AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Ode to Sleep {Privado}
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Ode to Sleep {Privado}
Recuerdo del primer mensaje :
Él se había marchado, ¿es que ella no lo pillaba? ¡Él se había largado de esa zona donde estaban, lejos de la casa donde casi había robado un cadáver, y aun así ella había insistido en que no habían terminado! ¿De verdad le extrañaba que Gaspard de Grailly utilizara las pocas palabras que solía decir, excepto cuando no lo hacía (lógicamente), para insultarla? Poco incluso le parecía haberla llamado fulana; Átropos se merecía cosas bastante peores, que rastrearan toda su genealogía para decirle exactamente hasta dónde estaba podrida y de dónde le venía. Pero ni siquiera eso sería satisfactorio, mucho menos cuando Gaspard sólo había querido marcharse.
¡Qué rabia, demonios, qué frustración y qué coraje estaba sintiendo el resurreccionista aquitano! No se podía creer que la estuviera oyendo acercarse a él pese a la distancia; maldita fuera la sangre de vampiro que aún tenía dentro, como un veneno que deseaba vomitar con todas sus fuerzas, y de hecho había intentado escupirla y hasta meterse los dedos en la garganta para echarla toda. Sin éxito, de lo contrario no la oiría, y como respuesta apretó el paso, pero ¡ella seguía siguiéndolo! Joder, qué rabia, qué maldita era la furcia aquella que no lo dejaba hacer lo que quería. Sus instintos asesinos estaban peligrosamente altos, sin duda debido a ella, y de haber podido la habría atacado con todas sus fuerzas...
¡Sorpresa, no pudo! Átropos fue más rápida, más fuerte, más vampiresa que él (poco sorprendente, por cierto; él sabía que era bueno y tenía fortaleza, pero no tanta como ella), y lo golpeó en la cabeza, dejándolo inconsciente. ¿Qué problema tenía con su cabeza, vamos a ver! Luego que se atreviera a ir diciéndole que lo que tenía en el cráneo metido era un caos, ¡pues claro si ella no dejaba de golpearlo y de dejarlo estúpido perdido! Bueno, lo de estúpido era pasarse un poco, claro, porque de Grailly no lo era en absoluto, pero se capta la idea, ¿no? Al paso que iba le mataría algo de su inteligencia, y eso a Gaspard no le hacía la más mínima gracia.
No es que pudiera tampoco evitarlo, porque, ¡hola!, estaba inconsciente. Lo estuvo la mayor parte del camino, pero nada más entrar en las Catacumbas se espabiló poco a poco, quizá por el aire cargado y la peste que reconocería hasta en sus sueños más tranquilos. Normal, por otro lado: cuando uno pasaba tanto tiempo como Gaspard de Grailly entre muertos, con la tensión constante de que cualquiera podía atraparlo mientras robaba una tumba y se metería en problemas, la podredumbre y el olor dulzón de la descomposición eran sinónimos de mantenerse alerta y despertar, y eso fue lo que hizo.
Sin embargo, Átropos le había dado pero bien (¡mira, más o menos como él le había dado por ahí la primera vez que se habían visto!), y claro, Gaspard no pudo despertarse tan rápido como le gustaría. Una cosa era estar medio consciente y reconocer que se encontraba en las Catacumbas, porque tampoco había que ser demasiado lumbreras para darse cuenta de eso último, y otra muy diferente era ser capaz de reaccionar a eso al momento. Ni siquiera su instinto de resurreccionista estaba tan desarrollado, para su desgracia, y no fue hasta que no se hubo adentrado bien profundo en esos túneles que empezó a ser capaz de ver algo, aparte de oír y de oler.
Una ventaja, no obstante, que tenía su oficio era que lo había convertido en un hombre casi totalmente sin miedo, y lo que a otros los habría aterrorizado (a saber: el silencio roto sólo por crujidos y chillidos, el olor a muerte, el tacto de la tierra y del agua sucia en las manos mientras suena tu cuerpo arrastrándose y sientes las piedrecitas clavársete... esas cosas), a él le daba igual. Para ser tan movido y tan anárquico, estaba sorprendente tranquilo, y ni siquiera la semiconsciencia era excusa para su comportamiento. No, lo que lo explicaba era otra cosa: Gaspard sabía que había salido de situaciones peores.
Átropos apenas lo conocía, desde luego que la mente de Gaspard fuera difícil de leer no ayudaba a ello, pero el resurreccionista se había visto metido en tantos líos por culpa de su trabajo que acabar en las Catacumbas de París con una vampiresa loquita por él (literalmente, que conste) no era lo peor a lo que se había enfrentado. Así pues, se dejó, y aprovechó para ir recuperando la consciencia; se dejó incluso encadenar a la pared, en una bella reminiscencia de lo que él había hecho con ella (qué recuerdos... entonces todo era más fácil y mejor), y arrancar la camisa, aunque ante eso sí reaccionó. Alzando una ceja y abriendo ese ojo, pero lo hizo.
– Qué gratuito, ¿no? – opinó, con la voz algo pastosa porque tenía la garganta seca, pero entre su tono de siempre y la reverberación de los túneles de las Catacumbas, sonó serio, casi como si fuera un dios de las profundidades en vez de un humano atado por una vampiresa loca en medio de una especie de plazoleta, o como se llamara. Ah, y no estaba solo, pues a su lado tenía muertos apilados como si estuvieran sentados a ¿la corte de Átropos? Demonios, hasta ese punto llegaba su locura...
¡Qué rabia, demonios, qué frustración y qué coraje estaba sintiendo el resurreccionista aquitano! No se podía creer que la estuviera oyendo acercarse a él pese a la distancia; maldita fuera la sangre de vampiro que aún tenía dentro, como un veneno que deseaba vomitar con todas sus fuerzas, y de hecho había intentado escupirla y hasta meterse los dedos en la garganta para echarla toda. Sin éxito, de lo contrario no la oiría, y como respuesta apretó el paso, pero ¡ella seguía siguiéndolo! Joder, qué rabia, qué maldita era la furcia aquella que no lo dejaba hacer lo que quería. Sus instintos asesinos estaban peligrosamente altos, sin duda debido a ella, y de haber podido la habría atacado con todas sus fuerzas...
¡Sorpresa, no pudo! Átropos fue más rápida, más fuerte, más vampiresa que él (poco sorprendente, por cierto; él sabía que era bueno y tenía fortaleza, pero no tanta como ella), y lo golpeó en la cabeza, dejándolo inconsciente. ¿Qué problema tenía con su cabeza, vamos a ver! Luego que se atreviera a ir diciéndole que lo que tenía en el cráneo metido era un caos, ¡pues claro si ella no dejaba de golpearlo y de dejarlo estúpido perdido! Bueno, lo de estúpido era pasarse un poco, claro, porque de Grailly no lo era en absoluto, pero se capta la idea, ¿no? Al paso que iba le mataría algo de su inteligencia, y eso a Gaspard no le hacía la más mínima gracia.
No es que pudiera tampoco evitarlo, porque, ¡hola!, estaba inconsciente. Lo estuvo la mayor parte del camino, pero nada más entrar en las Catacumbas se espabiló poco a poco, quizá por el aire cargado y la peste que reconocería hasta en sus sueños más tranquilos. Normal, por otro lado: cuando uno pasaba tanto tiempo como Gaspard de Grailly entre muertos, con la tensión constante de que cualquiera podía atraparlo mientras robaba una tumba y se metería en problemas, la podredumbre y el olor dulzón de la descomposición eran sinónimos de mantenerse alerta y despertar, y eso fue lo que hizo.
Sin embargo, Átropos le había dado pero bien (¡mira, más o menos como él le había dado por ahí la primera vez que se habían visto!), y claro, Gaspard no pudo despertarse tan rápido como le gustaría. Una cosa era estar medio consciente y reconocer que se encontraba en las Catacumbas, porque tampoco había que ser demasiado lumbreras para darse cuenta de eso último, y otra muy diferente era ser capaz de reaccionar a eso al momento. Ni siquiera su instinto de resurreccionista estaba tan desarrollado, para su desgracia, y no fue hasta que no se hubo adentrado bien profundo en esos túneles que empezó a ser capaz de ver algo, aparte de oír y de oler.
Una ventaja, no obstante, que tenía su oficio era que lo había convertido en un hombre casi totalmente sin miedo, y lo que a otros los habría aterrorizado (a saber: el silencio roto sólo por crujidos y chillidos, el olor a muerte, el tacto de la tierra y del agua sucia en las manos mientras suena tu cuerpo arrastrándose y sientes las piedrecitas clavársete... esas cosas), a él le daba igual. Para ser tan movido y tan anárquico, estaba sorprendente tranquilo, y ni siquiera la semiconsciencia era excusa para su comportamiento. No, lo que lo explicaba era otra cosa: Gaspard sabía que había salido de situaciones peores.
Átropos apenas lo conocía, desde luego que la mente de Gaspard fuera difícil de leer no ayudaba a ello, pero el resurreccionista se había visto metido en tantos líos por culpa de su trabajo que acabar en las Catacumbas de París con una vampiresa loquita por él (literalmente, que conste) no era lo peor a lo que se había enfrentado. Así pues, se dejó, y aprovechó para ir recuperando la consciencia; se dejó incluso encadenar a la pared, en una bella reminiscencia de lo que él había hecho con ella (qué recuerdos... entonces todo era más fácil y mejor), y arrancar la camisa, aunque ante eso sí reaccionó. Alzando una ceja y abriendo ese ojo, pero lo hizo.
– Qué gratuito, ¿no? – opinó, con la voz algo pastosa porque tenía la garganta seca, pero entre su tono de siempre y la reverberación de los túneles de las Catacumbas, sonó serio, casi como si fuera un dios de las profundidades en vez de un humano atado por una vampiresa loca en medio de una especie de plazoleta, o como se llamara. Ah, y no estaba solo, pues a su lado tenía muertos apilados como si estuvieran sentados a ¿la corte de Átropos? Demonios, hasta ese punto llegaba su locura...
Invitado- Invitado
Re: Ode to Sleep {Privado}
Perdón, ¡que paren las rotativas!, Átropos no tenía doscientos años sino doscientos dieciocho y Gaspard se había equivocado, ¡menudo drama! ¿Qué pretendía ella exactamente con esa información que le había espetado como si le interesara lo más mínimo, que se fustigara por su error? ¡Venga ya! Gaspard tenía cosas mejores que hacer y en las que pensar que en castigarse por haber redondeado hacia abajo, y más cuando ella misma era la que le había dicho esa fecha de los dos siglos, que por lo que a él respectaba ella podía tener mil o treinta, le daba bastante igual. Y ya no es sólo que le diera igual, que también, sino que, además, no quería saberlo; no quería saber nada de ella, ¿tan difícil era eso de comprender!
La vampiresa que tenía delante le había importado de poco a nada desde el primer momento en el que se habían visto, por puro accidente y porque ella se había empeñado en meterse en la vida de Gaspard, que sólo molestaba a los muertos y ya estaba. ¿Le había pedido él, acaso, que se metiera en sus malditos asuntos cuando estaba, claramente, mucho mejor solo? ¡No! Pues más le valía empezar a acordarse de que Gaspard estaba allí porque no le quedaba otra, no porque realmente quisiera aguantar la locura de la vampiresa que hacía lo que le venía en gana. Igual que él, por otro lado, pero él no se molestaba a sí mismo, eso que quede claro.
Por suerte, aunque Gaspard ya lo sabía y así se lo había dejado muy claro a Átropos desde hacía varios encuentros, la vampiresa le había cogido cierto aprecio, a saber cómo o por qué pero así era, y no pudo ni dejarlo estar ni largarse, dejándolo perdido en las Catacumbas. La desventaja era que Gaspard tenía que aguantarla hablando, pero la ventaja era que se había arrodillado para hacerlo, y cualquiera que recordara los últimos encuentros de esos dos podría sonreír con picardía porque el aquitano le había exigido que se le arrodillara hacía no tanto. Y aunque no hubiera, todavía, erótico resultado, bueno, al menos la posición de Átropos hizo sonreír a Gaspard y calmó su molestia por la existencia de la vampiresa. Un poquito, nada más, pero menos da una piedra...
– No seas idiota, Átropos, por supuesto que me quieren vivo. No soy un sobrenatural al que matar, a mí preferirán torturarme para sacar información sobre lo que hago y hacerme pagar y luego ya si eso me matarán. – espetó, y no lo hizo molesto, sino con plena consciencia de que la realidad sería esa. ¿Y cómo lo sabía, puede llegar a preguntarse el atento lector? Muy sencillo: eran demasiados años dedicándose a lo mismo para no haberse aprendido el modus operandi de sus principales enemigos, como si las familias de los cadáveres que robaba no fueran, también, otra amenaza que tenía detrás. Eso, claro, por no hablar de su propia familia, lo cual lo llevaba al tema de antes...
– No sé qué quiere ese Lazet, ni ese ni ninguno. La última vez que me relacioné con un tipo llamado así, el tipo en cuestión tenía cinco años, estaba siendo criado por mis padres y a mí me dio absolutamente igual porque me estaba largando de allí. Si ese Lazet es el mismo que el Lazet de Grailly que yo conocí, es como si no lo conociera realmente, así que puede querer cualquier cosa de mí. – reflexionó en voz alta, indiferente al hecho de que Átropos no sólo pudiera oírlo sino que lo había hecho (¡hola, sentidos de vampiro al ataque de nuevo!), y se mordisqueó el pulgar mientras pensaba, en un intento inconsciente y fruto de la costumbre de obligarse a prestar atención a sus propios pensamientos, cosa que no siempre conseguía, para su enorme desgracia.
De todos sus familiares, hasta donde él sabía, los únicos que querían encontrarlo eran sus progenitores, y cuando se enteró de que así era se estuvo riendo durante media hora, sin parar, en un ataque de risa que le había dado peor fama aún ante sus maleantes de entonces que la que ya tenía de por sí. Sólo cuando se dejó caer en el suelo, aún dolorido de la risa y con los rasgos casi desfigurados, haciendo que pareciera mucho más que el adolescente que era, le preguntaron por qué se reía, y Gaspard respondió que porque no había nada como abandonar a alguien para que se interesara lo más mínimo por uno. Y, claro, con eso comenzó a reírse de nuevo; no tenía remedio.
Los otros pensaron que se refería a una amante (incluso entonces, Gaspard era atractivo, aunque no fuera del todo un hombre), lo tomaron por loco y lo dejaron estar porque de Grailly les era muy útil para ciertas cosas. Nadie se dio cuenta de que se refería a otra cosa, de que Gaspard era muy selectivo con sus amantes y de que había cierto punto de histeria en su risa, porque ¿para qué iba a darse cuenta nadie de eso? Así que él también lo dejó estar, pero hasta ese momento en el que la risa volvió a él... mucho más tranquila que entonces, pero, también, mucho más peligrosa. Además de reírse, por un rato considerablemente inferior de tiempo, él también se acuclilló frente a Átropos, con los codos apoyados en los muslos y el rostro muy cerca del de la vampiresa.
– Qué haré, dices. Defenderme, como siempre. ¿O qué esperas, que me rinda? Si no dejo que me controles tú, estás peor aún de lo que pensaba si piensas que voy a dejar que lo haga la Inquisición. – afirmó, con rotundidad, mirándola a los ojos con los propios entrecerrados y una sonrisa formándose en su rostro, pero solamente en un lateral. Gaspard de Grailly, acuclillado frente a Átropos, era la imagen de la tensión, de la calma antes de una tormenta, de la determinación más pura; un ancla y una roca bien asentada en un mar de caos que solía ser él mismo, pero que, en ese momento, lo era todo a su alrededor salvo él. Y tal vez por eso, o quizá no, pocas veces había resultado más atractivo que entonces.
La vampiresa que tenía delante le había importado de poco a nada desde el primer momento en el que se habían visto, por puro accidente y porque ella se había empeñado en meterse en la vida de Gaspard, que sólo molestaba a los muertos y ya estaba. ¿Le había pedido él, acaso, que se metiera en sus malditos asuntos cuando estaba, claramente, mucho mejor solo? ¡No! Pues más le valía empezar a acordarse de que Gaspard estaba allí porque no le quedaba otra, no porque realmente quisiera aguantar la locura de la vampiresa que hacía lo que le venía en gana. Igual que él, por otro lado, pero él no se molestaba a sí mismo, eso que quede claro.
Por suerte, aunque Gaspard ya lo sabía y así se lo había dejado muy claro a Átropos desde hacía varios encuentros, la vampiresa le había cogido cierto aprecio, a saber cómo o por qué pero así era, y no pudo ni dejarlo estar ni largarse, dejándolo perdido en las Catacumbas. La desventaja era que Gaspard tenía que aguantarla hablando, pero la ventaja era que se había arrodillado para hacerlo, y cualquiera que recordara los últimos encuentros de esos dos podría sonreír con picardía porque el aquitano le había exigido que se le arrodillara hacía no tanto. Y aunque no hubiera, todavía, erótico resultado, bueno, al menos la posición de Átropos hizo sonreír a Gaspard y calmó su molestia por la existencia de la vampiresa. Un poquito, nada más, pero menos da una piedra...
– No seas idiota, Átropos, por supuesto que me quieren vivo. No soy un sobrenatural al que matar, a mí preferirán torturarme para sacar información sobre lo que hago y hacerme pagar y luego ya si eso me matarán. – espetó, y no lo hizo molesto, sino con plena consciencia de que la realidad sería esa. ¿Y cómo lo sabía, puede llegar a preguntarse el atento lector? Muy sencillo: eran demasiados años dedicándose a lo mismo para no haberse aprendido el modus operandi de sus principales enemigos, como si las familias de los cadáveres que robaba no fueran, también, otra amenaza que tenía detrás. Eso, claro, por no hablar de su propia familia, lo cual lo llevaba al tema de antes...
– No sé qué quiere ese Lazet, ni ese ni ninguno. La última vez que me relacioné con un tipo llamado así, el tipo en cuestión tenía cinco años, estaba siendo criado por mis padres y a mí me dio absolutamente igual porque me estaba largando de allí. Si ese Lazet es el mismo que el Lazet de Grailly que yo conocí, es como si no lo conociera realmente, así que puede querer cualquier cosa de mí. – reflexionó en voz alta, indiferente al hecho de que Átropos no sólo pudiera oírlo sino que lo había hecho (¡hola, sentidos de vampiro al ataque de nuevo!), y se mordisqueó el pulgar mientras pensaba, en un intento inconsciente y fruto de la costumbre de obligarse a prestar atención a sus propios pensamientos, cosa que no siempre conseguía, para su enorme desgracia.
De todos sus familiares, hasta donde él sabía, los únicos que querían encontrarlo eran sus progenitores, y cuando se enteró de que así era se estuvo riendo durante media hora, sin parar, en un ataque de risa que le había dado peor fama aún ante sus maleantes de entonces que la que ya tenía de por sí. Sólo cuando se dejó caer en el suelo, aún dolorido de la risa y con los rasgos casi desfigurados, haciendo que pareciera mucho más que el adolescente que era, le preguntaron por qué se reía, y Gaspard respondió que porque no había nada como abandonar a alguien para que se interesara lo más mínimo por uno. Y, claro, con eso comenzó a reírse de nuevo; no tenía remedio.
Los otros pensaron que se refería a una amante (incluso entonces, Gaspard era atractivo, aunque no fuera del todo un hombre), lo tomaron por loco y lo dejaron estar porque de Grailly les era muy útil para ciertas cosas. Nadie se dio cuenta de que se refería a otra cosa, de que Gaspard era muy selectivo con sus amantes y de que había cierto punto de histeria en su risa, porque ¿para qué iba a darse cuenta nadie de eso? Así que él también lo dejó estar, pero hasta ese momento en el que la risa volvió a él... mucho más tranquila que entonces, pero, también, mucho más peligrosa. Además de reírse, por un rato considerablemente inferior de tiempo, él también se acuclilló frente a Átropos, con los codos apoyados en los muslos y el rostro muy cerca del de la vampiresa.
– Qué haré, dices. Defenderme, como siempre. ¿O qué esperas, que me rinda? Si no dejo que me controles tú, estás peor aún de lo que pensaba si piensas que voy a dejar que lo haga la Inquisición. – afirmó, con rotundidad, mirándola a los ojos con los propios entrecerrados y una sonrisa formándose en su rostro, pero solamente en un lateral. Gaspard de Grailly, acuclillado frente a Átropos, era la imagen de la tensión, de la calma antes de una tormenta, de la determinación más pura; un ancla y una roca bien asentada en un mar de caos que solía ser él mismo, pero que, en ese momento, lo era todo a su alrededor salvo él. Y tal vez por eso, o quizá no, pocas veces había resultado más atractivo que entonces.
Invitado- Invitado
Re: Ode to Sleep {Privado}
¿Se puede saber qué demonios estaba haciendo arrodillada frente a él? Aparte de no mostrarse como la loca que era (no se asusten, denle unos minutos o una tontería de Gaspard para que cambie de opinión en un abrir y cerrar de ojos), porque sencillamente no tenía deseos de ponerse histérica, se encontraba bastante tranquila, y eso, justamente, se debía a la información que le revelaba de Grailly. Oh, sí, los ojos de Átropos, que solían permanecer oscuros debido a la complejidad misma de sus emociones, estaban claros, con ese singular verde que había heredado de alguno de sus padres. En fin, que se encontraba muy interesada en lo que le decía Gaspard, cuando pocas veces le prestó atención a sus palabras, o simplemente terminaba enojadísima con él (y hacía poquísimo lo había estado... por culpa suya).
¡Cierto! Estaba molesta con él, no debía importarle más nada, porque ni siquiera lo pensaba ayudar a salir de las Catacumbas. Bueno, lo del mal genio si se había pasado, pero lo de dejarlo perdido en las Catacumbas, pues eso... Eso no iba a cambiar. Tendría que haber una razón muy fuerte para que ella decidiera ayudarlo a salir, sin embargo, el reloj descompuesto de su cabeza no daba las horas con absoluta lógica, así que no se sabía realmente lo que ocurriría, salvo que Átropos si le había gustado oír ese pequeño descuido del pensamiento de Gaspard. ¡Vaya! Entonces si tenía familia el muy hijo de... ¿su madre sería una meretriz? Vale, no podía asegurarlo, aunque si podía hacerlo con el hecho de que no era una reina, como lo era la propia. ¡Luisa de Lorena! Reina consorte de Francia... ¡Basta! Se obligó a centrarse de nuevo, sin hormigas y sin minotauro... sin retahílas.
Bien, según lo que él le había dicho, aquel Lazet era su hermano menor, de eso podía estar completamente segura, tampoco estaba tan tonta (aunque algunas a veces... bueno, ya eso es otra historia). Y de alguna manera entendió lo del desapego de sus familiares, porque ella había pasado por eso, y los hermanos tampoco eran lo mejor de la vida. ¡Que lo diga Átropos que tenía que lidiar con el suyo de manera constante! Si tan sólo pudiera arrancárselo del cuerpo en algún momento... ¡Cosa que no iba a pasar! Para su pésima fortuna. Un momento, ¿acaso creía en la fortuna? ¡No! Esas eran falacias, puras falacias (¡Jah! Cuando se dedicaba a la brujería en su existencia mortal).
—¡No soy idiota! Sé lo que hacen, como que me lla... Quise decir, como que sé que tengo muchos años burlándolos y alejándolos cada vez más de este enorme cementerio —soltó, seria, como no solía serlo. Y por eso mismo casi se le escapa su verdadero nombre, y no, eso era algo muy personal que sólo estaba destinado a su horrible gusano sin identidad y al vampiro obstinado que la convirtió que de seguro le dejaba muertos de regalo de vez en cuando—. Quizás no sea por torturarte, estás sacando conclusiones a priori, porque nunca terminas de conocer a tu enemigo, eso lo debes saber de sobra, cher. —Hubo un resquicio de suspicacia en su mirada, sólo por el hecho de que, ¡al fin pensaba con coherencia!—. Entonces, puede ser que ese Lazet si sea tu hermano menor que te está buscando y... oh, usa a la Inquisición para tal fin. ¡Qué bribón! Aunque, no te juzgo, los hermanos son un fastidio... Hubiera preferido no nacer que tener a ese atado a mí por culpa de esa bruja infértil de Luisa.
Oh, oh... ¡Oh! ¿Rencor en sus palabras? Sí, señores, así era. La parte más humana de la doña Átropos se mostró por escasos segundos, pero ya luego desvió sus pensamientos al Gaspard con su apellido de Grailly al que tanto le gustaba fastidiar; al que tenía muy cerca como para comérselo de una dentellada. ¡No! Control, Átropos... Bien, nada de control, porque igual ella se acercó más a su rostro. Observó disimuladamente la sonrisa de ese condenado ladrón y se mantuvo muy quieta, a pesar de que la escena podría prestarse para pensamientos pecaminosos de todo tipo. Y claro que sí, porque, indudablemente, había mucha tensión entre esos dos (aparte de locura, rabia y decisiones erráticas, pero eso ya lo sabe hasta el perro del rey de Inglaterra).
—¿Por qué piensas que he querido controlarte, Gaspard? Tu concepto de control no es el mismo que el mío, me parece. Malinterpretas muchas cosas, no te culpo, con esa cabeza caótica y esa incapacidad de concentración... —Se acercó mucho más, tanto que podía rozar los labios de Gaspard. Fue una cercanía extraña, pero tratándose de ellos, pues, fácilmente se podía arruinar, aunque no todavía—. Podrás seguir escapando de ellos, sé que lo harás... Claro, eso si logras salir de aquí con vida.
Hubo malicia en eso último, y eso era fácil de detectar para Gaspard, porque bien sabía que a Átropos no resultaba nada sencillo seguirle los pasos. Sí, exactamente como a él, así que no podía quejarse en lo más mínimo de tener que lidiar con lo que parecía la venganza de su propia existencia. Bueno, dicen que la venganza puede resultar placentera en algunos casos, y tal vez para de Grailly lo sería un poco, sobre todo cuando la vampira loca, ¡por si faltara poco!, se había tomado el atrevimiento de besarlo, pero no como hubiera podido hacerlo en veces anteriores. Conclusión: Complejo de definir lo que ocurría. Igual no hay que preocuparse demasiado, ya harían una de las suyas. Sin embargo, ¿no solía existir la calma después de la tempestad? Quien quita que aquello pudiera representar una extraña tregua temporal, a la que acudieran en momentos muy precisos.
¡Cierto! Estaba molesta con él, no debía importarle más nada, porque ni siquiera lo pensaba ayudar a salir de las Catacumbas. Bueno, lo del mal genio si se había pasado, pero lo de dejarlo perdido en las Catacumbas, pues eso... Eso no iba a cambiar. Tendría que haber una razón muy fuerte para que ella decidiera ayudarlo a salir, sin embargo, el reloj descompuesto de su cabeza no daba las horas con absoluta lógica, así que no se sabía realmente lo que ocurriría, salvo que Átropos si le había gustado oír ese pequeño descuido del pensamiento de Gaspard. ¡Vaya! Entonces si tenía familia el muy hijo de... ¿su madre sería una meretriz? Vale, no podía asegurarlo, aunque si podía hacerlo con el hecho de que no era una reina, como lo era la propia. ¡Luisa de Lorena! Reina consorte de Francia... ¡Basta! Se obligó a centrarse de nuevo, sin hormigas y sin minotauro... sin retahílas.
Bien, según lo que él le había dicho, aquel Lazet era su hermano menor, de eso podía estar completamente segura, tampoco estaba tan tonta (aunque algunas a veces... bueno, ya eso es otra historia). Y de alguna manera entendió lo del desapego de sus familiares, porque ella había pasado por eso, y los hermanos tampoco eran lo mejor de la vida. ¡Que lo diga Átropos que tenía que lidiar con el suyo de manera constante! Si tan sólo pudiera arrancárselo del cuerpo en algún momento... ¡Cosa que no iba a pasar! Para su pésima fortuna. Un momento, ¿acaso creía en la fortuna? ¡No! Esas eran falacias, puras falacias (¡Jah! Cuando se dedicaba a la brujería en su existencia mortal).
—¡No soy idiota! Sé lo que hacen, como que me lla... Quise decir, como que sé que tengo muchos años burlándolos y alejándolos cada vez más de este enorme cementerio —soltó, seria, como no solía serlo. Y por eso mismo casi se le escapa su verdadero nombre, y no, eso era algo muy personal que sólo estaba destinado a su horrible gusano sin identidad y al vampiro obstinado que la convirtió que de seguro le dejaba muertos de regalo de vez en cuando—. Quizás no sea por torturarte, estás sacando conclusiones a priori, porque nunca terminas de conocer a tu enemigo, eso lo debes saber de sobra, cher. —Hubo un resquicio de suspicacia en su mirada, sólo por el hecho de que, ¡al fin pensaba con coherencia!—. Entonces, puede ser que ese Lazet si sea tu hermano menor que te está buscando y... oh, usa a la Inquisición para tal fin. ¡Qué bribón! Aunque, no te juzgo, los hermanos son un fastidio... Hubiera preferido no nacer que tener a ese atado a mí por culpa de esa bruja infértil de Luisa.
Oh, oh... ¡Oh! ¿Rencor en sus palabras? Sí, señores, así era. La parte más humana de la doña Átropos se mostró por escasos segundos, pero ya luego desvió sus pensamientos al Gaspard con su apellido de Grailly al que tanto le gustaba fastidiar; al que tenía muy cerca como para comérselo de una dentellada. ¡No! Control, Átropos... Bien, nada de control, porque igual ella se acercó más a su rostro. Observó disimuladamente la sonrisa de ese condenado ladrón y se mantuvo muy quieta, a pesar de que la escena podría prestarse para pensamientos pecaminosos de todo tipo. Y claro que sí, porque, indudablemente, había mucha tensión entre esos dos (aparte de locura, rabia y decisiones erráticas, pero eso ya lo sabe hasta el perro del rey de Inglaterra).
—¿Por qué piensas que he querido controlarte, Gaspard? Tu concepto de control no es el mismo que el mío, me parece. Malinterpretas muchas cosas, no te culpo, con esa cabeza caótica y esa incapacidad de concentración... —Se acercó mucho más, tanto que podía rozar los labios de Gaspard. Fue una cercanía extraña, pero tratándose de ellos, pues, fácilmente se podía arruinar, aunque no todavía—. Podrás seguir escapando de ellos, sé que lo harás... Claro, eso si logras salir de aquí con vida.
Hubo malicia en eso último, y eso era fácil de detectar para Gaspard, porque bien sabía que a Átropos no resultaba nada sencillo seguirle los pasos. Sí, exactamente como a él, así que no podía quejarse en lo más mínimo de tener que lidiar con lo que parecía la venganza de su propia existencia. Bueno, dicen que la venganza puede resultar placentera en algunos casos, y tal vez para de Grailly lo sería un poco, sobre todo cuando la vampira loca, ¡por si faltara poco!, se había tomado el atrevimiento de besarlo, pero no como hubiera podido hacerlo en veces anteriores. Conclusión: Complejo de definir lo que ocurría. Igual no hay que preocuparse demasiado, ya harían una de las suyas. Sin embargo, ¿no solía existir la calma después de la tempestad? Quien quita que aquello pudiera representar una extraña tregua temporal, a la que acudieran en momentos muy precisos.
Átropos- Vampiro Clase Baja
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Re: Ode to Sleep {Privado}
Durante algo más de un minuto, Gaspard se permitió hacer un alarde de imaginación y trasladarse a otro momento y otro lugar, uno en el que él no era el resurreccionista apellidado de Grailly y, aparentemente, buscado por la Inquisición y ella no era la vampiresa llamada a saber cómo y que se hacía llamar Átropos. Ese fue el único motivo por el que Gaspard de Grailly no sólo no rechazó el beso de la vampiresa que se encontraba arrodillada frente a él, en medio de los dominios que había decidido llamar suyos, sino que además se lo devolvió; esa, y no otra, era la justificación tras eso que hacía de enredarse con ella cuando decía que la detestaba.
El problema, sin embargo, vino en que esa actitud le duró poco más de un minuto, y cuando ese plazo de tiempo arbitrario a más no poder pasó de largo, se apartó de ella con un mordisco que le habría arrancado el labio inferior de ser un sobrenatural él, y no ella, y se llevó el dorso de la mano a la boca, amagando con limpiarse. No lo hizo de milagro, porque su vista estaba clavada en el suelo y sus pensamientos se hallaban lejos de allí; pese a lo visceral de su rechazo y de cómo se había apartado de ella, no había particular acritud, sino un recordatorio de lo errático que era de Grailly y de que estaba pensando en otra cosa, tan sencillo como eso.
¿Y qué era, pues, lo que le había hecho apartarse? Bueno, pues por si alguien vive sin vivir en sí mismo por saberlo, no se trataba del recurrente pensamiento de que su hermano menor podía ser el Lazet que lo buscaba, ni tampoco la posibilidad que había abierto Átropos de que no podría salir de las Catacumbas (eso ocupaba el segundo lugar de sus preocupaciones, no estaba tan loco). No, el pensamiento que lo había apartado era uno relacionado con ella y su procedencia, pues Gaspard de Grailly no se podía creer que le hubiera provocado curiosidad que ella casi hubiera dicho su nombre. ¡Había estado a puntito, demonios, pero se había contenido a tiempo!
Ante él se colocó una verdad rara: no había mentido cuando le había pedido, ¿antes?, que le dijera más cosas de ella misma. En el fondo, suponía, era normal que uno sintiera cierta curiosidad por la vampiresa que, ¡hola!, lo había secuestrado en las Catacumbas y estaba jugando con él como él mismo estaba haciendo con ella, que nadie se llevara a engaño al respecto. Sin embargo, le sorprendió lo suficiente para apartarse como lo había hecho y para mirarla, con la mejilla apoyada en la mano que acababa de levantar (y el codo de ese brazo en el muslo, y las piernas en el suelo... ¡ya nos hacemos a la idea de su postura, gracias!), y la curiosidad en sus ojos verdes.
Verdaderamente, habían debido de llegar a una tregua no verbal en ese rato en el que él se había puesto a su altura, sólo durante un momento porque Gaspard se negaba a hacerlo más que eso. ¿O había sido por otra cosa? No lo sabía, era una de las pegas de no ser capaz de leer bien las intenciones y sentimientos de los demás, pero era lo suficientemente avispado para ignorarlo y agarrar la realidad que había aparecido ante sus ojos, esa frágil paz, para aprovecharse de ella. Cuanto menos tiempo tuviera que enfrentarse a la locura de Átropos, más tiempo tendría para intentar concentrarse, que era uno de sus mayores problemas, y tal vez para llegar a salir de las Catacumbas sin ayuda. Su orgullo así lo exigía, y otra cosa no, pero Gaspard era orgulloso hasta límites extremos.
– Deberías saber, mejor que nadie, que por mucho que me cueste concentrarme no suelo sacar conclusiones demasiado aceleradas. – advirtió, alzando una ceja, y mirándola como quien examina a un rival para ver si éste es merecedor de llamarse así o, por otro lado, es demasiado inferior para uno. Gaspard se imaginaba que si había llegado a ese punto con ella, eso debía de significar que era buena rival, pero nunca estaba de más reflexionarlo (o hacer lo posible por conseguirlo. Si así conseguía concentrarse más, bienvenido fuera todo eso).
– Sin embargo, siempre se debe pensar en lo peor. Es parte de considerar todas las opciones, y es lo que los antecedentes me hacen creer. – dejó caer, con indiferencia, pero lo cierto era que entre su voz y sus palabras había quedado muy claro que Gaspard había tenido sus malas experiencias en el pasado con la Inquisición, y que ya le diera igual a esas alturas no significaba que hubieran sido buenas, precisamente. – Así que Luisa. Y una bruja infértil. Qué fascinante es todo eso que no me estás contando, Átropos; dado que no vas a ayudarme a salir, al menos entretenme, ¿no? Qué mala anfitriona eres. – se burló, y a continuación se aposentó en el suelo, con los brazos aún apoyados en los muslos.
– Lo cierto es que sabes tan bien como yo que no malinterpreto nada porque llevas desde el primer momento queriendo que haga lo que tú esperas y lo que tú quieres. Eso es control para mí, y pensar en la posibilidad de obedecerte hace que me salga un sarpullido. O a lo mejor es por besarte, quién sabe. – expuso, examinando sus dedos como si fueran la cosa más interesante del mundo, y de sus dedos pasó a sus tatuajes, esas cintas negras de anchuras variables que se anillaban en torno a sus antebrazos y que no perdían fuerza ni intensidad porque, de cuando en cuando, Gaspard las repasaba con tinta y una aguja. – Quieras o no, lo has intentado. Y, como todos los que lo han intentado, has fracasado porque el control no va conmigo. – afirmó, encogiéndose de hombros, pero con la vista clavada en sí mismo.
El problema, sin embargo, vino en que esa actitud le duró poco más de un minuto, y cuando ese plazo de tiempo arbitrario a más no poder pasó de largo, se apartó de ella con un mordisco que le habría arrancado el labio inferior de ser un sobrenatural él, y no ella, y se llevó el dorso de la mano a la boca, amagando con limpiarse. No lo hizo de milagro, porque su vista estaba clavada en el suelo y sus pensamientos se hallaban lejos de allí; pese a lo visceral de su rechazo y de cómo se había apartado de ella, no había particular acritud, sino un recordatorio de lo errático que era de Grailly y de que estaba pensando en otra cosa, tan sencillo como eso.
¿Y qué era, pues, lo que le había hecho apartarse? Bueno, pues por si alguien vive sin vivir en sí mismo por saberlo, no se trataba del recurrente pensamiento de que su hermano menor podía ser el Lazet que lo buscaba, ni tampoco la posibilidad que había abierto Átropos de que no podría salir de las Catacumbas (eso ocupaba el segundo lugar de sus preocupaciones, no estaba tan loco). No, el pensamiento que lo había apartado era uno relacionado con ella y su procedencia, pues Gaspard de Grailly no se podía creer que le hubiera provocado curiosidad que ella casi hubiera dicho su nombre. ¡Había estado a puntito, demonios, pero se había contenido a tiempo!
Ante él se colocó una verdad rara: no había mentido cuando le había pedido, ¿antes?, que le dijera más cosas de ella misma. En el fondo, suponía, era normal que uno sintiera cierta curiosidad por la vampiresa que, ¡hola!, lo había secuestrado en las Catacumbas y estaba jugando con él como él mismo estaba haciendo con ella, que nadie se llevara a engaño al respecto. Sin embargo, le sorprendió lo suficiente para apartarse como lo había hecho y para mirarla, con la mejilla apoyada en la mano que acababa de levantar (y el codo de ese brazo en el muslo, y las piernas en el suelo... ¡ya nos hacemos a la idea de su postura, gracias!), y la curiosidad en sus ojos verdes.
Verdaderamente, habían debido de llegar a una tregua no verbal en ese rato en el que él se había puesto a su altura, sólo durante un momento porque Gaspard se negaba a hacerlo más que eso. ¿O había sido por otra cosa? No lo sabía, era una de las pegas de no ser capaz de leer bien las intenciones y sentimientos de los demás, pero era lo suficientemente avispado para ignorarlo y agarrar la realidad que había aparecido ante sus ojos, esa frágil paz, para aprovecharse de ella. Cuanto menos tiempo tuviera que enfrentarse a la locura de Átropos, más tiempo tendría para intentar concentrarse, que era uno de sus mayores problemas, y tal vez para llegar a salir de las Catacumbas sin ayuda. Su orgullo así lo exigía, y otra cosa no, pero Gaspard era orgulloso hasta límites extremos.
– Deberías saber, mejor que nadie, que por mucho que me cueste concentrarme no suelo sacar conclusiones demasiado aceleradas. – advirtió, alzando una ceja, y mirándola como quien examina a un rival para ver si éste es merecedor de llamarse así o, por otro lado, es demasiado inferior para uno. Gaspard se imaginaba que si había llegado a ese punto con ella, eso debía de significar que era buena rival, pero nunca estaba de más reflexionarlo (o hacer lo posible por conseguirlo. Si así conseguía concentrarse más, bienvenido fuera todo eso).
– Sin embargo, siempre se debe pensar en lo peor. Es parte de considerar todas las opciones, y es lo que los antecedentes me hacen creer. – dejó caer, con indiferencia, pero lo cierto era que entre su voz y sus palabras había quedado muy claro que Gaspard había tenido sus malas experiencias en el pasado con la Inquisición, y que ya le diera igual a esas alturas no significaba que hubieran sido buenas, precisamente. – Así que Luisa. Y una bruja infértil. Qué fascinante es todo eso que no me estás contando, Átropos; dado que no vas a ayudarme a salir, al menos entretenme, ¿no? Qué mala anfitriona eres. – se burló, y a continuación se aposentó en el suelo, con los brazos aún apoyados en los muslos.
– Lo cierto es que sabes tan bien como yo que no malinterpreto nada porque llevas desde el primer momento queriendo que haga lo que tú esperas y lo que tú quieres. Eso es control para mí, y pensar en la posibilidad de obedecerte hace que me salga un sarpullido. O a lo mejor es por besarte, quién sabe. – expuso, examinando sus dedos como si fueran la cosa más interesante del mundo, y de sus dedos pasó a sus tatuajes, esas cintas negras de anchuras variables que se anillaban en torno a sus antebrazos y que no perdían fuerza ni intensidad porque, de cuando en cuando, Gaspard las repasaba con tinta y una aguja. – Quieras o no, lo has intentado. Y, como todos los que lo han intentado, has fracasado porque el control no va conmigo. – afirmó, encogiéndose de hombros, pero con la vista clavada en sí mismo.
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Re: Ode to Sleep {Privado}
¡Le correspondió! El muy maldito le correspondió... Pero se apartó luego, y ella quería más. ¿Por qué se alejaba? Oh, no, no. Necesitaba más de su cercanía, y aun así, no lo detuvo cuando se separó. ¡Basta, Átropos! No estaba para sentimentalismos, al menos eso se aseguró a sí misma, reprendiéndose por su reacción. Aunque igual seguía algo ida, llevándose los dedos a sus propios labios, palpándolos como si estuviera dudando de lo ocurrido. ¿Qué había sido todo eso? Ah, sí, la determinación de que si ella lo besaba, él iba a reaccionar de mala gana, sin embargo, no lo hizo, porque terminó regresándole aquel gesto (completamente inesperado en ambos, que conste). Siendo esos dos lo que eran, y que se encontraran en algo así, podía causar sorpresas hasta en el más escéptico, aunque, no más que a sí mismos. ¡Parecía como si hubieran abandonado lo que creían ser! Eso daba a demostrar, una vez más, la complejidad del asunto entre el ladrón de muertos y su vampiresa loca.
Aun así, y con lo que había hecho Gaspard, ella se mantuvo en su lugar, muy tranquila... muy embobada con lo ocurrido. Hasta le pareció escuchar algún susurro de su mente, algo que ignoró de inmediato, porque se hallaba más centrada en su humano errático, intentando hallar algún resquicio en sus pensamientos. ¡Claro! Es que a la señora Átropos no se le ocurrió otra cosa que estar a punto de revelar su nombre mortal. ¡Idiota! Se había embelesado tanto con ese de Grailly, que casi comete un fallo, que si bien no era nada grave, rompía las propias leyes que ella misma se había forjado desde que fue recibida en las pútridas alas de la inmortalidad. De no haber apreciado tanto su seudónimo de alguna divinidad de la Grecia clásica, no le habría importado nada decirle a él que se llamaba Eloise. Y no cualquiera, sino Eloise de Valois-Orléans-Angulema, nombre que aparecería en algún documento relacionado con antiguos monarcas franceses.
Y de no ser porque Gaspard decidió responderle, Átropos hubiera continuado absorta en sus propios laberintos mentales. Oh, el encanto se había roto apenas él decidió dejar escapar su acostumbrada réplica, ¡qué dolorcito de cabeza que era! ¿Y así le gustaba, no? Por supuesto que sí, no podía negarlo, y para seguir hiriéndose más el orgullo, así lo reconocía. Sin embargo, ya centrándose en lo que debía, abandonó aquel pensamiento, mientras le regresaba una mirada extrañísima a Gaspard, aunque igual frunció el ceño, entornando los ojos, porque no se lo podía creer. ¿Por qué era tan difícil hacerlo entender? Ah, cierto, es que su cabeza estaba tan mala como la suya.
—¡Claro que lo haces! Al menos conmigo sí, porque siempre me llevarás la contraria. Todo lo tomas a mal —reclamó. Tal vez si tenía el derecho de hacerlo, pero resultaba curioso que se ofendiera cuando se supone que estaba molesta, aparte de loca. ¡No puede ser! Parecía una persona normal, en vez de una vampira demente que creía que los muertos de las Catacumbas eran sus súbditos—. Bien, lo reconozco. En algún punto si quise tener control sobre ti, ya que no hallaba otra manera para que te fijaras en mí. ¡Y aun así sigues atacándome! ¿Cómo crees que voy a reaccionar? Me tientas a actuar de mala manera, Gaspard. Todo es tu culpa... Si tan sólo no te hubieras metido aquí en un principio...
Ay, la doña Átropos estaba dolida, pobrecita ella... ¡No! Ni tan dolida, sólo le reclamaba porque le daba mucha rabia todo lo que él hacía. ¿Qué clase de relación enfermiza y tóxica estaban hilando esos dos? Y sí, claro que era una relación, ¿cómo podía llamarse? Por muy reacio que dijera de Grailly que se encontrara con respecto a Átropos, existía en él esa necedad de molestarla, de reclamarle tonterías... ¡de querer saber su nombre! También de, ¿controlarla? ¡Había dado justo en el clavo! Es más, lo afirmó con mayor seguridad cuando él se vio un tanto interesado en lo que ella misma había dejado escapar sobre Luisa... Luisa de Lorena. ¡Demonios! Que difícil era hallarle lógica a todo.
—Con que el control no va contigo... ¿Qué tan seguro estás? —soltó, pero sólo fue el inicio de lo que tenía que decirle. Su pausa breve era precisamente la que tomó mientras se arrastraba hasta estar cerca de Gaspard otra vez—. ¿Acaso no has querido hacer lo mismo conmigo? Eh, y no me lo niegues, porque los hechos están ahí como ejemplo de que lo has intentado. Eso te hace parecido a mí... Aunque yo si me he ofrecido para ti y has rechazado la oferta —chasqueó la lengua y sonrió con malicia. Hasta podía decirse que se veía atrevida en esa posición que tenía: de rodillas y con las manos apoyadas en el suelo—. ¿Tan fascinante te parece la historia oculta de la infértil de Luisa? ¿De verdad quieres escucharla?
Se apartó un poco, cruzando los brazos sobre su pecho, luego de haber quedado sentada completamente en el suelo. Lo observaba en silencio con la ceja enarcada, pensando en si le contaba aquella anécdota o no. Pero, ¿y si con eso buscaría la manera de controlarla? Bueno, eso dependía del control que buscaba él tener sobre ella. Aunque, era complicado eso de la posesión tratándose de Átropos, que no podía mantenerse muy quieta. ¡Exacto! Así como él.
—Si tanto sarpullido te hubiera causado, no me habrías regresado ese beso, Gaspard. Aparte de querer salir de aquí, ¿qué pretendes? No te separaste de mí por eso, lo hiciste porque querías saber mi nombre real, ¿o me equivoco? —dijo, mientras se recostaba en el suelo, fijando la vista en aquella bóveda oscura de piedra roñosa—. Pero no eres merecedor de esa respuesta... aún no. ¡Espera! ¿Por qué correspondiste? Olvídalo, ya no importa.
Aun así, y con lo que había hecho Gaspard, ella se mantuvo en su lugar, muy tranquila... muy embobada con lo ocurrido. Hasta le pareció escuchar algún susurro de su mente, algo que ignoró de inmediato, porque se hallaba más centrada en su humano errático, intentando hallar algún resquicio en sus pensamientos. ¡Claro! Es que a la señora Átropos no se le ocurrió otra cosa que estar a punto de revelar su nombre mortal. ¡Idiota! Se había embelesado tanto con ese de Grailly, que casi comete un fallo, que si bien no era nada grave, rompía las propias leyes que ella misma se había forjado desde que fue recibida en las pútridas alas de la inmortalidad. De no haber apreciado tanto su seudónimo de alguna divinidad de la Grecia clásica, no le habría importado nada decirle a él que se llamaba Eloise. Y no cualquiera, sino Eloise de Valois-Orléans-Angulema, nombre que aparecería en algún documento relacionado con antiguos monarcas franceses.
Y de no ser porque Gaspard decidió responderle, Átropos hubiera continuado absorta en sus propios laberintos mentales. Oh, el encanto se había roto apenas él decidió dejar escapar su acostumbrada réplica, ¡qué dolorcito de cabeza que era! ¿Y así le gustaba, no? Por supuesto que sí, no podía negarlo, y para seguir hiriéndose más el orgullo, así lo reconocía. Sin embargo, ya centrándose en lo que debía, abandonó aquel pensamiento, mientras le regresaba una mirada extrañísima a Gaspard, aunque igual frunció el ceño, entornando los ojos, porque no se lo podía creer. ¿Por qué era tan difícil hacerlo entender? Ah, cierto, es que su cabeza estaba tan mala como la suya.
—¡Claro que lo haces! Al menos conmigo sí, porque siempre me llevarás la contraria. Todo lo tomas a mal —reclamó. Tal vez si tenía el derecho de hacerlo, pero resultaba curioso que se ofendiera cuando se supone que estaba molesta, aparte de loca. ¡No puede ser! Parecía una persona normal, en vez de una vampira demente que creía que los muertos de las Catacumbas eran sus súbditos—. Bien, lo reconozco. En algún punto si quise tener control sobre ti, ya que no hallaba otra manera para que te fijaras en mí. ¡Y aun así sigues atacándome! ¿Cómo crees que voy a reaccionar? Me tientas a actuar de mala manera, Gaspard. Todo es tu culpa... Si tan sólo no te hubieras metido aquí en un principio...
Ay, la doña Átropos estaba dolida, pobrecita ella... ¡No! Ni tan dolida, sólo le reclamaba porque le daba mucha rabia todo lo que él hacía. ¿Qué clase de relación enfermiza y tóxica estaban hilando esos dos? Y sí, claro que era una relación, ¿cómo podía llamarse? Por muy reacio que dijera de Grailly que se encontrara con respecto a Átropos, existía en él esa necedad de molestarla, de reclamarle tonterías... ¡de querer saber su nombre! También de, ¿controlarla? ¡Había dado justo en el clavo! Es más, lo afirmó con mayor seguridad cuando él se vio un tanto interesado en lo que ella misma había dejado escapar sobre Luisa... Luisa de Lorena. ¡Demonios! Que difícil era hallarle lógica a todo.
—Con que el control no va contigo... ¿Qué tan seguro estás? —soltó, pero sólo fue el inicio de lo que tenía que decirle. Su pausa breve era precisamente la que tomó mientras se arrastraba hasta estar cerca de Gaspard otra vez—. ¿Acaso no has querido hacer lo mismo conmigo? Eh, y no me lo niegues, porque los hechos están ahí como ejemplo de que lo has intentado. Eso te hace parecido a mí... Aunque yo si me he ofrecido para ti y has rechazado la oferta —chasqueó la lengua y sonrió con malicia. Hasta podía decirse que se veía atrevida en esa posición que tenía: de rodillas y con las manos apoyadas en el suelo—. ¿Tan fascinante te parece la historia oculta de la infértil de Luisa? ¿De verdad quieres escucharla?
Se apartó un poco, cruzando los brazos sobre su pecho, luego de haber quedado sentada completamente en el suelo. Lo observaba en silencio con la ceja enarcada, pensando en si le contaba aquella anécdota o no. Pero, ¿y si con eso buscaría la manera de controlarla? Bueno, eso dependía del control que buscaba él tener sobre ella. Aunque, era complicado eso de la posesión tratándose de Átropos, que no podía mantenerse muy quieta. ¡Exacto! Así como él.
—Si tanto sarpullido te hubiera causado, no me habrías regresado ese beso, Gaspard. Aparte de querer salir de aquí, ¿qué pretendes? No te separaste de mí por eso, lo hiciste porque querías saber mi nombre real, ¿o me equivoco? —dijo, mientras se recostaba en el suelo, fijando la vista en aquella bóveda oscura de piedra roñosa—. Pero no eres merecedor de esa respuesta... aún no. ¡Espera! ¿Por qué correspondiste? Olvídalo, ya no importa.
Átropos- Vampiro Clase Baja
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Re: Ode to Sleep {Privado}
Ni se le pasó por la cabeza que la expresión ida de Átropos había sido como consecuencia de su beso y del efecto que él tenía en ella, pues Gaspard estaba tan convencido de que sólo le provocaba asco y rechazo, igual que ella a él (recordemos: sólo le había devuelto el beso al imaginar que no era ella a quien besaba. ¡El chico era consecuente, a su manera!), que ¿cómo podía imaginar acaso lo contrario? No, ni de broma había sido por eso; habría sido por alguna de las tonterías con las que deliraba Átropos, loca como una maldita cabra, y que encima se atrevía a llamarlo loco a él, un adalid de la cordura a su lado.
Aun y todo, pese a que no hubiera asociado consigo mismo el efecto que mostró el rostro pálido y bello de la vampiresa (eso no lo negaría: era guapa. Sin embargo, él no era normal en sus preferencias, y la belleza como tal no tenía demasiado efecto en él, para su desgracia. Todo sería más fácil si así fuera), lo había captado, y eso decía mucho de su situación. Sus ojos, extraordinariamente semejantes al color del moho bajo la luz escasa y titilante de las antorchas, no se estaban perdiendo un detalle, ni de su entorno para ver si, a la desesperada, encontraba alguna pista ni, tampoco, de ella, porque ¡a saber con qué le salía a continuación!
Había aprendido, porque no le había quedado más remedio, que con Átropos no se podía establecer un plan con altas posibilidades de que ella hiciera alguna cosa concreta, y había que ser voluble y variable para adelantarse a la siguiente locura con la que ella sorprendiera. Para su enorme suerte, Gaspard era tan errático que eso le salía sin necesidad de intentarlo; casi parecía que estaban hechos el uno para la otra, ¿no era precioso! Bueno, para él no mucho, y por eso trataba de pensar de poco a nada en eso, no fuera a ser que se acabara indigestando con las cosas azucaradas que ella le decía y que al final iban a marearlo con su pesadez. No, gracias: Gaspard estaba mejor tan agrio como siempre.
Así las cosas, Gaspard escuchó y observó; la miró mientras ella hacía sus cosas y sus locuras, y como tenía la atención muy puesta en ella, fue capaz de apreciar hasta qué punto podía parecer normal si se lo proponía en serio. Una lástima que no lo hiciera y que, como consecuencia de sus desequilibrios, hubieran llegado a esa situación. Tal vez, se planteó el aquitano, si hubiera sido normal ella, habría sido capaz de convencerla para que lo sacara de las Catacumbas, pero a continuación sintió deseos de reírse de sí mismo porque, ¡vamos a ver!, él no sabía lidiar con personas normales, en absoluto, por su total falta de interés en hacerlo.
En el fondo, quizá hasta le había beneficiado que Átropos fuera así de rara, eso si se entendía como beneficioso el hecho de que ella se hubiera obsesionado con él, y Gaspard de Grailly tenía serias dudas al respecto. Sin embargo, era lo suficientemente práctico para darse cuenta de que no podía cambiar lo que de todas maneras había sucedido de esa forma, así que no le quedaba más remedio que aceptarlo y no pensar demasiado en ello. Pudiendo pensar en lo que ella le había dicho, en esos pellizcos de información que soltaba para tentarlo y hacer que le picara la curiosidad, prefería hacerlo y dejarse de tonterías del presente y del pasado. Como si ellos dos y el papel que ella ocupaba en su vida ahora fueran una tontería, precisamente...
– Quieres que me fije en ti. – repitió, en voz alta porque era demasiado hasta para sus pensamientos, y su cara fue un poema, una extraña mezcla entre asco y sorpresa que él controló bien porque enseguida volvió a su expresión habitual, la ligeramente burlona. Honestamente, ¿cómo quería que reaccionara si admitía que lo quería controlar para que se fijara en ella? ¿Cantando sus alabanzas y arrodillándose ante ella? ¡Ni de broma, que seguía siendo Gaspard! – Ya, bueno, yo pensaba que las Catacumbas estaban llenas de muertos y no de ti, ¿qué culpa tengo yo de que mi trabajo me llevara a ti? Si hubiera sabido que vivías aquí, créeme, no me habría metido. No es personal, no me gusta nadie. – aclaró.
A estas alturas ya debería estar claro, pero se repetirá para evitar posibles dudas: Gaspard no era un adolescente emocional ni, tampoco, un hombre que amara llamar la atención con dramas semejantes. Si Gaspard decía que no le gustaba nadie, eso era porque no le gustaba la gente en general, y de hecho le daban bastante asco en su mayoría. Como en todo, por supuesto, había excepciones, mas ¿acaso no se habla precisamente de que son las excepciones las que confirman la regla? En su caso era así: las excepciones eran tan minoritarias que se podían contar con los dedos de una mano, y ninguno de ellos representaba a Átropos de momento. Énfasis, por cierto, en ese de momento...
– Malinterpretas, el control hacia mí no es lo mío. El control ajeno es satisfactorio. – replicó, pero esta vez continuó hablando al instante, sin detenerse. – Te he correspondido porque me ha apetecido. Quiero saber el nombre, sí, y la historia de Luisa, sí, pero porque ¡me aburro! Me tienes aquí encerrado en las malditas Catacumbas y me estás haciendo desear que se metan los inquisidores hasta tus dominios sólo por entretenerme. Si ya sabes cómo me aburro, ¿para qué insistes? Me haces plantearme aceptar tu oferta; si te ofreces, te monto, no tengo problema. Pero, dime, ¿qué pasa después? Ese es tu problema: no tienes visión a largo plazo, y yo la tengo demasiado clara, así que ¡me aburro! ¿Me sacas? ¿Me dices la verdad? ¿Te agachas y te pones de rodillas como quiero? Haz algo. – provocó.
Aun y todo, pese a que no hubiera asociado consigo mismo el efecto que mostró el rostro pálido y bello de la vampiresa (eso no lo negaría: era guapa. Sin embargo, él no era normal en sus preferencias, y la belleza como tal no tenía demasiado efecto en él, para su desgracia. Todo sería más fácil si así fuera), lo había captado, y eso decía mucho de su situación. Sus ojos, extraordinariamente semejantes al color del moho bajo la luz escasa y titilante de las antorchas, no se estaban perdiendo un detalle, ni de su entorno para ver si, a la desesperada, encontraba alguna pista ni, tampoco, de ella, porque ¡a saber con qué le salía a continuación!
Había aprendido, porque no le había quedado más remedio, que con Átropos no se podía establecer un plan con altas posibilidades de que ella hiciera alguna cosa concreta, y había que ser voluble y variable para adelantarse a la siguiente locura con la que ella sorprendiera. Para su enorme suerte, Gaspard era tan errático que eso le salía sin necesidad de intentarlo; casi parecía que estaban hechos el uno para la otra, ¿no era precioso! Bueno, para él no mucho, y por eso trataba de pensar de poco a nada en eso, no fuera a ser que se acabara indigestando con las cosas azucaradas que ella le decía y que al final iban a marearlo con su pesadez. No, gracias: Gaspard estaba mejor tan agrio como siempre.
Así las cosas, Gaspard escuchó y observó; la miró mientras ella hacía sus cosas y sus locuras, y como tenía la atención muy puesta en ella, fue capaz de apreciar hasta qué punto podía parecer normal si se lo proponía en serio. Una lástima que no lo hiciera y que, como consecuencia de sus desequilibrios, hubieran llegado a esa situación. Tal vez, se planteó el aquitano, si hubiera sido normal ella, habría sido capaz de convencerla para que lo sacara de las Catacumbas, pero a continuación sintió deseos de reírse de sí mismo porque, ¡vamos a ver!, él no sabía lidiar con personas normales, en absoluto, por su total falta de interés en hacerlo.
En el fondo, quizá hasta le había beneficiado que Átropos fuera así de rara, eso si se entendía como beneficioso el hecho de que ella se hubiera obsesionado con él, y Gaspard de Grailly tenía serias dudas al respecto. Sin embargo, era lo suficientemente práctico para darse cuenta de que no podía cambiar lo que de todas maneras había sucedido de esa forma, así que no le quedaba más remedio que aceptarlo y no pensar demasiado en ello. Pudiendo pensar en lo que ella le había dicho, en esos pellizcos de información que soltaba para tentarlo y hacer que le picara la curiosidad, prefería hacerlo y dejarse de tonterías del presente y del pasado. Como si ellos dos y el papel que ella ocupaba en su vida ahora fueran una tontería, precisamente...
– Quieres que me fije en ti. – repitió, en voz alta porque era demasiado hasta para sus pensamientos, y su cara fue un poema, una extraña mezcla entre asco y sorpresa que él controló bien porque enseguida volvió a su expresión habitual, la ligeramente burlona. Honestamente, ¿cómo quería que reaccionara si admitía que lo quería controlar para que se fijara en ella? ¿Cantando sus alabanzas y arrodillándose ante ella? ¡Ni de broma, que seguía siendo Gaspard! – Ya, bueno, yo pensaba que las Catacumbas estaban llenas de muertos y no de ti, ¿qué culpa tengo yo de que mi trabajo me llevara a ti? Si hubiera sabido que vivías aquí, créeme, no me habría metido. No es personal, no me gusta nadie. – aclaró.
A estas alturas ya debería estar claro, pero se repetirá para evitar posibles dudas: Gaspard no era un adolescente emocional ni, tampoco, un hombre que amara llamar la atención con dramas semejantes. Si Gaspard decía que no le gustaba nadie, eso era porque no le gustaba la gente en general, y de hecho le daban bastante asco en su mayoría. Como en todo, por supuesto, había excepciones, mas ¿acaso no se habla precisamente de que son las excepciones las que confirman la regla? En su caso era así: las excepciones eran tan minoritarias que se podían contar con los dedos de una mano, y ninguno de ellos representaba a Átropos de momento. Énfasis, por cierto, en ese de momento...
– Malinterpretas, el control hacia mí no es lo mío. El control ajeno es satisfactorio. – replicó, pero esta vez continuó hablando al instante, sin detenerse. – Te he correspondido porque me ha apetecido. Quiero saber el nombre, sí, y la historia de Luisa, sí, pero porque ¡me aburro! Me tienes aquí encerrado en las malditas Catacumbas y me estás haciendo desear que se metan los inquisidores hasta tus dominios sólo por entretenerme. Si ya sabes cómo me aburro, ¿para qué insistes? Me haces plantearme aceptar tu oferta; si te ofreces, te monto, no tengo problema. Pero, dime, ¿qué pasa después? Ese es tu problema: no tienes visión a largo plazo, y yo la tengo demasiado clara, así que ¡me aburro! ¿Me sacas? ¿Me dices la verdad? ¿Te agachas y te pones de rodillas como quiero? Haz algo. – provocó.
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Re: Ode to Sleep {Privado}
Y así, como si se tratara de cualquier cosa, todo lo bien que se había llevado con Gaspard en ese instante, se desvaneció, y todo porque se atrevió a responderle. Y todo porque ella quiso preguntarle tonterías. Átropos se quedó enteramente ensimismada en sus propios conflictos internos, y no hallaba la manera de salir a la superficie con esa eventual locura suya. Sí, resultaba extrañísimo verla de ese modo; pero sabiendo que había vivido tantos siglos encerrada en ese lugar tan parecido a una colmena de hormigas (porque ya no nos podemos sacar eso de la cabeza), era de suponerse que algunas situaciones la dejarían así, por el simple hecho de que iban más allá de lo que ella estaba habitualmente acostumbrada. Sin embargo, la cercanía con Gaspard de Grailly podía convertirse en algo muy tóxico y debía parar ya. El caso es que se negaba.
¿Y cómo no tener pensamientos tan contrarios al mismo tiempo? Pues porque de Grailly seguía ahí, lacerándola (o intentándolo) con sus palabras. Pero Átropos no se sintió amenazada por lo que él escupía de su boca, sino confundida y... ¿decepcionada? Sí, esa era el término más acertado en su situación. Ya empezaba a asimilar la idea de que no obtendría nada de ese imbécil, que siempre iba a tratarla como un trapo viejo. ¡Demonios! Eso hizo que la ira le bullera desde lo más hondo, y a este paso, iba a convertirse en el más genuino odio, cuando sólo se había encargado de divertirse con él. Oh, ¿creería Gaspard de Grailly que siempre iba a tener inmunidad al lado de ella? Bien, sabiendo que las acciones de Átropos eran tan erráticas como las suyas, podía esperarse cualquier cosa. Aun así, prefirió continuar en su posición, hurgando más dentro de sí, intentando hallar paciencia y no prestarle tanta atención a ese loco de carretera.
–¿Qué tanto has dicho, Eloise? ¡Tonterías! Te lo advertí, querida... Es un humano corriente, que merece la muerte, como los de su clase. ¿Recuerdas lo qué te decía Helga? Debes mantener tu estatus, aunque sea en esta pocilga atiborrada de cadáveres. Me atrevo a decir que hasta tu sire estaría muy decepcionado. No serías más su pequeña asesina. ¡Hasta dónde has llegado!
Pero miren quién hizo acto de aparición: El homúnculo sin identidad y hermano muy cercano de Átropos. Claro, porque tenía que aprovecharse del estado de su hermana para ver hasta dónde podía conducirla. Bueno, también era su hermana, a pesar de lo muy loca que resultaba ser; no obstante, tampoco era como si le agradara encontrarla de esa manera tan... baja. ¡Tenía que darse su lugar! Por el orgullo de ambos, tenía que hacerlo. Y, desde luego, él se encargaría de fastidiarla, sabiendo que la situación parecía propicia para iniciar algún plan que había reservado durante un tiempo.
–¿Viste? Te quiero dominar para seguir tratándote mal, ¡no puedes seguir aceptando eso! Tú pudiste haber sido reina de Francia y ese humano escuálido no es nada. ¡Arriba, Eloise! ¿O prefieres que me haga cargo?
¡Sí! Es decir, ¡no! No podía dejar al gusano hacerse con su voluntad temporal, no porque tuviera miedo de que se quedara con su cuerpo, sino porque no le daba la gana. Así es, en otras ocasiones habían hecho lo mismo: ella le dejaba controlar su cuerpo por un breve período de tiempo. Sin embargo, estaba segura de lo muy cruel que podía resultar aquel ser, y no estaba tan segura si dejarlo hacer su real voluntad. Aunque, sólo así podría vengarse de Gaspard por ser tan estúpido. ¿Igual ya no estaba tan perdido en las Catacumbas como para no morirse ahí? Oh, que argumento más válido.
—Te aburres... interesante respuesta —dijo, finalmente, ignorando todo lo anterior, porque así era ella algunas veces: una pesada—. Te ha apetecido... pues, bien. ¿Quieres saber la verdad? Tendrás que ganártela. Todo por el respeto a la honorable memoria de su majestad Luisa —soltó, con intención evidente de seguir picándole la curiosidad, aunque su plan real era otro—. ¿Montarme? Uh, hasta que dices algo coherente...
Se levantó, observándole sin decir nada más. Pero había algo extraño en su mirada, algo que no contrastaba nada con la Átropos que él había conocido. Aun así, ella se acercó, recorriéndole todo el cuerpo, mientras enarcaba las cejas y una sonrisa, apenas perceptible, se dibujaba en sus labios. Una sonrisa que anunciaba algo diferente. Y ya sabrán por qué...
—Entonces, ¿quieres saber de Luisa? ¡Bien! Gracias a Luisa yo existo, pero esa inútil de Helga no hizo bien el trabajo y terminé —expresó, justo en el momento en que golpeaba con una brutalidad tremenda a Gaspard—, siendo el gusano sin identidad de, ¿quieres conocer su nombre? Oh, sí... Eloise de Valois-Orléans-Angulema, hija no reconocida de Enrique, ¿tercero?, de Francia. ¿Ves de dónde vienen sus ínfulas de reina? ¡Qué bonito es saber cosas de su vampiresa antes de morir!
Y antes de que Gaspard pudiera siquiera defenderse, lo alzó por el cuello sin ninguna clase de cuidado, como el que había mantenido... Átropos. ¡Sí! Resulta que quien amenazaba con asesinar a de Grailly no era ella, sino su hermano mellizo, mejor conocido como “gusano sin identidad”. Él muy bastardo, aprovechándose del lapsus mental de su hermana, se hizo con el control de su cuerpo... Pobre Gaspard, su suerte iba de mal en peor.
¿Y cómo no tener pensamientos tan contrarios al mismo tiempo? Pues porque de Grailly seguía ahí, lacerándola (o intentándolo) con sus palabras. Pero Átropos no se sintió amenazada por lo que él escupía de su boca, sino confundida y... ¿decepcionada? Sí, esa era el término más acertado en su situación. Ya empezaba a asimilar la idea de que no obtendría nada de ese imbécil, que siempre iba a tratarla como un trapo viejo. ¡Demonios! Eso hizo que la ira le bullera desde lo más hondo, y a este paso, iba a convertirse en el más genuino odio, cuando sólo se había encargado de divertirse con él. Oh, ¿creería Gaspard de Grailly que siempre iba a tener inmunidad al lado de ella? Bien, sabiendo que las acciones de Átropos eran tan erráticas como las suyas, podía esperarse cualquier cosa. Aun así, prefirió continuar en su posición, hurgando más dentro de sí, intentando hallar paciencia y no prestarle tanta atención a ese loco de carretera.
–¿Qué tanto has dicho, Eloise? ¡Tonterías! Te lo advertí, querida... Es un humano corriente, que merece la muerte, como los de su clase. ¿Recuerdas lo qué te decía Helga? Debes mantener tu estatus, aunque sea en esta pocilga atiborrada de cadáveres. Me atrevo a decir que hasta tu sire estaría muy decepcionado. No serías más su pequeña asesina. ¡Hasta dónde has llegado!
Pero miren quién hizo acto de aparición: El homúnculo sin identidad y hermano muy cercano de Átropos. Claro, porque tenía que aprovecharse del estado de su hermana para ver hasta dónde podía conducirla. Bueno, también era su hermana, a pesar de lo muy loca que resultaba ser; no obstante, tampoco era como si le agradara encontrarla de esa manera tan... baja. ¡Tenía que darse su lugar! Por el orgullo de ambos, tenía que hacerlo. Y, desde luego, él se encargaría de fastidiarla, sabiendo que la situación parecía propicia para iniciar algún plan que había reservado durante un tiempo.
–¿Viste? Te quiero dominar para seguir tratándote mal, ¡no puedes seguir aceptando eso! Tú pudiste haber sido reina de Francia y ese humano escuálido no es nada. ¡Arriba, Eloise! ¿O prefieres que me haga cargo?
¡Sí! Es decir, ¡no! No podía dejar al gusano hacerse con su voluntad temporal, no porque tuviera miedo de que se quedara con su cuerpo, sino porque no le daba la gana. Así es, en otras ocasiones habían hecho lo mismo: ella le dejaba controlar su cuerpo por un breve período de tiempo. Sin embargo, estaba segura de lo muy cruel que podía resultar aquel ser, y no estaba tan segura si dejarlo hacer su real voluntad. Aunque, sólo así podría vengarse de Gaspard por ser tan estúpido. ¿Igual ya no estaba tan perdido en las Catacumbas como para no morirse ahí? Oh, que argumento más válido.
—Te aburres... interesante respuesta —dijo, finalmente, ignorando todo lo anterior, porque así era ella algunas veces: una pesada—. Te ha apetecido... pues, bien. ¿Quieres saber la verdad? Tendrás que ganártela. Todo por el respeto a la honorable memoria de su majestad Luisa —soltó, con intención evidente de seguir picándole la curiosidad, aunque su plan real era otro—. ¿Montarme? Uh, hasta que dices algo coherente...
Se levantó, observándole sin decir nada más. Pero había algo extraño en su mirada, algo que no contrastaba nada con la Átropos que él había conocido. Aun así, ella se acercó, recorriéndole todo el cuerpo, mientras enarcaba las cejas y una sonrisa, apenas perceptible, se dibujaba en sus labios. Una sonrisa que anunciaba algo diferente. Y ya sabrán por qué...
—Entonces, ¿quieres saber de Luisa? ¡Bien! Gracias a Luisa yo existo, pero esa inútil de Helga no hizo bien el trabajo y terminé —expresó, justo en el momento en que golpeaba con una brutalidad tremenda a Gaspard—, siendo el gusano sin identidad de, ¿quieres conocer su nombre? Oh, sí... Eloise de Valois-Orléans-Angulema, hija no reconocida de Enrique, ¿tercero?, de Francia. ¿Ves de dónde vienen sus ínfulas de reina? ¡Qué bonito es saber cosas de su vampiresa antes de morir!
Y antes de que Gaspard pudiera siquiera defenderse, lo alzó por el cuello sin ninguna clase de cuidado, como el que había mantenido... Átropos. ¡Sí! Resulta que quien amenazaba con asesinar a de Grailly no era ella, sino su hermano mellizo, mejor conocido como “gusano sin identidad”. Él muy bastardo, aprovechándose del lapsus mental de su hermana, se hizo con el control de su cuerpo... Pobre Gaspard, su suerte iba de mal en peor.
Átropos- Vampiro Clase Baja
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Fecha de inscripción : 18/05/2017
Localización : En alguna parte de esta enorme ciudad...
Re: Ode to Sleep {Privado}
Ella cambió y él lo notó; ella se fue, se alejó de esos ojos locos, y en cuanto los irises entre azul y verde de ella lo enfocaron, Gaspard supo que ya no se encontraba frente a Átropos sino frente a algo diferente. ¡Y lo supo al momento, no se vaya a creer el atento lector que le costó mucho porque no fue así para nada! Gaspard podía ser muy intuitivo cada mucho tiempo, aproximadamente lo que le costaba al Cometa Halley ser visible desde la Tierra, pero lo cierto era que si lo había descubierto no había sido por intuición, precisamente, sino porque ya era un experto en Átropos. Para su enorme desgracia, por cierto, pero así eran las cosas (y así se las habíamos contado).
¿Qué culpa tenía él de ser un chaval (en sus días optimistas) avispado? Siempre lo había sido, incluso aunque pasara desapercibido para su familia porque su exceso de energía lo convertía en el trabajador ideal para los amplios viñedos del château de los de Grailly. Para su eterna desgracia, y ya podía contar demasiadas en su vida para considerarla mínimamente justa, Gaspard siempre había sido más consciente de sí mismo que el resto, tanto en lo bueno como en lo malo, pues ¿acaso no era el primero que repetía a diestro y siniestro (en su mente, claro. Lo de hablar lo llevaba mal) que era un tipo vulgar a más no poder? Así que, claro, así había terminado: notándolo.
Por supuesto, que el homúnculo sin identidad hubiera hecho acto de presencia significaba que lo atacaría, pues si bien Átropos también lo hacía y ya había aprendido a esperárselo por parte de ella, ella no lo odiaba, pero él sí. Ni siquiera había necesitado que ella se lo dijera para darse cuenta, pues era de las pocas cosas que explicarían la demencia y la inestabilidad de... ¿Eloise de Valois-Orléans-Angulema? ¡Demonios, normal que se considerara una reina si era la bastarda de un rey! A punto estuvo de silbar, preso de la ironía y de la risa que le provocaba la bastarda con ínfulas, pero no lo hizo porque el homúnculo no le dio demasiado tiempo, lo cual, por otro lado, se esperaba.
Así pues, encajó el golpe con la misma entereza con la que había aguantado los años en los viñedos emilianenses, consciente de que eso era algo que vendría y que le tocaría sí o sí aguantar. Que dolió era un eufemismo, por supuesto, porque ella seguía siendo una vampiresa y, poseída o no, el cuerpo era el suyo. Brevemente se le pasó por la cabeza lo extraño que resultaría para su yo de hacía unos años toda la situación, con varias personalidades en una vampira de por medio, pero el pensamiento se esfumó bastante rápido: había visto tantas cosas raras con el paso de los años (trabajando con muertos, era una especie de condición sine qua non lo de estar curado de espanto) que ya nada le sorprendía, ni Átropos ni nada.
Además, había un agravante: él empezaba a ser consciente del efecto que solía tener cada vez que hablaba en la vampiresa, y un lector curioso podría preguntarse por qué, si a Gaspard de Grailly se le daban fatal las personas (bueno, los seres en general) y sus sentimientos. La respuesta es fácil: Gaspard era inteligente, y hasta para alguien con poca empatía, si tiene el seso suficiente, es fácil percibir los patrones si éstos no dejan de repetirse y si la vampiresa en cuestión no deja de enfadarse cada vez que abre él la boca. La verdad, era tan fácil para él como saber el proceso de fermentación que requería el vino o cuándo el mosto sabría mejor: tenía cierto talento para ello, y sumado a la práctica, se convertía en algo que le venía natural.
También le vino natural la rebelión, pero con una fuerza que no le había enseñado a Átropos en sus encuentros anteriores por el sencillo motivo de que no había estado tan desesperado. Si bien había estado seguro de que la vampiresa no lo mataría porque, a su retorcida manera, algo de aprecio parecía tenerle, también sabía con certeza que el homúnculo no tendría esa consideración con él, y por eso el de Grailly habitual, medianamente burlón aunque estuviera siempre en guardia y preparado, había desaparecido. ¡Venga, hasta luego! No había sido algo tan descarado como lo de Átropos, sino mucho más sutil: Gaspard simplemente había dado paso al cazador, y como tal se defendió.
¿Cómo lo hizo? Muy sencillo (en realidad no, fue difícil, pero se las apañó para conseguirlo): se dejó golpear y casi ahogar lo suficiente para que el otro (¿la otra? Era muy confuso eso) se confiara, y cuando lo hizo, golpeó en los oídos y los ojos para que lo soltara y pudiera coger armas de plata para defenderse. Fingiendo que iba a lanzarle un cuchillo, que fue para lo que el homúnculo se preparó, Gaspard aprovechó para clavar la empuñadura de uno en los rasgos deformes del homúnculo, ocultos en la nuca de Átropos. Aquello confirmó su impresión inicial al hacer gritar, más que en otras ocasiones, a Átropos; sus gritos, por su parte, lo hicieron seguir hasta que notó que el ser se había replegado de nuevo.
– Me cago en tu maldita estampa, Átropos, si a ti apenas te soporto, imagina al maldito bicho ese que tienes en la cabeza. – gruñó, y de milagro la sostuvo antes de que ella cayera al suelo, casi como un peso muerto. Pero no hubo nada de romántico en el gesto, ¿eh?, la sostuvo como a un saco de abono o a un cesto de uvas recién vendimiadas, y de hecho la arrastró hasta dejarla apoyada en un saliente de la roca, enfrente del (muy) herido aquitano. – Ni siquiera que haya abierto la bocaza y me haya dicho quién eres compensa esto. Me debes una bien grande por devolverte a tu maldito cuerpo, fulana. – espetó, pero no la llamó por su nombre real (de realeza, se entiende), sino con su apodo-insulto de costumbre. Qué... ¿detalle?
¿Qué culpa tenía él de ser un chaval (en sus días optimistas) avispado? Siempre lo había sido, incluso aunque pasara desapercibido para su familia porque su exceso de energía lo convertía en el trabajador ideal para los amplios viñedos del château de los de Grailly. Para su eterna desgracia, y ya podía contar demasiadas en su vida para considerarla mínimamente justa, Gaspard siempre había sido más consciente de sí mismo que el resto, tanto en lo bueno como en lo malo, pues ¿acaso no era el primero que repetía a diestro y siniestro (en su mente, claro. Lo de hablar lo llevaba mal) que era un tipo vulgar a más no poder? Así que, claro, así había terminado: notándolo.
Por supuesto, que el homúnculo sin identidad hubiera hecho acto de presencia significaba que lo atacaría, pues si bien Átropos también lo hacía y ya había aprendido a esperárselo por parte de ella, ella no lo odiaba, pero él sí. Ni siquiera había necesitado que ella se lo dijera para darse cuenta, pues era de las pocas cosas que explicarían la demencia y la inestabilidad de... ¿Eloise de Valois-Orléans-Angulema? ¡Demonios, normal que se considerara una reina si era la bastarda de un rey! A punto estuvo de silbar, preso de la ironía y de la risa que le provocaba la bastarda con ínfulas, pero no lo hizo porque el homúnculo no le dio demasiado tiempo, lo cual, por otro lado, se esperaba.
Así pues, encajó el golpe con la misma entereza con la que había aguantado los años en los viñedos emilianenses, consciente de que eso era algo que vendría y que le tocaría sí o sí aguantar. Que dolió era un eufemismo, por supuesto, porque ella seguía siendo una vampiresa y, poseída o no, el cuerpo era el suyo. Brevemente se le pasó por la cabeza lo extraño que resultaría para su yo de hacía unos años toda la situación, con varias personalidades en una vampira de por medio, pero el pensamiento se esfumó bastante rápido: había visto tantas cosas raras con el paso de los años (trabajando con muertos, era una especie de condición sine qua non lo de estar curado de espanto) que ya nada le sorprendía, ni Átropos ni nada.
Además, había un agravante: él empezaba a ser consciente del efecto que solía tener cada vez que hablaba en la vampiresa, y un lector curioso podría preguntarse por qué, si a Gaspard de Grailly se le daban fatal las personas (bueno, los seres en general) y sus sentimientos. La respuesta es fácil: Gaspard era inteligente, y hasta para alguien con poca empatía, si tiene el seso suficiente, es fácil percibir los patrones si éstos no dejan de repetirse y si la vampiresa en cuestión no deja de enfadarse cada vez que abre él la boca. La verdad, era tan fácil para él como saber el proceso de fermentación que requería el vino o cuándo el mosto sabría mejor: tenía cierto talento para ello, y sumado a la práctica, se convertía en algo que le venía natural.
También le vino natural la rebelión, pero con una fuerza que no le había enseñado a Átropos en sus encuentros anteriores por el sencillo motivo de que no había estado tan desesperado. Si bien había estado seguro de que la vampiresa no lo mataría porque, a su retorcida manera, algo de aprecio parecía tenerle, también sabía con certeza que el homúnculo no tendría esa consideración con él, y por eso el de Grailly habitual, medianamente burlón aunque estuviera siempre en guardia y preparado, había desaparecido. ¡Venga, hasta luego! No había sido algo tan descarado como lo de Átropos, sino mucho más sutil: Gaspard simplemente había dado paso al cazador, y como tal se defendió.
¿Cómo lo hizo? Muy sencillo (en realidad no, fue difícil, pero se las apañó para conseguirlo): se dejó golpear y casi ahogar lo suficiente para que el otro (¿la otra? Era muy confuso eso) se confiara, y cuando lo hizo, golpeó en los oídos y los ojos para que lo soltara y pudiera coger armas de plata para defenderse. Fingiendo que iba a lanzarle un cuchillo, que fue para lo que el homúnculo se preparó, Gaspard aprovechó para clavar la empuñadura de uno en los rasgos deformes del homúnculo, ocultos en la nuca de Átropos. Aquello confirmó su impresión inicial al hacer gritar, más que en otras ocasiones, a Átropos; sus gritos, por su parte, lo hicieron seguir hasta que notó que el ser se había replegado de nuevo.
– Me cago en tu maldita estampa, Átropos, si a ti apenas te soporto, imagina al maldito bicho ese que tienes en la cabeza. – gruñó, y de milagro la sostuvo antes de que ella cayera al suelo, casi como un peso muerto. Pero no hubo nada de romántico en el gesto, ¿eh?, la sostuvo como a un saco de abono o a un cesto de uvas recién vendimiadas, y de hecho la arrastró hasta dejarla apoyada en un saliente de la roca, enfrente del (muy) herido aquitano. – Ni siquiera que haya abierto la bocaza y me haya dicho quién eres compensa esto. Me debes una bien grande por devolverte a tu maldito cuerpo, fulana. – espetó, pero no la llamó por su nombre real (de realeza, se entiende), sino con su apodo-insulto de costumbre. Qué... ¿detalle?
Invitado- Invitado
Re: Ode to Sleep {Privado}
Átropos no estaba, Átropos se fue; ella se había aislado de la realidad por completo. Su mente era una suerte de agujero negro en donde no existía nada más que ella, intentando no existir, porque así de complejo resultaba su letargo, especialmente causado, no sólo por todo lo que le hacía, y decía, Gaspard de Grailly, sino por la influencia nefasta del homúnculo sin identidad. ¡Así es! Ese bicho maldito quería tomar control de la situación, y para eso necesitaba deshacerse de la voluntad de su hermana, cosa que logró sin mucho esfuerzo. ¿Qué creían? Luego de todo lo ocurrido entre el ladrón y ella, era perfectamente comprensible que llegara hasta ese punto. Bueno, quizás sí al punto de atontarse en exceso, no al que su horrible hermano siamés se hiciera con el poder de su cuerpo y atentara contra la existencia de Gaspard. Y esa era otra historia, mejor vamos a fijarnos en lo que ocurría en ese instante con la señorita Eloise (porque ya aquel odioso gusano había ido con el chisme).
En fin, ella ni se enteraba que la fealdad de su hermano estaba haciendo de las suyas, porque su aislamiento fue terrible. Átropos no quería nada; era como si no tuviera motivos suficientes para reaccionar. ¿Estaba siendo muy emocional? Tal vez, pero sabía que no se trataba de eso. Lo que la llevaba a encontrarse de ese modo era, precisamente, que Gaspard había violado todas sus leyes, siendo el único en conseguirlo. ¿Cómo demonios podía estar tan obsesionada con ese cretino? No lo sabía, porque al estar loca, era complicado sacar conclusiones demasiado sensatas. Sólo se estaba dejando llevar por sus pasiones ridículas. Sí, sí, era pasional, aunque lo llevaba a un extremo demente y excesivo. ¡Tenía que parar! ¿Y cómo? Es decir, si lo intentaba, de seguro el idiota de Gaspard haría una de las suyas. En definitiva, lo mejor era dejarlo pudrirse en las Catacumbas, ¿o no? Casi gruñe de pura molestia. ¡Ya no sabía qué hacer con él! Y el homúnculo no ayudaba.
Hablando del homúnculo... Resultaba pues que Gaspard lo había descubierto. Así es, porque ya conocía (algo) a Átropos, como para percatarse que algo en aquel cuerpo había cambiado. ¡Y que le den un premio! Ya cuando el bicho ese lo estaba ahorcando con todita la intención, fue tarde para comprenderlo. Sin embargo, no fue tarde para defenderse, y siendo de Grailly un errático que sabía luchar por su propia existencia (la de un mezquino ladrón de tumbas, desde luego), no fue extraño que buscara la forma de atacar a su oponente, aunque éste se encontraba apoderado del cuerpo de su vampiresa, hija bastarda de un rey.
Los golpes recibidos fueron suficientes para que el homúnculo (en el cuerpo de Átropos), se hiciera a un lado, sacudiendo la cabeza para alejar esa sensación turbia que le habían dejado las acciones de Gaspard. Incluso se tuvo que obligar a prestar más atención cuando vio que aquel imbécil tendría la osadía de atacarlo con uno de sus cuchillos (los mismos que ponían muy a tono a su hermana). ¡Y claro que se puso en guardia! Era más fuerte, y más ágil, y más... ¡Maldito desgraciado que lo burló en ese momento! ¿Cómo? Por favor, si estaba en control del cuerpo de una vampira y siempre podía ser mejor que un humano. Craso error, gusano sin identidad.
Chilló de dolor cuando su propio rostro (sí, ese que estaba oculto en la nuca de Átropos) fue lastimado severamente. La punzada en la cabeza no permitió que pensara de manera coherente, porque mientras más intentara moverse, no podía. Primero, porque el dolor era intenso como para querer hacer algo. Segundo, aquel ataque estaba arrastrando a Átropos a la realidad, de nuevo. ¿Y cómo no iba a regresar? Justo aquel malestar hizo que se diera cuenta de que su odiado hermanito le había hecho una mala jugada para controlarla. Fue tanta la rabia de la vampira por saber eso que... ¿terminó medio desmayada?
¿Y quién no? Aquel asalto por parte de Gaspard fue sin contemplaciones; aunque, hay que admitir que fue lo suficientemente astuto como para atacar sólo al causante de todo el problema. Oh, en ese instante pudo haber acabado con Átropos, pero no lo hizo. ¿Por qué? Otra cuestión que quedará para una futura ocasión, porque ahora Átropos se encontraba medio aturdida, con la cabeza casi a reventar. Apenas, intentó reaccionar, se llevó las manos a la nuca, quejándose por tan amarga sensación.
—¡Púdrete! ¡Puedes irte al demonio! Y hazlo ahora. Maldito seas, Gaspard de Grailly —gruñó, sin importarle lo que dejara de hacer o no. Se sentía terrible y ya no estaba para seguirle el juego a ese desgraciado—. ¡Gran descubrimiento! Oh, me sé el nombre real de ella... oh, soy el mejor. ¡Imbécil! ¡Largo! No te quiero ver nunca más...
Se encogió en el lugar que estaba, aun asimilando lo que estaba ocurriendo. Incluso, aquello que dijo fue producto de su propia rabia, la misma que la causaban las pulsaciones intensas en su cabeza, Porque ¡hola!, el homúnculo estaba pegado a ella, así que lo que le hacían a ese horrible ser, le afectaba igualmente. Sin embargo, sus pensamientos viajaron tan rápido que no pudo evitar alguna duda efímera.
—¡Yo no te pedí que me regresaras a mi cuerpo, estúpido! ¡Lo hiciste porque lo quisiste! Tuviste la oportunidad de destruirme y no... ¡Inepto! —exclamó, porque ya ni quería hablar de manera corriente—. Eres repugnante, maldito humano de porquería... ¡Vete! Largo de mi vista, imbécil.
Y se apegó a la pared, apoyando la cabeza en ésta, buscando la forma de calmar el dolor, uno que no la excitaba en lo más mínimo. Ay, ese Gaspard con su apellido de quién sabe dónde se había ganado su... ¿qué? Bah, lo que sea. Ya ni quería pensar.
En fin, ella ni se enteraba que la fealdad de su hermano estaba haciendo de las suyas, porque su aislamiento fue terrible. Átropos no quería nada; era como si no tuviera motivos suficientes para reaccionar. ¿Estaba siendo muy emocional? Tal vez, pero sabía que no se trataba de eso. Lo que la llevaba a encontrarse de ese modo era, precisamente, que Gaspard había violado todas sus leyes, siendo el único en conseguirlo. ¿Cómo demonios podía estar tan obsesionada con ese cretino? No lo sabía, porque al estar loca, era complicado sacar conclusiones demasiado sensatas. Sólo se estaba dejando llevar por sus pasiones ridículas. Sí, sí, era pasional, aunque lo llevaba a un extremo demente y excesivo. ¡Tenía que parar! ¿Y cómo? Es decir, si lo intentaba, de seguro el idiota de Gaspard haría una de las suyas. En definitiva, lo mejor era dejarlo pudrirse en las Catacumbas, ¿o no? Casi gruñe de pura molestia. ¡Ya no sabía qué hacer con él! Y el homúnculo no ayudaba.
Hablando del homúnculo... Resultaba pues que Gaspard lo había descubierto. Así es, porque ya conocía (algo) a Átropos, como para percatarse que algo en aquel cuerpo había cambiado. ¡Y que le den un premio! Ya cuando el bicho ese lo estaba ahorcando con todita la intención, fue tarde para comprenderlo. Sin embargo, no fue tarde para defenderse, y siendo de Grailly un errático que sabía luchar por su propia existencia (la de un mezquino ladrón de tumbas, desde luego), no fue extraño que buscara la forma de atacar a su oponente, aunque éste se encontraba apoderado del cuerpo de su vampiresa, hija bastarda de un rey.
Los golpes recibidos fueron suficientes para que el homúnculo (en el cuerpo de Átropos), se hiciera a un lado, sacudiendo la cabeza para alejar esa sensación turbia que le habían dejado las acciones de Gaspard. Incluso se tuvo que obligar a prestar más atención cuando vio que aquel imbécil tendría la osadía de atacarlo con uno de sus cuchillos (los mismos que ponían muy a tono a su hermana). ¡Y claro que se puso en guardia! Era más fuerte, y más ágil, y más... ¡Maldito desgraciado que lo burló en ese momento! ¿Cómo? Por favor, si estaba en control del cuerpo de una vampira y siempre podía ser mejor que un humano. Craso error, gusano sin identidad.
Chilló de dolor cuando su propio rostro (sí, ese que estaba oculto en la nuca de Átropos) fue lastimado severamente. La punzada en la cabeza no permitió que pensara de manera coherente, porque mientras más intentara moverse, no podía. Primero, porque el dolor era intenso como para querer hacer algo. Segundo, aquel ataque estaba arrastrando a Átropos a la realidad, de nuevo. ¿Y cómo no iba a regresar? Justo aquel malestar hizo que se diera cuenta de que su odiado hermanito le había hecho una mala jugada para controlarla. Fue tanta la rabia de la vampira por saber eso que... ¿terminó medio desmayada?
¿Y quién no? Aquel asalto por parte de Gaspard fue sin contemplaciones; aunque, hay que admitir que fue lo suficientemente astuto como para atacar sólo al causante de todo el problema. Oh, en ese instante pudo haber acabado con Átropos, pero no lo hizo. ¿Por qué? Otra cuestión que quedará para una futura ocasión, porque ahora Átropos se encontraba medio aturdida, con la cabeza casi a reventar. Apenas, intentó reaccionar, se llevó las manos a la nuca, quejándose por tan amarga sensación.
—¡Púdrete! ¡Puedes irte al demonio! Y hazlo ahora. Maldito seas, Gaspard de Grailly —gruñó, sin importarle lo que dejara de hacer o no. Se sentía terrible y ya no estaba para seguirle el juego a ese desgraciado—. ¡Gran descubrimiento! Oh, me sé el nombre real de ella... oh, soy el mejor. ¡Imbécil! ¡Largo! No te quiero ver nunca más...
Se encogió en el lugar que estaba, aun asimilando lo que estaba ocurriendo. Incluso, aquello que dijo fue producto de su propia rabia, la misma que la causaban las pulsaciones intensas en su cabeza, Porque ¡hola!, el homúnculo estaba pegado a ella, así que lo que le hacían a ese horrible ser, le afectaba igualmente. Sin embargo, sus pensamientos viajaron tan rápido que no pudo evitar alguna duda efímera.
—¡Yo no te pedí que me regresaras a mi cuerpo, estúpido! ¡Lo hiciste porque lo quisiste! Tuviste la oportunidad de destruirme y no... ¡Inepto! —exclamó, porque ya ni quería hablar de manera corriente—. Eres repugnante, maldito humano de porquería... ¡Vete! Largo de mi vista, imbécil.
Y se apegó a la pared, apoyando la cabeza en ésta, buscando la forma de calmar el dolor, uno que no la excitaba en lo más mínimo. Ay, ese Gaspard con su apellido de quién sabe dónde se había ganado su... ¿qué? Bah, lo que sea. Ya ni quería pensar.
Átropos- Vampiro Clase Baja
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Re: Ode to Sleep {Privado}
Vamos a ver, ¿se podría o se iba al demonio? Porque una cosa era incompatible completamente con la otra, y Gaspard de Grailly, resurreccionista y experto en las consecuencias físicas (y asquerosas) de la muerte lo sabía mejor que casi nadie. Desde luego, lo sabía mejor que el común de los mortales porque normalmente nadie tenía tanto contacto con cadáveres como él y sus compañeros de oficio, salvo algunos que se dedicaban a lo contrario que él: llevar muertos a sus tumbas en vez de sacarlos de ellas. Esos, sin embargo, no contaban, y no porque fueran demasiado aburridos en opinión de Gaspard, sino porque ya recibían los cadáveres embalsamados y bien, así que no percibían la descomposición ni se quedaban con trocitos de piel en la mano, como él sí.
¡Ah, el aquitano tenía anécdotas para rato! Por ejemplo: una vez, hacía mucho tiempo, un cadáver había sido mal embalsamado y, al levantarlo de su tumba, sus órganos internos hechos papilla lo habían bañado y empapado enterito. En esa ocasión, una de las primeras por cierto (ya no cometía ese tipo de errores de aficionado, pero sólo gracias a la experiencia, no a otra cosa; Gaspard no solía ser un tipo afortunado, y los errores sucedían muy a menudo en su vida. ¡Átropos, por ejemplo!), vomitó dentro de la tumba, salió y corrió hacia el río más cercano, dejando la escena del crimen violada y sin disimular. Como consecuencia, claro, lo habían perseguido hasta la saciedad, y tuvo sus problemas para librarse de los que lo perseguían.
¿Qué había aprendido de entonces? Bueno, ¡muchas cosas!, pero las más importantes eran dos: en primer lugar, no ir a por cadáveres que no hayan sido enterrados recientemente, por lo que pueda pasar; en segundo lugar, cubrir las huellas de lo que uno hace y asegurarse de que no lo persiguen ni vigilan (importante). Así pues, con lecciones como esas, Gaspard había aprendido mucho del negocio que lo seguiría manteniendo, con altibajos considerables, durante los siguientes años de su vida, y por eso podía denominarse un experto en la podredumbre. ¿O era porque todo cadáver terminaba descomponiéndose al final? Bueno, qué más daba, lo importante era que no podía hacer ambas a la vez, así que miró a Átropos como si estuviera loca como toda respuesta.
Sí, de nuevo al aquitano no le apetecía hablar porque mucho lo había hecho hasta ese momento, y a lo mejor le empezaba a doler la garganta y todo... No, no, no le apetecía lo más mínimo, y además, tenía delante a Átropos ocupando el aire que ocuparía él si decidía abrir la boca, y si ya de por sí le gustaba poquito hablar, menos le gustaba si tenía que competir con ella por ser escuchado. Ugh, no, ¡menuda pereza! Así pues, Gaspard escuchó, con los ojos bailando entre Átropos y la estancia en la que se encontraban como si fueran llamas, pues parecía poseer el mismo fuego interior que lo llevaba a casi crepitar aunque no estuviera hablando, simplemente porque se estaba moviendo. ¿Sorprendía a alguien, a aquellas alturas, que Gaspard no pudiera estarse quietecito...?
Los dos protagonistas de la situación se conocían, por supuesto, pero ninguno de los dos sabía cuánto hasta aquel momento, en el que ella debía verse obligada a reconocer que Gaspard la había ayudado aunque pudiera haberla matado y él la había salvado, ¡a saber por qué! La verdad es que ni él mismo entendía por qué... No, no es verdad: la había salvado porque era la única que lo podía sacar de las Catacumbas en las que ella misma lo había metido, y además no tenía tanto en su contra para quererla muerta, tan sencillo como eso. Verla herida sí le gustaba, eso era un maldito y enorme placer para él, pero ¿muerta? No. Gaspard era demasiado práctico para matar si no era necesario, y con Átropos de momento no lo era. De momento.
– No soy el mejor. Nunca me oirás decir que soy el mejor. – respondió porque casi se vio obligado a hacerlo, y también porque a su orgullo, enorme aunque no se correspondiera con un ego descomunal, le había sentado mal que Átropos, por convaleciente que estuviera, lo malinterpretara tan mal. Que no la hubiera matado no significaba que le fuera a dar tregua en esa batalla sin cuartel que se traían los dos desde que se habían conocido, vamos a ver: Gaspard se había acostumbrado a tener a Átropos de rival, y por mucha tregua que tuvieran, quería (no, no quería: exigía) el mismo nivel que le había mostrado hasta aquel instante. ¡Demonios, que mereciera la pena al menos el tiempo que estaba perdiendo con ella!
– Soy bueno en algunas cosas y malo en otras, como todos. En las que brillo, joder, me voy a regodear, pero no me oirás decir que soy el mejor sin que nadie me pueda superar porque es una estupidez y me dejaría poco preparado en el caso de que apareciera alguien que pueda hacerlo. – explicó, sentándose junto a ella y sin mirarla, porque estaba mirando sus armas mientras se planteaba si atacarla de nuevo o guardarlas directamente. Su parte cautelosa decidió que lo mejor sería mantenerlas cerca porque con Átropos-Eloise nunca se sabía, y por eso las recogió y se las colocó en las escasas ropas que portaba, pero sin hacer ningún amago de tocarla todavía.
– Así que, mira, me vas a disculpar, pero por mucho que no me crea el mejor, sí que tengo claro lo que valgo, y repugnante del todo no soy y los dos lo sabemos, no te merece la pena mentir. – comentó, encogiéndose de hombros, y entonces finalmente la miró, con esos ojos verdes particularmente claros (por lúcidos) clavados en los ojos azul-verdoso de ella, particularmente poco claros (por poco lúcidos) en contraposición. – No me lo has pedido, claro, pero lo he hecho para salvar mi pellejo, porque da la casualidad de que tu homúnculo sí que me quiere muerto. Además, ¿qué quieres que te diga? ¿Que no tengo lo suficiente contra ti para matarte? No es mentira, pero te necesito para salir de aquí, y los dos lo sabemos bien. Elige tu motivo, pero no es sólo uno u otro y lo sabes. – admitió, finalmente.
¡Ah, el aquitano tenía anécdotas para rato! Por ejemplo: una vez, hacía mucho tiempo, un cadáver había sido mal embalsamado y, al levantarlo de su tumba, sus órganos internos hechos papilla lo habían bañado y empapado enterito. En esa ocasión, una de las primeras por cierto (ya no cometía ese tipo de errores de aficionado, pero sólo gracias a la experiencia, no a otra cosa; Gaspard no solía ser un tipo afortunado, y los errores sucedían muy a menudo en su vida. ¡Átropos, por ejemplo!), vomitó dentro de la tumba, salió y corrió hacia el río más cercano, dejando la escena del crimen violada y sin disimular. Como consecuencia, claro, lo habían perseguido hasta la saciedad, y tuvo sus problemas para librarse de los que lo perseguían.
¿Qué había aprendido de entonces? Bueno, ¡muchas cosas!, pero las más importantes eran dos: en primer lugar, no ir a por cadáveres que no hayan sido enterrados recientemente, por lo que pueda pasar; en segundo lugar, cubrir las huellas de lo que uno hace y asegurarse de que no lo persiguen ni vigilan (importante). Así pues, con lecciones como esas, Gaspard había aprendido mucho del negocio que lo seguiría manteniendo, con altibajos considerables, durante los siguientes años de su vida, y por eso podía denominarse un experto en la podredumbre. ¿O era porque todo cadáver terminaba descomponiéndose al final? Bueno, qué más daba, lo importante era que no podía hacer ambas a la vez, así que miró a Átropos como si estuviera loca como toda respuesta.
Sí, de nuevo al aquitano no le apetecía hablar porque mucho lo había hecho hasta ese momento, y a lo mejor le empezaba a doler la garganta y todo... No, no, no le apetecía lo más mínimo, y además, tenía delante a Átropos ocupando el aire que ocuparía él si decidía abrir la boca, y si ya de por sí le gustaba poquito hablar, menos le gustaba si tenía que competir con ella por ser escuchado. Ugh, no, ¡menuda pereza! Así pues, Gaspard escuchó, con los ojos bailando entre Átropos y la estancia en la que se encontraban como si fueran llamas, pues parecía poseer el mismo fuego interior que lo llevaba a casi crepitar aunque no estuviera hablando, simplemente porque se estaba moviendo. ¿Sorprendía a alguien, a aquellas alturas, que Gaspard no pudiera estarse quietecito...?
Los dos protagonistas de la situación se conocían, por supuesto, pero ninguno de los dos sabía cuánto hasta aquel momento, en el que ella debía verse obligada a reconocer que Gaspard la había ayudado aunque pudiera haberla matado y él la había salvado, ¡a saber por qué! La verdad es que ni él mismo entendía por qué... No, no es verdad: la había salvado porque era la única que lo podía sacar de las Catacumbas en las que ella misma lo había metido, y además no tenía tanto en su contra para quererla muerta, tan sencillo como eso. Verla herida sí le gustaba, eso era un maldito y enorme placer para él, pero ¿muerta? No. Gaspard era demasiado práctico para matar si no era necesario, y con Átropos de momento no lo era. De momento.
– No soy el mejor. Nunca me oirás decir que soy el mejor. – respondió porque casi se vio obligado a hacerlo, y también porque a su orgullo, enorme aunque no se correspondiera con un ego descomunal, le había sentado mal que Átropos, por convaleciente que estuviera, lo malinterpretara tan mal. Que no la hubiera matado no significaba que le fuera a dar tregua en esa batalla sin cuartel que se traían los dos desde que se habían conocido, vamos a ver: Gaspard se había acostumbrado a tener a Átropos de rival, y por mucha tregua que tuvieran, quería (no, no quería: exigía) el mismo nivel que le había mostrado hasta aquel instante. ¡Demonios, que mereciera la pena al menos el tiempo que estaba perdiendo con ella!
– Soy bueno en algunas cosas y malo en otras, como todos. En las que brillo, joder, me voy a regodear, pero no me oirás decir que soy el mejor sin que nadie me pueda superar porque es una estupidez y me dejaría poco preparado en el caso de que apareciera alguien que pueda hacerlo. – explicó, sentándose junto a ella y sin mirarla, porque estaba mirando sus armas mientras se planteaba si atacarla de nuevo o guardarlas directamente. Su parte cautelosa decidió que lo mejor sería mantenerlas cerca porque con Átropos-Eloise nunca se sabía, y por eso las recogió y se las colocó en las escasas ropas que portaba, pero sin hacer ningún amago de tocarla todavía.
– Así que, mira, me vas a disculpar, pero por mucho que no me crea el mejor, sí que tengo claro lo que valgo, y repugnante del todo no soy y los dos lo sabemos, no te merece la pena mentir. – comentó, encogiéndose de hombros, y entonces finalmente la miró, con esos ojos verdes particularmente claros (por lúcidos) clavados en los ojos azul-verdoso de ella, particularmente poco claros (por poco lúcidos) en contraposición. – No me lo has pedido, claro, pero lo he hecho para salvar mi pellejo, porque da la casualidad de que tu homúnculo sí que me quiere muerto. Además, ¿qué quieres que te diga? ¿Que no tengo lo suficiente contra ti para matarte? No es mentira, pero te necesito para salir de aquí, y los dos lo sabemos bien. Elige tu motivo, pero no es sólo uno u otro y lo sabes. – admitió, finalmente.
Invitado- Invitado
Re: Ode to Sleep {Privado}
¡Que se terminara de largar de una vez! Eso era lo único que quería, porque ya se había cansado de ese humano; porque ya no quería ni ver su maldita cara. ¡Lo quería muy lejos! A miles de millas de ser necesario... ¿Por qué no se iba? ¿Acaso estaba tonto o qué? Oh, cierto. ¡Se encontraba atrapado en las Catacumbas! Había pasado por alto ese detalle. Pero claro, ese dolor de cabeza no era como si la dejara pensar mucho (aunque daba igual, sin dolor de cabeza tampoco pensaba bien), el mismo que le causó el fulano de Gaspard. ¿Qué no existían mejores métodos para aislar al gusano sin identidad? ¡Y así pretendía saber que la conocía la suficiente! Falacias, burdas falacias, y nada más. Lo único que hizo fue haber actuado bajo su instinto de cazador, porque sí, recordó que en él en su momento le hizo saber que era uno. ¿Le importaba? No, para nada. Y menos ahora, que pudiendo haber acabado con ella, no lo hizo. ¡Y nada de usar de excusas a las Catacumbas!
¿Por qué no podía sencillamente creer que ella lo ayudaría? Porque, y luego de lo ocurrido recientemente, Átropos no iba a hacerlo; si en un principio no estuvo dispuesta a ayudarlo, ahora menos. Además, tampoco era como si ella de repente decidiera sentir lástima por Gaspard, ¡por favor! Estamos hablando de una vampira loca, con un tumor en la nuca, que estaba bien vivo y que, en determinadas ocasiones, tomaba control de la mente y el cuerpo en donde se alojaba como una cosa deforme. Ya con esta información era más que suficiente para comprender hasta qué punto habían llegado las cosas. Aparte, ella se encontraba un poco (muy) lastimada, así que no pretendía moverse de su lugar, así de Grailly tuviera la osadía de ofrecerle de su sangre.
¿Y si la chantajeaba con eso? Ay, no. Que desgraciado si lo hacía, y lo creía capaz. Pero ella era excesivamente orgullosa y no iba a aceptar nada que viniera de él, por muy placentero que fuera el ofrecimiento. ¡Mira todo lo que te ganaste, Gaspard! Su vampiresa estaba indignada, tanto, que cuando él se sentó a su lado, ella se arrastró más para alejarse. ¿Acaso él no había tenido el gesto de mirarla con asco en veces anteriores? Pues ahora Átropos le regresaba esa misma mirada; aunque no era algo que hacía a propósito para vengarse, en realidad se trataba de su estado mental en ese preciso momento. Incluso se llevó las manos a los oídos cuando le habló, como si su voz le estuviera perforando el cráneo. Bueno, sí, empezaba a exagerar un poco, porque ya la migraña esa horrible estaba cesando (gracias a su naturaleza vampírica y a que el homúnculo decidió aislarle a un rincón muy apartado de su mente).
—Me importa un franco si lo dices o no; si lo aceptas o no. ¡No me importa nada que venga de ti! Ya lárgate... —espetó, entornando la mirada incluso. Que pesado se estaba volviendo el Gaspard ese—. ¿Ya terminaste con tu argumento de humildad aparente? ¡Por favor! No seas hipócrita. Venga, cuéntame otra cosa, pero no ese discurso de noble caballero que me acabas de decir.
Y esta vez fue ella la que se puso de pie apenas pudo, retrocediendo sin separarse de la pared. Si tanto quería escapar de las Catacumbas y se llenaba de ínfulas de ser un hombre con un plan para todo, pues que lo demostrara en el peor lugar posible, porque, y para su mala fortuna, en ese cementerio infernal habían convalecido hombres con ese pensamiento de ser capaces de lograr cualquier cosa. Así que, a pesar de no admitirlo abiertamente, Gaspard sabía que su única salida era la señorita Eloise... Átropos, y que, además, había arruinado las cosas con ella.
—Eres completamente repugnante, sí. ¡Ahora lo eres y siempre lo serás! —empezó a reír cuán demente estaba, a medida que iba distanciándose aún más de él—. ¿Quieres salir? ¿En serio? —La pausa fue breve, pero la suficiente para generar tensión—. ¡Busca la salida! O las salidas... Si es que las hay, porque quizás no las haya. Estás en un aprieto, y si no te hubieras atrevido a ser tan insolente, pues quizás te habría guiado hasta alguna vía de escape.
Aunque no estuviera consciente de ello, Átropos estaba provocando a Gaspard. Ella no lo quería, porque en el estado en el que se encontraba, era bastante difícil. Ni se molestaba en usar sus habilidades vampíricas en su contra, porque ya no valía la pena. Sin embargo, sus palabras precisamente resultaban ser un anzuelo para que él terminara por hacer ebullición por completo, porque de seguro estaba muy... ¿muy qué? Tratándose de esa vampira, las cosas podían ser siempre complicadas, a un exceso que resultaba desquiciante.
—Si quieres que te ayude... ¡tendrás que obligarme! Y eso no nunca pasará. Tú y yo no podemos compartir el mismo espacio —gruñó, y apenas tuvo la oportunidad, se largó—. ¡Suicídate! Así sufres menos...
El eco de su voz se impregnó por cada grieta, como una blasfemia hacia él, que de seguro no le afectaría. O quién sabe, porque Átropos quizás lo había provocado muy en serio esta vez, y luego de la aparición del homúnculo, muchas cosas eran posibles.
¿Por qué no podía sencillamente creer que ella lo ayudaría? Porque, y luego de lo ocurrido recientemente, Átropos no iba a hacerlo; si en un principio no estuvo dispuesta a ayudarlo, ahora menos. Además, tampoco era como si ella de repente decidiera sentir lástima por Gaspard, ¡por favor! Estamos hablando de una vampira loca, con un tumor en la nuca, que estaba bien vivo y que, en determinadas ocasiones, tomaba control de la mente y el cuerpo en donde se alojaba como una cosa deforme. Ya con esta información era más que suficiente para comprender hasta qué punto habían llegado las cosas. Aparte, ella se encontraba un poco (muy) lastimada, así que no pretendía moverse de su lugar, así de Grailly tuviera la osadía de ofrecerle de su sangre.
¿Y si la chantajeaba con eso? Ay, no. Que desgraciado si lo hacía, y lo creía capaz. Pero ella era excesivamente orgullosa y no iba a aceptar nada que viniera de él, por muy placentero que fuera el ofrecimiento. ¡Mira todo lo que te ganaste, Gaspard! Su vampiresa estaba indignada, tanto, que cuando él se sentó a su lado, ella se arrastró más para alejarse. ¿Acaso él no había tenido el gesto de mirarla con asco en veces anteriores? Pues ahora Átropos le regresaba esa misma mirada; aunque no era algo que hacía a propósito para vengarse, en realidad se trataba de su estado mental en ese preciso momento. Incluso se llevó las manos a los oídos cuando le habló, como si su voz le estuviera perforando el cráneo. Bueno, sí, empezaba a exagerar un poco, porque ya la migraña esa horrible estaba cesando (gracias a su naturaleza vampírica y a que el homúnculo decidió aislarle a un rincón muy apartado de su mente).
—Me importa un franco si lo dices o no; si lo aceptas o no. ¡No me importa nada que venga de ti! Ya lárgate... —espetó, entornando la mirada incluso. Que pesado se estaba volviendo el Gaspard ese—. ¿Ya terminaste con tu argumento de humildad aparente? ¡Por favor! No seas hipócrita. Venga, cuéntame otra cosa, pero no ese discurso de noble caballero que me acabas de decir.
Y esta vez fue ella la que se puso de pie apenas pudo, retrocediendo sin separarse de la pared. Si tanto quería escapar de las Catacumbas y se llenaba de ínfulas de ser un hombre con un plan para todo, pues que lo demostrara en el peor lugar posible, porque, y para su mala fortuna, en ese cementerio infernal habían convalecido hombres con ese pensamiento de ser capaces de lograr cualquier cosa. Así que, a pesar de no admitirlo abiertamente, Gaspard sabía que su única salida era la señorita Eloise... Átropos, y que, además, había arruinado las cosas con ella.
—Eres completamente repugnante, sí. ¡Ahora lo eres y siempre lo serás! —empezó a reír cuán demente estaba, a medida que iba distanciándose aún más de él—. ¿Quieres salir? ¿En serio? —La pausa fue breve, pero la suficiente para generar tensión—. ¡Busca la salida! O las salidas... Si es que las hay, porque quizás no las haya. Estás en un aprieto, y si no te hubieras atrevido a ser tan insolente, pues quizás te habría guiado hasta alguna vía de escape.
Aunque no estuviera consciente de ello, Átropos estaba provocando a Gaspard. Ella no lo quería, porque en el estado en el que se encontraba, era bastante difícil. Ni se molestaba en usar sus habilidades vampíricas en su contra, porque ya no valía la pena. Sin embargo, sus palabras precisamente resultaban ser un anzuelo para que él terminara por hacer ebullición por completo, porque de seguro estaba muy... ¿muy qué? Tratándose de esa vampira, las cosas podían ser siempre complicadas, a un exceso que resultaba desquiciante.
—Si quieres que te ayude... ¡tendrás que obligarme! Y eso no nunca pasará. Tú y yo no podemos compartir el mismo espacio —gruñó, y apenas tuvo la oportunidad, se largó—. ¡Suicídate! Así sufres menos...
El eco de su voz se impregnó por cada grieta, como una blasfemia hacia él, que de seguro no le afectaría. O quién sabe, porque Átropos quizás lo había provocado muy en serio esta vez, y luego de la aparición del homúnculo, muchas cosas eran posibles.
Átropos- Vampiro Clase Baja
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Fecha de inscripción : 18/05/2017
Localización : En alguna parte de esta enorme ciudad...
Re: Ode to Sleep {Privado}
¿Hipócrita, él? ¿Es que Átropos no había aprendido nada de todos los encuentros que habían tenido los dos desde que se habían conocido por pura casualidad! Daba la impresión de que no, y eso sólo significaba que sí, pero que se estaba empeñando en disimularlo para molestarlo, porque, a la hora de la verdad, eso era lo que mejor se le daba a la maldita vampiresa del demonio: ofender a Gaspard de Grailly. Ya estaba, todo lo demás empalidecía en comparación con ese talento totalmente inútil, especialmente si a quien se le preguntaba era al susodicho aquitano, y eso explicaba que Átropos valiera tan poco en la imagen que tenía él de ella.
Aun así, se tomó el tiempo de escucharla porque, en fin, qué iba a hacer si no, ¿sabes? Estaba en las Catacumbas, perdido y sin recordar cómo había llegado hasta allí porque lo habían trasladado inconsciente (maldita fuera la estampa de Eloise-Átropos, desde luego, y eso por no hablar de su maldita y podrida vida, ¡que ya hemos acordado lo mucho que Gaspard sabe de podredumbres varias!), cada vez más débil y, encima, herido. ¡Y no solamente en su orgullo, sino también físicamente dañado, con heridas sangrantes y todo eso! La verdad, aquel día no pasaría a los anales como el mejor de la vida del aquitano, y cada minuto que pasaba reforzaba esa impresión un poquito más.
La situación le recordaba, más concretamente, a cuando estaba excavando una tumba: era como el montón de tierra que se acumulaba junto a él, uno que parecía tan ínfimo que poco importaba si se echaban uno o diez palazos, pero que, al final, cuando se llegaba al ataúd, ya era tan grande como una montaña pequeña. O, en fin, eso suponía, no es como si en su región brillara el relieve por su abundancia, así que en eso tendría que fiarse de las lecciones infantiles con el Padre Clément, quien seguramente lo reprendería por dejarse liar tanto por una vampiresa, nada menos. ¿O quizá no habría sabido nada de los sobrenaturales...?
Por un momento, su duda fue seria, pero después se solucionó, claro: ¿cómo no iba a saber de la existencia de monstruos inmortales como Eloise de Valois-Orléans-Angulema si era parte de la Iglesia Católica? Vale que su pueblo estuviera perdido un poco en Francia y ni siquiera de Burdeos le llegaran las noticias de lo que tenía lugar en el resto del reino, pero la Iglesia tenía unos tentáculos más increíbles que los de cualquier pulpo, así que, por supuesto, la habría conocido, no a ella personalmente pero sí a los de su clase. Entonces ¿por qué demonios no se lo habría enseñado entonces...? Quizá porque creía que Gaspard jamás saldría de debajo del yugo familiar y no hacía falta; ante ese pensamiento, la respiración de Gaspard se volvió más profunda, su mandíbula se apretó y sus ojos se entrecerraron, con rabia.
Eloise ya se había largado, por supuesto, pero a él eso le daba igual: estaba molesto por el rumbo de sus propios pensamientos, aprehendiendo una realidad a la que había estado cómodamente ciego durante la mayor parte de su vida porque ¿para qué iba a plantearse nada de la figura más paternal que había tenido nunca? Sin ser apenas consciente de lo que hacía, así de intensos eran sus pensamientos y el sentimiento de cierta traición sobre todo, abandonó la estancia (no sus armas; su instinto era demasiado fuerte para dejarlas ahí, tiradas, mientras él se sintiera desnudo sin ellas) y la persiguió, consciente de a dónde iba porque su mente lo estaba registrando automáticamente y por el rastro de ella en su organismo, no por otra cosa. Además, Átropos estaba débil, así que él bien podía valerse de eso, ¿no?
– Eloise... – susurró, y su tono no fue particularmente amable (¿alguien lo esperaba, tratándose de Gaspard de Grailly?), pero el eco de las Catacumbas lo modificó y moduló hasta el punto de que parecía desesperado por ella, y sobre todo tan sensual que casi la estaba invocando. Si ambos no hubieran sabido que él era humano hasta la médula, tal vez habría existido la duda de si era un brujo que trataba de hechizarla para que fuera junto a él, y lo cierto es que existieron dudas reales al respecto desde el momento en que Átropos acudió junto a él, quizá para insultarlo o para Dios sabría qué.
Sin permitirle hablar, Gaspard la cogió de la parte alta de la cabeza y la arrastró hacia su pecho, lejos de un abrazo apasionado porque lo que hizo fue prácticamente clavar la cara de ella en las heridas sangrantes que tenía. ¿No estaba débil? Que se regodeara en su sangre y se fortaleciera. Además, había tenido el detalle de no apretar en el homúnculo (aunque sí estaba apretándole la coronilla, eso que no pasara desapercibido dentro del acto que estaba haciendo Gaspard) para no darle más dolor de cabeza, y todo por el hecho de que la necesitaba, nada más y nada menos, pero no de manera romántica, sino de forma práctica: quería salir de allí. Aunque no fuera claustrofóbico, tenía cosas mejores que hacer que vivir en los túneles, y si para eso debía sacrificarse un poquito... bueno, lo haría.
Con o sin delicadeza, lo cierto era que estaba teniendo todo un detalle con Átropos, y pese a que otros no lo consideraran como tal (los más avanzados dirían, incluso, que se estaba pasando el consentimiento por el aún no construido Arco de Triunfo parisino), sólo eso estaba siendo un acontecimiento increíble para él. En consecuencia, por supuesto, tuvo que apartarla y apoyar la mano en la pared para no desequilibrarse; estaba jugando con fuego y había perdido mucha sangre, de modo que si se mantenía en pie era más por testarudez que por otra cosa. Aun así, la había vuelto a ayudar... y tuvo que arruinarlo con sus palabras, como siempre, porque a Gaspard le daban alergia las cosas bonitas y, claro, así le iba. – Sácame de aquí.
Aun así, se tomó el tiempo de escucharla porque, en fin, qué iba a hacer si no, ¿sabes? Estaba en las Catacumbas, perdido y sin recordar cómo había llegado hasta allí porque lo habían trasladado inconsciente (maldita fuera la estampa de Eloise-Átropos, desde luego, y eso por no hablar de su maldita y podrida vida, ¡que ya hemos acordado lo mucho que Gaspard sabe de podredumbres varias!), cada vez más débil y, encima, herido. ¡Y no solamente en su orgullo, sino también físicamente dañado, con heridas sangrantes y todo eso! La verdad, aquel día no pasaría a los anales como el mejor de la vida del aquitano, y cada minuto que pasaba reforzaba esa impresión un poquito más.
La situación le recordaba, más concretamente, a cuando estaba excavando una tumba: era como el montón de tierra que se acumulaba junto a él, uno que parecía tan ínfimo que poco importaba si se echaban uno o diez palazos, pero que, al final, cuando se llegaba al ataúd, ya era tan grande como una montaña pequeña. O, en fin, eso suponía, no es como si en su región brillara el relieve por su abundancia, así que en eso tendría que fiarse de las lecciones infantiles con el Padre Clément, quien seguramente lo reprendería por dejarse liar tanto por una vampiresa, nada menos. ¿O quizá no habría sabido nada de los sobrenaturales...?
Por un momento, su duda fue seria, pero después se solucionó, claro: ¿cómo no iba a saber de la existencia de monstruos inmortales como Eloise de Valois-Orléans-Angulema si era parte de la Iglesia Católica? Vale que su pueblo estuviera perdido un poco en Francia y ni siquiera de Burdeos le llegaran las noticias de lo que tenía lugar en el resto del reino, pero la Iglesia tenía unos tentáculos más increíbles que los de cualquier pulpo, así que, por supuesto, la habría conocido, no a ella personalmente pero sí a los de su clase. Entonces ¿por qué demonios no se lo habría enseñado entonces...? Quizá porque creía que Gaspard jamás saldría de debajo del yugo familiar y no hacía falta; ante ese pensamiento, la respiración de Gaspard se volvió más profunda, su mandíbula se apretó y sus ojos se entrecerraron, con rabia.
Eloise ya se había largado, por supuesto, pero a él eso le daba igual: estaba molesto por el rumbo de sus propios pensamientos, aprehendiendo una realidad a la que había estado cómodamente ciego durante la mayor parte de su vida porque ¿para qué iba a plantearse nada de la figura más paternal que había tenido nunca? Sin ser apenas consciente de lo que hacía, así de intensos eran sus pensamientos y el sentimiento de cierta traición sobre todo, abandonó la estancia (no sus armas; su instinto era demasiado fuerte para dejarlas ahí, tiradas, mientras él se sintiera desnudo sin ellas) y la persiguió, consciente de a dónde iba porque su mente lo estaba registrando automáticamente y por el rastro de ella en su organismo, no por otra cosa. Además, Átropos estaba débil, así que él bien podía valerse de eso, ¿no?
– Eloise... – susurró, y su tono no fue particularmente amable (¿alguien lo esperaba, tratándose de Gaspard de Grailly?), pero el eco de las Catacumbas lo modificó y moduló hasta el punto de que parecía desesperado por ella, y sobre todo tan sensual que casi la estaba invocando. Si ambos no hubieran sabido que él era humano hasta la médula, tal vez habría existido la duda de si era un brujo que trataba de hechizarla para que fuera junto a él, y lo cierto es que existieron dudas reales al respecto desde el momento en que Átropos acudió junto a él, quizá para insultarlo o para Dios sabría qué.
Sin permitirle hablar, Gaspard la cogió de la parte alta de la cabeza y la arrastró hacia su pecho, lejos de un abrazo apasionado porque lo que hizo fue prácticamente clavar la cara de ella en las heridas sangrantes que tenía. ¿No estaba débil? Que se regodeara en su sangre y se fortaleciera. Además, había tenido el detalle de no apretar en el homúnculo (aunque sí estaba apretándole la coronilla, eso que no pasara desapercibido dentro del acto que estaba haciendo Gaspard) para no darle más dolor de cabeza, y todo por el hecho de que la necesitaba, nada más y nada menos, pero no de manera romántica, sino de forma práctica: quería salir de allí. Aunque no fuera claustrofóbico, tenía cosas mejores que hacer que vivir en los túneles, y si para eso debía sacrificarse un poquito... bueno, lo haría.
Con o sin delicadeza, lo cierto era que estaba teniendo todo un detalle con Átropos, y pese a que otros no lo consideraran como tal (los más avanzados dirían, incluso, que se estaba pasando el consentimiento por el aún no construido Arco de Triunfo parisino), sólo eso estaba siendo un acontecimiento increíble para él. En consecuencia, por supuesto, tuvo que apartarla y apoyar la mano en la pared para no desequilibrarse; estaba jugando con fuego y había perdido mucha sangre, de modo que si se mantenía en pie era más por testarudez que por otra cosa. Aun así, la había vuelto a ayudar... y tuvo que arruinarlo con sus palabras, como siempre, porque a Gaspard le daban alergia las cosas bonitas y, claro, así le iba. – Sácame de aquí.
Invitado- Invitado
Re: Ode to Sleep {Privado}
¡Al demonio con ese Gaspard de Grailly y sus tonterías! A pesar de su debilidad, se había mantenido lo suficientemente estable para aislarse por completo; lo quería lejos. No deseaba compartir ni un segundo más con ese humano de porquería. Átropos había llegado a un punto de quiebre muy nefasto, y hasta un poco tortuoso para sí misma, ¿incluso no terminó cediéndole un poco de poder al homúnculo? ¡Así de mal se encontraba! Aunque esta vez, ese mismo malestar, se convirtió en algo físico, y por mucho que resultara ser ella una vampira (con dos buenos siglos encima, además), haber tenido que sufrir de las consecuencias de todo lo ocurrido con el gusano sin identidad, si logró lastimarla, al punto en que ya no quería saber nada, absolutamente nada. Sus emociones parecían mucho más confusas que de costumbre, y quien terminó pagando los platos rotos fue Gaspard, nada más y nada menos. Pero bien, ¿no fue algo prácticamente buscado desde antes? Si ya sabía cómo se ponía Átropos, ¿para qué quejarse o sorprenderse?
Ella incluso había decidido marcharse, vagando de manera errática entre los túneles, sin tener muy claro hacia dónde dirigirse; y no era por no conocer el lugar, es que su estado no resultaba el mejor en ese instante y necesitaba recobrar fuerzas. Aparte, luego de tanto rato andando de un lado a otro, ¿no sentía muy cerca las últimas horas de la vigilia? Faltaría poco para que el alba decidiera asomarse y la hundiera en el letargo, con esa energía molesta suya. No se confundan, Átropos-Eloise odiaba el amanecer desde antes de ser vampira; desde pequeña había sido muy nocturna, aunque no era algo bueno para su salud. Pero, durante los días el homúnculo permanecía en silencio, en cambio en las noches... siempre solía ser caos. Oh, aquel recuerdo la torturó tanto, que deseó poder arrancarse a esa cosa de la nuca... Y sí, sólo se quedó en poder, porque no pretendía causarse más daño.
Sintió el deseo de salir y buscar alimento para recobrar energías, pero no lo hizo, divagaba en un eterno bucle de confusión. Y tanta era su abstracción de la realidad, que casi olvida a Gaspard. Aunque recordarlo no le hizo mucha gracia, y, probablemente, le llegarían las maldiciones que ella le dedicó con su mente, porque aún se mantenían unidos por ese insignificante rastro de su sangre que seguía en el interior del ladrón. ¿Cómo pudo haber sido tan estúpida? ¡Es que no lo entendía! Y bien, no era como si fuese la persona más transparente del mundo como comprenderse, ¡y menos con esa locura suya!
Pero su resistencia fue poca, porque, al cabo de un rato breve, terminó deteniéndose en algún sitio (que ni reconocía). Y mientras se encontraba ahí, con la mirada ida en algún punto nebuloso, sintió como Gaspard se acercaba. ¡Qué rabia! Más no pudo moverse para huir de su presencia, así que no le quedó más opción que quedarse, ¡incluso oírlo llamarla Eloise! ¿Y quién se habrá creído para tomarse esas libertades? Aunque, ese tono sonó lo suficientemente tentador como para debatirse si acercarse o no. ¡Su sangre! Sólo así podría sentirse medianamente bien. Sin embargo, eso significaba tragarse su orgullo y ella no quería. Aun así, Átropos, estando consciente de su propia conservación, terminó yendo hacia donde se encontraba él. Gaspard había logrado seducirla (muy cuestionable) con su voz, y ella, como una idiota, cayó en su trampa.
Fue por eso que, prácticamente obligada, probó de la sangre del ladrón, cuando él la jaló por la nuca en un acto que la tomó desprevenida. Sus sentidos se despertaron un poco nada más, porque se alejó de inmediato, quitándose la sangre de sus labios con los dedos; parecía desesperada incluso. Sin embargo, fue algo tarde, porque ya parte de la esencia de Gaspard le estaba recorriendo en su interior y su cuerpo le exigía más, sólo que resistió. ¡Maldita sea! Tenía que aguantarse. Pero... hubo algo que la descolocó y mucho.
¿Él le había pedido que lo sacara de ahí? ¿Así nada más? Pero no sólo fue lo que dijo, sino como se le notaba. Claro, no era para menos, siendo un simple mortal, se entendía que iba a desmoronarse pronto. Se encontraba herido, débil... ¡Y hasta le ofreció de su sangre para avisparla un poco! Vale, lo hizo para que lo ayudara a salir de las Catacumbas, más claro no cantaba un gallo. ¡En fin! Que la había confundido y ella sólo lo observó con curiosidad, aún con el ceño fruncido por la reciente molestia. Sin embargo, se le acercó, mirándole las heridas. Y no, no piensen mal, no lo hizo con la intención de volverlo a morder, sino porque... ¿por qué? ¿Se compadecía de ese estúpido? ¡No podía ser!
Y sí podía, porque había terminado rozando las heridas con los dedos, perfectamente consciente que si no accedía a ayudarlo, se iba a morir. ¡Y ella no lo quería muerto! No y no. Ese era sólo su homúnculo retrasado.
—No debería, te lo mereces. Pero creo que te he hecho pagar lo suficiente —murmuró—. ¡Bien! De acuerdo... Tú ganas, Gaspard. Ven conmigo, pero antes muérdete la lengua si piensas decir algo estúpido, porque ahí si te dejaré tirado en medio de los túneles...
Lo jaló por un brazo, pasándoselo por encima de los hombros y así pudiera apoyarse en ella mientras caminaban. Era una manera de evitar que fuera a caer tendido en el suelo, sobre todo en los lugares en donde había menos oxígeno. ¡No podía creer que estuviera haciendo eso! Era una locura... más que su cabeza.
Ella incluso había decidido marcharse, vagando de manera errática entre los túneles, sin tener muy claro hacia dónde dirigirse; y no era por no conocer el lugar, es que su estado no resultaba el mejor en ese instante y necesitaba recobrar fuerzas. Aparte, luego de tanto rato andando de un lado a otro, ¿no sentía muy cerca las últimas horas de la vigilia? Faltaría poco para que el alba decidiera asomarse y la hundiera en el letargo, con esa energía molesta suya. No se confundan, Átropos-Eloise odiaba el amanecer desde antes de ser vampira; desde pequeña había sido muy nocturna, aunque no era algo bueno para su salud. Pero, durante los días el homúnculo permanecía en silencio, en cambio en las noches... siempre solía ser caos. Oh, aquel recuerdo la torturó tanto, que deseó poder arrancarse a esa cosa de la nuca... Y sí, sólo se quedó en poder, porque no pretendía causarse más daño.
Sintió el deseo de salir y buscar alimento para recobrar energías, pero no lo hizo, divagaba en un eterno bucle de confusión. Y tanta era su abstracción de la realidad, que casi olvida a Gaspard. Aunque recordarlo no le hizo mucha gracia, y, probablemente, le llegarían las maldiciones que ella le dedicó con su mente, porque aún se mantenían unidos por ese insignificante rastro de su sangre que seguía en el interior del ladrón. ¿Cómo pudo haber sido tan estúpida? ¡Es que no lo entendía! Y bien, no era como si fuese la persona más transparente del mundo como comprenderse, ¡y menos con esa locura suya!
Pero su resistencia fue poca, porque, al cabo de un rato breve, terminó deteniéndose en algún sitio (que ni reconocía). Y mientras se encontraba ahí, con la mirada ida en algún punto nebuloso, sintió como Gaspard se acercaba. ¡Qué rabia! Más no pudo moverse para huir de su presencia, así que no le quedó más opción que quedarse, ¡incluso oírlo llamarla Eloise! ¿Y quién se habrá creído para tomarse esas libertades? Aunque, ese tono sonó lo suficientemente tentador como para debatirse si acercarse o no. ¡Su sangre! Sólo así podría sentirse medianamente bien. Sin embargo, eso significaba tragarse su orgullo y ella no quería. Aun así, Átropos, estando consciente de su propia conservación, terminó yendo hacia donde se encontraba él. Gaspard había logrado seducirla (muy cuestionable) con su voz, y ella, como una idiota, cayó en su trampa.
Fue por eso que, prácticamente obligada, probó de la sangre del ladrón, cuando él la jaló por la nuca en un acto que la tomó desprevenida. Sus sentidos se despertaron un poco nada más, porque se alejó de inmediato, quitándose la sangre de sus labios con los dedos; parecía desesperada incluso. Sin embargo, fue algo tarde, porque ya parte de la esencia de Gaspard le estaba recorriendo en su interior y su cuerpo le exigía más, sólo que resistió. ¡Maldita sea! Tenía que aguantarse. Pero... hubo algo que la descolocó y mucho.
¿Él le había pedido que lo sacara de ahí? ¿Así nada más? Pero no sólo fue lo que dijo, sino como se le notaba. Claro, no era para menos, siendo un simple mortal, se entendía que iba a desmoronarse pronto. Se encontraba herido, débil... ¡Y hasta le ofreció de su sangre para avisparla un poco! Vale, lo hizo para que lo ayudara a salir de las Catacumbas, más claro no cantaba un gallo. ¡En fin! Que la había confundido y ella sólo lo observó con curiosidad, aún con el ceño fruncido por la reciente molestia. Sin embargo, se le acercó, mirándole las heridas. Y no, no piensen mal, no lo hizo con la intención de volverlo a morder, sino porque... ¿por qué? ¿Se compadecía de ese estúpido? ¡No podía ser!
Y sí podía, porque había terminado rozando las heridas con los dedos, perfectamente consciente que si no accedía a ayudarlo, se iba a morir. ¡Y ella no lo quería muerto! No y no. Ese era sólo su homúnculo retrasado.
—No debería, te lo mereces. Pero creo que te he hecho pagar lo suficiente —murmuró—. ¡Bien! De acuerdo... Tú ganas, Gaspard. Ven conmigo, pero antes muérdete la lengua si piensas decir algo estúpido, porque ahí si te dejaré tirado en medio de los túneles...
Lo jaló por un brazo, pasándoselo por encima de los hombros y así pudiera apoyarse en ella mientras caminaban. Era una manera de evitar que fuera a caer tendido en el suelo, sobre todo en los lugares en donde había menos oxígeno. ¡No podía creer que estuviera haciendo eso! Era una locura... más que su cabeza.
Átropos- Vampiro Clase Baja
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Fecha de inscripción : 18/05/2017
Localización : En alguna parte de esta enorme ciudad...
Re: Ode to Sleep {Privado}
Si no se supiera por encima de una vulgaridad tal, especialmente si dicha vulgaridad provenía nada más y nada menos que de Átropos, Gaspard tal vez se habría ofendido por el hecho de que ella se había separado de su herida, como si su sangre fuera apestosa o asquerosa. ¡Que le disculparan, pero definitivamente no lo era, por mucho que ella se lo hubiera llamado a él, en general! Varios vampiros antes que ella habían bebido de él, y algunos (uno. No había permitido que fueran más, su orgullo se lo impedía) hasta el punto de casi desangrarlo, así que tenía pruebas empíricas de que su sangre, como poco, debía de saber bastante bien, al menos para los que se alimentaban de ella.
De todas maneras, y aunque pareciera lo contrario, no se había ofendido, y eso era por varios motivos: en primer lugar, que le importaba bastante poco que Átropos lo encontrara repulsivo, y más dadas las circunstancias; en segundo lugar, pero no por ello en último grado de importancia, que Gaspard estaba muy débil, demasiado. Es decir, no estaba a las puertas de la muerte y aún podía sostenerse en pie sin ayuda, pero había perdido mucha sangre y estaba tirando hacia delante a base de pura fuerza de voluntad y de adrenalina, más que de la considerable fuerza física que poseía, ¡a la vista estaba que lo hacía!
El problema era que también estaba a la vista el temblor que recorría su cuerpo, que poco tenía que ver con el habitual de estarse demasiado rato quieto y necesitar expulsar el movimiento de algún modo, e incluso bajo la luz mortecina de las antorchas ocasionales se le veía la palidez, en la que contrastaba la sangre de manera notable. No es que Gaspard de Grailly fuera un hombre moreno, aunque las consecuencias de mucho trabajar al sol en su juventud fueran visibles en las pecas que poblaban sus hombros, pecho y rostro; de hecho, pese a tener un tono saludable, era bastante pálido, lo cual indicaba hasta qué punto esa palidez concreta era peligrosa para él y su integridad física.
En fin; así las cosas, Gaspard le había pedido a Átropos que lo sacara después de ofrecerle su sangre, una que ella había probado un poco pero que había rechazado casi con la misma rapidez, y en el fondo tenía la certeza de que ella no le haría caso porque, vamos a ver, ¿cuándo lo había hecho? El pesimismo no estaba en su naturaleza, era demasiado práctico para ello, pero entendía que la posibilidad de quedarse atrapado allí dentro era muy real incluso si estaba convencido de que ella no pensaba matarlo, así que desdeñarla sería un error. Además, al mismo tiempo también contemplaba la posibilidad de que ella le hiciera caso, de modo que estaba cubierto pasara lo que pasase.
Fue precisamente por eso que no se sorprendió demasiado cuando ella decidió ayudarlo, pero la clave estaba en ese demasiado: algo sí que le sorprendió, y más que la decisión lo hizo la manera de Átropos de llevarla a cabo, ya que lo ayudó incluso a caminar entre los túneles, apoyado en ella. Qué... ¿detalle? La verdad, Gaspard no sabía ni cómo llamar a eso, pero no se vaya a pensar el lector que no hablaba porque ella se lo había pedido, ya que si estaba calladito era porque lo prefería así y, en última instancia, porque se ahogaría de hablar en algunos de esos túneles. Mira que había que estar mal de la cabeza para vivir allí... como si él no supiera ya de antemano que ella lo estaba y necesitara echar un vistazo a su hábitat para descubrirlo.
En completo silencio, sólo roto por su cuerpo al caminar y por las ratas que chillaban y correteaban al ver a su ama, Gaspard y Átropos, el dúo más singular que Gaspard hubiera podido imaginarse nunca, desentrañaron parte de los túneles de las Catacumbas en dirección ascendente: eso el cuerpo del humano lo notó enseguida. El aire se volvió menos pesado, su cabeza se iba despejando un tanto, y aunque no recuperaba fuerzas porque estaba demasiado herido y los milagros sencillamente no existían, en general se estaba sintiendo mejor, y eso era un hecho tan innegable como la ayuda de Átropos.
Hablando de ella, de esa princesa bastarda con la que había tenido a bien revolcarse hacía lo que parecía una eternidad, se detuvo en uno de los túneles sin previo aviso, pero Gaspard notó enseguida que lo hizo lo suficientemente cerca de la entrada para que él pudiera salir por su cuenta. Además, debía quedar claro que, esta vez, no lo había notado por ser particularmente inteligente (que también), sino porque una grieta del techo dejaba pasar la luz, ya casi un rayo de sol; ¿tan cerca estaban del amanecer? Sin pensar, Gaspard se adelantó y cubrió la ranura con un poco más de tela, porque, total, su ropa ya estaba destrozada, ¿qué daño hacía un poco más?
De improviso, se mordió la lengua con saña hasta hacerse sangre y, sin abrir la boca, se acercó a Átropos y la besó, obligándola a que bebiera si es que quería volver a su madriguera sin morirse, o algo. ¡Para una vez que el aquitano decidía ser agradecido...! Porque si lo había hecho era porque era consciente de que, sin ella, habría muerto allí debajo, tanto como que de no ser por ella ni siquiera habría terminado allí debajo, así que una de cal y una de arena para ellos. En cuanto se separó, sonrió de lado, burlón, y se apartó unos pasos, retirando la tela que cubría la ranura para que el rayo de sol le impidiera a Átropos llegar hasta él. – Hasta la próxima. – se despidió y se largó, consciente de que habría una próxima... Así de mala era su suerte.
De todas maneras, y aunque pareciera lo contrario, no se había ofendido, y eso era por varios motivos: en primer lugar, que le importaba bastante poco que Átropos lo encontrara repulsivo, y más dadas las circunstancias; en segundo lugar, pero no por ello en último grado de importancia, que Gaspard estaba muy débil, demasiado. Es decir, no estaba a las puertas de la muerte y aún podía sostenerse en pie sin ayuda, pero había perdido mucha sangre y estaba tirando hacia delante a base de pura fuerza de voluntad y de adrenalina, más que de la considerable fuerza física que poseía, ¡a la vista estaba que lo hacía!
El problema era que también estaba a la vista el temblor que recorría su cuerpo, que poco tenía que ver con el habitual de estarse demasiado rato quieto y necesitar expulsar el movimiento de algún modo, e incluso bajo la luz mortecina de las antorchas ocasionales se le veía la palidez, en la que contrastaba la sangre de manera notable. No es que Gaspard de Grailly fuera un hombre moreno, aunque las consecuencias de mucho trabajar al sol en su juventud fueran visibles en las pecas que poblaban sus hombros, pecho y rostro; de hecho, pese a tener un tono saludable, era bastante pálido, lo cual indicaba hasta qué punto esa palidez concreta era peligrosa para él y su integridad física.
En fin; así las cosas, Gaspard le había pedido a Átropos que lo sacara después de ofrecerle su sangre, una que ella había probado un poco pero que había rechazado casi con la misma rapidez, y en el fondo tenía la certeza de que ella no le haría caso porque, vamos a ver, ¿cuándo lo había hecho? El pesimismo no estaba en su naturaleza, era demasiado práctico para ello, pero entendía que la posibilidad de quedarse atrapado allí dentro era muy real incluso si estaba convencido de que ella no pensaba matarlo, así que desdeñarla sería un error. Además, al mismo tiempo también contemplaba la posibilidad de que ella le hiciera caso, de modo que estaba cubierto pasara lo que pasase.
Fue precisamente por eso que no se sorprendió demasiado cuando ella decidió ayudarlo, pero la clave estaba en ese demasiado: algo sí que le sorprendió, y más que la decisión lo hizo la manera de Átropos de llevarla a cabo, ya que lo ayudó incluso a caminar entre los túneles, apoyado en ella. Qué... ¿detalle? La verdad, Gaspard no sabía ni cómo llamar a eso, pero no se vaya a pensar el lector que no hablaba porque ella se lo había pedido, ya que si estaba calladito era porque lo prefería así y, en última instancia, porque se ahogaría de hablar en algunos de esos túneles. Mira que había que estar mal de la cabeza para vivir allí... como si él no supiera ya de antemano que ella lo estaba y necesitara echar un vistazo a su hábitat para descubrirlo.
En completo silencio, sólo roto por su cuerpo al caminar y por las ratas que chillaban y correteaban al ver a su ama, Gaspard y Átropos, el dúo más singular que Gaspard hubiera podido imaginarse nunca, desentrañaron parte de los túneles de las Catacumbas en dirección ascendente: eso el cuerpo del humano lo notó enseguida. El aire se volvió menos pesado, su cabeza se iba despejando un tanto, y aunque no recuperaba fuerzas porque estaba demasiado herido y los milagros sencillamente no existían, en general se estaba sintiendo mejor, y eso era un hecho tan innegable como la ayuda de Átropos.
Hablando de ella, de esa princesa bastarda con la que había tenido a bien revolcarse hacía lo que parecía una eternidad, se detuvo en uno de los túneles sin previo aviso, pero Gaspard notó enseguida que lo hizo lo suficientemente cerca de la entrada para que él pudiera salir por su cuenta. Además, debía quedar claro que, esta vez, no lo había notado por ser particularmente inteligente (que también), sino porque una grieta del techo dejaba pasar la luz, ya casi un rayo de sol; ¿tan cerca estaban del amanecer? Sin pensar, Gaspard se adelantó y cubrió la ranura con un poco más de tela, porque, total, su ropa ya estaba destrozada, ¿qué daño hacía un poco más?
De improviso, se mordió la lengua con saña hasta hacerse sangre y, sin abrir la boca, se acercó a Átropos y la besó, obligándola a que bebiera si es que quería volver a su madriguera sin morirse, o algo. ¡Para una vez que el aquitano decidía ser agradecido...! Porque si lo había hecho era porque era consciente de que, sin ella, habría muerto allí debajo, tanto como que de no ser por ella ni siquiera habría terminado allí debajo, así que una de cal y una de arena para ellos. En cuanto se separó, sonrió de lado, burlón, y se apartó unos pasos, retirando la tela que cubría la ranura para que el rayo de sol le impidiera a Átropos llegar hasta él. – Hasta la próxima. – se despidió y se largó, consciente de que habría una próxima... Así de mala era su suerte.
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