres su presa; él es tu presa. ¿Por qué no paras de una vez? Ve, enfréntalo, demuéstrale tu poder, ¡somételo! ¿Se te ha olvidado lo que eres? Mira que tu sire depositó confianza en ti... no seas malagradecida. ¿Qué diría Helga?
—¡Tú cállate! ¡Basta ya! Ya estoy cansada de la misma cháchara tuya de cada cinco minutos —espetó en voz alta, sin siquiera darse cuenta, porque, ¡hola!, estaba de mal genio y eso no le interesaba ni un poco. Aunque sería una pista perfecta para que Gaspard siguiera más de cerca sus pasos—. ¿Miedo? ¡Ni en tus sueños! Y sí, piérdete... ¡Piérdete de una vez por todas, imbécil! —le gritaba a la nada, pero en realidad sabía que él la escucharía. ¿Es qué no se podía quedar callada? No, no podía. Su orgullo no le iba a perdonar que no le refutara ni una sola vez al ladronzuelo ese—. ¡He vivido más de dos siglos, Gaspard, por favor! No creas que eres un maldito oasis en el desierto. ¡Te he desechado! ¿Tanto te cuesta asimilarlo? ¡Anda! Vete con tus otros vampiros, con esos que te tanto te gusta que te muerdan... Y a mí déjame en paz.
¡Y se detuvo! Al cabo de unos minutos, pero lo hizo. Se resguardó entre las penumbras de un corredor estrecho, quedándose muy calladita para que él no la escuchara más. A ver si esta vez lo despistaba para que decidiera largarse. Un momento... ¿y cómo? ¡Hola! Estaba en las Catacumbas de París, un lugar desquiciante en donde hasta una rata podría perderse con una facilidad que rebasaba lo ridículo. Bueno, igual no le preocupaba que de Grailly se perdiera para siempre en sus dominios. Lo único que si le preocupaba era el hecho de que el lugar se estaba impregnando del aroma de su sangre. ¿Acaso era una trampa? Esta vez no caería, no lo haría.
¿Por dónde íbamos? Ah sí, que estaba alejándose de él, huyendo de la terrible desesperación que le causaba por ese comportamiento tan cansino que tenía. ¡Le había dicho que lo aburría! ¡A ella! Átropos no pudo simplemente tolerarlo, su orgullo (que era más infinito que el universo mismo) se quebró, y ya ni ganas de vengarse de ese idiota le quedaban. Es que tampoco valía la pena, y al parecer, estaba comprendiéndolo, a pesar de que en un principio pareció humillarse sólo por obtener la atención de ese imbécil de Gaspard. Oh, recordar aquello le amargaba más la existencia. Cuánto más lejos de él, mejor. ¡Y ni le importaba si se perdía en las Catacumbas! Que se pudriera entre roedores y muertos, porque eso era lo menos que se merecía.
Pero, con lo que no contaba Átropos, era con ese elemento sorpresa que siempre aparecía en esa rara relación entre ambos. Por más que se detestaran, que buscaran la manera de destruirse, no podían. Si eso era ahorita, que llevaban horas de haberse conocido, no hay ni que pensar en lo siguiente... ¡Es que eran el caos primigenio hecho humano y vampira! A cualquiera se le iría la cabeza pensando en las posibilidades detrás de las actitudes de aquellos dos seres terrenales, porque cuando menos te lo esperabas, ¡zas!, hacían una de las suyas. Ya luego toca mandarlo todo al garete y quedarse esperando a ver qué podría ocurrir luego.
¿Y qué era lo que estaba pasando entonces? Pues que don Gaspard de Grailly, en vez de huir luego de haberse deshecho de las cadenas, decidió pinchar a Átropos; decidió seguirla... Sí, ¡seguirla! ¿Estaba mal de la cabeza o qué? Bueno, ciertamente estaba mal de la cabeza, de eso no existía la menor duda. Pero, siendo él quien había dicho varias sandeces en contra de la vampira, aparentando que ya estaba cansado de ella, ¿se atrevía a seguirla? ¿Con qué fin? Oh, detestable hombre errático, con razón la reina Morta se alejaba cada vez más de su presencia. Igual de inútil, porque sabiendo que Gaspard llevaba un poco de su sangre consigo, le iba a ser algo sencillo encontrarla, por muy lejos que estuviera. Por muy laberínticas que fueran esas catacumbas...
Y no, los laberintos no eran problema para Átropos, ella sabía exactamente hacia dónde se dirigía, por eso no paraba el paso, aunque se vio tentada en hacerlo al escuchar las palabras de Gaspard. ¡Qué rabia! ¿Por qué no se iba y la dejaba en paz de una vez por todas? Se llevó las manos a la cabeza de pura amargura; aún escuchaba el eco de su voz retumbando entre la piedra roñosa, acompañada de los susurros de los muertos, los cuales ignoró, porque estaba tan concentrada en desviar la atención de aquel mendigo humano, que ni sus súbditos eran importantes en ese instante.
–Por favor, Eloise, ¿por qué huyes? Eres la reina, no deberías hacer eso. Quien tiene que huir de ti, es él. No eres su presa; él es tu presa. ¿Por qué no paras de una vez? Ve, enfréntalo, demuéstrale tu poder, ¡somételo! ¿Se te ha olvidado lo que eres? Mira que tu sire depositó confianza en ti... no seas malagradecida. ¿Qué diría Helga?
—¡Tú cállate! ¡Basta ya! Ya estoy cansada de la misma cháchara tuya de cada cinco minutos —espetó en voz alta, sin siquiera darse cuenta, porque, ¡hola!, estaba de mal genio y eso no le interesaba ni un poco. Aunque sería una pista perfecta para que Gaspard siguiera más de cerca sus pasos—. ¿Miedo? ¡Ni en tus sueños! Y sí, piérdete... ¡Piérdete de una vez por todas, imbécil! —le gritaba a la nada, pero en realidad sabía que él la escucharía. ¿Es qué no se podía quedar callada? No, no podía. Su orgullo no le iba a perdonar que no le refutara ni una sola vez al ladronzuelo ese—. ¡He vivido más de dos siglos, Gaspard, por favor! No creas que eres un maldito oasis en el desierto. ¡Te he desechado! ¿Tanto te cuesta asimilarlo? ¡Anda! Vete con tus otros vampiros, con esos que te tanto te gusta que te muerdan... Y a mí déjame en paz.
¡Y se detuvo! Al cabo de unos minutos, pero lo hizo. Se resguardó entre las penumbras de un corredor estrecho, quedándose muy calladita para que él no la escuchara más. A ver si esta vez lo despistaba para que decidiera largarse. Un momento... ¿y cómo? ¡Hola! Estaba en las Catacumbas de París, un lugar desquiciante en donde hasta una rata podría perderse con una facilidad que rebasaba lo ridículo. Bueno, igual no le preocupaba que de Grailly se perdiera para siempre en sus dominios. Lo único que si le preocupaba era el hecho de que el lugar se estaba impregnando del aroma de su sangre. ¿Acaso era una trampa? Esta vez no caería, no lo haría.
Átropos- Vampiro Clase Baja
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Localización : En alguna parte de esta enorme ciudad...
Re: Ode to Sleep {Privado}
Pero ¿se podía saber a quién demonios estaba hablando, vamos a ver, a su deformidad o a él? Cualquiera podría pensar que le daba igual, y Gaspard de Grailly estaba convencido de que debería darle igual, pero no lo hacía, y en su defensa se repetía a sí mismo que, obviamente, no daba igual: ¿cómo iba a ser él, corpóreo y sangriento (especialmente por las heridas abiertas, cortesía de la misma a la que perseguía), igual que la voz de la cabeza hueca de la vampiresa? ¡Ni de broma! No iba a entrar en calificaciones de si era mejor o peor porque su (falta de) ego se lo impedía, pero sí sabía que era diferente, y punto.
Lo demás que dijo lo ignoró bastante porque estaba muy ocupado persiguiéndola e imitándola... sobre todo imitándola, y no por el hecho de que sabía que, así, la enfadaría, sino porque así la podía seguir mejor, ¡tan sencillo como eso! A veces, ni siquiera Gaspard de Grailly, resurreccionista aquitano y cabeza inquieta donde las hubiera, también optaba por la opción más sencilla, y cuando se trataba de una persecución por las Catacumbas, cuyo trazado empezaba a conocer ahora que las atravesaba y no de antemano, prefería no distraerse con dificultades y facilitarse el trabajo lo que pudiera, muchas gracias.
Así pues, cuando Átropos frenaba (y él lo oía a través de los pasillos oscuros, multiplicado por el eco de la oscuridad caprichosa), él hacía lo mismo; cuando ella aceleraba, él aceleraba, y cuando ella se detuvo y sus pasos dejaron de sonar, él... No, él no se detuvo; él se preocupó. Todo su cuerpo, cubierto por una película de sudor húmedo como consecuencia del rato en las Catacumbas y con un ligero temblor, fruto del esfuerzo físico pero no de controlar sus movimientos caóticos e hiperactivos, se tensó; sus pulmones se abrieron, su caja torácica se extendió para ser capaz de abarcarlos enteros, y sus ojos, ya muy acostumbrados a la escasa luz (¡gracias, antorchas ocasionales!), revisaron la escena.
Pero no, ¡no necesitaba sus ojos verdes para cazar a Átropos! La clave era precisamente esa: la persecución era una caza, y él era un cazador que, aunque hubiera aprendido el oficio por necesidad (a la fuerza ahorcan, dicen), lo había aprendido de forma sobresaliente, incluso si nunca había recibido un certificado de notas. Sólo de imaginar la cara de Fausto, su adiestrador (sí, como si hubiera sido un animal y no un hombre. Honestamente, ¿a alguien le sorprendía que Gaspard pudiera referirse a sí mismo como un animal, dado su comportamiento errático...?), si le hubiera pedido una hoja con sus talentos le entraba la risa.
Se controló, por supuesto, porque estaba quieto y en el más absoluto silencio, por supuesto si descontamos los sonidos propios de las Catacumbas, a saber: goteras, ratas, piedras moviéndose de sitio por las susodichas, cucarachas, insectos, piedras removidas, su propia y calmada respiración... Allí quieto, en claroscuro como si estuviera sacado de una fantasía de Miguel Ángel (por lo escultórico, pero también por lo de medio desnudo), Gaspard parecía integrar la imagen de las Catacumbas a la perfección, como un añadido que quedaba sumamente natural, en vez de ser un pegote que no pegaba ni con cola.
Sin embargo, ni esa calma ayudaba a su concentración, ¡demonios! Llevaba toda su vida lidiando con las consecuencias de ser “demasiado movido!” (como si esa simpleza pudiera referirse adecuadamente a la energía de su motor interno, que casi nunca se apagaba), y aunque a veces se apañaba, la realidad era que tenía problemas muy serios para centrarse en un solo objetivo: de ahí lo errático de su vida y de los trabajos y ocupaciones que, desde niño, había estado desempeñando. Autobiografías aparte, Gaspard sabía que debía centrarse porque estaba en desventaja, así que hizo lo único que estaba en su mano: hundir los dedos en una de sus heridas.
¡Oh, Dios, sí! No gimió de placer, sino de dolor; aun así, la ráfaga le vino estupendamente, casi tanto como la sangre extra que utilizó para seguir pintando las paredes y que éstas le indicaran el camino de vuelta, porque gracias a ella pudo cerrar los ojos con una sola idea en mente. Cuánto duraría esa idea, ya, era harina de otro costal, pero ¿a quién le importaba si así pudo concentrarse en el rastro sobrenatural de Átropos, a quien sentía muy dentro? ¡Joder, qué bonito, qué poesía! Si no fuera porque la sentía muy cerca del estómago revuelto y la asociaba con la bilis que le empezaría a subir en breve por el tubo del esófago, casi podría ser romántico.
– No me he perdido. Y tú tampoco, Átropos, bicentenaria; sé perfectamente dónde estás. – canturreó, y no porque hubiera perdido el juicio, sino porque sabía que la acústica de los túneles le transmitiría el mensaje a la vampiresa de forma tan insultante como satisfactoria para él. Aprovechándose, precisamente, de ella (en forma del eco que aún rebotaba en cada uno de los recovecos de las cavernas), se acercó rápido a donde su instinto le decía que ella aguardaba, y allí delante, en la oscuridad, se plantó; brazos abiertos, piernas firmemente ancladas al suelo y rostro desafiante, Gaspard era la pura imagen de la valentía, mientras que ella... En fin.
– Sal de ahí, ratita. Te tenía por muchas cosas... créeme, por demasiadas a estas alturas, pero ¿cobarde? ¿Huyendo de un humano? Al final va a resultar que eres más patética de lo que creía. – espetó, y, ensangrentado como estaba, apoyó cada mano en un lado del arco natural (bueno... naturalmente excavado en todo caso) que se encontraba por encima de él, mirando a ciegas, pero absolutamente seguro de que era ella quien se encontraba delante. Así lo sentía, y así se lo revelaría en breve, cuando reaccionara porque, había que admitirlo, Átropos siempre lo hacía y jamás decepcionaba del todo.
Lo demás que dijo lo ignoró bastante porque estaba muy ocupado persiguiéndola e imitándola... sobre todo imitándola, y no por el hecho de que sabía que, así, la enfadaría, sino porque así la podía seguir mejor, ¡tan sencillo como eso! A veces, ni siquiera Gaspard de Grailly, resurreccionista aquitano y cabeza inquieta donde las hubiera, también optaba por la opción más sencilla, y cuando se trataba de una persecución por las Catacumbas, cuyo trazado empezaba a conocer ahora que las atravesaba y no de antemano, prefería no distraerse con dificultades y facilitarse el trabajo lo que pudiera, muchas gracias.
Así pues, cuando Átropos frenaba (y él lo oía a través de los pasillos oscuros, multiplicado por el eco de la oscuridad caprichosa), él hacía lo mismo; cuando ella aceleraba, él aceleraba, y cuando ella se detuvo y sus pasos dejaron de sonar, él... No, él no se detuvo; él se preocupó. Todo su cuerpo, cubierto por una película de sudor húmedo como consecuencia del rato en las Catacumbas y con un ligero temblor, fruto del esfuerzo físico pero no de controlar sus movimientos caóticos e hiperactivos, se tensó; sus pulmones se abrieron, su caja torácica se extendió para ser capaz de abarcarlos enteros, y sus ojos, ya muy acostumbrados a la escasa luz (¡gracias, antorchas ocasionales!), revisaron la escena.
Pero no, ¡no necesitaba sus ojos verdes para cazar a Átropos! La clave era precisamente esa: la persecución era una caza, y él era un cazador que, aunque hubiera aprendido el oficio por necesidad (a la fuerza ahorcan, dicen), lo había aprendido de forma sobresaliente, incluso si nunca había recibido un certificado de notas. Sólo de imaginar la cara de Fausto, su adiestrador (sí, como si hubiera sido un animal y no un hombre. Honestamente, ¿a alguien le sorprendía que Gaspard pudiera referirse a sí mismo como un animal, dado su comportamiento errático...?), si le hubiera pedido una hoja con sus talentos le entraba la risa.
Se controló, por supuesto, porque estaba quieto y en el más absoluto silencio, por supuesto si descontamos los sonidos propios de las Catacumbas, a saber: goteras, ratas, piedras moviéndose de sitio por las susodichas, cucarachas, insectos, piedras removidas, su propia y calmada respiración... Allí quieto, en claroscuro como si estuviera sacado de una fantasía de Miguel Ángel (por lo escultórico, pero también por lo de medio desnudo), Gaspard parecía integrar la imagen de las Catacumbas a la perfección, como un añadido que quedaba sumamente natural, en vez de ser un pegote que no pegaba ni con cola.
Sin embargo, ni esa calma ayudaba a su concentración, ¡demonios! Llevaba toda su vida lidiando con las consecuencias de ser “demasiado movido!” (como si esa simpleza pudiera referirse adecuadamente a la energía de su motor interno, que casi nunca se apagaba), y aunque a veces se apañaba, la realidad era que tenía problemas muy serios para centrarse en un solo objetivo: de ahí lo errático de su vida y de los trabajos y ocupaciones que, desde niño, había estado desempeñando. Autobiografías aparte, Gaspard sabía que debía centrarse porque estaba en desventaja, así que hizo lo único que estaba en su mano: hundir los dedos en una de sus heridas.
¡Oh, Dios, sí! No gimió de placer, sino de dolor; aun así, la ráfaga le vino estupendamente, casi tanto como la sangre extra que utilizó para seguir pintando las paredes y que éstas le indicaran el camino de vuelta, porque gracias a ella pudo cerrar los ojos con una sola idea en mente. Cuánto duraría esa idea, ya, era harina de otro costal, pero ¿a quién le importaba si así pudo concentrarse en el rastro sobrenatural de Átropos, a quien sentía muy dentro? ¡Joder, qué bonito, qué poesía! Si no fuera porque la sentía muy cerca del estómago revuelto y la asociaba con la bilis que le empezaría a subir en breve por el tubo del esófago, casi podría ser romántico.
– No me he perdido. Y tú tampoco, Átropos, bicentenaria; sé perfectamente dónde estás. – canturreó, y no porque hubiera perdido el juicio, sino porque sabía que la acústica de los túneles le transmitiría el mensaje a la vampiresa de forma tan insultante como satisfactoria para él. Aprovechándose, precisamente, de ella (en forma del eco que aún rebotaba en cada uno de los recovecos de las cavernas), se acercó rápido a donde su instinto le decía que ella aguardaba, y allí delante, en la oscuridad, se plantó; brazos abiertos, piernas firmemente ancladas al suelo y rostro desafiante, Gaspard era la pura imagen de la valentía, mientras que ella... En fin.
– Sal de ahí, ratita. Te tenía por muchas cosas... créeme, por demasiadas a estas alturas, pero ¿cobarde? ¿Huyendo de un humano? Al final va a resultar que eres más patética de lo que creía. – espetó, y, ensangrentado como estaba, apoyó cada mano en un lado del arco natural (bueno... naturalmente excavado en todo caso) que se encontraba por encima de él, mirando a ciegas, pero absolutamente seguro de que era ella quien se encontraba delante. Así lo sentía, y así se lo revelaría en breve, cuando reaccionara porque, había que admitirlo, Átropos siempre lo hacía y jamás decepcionaba del todo.
Invitado- Invitado
Re: Ode to Sleep {Privado}
¡Ese maldito desgraciado con su apellido de Grailly! ¡Ese humano tan molesto como el gusano sin identidad oculto en su nuca! Vale, sí, estaba harta, en todo el amplio sentido de la palabra, incluyendo sinónimos y antónimos, y cuestiones semánticas que nos dejarían con un dolor de cabeza tremendo, así como el de Átropos, que ahora estaba como una bestia enferma de ira, ¿gracias a quién? Gracias a su ex humano. Sí, ex, porque ya se había cansado de él y de sus tonterías erráticas y demás cuestiones que se relacionaban. ¡Claro! Criticaba a un errático cualquiera cuando ella, incluso, podía llegar a ser peor. Pero, ¡eh!, ella era la reina en sus Catacumbas y ahí podía actuar como se le viniera en gana, así que no existía ninguna excusa que fuera capaz de comprender y tampoco quería hacerlo. Oh sí, la señora Átropos podía resultar muy terca, excesivamente terca, aparte de loca.
Y hablando de tercos, ¿no estaba siendo Gaspard de Grailly uno? Claro, porque luego de haberle asegurado a su bestia (que no resulta nada raro que la considerara de ese modo a estas alturas) el aburrimiento que ella le causaba, ahora se empeñaba en seguirla, y eso era precisamente lo que tenía a la vampira tan enojada. Algunas mujeres (aunque Átropos estuviera lejos de serlo, pero es para ejemplificar mejor el asunto) podrían sentarse a llorar en una situación así, porque, ¡qué feo es ser acosadas!, pero Átropos jamás haría algo así, a ella le disgustaba en excesos; le frustraba de una manera sobrehumana (¿sobrevampírica existe?), y en cada paso que daba, lo demostraba. Sus pisadas podían escucharse un tanto toscas, sobre todo cuando tenía que pasar por zonas en donde el suelo estaba cubierto por una delgada capa de agua, y siendo vampira, aquello resultaba innecesario. Sin embargo, recordemos que su bestial humor no era el mejor y se olvidaba de caminar como vampiro (sí, nos referimos a ese sigilo tan práctico de los muertos vivientes).
¡Craso error por caminar mal! Porque le daba pistas a Gaspard sobre su ubicación, aparte de... ¿imitarla? O sea, pero, ¡qué demonios! No era momento de jugar a remedar como caminaba el otro. Si quería encontrarla, debía centrarse. Aunque, para ser honestos, a ella no le importaba en lo más mínimo si la copiaba o no, lo que deseaba era que se marchara lejos y la dejara en paz, por eso creyó que, deteniéndose tan repentinamente, iba a despistarlo por completo. ¡Bingo! Lo hizo, sólo que por poco tiempo, porque siendo él tan insistente, no se iba a quedar de brazos cruzados.
¡No podía ser! Por todos los seres del abismo, ¿qué no se cansaba? A este paso lo iba a terminar matando para descargar toda la rabia que cargaba encima. Sin embargo, y con la ironía que amerita, no sentía deseos de asesinarlo. Y sí, es en serio. Átropos la loca, la bestia de las Catacumbas de París, la hija del fallecido Enrique III de Francia... Bueno, esa Átropos, estaba muy loca y tenía un carácter raro, tan imprevisible que fastidiaba, porque nunca se sabía qué diablos pasaba por sus pensamientos, aparte de las cosas que le susurraba su malformado hermano mellizo. Por eso, no se extrañen que no sintiera ganas de cegarle la vida a Gaspard de Grailly. Aunque, tenía que admitirlo, si ese estúpido dejaba de existir, ¿a quién iba a llevarle la contraria de una manera tan poco convencional? ¡Y la rabia le subió más a la cabeza! Ay, de su ego herido por un hombre cualquiera que estaba tan descarriado como ella...
Y tan descarriado que era el Gaspard ese que logró encontrar a la señora vampira, aunque le fuera una odisea poder verla entre las sombras. Aun así, su sentido no le fallaba, sabía que Átropos estaba ahí, calladita, sin querer refutarle nada, a pesar de sentir temblores en su cuerpo gracias a la descomunal molestia que le albergaba. Podía verlo perfectamente gracias a su perfecta visión, heredada, no sólo por su no-vida, sino por todos los años viviendo en aquellas galerías subterráneas. Si hubiera podido verla, de seguro estaría satisfecho con la mueca de disgusto que adornaba el rostro de Átropos, quien se mantenía recostada sobre la pared del fondo, observándolo fijamente, mientras por su mente se cruzaban infinitas posibilidades. Porque no, no le había cedido la victoria a Gaspard.
–¿Qué vas a hacer? ¡Mira cómo se burla de ti, Eloise! Un momento... ¿Estás planeando algo en contra de ese? ¡Hasta que al fin! Aunque, sigue su resultarme apropiado. Todavía le falta mucho a ese plan para llegar a compl... que digo, a ser bueno para ti.
¿A complacerlo? ¿Eso dijo? ¡Jah! Ni en sus sueños de gusano sin identidad iba a hacer tal cosa. Ella sólo planificaba las cosas a su real voluntad. Y justo estaba tramando algo en contra del idiota de Gaspard, pero debía cambiar la partida esta vez, ya que algunas cosas sabían que no iban a funcionar con él. La única ventaja que poseía Átropos, aparte de su locura, era que se conocía al dedillo todos los pasillos y habitaciones ocultas de las Catacumbas; a eso se le sumaba su inmortalidad. En cambio de Grailly... bueno, él podía perder mucho por andar metiendo la cuchara en donde no debía.
—Entonces, ¿qué haces perdiendo el tiempo con una patética rata en vez de hallar la salida y largarte de una buena vez? —habló finalmente, luego de quién sabe cuánto tiempo callada—. Ah, no me digas, estás tan enamorado de mí que es imposible dejarme. Lástima, ya me aburriste.
Y ahí se quedó plantada en su lugar, con los brazos cruzados, tan indiferente de él como si de cualquier cosa se tratara. Hasta a sus muertos le prestaba más atención.
Y hablando de tercos, ¿no estaba siendo Gaspard de Grailly uno? Claro, porque luego de haberle asegurado a su bestia (que no resulta nada raro que la considerara de ese modo a estas alturas) el aburrimiento que ella le causaba, ahora se empeñaba en seguirla, y eso era precisamente lo que tenía a la vampira tan enojada. Algunas mujeres (aunque Átropos estuviera lejos de serlo, pero es para ejemplificar mejor el asunto) podrían sentarse a llorar en una situación así, porque, ¡qué feo es ser acosadas!, pero Átropos jamás haría algo así, a ella le disgustaba en excesos; le frustraba de una manera sobrehumana (¿sobrevampírica existe?), y en cada paso que daba, lo demostraba. Sus pisadas podían escucharse un tanto toscas, sobre todo cuando tenía que pasar por zonas en donde el suelo estaba cubierto por una delgada capa de agua, y siendo vampira, aquello resultaba innecesario. Sin embargo, recordemos que su bestial humor no era el mejor y se olvidaba de caminar como vampiro (sí, nos referimos a ese sigilo tan práctico de los muertos vivientes).
¡Craso error por caminar mal! Porque le daba pistas a Gaspard sobre su ubicación, aparte de... ¿imitarla? O sea, pero, ¡qué demonios! No era momento de jugar a remedar como caminaba el otro. Si quería encontrarla, debía centrarse. Aunque, para ser honestos, a ella no le importaba en lo más mínimo si la copiaba o no, lo que deseaba era que se marchara lejos y la dejara en paz, por eso creyó que, deteniéndose tan repentinamente, iba a despistarlo por completo. ¡Bingo! Lo hizo, sólo que por poco tiempo, porque siendo él tan insistente, no se iba a quedar de brazos cruzados.
¡No podía ser! Por todos los seres del abismo, ¿qué no se cansaba? A este paso lo iba a terminar matando para descargar toda la rabia que cargaba encima. Sin embargo, y con la ironía que amerita, no sentía deseos de asesinarlo. Y sí, es en serio. Átropos la loca, la bestia de las Catacumbas de París, la hija del fallecido Enrique III de Francia... Bueno, esa Átropos, estaba muy loca y tenía un carácter raro, tan imprevisible que fastidiaba, porque nunca se sabía qué diablos pasaba por sus pensamientos, aparte de las cosas que le susurraba su malformado hermano mellizo. Por eso, no se extrañen que no sintiera ganas de cegarle la vida a Gaspard de Grailly. Aunque, tenía que admitirlo, si ese estúpido dejaba de existir, ¿a quién iba a llevarle la contraria de una manera tan poco convencional? ¡Y la rabia le subió más a la cabeza! Ay, de su ego herido por un hombre cualquiera que estaba tan descarriado como ella...
Y tan descarriado que era el Gaspard ese que logró encontrar a la señora vampira, aunque le fuera una odisea poder verla entre las sombras. Aun así, su sentido no le fallaba, sabía que Átropos estaba ahí, calladita, sin querer refutarle nada, a pesar de sentir temblores en su cuerpo gracias a la descomunal molestia que le albergaba. Podía verlo perfectamente gracias a su perfecta visión, heredada, no sólo por su no-vida, sino por todos los años viviendo en aquellas galerías subterráneas. Si hubiera podido verla, de seguro estaría satisfecho con la mueca de disgusto que adornaba el rostro de Átropos, quien se mantenía recostada sobre la pared del fondo, observándolo fijamente, mientras por su mente se cruzaban infinitas posibilidades. Porque no, no le había cedido la victoria a Gaspard.
–¿Qué vas a hacer? ¡Mira cómo se burla de ti, Eloise! Un momento... ¿Estás planeando algo en contra de ese? ¡Hasta que al fin! Aunque, sigue su resultarme apropiado. Todavía le falta mucho a ese plan para llegar a compl... que digo, a ser bueno para ti.
¿A complacerlo? ¿Eso dijo? ¡Jah! Ni en sus sueños de gusano sin identidad iba a hacer tal cosa. Ella sólo planificaba las cosas a su real voluntad. Y justo estaba tramando algo en contra del idiota de Gaspard, pero debía cambiar la partida esta vez, ya que algunas cosas sabían que no iban a funcionar con él. La única ventaja que poseía Átropos, aparte de su locura, era que se conocía al dedillo todos los pasillos y habitaciones ocultas de las Catacumbas; a eso se le sumaba su inmortalidad. En cambio de Grailly... bueno, él podía perder mucho por andar metiendo la cuchara en donde no debía.
—Entonces, ¿qué haces perdiendo el tiempo con una patética rata en vez de hallar la salida y largarte de una buena vez? —habló finalmente, luego de quién sabe cuánto tiempo callada—. Ah, no me digas, estás tan enamorado de mí que es imposible dejarme. Lástima, ya me aburriste.
Y ahí se quedó plantada en su lugar, con los brazos cruzados, tan indiferente de él como si de cualquier cosa se tratara. Hasta a sus muertos le prestaba más atención.
Átropos- Vampiro Clase Baja
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Localización : En alguna parte de esta enorme ciudad...
Re: Ode to Sleep {Privado}
¡Enamorado, él! ¡Y de ella, nada más y nada menos! De verdad tuvo que aguantarse la risa mientras ella decía tonterías, no había otra forma posible de llamarlas, y lo que consiguió fue echarse un poco hacia delante con las manos sobre el vientre y la risa congelada en su rostro, tan lleno de hilaridad como de peligro. Ah, sí, Gaspard estaba en equilibrio porque esas palabras le habían provocado varias reacciones a la vez, como casi siempre terminaba sucediéndole a alguien cuya mente no se detenía nunca; Gaspard había optado por reírse, pero en el fondo estaba molesto e indignado, y eso no debería pasarse por alto tan pronto.
¡Amor, vaya tontería más grande! Él no creía en ese sentimiento: más valía dejar las cosas claras desde el principio para que luego las cosas no lleven a engaños o a malinterpretaciones. El aquitano era un hombre, en todos los sentidos de la palabra por cierto (y Átropos era la que mejor perspectiva tenía de ello en aquel preciso instante), que no creía mucho en los sentimientos hacia otras personas por el sencillo motivo de que no solía experimentarlos, nada más y nada menos. Y no era algo tan sencillo como que, por no creer en ello, no podía ser real: Gaspard sabía que había gente que debía de ser amiga (la verdad, tenía sus dudas al respecto, eso era innegable), pero lo que también sabía era que esas cosas no estaban diseñadas para él.
Absolutamente pragmático, incluso si su concepto de pragmatismo distaba muy mucho de lo que los demás consideraban como práctico, Gaspard era un miembro honorífico de la escuela del escepticismo, y si algo no lo podía captar con sus sentidos, para él no existía, punto. Así hacía con Dios, y así hacía con el amor y otros sentimientos estúpidos, siempre desde ese relativismo moral que también había aprendido en las largas y fructíferas lecciones con el Padre Clément, el único por el que había sentido cierta amistad en mucho tiempo. Ahí precisamente había un ejemplo: Gaspard creía ser capaz de sentimientos de hermandad porque los había sentido con su eclesiástico tutor, pero más allá de eso, más bien poco era en lo que creía.
Influía, desde luego, que en su familia hubiera habido poco de amor, que siempre hubiera estado solo y que se le dieran fatal las otras personas, pero esa falta de empatía suya no era exactamente el motivo por el que no creía, sino que Gaspard había elegido ser un descreído en temas del corazón porque sabía que él no era capaz de experimentar nada tan puro e idealizado. ¡Ya estaba, era mentira! Tal vez los vampiros sí, él ya no sabía qué pensar y desde luego a Átropos no le iba a preguntar porque lo último que quería era respetarla; más bien, lo que quería era despreciarla, y preguntarle su opinión sobre algo sólo podía significar que la tomaba en cuenta. ¡Y una mierda!
Amaba cuando se ponía así de vulgar en sus pensamientos, y lo cierto era que de Grailly, en las muchas líneas argumentales que manejaba en los hilos de su cabeza, muchas veces tenía la vulgaridad y la falta de modales presentes, aunque no siempre lo mostrara tal cual en público. Qué podía decir: pese a no dársele bien del todo lo de interactuar con otros, sabía pasar desapercibido, e incluso disfrutaba de la invisibilidad que le daba la vulgaridad de la que se cubría, así que muchas veces se obligaba a practicar una horrible autocensura en público que, en privado (o con sus muertos. Tanto monta, monta tanto), abandonaba completamente. Por eso, cuando habló, lo hizo así, liberado pese a estar oprimido, elevado en su convicción elegida como hundido lo estaba en las cavernas de las Catacumbas de París.
– Con mi tiempo hago lo que me sale de los cojones. – habló. Mejor dicho: blasfemó. Y, la verdad, ¡qué a gusto se quedó una vez lo hubo dicho! Le daba igual lo que ella pensara, como siempre, porque no le importaban más opiniones sobre él que las propias y la de algún ocasional amigo (o algo así) que había tenido nunca; aun así, sentía el deseo irracional de no solamente imponerse, plantarse y reclamar su espacio, sino también de pelear con ella y discutirle todo lo que saliera por la boca porque así eran ellos, así era su dinámica, y así era como la disfrutaban, con o sin la mayor de las vulgaridades.
– Y si me da la gana joder, literalmente o no, a una pequeña rata, lo voy a hacer. No eres nadie para impedírmelo. – afirmó, y normalmente Gaspard no era un rebelde manifiesto, mucho menos sin causa, pero la mente y la personalidad de Átropos lo conducían hasta ese extremo, a él que, de por sí, ya era influenciable en el sentido de que era muy variable e irreverente, en eso debía admitir que no le había mentido. Por ello, Gaspard se rebelaba contra Átropos con cada uno de sus gestos y cada una de sus palabras, muchas más que las que había compartido con gente que se suponía que lo conocía más que ella, y desde luego era más explícito, simplemente porque sabía que le molestaba que no obedeciera.
– Bazofia de las Catacumbas... – murmuró, valiéndose de su voz para enmascarar el sonido de su rápido salto hacia ella para cogerla del cuello y sujetarla de ahí. Solamente la sorpresa hizo que Átropos no pudiera esquivarlo, y por eso Gaspard decidió seguir sorprendiéndola y que no se valiera de esa fuera suya, al menos por un rato (exactamente el que él necesitaba para mantener el cuello intacto). – ¿Sinceridad? ¿Eso buscas? Bien. Estoy aquí porque me entretienes. De algún modo enfermizo, eres lo más divertido que me ha pasado en varios meses, y aunque me des asco, aquí sigo porque es un asco al que recurro encantado para entretenerme. Por eso no me largo. Por eso y porque tú me lo mandas, fulana bicentenaria. – afirmó, y la misma sonrisa de antes volvió a mancillar sus rasgos.
¡Amor, vaya tontería más grande! Él no creía en ese sentimiento: más valía dejar las cosas claras desde el principio para que luego las cosas no lleven a engaños o a malinterpretaciones. El aquitano era un hombre, en todos los sentidos de la palabra por cierto (y Átropos era la que mejor perspectiva tenía de ello en aquel preciso instante), que no creía mucho en los sentimientos hacia otras personas por el sencillo motivo de que no solía experimentarlos, nada más y nada menos. Y no era algo tan sencillo como que, por no creer en ello, no podía ser real: Gaspard sabía que había gente que debía de ser amiga (la verdad, tenía sus dudas al respecto, eso era innegable), pero lo que también sabía era que esas cosas no estaban diseñadas para él.
Absolutamente pragmático, incluso si su concepto de pragmatismo distaba muy mucho de lo que los demás consideraban como práctico, Gaspard era un miembro honorífico de la escuela del escepticismo, y si algo no lo podía captar con sus sentidos, para él no existía, punto. Así hacía con Dios, y así hacía con el amor y otros sentimientos estúpidos, siempre desde ese relativismo moral que también había aprendido en las largas y fructíferas lecciones con el Padre Clément, el único por el que había sentido cierta amistad en mucho tiempo. Ahí precisamente había un ejemplo: Gaspard creía ser capaz de sentimientos de hermandad porque los había sentido con su eclesiástico tutor, pero más allá de eso, más bien poco era en lo que creía.
Influía, desde luego, que en su familia hubiera habido poco de amor, que siempre hubiera estado solo y que se le dieran fatal las otras personas, pero esa falta de empatía suya no era exactamente el motivo por el que no creía, sino que Gaspard había elegido ser un descreído en temas del corazón porque sabía que él no era capaz de experimentar nada tan puro e idealizado. ¡Ya estaba, era mentira! Tal vez los vampiros sí, él ya no sabía qué pensar y desde luego a Átropos no le iba a preguntar porque lo último que quería era respetarla; más bien, lo que quería era despreciarla, y preguntarle su opinión sobre algo sólo podía significar que la tomaba en cuenta. ¡Y una mierda!
Amaba cuando se ponía así de vulgar en sus pensamientos, y lo cierto era que de Grailly, en las muchas líneas argumentales que manejaba en los hilos de su cabeza, muchas veces tenía la vulgaridad y la falta de modales presentes, aunque no siempre lo mostrara tal cual en público. Qué podía decir: pese a no dársele bien del todo lo de interactuar con otros, sabía pasar desapercibido, e incluso disfrutaba de la invisibilidad que le daba la vulgaridad de la que se cubría, así que muchas veces se obligaba a practicar una horrible autocensura en público que, en privado (o con sus muertos. Tanto monta, monta tanto), abandonaba completamente. Por eso, cuando habló, lo hizo así, liberado pese a estar oprimido, elevado en su convicción elegida como hundido lo estaba en las cavernas de las Catacumbas de París.
– Con mi tiempo hago lo que me sale de los cojones. – habló. Mejor dicho: blasfemó. Y, la verdad, ¡qué a gusto se quedó una vez lo hubo dicho! Le daba igual lo que ella pensara, como siempre, porque no le importaban más opiniones sobre él que las propias y la de algún ocasional amigo (o algo así) que había tenido nunca; aun así, sentía el deseo irracional de no solamente imponerse, plantarse y reclamar su espacio, sino también de pelear con ella y discutirle todo lo que saliera por la boca porque así eran ellos, así era su dinámica, y así era como la disfrutaban, con o sin la mayor de las vulgaridades.
– Y si me da la gana joder, literalmente o no, a una pequeña rata, lo voy a hacer. No eres nadie para impedírmelo. – afirmó, y normalmente Gaspard no era un rebelde manifiesto, mucho menos sin causa, pero la mente y la personalidad de Átropos lo conducían hasta ese extremo, a él que, de por sí, ya era influenciable en el sentido de que era muy variable e irreverente, en eso debía admitir que no le había mentido. Por ello, Gaspard se rebelaba contra Átropos con cada uno de sus gestos y cada una de sus palabras, muchas más que las que había compartido con gente que se suponía que lo conocía más que ella, y desde luego era más explícito, simplemente porque sabía que le molestaba que no obedeciera.
– Bazofia de las Catacumbas... – murmuró, valiéndose de su voz para enmascarar el sonido de su rápido salto hacia ella para cogerla del cuello y sujetarla de ahí. Solamente la sorpresa hizo que Átropos no pudiera esquivarlo, y por eso Gaspard decidió seguir sorprendiéndola y que no se valiera de esa fuera suya, al menos por un rato (exactamente el que él necesitaba para mantener el cuello intacto). – ¿Sinceridad? ¿Eso buscas? Bien. Estoy aquí porque me entretienes. De algún modo enfermizo, eres lo más divertido que me ha pasado en varios meses, y aunque me des asco, aquí sigo porque es un asco al que recurro encantado para entretenerme. Por eso no me largo. Por eso y porque tú me lo mandas, fulana bicentenaria. – afirmó, y la misma sonrisa de antes volvió a mancillar sus rasgos.
Invitado- Invitado
Re: Ode to Sleep {Privado}
¿Qué estaba haciendo? ¿Por qué demonios no se iba? No, eso no. La pregunta correcta era: ¿qué clase de retraso mental tenía Gaspard para continuar ahí plantado frente a ella? Aparte de no tener la menor idea de lo que era sarcasmo; su masoquismo rebasaba los límites de la estupidez (y la humana era infinita, diría unos siglos después algún científico por ahí). ¡Jah! Y luego la del desorden mental incorregible era Átropos, y resulta que parecía más cuerda que él en ese momento, mientras se encontraba de brazos cruzados y con cara de pocos amigos, porque, a decir verdad, esa cháchara de Gaspard le estaba secando la escasa paciencia que tenía. Sí, sí, esa escasa paciencia que usó en su retiro, pero resulta que aquella garrapata humana fue más fastidiosa y terminó encontrándola.
Átropos llegó a considerar que no podía tener peor suerte, tenía un poco más de dos siglos de no-vida como para que algo así le estuviera pasando. Bueno, ¡sí! Eso era su culpa, estamos de acuerdo en eso, porque ella misma se había encargado de causar semejante despilfarro de cerebro en Gaspard, ¿y ahora tenía la osadía de quejarse? Sí, porque podía, porque era Átropos y porque se consideraba una reina. Así de sencillo y más claro no podía ser. Ahora continuemos... Bien, ella seguía frustrada porque aquel molesto humano no la dejaba en paz, ¡y no la dejaría así se lo pudiera con modales incluidos! Claro, ¡qué tonta era! Él siempre haría lo contrario, porque así era y no lo cambiaría ni un golpe en la cabeza (y mira que ella le había dado dos que casi lo dejan si masa encefálica). Algo tenía que hacer para quitárselo de encima, pero justo se encontraba tan... ¡ya ni sabía cómo estaba! Ese maldito le taladraba la cabeza con su presencia, superando por mucho a su propio hermano mellizo. Oh, que agradecida estaba con que su homúnculo era más tolerable que el idiota ese de Gaspard.
Aunque, si había aprendido a lidiar con el gusano sin identidad, ¿con de Grailly ocurriría lo mismo? Luego de unos cien años quizás, ¿y adivinen quién llevaba desventaja en esa posibilidad? Exacto, la llevaba el humano. Sin embargo, al paso que iba, probablemente terminaría enloqueciéndola mucho más y mucho antes. ¡Ya ni sus catacumbas serían seguras! Bueno, lo seguirían siendo debido a su complicada construcción, repleta de pasillos, habitaciones ocultas, sótanos y demás cosas; así como eran las moradas de las hormigas. Oh, ¿entonces ella era como una hormiga que coleccionaba muertos en vez de comida? Pero la hormiga reina no trabajaba, y ella sí. ¿Sería tal vez una especie de hormiga reina obrera? ¿Y sus muertos eran hormigas no obreras porque no se movían, ni hacían nada?
Exacto, la mente de Átropos empezó a divagar en cuestiones demasiado hilarantes, hasta el punto en el que logró olvidarse de Gaspard. ¡Así de mal estaba la cabeza de la vampira! Y no, no estuvo pensando en hormigas y colmenas para desquitarse de la presencia del hombre ese tan molesto. Ocurría que una pregunta llevaba a la otra, y luego a otra, y así hasta que terminó metida en una especie de retahíla mental, en donde no existía ni rabia, ni indignación... ni Gaspard de Grailly.
–¡No! Por una vez, céntrate en la situación, Eloise. ¡Con mil demonios! ¿Por qué tienes que divagar ahora?
¿Qué dem...? ¡Maldito seas Gaspard de Grailly! ¿En qué momento había saltado hacia ella para tocarla de esa manera sin su permiso? ¡Y para colmo le soltaba aquel discurso súper aburrido sobre la verdad de lo que él hacía! Cosa que no le importó, no le disgustó... tenerlo cerca no la excitó. ¡Quería seguir pensando en qué tipo de hormiga era! Es que ya no podía ni meditar en paz. Sino era Gaspard, era el homúnculo, pero alguno tenía que interrumpirla. Qué frustrante era su no-vida, en serio, ni le deseaba tan pésima suerte a nadie, ni a los que le robaban sus muertos.
Ahora bien, luego de que la sacaron de sus pensamientos importantes sobre insectos, debía centrarse en lo que estaba ocurriendo. Tenía a Gaspard tomándola por el cuello, hablando cualquier tontería y... ¿qué más? ¿Sólo eso? Ay, lo había considerado más listo. ¿Es que acaso no suponía que se hallaba en desventaja en todos los sentidos? Ni siquiera porque la tuviera de ese modo. Ah, es que él quería someterla y nada de nada, Átropos se salía con la suya. Uh, no se trataba de entretenimiento, sino de orgullo masculino... ¿o no? Bah, ya ni quería saber, porque él estaba siendo muy cansino.
—¿Ya acabaste? O sea, ¿esa fue toda tu brillantísima respuesta que no pedí en ningún momento? Aparte de loco, sordo... Y luego me decía que yo tenía mis oídos malos —chasqueó la lengua, a pesar de tener la mano de Gaspard sujetándole el cuello. Pero, eh, seguía siendo vampira, así que daba igual—. No soy nadie, pero aseguras que te entretengo. ¿Sabes? Resultas peor que el gusano ese... Y no te creas, me refería a lo aburrido. Hay más vampiros locos allá arriba, anda a molestarlos a ellos, porque se supone que yo... ya no.
Su voz expresaba pereza, pero sus movimientos fueron rápidos, tan imprevisibles que... En algún momento había alzado la pierna y justo su rodilla fue a hundirse en las sagradas joyas de Gaspard, y no de manera sensual. Así es, le golpeó la entrepierna para hacer que se retorciera del dolor (eso sí que debió ser intenso y nada placentero). Y cuando se vio liberada, simplemente se escabulló entre las sombras, atravesando una brecha en la pared. Y por ahí se fue a quién sabe a dónde
Átropos llegó a considerar que no podía tener peor suerte, tenía un poco más de dos siglos de no-vida como para que algo así le estuviera pasando. Bueno, ¡sí! Eso era su culpa, estamos de acuerdo en eso, porque ella misma se había encargado de causar semejante despilfarro de cerebro en Gaspard, ¿y ahora tenía la osadía de quejarse? Sí, porque podía, porque era Átropos y porque se consideraba una reina. Así de sencillo y más claro no podía ser. Ahora continuemos... Bien, ella seguía frustrada porque aquel molesto humano no la dejaba en paz, ¡y no la dejaría así se lo pudiera con modales incluidos! Claro, ¡qué tonta era! Él siempre haría lo contrario, porque así era y no lo cambiaría ni un golpe en la cabeza (y mira que ella le había dado dos que casi lo dejan si masa encefálica). Algo tenía que hacer para quitárselo de encima, pero justo se encontraba tan... ¡ya ni sabía cómo estaba! Ese maldito le taladraba la cabeza con su presencia, superando por mucho a su propio hermano mellizo. Oh, que agradecida estaba con que su homúnculo era más tolerable que el idiota ese de Gaspard.
Aunque, si había aprendido a lidiar con el gusano sin identidad, ¿con de Grailly ocurriría lo mismo? Luego de unos cien años quizás, ¿y adivinen quién llevaba desventaja en esa posibilidad? Exacto, la llevaba el humano. Sin embargo, al paso que iba, probablemente terminaría enloqueciéndola mucho más y mucho antes. ¡Ya ni sus catacumbas serían seguras! Bueno, lo seguirían siendo debido a su complicada construcción, repleta de pasillos, habitaciones ocultas, sótanos y demás cosas; así como eran las moradas de las hormigas. Oh, ¿entonces ella era como una hormiga que coleccionaba muertos en vez de comida? Pero la hormiga reina no trabajaba, y ella sí. ¿Sería tal vez una especie de hormiga reina obrera? ¿Y sus muertos eran hormigas no obreras porque no se movían, ni hacían nada?
Exacto, la mente de Átropos empezó a divagar en cuestiones demasiado hilarantes, hasta el punto en el que logró olvidarse de Gaspard. ¡Así de mal estaba la cabeza de la vampira! Y no, no estuvo pensando en hormigas y colmenas para desquitarse de la presencia del hombre ese tan molesto. Ocurría que una pregunta llevaba a la otra, y luego a otra, y así hasta que terminó metida en una especie de retahíla mental, en donde no existía ni rabia, ni indignación... ni Gaspard de Grailly.
–¡No! Por una vez, céntrate en la situación, Eloise. ¡Con mil demonios! ¿Por qué tienes que divagar ahora?
¿Qué dem...? ¡Maldito seas Gaspard de Grailly! ¿En qué momento había saltado hacia ella para tocarla de esa manera sin su permiso? ¡Y para colmo le soltaba aquel discurso súper aburrido sobre la verdad de lo que él hacía! Cosa que no le importó, no le disgustó... tenerlo cerca no la excitó. ¡Quería seguir pensando en qué tipo de hormiga era! Es que ya no podía ni meditar en paz. Sino era Gaspard, era el homúnculo, pero alguno tenía que interrumpirla. Qué frustrante era su no-vida, en serio, ni le deseaba tan pésima suerte a nadie, ni a los que le robaban sus muertos.
Ahora bien, luego de que la sacaron de sus pensamientos importantes sobre insectos, debía centrarse en lo que estaba ocurriendo. Tenía a Gaspard tomándola por el cuello, hablando cualquier tontería y... ¿qué más? ¿Sólo eso? Ay, lo había considerado más listo. ¿Es que acaso no suponía que se hallaba en desventaja en todos los sentidos? Ni siquiera porque la tuviera de ese modo. Ah, es que él quería someterla y nada de nada, Átropos se salía con la suya. Uh, no se trataba de entretenimiento, sino de orgullo masculino... ¿o no? Bah, ya ni quería saber, porque él estaba siendo muy cansino.
—¿Ya acabaste? O sea, ¿esa fue toda tu brillantísima respuesta que no pedí en ningún momento? Aparte de loco, sordo... Y luego me decía que yo tenía mis oídos malos —chasqueó la lengua, a pesar de tener la mano de Gaspard sujetándole el cuello. Pero, eh, seguía siendo vampira, así que daba igual—. No soy nadie, pero aseguras que te entretengo. ¿Sabes? Resultas peor que el gusano ese... Y no te creas, me refería a lo aburrido. Hay más vampiros locos allá arriba, anda a molestarlos a ellos, porque se supone que yo... ya no.
Su voz expresaba pereza, pero sus movimientos fueron rápidos, tan imprevisibles que... En algún momento había alzado la pierna y justo su rodilla fue a hundirse en las sagradas joyas de Gaspard, y no de manera sensual. Así es, le golpeó la entrepierna para hacer que se retorciera del dolor (eso sí que debió ser intenso y nada placentero). Y cuando se vio liberada, simplemente se escabulló entre las sombras, atravesando una brecha en la pared. Y por ahí se fue a quién sabe a dónde
Átropos- Vampiro Clase Baja
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Fecha de inscripción : 18/05/2017
Localización : En alguna parte de esta enorme ciudad...
Re: Ode to Sleep {Privado}
(Para nada) querida Átropos: ¿desde cuándo Gaspard de Grailly pide tu opinión para hacer o dejar de hacer algo que se le pasa por la cabeza y que decide que es una buena idea? No lo conocía desde hacía demasiado, de acuerdo, ese argumento es aceptable, pero a aquellas alturas ello no era impedimento para saber que el aquitano era impredecible, errático y alérgico a la autoridad ajena, así que ¿por qué demonios le echaba en cara ella, la vampiresa loca de atar, que no le había pedido opinión a él? ¡Disculpa, él tampoco había pedido ser atado en las Catacumbas, ni tampoco conocerte!
No, Gaspard de Grailly había estado muy a gusto con su vida antes de Átropos, cuando robaba tumbas y cadáveres para venderlos después a quienes no tenían el valor de hacer lo que él hacía sin miedo, como casi todo. Había tenido sus riesgos, por supuesto, porque el aquitano era incapaz de vivir sin un poco de adrenalina en su día a día y no había optado por una profesión precisamente fácil, pero dentro de lo malo lo había colocado en una posición que le gustaba: igualdad con sus negociadores. Oh, por supuesto que ninguno de los ricos cobardes que le compraban la mercancía lo consideraba su igual, en absoluto, pero ¿qué serían sin él? Nada. Nada porque no se atrevían a hacer lo que él sí, sin pestañear ni dudar.
Esa falta de miedo era una característica propia de Gaspard que Átropos experimentaba a la perfección en sus carnes, al igual que la velocidad a la que funcionaba su mente y que la perjudicaba a la hora de intentar leérsela y ver lo que iba a hacer. Si, muchas veces, ni siquiera lo sabía él de forma consciente (inconscientemente sí: ahí radicaba la belleza y la certeza del apodo del resurreccionista como “el hombre con un plan”) lo que iba a hacer, ¿cómo podría ella averiguarlo sondeando una mente que, en el mejor de los casos, estaba revuelta como un río en plena riada?
Sin embargo, lo de haber encontrado a la horma de su zapato, y de eso estaba Gaspard más que convencido, tenía sus desventajas. De entre las muchas que podía citar Gaspard si se le preguntaban (porque ya había llegado al punto en el que no le apetecía hablar más; mucho había hablado hasta ahora, debía decir), la peor era que ella tampoco era la persona más predecible del mundo y, claro, así había terminado: dándole semejante patada que amenazaba con dejarlo sin descendencia por los siglos de los siglos. Como si Gaspard se planteara, remotamente, plantar su semilla en tierra fértil...
El dolor lo cegó. No literalmente porque de eso ya se encargaba la oscuridad de las Catacumbas en las que se encontraban los dos, pero casi: el dolor fue como un manto negro que le cayó en los ojos y como millones de puños apretando su hombría sin parar, hasta amenazar con arrancársela. Pese a que no chilló, porque ya se había hecho a la idea de que su voz no abandonaría su garganta ni su pecho, contraído por el dolor y con dificultades para respirar por eso mismo, Gaspard gruñó, y la acústica particular de las Catacumbas hizo que sonara como un monstruo: el caldo de cultivo perfecto para algún escritor con mucha imaginación, sin duda alguna.
No obstante, no era la primera vez que Gaspard recibía un golpe en sus partes nobles, aunque era discutible si alguna de esas se lo había ganado o no (discutible para él, que recibía el golpe; para quien lo daba, se lo había ganado sin duda, y con cómo solía ser Gaspard con la gente, la verdad era que muy probablemente tenían razón los agresores). Además, era un hombre que le tenía alergia casi de verdad a quedarse quieto, y que necesitaba moverse como estilo de vida, así que el encogimiento sobre sí mismo para acusar el golpe le duró lo justo, y, demasiado rápido para lo que cualquiera esperaría de él dadas las circunstancias, actuó a ciegas y movido por la rabia.
Gaspard de Grailly sólo aparentaba actuar a lo loco, la mayor parte del tiempo. En su cabeza, como funcionaba tan rápida, ya había dibujado varios planes con alternativas para lo que estuviera a punto de hacer en cada momento; era algo inconsciente, que no reflexionaba pero que llevaba haciendo desde siempre, con altibajos en su vida (como todo, por otro lado), pero que era una constante. Sin embargo, en aquella única ocasión, Gaspard actuó sin pensar en las consecuencias e hizo lo que su instinto le pedía: enfadar aún más a Átropos. ¿Cómo? Muy sencillo: agarrando un cuchillo de los que portaba y lanzándolo a donde sabía que ella se estaba alejando, demasiado rápido para apuntar, pero, al mismo tiempo, demasiado rabioso para fallar.
Que se le hundiera la plata en la carne, ¡sí! A él ya le daba igual: iba a largarse, y lo haría sin dudar. Con la mano, que hasta hacía un momento había estado aún sobre su dolorida hombría, acariciando las paredes, Gaspard se agradeció a sí mismo haber planeado su vuelta con tanta celeridad, y el intercambio fue, más o menos, así: ¡vaya, de Grailly, muy previsor, gracias! No hay de qué, Gaspard. Bromas aparte, Gaspard estaba largándose, y lo hacía rápido como sólo un habitante de las Catacumbas y él podían hacerlo, de modo que enseguida llegó a la caverna donde ella lo había atado al inicio y donde se puso a recoger sus cosas, indiferente ya a Átropos. Que lo siguiera si quería, porque a él igual le daba en aquel preciso momento.
No, Gaspard de Grailly había estado muy a gusto con su vida antes de Átropos, cuando robaba tumbas y cadáveres para venderlos después a quienes no tenían el valor de hacer lo que él hacía sin miedo, como casi todo. Había tenido sus riesgos, por supuesto, porque el aquitano era incapaz de vivir sin un poco de adrenalina en su día a día y no había optado por una profesión precisamente fácil, pero dentro de lo malo lo había colocado en una posición que le gustaba: igualdad con sus negociadores. Oh, por supuesto que ninguno de los ricos cobardes que le compraban la mercancía lo consideraba su igual, en absoluto, pero ¿qué serían sin él? Nada. Nada porque no se atrevían a hacer lo que él sí, sin pestañear ni dudar.
Esa falta de miedo era una característica propia de Gaspard que Átropos experimentaba a la perfección en sus carnes, al igual que la velocidad a la que funcionaba su mente y que la perjudicaba a la hora de intentar leérsela y ver lo que iba a hacer. Si, muchas veces, ni siquiera lo sabía él de forma consciente (inconscientemente sí: ahí radicaba la belleza y la certeza del apodo del resurreccionista como “el hombre con un plan”) lo que iba a hacer, ¿cómo podría ella averiguarlo sondeando una mente que, en el mejor de los casos, estaba revuelta como un río en plena riada?
Sin embargo, lo de haber encontrado a la horma de su zapato, y de eso estaba Gaspard más que convencido, tenía sus desventajas. De entre las muchas que podía citar Gaspard si se le preguntaban (porque ya había llegado al punto en el que no le apetecía hablar más; mucho había hablado hasta ahora, debía decir), la peor era que ella tampoco era la persona más predecible del mundo y, claro, así había terminado: dándole semejante patada que amenazaba con dejarlo sin descendencia por los siglos de los siglos. Como si Gaspard se planteara, remotamente, plantar su semilla en tierra fértil...
El dolor lo cegó. No literalmente porque de eso ya se encargaba la oscuridad de las Catacumbas en las que se encontraban los dos, pero casi: el dolor fue como un manto negro que le cayó en los ojos y como millones de puños apretando su hombría sin parar, hasta amenazar con arrancársela. Pese a que no chilló, porque ya se había hecho a la idea de que su voz no abandonaría su garganta ni su pecho, contraído por el dolor y con dificultades para respirar por eso mismo, Gaspard gruñó, y la acústica particular de las Catacumbas hizo que sonara como un monstruo: el caldo de cultivo perfecto para algún escritor con mucha imaginación, sin duda alguna.
No obstante, no era la primera vez que Gaspard recibía un golpe en sus partes nobles, aunque era discutible si alguna de esas se lo había ganado o no (discutible para él, que recibía el golpe; para quien lo daba, se lo había ganado sin duda, y con cómo solía ser Gaspard con la gente, la verdad era que muy probablemente tenían razón los agresores). Además, era un hombre que le tenía alergia casi de verdad a quedarse quieto, y que necesitaba moverse como estilo de vida, así que el encogimiento sobre sí mismo para acusar el golpe le duró lo justo, y, demasiado rápido para lo que cualquiera esperaría de él dadas las circunstancias, actuó a ciegas y movido por la rabia.
Gaspard de Grailly sólo aparentaba actuar a lo loco, la mayor parte del tiempo. En su cabeza, como funcionaba tan rápida, ya había dibujado varios planes con alternativas para lo que estuviera a punto de hacer en cada momento; era algo inconsciente, que no reflexionaba pero que llevaba haciendo desde siempre, con altibajos en su vida (como todo, por otro lado), pero que era una constante. Sin embargo, en aquella única ocasión, Gaspard actuó sin pensar en las consecuencias e hizo lo que su instinto le pedía: enfadar aún más a Átropos. ¿Cómo? Muy sencillo: agarrando un cuchillo de los que portaba y lanzándolo a donde sabía que ella se estaba alejando, demasiado rápido para apuntar, pero, al mismo tiempo, demasiado rabioso para fallar.
Que se le hundiera la plata en la carne, ¡sí! A él ya le daba igual: iba a largarse, y lo haría sin dudar. Con la mano, que hasta hacía un momento había estado aún sobre su dolorida hombría, acariciando las paredes, Gaspard se agradeció a sí mismo haber planeado su vuelta con tanta celeridad, y el intercambio fue, más o menos, así: ¡vaya, de Grailly, muy previsor, gracias! No hay de qué, Gaspard. Bromas aparte, Gaspard estaba largándose, y lo hacía rápido como sólo un habitante de las Catacumbas y él podían hacerlo, de modo que enseguida llegó a la caverna donde ella lo había atado al inicio y donde se puso a recoger sus cosas, indiferente ya a Átropos. Que lo siguiera si quería, porque a él igual le daba en aquel preciso momento.
Invitado- Invitado
Re: Ode to Sleep {Privado}
¿Y acaso era Gaspard de Grailly un estúpido o qué? ¡Claro que sabía que Átropos podía ser tan impredecible como él mismo! No hay que sorprenderse demasiado por las acciones de la vampira loca, porque nunca iba a dejar de sorprender, y menos cuando su cabeza empezaba a ser puro caos, impulsada por ese mar de emociones que la atacaban de vez en cuando, sobre todo cuando se topaba con sujetos como el bastardo ese. Bueno, de acuerdo, era la primera vez que coincidía con alguien tan desquiciantemente interesante en todo su tiempo de no-vida. Pero, conforme la atraía, como la luz a las polillas (algo completamente masoquista), también la hacía querer tenerlo lo más lejos posible. Y esto último a causa de sus mismas acciones, tan contradictorias como él mismo.
Estaba enojadísima con él, eso se notaba a leguas, ni siquiera por haber sentido el aroma de su sangre, penetrándole los sentidos, cambió de opinión. ¡No! Tenía que controlar esa parte de sí misma que quería permitirle todo a ese desgraciado, porque también estaba ese porcentaje que no quería ser dominada. Átropos se convertía en una criatura perfectamente contradictoria en sus acciones y en sus decisiones, que también tenía una insana manía por divagar ante cualquier cosa. Ya se remitía el hecho de que se puso a cuestionarse sobre las cavernas que abrían las hormigas en el suelo, y que, gracias a ese descuido culposo, Gaspard se aprovechó como sólo sabía hacerlo, provocando más la ira desbocada de su bestia.
¡Y qué manera de aprovecharse! Si la hubiera tenido a tono, como en veces anteriores, pudo haberle sacado provecho a todo. Sin embargo, ¿no fue él mismo el culpable del cambio radical de ella? ¿Ahora por qué se molestaba? Oh, cierto, porque le habían pateado la hombría. La vampira sí que sabía cómo herirle el ego a un hombre orgulloso y anárquico, y créanlo, lo disfrutó, a pesar de su inconmensurable fastidio, se sintió magníficamente satisfecha por darle una cucharada de su propia medicina. Y tal vez, si Gaspard hubiera tenido visión nocturna, habría visto con más rabia la sonrisa burlona de Átropos mientras se alejaba. Ahí sí que le pudo haber clavado el cuchillo para dejarla inconsciente, pero no, para fortuna de ella (y mala suerte de él), el puñal sólo le rozó el hombro, aunque si le abrió una herida algo profunda. No obstante, no dejó escapar su repentino malestar, ni menos sintió placer. Aquella cosa había sido lanzada con toda la ira contenida de Gaspard; hasta quedó clavada en la pared de piedra.
Átropos tenía que reconocerlo, aquello la tomó por sorpresa. La molestia terrible de Gaspard le causó curiosidad, incluso cuando oyó su gruñido, haciendo eco en todas las galerías cercanas a donde ella se encontraba. ¡Pero qué manera de fastidiarse la de ambos! Antes había sido él quien la hizo enfadar al punto de que sólo quería estar lejos, y ahora había sido ella quien causó el mismo efecto en el ladrón. ¿Qué nunca iban a ponerse de acuerdo esos desalmados? Tal parecía que no, porque eran terriblemente orgullosos como para aceptarse tal cual eran. Sin embargo, Gaspard de Grailly, en su intento por querer largarse y no saber más nada de Átropos, olvidó un detalle sustancial: mientras ella lo arrastraba durante su inconsciencia, no supo por dónde demonios se había metido. Y sí, estaba muy al fondo de las Catacumbas, lo que le iba a ser complicadísimo sin la ayuda de la loca.
Hablando de la loca, ¿en dónde diablos estaba? Ni siquiera se volvió a escuchar su voz, ni sentir su presencia... ¡nada! Todo era demasiado curioso. No, bueno, no era curioso. Lo que sucedía es que doña Átropos estaba paseándose con toda ligereza entre los pasillos laberínticos de su territorio (llamarlo castillo era demasiado ridículo... absurdo en exceso), aun sabiendo que Gaspard estaba dispuesto a marcharse. No le dio tanta importancia, porque iba a terminar muy perdido igual. Ni toda la sangre de su cuerpo iba a ser suficiente para guiarlo. Aparte, de que varias zonas estaban totalmente hundidas en las tinieblas, esas mismas que hasta eran complicadas de superar por un vampiro. Así que no había suficientes esperanzas para él, que de seguro estaría ya metido entre túneles y túneles hallando una salida. Al menos ahora no se encontraba enojada como antes, porque su pequeña venganza había sido suficiente para drenar su malestar, que de seguro regresaría si osaba a acercarse de nuevo al ladrón. ¿Y qué más perdería?
Se dispuso a confrontarlo en algún punto de esos en donde se interceptaban varios túneles, aquellos que dejaba preferiblemente iluminados porque, ¿qué mejor engaño que la luz tenue de las antorchas? Bueno, lo cierto es que Átropos, conociéndose su hogar al dedillo, tomó un atajo, justo cuando sintió la presencia de Gaspard aún más cerca. Las ratas incluso chillaban para indicarle que iba por buen camino (sí, había amaestrado a esos roedores asquerosos, así de loca estaba la señorita), y, finalmente lo halló, con ligeros espasmos en su cuerpo, porque, ¡hola, de Grailly, que te cuesta concentrarte! Aquello fue muy entretenido.
—Ay, no me digas, ¿has perdido tu sentido de la orientación? ¿Cuánto tiempo llevas regresando al mismo sitio, Gaspard querido? —habló finalmente, revelándose entre las tinieblas—. Oh, mi vida, ¿te enojaste conmigo? Lo siento, amor, pero esas son cosas que te buscas —soltó con sarcasmo, quedándose en su lugar. Aunque faltó poco para saltar hacia él, y sí que lo hizo—. ¿Quieres que te ayude a encontrar la salida? Tranquilo, estoy dispuesta a hacerlo, pero... Hay un problema. —Acortó toda la distancia entre ambos, y, ya qué diablos le importaba—. ¿No deseas que la Inquisición te encuentre, cierto? Bueno, me tomé la libertad de salir y... uh, escuché a varios mencionar tu nombre, enviados por un tal Lazet. Como te buscas enemigos, Gaspard. Eres incorregible.
Se apartó con mucha pereza, porque, curiosamente, ya se encontraba sosegada luego de la venganza en su contra y de haber tomado un breve paseo. ¡Esa noche tendría un banquete digno en alguna parte de las Catacumbas! Oh, sí, los del exterior eran demasiado ingenuos al atreverse ingresar en un lugar así, el mismo que alguna vez fue hechizado por la misma Átropos. Lástima que había perdido sus poderes de bruja cuando se hizo con la preciosísima inmortalidad.
Estaba enojadísima con él, eso se notaba a leguas, ni siquiera por haber sentido el aroma de su sangre, penetrándole los sentidos, cambió de opinión. ¡No! Tenía que controlar esa parte de sí misma que quería permitirle todo a ese desgraciado, porque también estaba ese porcentaje que no quería ser dominada. Átropos se convertía en una criatura perfectamente contradictoria en sus acciones y en sus decisiones, que también tenía una insana manía por divagar ante cualquier cosa. Ya se remitía el hecho de que se puso a cuestionarse sobre las cavernas que abrían las hormigas en el suelo, y que, gracias a ese descuido culposo, Gaspard se aprovechó como sólo sabía hacerlo, provocando más la ira desbocada de su bestia.
¡Y qué manera de aprovecharse! Si la hubiera tenido a tono, como en veces anteriores, pudo haberle sacado provecho a todo. Sin embargo, ¿no fue él mismo el culpable del cambio radical de ella? ¿Ahora por qué se molestaba? Oh, cierto, porque le habían pateado la hombría. La vampira sí que sabía cómo herirle el ego a un hombre orgulloso y anárquico, y créanlo, lo disfrutó, a pesar de su inconmensurable fastidio, se sintió magníficamente satisfecha por darle una cucharada de su propia medicina. Y tal vez, si Gaspard hubiera tenido visión nocturna, habría visto con más rabia la sonrisa burlona de Átropos mientras se alejaba. Ahí sí que le pudo haber clavado el cuchillo para dejarla inconsciente, pero no, para fortuna de ella (y mala suerte de él), el puñal sólo le rozó el hombro, aunque si le abrió una herida algo profunda. No obstante, no dejó escapar su repentino malestar, ni menos sintió placer. Aquella cosa había sido lanzada con toda la ira contenida de Gaspard; hasta quedó clavada en la pared de piedra.
Átropos tenía que reconocerlo, aquello la tomó por sorpresa. La molestia terrible de Gaspard le causó curiosidad, incluso cuando oyó su gruñido, haciendo eco en todas las galerías cercanas a donde ella se encontraba. ¡Pero qué manera de fastidiarse la de ambos! Antes había sido él quien la hizo enfadar al punto de que sólo quería estar lejos, y ahora había sido ella quien causó el mismo efecto en el ladrón. ¿Qué nunca iban a ponerse de acuerdo esos desalmados? Tal parecía que no, porque eran terriblemente orgullosos como para aceptarse tal cual eran. Sin embargo, Gaspard de Grailly, en su intento por querer largarse y no saber más nada de Átropos, olvidó un detalle sustancial: mientras ella lo arrastraba durante su inconsciencia, no supo por dónde demonios se había metido. Y sí, estaba muy al fondo de las Catacumbas, lo que le iba a ser complicadísimo sin la ayuda de la loca.
Hablando de la loca, ¿en dónde diablos estaba? Ni siquiera se volvió a escuchar su voz, ni sentir su presencia... ¡nada! Todo era demasiado curioso. No, bueno, no era curioso. Lo que sucedía es que doña Átropos estaba paseándose con toda ligereza entre los pasillos laberínticos de su territorio (llamarlo castillo era demasiado ridículo... absurdo en exceso), aun sabiendo que Gaspard estaba dispuesto a marcharse. No le dio tanta importancia, porque iba a terminar muy perdido igual. Ni toda la sangre de su cuerpo iba a ser suficiente para guiarlo. Aparte, de que varias zonas estaban totalmente hundidas en las tinieblas, esas mismas que hasta eran complicadas de superar por un vampiro. Así que no había suficientes esperanzas para él, que de seguro estaría ya metido entre túneles y túneles hallando una salida. Al menos ahora no se encontraba enojada como antes, porque su pequeña venganza había sido suficiente para drenar su malestar, que de seguro regresaría si osaba a acercarse de nuevo al ladrón. ¿Y qué más perdería?
Se dispuso a confrontarlo en algún punto de esos en donde se interceptaban varios túneles, aquellos que dejaba preferiblemente iluminados porque, ¿qué mejor engaño que la luz tenue de las antorchas? Bueno, lo cierto es que Átropos, conociéndose su hogar al dedillo, tomó un atajo, justo cuando sintió la presencia de Gaspard aún más cerca. Las ratas incluso chillaban para indicarle que iba por buen camino (sí, había amaestrado a esos roedores asquerosos, así de loca estaba la señorita), y, finalmente lo halló, con ligeros espasmos en su cuerpo, porque, ¡hola, de Grailly, que te cuesta concentrarte! Aquello fue muy entretenido.
—Ay, no me digas, ¿has perdido tu sentido de la orientación? ¿Cuánto tiempo llevas regresando al mismo sitio, Gaspard querido? —habló finalmente, revelándose entre las tinieblas—. Oh, mi vida, ¿te enojaste conmigo? Lo siento, amor, pero esas son cosas que te buscas —soltó con sarcasmo, quedándose en su lugar. Aunque faltó poco para saltar hacia él, y sí que lo hizo—. ¿Quieres que te ayude a encontrar la salida? Tranquilo, estoy dispuesta a hacerlo, pero... Hay un problema. —Acortó toda la distancia entre ambos, y, ya qué diablos le importaba—. ¿No deseas que la Inquisición te encuentre, cierto? Bueno, me tomé la libertad de salir y... uh, escuché a varios mencionar tu nombre, enviados por un tal Lazet. Como te buscas enemigos, Gaspard. Eres incorregible.
Se apartó con mucha pereza, porque, curiosamente, ya se encontraba sosegada luego de la venganza en su contra y de haber tomado un breve paseo. ¡Esa noche tendría un banquete digno en alguna parte de las Catacumbas! Oh, sí, los del exterior eran demasiado ingenuos al atreverse ingresar en un lugar así, el mismo que alguna vez fue hechizado por la misma Átropos. Lástima que había perdido sus poderes de bruja cuando se hizo con la preciosísima inmortalidad.
Átropos- Vampiro Clase Baja
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Re: Ode to Sleep {Privado}
Bien, si miraba las cosas por el lado bueno se daría cuenta de que su truquito había funcionado y había sido capaz de llegar a la caverna donde ella lo había atado sin ningún problema: ¡enhorabuena por Gaspard de Grailly y su capacidad de previsión! Si las miraba por el lado malo, y el hombre con un plan siempre debía contemplar la realidad desde todas las perspectivas posibles, ese era todo el triunfo al que había sido capaz de llegar, ya que después de llegar allí se había perdido sin remedio y llevaba un muy buen rato dando vueltas por las Catacumbas solamente para volver siempre al mismo sitio.
Cualquier otro hombre se habría vuelto loco a aquellas alturas, y Gaspard, que no era mucho mejor (ni siquiera era mejor) que la mayor parte de sus coetáneos se encontraba muy cerca de caer en ese foso, no literalmente. Sin embargo, lo que los otros que se habían perdido en las Catacumbas no tenían y él sí era una experiencia demasiado extensa con Átropos, la única que se sabía los caminos de allí abajo como la palma de su mano. Gracias a eso, Gaspard de Grailly había desarrollado una santa paciencia para la locura, incluso para la propia, que solamente estaba molesto, muy molesto, cosa que le venía de antes, pero, por muchas vueltas que diera, no se volvía loco ni se agobiaba demasiado.
También para eso debía agradecer a su experiencia, en concreto a su historial como ladrón de tumbas, porque, sobre todo al principio, se había caído más de una vez a algún hoyo que estaba excavando y de ese modo tan extremo se le había curado toda la claustrofobia que pudiera haber tenido en su vida. Acostumbrado, desde niño, a las amplias extensiones de terreno y a la luz del sol en su espalda, lo cierto era que nunca le habían gustado mucho los espacios cerrados, y su profesión era como una terapia de choque particularmente violenta contra ellos y su animadversión inicial, de modo que se había quedado así, igual de cómodo fuera de la tierra que dentro de ella.
Lo de cómodo, eso sí, era muy relativo, más que nada porque Gaspard seguía herido, sudado y algo confuso porque no era capaz de encontrar la salida, y para colmo Átropos se había seguido alejando y moviendo de forma caótica, así que no podía utilizarla como una referencia en el plano mental que se había hecho de su hogar (se negaba a llamarlo reino. ¡Por encima de su cadáver!). Es decir, se imaginaba que si Átropos no lo había ayudado hasta aquel momento no iba a empezar a hacerlo así aleatoriamente, porque su ego sí que era grande en comparación con el del aquitano y la había ofendido mucho, pero ¿quién sabía? Era impredecible, como él, y por eso mismo no le sorprendió cuando se acercó a él y volvió.
Sí que le sorprendió el nombre que salió de su boca, pero tenía que ser una coincidencia, ¿no? Es decir, no conocía a demasiada gente porque ugh, qué pereza tratar con otros seres humanos, pero tenía que haber más seres en el reino que se llamaran Lazet, igual que el más joven de sus hermanos y uno de los cuales había abandonado de forma más temprana. ¿Se arrepentía de ello? Ni lo más mínimo, pero sí que le picaba bastante la curiosidad por el hecho de que Átropos lo había mencionado, así que tuvo que obligarse a quedarse quietecito (¡con lo que lo odiaba...! Ojalá valiera la pena), con los brazos en jarras y respirando despacio, con grandes bocanadas de aire.
Ese Lazet podía ser su hermano o no, pero Gaspard tenía muy poca consideración por su familia, al igual que ellos la habían tenido con él, así que no cambiaba la situación que compartieran sangre y gente que no. Sí que le interesaba más la parte de que lo buscaban inquisidores porque, en fin, lo que él hacía se oponía a la Iglesia de pleno: por lo mismo que no dejaban que los pecadores que se suicidaban se enterraran en terreno sagrado, para que no alcancen así el Cielo, el peor de los castigos se destinaba para aquellos que mancillaban tumbas ajenas y de igual modo impedían el descanso eterno. Los inquisidores siempre lo habían cazado, y eso eran malas noticias.
– Me vas a hacer vomitar con tanto epíteto bonito, Átropos. – la cortó, harto de que lo llamara amor, como siempre lo había estado de la gente que se tomaba demasiadas confianzas con él cuando Gaspard era un hombre que ni confiaba en nadie ni veía la maldita necesidad de hacerlo. ¿Para qué? La gente era lo peor, no eran nunca de fiar y todos eran egoístas que seguían sus propios impulsos sin pensar en los demás, así que no pensaba depender de alguien de ninguna de las maneras, mucho menos en ser apreciado por algo como Átropos, que ni la categoría de “alguien” se merecía.
– Tú sabes bien cómo me busco enemigos, llámalo experiencia propia, ¿o es que después de todo resulta que no lo eres? Mira, eso explicaría muchas cosas, como que me adores y no dejes de volver a mí. – replicó, y no lo hizo con ego ni con desmedido orgullo, sino con la intención total de dejar las cosas claras tal y como él las veía (y como, probablemente, eran, daba igual lo complicado que se tornara todo lo que él y Átropos se juntaban para tocar y mancillar). – Puedo con los inquisidores, pero si tanto te apetece que siga con vida y no torturado por el Santo Oficio, ¿por qué no tienes las narices de salir y ayudarme? – provocó.
Fue capaz de mantenerse quieto durante todas sus palabras, aunque para ello tuvo que apretar los puños, apoyados en sus caderas, y apretar incluso los dedos de los pies hasta provocarse dolor. Sus problemas no eran tanto de orientación como de concentración, y eso los dos lo sabían bien: era una de las consecuencias de esa hiperactividad suya que nadie en su época había sido capaz de detectar o reconocer en cuanto a importancia, así que tenía que vivir con ello, con sus propias soluciones, obtenidas a base de prueba y error. Más o menos, por cierto, como tenía que vivir con Átropos... Porque, a aquellas alturas, hasta él sabía que no se iba a librar de la vampiresa tan fácil. Menuda desgracia le había caído encima.
Cualquier otro hombre se habría vuelto loco a aquellas alturas, y Gaspard, que no era mucho mejor (ni siquiera era mejor) que la mayor parte de sus coetáneos se encontraba muy cerca de caer en ese foso, no literalmente. Sin embargo, lo que los otros que se habían perdido en las Catacumbas no tenían y él sí era una experiencia demasiado extensa con Átropos, la única que se sabía los caminos de allí abajo como la palma de su mano. Gracias a eso, Gaspard de Grailly había desarrollado una santa paciencia para la locura, incluso para la propia, que solamente estaba molesto, muy molesto, cosa que le venía de antes, pero, por muchas vueltas que diera, no se volvía loco ni se agobiaba demasiado.
También para eso debía agradecer a su experiencia, en concreto a su historial como ladrón de tumbas, porque, sobre todo al principio, se había caído más de una vez a algún hoyo que estaba excavando y de ese modo tan extremo se le había curado toda la claustrofobia que pudiera haber tenido en su vida. Acostumbrado, desde niño, a las amplias extensiones de terreno y a la luz del sol en su espalda, lo cierto era que nunca le habían gustado mucho los espacios cerrados, y su profesión era como una terapia de choque particularmente violenta contra ellos y su animadversión inicial, de modo que se había quedado así, igual de cómodo fuera de la tierra que dentro de ella.
Lo de cómodo, eso sí, era muy relativo, más que nada porque Gaspard seguía herido, sudado y algo confuso porque no era capaz de encontrar la salida, y para colmo Átropos se había seguido alejando y moviendo de forma caótica, así que no podía utilizarla como una referencia en el plano mental que se había hecho de su hogar (se negaba a llamarlo reino. ¡Por encima de su cadáver!). Es decir, se imaginaba que si Átropos no lo había ayudado hasta aquel momento no iba a empezar a hacerlo así aleatoriamente, porque su ego sí que era grande en comparación con el del aquitano y la había ofendido mucho, pero ¿quién sabía? Era impredecible, como él, y por eso mismo no le sorprendió cuando se acercó a él y volvió.
Sí que le sorprendió el nombre que salió de su boca, pero tenía que ser una coincidencia, ¿no? Es decir, no conocía a demasiada gente porque ugh, qué pereza tratar con otros seres humanos, pero tenía que haber más seres en el reino que se llamaran Lazet, igual que el más joven de sus hermanos y uno de los cuales había abandonado de forma más temprana. ¿Se arrepentía de ello? Ni lo más mínimo, pero sí que le picaba bastante la curiosidad por el hecho de que Átropos lo había mencionado, así que tuvo que obligarse a quedarse quietecito (¡con lo que lo odiaba...! Ojalá valiera la pena), con los brazos en jarras y respirando despacio, con grandes bocanadas de aire.
Ese Lazet podía ser su hermano o no, pero Gaspard tenía muy poca consideración por su familia, al igual que ellos la habían tenido con él, así que no cambiaba la situación que compartieran sangre y gente que no. Sí que le interesaba más la parte de que lo buscaban inquisidores porque, en fin, lo que él hacía se oponía a la Iglesia de pleno: por lo mismo que no dejaban que los pecadores que se suicidaban se enterraran en terreno sagrado, para que no alcancen así el Cielo, el peor de los castigos se destinaba para aquellos que mancillaban tumbas ajenas y de igual modo impedían el descanso eterno. Los inquisidores siempre lo habían cazado, y eso eran malas noticias.
– Me vas a hacer vomitar con tanto epíteto bonito, Átropos. – la cortó, harto de que lo llamara amor, como siempre lo había estado de la gente que se tomaba demasiadas confianzas con él cuando Gaspard era un hombre que ni confiaba en nadie ni veía la maldita necesidad de hacerlo. ¿Para qué? La gente era lo peor, no eran nunca de fiar y todos eran egoístas que seguían sus propios impulsos sin pensar en los demás, así que no pensaba depender de alguien de ninguna de las maneras, mucho menos en ser apreciado por algo como Átropos, que ni la categoría de “alguien” se merecía.
– Tú sabes bien cómo me busco enemigos, llámalo experiencia propia, ¿o es que después de todo resulta que no lo eres? Mira, eso explicaría muchas cosas, como que me adores y no dejes de volver a mí. – replicó, y no lo hizo con ego ni con desmedido orgullo, sino con la intención total de dejar las cosas claras tal y como él las veía (y como, probablemente, eran, daba igual lo complicado que se tornara todo lo que él y Átropos se juntaban para tocar y mancillar). – Puedo con los inquisidores, pero si tanto te apetece que siga con vida y no torturado por el Santo Oficio, ¿por qué no tienes las narices de salir y ayudarme? – provocó.
Fue capaz de mantenerse quieto durante todas sus palabras, aunque para ello tuvo que apretar los puños, apoyados en sus caderas, y apretar incluso los dedos de los pies hasta provocarse dolor. Sus problemas no eran tanto de orientación como de concentración, y eso los dos lo sabían bien: era una de las consecuencias de esa hiperactividad suya que nadie en su época había sido capaz de detectar o reconocer en cuanto a importancia, así que tenía que vivir con ello, con sus propias soluciones, obtenidas a base de prueba y error. Más o menos, por cierto, como tenía que vivir con Átropos... Porque, a aquellas alturas, hasta él sabía que no se iba a librar de la vampiresa tan fácil. Menuda desgracia le había caído encima.
Invitado- Invitado
Re: Ode to Sleep {Privado}
El que avisa no es traidor, y ella le estaba advirtiendo con toda la calma tan rara en sí misma, lo que ocurría en el exterior. Debía estar agradecido, pero, eh, se trataba de Gaspard de Grailly, el hombre más orgulloso de la galaxia entera; incluso más orgulloso que su propio creador. Entonces por ahí sí tuvo que desistir que él nunca iba a agradecerle por ese particular aviso que... un momento, ¿por qué le avisaba? Es decir, ese humano tan odioso debía darle igual, y era mejor muerto que vivo. ¡No! Claro que no, porque, para desgracia de ambos, ella aún lo quería vivo, y si alguien debía arrancarle la vida, esa sería su majestad de las Catacumbas, más nadie debía cometer semejante osadía. Ya lo sabía, seguía siendo un fastidio, ni modo. Al menos ya no se encontraba tan terriblemente indignada como hacía un momento atrás, cuando, ciertamente, le valía menos de un franco lo que le ocurriera a Gaspard.
Sabía que él iba a perderse. Tarde o temprano lo haría, porque el lugar era excesivamente amplio, y un humano corriente (y por muy astuto que resultara de Grailly, seguía siendo uno) no iba a ser capaz de sobrevivir en tanta podredumbre y tinieblas, aparte de enredarse con tantos laberintos interminables. ¡Eran como el laberinto del Minotauro! Aquel mito maravilloso que... ¿era ella un minotauro acaso? Oh, la idea hizo que se llevara las manos a la cabeza, para saber si tenía cuernos o no (y no metamos al homúnculo, porque ese estaba en la nuca y ella sabía de él, para su propia desgracia. ¡Cómo lo detestaba!). Sí, claro, ya empezaba a divagar de nuevo. Vayan acostumbrándose a la Átropos que se iba muy lejos cuando pensaba en tonterías que ni al caso.
Pero tuvo que obligarse a centrarse en lo que ocurría recientemente, en que no estaba sola ni por asomo, y que había hecho un descubrimiento un tanto molesto. Porque sí, Átropos odiaba a todo lo que cazara de manera tan obsesa, y quizás, con el único que hacía excepciones era con el idiota de Gaspard, ¿por qué? Porque era diferente al otro noventa y nueve por ciento de los que cazaban, precisamente por eso. Y bien, tampoco es que no fuera ella una criatura que se dedicaba a cazar para sobrevivir, ¡claro que lo hacía! Sin embargo, tanto tiempo metida en esas Catacumbas le había dado ese beneficio de no llegar a compararse con algún inquisidor bastardo, a pesar de estar más loca que un millón de cabras juntas.
Igualmente, terminó pasando del tema. Estaban tan dentro de las Catacumbas, que a aquellos tipos les iba a ser difícil el acceso. Es más, ni siquiera tenían la osadía de ir más allá. Y lo sabía ella, que los había escuchado. Por cierto, hablando de escuchado... ¿no fue en ese momento en que oyó eso de que un tal Lazet los enviaba a buscar a Gaspard? ¡Cierto! Pudo percibir la duda en él. ¿Sería algún conocido suyo? Uh, pero qué interesante noticia. Quería saber más, ciertamente... No, no. Tenía que aguantarse, por favor, que aquel imbécil no era nada fácil de llevar. Bueno, ¿y qué haría? Pues no sabía, seguir molestándolo con palabras empalagosas que hasta a ella misma le revolvían el estómago. ¡Eso era!
—Pero, amor, ¿por qué tan disgustado por eso? ¿No te gusta que te diga cosas lindas? Es que ya me cansé de insultarte, precisamente por eso. He estado pensando en cosas sobre nosotros —y sí, se estaba burlando, porque nada de lo que decía era en serio, a pesar de que aquel humano despertaba una terrible obsesión en ella. Igual, estaba bien loca, lo mejor era no hacerle tanto caso—. Por cierto, ¿qué tanto le hiciste a ese tal Lazet para que enviara a todo un ejército por ti? ¡No me digas! Le robaste un muerto... Ay, Gaspard, eres una horrible persona.
¡Como si ella misma no lo fuera! Pero, ya qué demonios con Átropos, actuaba de formas tan diferentes, que lo más sensato era acostumbrarse. Hasta volvió a acercarse a él, con la osadía de coquetearle (sí, ¡sí! Lo estaba haciendo con toda la vulgar intención), trazando formas abstractas con los dedos sobre su pecho. ¡Qué fastidiosa la Átropos! Alguien deténgala ya... Gusano sin identidad, ¿en dónde te metiste? Vale, no iba a aparecer, porque Átropos se encargó de silenciarlo, al menos por un largo rato, mientras se encontraba muy entretenida con el malestar de Gaspard.
—¡Y sí! Te adoro tanto que... —inclinó su rostro hasta su oído—, dejaré que te pierdas en las Catacumbas, cher. ¿No es un acto hermoso de mi parte? Tómalo como quieras. Más no puedo hacer por ti —sentenció, usando la osadía como excusa para morderle el lóbulo de la oreja y terminar apartándose de él por completo—. ¿Qué salga a defenderte? Eh... No. Ellos son tu problema y no el mío. Atiéndelos tú, cuando logres salir. Adiós, mi amor, que tengas una dulce noche.
¡Maldita Átropos de nombre real desconocido para él! Porque, no conforme mordió un punto vulnerable en su cuerpo (muy común sí, pero igual de efectivo), se fue, de nuevo, a las penumbras... ¡A pasear cuando no debía! Porque se le daba su real voluntad y porque en su reino ella hacía lo que se le daba la gana. Bueno, Átropos siempre hacía lo que quería, ¿a quién vamos a engañar? Ni Gaspard de Grailly, con todo lo que le causaba, había logrado dominarla. Y quizás ya ni quería hacerlo, o quién sabe... Estaba muy ocupado intentando concentrarse.
Sabía que él iba a perderse. Tarde o temprano lo haría, porque el lugar era excesivamente amplio, y un humano corriente (y por muy astuto que resultara de Grailly, seguía siendo uno) no iba a ser capaz de sobrevivir en tanta podredumbre y tinieblas, aparte de enredarse con tantos laberintos interminables. ¡Eran como el laberinto del Minotauro! Aquel mito maravilloso que... ¿era ella un minotauro acaso? Oh, la idea hizo que se llevara las manos a la cabeza, para saber si tenía cuernos o no (y no metamos al homúnculo, porque ese estaba en la nuca y ella sabía de él, para su propia desgracia. ¡Cómo lo detestaba!). Sí, claro, ya empezaba a divagar de nuevo. Vayan acostumbrándose a la Átropos que se iba muy lejos cuando pensaba en tonterías que ni al caso.
Pero tuvo que obligarse a centrarse en lo que ocurría recientemente, en que no estaba sola ni por asomo, y que había hecho un descubrimiento un tanto molesto. Porque sí, Átropos odiaba a todo lo que cazara de manera tan obsesa, y quizás, con el único que hacía excepciones era con el idiota de Gaspard, ¿por qué? Porque era diferente al otro noventa y nueve por ciento de los que cazaban, precisamente por eso. Y bien, tampoco es que no fuera ella una criatura que se dedicaba a cazar para sobrevivir, ¡claro que lo hacía! Sin embargo, tanto tiempo metida en esas Catacumbas le había dado ese beneficio de no llegar a compararse con algún inquisidor bastardo, a pesar de estar más loca que un millón de cabras juntas.
Igualmente, terminó pasando del tema. Estaban tan dentro de las Catacumbas, que a aquellos tipos les iba a ser difícil el acceso. Es más, ni siquiera tenían la osadía de ir más allá. Y lo sabía ella, que los había escuchado. Por cierto, hablando de escuchado... ¿no fue en ese momento en que oyó eso de que un tal Lazet los enviaba a buscar a Gaspard? ¡Cierto! Pudo percibir la duda en él. ¿Sería algún conocido suyo? Uh, pero qué interesante noticia. Quería saber más, ciertamente... No, no. Tenía que aguantarse, por favor, que aquel imbécil no era nada fácil de llevar. Bueno, ¿y qué haría? Pues no sabía, seguir molestándolo con palabras empalagosas que hasta a ella misma le revolvían el estómago. ¡Eso era!
—Pero, amor, ¿por qué tan disgustado por eso? ¿No te gusta que te diga cosas lindas? Es que ya me cansé de insultarte, precisamente por eso. He estado pensando en cosas sobre nosotros —y sí, se estaba burlando, porque nada de lo que decía era en serio, a pesar de que aquel humano despertaba una terrible obsesión en ella. Igual, estaba bien loca, lo mejor era no hacerle tanto caso—. Por cierto, ¿qué tanto le hiciste a ese tal Lazet para que enviara a todo un ejército por ti? ¡No me digas! Le robaste un muerto... Ay, Gaspard, eres una horrible persona.
¡Como si ella misma no lo fuera! Pero, ya qué demonios con Átropos, actuaba de formas tan diferentes, que lo más sensato era acostumbrarse. Hasta volvió a acercarse a él, con la osadía de coquetearle (sí, ¡sí! Lo estaba haciendo con toda la vulgar intención), trazando formas abstractas con los dedos sobre su pecho. ¡Qué fastidiosa la Átropos! Alguien deténgala ya... Gusano sin identidad, ¿en dónde te metiste? Vale, no iba a aparecer, porque Átropos se encargó de silenciarlo, al menos por un largo rato, mientras se encontraba muy entretenida con el malestar de Gaspard.
—¡Y sí! Te adoro tanto que... —inclinó su rostro hasta su oído—, dejaré que te pierdas en las Catacumbas, cher. ¿No es un acto hermoso de mi parte? Tómalo como quieras. Más no puedo hacer por ti —sentenció, usando la osadía como excusa para morderle el lóbulo de la oreja y terminar apartándose de él por completo—. ¿Qué salga a defenderte? Eh... No. Ellos son tu problema y no el mío. Atiéndelos tú, cuando logres salir. Adiós, mi amor, que tengas una dulce noche.
¡Maldita Átropos de nombre real desconocido para él! Porque, no conforme mordió un punto vulnerable en su cuerpo (muy común sí, pero igual de efectivo), se fue, de nuevo, a las penumbras... ¡A pasear cuando no debía! Porque se le daba su real voluntad y porque en su reino ella hacía lo que se le daba la gana. Bueno, Átropos siempre hacía lo que quería, ¿a quién vamos a engañar? Ni Gaspard de Grailly, con todo lo que le causaba, había logrado dominarla. Y quizás ya ni quería hacerlo, o quién sabe... Estaba muy ocupado intentando concentrarse.
Átropos- Vampiro Clase Baja
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Localización : En alguna parte de esta enorme ciudad...
Re: Ode to Sleep {Privado}
A Gaspard no le había quedado ninguna duda con respecto a Átropos, en el sentido de que si le había pedido que dejara de llamarle cosas empalagosas (no, no pedido, exigido; Gaspard no aceptaba que otros lo dominaran, ¿recuerdas?) ella seguiría haciéndolo, porque así la conocía, mejor que nadie. ¡Sí, se atrevía a decir eso pese a que su homúnculo estuviera más o menos empatado con él! Sin embargo, no era algo de lo que de Grailly se enorgulleciera precisamente; es más, si por él fuera, gustosamente renunciaría a conocerla y al rastro que había dejado en su (para nada) tranquila existencia, pero el pasado era inamovible, y él lo sabía muy bien.
No iba a ponerse orgulloso y a sacar pecho diciendo que lo sabía mejor que nadie, pero sí que tenía una buena experiencia al respecto: al fin y al cabo, Gaspard de Grailly había nacido en una buena familia, y eso se le tenía que notar de alguna manera, ¿no? Incluso aunque hubiera sido ignorado por ellos la mayor parte del tiempo, había sido capaz de aprender lo suficiente de buenos modales y cosas de la clase alta para no pasar desapercibido como un de Grailly más, así que ahí quedaba eso: por raro que pareciera, Gaspard sabía cómo comportarse. ¿Significaba eso que lo hacía o que disfrutara haciéndolo? ¡En absoluto!
Como resurreccionista y como maleante que había sido durante unos cuantos años, lo último que necesitaba era mostrar modales, con lo cual se había pasado media vida luchando contra su alta cuna y las consecuencias que ésta había tenido en él, demasiado profundas para lo que le gustaría. Por ejemplo, ¿a quién demonios le importaban los eternos debates de la vida y la muerte que habían existido en la historia del pensamiento occidental cuando uno se encontraba, precisamente, desenterrando a un muerto? ¿O a quién le interesaba lo que dijera Voltaire sobre la historia cuando él se encontraba escribiendo la suya propia, una tumba al día?
No, Gaspard era muy práctico, y todo ese conocimiento que había terminado por poseer se lo guardaba muy dentro, dejando a decisión suya en cada momento si debía utilizarlo o, por el contrario, ignorarlo. Con la vampiresa que se creía reina de las Catacumbas, Gaspard de Grailly había elegido ignorarlo, como en la mayor parte de las situaciones de su vida, con lo que eso eliminaba aún más la posibilidad de que lo que hacía con Átropos fuera diferente a lo que hacía con el resto... Como si fuera tan idiota que no se diera cuenta de que Átropos y él tenían algo incomparable con nada que hubiera tenido antes con nadie.
¡No, Gaspard no era estúpido! Por eso sabía que Átropos seguiría pinchándolo y por eso sabía que ella no lo abandonaría y no lo mataría, por mucho que amenazara con largarse y dejarlo solo y perdido allí abajo. Del mismo modo, por esa inteligencia suya, también sabía que tenía razón cuando decía que era una mala persona, pero saberlo no significa que le importase lo más mínimo, y mucho menos si lo decía ella. Falacias ad hominem aparte, lo cierto era que la vampiresa no era mucho mejor que él, se mirara por donde se mirase; de hecho, teniendo en cuenta que se parecían en algunas cosas (como, por ejemplo, en sus enfermizas relaciones con los muertos), podía decirse que eran igual de malas personas, ¿no?
No se lo iba a hacer saber, pero Gaspard lo sabía, claro que sí. También era consciente de que Átropos, por mucho que necesitara salir más de sus Catacumbas, conocía la existencia de la Inquisición: si le había dicho que había nacido hacía más de doscientos años y la Inquisición existía entonces, ¿por qué no iba a conocerla? El Santo Oficio no era como la lógica aristotélica: todo el mundo, daba igual su posición social, conocía de su existencia en los reinos y Estados donde ésta funcionaba, y aunque Átropos no le hubiera dicho nada más de ella misma que le permitiera encajarla en un lugar u otro de la sociedad, debía conocerlos, a ellos y a su manía por perseguir a tipos como el aquitano.
– Sólo conozco a un Lazet, y más que conocerlo ahora lo conocí hace tiempo. Puede ser el mismo o no, pero, personalmente, no le he hecho nada. Ahora bien, si como Inquisidor ha decidido que iba a tomar el caso del ladronzuelo de tumbas por el que me toman, supongo que lo que he hecho ha sido eso, ¿no?, robar tumbas. No a él personalmente, pero sí en general. – explicó, aunque en realidad hablar era lo último que le apetecía, y la dejó marcharse sin moverse lo más mínimo (bueno, más allá de lo que su cuerpo le exigía por su hiperactividad motora, se entiende).
Así pues, se dejó caer en el suelo, porque hasta él, que quería escapar por todos los medios, era consciente de que estaba agotado y sus heridas estaban abiertas, lo cual contribuía a debilitarlo. Sin hacer caso de lo que hacía o dejaba de hacer su vampiresa (con qué naturalidad le salió el posesivo, por cierto; ni se lo planteó, pero su excusa era que estaba ocupado), Gaspard rasgó la tela de la camisa que lo cubría y se empezó a vendar las heridas, con evidente habilidad. Al paso que iba, si lo de conocer a Átropos se alargaba mucho más, tendría que destinar todas las monedas que ganaba con sus muertos a comprarse caminas, ¡maldita la obsesión de ella con destrozárselas y tenerlo a pecho descubierto! Y no menos maldito él por su proclividad a hacerlo.
– Eres consciente de que dejará de no ser tu problema si les cuento lo que has hecho con el buen doctor, ¿no? Digo. Entonces los inquisidores no tendrán más remedio que perseguirte, porque, por fuerte que sea, esas marcas no las hice yo, Átropos, cualquiera se daría cuenta de ello. – añadió, movido por un impulso, pero ¿acaso eso sorprendía a alguien cuando se trataba de Gaspard de Grailly, hiperactivo y demasiado rápido a la hora de tomar decisiones para lo que realmente le convenía en su maldita vida?
No iba a ponerse orgulloso y a sacar pecho diciendo que lo sabía mejor que nadie, pero sí que tenía una buena experiencia al respecto: al fin y al cabo, Gaspard de Grailly había nacido en una buena familia, y eso se le tenía que notar de alguna manera, ¿no? Incluso aunque hubiera sido ignorado por ellos la mayor parte del tiempo, había sido capaz de aprender lo suficiente de buenos modales y cosas de la clase alta para no pasar desapercibido como un de Grailly más, así que ahí quedaba eso: por raro que pareciera, Gaspard sabía cómo comportarse. ¿Significaba eso que lo hacía o que disfrutara haciéndolo? ¡En absoluto!
Como resurreccionista y como maleante que había sido durante unos cuantos años, lo último que necesitaba era mostrar modales, con lo cual se había pasado media vida luchando contra su alta cuna y las consecuencias que ésta había tenido en él, demasiado profundas para lo que le gustaría. Por ejemplo, ¿a quién demonios le importaban los eternos debates de la vida y la muerte que habían existido en la historia del pensamiento occidental cuando uno se encontraba, precisamente, desenterrando a un muerto? ¿O a quién le interesaba lo que dijera Voltaire sobre la historia cuando él se encontraba escribiendo la suya propia, una tumba al día?
No, Gaspard era muy práctico, y todo ese conocimiento que había terminado por poseer se lo guardaba muy dentro, dejando a decisión suya en cada momento si debía utilizarlo o, por el contrario, ignorarlo. Con la vampiresa que se creía reina de las Catacumbas, Gaspard de Grailly había elegido ignorarlo, como en la mayor parte de las situaciones de su vida, con lo que eso eliminaba aún más la posibilidad de que lo que hacía con Átropos fuera diferente a lo que hacía con el resto... Como si fuera tan idiota que no se diera cuenta de que Átropos y él tenían algo incomparable con nada que hubiera tenido antes con nadie.
¡No, Gaspard no era estúpido! Por eso sabía que Átropos seguiría pinchándolo y por eso sabía que ella no lo abandonaría y no lo mataría, por mucho que amenazara con largarse y dejarlo solo y perdido allí abajo. Del mismo modo, por esa inteligencia suya, también sabía que tenía razón cuando decía que era una mala persona, pero saberlo no significa que le importase lo más mínimo, y mucho menos si lo decía ella. Falacias ad hominem aparte, lo cierto era que la vampiresa no era mucho mejor que él, se mirara por donde se mirase; de hecho, teniendo en cuenta que se parecían en algunas cosas (como, por ejemplo, en sus enfermizas relaciones con los muertos), podía decirse que eran igual de malas personas, ¿no?
No se lo iba a hacer saber, pero Gaspard lo sabía, claro que sí. También era consciente de que Átropos, por mucho que necesitara salir más de sus Catacumbas, conocía la existencia de la Inquisición: si le había dicho que había nacido hacía más de doscientos años y la Inquisición existía entonces, ¿por qué no iba a conocerla? El Santo Oficio no era como la lógica aristotélica: todo el mundo, daba igual su posición social, conocía de su existencia en los reinos y Estados donde ésta funcionaba, y aunque Átropos no le hubiera dicho nada más de ella misma que le permitiera encajarla en un lugar u otro de la sociedad, debía conocerlos, a ellos y a su manía por perseguir a tipos como el aquitano.
– Sólo conozco a un Lazet, y más que conocerlo ahora lo conocí hace tiempo. Puede ser el mismo o no, pero, personalmente, no le he hecho nada. Ahora bien, si como Inquisidor ha decidido que iba a tomar el caso del ladronzuelo de tumbas por el que me toman, supongo que lo que he hecho ha sido eso, ¿no?, robar tumbas. No a él personalmente, pero sí en general. – explicó, aunque en realidad hablar era lo último que le apetecía, y la dejó marcharse sin moverse lo más mínimo (bueno, más allá de lo que su cuerpo le exigía por su hiperactividad motora, se entiende).
Así pues, se dejó caer en el suelo, porque hasta él, que quería escapar por todos los medios, era consciente de que estaba agotado y sus heridas estaban abiertas, lo cual contribuía a debilitarlo. Sin hacer caso de lo que hacía o dejaba de hacer su vampiresa (con qué naturalidad le salió el posesivo, por cierto; ni se lo planteó, pero su excusa era que estaba ocupado), Gaspard rasgó la tela de la camisa que lo cubría y se empezó a vendar las heridas, con evidente habilidad. Al paso que iba, si lo de conocer a Átropos se alargaba mucho más, tendría que destinar todas las monedas que ganaba con sus muertos a comprarse caminas, ¡maldita la obsesión de ella con destrozárselas y tenerlo a pecho descubierto! Y no menos maldito él por su proclividad a hacerlo.
– Eres consciente de que dejará de no ser tu problema si les cuento lo que has hecho con el buen doctor, ¿no? Digo. Entonces los inquisidores no tendrán más remedio que perseguirte, porque, por fuerte que sea, esas marcas no las hice yo, Átropos, cualquiera se daría cuenta de ello. – añadió, movido por un impulso, pero ¿acaso eso sorprendía a alguien cuando se trataba de Gaspard de Grailly, hiperactivo y demasiado rápido a la hora de tomar decisiones para lo que realmente le convenía en su maldita vida?
Invitado- Invitado
Re: Ode to Sleep {Privado}
¡Sorprendida! Un momento, ¿sorprendida? Vale, sí, lo estaba, y todo por el simple hecho de que Gaspard le había revelado más de lo que creyó que haría. Así es, ¡el hombre que apenas hablaba y que detestaba hacerlo! Pero podía más la influencia extraña (aberrante también) que tenía Átropos con él, que lo obligaba a decir más de lo que se permitía, y eso, sin duda, la dejaba un tanto extrañada, aunque la sensación terminara dispersándose al cabo de unos segundos. Y no, no vamos a entrar en meollos existenciales del porqué ocurría eso, si ya con lo de las hormigas y el minotauro, era suficiente. ¿Qué seguiría? ¿Abejas o plantas carnívoras? Tal vez un tratado sobre filosofía vampírica... Tal vez muchas cosas, porque así de dispersa resultaba la mente de la vampira loca en determinadas circunstancias. ¡Exacto! No conforme con tener el carácter hecho una porquería de lo bipolar que era, también se dedicaba a divagar más que alguien bajo las influencias del opio.
En fin, a centrarnos, que terminaremos igual que ella: divagando con demasiadas tonterías. Pues bien, Átropos había pasado de la rabia a... ¿a qué? Locura no, porque loca ya estaba. Quizás sólo se encontraba más sosegada luego de haberle pateado la hombría a Gaspard para hacerlo gruñir como una bestia. Oh, si pudiera explicar con palabras lo muy satisfactorio que fue haber escuchado aquello, no acabaría nunca. Porque sí, eso sólo significaba una cosa: que ella podía arrancarle más cosas desconocidas a de Grailly. Ella, y sólo ella. Así de intensa era su obsesión. ¡Momento! No era hora de ponerse como los días en el desierto, porque ya luego venía Gaspard con sus tormentas a enfriar la arena. ¿O él podía ser como esas noches frías de la estepa? En donde la temperatura bajaba estrepitosamente, o al menos eso había leído en uno de esos tantos libros que le pedía Helga que estudiara... ¿Qué sería del alma de Helga?
Y ahí empezaba a irse de nuevo a los extremos de su volátil pensamiento. Aunque lo último si le permitió quedarse en un aparente letargo temporal, porque era parte de su pasado, algo que, hasta ese momento, desconocía Gaspard, a pesar de que justo le había revelado más información sobre ese tal Lazet. ¿De quién se trataría? La curiosidad la iba a guiar a buscar más información. Pero antes... Antes debía seguir fastidiando a su humano. ¡Claro! Que los momentos serios sean anticipo de la morbosa diversión que existía entre el ladronzuelo de muertos y la vampira que se creía reina (y no es broma que pudo haber sido una). Sin embargo, terminó cuestionándose una sola cosa: ¿cómo iba a fastidiarlo si se había alejado de él otra vez?
Bueno, podría regresar cuando quisiera, porque, entre las heridas, la falta de concentración, y las vueltas constantes que había dado, Gaspard necesitaba reponer fuerzas, Así que Átropos no se preocupó mucho en dejarlo abandonado. ¡Menos se preocupó por su amenaza! Aquello si le hizo reír de manera inconsciente. O sea, el muy tarado sabía que ella era bastante pasada de años, y que en todo ese tiempo ningún inquisidor se había atrevido, siquiera, perpetrar en las Catacumbas, porque, ¡tenían miedo! Esos soldados de poca monta eran unos cobardes; y bien, la Inquisición no iba a arriesgar a sus hombres en una expedición innecesaria en las Catacumbas (que también las usaban como vertedero de cadáveres). Por lo que los argumentos de Gaspard eran inválidos, más bien, invalidísimos. Aun así, a Átropos le hizo bastante gracia, tanto, que terminó regresándose. Quién sabe cómo demonios lo hizo...
–¡Necia! ¿Podrías dejar que se pudra ahí? Por favor... Oh, sí yo pudiera tener la habilidad para hacerlo desaparecer.
Y tan cierto como que estaba loca, aquella amenaza si hizo molestar a Átropos. ¡Nadie se metía con su humano! Sólo ella tenía derecho de acabarlo, si quisiera hacerlo, desde luego. La advertencia fue lo suficientemente clara para que el homúnculo guardara silencio, porque sabía que hacerla enojar no era buena idea; su hermana aún mantenía poder sobre él, así que lo más sensato era, precisamente, no fastidiarla con determinadas cosas. Ella, mientras tanto, se concentró en regresar al lado del idiota de Gaspard, contemplándolo luego en silencio, con una ceja enarcada.
—Doscientos años, Gaspard. No. Doscientos dieciocho y un poco más —habló finalmente, deteniéndose frente a él—. Son estúpidos, pero no para internarse en esta colonia de muertos, ¿estás consciente de eso, verdad? —Quiso decir hormigas (y seguía la manía con eso), pero estaba más enfocada en tener la razón, y nada más que la razón. Por fin Átropos decía algo cuerdo, entre todas las palabrerías que sacaba de la nada—. Sí, amor, puedes considerarte desafortunado y afortunado al mismo tiempo. Además —se arrodilló y le miró de manera inquisitiva—, no te querían matar. Te querían vivo, quizás para que les lleves cadáveres... sin pagarte.
La semilla de la cizaña... No. Era la semilla de: ¡Hola! Me gusta fastidiarte, humano mío. Aunque ahora que estaba más interesada en lo que él había mencionado acerca de ese que lo buscaba; Átropos, por primera vez en doscientos años (porque nos gusta exagerar), se comportó, no como una demente obsesiva y pervertida, sino como alguien que le interesaba saber de algo, casi como las viejas chismosas de todas las clases sociales. O más bien, como una mujer corriente. Sí, era eso último. En definitiva, no dejaba de sorprender la muy desgraciada.
—El buen doctor... ya ni se acordarán de él. Hay que saber borrar huellas, ¿no? —dijo, alzando los hombros. Había aprendido de un auténtico asesino, algo tuvo que haberle quedado ¿no?—. Pero, ¿y si se trata de ese Lazet de antes? Oh, eso explica porque te quieren vivo... ¿Qué harás?
¿Qué harás? ¡Por favor, Átropos! Como si escapar de tu reino fuese la cosa más sencilla del mundo... No fastidies.
En fin, a centrarnos, que terminaremos igual que ella: divagando con demasiadas tonterías. Pues bien, Átropos había pasado de la rabia a... ¿a qué? Locura no, porque loca ya estaba. Quizás sólo se encontraba más sosegada luego de haberle pateado la hombría a Gaspard para hacerlo gruñir como una bestia. Oh, si pudiera explicar con palabras lo muy satisfactorio que fue haber escuchado aquello, no acabaría nunca. Porque sí, eso sólo significaba una cosa: que ella podía arrancarle más cosas desconocidas a de Grailly. Ella, y sólo ella. Así de intensa era su obsesión. ¡Momento! No era hora de ponerse como los días en el desierto, porque ya luego venía Gaspard con sus tormentas a enfriar la arena. ¿O él podía ser como esas noches frías de la estepa? En donde la temperatura bajaba estrepitosamente, o al menos eso había leído en uno de esos tantos libros que le pedía Helga que estudiara... ¿Qué sería del alma de Helga?
Y ahí empezaba a irse de nuevo a los extremos de su volátil pensamiento. Aunque lo último si le permitió quedarse en un aparente letargo temporal, porque era parte de su pasado, algo que, hasta ese momento, desconocía Gaspard, a pesar de que justo le había revelado más información sobre ese tal Lazet. ¿De quién se trataría? La curiosidad la iba a guiar a buscar más información. Pero antes... Antes debía seguir fastidiando a su humano. ¡Claro! Que los momentos serios sean anticipo de la morbosa diversión que existía entre el ladronzuelo de muertos y la vampira que se creía reina (y no es broma que pudo haber sido una). Sin embargo, terminó cuestionándose una sola cosa: ¿cómo iba a fastidiarlo si se había alejado de él otra vez?
Bueno, podría regresar cuando quisiera, porque, entre las heridas, la falta de concentración, y las vueltas constantes que había dado, Gaspard necesitaba reponer fuerzas, Así que Átropos no se preocupó mucho en dejarlo abandonado. ¡Menos se preocupó por su amenaza! Aquello si le hizo reír de manera inconsciente. O sea, el muy tarado sabía que ella era bastante pasada de años, y que en todo ese tiempo ningún inquisidor se había atrevido, siquiera, perpetrar en las Catacumbas, porque, ¡tenían miedo! Esos soldados de poca monta eran unos cobardes; y bien, la Inquisición no iba a arriesgar a sus hombres en una expedición innecesaria en las Catacumbas (que también las usaban como vertedero de cadáveres). Por lo que los argumentos de Gaspard eran inválidos, más bien, invalidísimos. Aun así, a Átropos le hizo bastante gracia, tanto, que terminó regresándose. Quién sabe cómo demonios lo hizo...
–¡Necia! ¿Podrías dejar que se pudra ahí? Por favor... Oh, sí yo pudiera tener la habilidad para hacerlo desaparecer.
Y tan cierto como que estaba loca, aquella amenaza si hizo molestar a Átropos. ¡Nadie se metía con su humano! Sólo ella tenía derecho de acabarlo, si quisiera hacerlo, desde luego. La advertencia fue lo suficientemente clara para que el homúnculo guardara silencio, porque sabía que hacerla enojar no era buena idea; su hermana aún mantenía poder sobre él, así que lo más sensato era, precisamente, no fastidiarla con determinadas cosas. Ella, mientras tanto, se concentró en regresar al lado del idiota de Gaspard, contemplándolo luego en silencio, con una ceja enarcada.
—Doscientos años, Gaspard. No. Doscientos dieciocho y un poco más —habló finalmente, deteniéndose frente a él—. Son estúpidos, pero no para internarse en esta colonia de muertos, ¿estás consciente de eso, verdad? —Quiso decir hormigas (y seguía la manía con eso), pero estaba más enfocada en tener la razón, y nada más que la razón. Por fin Átropos decía algo cuerdo, entre todas las palabrerías que sacaba de la nada—. Sí, amor, puedes considerarte desafortunado y afortunado al mismo tiempo. Además —se arrodilló y le miró de manera inquisitiva—, no te querían matar. Te querían vivo, quizás para que les lleves cadáveres... sin pagarte.
La semilla de la cizaña... No. Era la semilla de: ¡Hola! Me gusta fastidiarte, humano mío. Aunque ahora que estaba más interesada en lo que él había mencionado acerca de ese que lo buscaba; Átropos, por primera vez en doscientos años (porque nos gusta exagerar), se comportó, no como una demente obsesiva y pervertida, sino como alguien que le interesaba saber de algo, casi como las viejas chismosas de todas las clases sociales. O más bien, como una mujer corriente. Sí, era eso último. En definitiva, no dejaba de sorprender la muy desgraciada.
—El buen doctor... ya ni se acordarán de él. Hay que saber borrar huellas, ¿no? —dijo, alzando los hombros. Había aprendido de un auténtico asesino, algo tuvo que haberle quedado ¿no?—. Pero, ¿y si se trata de ese Lazet de antes? Oh, eso explica porque te quieren vivo... ¿Qué harás?
¿Qué harás? ¡Por favor, Átropos! Como si escapar de tu reino fuese la cosa más sencilla del mundo... No fastidies.
Átropos- Vampiro Clase Baja
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Localización : En alguna parte de esta enorme ciudad...
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