AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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krigen (Privado)
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krigen (Privado)
La visión de Freya no dejaba lugar a dudas, el condado caería en menos de una semana, si no hacíamos nada por evitarlo, los bárbaros del rey Randulf se apoderarían de otra fortificación mas, matarían a sus gentes y de nuevo el norte recibiría el azote del rey.
No tenia tiempo de recorrer esa distancia con un gran ejercito, seria absurdo hacerlo, no llegaríamos a tiempo, mas si cogía un barco pequeño, unos pocos montaraces, sin descanso llegaríamos antes de la masacre predicha por la oráculo.
Al ocaso del tercer día de viaje, nuestro barco atracó en el puerto de Eliosthar.
El viaje había sido francamente complicado, el mar estuvo tan picado y maltrató el barco de tal manera, que pensamos que acabaríamos nuestros días en brazos de las valquirias.
El puerto de Eliosthar era bastante grande, se encontraba dividido en tres zonas claramente definidas, en una de ellas, la más cercana a la lonja, atracaban los barcos de pesca, los marineros de los pequeños barcos se afanaban en sacar de ellos los crustáceos y otros moluscos para partir al alba, mientras los grandes pesqueros ya salían del puerto con sus faroles de aceite encendidos. En la zona central, donde atracaba nuestro barco, se peleaban varios grupos de jóvenes humanos por ser los primeros en recoger las maletas de los pasajeros mas opulentos que desembarcaban por sus muelles, en busca de una buena propina, otros, vendían pequeños abalorios. En la zona más lejana, se encontraban atracados pequeños y grandes barcos brillantes, de maderas nobles y fastuosos aparejos, pero sin ningún tipo de utilidad, supongo que los usarían para alcanzar algún tipo de posición social, tal y como acostumbraban a hacer los humanos.
Desembarcamos los caballos y nuestras pocas pertenencias y nos dirigimos a pié al final del muelle, donde dos soldados sentados a una mesa, parecían registrar a todo aquel que llegaba a la ciudad. Tras pedirnos nuestros nombres uno de los soldados se dirigió a nosotros, mientras el otro, seguía agitando la pluma ágilmente con la nariz metida en el papel.
Mi nombre Höor Cannif no pasó desapercibido, los soldados se agolparon en el muelle, desconocían si mis intenciones eran nobles o distaban de serlo y solo era un ataque a otro condado para apoderarme de mas tierras.
Corrían tiempos difíciles y los bárbaros antes de preguntar solíamos atacar.
Los soldados nos introdujeron entre empujones en un carro de madera con barrotes de hierro, más bien parecía una jaula sobre ruedas, dos recios caballos negros tiraban de ella, mientras un hombre los conducía sentado en un saliente de madera que tenía el carro en la parte delantera. Allí, en un gran cofre junto al conductor, depositaron nuestras armas. Esa pared y el techo no disponían de barrotes y estaban cubiertas de gruesos tableros de madera en su totalidad.
Los soldados montaron en sus caballos y ataron nuestras monturas en una argolla de la parte posterior del carro.
Un gran número de curiosos se fueron acercando al carro para vernos pasar, como si formáramos parte de algún tipo de compañía teatral, unos pocos chiquillos corrían a los lados del carro intentando vernos más de cerca, cosa que no agradó demasiado a Ulf, que ya se encontraba de mal humor por la situación, por lo que en un arrebato de furia, se lanzó sobre los barrotes cerca de la cara de un chiquillo curioso, lanzándolo hacia atrás del susto y cayendo de culo sobre un abrevadero del camino, lo que provocó las mas grotescas carcajadas del lobo.
No tardamos en llegar frente a las murallas de castillo, era exacta a la que me describió Freya, una muralla de piedra gris con cuatro torretas en su parte frontal, los soldados paseaban por el adarve de la muralla quedando su cuerpo cubierto al pasar por las almenas. En cada torreta vigilaba un arquero. Entre las dos centrales se encontraba el puente levadizo, enganchado con dos fuertes cadenas de hierro, que bajaba permitiendo nuestra entrada, y tapando el foso que protegía la ciudad.
En su dintel, el nombre de la ciudad “Eliosthar: honor y orgullo”
Esperaba que el Conde fuera poseedor de ambas virtudes.
Nada más cruzar el portón del castillo, vimos como se elevaba el puente y con un golpe metálico, empezó a bajar el rastrillo de hierro negro que protegía la fortificación, a continuación, una cuadrilla de soldados cerraron la gran puerta de madera maciza forrada en acero, atravesando a lo ancho un grueso tablón de madera.
El carro nos llevó hasta el patio de armas, allí había cerca de cincuenta hombres, unos se encontraban formando a las órdenes de un viejo soldado de aspecto cansado, otros, se encontraban practicando con viejas espadas melladas y oxidadas y unos pocos, en una esquina, practicaban el tiro con arco contra unos sacos, me llamo la atención que la mayoría eran muchachos, supongo que los soldados mas veteranos y experimentados se encontrarían de permiso disfrutando de la fiesta en su honor
El patio de armas estaba perfectamente estructurado. Varias dependencias se distribuían a su alrededor, perfectamente señalizadas con símbolos grabados sobre sus portones, supongo que la lectura no se encontraría al alcance de cualquier humano, cosa que les acercaba a los bárbaros en la escala evolutiva, aun así, debía de hacerles entrar en razón.
El carro nos llevó frente al cuartel del castillo, lugar donde seguramente se encontrarían los calabozos. Al bajar de aquella jaula móvil, pude observar las edificacion.
Se podía apreciar en la zona central, lanzando sobre el patio de armas su imponente sombra, la torre principal del castillo, conocida también como torre del homenaje, y la más protegida, allí se encontrarían sin lugar a dudas la residencia del Conde y descendencia.
A un lateral a la derecha, en el lugar en donde nos encontrábamos, las dependencias de los soldados, o naves, era el lugar de mayor trasiego.
La armería estaba a continuación, tras dos escalones de piedra, una pequeña puerta de acero, protegida por dos guardias con grandes alabardas en la mano. Y un poco más allá, la herrería, y los establos.
Un fuerte empujón, me sacó de mis pensamientos haciéndome andar al interior del cuartel, nos guiaron a través de una de las dependencias de los soldados, el interior estaba compuesto por un largo pasillo de piedra y un techo abovedado, todo éste iluminado por antorchas. Tras dar unos pasos encontramos a la derecha una sala con la puerta abierta, la mire de reojo, allí había una mesa de madera de roble, bastante grande, se oían voces en el interior. Supuse que allí era donde se reunían los oficiales y materializaban planes para la defensa del castillo.
Continuamos caminando a paso ligero, los guardias parecían tener ganas de encerrarnos cuanto antes, supongo que les incomodaba tratar con un grupo tan pintoresco como el nuestro. Pronto llegamos frente a una pequeña puerta abierta que daba paso a unas empinadas escaleras de piedra.
-Bajad! –ordeno uno de los guardias con voz firme.
-Habladnos con cariño –dijo Giuliana, como si de un juego se tratase- recordar que lleváis a un Conde como prisionero.
-¡vamos! –se impacientó el soldado, empujando a Giuliana con la empuñadura de su espada.
-Si vuelves a hacerlo te matare- dijo Ulf girando como un resorte – y no habrá Conde que te salve –me miró de soslayo mientras acababa su amenaza.
-Ulf, estoy seguro que el soldado nos acomodara en una fría celda y rápidamente avisara a quien sea necesario para que podamos ver al conde –dije con cierta ironía, tratando de calmar los ánimos, aunque esperando que el necio del Conde de Eliosthar nos diera audiencia antes de que Randulf dejara caer sobre su reino todas sus fuerzas..
Bajamos por la escalinata de piedra, también iluminada por antorchas y como en el pasillo anterior, de techo abovedado.
Las mazmorras, eran un lugar frio y húmedo, y de olor nauseabundo, la única luz que entraba en ellas se filtraba por unas pequeñas aberturas en la piedra y unas antorchas que iluminaban el tétrico lugar. Las celdas estaban dispuestas una tras otra en línea recta. Tal y como pasamos, vimos algunos hombres en ellas, la mayoría desaliñados y con larga barba y el que aún conservaba la ropa la tenía hecha harapos, intuía que llevaban allí demasiado tiempo hasta para inmutarse por nuestra presencia. Un rechoncho hombre que se encontraba sentado en una mesa frente a las celdas, nos miró de arriba abajo, soltó un cuchillo y un trozo de madera al que le estaba dando forma y no sin cierto esfuerzo se levantó de su desvencijada silla, cogió de la pared tras la mesa un manojo de llaves y se dirigió a la celda que teníamos al lado, su velocidad contrastaba con la que nos habían hecho llevar desde nuestra captura, de hecho, el soldado mas avanzado, empezó a golpear en un ritmo intranquilo la base de su lanza contra el suelo de piedra, como para apremiar al rollizo carcelero. Una vez hubo abierto la celda, se dirigió a la contigua, señalando con la mano la celda recién abierta, y emitiendo un grave sonido gutural “hembras”. Los soldados de la retaguardia cogieron de los brazos a Kala y Giuliana y las introdujeron en la celda mientras el carcelero abría la segunda y un nuevo sonido salió de la profundidad de su garganta formando la palabra “machos”. Los soldados mas adelantados nos metieron en la celda a Ulf, Atharal y a mí y cerraron las puertas de barrotes con un golpe seco haciendo caer el pestillo de la cerradura. El carcelero mientras tanto, ya había llegado a su mesa y se encontraba realizando unas anotaciones en un viejo cuaderno amarillento con un pequeño trozo de carboncillo.
-¿Este es el lugar donde nos haréis esperar la respuesta de vuestro Conde? –oí preguntar a Kala con ironía.
Los soldados marcharon hacia las escaleras sin darle respuesta alguna.
La celda, era de piedra fría muy mal trabajada, el aire tenía un olor penetrante y nauseabundo que al principio costaba respirar. Apenas por una estrecha abertura en las rocas entraba un poco de la luz del atardecer, y de aire fresco, que pronto, se viciaba con el resto.
-Espero le guste su estancia –dijo Ulf en tono de mofa mientras me hacia una reverencia entre risas.
-Admiro tu buen humor –le contesté -más vale que estos imbéciles se den prisa, sus vidas están en juego.
-Si que tenían pinta de darse prisa, pero no sé porqué intuyo que a no ser que el Conde se encuentre en una sucia taberna, no van a tener audiencia alguna con él. -me respondió Ulf aún divertido.
-Pues a mí lo que más me jode es que me han quitado mi bota de cerveza negra, tengo sed –dijo Atharal tomando asiento en el suelo- además, me agobio en los sitios cerrados, ¿os lo he dicho?
Ulf y yo nos miramos de reojo, no pudimos evitar que una carcajada saliera de nosotros.
-Un vikingo que le da miedo el agua y los sitios cerrados –rio Ulf de nuevo.
-no todos los sitios cerrados, solo los que me privan de libertad, vamos los que tienen rejas –se excuso Atharal- y no tengo miedo al agua simplemente no me gusta.
Me senté junto a Atharal, impaciente por la espera. Mientras observaba en la pared, el lento movimiento de la luz crepuscular hasta desaparecer completamente. Habían pasado varias horas, ¿por qué no habían venido ya a darnos una respuesta?, comencé a inquietarme, y a perder la fe en que aquel rey fuera razonable, a estas alturas ya debía de saber que estábamos aquí. Si no había querido recibirnos, estaba cometiendo el mayor error de su vida.
Un soldado bajó con una bandeja y varios cuencos en ella, y acercándose a nuestra celda, nos los pasó por una pequeña apertura.
-¡Eh tú!, llevamos aquí horas y aun no tenemos respuesta del Conde –le dije molesto.
-el ministro ya ha sido informado y está haciendo sus gestiones, pero hoy es la fiesta de la ciudad y estamos bajo mínimos, así que todo tendrá que esperar –me contestó el soldado mientras seguía pasando el resto de cuencos por las celdas.
-¿gestiones?- pregunte mientras miraba atónito a Ulf.
-Ya te digo yo que esto va a llevar su tiempo.
-tiempo es lo que no tenemos –protesté
-¿os habéis fijado lo asquerosa que está la comida de aquí? –dijo Atharal mientras apuraba con los dedos los restos de comida de su cuenco.
Ulf y yo nos miramos, y de nuevo, nos echamos a reír, desde luego Atharal era una fuente inagotable de diversión.
Éste nos miro sin comprender muy bien el porqué de nuestra sonrisa.
-Höor ¿te vas a comer el tuyo? –Me preguntó
-adelante –le conteste acercándole mi cuenco.
El sonido de los cuernos llamó mi atención, pronto comenzamos a oír el fuerte trasiego de los soldados, así como los gritos de terror de la muchedumbre a lo lejos.
-¡Ya están aquí!–me dijo Ulf
-Salgamos, no podemos esperar más –le contesté preocupado.
Giuliana desde la distancia alargo la mano hacia la cerradura y ésta cedió abriéndose de golpe.
-Vamos chicos –nos dijo Kala, que ya nos esperaba fuera junto a Giuliana.
El carcelero descansaba la cabeza sobre la mesa con un emplumado dardo en el cuello.
Subimos las escaleras a toda velocidad, no había guardia alguna vigilando. Al salir del cuartes, vimos que la guardia se esforzaba en reinstalar a lo largo del patio de armas a los ciudadanos que trataban de refugiarse tras las murallas y entraban a cientos por la puerta abierta del castillo.
No había que ser muy listo para ver el gran desconcierto y la falta de organización que reinaba, la fiesta había dejado el castillo prácticamente desprotegido. Seguramente habrían cogido a los soldados que deambulaban por la ciudad completamente por sorpresa.
Traté de buscar la figura del Conde dando órdenes a sus soldados, pero en su lugar solo podía ver a la muchedumbre entrando desorientada, y a algunos soldados que volvían de la ciudad malheridos, tratando de guiar a aquellas personas.
-Höor, vamos –me dijo Kala al ver que me rezagaba.
La imagen era demencial, las mujeres se agolpaban en el patio de armas sin saber dónde acudir, los niños lloraban desesperados muertos de miedo. Y los hombres parecían incapaces de dar un paso, todos parecían tan perdidos, como cervatillos en un día de caza.
La guardia completamente desbordada no daba abasto.
Kala y Atharal vinieron con los caballos, al igual que mis compañeros monte sobre la montura.
Ulf no tardó en unirse a nosotros repartiendo nuestras armas de un viejo cofre que había arrastrado hasta allí.
-¿Donde está vuestro conde? –le pregunté a uno de los soldados que corría entre el caos.
-El Conde esta poniéndose a salvo, junto con su familia y escolta –contestó.
-¿Quién organiza todo esto? –le pregunte incrédulo.
El soldado señalo a un hombre de avanzada edad, vestido con una cota de mallas y un yelmo bajo el brazo, trataba de organizar, con la espada en ristre, a unos soldados completamente desmotivados, la mayoría eran solo muchachos, que no habían visto una guerra en sus vidas, podía sentir su miedo a distancia, y lo peor, ninguno de estos chicos aparentaba saber el porqué luchaban.
Me acerque a aquel hombre, tenía la cara curtida bañada en sudor y una pequeña melena canosa caía desaliñada sobre sus hombros mientras gritaba a unos y a otros para que ocuparan sus respectivos lugares en la defensa del castillo.
-Soy Höor, el conde de Akershus, espero acepte mi ayuda para la protección de su ciudad –le dije poniéndome frente a él.
-Hazte a un lado, no podemos creer al primer hombre que llega diciendo ser el mito Höor Cannif.
-Creo que necesitas nuestra ayuda –insistí- esto es un caos.
Un soldado, con una brecha en la cara que sangraba abundantemente llego ante el, apoyaba su peso en uno de los jóvenes muchachos que le había ofrecido su ayuda.
-Señor, nos han pillado por sorpresa, los pocos soldados que quedan tratan de dar tiempo a la gente de la ciudad a llegar al castillo, pero son como demonios, no miran nada, matan mujeres y niños sin un resquicio de arrepentimiento, apenas quedan unos pocos soldados en pie, esos bastardos pronto llegaran…- En ese momento, el soldado se desvaneció.
-llevadlo dentro –ordenó el hombre, su gesto cambio, pude percibir en su rostro una honda preocupación, supongo al ser conocedor de que no acudiría nadie en su ayuda, tenía que arreglársela con aquel grupo de chicos que jugaban a ser soldados y proteger así la vida de todos aquellos ciudadanos.
Los gritos de una mujer forcejeando con dos soldados, hizo que el hombre dejara su puesto y se acercara allí, lo seguí de cerca.
-¿Qué sucede? –preguntó imperativo.
-Esta mujer dice haber perdido a su hijo ahí fuera, pero los bárbaros ya han superado la primera muralla, no hay tiempo de buscarlo- contestó el soldado.
-Señor por favor –suplicó la mujer llorando y dejándose caer al suelo mientras cogía con fuerza el pantalón del capitán- es solo un niño.
-¿Dónde lo vio por última vez? –le pregunté.
-allí –contestó entre sollozos señalando hacia el largo camino que llevaba al castillo -llevaba a mi hija de dos años en brazos, él iba cogido de su hermano y se le soltó. Por favor…-siguió gimiendo.
Me cogí de las crines de mi montura y salí por la puerta a toda velocidad. La gente que estaba terminando de entrar, me miraron sorprendidos mientras me dirigía hacia el lado contrario.
-¡ Es una locura! –oí al capitán a mis espaldas.
Salí por la puerta a toda velocidad haciendo caso omiso a las advertencias de aquel hombre, cabalgué como alma que lleva el diablo, bajando por la calle principal, no me costó mucho encontrar entre la polvareda y en la linde del camino a un pequeño sollozando, completamente aterrado, con lagrimas en los ojos. El ruido de las monturas barbarás cabalgando hacia el castillo era ensordecedor, el suelo temblaba bajo las cascos del caballo por lo que parecía que los teníamos encima, no teníamos mucho tiempo si queríamos continuar con vida.
Alargue mi mano, dejando caer mi cuerpo a un lado y asiéndome fuerte a las crines, cogí el cuerpo del muchacho. El caballo giró con rapidez poniendo rumbo al castillo de nuevo.
Senté al muchacho frente a mí, su cuerpo estaba completamente rígido, aunque podía notarlo temblar como una hoja.
-¡tranquilo pequeño, pronto estarás con tu madre!
El alarido de los bárbaros, se acercaba cada vez mas.
Podía notar el sudor cálido de la montura, su corazón bombeaba con fuerza mientras sus patas empujaban con fuerza sobre el suelo adoquinado del camino, levantando en ocasiones guijarros de piedra que se quebraban al pisar, debíamos de alcanzar como fuera el puente levadizo del castillo que estaba empezando a subir, tire mi pecho hacia delante empujando el cuerpo del chico en el momento en el que una sibilante lluvia de flechas comenzó a caer sobre nosotros.
-¡Baja la cabeza! –Grité al pequeño, que obedeció de inmediato -¡vamos!
Una de las flechas impactó con fuerza en mi hombro, notando como su punta me atravesaba, el dolor me hizo aflojar la mano, pero me enganche fuertemente con las piernas, y recobrando la posición, continúe hacia el castillo.
Una lluvia de flechas pasó sobre nosotros cayendo sobre los bárbaros. El sonido de los cascos se detuvo acompañado del relinchar de varios caballos posiblemente heridos, pero los alaridos de las bestias que los montaban no cesaron, alcé la vista hacia la muralla, allí los arqueros provistos de armadura de cuero tachonado y un pequeño yelmo, se distribuían por toda la muralla, protegidos por las almenas y guiados por su capitán, comenzaron su ataque nada mas tuvieron al enemigo a tiro, siguiendo las indicaciones del maestro arquero.
Los barbaros sintieron el dolor al caer las flechas sobre ellos, pero no el miedo, aquellos salvajes no temían a la muerte, temían mas a Randulf.
-¡vamos! –alenté al caballo aprovechando la situación, encogiendo mi cuerpo para acompañar su extraordinario salto hacia nuestra salvación.
El caballo alcanzó el puente levadizo y a toda velocidad entro en el patio de armas. Tras nuestra entrada, bajó el rastrillo y la puerta se cerró.
Lo habíamos conseguido, pensé mientras golpeaba cariñosamente el cuello de la montura, y detenía su trepidante carrera, en un momento tuvimos a varias personas alrededor ofreciendo su ayuda, entre ellas, se encontraba la madre del pequeño, con los ojos como platos y un profundo gesto de preocupación por el estado de su retoño, bajé con cuidado al pequeño, y tras comprobar que no se encontraba herido, la madre lo apretó en un fuerte abrazo, yo me deslicé por la grupa del caballo cayendo de un salto sobre el polvoriento patio de armas
-Gracias señor, gracias –me dijo la angustiada madre besando mi mano.
-ya está a salvo –le dije a la mujer tranquilizándola.
El capitán se me acercó clavando sus ojos grises en los míos.
- Eres un hombre terco, y un loco, sin duda eres Höor Cannif, creo que es justo lo que necesito.
Le sonreí tendiéndole la mano y estrechándosela con fuerza.
-Bien, dejémonos de cumplidos, creo que ambos tenemos trabajo- le contesté.
-¡Espera Höor! –Me dijo Giuliana mientras se acercaba a mi.
-No hay tiempo, debo intentar subir la moral a los soldados, llenar sus corazones de esperanza para que desalojen de ellos el miedo que les atenaza.
-Vale, pero primero deberías dejar que me ocupara de eso- Dijo mientras señalaba mi hombro.
¡Mierda!, con el calor de la batalla apenas me había dado cuenta de que aún llevaba una flecha clavada en el hombro, me dí la vuelta y dejé que Giuliana la extrajera para luego imponer las manos y con un melodioso rezo, cerrar la herida, aunque aún me seguía doliendo, al menos no sangraba y podía mover el brazo con soltura, pues me haría falta.
El capitán volvió a dirigirse a mí -Apenas disponemos de cincuenta soldados, y me desalienta decirte que la inmensa mayoría no han entrado en batalla jamás –añadió el capitán.
Mire a mí alrededor, la gente nos miraba atónita y llena de miedo.
-Creo que disponemos de mucho mas –le contesté montando sobre el caballo de un salto para que todos me vieran y escucharan.
- ¡Los barbaros de Randulf están ahí fuera, ¿los oís? Vienen a aniquilarlo todo a su paso, y no hacen prisioneros, os mataran!
Puede que muchos de vosotros, inclusive yo mismo no veamos salir el sol tras la muralla, y si éste es nuestro destino ¡que así sea!, ¡que el linaje de nuestros pueblos nos den nuestro lugar entre ellos, el lugar donde viven los valientes para siempre!
Hice una pausa mientras paseaba al trote frente a los campesinos
-¡Veo en vuestros ojos el mismo miedo que encoje mi corazón, y que hace temblar mi alma!
¡Os llamo a luchar por todo aquello que amáis de esta tierra!
¡Luchad por vuestro futuro!
¡Luchad por vuestros hijos!
¡Lucharemos para que esos malditos demonios se arrepientan de haber venido frente a nuestros muros, ¡enviémoslos al infierno! –grité.
Los puños de aquellos hombres se alzaron mientras gritaban al unisonó, ahora en sus ojos no vi miedo, solo esperanza, valor, ganas de escribir sus destinos.
Bajé de un salto del caballo, y alce la vista mirando a mis compañeros.
-señora, habilita una sala con la ayuda de las mujeres, quiero un lugar donde se puedan sanar a los heridos. Busca todo lo que se necesite vendas, antibióticos, todo…tu ya me entiendes -le dije a la madre del niño.
-Atharal, saca todas las armas que nos puedan ser útiles de la armería, repártelas entre los hombres, y si alguna mujer sabe luchar, también.
-Kala, quiero aceite hirviendo en el pasillo de la muralla, vamos a quemarlos vivos, también quiero un fuego en el patio de armas y la mayor cantidad de arqueros frente a él.
-Ulf asegúrate de que algún soldado se lleve a los niños y algunas mujeres que los cuiden a la torre del homenaje, allí será donde nos atrincheremos si el resto de defensas cae, allí protegeremos lo más valioso, el futuro.
Todos obedecieron mis órdenes, demostrando así su fe ciega en mí.
No tenia tiempo de recorrer esa distancia con un gran ejercito, seria absurdo hacerlo, no llegaríamos a tiempo, mas si cogía un barco pequeño, unos pocos montaraces, sin descanso llegaríamos antes de la masacre predicha por la oráculo.
Al ocaso del tercer día de viaje, nuestro barco atracó en el puerto de Eliosthar.
El viaje había sido francamente complicado, el mar estuvo tan picado y maltrató el barco de tal manera, que pensamos que acabaríamos nuestros días en brazos de las valquirias.
El puerto de Eliosthar era bastante grande, se encontraba dividido en tres zonas claramente definidas, en una de ellas, la más cercana a la lonja, atracaban los barcos de pesca, los marineros de los pequeños barcos se afanaban en sacar de ellos los crustáceos y otros moluscos para partir al alba, mientras los grandes pesqueros ya salían del puerto con sus faroles de aceite encendidos. En la zona central, donde atracaba nuestro barco, se peleaban varios grupos de jóvenes humanos por ser los primeros en recoger las maletas de los pasajeros mas opulentos que desembarcaban por sus muelles, en busca de una buena propina, otros, vendían pequeños abalorios. En la zona más lejana, se encontraban atracados pequeños y grandes barcos brillantes, de maderas nobles y fastuosos aparejos, pero sin ningún tipo de utilidad, supongo que los usarían para alcanzar algún tipo de posición social, tal y como acostumbraban a hacer los humanos.
Desembarcamos los caballos y nuestras pocas pertenencias y nos dirigimos a pié al final del muelle, donde dos soldados sentados a una mesa, parecían registrar a todo aquel que llegaba a la ciudad. Tras pedirnos nuestros nombres uno de los soldados se dirigió a nosotros, mientras el otro, seguía agitando la pluma ágilmente con la nariz metida en el papel.
Mi nombre Höor Cannif no pasó desapercibido, los soldados se agolparon en el muelle, desconocían si mis intenciones eran nobles o distaban de serlo y solo era un ataque a otro condado para apoderarme de mas tierras.
Corrían tiempos difíciles y los bárbaros antes de preguntar solíamos atacar.
Los soldados nos introdujeron entre empujones en un carro de madera con barrotes de hierro, más bien parecía una jaula sobre ruedas, dos recios caballos negros tiraban de ella, mientras un hombre los conducía sentado en un saliente de madera que tenía el carro en la parte delantera. Allí, en un gran cofre junto al conductor, depositaron nuestras armas. Esa pared y el techo no disponían de barrotes y estaban cubiertas de gruesos tableros de madera en su totalidad.
Los soldados montaron en sus caballos y ataron nuestras monturas en una argolla de la parte posterior del carro.
Un gran número de curiosos se fueron acercando al carro para vernos pasar, como si formáramos parte de algún tipo de compañía teatral, unos pocos chiquillos corrían a los lados del carro intentando vernos más de cerca, cosa que no agradó demasiado a Ulf, que ya se encontraba de mal humor por la situación, por lo que en un arrebato de furia, se lanzó sobre los barrotes cerca de la cara de un chiquillo curioso, lanzándolo hacia atrás del susto y cayendo de culo sobre un abrevadero del camino, lo que provocó las mas grotescas carcajadas del lobo.
No tardamos en llegar frente a las murallas de castillo, era exacta a la que me describió Freya, una muralla de piedra gris con cuatro torretas en su parte frontal, los soldados paseaban por el adarve de la muralla quedando su cuerpo cubierto al pasar por las almenas. En cada torreta vigilaba un arquero. Entre las dos centrales se encontraba el puente levadizo, enganchado con dos fuertes cadenas de hierro, que bajaba permitiendo nuestra entrada, y tapando el foso que protegía la ciudad.
En su dintel, el nombre de la ciudad “Eliosthar: honor y orgullo”
Esperaba que el Conde fuera poseedor de ambas virtudes.
Nada más cruzar el portón del castillo, vimos como se elevaba el puente y con un golpe metálico, empezó a bajar el rastrillo de hierro negro que protegía la fortificación, a continuación, una cuadrilla de soldados cerraron la gran puerta de madera maciza forrada en acero, atravesando a lo ancho un grueso tablón de madera.
El carro nos llevó hasta el patio de armas, allí había cerca de cincuenta hombres, unos se encontraban formando a las órdenes de un viejo soldado de aspecto cansado, otros, se encontraban practicando con viejas espadas melladas y oxidadas y unos pocos, en una esquina, practicaban el tiro con arco contra unos sacos, me llamo la atención que la mayoría eran muchachos, supongo que los soldados mas veteranos y experimentados se encontrarían de permiso disfrutando de la fiesta en su honor
El patio de armas estaba perfectamente estructurado. Varias dependencias se distribuían a su alrededor, perfectamente señalizadas con símbolos grabados sobre sus portones, supongo que la lectura no se encontraría al alcance de cualquier humano, cosa que les acercaba a los bárbaros en la escala evolutiva, aun así, debía de hacerles entrar en razón.
El carro nos llevó frente al cuartel del castillo, lugar donde seguramente se encontrarían los calabozos. Al bajar de aquella jaula móvil, pude observar las edificacion.
Se podía apreciar en la zona central, lanzando sobre el patio de armas su imponente sombra, la torre principal del castillo, conocida también como torre del homenaje, y la más protegida, allí se encontrarían sin lugar a dudas la residencia del Conde y descendencia.
A un lateral a la derecha, en el lugar en donde nos encontrábamos, las dependencias de los soldados, o naves, era el lugar de mayor trasiego.
La armería estaba a continuación, tras dos escalones de piedra, una pequeña puerta de acero, protegida por dos guardias con grandes alabardas en la mano. Y un poco más allá, la herrería, y los establos.
Un fuerte empujón, me sacó de mis pensamientos haciéndome andar al interior del cuartel, nos guiaron a través de una de las dependencias de los soldados, el interior estaba compuesto por un largo pasillo de piedra y un techo abovedado, todo éste iluminado por antorchas. Tras dar unos pasos encontramos a la derecha una sala con la puerta abierta, la mire de reojo, allí había una mesa de madera de roble, bastante grande, se oían voces en el interior. Supuse que allí era donde se reunían los oficiales y materializaban planes para la defensa del castillo.
Continuamos caminando a paso ligero, los guardias parecían tener ganas de encerrarnos cuanto antes, supongo que les incomodaba tratar con un grupo tan pintoresco como el nuestro. Pronto llegamos frente a una pequeña puerta abierta que daba paso a unas empinadas escaleras de piedra.
-Bajad! –ordeno uno de los guardias con voz firme.
-Habladnos con cariño –dijo Giuliana, como si de un juego se tratase- recordar que lleváis a un Conde como prisionero.
-¡vamos! –se impacientó el soldado, empujando a Giuliana con la empuñadura de su espada.
-Si vuelves a hacerlo te matare- dijo Ulf girando como un resorte – y no habrá Conde que te salve –me miró de soslayo mientras acababa su amenaza.
-Ulf, estoy seguro que el soldado nos acomodara en una fría celda y rápidamente avisara a quien sea necesario para que podamos ver al conde –dije con cierta ironía, tratando de calmar los ánimos, aunque esperando que el necio del Conde de Eliosthar nos diera audiencia antes de que Randulf dejara caer sobre su reino todas sus fuerzas..
Bajamos por la escalinata de piedra, también iluminada por antorchas y como en el pasillo anterior, de techo abovedado.
Las mazmorras, eran un lugar frio y húmedo, y de olor nauseabundo, la única luz que entraba en ellas se filtraba por unas pequeñas aberturas en la piedra y unas antorchas que iluminaban el tétrico lugar. Las celdas estaban dispuestas una tras otra en línea recta. Tal y como pasamos, vimos algunos hombres en ellas, la mayoría desaliñados y con larga barba y el que aún conservaba la ropa la tenía hecha harapos, intuía que llevaban allí demasiado tiempo hasta para inmutarse por nuestra presencia. Un rechoncho hombre que se encontraba sentado en una mesa frente a las celdas, nos miró de arriba abajo, soltó un cuchillo y un trozo de madera al que le estaba dando forma y no sin cierto esfuerzo se levantó de su desvencijada silla, cogió de la pared tras la mesa un manojo de llaves y se dirigió a la celda que teníamos al lado, su velocidad contrastaba con la que nos habían hecho llevar desde nuestra captura, de hecho, el soldado mas avanzado, empezó a golpear en un ritmo intranquilo la base de su lanza contra el suelo de piedra, como para apremiar al rollizo carcelero. Una vez hubo abierto la celda, se dirigió a la contigua, señalando con la mano la celda recién abierta, y emitiendo un grave sonido gutural “hembras”. Los soldados de la retaguardia cogieron de los brazos a Kala y Giuliana y las introdujeron en la celda mientras el carcelero abría la segunda y un nuevo sonido salió de la profundidad de su garganta formando la palabra “machos”. Los soldados mas adelantados nos metieron en la celda a Ulf, Atharal y a mí y cerraron las puertas de barrotes con un golpe seco haciendo caer el pestillo de la cerradura. El carcelero mientras tanto, ya había llegado a su mesa y se encontraba realizando unas anotaciones en un viejo cuaderno amarillento con un pequeño trozo de carboncillo.
-¿Este es el lugar donde nos haréis esperar la respuesta de vuestro Conde? –oí preguntar a Kala con ironía.
Los soldados marcharon hacia las escaleras sin darle respuesta alguna.
La celda, era de piedra fría muy mal trabajada, el aire tenía un olor penetrante y nauseabundo que al principio costaba respirar. Apenas por una estrecha abertura en las rocas entraba un poco de la luz del atardecer, y de aire fresco, que pronto, se viciaba con el resto.
-Espero le guste su estancia –dijo Ulf en tono de mofa mientras me hacia una reverencia entre risas.
-Admiro tu buen humor –le contesté -más vale que estos imbéciles se den prisa, sus vidas están en juego.
-Si que tenían pinta de darse prisa, pero no sé porqué intuyo que a no ser que el Conde se encuentre en una sucia taberna, no van a tener audiencia alguna con él. -me respondió Ulf aún divertido.
-Pues a mí lo que más me jode es que me han quitado mi bota de cerveza negra, tengo sed –dijo Atharal tomando asiento en el suelo- además, me agobio en los sitios cerrados, ¿os lo he dicho?
Ulf y yo nos miramos de reojo, no pudimos evitar que una carcajada saliera de nosotros.
-Un vikingo que le da miedo el agua y los sitios cerrados –rio Ulf de nuevo.
-no todos los sitios cerrados, solo los que me privan de libertad, vamos los que tienen rejas –se excuso Atharal- y no tengo miedo al agua simplemente no me gusta.
Me senté junto a Atharal, impaciente por la espera. Mientras observaba en la pared, el lento movimiento de la luz crepuscular hasta desaparecer completamente. Habían pasado varias horas, ¿por qué no habían venido ya a darnos una respuesta?, comencé a inquietarme, y a perder la fe en que aquel rey fuera razonable, a estas alturas ya debía de saber que estábamos aquí. Si no había querido recibirnos, estaba cometiendo el mayor error de su vida.
Un soldado bajó con una bandeja y varios cuencos en ella, y acercándose a nuestra celda, nos los pasó por una pequeña apertura.
-¡Eh tú!, llevamos aquí horas y aun no tenemos respuesta del Conde –le dije molesto.
-el ministro ya ha sido informado y está haciendo sus gestiones, pero hoy es la fiesta de la ciudad y estamos bajo mínimos, así que todo tendrá que esperar –me contestó el soldado mientras seguía pasando el resto de cuencos por las celdas.
-¿gestiones?- pregunte mientras miraba atónito a Ulf.
-Ya te digo yo que esto va a llevar su tiempo.
-tiempo es lo que no tenemos –protesté
-¿os habéis fijado lo asquerosa que está la comida de aquí? –dijo Atharal mientras apuraba con los dedos los restos de comida de su cuenco.
Ulf y yo nos miramos, y de nuevo, nos echamos a reír, desde luego Atharal era una fuente inagotable de diversión.
Éste nos miro sin comprender muy bien el porqué de nuestra sonrisa.
-Höor ¿te vas a comer el tuyo? –Me preguntó
-adelante –le conteste acercándole mi cuenco.
El sonido de los cuernos llamó mi atención, pronto comenzamos a oír el fuerte trasiego de los soldados, así como los gritos de terror de la muchedumbre a lo lejos.
-¡Ya están aquí!–me dijo Ulf
-Salgamos, no podemos esperar más –le contesté preocupado.
Giuliana desde la distancia alargo la mano hacia la cerradura y ésta cedió abriéndose de golpe.
-Vamos chicos –nos dijo Kala, que ya nos esperaba fuera junto a Giuliana.
El carcelero descansaba la cabeza sobre la mesa con un emplumado dardo en el cuello.
Subimos las escaleras a toda velocidad, no había guardia alguna vigilando. Al salir del cuartes, vimos que la guardia se esforzaba en reinstalar a lo largo del patio de armas a los ciudadanos que trataban de refugiarse tras las murallas y entraban a cientos por la puerta abierta del castillo.
No había que ser muy listo para ver el gran desconcierto y la falta de organización que reinaba, la fiesta había dejado el castillo prácticamente desprotegido. Seguramente habrían cogido a los soldados que deambulaban por la ciudad completamente por sorpresa.
Traté de buscar la figura del Conde dando órdenes a sus soldados, pero en su lugar solo podía ver a la muchedumbre entrando desorientada, y a algunos soldados que volvían de la ciudad malheridos, tratando de guiar a aquellas personas.
-Höor, vamos –me dijo Kala al ver que me rezagaba.
La imagen era demencial, las mujeres se agolpaban en el patio de armas sin saber dónde acudir, los niños lloraban desesperados muertos de miedo. Y los hombres parecían incapaces de dar un paso, todos parecían tan perdidos, como cervatillos en un día de caza.
La guardia completamente desbordada no daba abasto.
Kala y Atharal vinieron con los caballos, al igual que mis compañeros monte sobre la montura.
Ulf no tardó en unirse a nosotros repartiendo nuestras armas de un viejo cofre que había arrastrado hasta allí.
-¿Donde está vuestro conde? –le pregunté a uno de los soldados que corría entre el caos.
-El Conde esta poniéndose a salvo, junto con su familia y escolta –contestó.
-¿Quién organiza todo esto? –le pregunte incrédulo.
El soldado señalo a un hombre de avanzada edad, vestido con una cota de mallas y un yelmo bajo el brazo, trataba de organizar, con la espada en ristre, a unos soldados completamente desmotivados, la mayoría eran solo muchachos, que no habían visto una guerra en sus vidas, podía sentir su miedo a distancia, y lo peor, ninguno de estos chicos aparentaba saber el porqué luchaban.
Me acerque a aquel hombre, tenía la cara curtida bañada en sudor y una pequeña melena canosa caía desaliñada sobre sus hombros mientras gritaba a unos y a otros para que ocuparan sus respectivos lugares en la defensa del castillo.
-Soy Höor, el conde de Akershus, espero acepte mi ayuda para la protección de su ciudad –le dije poniéndome frente a él.
-Hazte a un lado, no podemos creer al primer hombre que llega diciendo ser el mito Höor Cannif.
-Creo que necesitas nuestra ayuda –insistí- esto es un caos.
Un soldado, con una brecha en la cara que sangraba abundantemente llego ante el, apoyaba su peso en uno de los jóvenes muchachos que le había ofrecido su ayuda.
-Señor, nos han pillado por sorpresa, los pocos soldados que quedan tratan de dar tiempo a la gente de la ciudad a llegar al castillo, pero son como demonios, no miran nada, matan mujeres y niños sin un resquicio de arrepentimiento, apenas quedan unos pocos soldados en pie, esos bastardos pronto llegaran…- En ese momento, el soldado se desvaneció.
-llevadlo dentro –ordenó el hombre, su gesto cambio, pude percibir en su rostro una honda preocupación, supongo al ser conocedor de que no acudiría nadie en su ayuda, tenía que arreglársela con aquel grupo de chicos que jugaban a ser soldados y proteger así la vida de todos aquellos ciudadanos.
Los gritos de una mujer forcejeando con dos soldados, hizo que el hombre dejara su puesto y se acercara allí, lo seguí de cerca.
-¿Qué sucede? –preguntó imperativo.
-Esta mujer dice haber perdido a su hijo ahí fuera, pero los bárbaros ya han superado la primera muralla, no hay tiempo de buscarlo- contestó el soldado.
-Señor por favor –suplicó la mujer llorando y dejándose caer al suelo mientras cogía con fuerza el pantalón del capitán- es solo un niño.
-¿Dónde lo vio por última vez? –le pregunté.
-allí –contestó entre sollozos señalando hacia el largo camino que llevaba al castillo -llevaba a mi hija de dos años en brazos, él iba cogido de su hermano y se le soltó. Por favor…-siguió gimiendo.
Me cogí de las crines de mi montura y salí por la puerta a toda velocidad. La gente que estaba terminando de entrar, me miraron sorprendidos mientras me dirigía hacia el lado contrario.
-¡ Es una locura! –oí al capitán a mis espaldas.
Salí por la puerta a toda velocidad haciendo caso omiso a las advertencias de aquel hombre, cabalgué como alma que lleva el diablo, bajando por la calle principal, no me costó mucho encontrar entre la polvareda y en la linde del camino a un pequeño sollozando, completamente aterrado, con lagrimas en los ojos. El ruido de las monturas barbarás cabalgando hacia el castillo era ensordecedor, el suelo temblaba bajo las cascos del caballo por lo que parecía que los teníamos encima, no teníamos mucho tiempo si queríamos continuar con vida.
Alargue mi mano, dejando caer mi cuerpo a un lado y asiéndome fuerte a las crines, cogí el cuerpo del muchacho. El caballo giró con rapidez poniendo rumbo al castillo de nuevo.
Senté al muchacho frente a mí, su cuerpo estaba completamente rígido, aunque podía notarlo temblar como una hoja.
-¡tranquilo pequeño, pronto estarás con tu madre!
El alarido de los bárbaros, se acercaba cada vez mas.
Podía notar el sudor cálido de la montura, su corazón bombeaba con fuerza mientras sus patas empujaban con fuerza sobre el suelo adoquinado del camino, levantando en ocasiones guijarros de piedra que se quebraban al pisar, debíamos de alcanzar como fuera el puente levadizo del castillo que estaba empezando a subir, tire mi pecho hacia delante empujando el cuerpo del chico en el momento en el que una sibilante lluvia de flechas comenzó a caer sobre nosotros.
-¡Baja la cabeza! –Grité al pequeño, que obedeció de inmediato -¡vamos!
Una de las flechas impactó con fuerza en mi hombro, notando como su punta me atravesaba, el dolor me hizo aflojar la mano, pero me enganche fuertemente con las piernas, y recobrando la posición, continúe hacia el castillo.
Una lluvia de flechas pasó sobre nosotros cayendo sobre los bárbaros. El sonido de los cascos se detuvo acompañado del relinchar de varios caballos posiblemente heridos, pero los alaridos de las bestias que los montaban no cesaron, alcé la vista hacia la muralla, allí los arqueros provistos de armadura de cuero tachonado y un pequeño yelmo, se distribuían por toda la muralla, protegidos por las almenas y guiados por su capitán, comenzaron su ataque nada mas tuvieron al enemigo a tiro, siguiendo las indicaciones del maestro arquero.
Los barbaros sintieron el dolor al caer las flechas sobre ellos, pero no el miedo, aquellos salvajes no temían a la muerte, temían mas a Randulf.
-¡vamos! –alenté al caballo aprovechando la situación, encogiendo mi cuerpo para acompañar su extraordinario salto hacia nuestra salvación.
El caballo alcanzó el puente levadizo y a toda velocidad entro en el patio de armas. Tras nuestra entrada, bajó el rastrillo y la puerta se cerró.
Lo habíamos conseguido, pensé mientras golpeaba cariñosamente el cuello de la montura, y detenía su trepidante carrera, en un momento tuvimos a varias personas alrededor ofreciendo su ayuda, entre ellas, se encontraba la madre del pequeño, con los ojos como platos y un profundo gesto de preocupación por el estado de su retoño, bajé con cuidado al pequeño, y tras comprobar que no se encontraba herido, la madre lo apretó en un fuerte abrazo, yo me deslicé por la grupa del caballo cayendo de un salto sobre el polvoriento patio de armas
-Gracias señor, gracias –me dijo la angustiada madre besando mi mano.
-ya está a salvo –le dije a la mujer tranquilizándola.
El capitán se me acercó clavando sus ojos grises en los míos.
- Eres un hombre terco, y un loco, sin duda eres Höor Cannif, creo que es justo lo que necesito.
Le sonreí tendiéndole la mano y estrechándosela con fuerza.
-Bien, dejémonos de cumplidos, creo que ambos tenemos trabajo- le contesté.
-¡Espera Höor! –Me dijo Giuliana mientras se acercaba a mi.
-No hay tiempo, debo intentar subir la moral a los soldados, llenar sus corazones de esperanza para que desalojen de ellos el miedo que les atenaza.
-Vale, pero primero deberías dejar que me ocupara de eso- Dijo mientras señalaba mi hombro.
¡Mierda!, con el calor de la batalla apenas me había dado cuenta de que aún llevaba una flecha clavada en el hombro, me dí la vuelta y dejé que Giuliana la extrajera para luego imponer las manos y con un melodioso rezo, cerrar la herida, aunque aún me seguía doliendo, al menos no sangraba y podía mover el brazo con soltura, pues me haría falta.
El capitán volvió a dirigirse a mí -Apenas disponemos de cincuenta soldados, y me desalienta decirte que la inmensa mayoría no han entrado en batalla jamás –añadió el capitán.
Mire a mí alrededor, la gente nos miraba atónita y llena de miedo.
-Creo que disponemos de mucho mas –le contesté montando sobre el caballo de un salto para que todos me vieran y escucharan.
- ¡Los barbaros de Randulf están ahí fuera, ¿los oís? Vienen a aniquilarlo todo a su paso, y no hacen prisioneros, os mataran!
Puede que muchos de vosotros, inclusive yo mismo no veamos salir el sol tras la muralla, y si éste es nuestro destino ¡que así sea!, ¡que el linaje de nuestros pueblos nos den nuestro lugar entre ellos, el lugar donde viven los valientes para siempre!
Hice una pausa mientras paseaba al trote frente a los campesinos
-¡Veo en vuestros ojos el mismo miedo que encoje mi corazón, y que hace temblar mi alma!
¡Os llamo a luchar por todo aquello que amáis de esta tierra!
¡Luchad por vuestro futuro!
¡Luchad por vuestros hijos!
¡Lucharemos para que esos malditos demonios se arrepientan de haber venido frente a nuestros muros, ¡enviémoslos al infierno! –grité.
Los puños de aquellos hombres se alzaron mientras gritaban al unisonó, ahora en sus ojos no vi miedo, solo esperanza, valor, ganas de escribir sus destinos.
Bajé de un salto del caballo, y alce la vista mirando a mis compañeros.
-señora, habilita una sala con la ayuda de las mujeres, quiero un lugar donde se puedan sanar a los heridos. Busca todo lo que se necesite vendas, antibióticos, todo…tu ya me entiendes -le dije a la madre del niño.
-Atharal, saca todas las armas que nos puedan ser útiles de la armería, repártelas entre los hombres, y si alguna mujer sabe luchar, también.
-Kala, quiero aceite hirviendo en el pasillo de la muralla, vamos a quemarlos vivos, también quiero un fuego en el patio de armas y la mayor cantidad de arqueros frente a él.
-Ulf asegúrate de que algún soldado se lleve a los niños y algunas mujeres que los cuiden a la torre del homenaje, allí será donde nos atrincheremos si el resto de defensas cae, allí protegeremos lo más valioso, el futuro.
Todos obedecieron mis órdenes, demostrando así su fe ciega en mí.
Höor Cannif- Realeza Neerlandesa
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Fecha de inscripción : 21/09/2016
Localización : el placentero infierno de tus piernas.
Re: krigen (Privado)
Surcaba los cielos en su extensión más amplia, elevándose solitaria sobre los septentrionales bosques de Escandinavia; mientras sus alas cortaban el aire con magnificencia, ella se posicionaba en el firmamento como la reina, planeando a gran altura y disfrutando del viento colarse entre sus plumas. Era el día de volver a casa, el único de los trescientos sesenta y cinco en el que se revestiría en su forma humana. No recordaba como lucía, tampoco sabía qué tanto había cambiado su cuerpo. Habían transcurrido varios años desde la última vez que se vio en un espejo; Su propio rostro le era un misterio y lo único que realmente le constaba era que, seguido a la deformación de sus huesos, mágicamente, le aparecerían dos piernas y un par de útiles pulgares opuestos; a ciencia cierta, eran lo único que encontraba favorable de aquella apariencia.
Inclinó su vuelo cuando sintió hambre; le apetecía un bocadillo antes de retomar el vuelo hacia Eliosthar, donde, expectantes por su arribo, le esperaban los pobladores del condado y por supuesto, su padre. Buscando paciente y con mirada certera el águila halló la presa perfecta: una pequeña marmota se apresuraba desprevenida sobre el pastizal. Ira zigzageó a vuelo raso, anulando su presencia entre las laderas y burlando la férrea vigilancia de los roedores que chillaban en alerta, advirtiéndole al despistado camarada de la presencia del águila que le vigilaba.
Se desplegó en picada con el objetivo fijo en su mirada y de un zarpazo le clavó las garras llevándole consigo de vuelta a las alturas, mientras, resguardados al umbral de sus madrigueras, sus semejantes lo veían ser raptado hacia una muerte segura. El animal se retorció agresivamente entre sus patas, pero al encajarle las uñas más al interior, este, se congeló.
Aterrizó sobre una formación rocosa a varios kilómetros de distancia del castillo. Allí colocó a su presa, ya atontada por la pérdida de sangre, y entonces le dio la estocada final. Clavó su pico en la carne del animal y se ocupó en saciar su apetito. Con el festín en el estómago, Ira no alcanzó a percibir a tiempo la presencia de un grupo de maliciosos hombres que comenzaron a lanzarle piedras. Su dolor parecía causarles mucha gracia.
Extendió sus alas y chilló tratando de espantarlos, pero no funcionó. Estuvo a punto de hacer relucir sus ojos, pero tampoco fue necesario pues, otro hombre de aspecto más serio e intimidante les ordenó que dejaran de hinchar las pelotas y volvieran a la formación. A regañadientes los bárbaros obedecieron.
El águila giró su cuello y observó un masivo grupo de hombres que se movía en una sola dirección, un rumbo que ella conocía mejor que a sí misma: el camino a Eliosthar. Era un grupo considerablemente grande como para no prestarle cuidado, reacción que, a decir verdad, hubiese sido más propia de Ira de no ser porque se trataba de su gente. Por donde se viera, el semblante de la situación no daba buena espina.
Dejó a un lado la presa. Sus ojos centellaron áureos, sus huesos se amoldaron una vez más y sus plumas se tinturaron negras sobre la envergadura y blancas en el pecho; el halcón se apoderó de su corporeidad. Soltó un chillido, extendió sus alas y se lanzó al aire nuevamente. El grupo de bárbaros estaba a un aproximado de tres horas de distancia de la ciudad, dos y media si apresuraban el paso, aunque, en la forma que moldeaba su cuerpo, ella necesitaría menos de la mitad del tiempo para llegar.
Voló rauda por los cielos, con sus alas, imponentes, ondeando contra el viento y pronto avistó el castillo a lo lejos. Era la fiesta de la ciudad y el bullicio propio del festejo no se hizo esperar.
Las cornetas resonaron a su llegada y el mismísimo conde, su padre, se apresuró ansioso a la entrada para darle la bienvenida. Tan pronto como tocó tierra la algarabía de la celebración fue mayor y pronto una multitud rodeó el espacio donde ella aterrizó. Sus huesos se quebraron y alargaron, las plumas se desvanecieron y pronto la figura que se alzó fue la de una esbelta mujer de piel pálida, ojos color zafiro y una larga y lisa cabellera castaña. Los pobladores aclamaron su transformación, la buena fortuna había llegado.
La mirada de Ira era penetrante y su semblante se mostraba austero, carente de emoción. Su padre se acercó a ella, le dio un beso en la frente y cubrió su cuerpo desnudo colocándole una fina tela por encima de los hombros; Ira arrugó la nariz, el hombre apestaba a alcohol. Sus hermanos, por el contrario, permanecieron bajo el umbral del castillo, observando la escena con cara de pocos amigos.
La castaña permaneció inmóvil hasta que Falker le señaló el camino con una mano, acogiendo su espalda cálidamente con la otra. Entonces avanzó directo hacia el interior del castillo con el jolgorio de la gente a sus espaldas. Las puertas se cerraron tras ella. Iba a escupir la información que traía sin miramientos, pero un guardia se acercó interrumpiendo antes de poder siquiera pronunciar palabra.
— Conde, los prisioneros… —comenzó vacilante— los forasteros, han estado encerrados todo el día e insisten en verle. Quisiera suger-
Falker observó al hombre con mirada fulminante, no tuvo que callarlo pues este frenó su discurso por sí mismo.
— Y encerrados seguirán hasta mañana — Gruñó sin mostrarse muy interesado— Estoy con mi hija, el mismísimo Odín podría tocar a mi puerta y aun así no lo atendería —Blasfemó sin culpas — vuelva a su puesto.
Un silencio incómodo se coló en la habitación, el conde acababa de retar a los dioses y a la creencia popular aquello jamás terminaba bien. Ira permaneció indiferente. El guardia se limitó a obedecer sin dar protesta.
— Hablar — titubeó la castaña cortando repentina la tensión; la sola palabra, sin contexto, carecía de significado, entonces aclaró la garganta y corrigió — Necesitamos… necesitamos hablar.
Resopló. Conocía el idioma, después de todo tenía un poco más de trece años cuando huyó, sin embargo, la falta de interacción social y humana comenzaba a atrofiar su capacidad comunicativa. Su progenitor se volvió a ella y su aspecto se suavizó ligeramente, entonces le atrapo el rostro entre las manos.
— Y lo haremos hija mía, en el banquete —Volvió su atención a las mozas que aguardaban equidistantes a la espera de sus órdenes y con un sutil movimiento de su mano, les dio luz verde a proceder.
Ira entreabrió los labios para protestar, pero una estampida de mujeres la arrastró fuera de la estancia y en dirección a una habitación en donde le limpiaron, vistieron y trenzaron el cabello, sin que nada pudiera hacer para oponerse.
Pronto se sintió abrumada. Tantas manos acercándose a ella, tocándola y acicalándola desataron una terrible ansiedad. No tenía intención alguna de lastimarlas, pero tampoco tenía más tiempo para perder. Sus ojos se encendieron, la orden era bastante clara, quería que se detuvieran y sin necesidad alguna de palabras, las mozas lo comprendieron.
Buscó a su padre por toda la edificación y cuando lo encontró, a las puertas del castillo, bebiendo el contenido de una grande jarra en compañía de su escolta, se apresuró hasta él.
— Hombres vienen —Soltó sin más, recobrando el aliento una vez estuvo frente a su progenitor — Malos hombres…
Tanto el conde como su acompañante la observaron consternados, evidentemente no entendía a qué se refería. El progenitor se carcajeó y le pidió privacidad al guardia con la mirada, quien se acomodó a un espacio prudencial.
— ¿De qué estás hablando, Vrede? — Indagó frunciendo el entrecejo confundido
Ira inhaló fuerte mientras rebuscaba las palabras adecuadas para hacerse entender.
— Los he visto en el camino… se acercan.
El hombre movió ligeramente su cabeza en negación y torció su boca en lo que pretendía ser una sonrisa, había bebido demasiado como para tomarla enserio. Incluso en su forma más humana el hombre la seguía viendo como un animal.
— No creo qu-
Un grito de horror hizo eco en la lejanía asfixiando el discurso de su padre; el bullicio de festejo cesó de inmediato. Ambos giraron la cabeza en búsqueda de la proveniencia del alarido, mas todo lo que pudieron apreciar fue consternación de los pobladores. A unos segundos del primero, uno nuevo resonó hasta ellos y, a parir de este, una oleada de voces se unieron generando un instantáneo tumulto.
Aún era pronto para que el grupo que ella avistó surcara el territorio; debían ser ellos un refuerzo, pues el primer ataque ya había comenzado.
Ira miró hacia todos los lados y observó a la gente desbandarse sin cuidado tras la puerta levadiza. El ambiente apestaba a pánico, las emociones humanas tendían a manifestarse en aromas y el olor a terror se inhalaba acre. Inspiró reiteradas veces y nuevas fragancias se agregaron a la mezcla hormonal; un ferroso almizcle de sudor y sangre fue captado por sus fosas nasales, tan fuerte que incluso a ella le causó cierta nausea.
Instintivamente dio un paso hacia camino hacia el desorden, dispuesta a actuar como la naturaleza mandaba. De ser ese hogar ajeno ya habría emprendido vuelo, mas era aquella la tierra que la vio nacer, su nido. Falker la agarró de la muñeca y detuvo en seco su avance, halándole hacia el interior del castillo.
— ¡Debemos ponernos a salvo!
Por instinto, Ira se soltó bruscamente, devolviéndole una mirada severa.
— Vrede… te necesito… nos necesitamos, somos una familia… una manada —Aclaró en términos con los que su hija pudiera simpatizar — Sé que puedes entender eso… en esta forma que llevas, así como los lobos, sólo en manada se sobrevive.
La expresión de la joven se endureció aún más. La suplicas de su padre no eran suficientes para batallar su instinto.
— También hacen parte de manada — Señaló a la gente que corría despavorida
— No puedo hacer nada por ellos si estoy muerto
— No puedes hacer nada por ellos si mueren
No esperó respuesta, Ira se dio media vuelta y corrió en dirección al caos. Falker quiso detenerla, pero su escolta lo retuvo empujándolo al interior del edificio, era menester poner al conde al salvo junto a sus hijos.
Corrió hacia el alboroto y observó la puerta levadiza alzarse mientras, algunos curiosos espectadores se esforzaban por observar lo que acontecía al otro lado. Justo antes de cerrarse completamente, montando un magistral corcel, un hombre hizo su entrada triunfal con un niño en brazos. Incluso expulsando pavor por los poros, la multitud alabó el heroico hecho mientras la madre recibía a su pequeño.
Una vez recuperado de la agitación, el valeroso señor profirió un vehemente discurso en el que alentaba a los pobladores a tomar armas y luchar. Si bien el poderoso mensaje que cargaban las palabras no causó nada en Ira, quien entendía más bien poco de demonios e infierno, sí cumplió la labor con el resto del pueblo y aquello era lo único que tenía importancia.
Las tareas fueron repartidas y entonces, con la moral en alto, los habitantes hallaron cierta calma en la preparación al ataque. Como una colonia de hormigas, caminando por todos lados, todos se hicieron útiles con lo que más afinidad encontraron. Ira aguardó un instante, tratando de comprender la situación y cuando se percató del hombre que entregaba las armas, se acercó a paso firme hasta él.
Un sujeto estaba a punto de recibir su espada, pero la veloz mano de Ira la agarró primero del mango. El foráneo que la extendía la observó con suspicacia. “¿Sabes luchar?” le preguntó, mas Ira no le ofreció respuesta en palabras; el refulgir de sus ojos fue respuesta suficiente, incluso si no era la más exacta. No sabía batallar, no con armas mundanas, pero era fuerte y estaba dispuesta a rebanar la cabeza de cualquiera que osara enfrentarse a ella.
El otro hombre, a quien le robó el turno, la observó primero con molestia, mas al reconocerla dio un paso atrás exclamando su nombre al viento. “Vrede”. La mención llegó pronta a oídos de otros y entonces se transformó en un susurró que saltó de boca en boca. Hasta el momento, el ataque, el terror, la esperanza y la formidable presencia del hombre del corcel se habían ocupado de distraer la atención de los locales, sin embargo, ahora el interés giraba a su alrededor.
La buena fortuna lucharía también.
Era cierto que el forastero se ganó la confianza del pueblo mediante sus actos, pero incluso ya teniéndoles comprados, todos y cada uno de los pobladores aguardaron y la observaron, inquiriendo en ella algún tipo de absurda aprobación. Ira no alcanzaba a entender los motivos de tal comportamiento, pero sabía exactamente lo que aquellos hombres y mujeres necesitaban.
Se limitó a asentir ligeramente con la cabeza y aquello bastó para que, al unísono, el pueblo entero dejara escapar un efusivo clamor, uno que sólo encontraba cabida en la guerra.
Su mirada se deslizó parca en dirección al héroe que llevaba el mando, una única pregunta se plasmaba en su expresión: “¿Qué procede?”
Inclinó su vuelo cuando sintió hambre; le apetecía un bocadillo antes de retomar el vuelo hacia Eliosthar, donde, expectantes por su arribo, le esperaban los pobladores del condado y por supuesto, su padre. Buscando paciente y con mirada certera el águila halló la presa perfecta: una pequeña marmota se apresuraba desprevenida sobre el pastizal. Ira zigzageó a vuelo raso, anulando su presencia entre las laderas y burlando la férrea vigilancia de los roedores que chillaban en alerta, advirtiéndole al despistado camarada de la presencia del águila que le vigilaba.
Se desplegó en picada con el objetivo fijo en su mirada y de un zarpazo le clavó las garras llevándole consigo de vuelta a las alturas, mientras, resguardados al umbral de sus madrigueras, sus semejantes lo veían ser raptado hacia una muerte segura. El animal se retorció agresivamente entre sus patas, pero al encajarle las uñas más al interior, este, se congeló.
Aterrizó sobre una formación rocosa a varios kilómetros de distancia del castillo. Allí colocó a su presa, ya atontada por la pérdida de sangre, y entonces le dio la estocada final. Clavó su pico en la carne del animal y se ocupó en saciar su apetito. Con el festín en el estómago, Ira no alcanzó a percibir a tiempo la presencia de un grupo de maliciosos hombres que comenzaron a lanzarle piedras. Su dolor parecía causarles mucha gracia.
Extendió sus alas y chilló tratando de espantarlos, pero no funcionó. Estuvo a punto de hacer relucir sus ojos, pero tampoco fue necesario pues, otro hombre de aspecto más serio e intimidante les ordenó que dejaran de hinchar las pelotas y volvieran a la formación. A regañadientes los bárbaros obedecieron.
El águila giró su cuello y observó un masivo grupo de hombres que se movía en una sola dirección, un rumbo que ella conocía mejor que a sí misma: el camino a Eliosthar. Era un grupo considerablemente grande como para no prestarle cuidado, reacción que, a decir verdad, hubiese sido más propia de Ira de no ser porque se trataba de su gente. Por donde se viera, el semblante de la situación no daba buena espina.
Dejó a un lado la presa. Sus ojos centellaron áureos, sus huesos se amoldaron una vez más y sus plumas se tinturaron negras sobre la envergadura y blancas en el pecho; el halcón se apoderó de su corporeidad. Soltó un chillido, extendió sus alas y se lanzó al aire nuevamente. El grupo de bárbaros estaba a un aproximado de tres horas de distancia de la ciudad, dos y media si apresuraban el paso, aunque, en la forma que moldeaba su cuerpo, ella necesitaría menos de la mitad del tiempo para llegar.
Voló rauda por los cielos, con sus alas, imponentes, ondeando contra el viento y pronto avistó el castillo a lo lejos. Era la fiesta de la ciudad y el bullicio propio del festejo no se hizo esperar.
Las cornetas resonaron a su llegada y el mismísimo conde, su padre, se apresuró ansioso a la entrada para darle la bienvenida. Tan pronto como tocó tierra la algarabía de la celebración fue mayor y pronto una multitud rodeó el espacio donde ella aterrizó. Sus huesos se quebraron y alargaron, las plumas se desvanecieron y pronto la figura que se alzó fue la de una esbelta mujer de piel pálida, ojos color zafiro y una larga y lisa cabellera castaña. Los pobladores aclamaron su transformación, la buena fortuna había llegado.
La mirada de Ira era penetrante y su semblante se mostraba austero, carente de emoción. Su padre se acercó a ella, le dio un beso en la frente y cubrió su cuerpo desnudo colocándole una fina tela por encima de los hombros; Ira arrugó la nariz, el hombre apestaba a alcohol. Sus hermanos, por el contrario, permanecieron bajo el umbral del castillo, observando la escena con cara de pocos amigos.
La castaña permaneció inmóvil hasta que Falker le señaló el camino con una mano, acogiendo su espalda cálidamente con la otra. Entonces avanzó directo hacia el interior del castillo con el jolgorio de la gente a sus espaldas. Las puertas se cerraron tras ella. Iba a escupir la información que traía sin miramientos, pero un guardia se acercó interrumpiendo antes de poder siquiera pronunciar palabra.
— Conde, los prisioneros… —comenzó vacilante— los forasteros, han estado encerrados todo el día e insisten en verle. Quisiera suger-
Falker observó al hombre con mirada fulminante, no tuvo que callarlo pues este frenó su discurso por sí mismo.
— Y encerrados seguirán hasta mañana — Gruñó sin mostrarse muy interesado— Estoy con mi hija, el mismísimo Odín podría tocar a mi puerta y aun así no lo atendería —Blasfemó sin culpas — vuelva a su puesto.
Un silencio incómodo se coló en la habitación, el conde acababa de retar a los dioses y a la creencia popular aquello jamás terminaba bien. Ira permaneció indiferente. El guardia se limitó a obedecer sin dar protesta.
— Hablar — titubeó la castaña cortando repentina la tensión; la sola palabra, sin contexto, carecía de significado, entonces aclaró la garganta y corrigió — Necesitamos… necesitamos hablar.
Resopló. Conocía el idioma, después de todo tenía un poco más de trece años cuando huyó, sin embargo, la falta de interacción social y humana comenzaba a atrofiar su capacidad comunicativa. Su progenitor se volvió a ella y su aspecto se suavizó ligeramente, entonces le atrapo el rostro entre las manos.
— Y lo haremos hija mía, en el banquete —Volvió su atención a las mozas que aguardaban equidistantes a la espera de sus órdenes y con un sutil movimiento de su mano, les dio luz verde a proceder.
Ira entreabrió los labios para protestar, pero una estampida de mujeres la arrastró fuera de la estancia y en dirección a una habitación en donde le limpiaron, vistieron y trenzaron el cabello, sin que nada pudiera hacer para oponerse.
Pronto se sintió abrumada. Tantas manos acercándose a ella, tocándola y acicalándola desataron una terrible ansiedad. No tenía intención alguna de lastimarlas, pero tampoco tenía más tiempo para perder. Sus ojos se encendieron, la orden era bastante clara, quería que se detuvieran y sin necesidad alguna de palabras, las mozas lo comprendieron.
Buscó a su padre por toda la edificación y cuando lo encontró, a las puertas del castillo, bebiendo el contenido de una grande jarra en compañía de su escolta, se apresuró hasta él.
— Hombres vienen —Soltó sin más, recobrando el aliento una vez estuvo frente a su progenitor — Malos hombres…
Tanto el conde como su acompañante la observaron consternados, evidentemente no entendía a qué se refería. El progenitor se carcajeó y le pidió privacidad al guardia con la mirada, quien se acomodó a un espacio prudencial.
— ¿De qué estás hablando, Vrede? — Indagó frunciendo el entrecejo confundido
Ira inhaló fuerte mientras rebuscaba las palabras adecuadas para hacerse entender.
— Los he visto en el camino… se acercan.
El hombre movió ligeramente su cabeza en negación y torció su boca en lo que pretendía ser una sonrisa, había bebido demasiado como para tomarla enserio. Incluso en su forma más humana el hombre la seguía viendo como un animal.
— No creo qu-
Un grito de horror hizo eco en la lejanía asfixiando el discurso de su padre; el bullicio de festejo cesó de inmediato. Ambos giraron la cabeza en búsqueda de la proveniencia del alarido, mas todo lo que pudieron apreciar fue consternación de los pobladores. A unos segundos del primero, uno nuevo resonó hasta ellos y, a parir de este, una oleada de voces se unieron generando un instantáneo tumulto.
Aún era pronto para que el grupo que ella avistó surcara el territorio; debían ser ellos un refuerzo, pues el primer ataque ya había comenzado.
Ira miró hacia todos los lados y observó a la gente desbandarse sin cuidado tras la puerta levadiza. El ambiente apestaba a pánico, las emociones humanas tendían a manifestarse en aromas y el olor a terror se inhalaba acre. Inspiró reiteradas veces y nuevas fragancias se agregaron a la mezcla hormonal; un ferroso almizcle de sudor y sangre fue captado por sus fosas nasales, tan fuerte que incluso a ella le causó cierta nausea.
Instintivamente dio un paso hacia camino hacia el desorden, dispuesta a actuar como la naturaleza mandaba. De ser ese hogar ajeno ya habría emprendido vuelo, mas era aquella la tierra que la vio nacer, su nido. Falker la agarró de la muñeca y detuvo en seco su avance, halándole hacia el interior del castillo.
— ¡Debemos ponernos a salvo!
Por instinto, Ira se soltó bruscamente, devolviéndole una mirada severa.
— Vrede… te necesito… nos necesitamos, somos una familia… una manada —Aclaró en términos con los que su hija pudiera simpatizar — Sé que puedes entender eso… en esta forma que llevas, así como los lobos, sólo en manada se sobrevive.
La expresión de la joven se endureció aún más. La suplicas de su padre no eran suficientes para batallar su instinto.
— También hacen parte de manada — Señaló a la gente que corría despavorida
— No puedo hacer nada por ellos si estoy muerto
— No puedes hacer nada por ellos si mueren
No esperó respuesta, Ira se dio media vuelta y corrió en dirección al caos. Falker quiso detenerla, pero su escolta lo retuvo empujándolo al interior del edificio, era menester poner al conde al salvo junto a sus hijos.
Corrió hacia el alboroto y observó la puerta levadiza alzarse mientras, algunos curiosos espectadores se esforzaban por observar lo que acontecía al otro lado. Justo antes de cerrarse completamente, montando un magistral corcel, un hombre hizo su entrada triunfal con un niño en brazos. Incluso expulsando pavor por los poros, la multitud alabó el heroico hecho mientras la madre recibía a su pequeño.
Una vez recuperado de la agitación, el valeroso señor profirió un vehemente discurso en el que alentaba a los pobladores a tomar armas y luchar. Si bien el poderoso mensaje que cargaban las palabras no causó nada en Ira, quien entendía más bien poco de demonios e infierno, sí cumplió la labor con el resto del pueblo y aquello era lo único que tenía importancia.
Las tareas fueron repartidas y entonces, con la moral en alto, los habitantes hallaron cierta calma en la preparación al ataque. Como una colonia de hormigas, caminando por todos lados, todos se hicieron útiles con lo que más afinidad encontraron. Ira aguardó un instante, tratando de comprender la situación y cuando se percató del hombre que entregaba las armas, se acercó a paso firme hasta él.
Un sujeto estaba a punto de recibir su espada, pero la veloz mano de Ira la agarró primero del mango. El foráneo que la extendía la observó con suspicacia. “¿Sabes luchar?” le preguntó, mas Ira no le ofreció respuesta en palabras; el refulgir de sus ojos fue respuesta suficiente, incluso si no era la más exacta. No sabía batallar, no con armas mundanas, pero era fuerte y estaba dispuesta a rebanar la cabeza de cualquiera que osara enfrentarse a ella.
El otro hombre, a quien le robó el turno, la observó primero con molestia, mas al reconocerla dio un paso atrás exclamando su nombre al viento. “Vrede”. La mención llegó pronta a oídos de otros y entonces se transformó en un susurró que saltó de boca en boca. Hasta el momento, el ataque, el terror, la esperanza y la formidable presencia del hombre del corcel se habían ocupado de distraer la atención de los locales, sin embargo, ahora el interés giraba a su alrededor.
La buena fortuna lucharía también.
Era cierto que el forastero se ganó la confianza del pueblo mediante sus actos, pero incluso ya teniéndoles comprados, todos y cada uno de los pobladores aguardaron y la observaron, inquiriendo en ella algún tipo de absurda aprobación. Ira no alcanzaba a entender los motivos de tal comportamiento, pero sabía exactamente lo que aquellos hombres y mujeres necesitaban.
Se limitó a asentir ligeramente con la cabeza y aquello bastó para que, al unísono, el pueblo entero dejara escapar un efusivo clamor, uno que sólo encontraba cabida en la guerra.
Su mirada se deslizó parca en dirección al héroe que llevaba el mando, una única pregunta se plasmaba en su expresión: “¿Qué procede?”
Ira- Cambiante Clase Alta
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Fecha de inscripción : 18/08/2017
Re: krigen (Privado)
El capitán colocaba a sus soldados a lo largo de la muralla, parecía estar trazando el plan de ataque. Subí a una de las torretas. Por primera vez y desde tan privilegiada posición, fui capaz de ver a lo que nos enfrentábamos, he de reconocer que el alma se me cayó a los pies. Alcé la vista a un cielo despejado, lleno de estrellas, en el que la luna llena, ajena a todo, lucía en su máximo esplendor. Allí recordé la serena mirada de madre, que como siempre, alentaba mis pasos. Quizás hoy volveríamos a encontrarnos, quizás hoy podría decirle cuanto la había echado de menos.
El ruido de los bárbaros me devolvió a la realidad, una inmensa marea ocupaba las calles colindantes al castillo hasta allá donde se perdía la vista. Allí abajo, la sangre bañaba el suelo, reflejándose en ella la luna dotándola de un color rojizo, era la sangre derramada por los soldados del castillo y por las gentes de la ciudad que no habían logrado ponerse a salvo tras los muros. La imagen era desoladora.
Los barbaros, la mayoría de ellos con el torso descubierto, y solo cubierto por pieles de oso, dejaban a la vista un cuerpo lleno de cicatrices, que indicaban la gran cantidad de batallas en las que habían salido victoriosos. Sus rostros pintados de rojo, les otorgaba una apariencia salvaje y aterradora.
Sus temidos rugidos eran atraídos por el viento hacia nosotros así como el humo de sus fulgentes antorchas, no pude evitar darme cuenta como en nuestras filas, le temblaban las piernas a más de uno.
-¡Preparaos! –grito el capitán alzando el brazo.
Saque mi arco y me uní a los arqueros.
Los barbaros se lanzaron salvajes al ataque, el suelo tembló de nuevo y el camino se lleno de una gran polvareda que los hacía medio invisibles.
El maestro arquero, equipado con su alza, calculó la inclinación de su arco, y los demás, imitaron su posición.
-¡Ahora! –grito de nuevo el capitán.
Las flechas volaron cortando el viento, haciendo caer a gran número de aquellos salvajes, mientras el resto, no paraban su envestida.
Un grupo de barbaros traían las escalinatas, para superar el foso y trepar por nuestras murallas. El capitán bajo la mano de nuevo, el ataque de los arqueros no se hizo esperar, y una lluvia de flechas hizo caer, a varios de los portadores de las escaleras, pronto sacaron unos escudos rudimentarios pero eficaces de madera para proteger su avance. Aunque eso también los hacía mucho más lentos.
Mis ojos se centraron en Uthur, un que comandaba aquel ejercito, el General de Randulf, que desde su montura y con una sonrisa maléfica guiaba a sus guerreros con ahínco hacia la batalla.
Tense mi arco colocando dos flechas y comencé a disparar, hice caer a un gran número de aquellos bastardos. Uthur no tardo mucho tiempo en percatarse de mi presencia y clavando su salvaje mirada en la mía, me sonrió desafiante. No aparté mis ojos sedientos de venganza de los suyos aceptando el desafío.
Ondeó su espada sobre la cabeza haciendo un alarde de fuerza.
-Höor, los niños están en la torre –me dijo Giuliana llegando a mi altura, haciéndome desviar la vista- casi todo está dispuesto como has pedido.
-¡Höor! -grito Kala desde el patio de armas- ¡los arqueros y el fuego!
Salte de la torreta y corrí por los pasillos cubriéndome de las flechas de los bárbaros, bajé por las escalinatas hasta llegar al patio.
Allí había una mujer que parecía ser adorada como una diosa por todos, sujetaba una espada y sus ojos me miraban fijos, como si esperara algo de mi.
Me detuve apenas un instante frente a ella nuestras respiraciones agitadas chocaron jadeantes or le exfuerzo.
-Lucha, si sabes hacerlo lucha, necesitaremos todas las manos posibles hoy -le dije sin mas desviando mi atención hacia el resto.
-¿Sabéis tirar? –les pregunte sin mayor dilación.
Algunos asintieron, otros se encogieron de hombros.
-No importa quiero que apuntéis hacia arriba y tenséis el arco lo máximo posible, no es necesario apuntar, solo quiero que os aseguréis de que las flechas superan la muralla, quiero que caigan sobre los bárbaros como la lluvia en otoño, ¿entendido?
Todos asintieron.
Cogí algo de hojarasca y la ate en la punta de mi flecha mostrándoles como lo hacía.
-quiero que hagáis lo mismo, que estoy haciendo con las tres primeras flechas que lancéis, echar sobre ellas aceite de quemar que hay en ese pozal y prenderlas con fuego, después lanzarlas. El resto irán sin fuego, serán invisibles ¿me entendéis?
Los hombres me miraban boquiabiertos, parecían no seguirme.
Las flechas de fuego las verán venir y detendrán con el escudo, pero las otras serán invisibles, los pillaran desprevenidos ¿entendéis? no sacaran el escudo acostumbrados a las de fuego y estas causaran muchas mas bajas. Yo os daré la señal desde arriba –dije señalando la muralla.
Todos asintieron.
-Höor -me llamó la madre del niño- ya está la zona de curación arreglada.
-Gracias, desafortunadamente, creo que nos será muy útil.
-Höor –me llamó el capitán.
Mire a Giuliana
-cuídate –le dije antes de volver a correr escaleras arriba hacia la muralla acompañado de esa mujer de enormes ojos y pelo lacio.
-No aguantaremos mucho mas, han superado el foso –me dijo cuando llegué a su altura -En cuanto empiecen a subir por las escaleras que han situado frente la muralla les lanzaremos el aceite hirviendo y las pesadas piedras. Una vez superen la muralla, que los dioses nos asistan.
-que así sea capitán –le respondí- espero que hoy los dioses estén de nuestra lado.
Saque mi arco, el ruido que hacían los bárbaros era brutal gritaban mientras subían por las escalinatas. Hice una seña a los improvisados arqueros del patio de armas, y la lluvia de flechas de fuego comenzó.
El aceite hirviendo cayo por las rudimentarias escaleras de madera, obligando a un buen grupo de bárbaros a caer precipitadamente sobre el foso entre alaridos de dolor.
Tras las tres flechas de fuego, empezó la lluvia invisible, que como tenía previsto causo muchas bajas, pero no las suficientes, los bárbaros llegaban como una avalancha de rocas colina abajo, y subían velozmente por las escalinatas de nuevo. Giuliana se puso en pie en la muralla del castillo abriendo los brazos, éstos comenzaron a temblar, mientras su rostro mostraba un gran esfuerzo.
Las flechas de los bárbaros no tardaron en centrar su objetivo y volaron hacia ella ferozmente.
-Giuliana –grité
Ante mis ojos las flechas caían al suelo partidas frente a él como si acabaran de chocar contra un muro invisible.
Miré a Ulf de reojo, él arco en mano disparaba a los bárbaros desde arriba sin apartar sus ojos de su mujer.
Giuliana tiro sus brazos hacia arriba, y una enorme ola proveniente del foso, golpeó sobre varias de las escalinatas, arrastrando con ella a los bárbaros, que se esforzaban por sujetarse a todo lo que se encontraban mientras el agua les engullía.
Seguí atacando, junto con el resto de arqueros. Alguna mujeres recogían a nuestros heridos por las flechas enemigas y los introducían en el interior.
-¡vamos subir cabrones! –oí la voz de Atharal, frente a una de las escaleras con el hacha en mano.
Los bárbaros estaban prácticamente frente a las almenas de nuestras murallas. Pese a nuestros esfuerzos por pararlos, subían más deprisa de lo que nosotros los deteníamos. Varios soldados quitaban los anclajes de las escaleras y las empujaban lanzando a los bárbaros contra el foso y el suelo, pero donde quitaban una, ellos ponían dos.
Los establos comenzaron a arder, las flechas de fuego enemigas estaban causando estragos. Varios hombres corrieron hacia allí, tratando de apagar el fuego con pozales llenos de agua del pozo.
Miré a la mujer que luchaba a mi lado, tomé su cintura volteandola antes de que una flecha que silbaba voraz como un halcón hacia su flecha impactara en ella.
De nuevo nuestras miradas se encontraron, fue apenas un segundo, la guerra no daba tiempo a presentaciones, solo a sobrevivir.
El ruido de los bárbaros me devolvió a la realidad, una inmensa marea ocupaba las calles colindantes al castillo hasta allá donde se perdía la vista. Allí abajo, la sangre bañaba el suelo, reflejándose en ella la luna dotándola de un color rojizo, era la sangre derramada por los soldados del castillo y por las gentes de la ciudad que no habían logrado ponerse a salvo tras los muros. La imagen era desoladora.
Los barbaros, la mayoría de ellos con el torso descubierto, y solo cubierto por pieles de oso, dejaban a la vista un cuerpo lleno de cicatrices, que indicaban la gran cantidad de batallas en las que habían salido victoriosos. Sus rostros pintados de rojo, les otorgaba una apariencia salvaje y aterradora.
Sus temidos rugidos eran atraídos por el viento hacia nosotros así como el humo de sus fulgentes antorchas, no pude evitar darme cuenta como en nuestras filas, le temblaban las piernas a más de uno.
-¡Preparaos! –grito el capitán alzando el brazo.
Saque mi arco y me uní a los arqueros.
Los barbaros se lanzaron salvajes al ataque, el suelo tembló de nuevo y el camino se lleno de una gran polvareda que los hacía medio invisibles.
El maestro arquero, equipado con su alza, calculó la inclinación de su arco, y los demás, imitaron su posición.
-¡Ahora! –grito de nuevo el capitán.
Las flechas volaron cortando el viento, haciendo caer a gran número de aquellos salvajes, mientras el resto, no paraban su envestida.
Un grupo de barbaros traían las escalinatas, para superar el foso y trepar por nuestras murallas. El capitán bajo la mano de nuevo, el ataque de los arqueros no se hizo esperar, y una lluvia de flechas hizo caer, a varios de los portadores de las escaleras, pronto sacaron unos escudos rudimentarios pero eficaces de madera para proteger su avance. Aunque eso también los hacía mucho más lentos.
Mis ojos se centraron en Uthur, un que comandaba aquel ejercito, el General de Randulf, que desde su montura y con una sonrisa maléfica guiaba a sus guerreros con ahínco hacia la batalla.
Tense mi arco colocando dos flechas y comencé a disparar, hice caer a un gran número de aquellos bastardos. Uthur no tardo mucho tiempo en percatarse de mi presencia y clavando su salvaje mirada en la mía, me sonrió desafiante. No aparté mis ojos sedientos de venganza de los suyos aceptando el desafío.
Ondeó su espada sobre la cabeza haciendo un alarde de fuerza.
-Höor, los niños están en la torre –me dijo Giuliana llegando a mi altura, haciéndome desviar la vista- casi todo está dispuesto como has pedido.
-¡Höor! -grito Kala desde el patio de armas- ¡los arqueros y el fuego!
Salte de la torreta y corrí por los pasillos cubriéndome de las flechas de los bárbaros, bajé por las escalinatas hasta llegar al patio.
Allí había una mujer que parecía ser adorada como una diosa por todos, sujetaba una espada y sus ojos me miraban fijos, como si esperara algo de mi.
Me detuve apenas un instante frente a ella nuestras respiraciones agitadas chocaron jadeantes or le exfuerzo.
-Lucha, si sabes hacerlo lucha, necesitaremos todas las manos posibles hoy -le dije sin mas desviando mi atención hacia el resto.
-¿Sabéis tirar? –les pregunte sin mayor dilación.
Algunos asintieron, otros se encogieron de hombros.
-No importa quiero que apuntéis hacia arriba y tenséis el arco lo máximo posible, no es necesario apuntar, solo quiero que os aseguréis de que las flechas superan la muralla, quiero que caigan sobre los bárbaros como la lluvia en otoño, ¿entendido?
Todos asintieron.
Cogí algo de hojarasca y la ate en la punta de mi flecha mostrándoles como lo hacía.
-quiero que hagáis lo mismo, que estoy haciendo con las tres primeras flechas que lancéis, echar sobre ellas aceite de quemar que hay en ese pozal y prenderlas con fuego, después lanzarlas. El resto irán sin fuego, serán invisibles ¿me entendéis?
Los hombres me miraban boquiabiertos, parecían no seguirme.
Las flechas de fuego las verán venir y detendrán con el escudo, pero las otras serán invisibles, los pillaran desprevenidos ¿entendéis? no sacaran el escudo acostumbrados a las de fuego y estas causaran muchas mas bajas. Yo os daré la señal desde arriba –dije señalando la muralla.
Todos asintieron.
-Höor -me llamó la madre del niño- ya está la zona de curación arreglada.
-Gracias, desafortunadamente, creo que nos será muy útil.
-Höor –me llamó el capitán.
Mire a Giuliana
-cuídate –le dije antes de volver a correr escaleras arriba hacia la muralla acompañado de esa mujer de enormes ojos y pelo lacio.
-No aguantaremos mucho mas, han superado el foso –me dijo cuando llegué a su altura -En cuanto empiecen a subir por las escaleras que han situado frente la muralla les lanzaremos el aceite hirviendo y las pesadas piedras. Una vez superen la muralla, que los dioses nos asistan.
-que así sea capitán –le respondí- espero que hoy los dioses estén de nuestra lado.
Saque mi arco, el ruido que hacían los bárbaros era brutal gritaban mientras subían por las escalinatas. Hice una seña a los improvisados arqueros del patio de armas, y la lluvia de flechas de fuego comenzó.
El aceite hirviendo cayo por las rudimentarias escaleras de madera, obligando a un buen grupo de bárbaros a caer precipitadamente sobre el foso entre alaridos de dolor.
Tras las tres flechas de fuego, empezó la lluvia invisible, que como tenía previsto causo muchas bajas, pero no las suficientes, los bárbaros llegaban como una avalancha de rocas colina abajo, y subían velozmente por las escalinatas de nuevo. Giuliana se puso en pie en la muralla del castillo abriendo los brazos, éstos comenzaron a temblar, mientras su rostro mostraba un gran esfuerzo.
Las flechas de los bárbaros no tardaron en centrar su objetivo y volaron hacia ella ferozmente.
-Giuliana –grité
Ante mis ojos las flechas caían al suelo partidas frente a él como si acabaran de chocar contra un muro invisible.
Miré a Ulf de reojo, él arco en mano disparaba a los bárbaros desde arriba sin apartar sus ojos de su mujer.
Giuliana tiro sus brazos hacia arriba, y una enorme ola proveniente del foso, golpeó sobre varias de las escalinatas, arrastrando con ella a los bárbaros, que se esforzaban por sujetarse a todo lo que se encontraban mientras el agua les engullía.
Seguí atacando, junto con el resto de arqueros. Alguna mujeres recogían a nuestros heridos por las flechas enemigas y los introducían en el interior.
-¡vamos subir cabrones! –oí la voz de Atharal, frente a una de las escaleras con el hacha en mano.
Los bárbaros estaban prácticamente frente a las almenas de nuestras murallas. Pese a nuestros esfuerzos por pararlos, subían más deprisa de lo que nosotros los deteníamos. Varios soldados quitaban los anclajes de las escaleras y las empujaban lanzando a los bárbaros contra el foso y el suelo, pero donde quitaban una, ellos ponían dos.
Los establos comenzaron a arder, las flechas de fuego enemigas estaban causando estragos. Varios hombres corrieron hacia allí, tratando de apagar el fuego con pozales llenos de agua del pozo.
Miré a la mujer que luchaba a mi lado, tomé su cintura volteandola antes de que una flecha que silbaba voraz como un halcón hacia su flecha impactara en ella.
De nuevo nuestras miradas se encontraron, fue apenas un segundo, la guerra no daba tiempo a presentaciones, solo a sobrevivir.
Höor Cannif- Realeza Neerlandesa
- Mensajes : 976
Fecha de inscripción : 21/09/2016
Localización : el placentero infierno de tus piernas.
Re: krigen (Privado)
Sobrevivir implicaba adaptarse; batallar aquella guerra significaba acomodarse a su más mundana forma, pues era, en ese momento, su única opción para subsistir. La joven cambiante comprendía que los humanos, como algunas especies de animales, se regían bajo una estrategia de mando piramidal, en donde un líder, quien se encontraba en la cumbre de la formación, tomaba las decisiones y los demás se encargaban a hacer cumplir su plan. Su papel era ser parte de los demás y por ello, cuando su mirada se encontró con la del héroe, el caudillo, buscó en él una orden y fue esa, que él profirió entre jadeos, exactamente la que acató.
No necesitaba entender el plan de guerra o las ordenes que se les daban a los demás combatientes, lo único que se requería de ella era cumplir con cuanto le había sido mandado y a ello se limitó. Empuñó la espada en la zurda, sin tener mayor experiencia que la que su padre le instruyó de pequeña, y en la diestra desenfundó las zarpas del águila. Su táctica sería bastante simple, utilizar el arma para su defensa, frenar y desviar los ataques que los enemigos lanzaran con las suyas mientras la ofensiva se la confiaría a la fuerza de sus extremidades, en complemento con las filosas garras que sobresalían de sus dedos.
Resopló y se abalanzó a la contienda cuando los bárbaros burlaron los muros que protegían el castillo, ascendiendo raudos por los peldaños de las escalinatas que apoyaban sobre los merlones de piedra. En un principio, el instinto le llevó a arremeter en el momento en el que sus oponentes se encontraban mayormente desprotegidos, ese en el que alcanzaban la cima. Justo antes de poner pie en el interior, Ira ancló las zarpas en sus pechos desnudos y de allí los impulsó por los aires hacia el exterior, tal y como si fuesen muñecos de trapo, procediendo a tumbar de una patada las escaleras por las que escalaban tantos de sus feroces compañeros como cabían.
Repitió el proceso las veces que le fue posible, mas los salvajes les superaban en número y pronto fueron escasas las manos que frenaron el ascenso. Ira gruño y reforzó su agarre sobre la empuñadura, tensando la diestra dispuesta a atacar. Fue precisamente en ese momento en el cual el héroe tomó su cuerpo y lo apartó de la trayectoria de una veloz saeta que seguramente le hubiese atravesado la cabeza; estaba tan inmersa en la batalla que no habría caído en cuenta que el hombre batallaba a su lado de no ser por su oportuna intervención. Sus miradas se encontraron y ella entendió aquel efímero instante como una silenciosa advertencia, una lección: su atención debía ser omnipresente, era menester mantener la mirada tanto en las amenazas próximas como en las lejanas.
Apartó al hombre de un empellón cuando otra flecha se aproximó a ellos, cortando voraz el aire que los separaba. Una tercera flecha voló hacia su rostro, veloz Ira la detuvo con la mano por la varilla, quedando la afilada punta contra su nariz. Rápidamente, la castaña cambió la dirección de la saeta entre sus dedos y se la lanzó a uno de los bárbaros que daba salto triunfal sobre las almenas, atravesándole de lleno la garganta.
Sin vacilación en mente, se abalanzó sobre los salvajes que alcanzaron a ingresar. Justo como lo había pensado, blandió la espada con firmeza y apartó con ella los ataques de filosas hojas que buscaban su piel. Su mirada se encendió áurea e introdujo las garras en los ojos del salvaje que primero atacó, arrastrándolo con ellas hasta el precipicio, donde cayó sin suerte exclamando su dolor a pulmón herido. Justo tras el primero, un nuevo atacante se apresuró hacia ella asiendo su espada en alto dispuesto a rebanarle la cabeza. Ira se echó hacia atrás evadiendo el filoso acero y procedió a enderezarse rápida, aprovechando la amplitud en el curso del arma para anclar las garras al pecho del hombre, hundiéndolas profundo hasta el corazón, que, de un fuerte tirón, no titubeó en arrancar.
El desespero en el llamado retumbó en sus oídos, incluso al ser prácticamente un murmullo entre el bullicio propio de la guerra. Una aguja en un pajar. Ira volvió su cuello en todas las direcciones posibles en busca del emisor de tan agobiada invocación, mas no tuvo éxito alguno. La punta de un fierro cortó la piel de su vientre, despertándole de su momentánea ensoñación. Alcanzó a echarse para atrás antes de que la profundidad de la herida fuese mayor, sin embargo, la sangre comenzó a fluir escandalosa. Para su fortuna, el arma no estaba forjada en plata.
El acero del hombre impactó contra el suyo zafándolo de su agarre y entonces, al verle desarmada el bárbaro enarboló el arma, dejándola caer con fuerza hacia su cuello. La castaña contuvo el ataque con la mano desnuda, que sangró de inmediato al contacto. El hombre, por su parte, concentrado en hacer presión de su peso sobre el arma, a centímetros de la piel de la mujer, se descuidó de tal modo que con la diestra ella le incrustó las uñas en el cuello y las arrastró implacables hacia abajo, desgarrando con ellas todas entrañas en su camino.
El cuerpo sin vida del salvaje cayó a sus pies mientras el suyo se teñía de carmín. El llamado de su nombre resonó de nuevo en su sentido de la audición y fue entonces cuando encontró la procedencia del mismo. Mientras le llamaba con desespero, su padre, desde la primera planta, luchaba incesante contra los bárbaros que hicieron su camino hasta allí. No supo bien de qué se trataba en ese momento, pero una sensación reconfortante le invadió el alma.
Recuperó su espada y saltó al vació sin miramientos, cayendo en pie a pocos metros de su padre, quien no tardó en percatarse de su presencia. El hombre le sonrió en medio de su esfuerzo y ella asintió con expresión seria, aunque con cierto júbilo en el interior. Entonces, espada y garra, Ira hizo su camino hasta él, con quien luchó codo a codo durante el resto de la batalla.
Los minutos parecían horas y aquella comenzaba a sentirse como una guerra que nunca encontraría fin; sin embargo, a pesar de los números en su contra y las altas bajas en ambas partes, gracias al trabajo en conjunto entre forasteros y pobladores la defensa del castillo aún se mantenía en pie.
En medio del fulgor de la batalla, Ira perdió de vista a su progenitor. Inquieta, se movió veloz entre el campo, esquivando tantos filos como le fue posible sin detenerse a enfrentarlos. Intentó hacer uso del rastreo, mas los olores que invadían sus fosas nasales eran diversos.
Refunfuñó llena de frustración, mas la sensación se transformó en un torcijón de tripas cuando finalmente lo vio. Un bárbaro atravesaba el pecho de Falker sin piedad. Empujando el cuerpo abatido de su padre con el pie para liberar el acero de la carne.
Gritó. Un alarido lleno de rabia y dolor se escapó fuerte de sus cuerdas vocales. Había olvidado por completo el motivo por el cual renunció a su humanidad y la imagen que retenían sus pupilas se convertía en el vivo recordatorio de ello. La espada se resbaló de sus manos. Ser un animal era bastante sencillo, no necesitaba pensar o sentir más allá de sus necesidades básicas mientras ser humano conllevaba demoledoras sensaciones que se activaban al más mínimo estímulo y, ciertamente, era aquel uno grande.
Corrió a grandes zancadas hasta el cuerpo de su padre mientras se abría campo con sus garras, acogida por un arrebato de furia que bien podía hacer honor a su nombre. Desgarró, degolló y arrancó todo cuanto se interpuso en su camino, impregnándose sin remordimientos en la sangre se sus enemigos; no obstante, sin defensa alguna, un par de aceros alcanzaron a incrustársele profundos en los costados y el abdomen, impidiéndole alcanzar al asesino de su padre.
Bajo el ímpetu de la perdida, Ira, se mantuvo en pie y fiera pero cuando un filo de plata le atravesó de lleno por la espalda, la castaña sucumbió a la debilidad de su raza. A pocos metros observó el lánguido cuerpo de Falker, dando sus últimos respiros. El mismo bárbaro que lo apuñaló de frente se preparaba para decapitarlo con su espada.
Intentó reptar hasta su padre con las fuerzas que le restaban, empero, se ahogaba en su propia sangre y aunque su resistencia era sobrehumana, ya había cruzado el límite. De una patada en el abdomen, Ira quedó boca arriba. Su vista se nublaba y aunque no pudo apreciar el rostro de su atacante supo exactamente lo que procedía. La hoja centelló en lo alto, dispuesta a bajar implacable hasta tajarle el cuello y entonces ella apretó los parpados esperando un pronto encuentro con la muerte.
No necesitaba entender el plan de guerra o las ordenes que se les daban a los demás combatientes, lo único que se requería de ella era cumplir con cuanto le había sido mandado y a ello se limitó. Empuñó la espada en la zurda, sin tener mayor experiencia que la que su padre le instruyó de pequeña, y en la diestra desenfundó las zarpas del águila. Su táctica sería bastante simple, utilizar el arma para su defensa, frenar y desviar los ataques que los enemigos lanzaran con las suyas mientras la ofensiva se la confiaría a la fuerza de sus extremidades, en complemento con las filosas garras que sobresalían de sus dedos.
Resopló y se abalanzó a la contienda cuando los bárbaros burlaron los muros que protegían el castillo, ascendiendo raudos por los peldaños de las escalinatas que apoyaban sobre los merlones de piedra. En un principio, el instinto le llevó a arremeter en el momento en el que sus oponentes se encontraban mayormente desprotegidos, ese en el que alcanzaban la cima. Justo antes de poner pie en el interior, Ira ancló las zarpas en sus pechos desnudos y de allí los impulsó por los aires hacia el exterior, tal y como si fuesen muñecos de trapo, procediendo a tumbar de una patada las escaleras por las que escalaban tantos de sus feroces compañeros como cabían.
Repitió el proceso las veces que le fue posible, mas los salvajes les superaban en número y pronto fueron escasas las manos que frenaron el ascenso. Ira gruño y reforzó su agarre sobre la empuñadura, tensando la diestra dispuesta a atacar. Fue precisamente en ese momento en el cual el héroe tomó su cuerpo y lo apartó de la trayectoria de una veloz saeta que seguramente le hubiese atravesado la cabeza; estaba tan inmersa en la batalla que no habría caído en cuenta que el hombre batallaba a su lado de no ser por su oportuna intervención. Sus miradas se encontraron y ella entendió aquel efímero instante como una silenciosa advertencia, una lección: su atención debía ser omnipresente, era menester mantener la mirada tanto en las amenazas próximas como en las lejanas.
Apartó al hombre de un empellón cuando otra flecha se aproximó a ellos, cortando voraz el aire que los separaba. Una tercera flecha voló hacia su rostro, veloz Ira la detuvo con la mano por la varilla, quedando la afilada punta contra su nariz. Rápidamente, la castaña cambió la dirección de la saeta entre sus dedos y se la lanzó a uno de los bárbaros que daba salto triunfal sobre las almenas, atravesándole de lleno la garganta.
Sin vacilación en mente, se abalanzó sobre los salvajes que alcanzaron a ingresar. Justo como lo había pensado, blandió la espada con firmeza y apartó con ella los ataques de filosas hojas que buscaban su piel. Su mirada se encendió áurea e introdujo las garras en los ojos del salvaje que primero atacó, arrastrándolo con ellas hasta el precipicio, donde cayó sin suerte exclamando su dolor a pulmón herido. Justo tras el primero, un nuevo atacante se apresuró hacia ella asiendo su espada en alto dispuesto a rebanarle la cabeza. Ira se echó hacia atrás evadiendo el filoso acero y procedió a enderezarse rápida, aprovechando la amplitud en el curso del arma para anclar las garras al pecho del hombre, hundiéndolas profundo hasta el corazón, que, de un fuerte tirón, no titubeó en arrancar.
“Vrede”
El desespero en el llamado retumbó en sus oídos, incluso al ser prácticamente un murmullo entre el bullicio propio de la guerra. Una aguja en un pajar. Ira volvió su cuello en todas las direcciones posibles en busca del emisor de tan agobiada invocación, mas no tuvo éxito alguno. La punta de un fierro cortó la piel de su vientre, despertándole de su momentánea ensoñación. Alcanzó a echarse para atrás antes de que la profundidad de la herida fuese mayor, sin embargo, la sangre comenzó a fluir escandalosa. Para su fortuna, el arma no estaba forjada en plata.
El acero del hombre impactó contra el suyo zafándolo de su agarre y entonces, al verle desarmada el bárbaro enarboló el arma, dejándola caer con fuerza hacia su cuello. La castaña contuvo el ataque con la mano desnuda, que sangró de inmediato al contacto. El hombre, por su parte, concentrado en hacer presión de su peso sobre el arma, a centímetros de la piel de la mujer, se descuidó de tal modo que con la diestra ella le incrustó las uñas en el cuello y las arrastró implacables hacia abajo, desgarrando con ellas todas entrañas en su camino.
El cuerpo sin vida del salvaje cayó a sus pies mientras el suyo se teñía de carmín. El llamado de su nombre resonó de nuevo en su sentido de la audición y fue entonces cuando encontró la procedencia del mismo. Mientras le llamaba con desespero, su padre, desde la primera planta, luchaba incesante contra los bárbaros que hicieron su camino hasta allí. No supo bien de qué se trataba en ese momento, pero una sensación reconfortante le invadió el alma.
Recuperó su espada y saltó al vació sin miramientos, cayendo en pie a pocos metros de su padre, quien no tardó en percatarse de su presencia. El hombre le sonrió en medio de su esfuerzo y ella asintió con expresión seria, aunque con cierto júbilo en el interior. Entonces, espada y garra, Ira hizo su camino hasta él, con quien luchó codo a codo durante el resto de la batalla.
Los minutos parecían horas y aquella comenzaba a sentirse como una guerra que nunca encontraría fin; sin embargo, a pesar de los números en su contra y las altas bajas en ambas partes, gracias al trabajo en conjunto entre forasteros y pobladores la defensa del castillo aún se mantenía en pie.
En medio del fulgor de la batalla, Ira perdió de vista a su progenitor. Inquieta, se movió veloz entre el campo, esquivando tantos filos como le fue posible sin detenerse a enfrentarlos. Intentó hacer uso del rastreo, mas los olores que invadían sus fosas nasales eran diversos.
Refunfuñó llena de frustración, mas la sensación se transformó en un torcijón de tripas cuando finalmente lo vio. Un bárbaro atravesaba el pecho de Falker sin piedad. Empujando el cuerpo abatido de su padre con el pie para liberar el acero de la carne.
Gritó. Un alarido lleno de rabia y dolor se escapó fuerte de sus cuerdas vocales. Había olvidado por completo el motivo por el cual renunció a su humanidad y la imagen que retenían sus pupilas se convertía en el vivo recordatorio de ello. La espada se resbaló de sus manos. Ser un animal era bastante sencillo, no necesitaba pensar o sentir más allá de sus necesidades básicas mientras ser humano conllevaba demoledoras sensaciones que se activaban al más mínimo estímulo y, ciertamente, era aquel uno grande.
Corrió a grandes zancadas hasta el cuerpo de su padre mientras se abría campo con sus garras, acogida por un arrebato de furia que bien podía hacer honor a su nombre. Desgarró, degolló y arrancó todo cuanto se interpuso en su camino, impregnándose sin remordimientos en la sangre se sus enemigos; no obstante, sin defensa alguna, un par de aceros alcanzaron a incrustársele profundos en los costados y el abdomen, impidiéndole alcanzar al asesino de su padre.
Bajo el ímpetu de la perdida, Ira, se mantuvo en pie y fiera pero cuando un filo de plata le atravesó de lleno por la espalda, la castaña sucumbió a la debilidad de su raza. A pocos metros observó el lánguido cuerpo de Falker, dando sus últimos respiros. El mismo bárbaro que lo apuñaló de frente se preparaba para decapitarlo con su espada.
Intentó reptar hasta su padre con las fuerzas que le restaban, empero, se ahogaba en su propia sangre y aunque su resistencia era sobrehumana, ya había cruzado el límite. De una patada en el abdomen, Ira quedó boca arriba. Su vista se nublaba y aunque no pudo apreciar el rostro de su atacante supo exactamente lo que procedía. La hoja centelló en lo alto, dispuesta a bajar implacable hasta tajarle el cuello y entonces ella apretó los parpados esperando un pronto encuentro con la muerte.
Ira- Cambiante Clase Alta
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Fecha de inscripción : 18/08/2017
Re: krigen (Privado)
Varios bárbaros habían subido por el otro lado de la muralla, los soldados se enfrentaban a ellos espada en mano. Kala se movía con rapidez, como de costumbre escondiéndose en la noche, parecía invisible, degollaba a los bárbaros con tremenda facilidad, mientras la noche volvía a envolverla con su manto.
Vrede, la mujer diosa de este reino era salvaje en sus formas, depurados sus ataques, espada y garras se desenvolvía con soltura dando cruenta muerte a los que alcanzaban nuestra posición.
Pero cada vez había más enemigos sobre nuestro muro. Ulf espada en mano se enfrentaba sin descanso a un bárbaro tras otro, por su rostro resbalaban gotas de sudor y sangre, aparentaba cansado. Uno de los bárbaros le dio un golpe con la espada tirándolo al suelo, y volvió a elevar su espadón para rematarlo, pero eso no sucedió. Una flecha se clavo en su garganta cayendo sangrando sobre su espalda. Ulf se puso en pie y clavo sus ojos en los míos por un instante antes de volver a la batalla, golpeando con furia a otro de los bastardos haciéndolo caer al suelo, y rematándole con un golpe en la cabeza.
Un bárbaro lanzó su espada hundiéndola en el estomago de Giuliana, en su cara se dibujo una sonrisa mientras su cuerpo se desvanecía como el humo, ante la mirada atónita de su atacante. Giuliana apareció por detrás como un fantasma y atravesó el cuerpo de su enemigo con la mano, sacándola de un golpe seco mientras el bárbaro caía inerte al suelo. Sacudió su mano que había adquirido la forma de una garra, para quitarse los restos de sangre y carne.
Los bárbaros habían invadido la muralla por varios sitios, y una vez se quitaban de encima a los pocos soldados que les cortaban el paso, buscaban como lobos el acceso a la puerta principal y la maquinaria del puente levadizo.
Seguí tratando de mermar el gran número de bárbaros que trepaban por las almenas, mientras los noveles soldados daban la vida por parar el avance de los pocos pero feroces bárbaros que conseguían saltar los muros. De repente, un ruido familiar acabó en un fuerte golpe fuera, en la base de la muralla, Giuliana, que se asomaba con cuidado por entre las almenas, confirmó mis sospechas. –Ha caído el puente, Höor. ¿Qué hacemos? -Me asomé sobre su hombro y pude ver varios bárbaros portando al trote un gran tronco afilado en forma de ariete. -¡Vamos! Hay que proteger la puerta. –Ulf y yo, intentamos bajar por una de las escalinatas de la muralla que daba acceso al patio de armas pero la gran cantidad de cadáveres y los barbaros que querían bajar también, mientras eran frenados por los soldados que resistían en el patio de armas, hacía que fuera bastante complicado, por lo que opté por saltar, tal y como hacía desde las altas secuoyas de mis bosques, pronto estuve en tierra, mientras Ulf, con una caída más lenta, aterrizó a mi lado ayudado por su bruja, dejando caer de una de sus manos, una pequeña pluma de lechuza.
En el patio, la mayoría de los soldados se concentraban junto a las escalinatas de la muralla y junto a la puerta, tratando de atrancarla lo más fuertemente posible, esperando los inminentes golpes del ariete, y al mismo tiempo, aniquilando a los pocos bárbaros que habían conseguido traspasar todas las defensas con la intención de abrir las puertas desde el interior. Allí se encontraba Atharal, hacha en ristre, formando una colina de cadáveres bárbaros frente a él, la expresión de la cara era de furia y rabia, nunca le había visto así. Y detrás de él, Giuliana, parecía entonar unas silenciosas plegarias a su dioses vudú, al parecer, en busca de algún tipo de ayuda mística. Varias mujeres con carretillas de madera, se llevaban a los soldados heridos al interior de la torre del homenaje, mientras unos cuantos soldados protegían su penoso trasiego por el patio. Frente a la torre del homenaje, y en impecable formación, una decena de hombres armados con imponentes espadas largas y grandes escudos alargados, hacían refulgir sus corazas a la luz de las antorchas, unos yelmos completos, adornados con extensas plumas rojas cubrían sus caras, y en sus escudos, un blasón que no parecía el de la ciudad.
El capitán de la guardia y otro puñado de soldados, protegían las escalinatas del otro lado del portón.
-¿Qué hacen? ¿Por qué están allí parados? –Interrogué a un soldado que pasó por mi lado, señalando a los paladines de la torre del homenaje. –Señor, son los Paladines del Rayo de Luna. –Me dijo como si eso sirviera de excusa ante su pasividad. Solté al soldado, que prosiguió su carrera hacia el grupo del capitán.
-¡Höor!, la puerta no aguantará mucho mas. –Giuliana me gritó, mientras estrellaba varios proyectiles luminosos que rasgaban la noche contra el pecho de sus enemigos, parando el avance que procedía de las escalinatas.
Miré hacia la puerta y pude ver que el recio tablón que cruzaba las dos hojas del portón ya había partido como un palillo, pero aún así, una fuerza invisible impedía el paso de los bárbaros, frente al portón, todos los soldados se apartaron esperando la inminente envestida de la caballería bárbara.
Me percate entonces de Vrede luchaba como el animal que era por aferrar a su padre muerto en combate, estaba siendo masacrada por los bárbaros del rey Randulf y aun así ella se mantenía en pie, con su vista fiera segando vidas con el ahincó de la misma Freya. Permanecía inmóvil en medio, su cuerpo temblaba como una hoja, pero aún así, no bajaba los brazos, que los tenía abiertos a ambos lados del cuerpo. Al ver que sus piernas se doblaban, me abalancé corriendo hacia ella, recogiéndola en mis brazos antes de que su cuerpo golpeara contra la tierra. La puerta se abrió de golpe con gran estruendo, sin tiempo de apartarnos, decidí encogerme en el suelo protegiendo su cuerpo empapado en sudor con el mío, estaba sudada, malherida, no había otra opción, la protegería a costa de mi vida, dando la espalda a la embestida bárbara. Oí el relinchar de los caballos y los gritos de los salvajes a escasos centímetros, varios caballos saltaron junto a nosotros y otros, cayeron derribados a tierra, levanté la vista y pude ver a Atharal interponiendo con sus fuertes brazos un gran tronco de la puerta destrozada sobre nuestras cabezas, ofreciéndonos cierta protección, su cara estaba desencajada del esfuerzo pero sus ojos, tranquilos, parecían estar en trance. Pronto dejé de ver nada, por la polvareda que levantaban los caballos enemigos.
Apreté mas fuerte a Vrede, noté varios golpes de cascos en la espalda y la laceración del frio acero en mi hombro derecho, otro golpe más en la cabeza casi consigue dejarme noqueado, pero conseguí mantener la conciencia mientras notaba como me resbalaba por la cara hacia la barbilla una gran cantidad de sangre a juzgar por el sabor salado y metálico. El aire era casi imposible de respirar, el hombro me dolía horrores y la cabeza me palpitaba como si me fuera a explotar, pero de pronto….la avalancha cesó, ya no caían mas piedras, y a juzgar por el movimiento de su pecho, Vrede seguía viva aunque había desfallecido del esfuerzo, levanté la cabeza, pero todo estaba borroso y en un silencio sepulcral, solo un leve pitido en mis oídos, pero por lo demás, todo se encontraba en paz, una figura borrosa se puso frente a mí, intenté enfocar lo que me pareció en un principio la cara de Atharal, parecía que movía los labios, pero de su boca no salió ni una sola palabra…
-¿Atharal?¿eres tú?, llama a Giuliana, ¡corre!, que cure a Vrede… -Atharal seguía borroso, pero cada vez podía distinguir mas facciones de su cara, seguía gesticulando y moviendo los labios sin hablar… de pronto, todo empezó a aparecer ante mis ojos y los sonidos de una cruenta batalla y la voz cavernosa de Atharal llegaron a mis oídos como la marea sube al atardecer, golpeando mi cabeza como a las rocas, produciéndome un profundo dolor.
-…..stas bien?, Höor, ¿estás bien? Contesta.
-…Ssss…, si, pon a Vrede a salvo, parece que se ha desmayado. ¡Vamos!, ella es una diosa para esta gente, han perdido al conde, ella es la heredera.
Llenó de rabia y una reconfortante locura. Me levanté de golpe al tiempo que sacaba mis gemelas del carcaj y las hacía bailar frente a mí, la caballería bárbara ya había entrado pero bastante mermada, la mayoría que no había sido rematada al caer de los caballos, luchaba a pié, y el resto, cabalgaban enloquecidos hacia la torre del homenaje. Me giré rápidamente hacia el exterior en el momento, en el que la retaguardia a pié de los bárbaros, pretendían entrar. Lancé un grito de furia al aire que vino de mis mismas entrañas, salía de mis pulmones y me abrasaba la garganta, apreté los dientes con fuerza y empecé a lanzar feroces tajos y estocadas a todo aquel bárbaro que pretendía cruzar el arco del portón, prácticamente no pensaba lo que hacía, me invadió la furia y solo veía ante mis ojos a mis enemigos caer, la sangre salpicaba, caían articulaciones cercenadas al suelo y varias cabezas rodaban entre los cuerpos que caían sobre la roja tierra del patio. He de reconocer que alguno de mis enemigos caían incluso antes de llegar a mi altura tocados por algún ángel negro de la muerte, o al menos eso es lo que ellos pensarían al ver la sombra de Kala pasar ante sus ojos antes de perder la vida. A mi lado, Ulf, daba buena cuenta del pobre incauto que intentaba rodearme para salir de aquella matanza.
Ya no quedaban bárbaros frente a las puertas de la muralla, por lo que giré sobre mis talones rumbo a meterme de lleno en la siguiente trifulca, pero Atharal y Kala, que acababa de descolgarse de una argolla del techo, se pusieron frente a mí.
-¡Vamos a por ellos!, aún queda sitio en el mango de mi hacha para unas cuantas mellas mas. –Me dijo animado Atharal, y nos lanzamos a la carrera hacia el centro del patio donde se desarrollaba en aquellos momentos la acción.
Según avanzamos, pudimos observar que ya no quedaban jinetes a caballo, los hombres caían bajo los furiosos ataques bárbaros, más curtidos en batalla que los humanos, pero sin embargo, frente a las puertas de la torre, la decena de paladines, daban buena cuenta de aquellos salvajes, su técnica era muy buena y depurada tratándose de humanos, su defensa era infranqueable y sus ataques no ofrecían oportunidad a ser contrarrestados, se movían en perfecta sincronía tapando todos sus flancos y golpeando contundentemente a sus enemigos, todo ello, sin separarse más de tres metros de la puerta. Cuando llegamos a la melé, tan solo tuvimos que batir a unos cuantos bárbaros con los pies convertidos mágicamente en piedra, que aún así daban un paso tras otro obcecados en llegar a su objetivo fuera el que fuera. Con lo que fue imposible coger a ninguno con vida.
El paisaje era desolador, varias mujeres seguían recogiendo a los heridos, mientras otras, arrodilladas frente a los cadáveres de sus seres queridos, lloraban sin consuelo su pérdida, algunos aldeanos seguían formando una cadena humana con cubos de agua tratando de apagar varios fuegos aún no extinguidos. Los jóvenes soldados que aún podían caminar, andaban desorientados por el patio de armas. El aire olía a sangre, sudor, madera quemada y…muerte.
-Höor, vamos a la enfermería, necesitas ayuda. - Kala parecía realmente preocupada por mí.
-Atharal, Kala, ¿Dónde están los demás? –Dije con una voz que no parecía la mía.
-Ulf está ayudando a controlar el fuego de las cuadras, dirige a los hombres y Giuliana se encuentra en la enfermería, tratando de ayudar a la diosa de estos hombres –Contestó Atharal.
-Pues vayamos a la enfermería. –Dije mientras guardaba las gemelas en el carcaj.
Vrede, la mujer diosa de este reino era salvaje en sus formas, depurados sus ataques, espada y garras se desenvolvía con soltura dando cruenta muerte a los que alcanzaban nuestra posición.
Pero cada vez había más enemigos sobre nuestro muro. Ulf espada en mano se enfrentaba sin descanso a un bárbaro tras otro, por su rostro resbalaban gotas de sudor y sangre, aparentaba cansado. Uno de los bárbaros le dio un golpe con la espada tirándolo al suelo, y volvió a elevar su espadón para rematarlo, pero eso no sucedió. Una flecha se clavo en su garganta cayendo sangrando sobre su espalda. Ulf se puso en pie y clavo sus ojos en los míos por un instante antes de volver a la batalla, golpeando con furia a otro de los bastardos haciéndolo caer al suelo, y rematándole con un golpe en la cabeza.
Un bárbaro lanzó su espada hundiéndola en el estomago de Giuliana, en su cara se dibujo una sonrisa mientras su cuerpo se desvanecía como el humo, ante la mirada atónita de su atacante. Giuliana apareció por detrás como un fantasma y atravesó el cuerpo de su enemigo con la mano, sacándola de un golpe seco mientras el bárbaro caía inerte al suelo. Sacudió su mano que había adquirido la forma de una garra, para quitarse los restos de sangre y carne.
Los bárbaros habían invadido la muralla por varios sitios, y una vez se quitaban de encima a los pocos soldados que les cortaban el paso, buscaban como lobos el acceso a la puerta principal y la maquinaria del puente levadizo.
Seguí tratando de mermar el gran número de bárbaros que trepaban por las almenas, mientras los noveles soldados daban la vida por parar el avance de los pocos pero feroces bárbaros que conseguían saltar los muros. De repente, un ruido familiar acabó en un fuerte golpe fuera, en la base de la muralla, Giuliana, que se asomaba con cuidado por entre las almenas, confirmó mis sospechas. –Ha caído el puente, Höor. ¿Qué hacemos? -Me asomé sobre su hombro y pude ver varios bárbaros portando al trote un gran tronco afilado en forma de ariete. -¡Vamos! Hay que proteger la puerta. –Ulf y yo, intentamos bajar por una de las escalinatas de la muralla que daba acceso al patio de armas pero la gran cantidad de cadáveres y los barbaros que querían bajar también, mientras eran frenados por los soldados que resistían en el patio de armas, hacía que fuera bastante complicado, por lo que opté por saltar, tal y como hacía desde las altas secuoyas de mis bosques, pronto estuve en tierra, mientras Ulf, con una caída más lenta, aterrizó a mi lado ayudado por su bruja, dejando caer de una de sus manos, una pequeña pluma de lechuza.
En el patio, la mayoría de los soldados se concentraban junto a las escalinatas de la muralla y junto a la puerta, tratando de atrancarla lo más fuertemente posible, esperando los inminentes golpes del ariete, y al mismo tiempo, aniquilando a los pocos bárbaros que habían conseguido traspasar todas las defensas con la intención de abrir las puertas desde el interior. Allí se encontraba Atharal, hacha en ristre, formando una colina de cadáveres bárbaros frente a él, la expresión de la cara era de furia y rabia, nunca le había visto así. Y detrás de él, Giuliana, parecía entonar unas silenciosas plegarias a su dioses vudú, al parecer, en busca de algún tipo de ayuda mística. Varias mujeres con carretillas de madera, se llevaban a los soldados heridos al interior de la torre del homenaje, mientras unos cuantos soldados protegían su penoso trasiego por el patio. Frente a la torre del homenaje, y en impecable formación, una decena de hombres armados con imponentes espadas largas y grandes escudos alargados, hacían refulgir sus corazas a la luz de las antorchas, unos yelmos completos, adornados con extensas plumas rojas cubrían sus caras, y en sus escudos, un blasón que no parecía el de la ciudad.
El capitán de la guardia y otro puñado de soldados, protegían las escalinatas del otro lado del portón.
-¿Qué hacen? ¿Por qué están allí parados? –Interrogué a un soldado que pasó por mi lado, señalando a los paladines de la torre del homenaje. –Señor, son los Paladines del Rayo de Luna. –Me dijo como si eso sirviera de excusa ante su pasividad. Solté al soldado, que prosiguió su carrera hacia el grupo del capitán.
-¡Höor!, la puerta no aguantará mucho mas. –Giuliana me gritó, mientras estrellaba varios proyectiles luminosos que rasgaban la noche contra el pecho de sus enemigos, parando el avance que procedía de las escalinatas.
Miré hacia la puerta y pude ver que el recio tablón que cruzaba las dos hojas del portón ya había partido como un palillo, pero aún así, una fuerza invisible impedía el paso de los bárbaros, frente al portón, todos los soldados se apartaron esperando la inminente envestida de la caballería bárbara.
Me percate entonces de Vrede luchaba como el animal que era por aferrar a su padre muerto en combate, estaba siendo masacrada por los bárbaros del rey Randulf y aun así ella se mantenía en pie, con su vista fiera segando vidas con el ahincó de la misma Freya. Permanecía inmóvil en medio, su cuerpo temblaba como una hoja, pero aún así, no bajaba los brazos, que los tenía abiertos a ambos lados del cuerpo. Al ver que sus piernas se doblaban, me abalancé corriendo hacia ella, recogiéndola en mis brazos antes de que su cuerpo golpeara contra la tierra. La puerta se abrió de golpe con gran estruendo, sin tiempo de apartarnos, decidí encogerme en el suelo protegiendo su cuerpo empapado en sudor con el mío, estaba sudada, malherida, no había otra opción, la protegería a costa de mi vida, dando la espalda a la embestida bárbara. Oí el relinchar de los caballos y los gritos de los salvajes a escasos centímetros, varios caballos saltaron junto a nosotros y otros, cayeron derribados a tierra, levanté la vista y pude ver a Atharal interponiendo con sus fuertes brazos un gran tronco de la puerta destrozada sobre nuestras cabezas, ofreciéndonos cierta protección, su cara estaba desencajada del esfuerzo pero sus ojos, tranquilos, parecían estar en trance. Pronto dejé de ver nada, por la polvareda que levantaban los caballos enemigos.
Apreté mas fuerte a Vrede, noté varios golpes de cascos en la espalda y la laceración del frio acero en mi hombro derecho, otro golpe más en la cabeza casi consigue dejarme noqueado, pero conseguí mantener la conciencia mientras notaba como me resbalaba por la cara hacia la barbilla una gran cantidad de sangre a juzgar por el sabor salado y metálico. El aire era casi imposible de respirar, el hombro me dolía horrores y la cabeza me palpitaba como si me fuera a explotar, pero de pronto….la avalancha cesó, ya no caían mas piedras, y a juzgar por el movimiento de su pecho, Vrede seguía viva aunque había desfallecido del esfuerzo, levanté la cabeza, pero todo estaba borroso y en un silencio sepulcral, solo un leve pitido en mis oídos, pero por lo demás, todo se encontraba en paz, una figura borrosa se puso frente a mí, intenté enfocar lo que me pareció en un principio la cara de Atharal, parecía que movía los labios, pero de su boca no salió ni una sola palabra…
-¿Atharal?¿eres tú?, llama a Giuliana, ¡corre!, que cure a Vrede… -Atharal seguía borroso, pero cada vez podía distinguir mas facciones de su cara, seguía gesticulando y moviendo los labios sin hablar… de pronto, todo empezó a aparecer ante mis ojos y los sonidos de una cruenta batalla y la voz cavernosa de Atharal llegaron a mis oídos como la marea sube al atardecer, golpeando mi cabeza como a las rocas, produciéndome un profundo dolor.
-…..stas bien?, Höor, ¿estás bien? Contesta.
-…Ssss…, si, pon a Vrede a salvo, parece que se ha desmayado. ¡Vamos!, ella es una diosa para esta gente, han perdido al conde, ella es la heredera.
Llenó de rabia y una reconfortante locura. Me levanté de golpe al tiempo que sacaba mis gemelas del carcaj y las hacía bailar frente a mí, la caballería bárbara ya había entrado pero bastante mermada, la mayoría que no había sido rematada al caer de los caballos, luchaba a pié, y el resto, cabalgaban enloquecidos hacia la torre del homenaje. Me giré rápidamente hacia el exterior en el momento, en el que la retaguardia a pié de los bárbaros, pretendían entrar. Lancé un grito de furia al aire que vino de mis mismas entrañas, salía de mis pulmones y me abrasaba la garganta, apreté los dientes con fuerza y empecé a lanzar feroces tajos y estocadas a todo aquel bárbaro que pretendía cruzar el arco del portón, prácticamente no pensaba lo que hacía, me invadió la furia y solo veía ante mis ojos a mis enemigos caer, la sangre salpicaba, caían articulaciones cercenadas al suelo y varias cabezas rodaban entre los cuerpos que caían sobre la roja tierra del patio. He de reconocer que alguno de mis enemigos caían incluso antes de llegar a mi altura tocados por algún ángel negro de la muerte, o al menos eso es lo que ellos pensarían al ver la sombra de Kala pasar ante sus ojos antes de perder la vida. A mi lado, Ulf, daba buena cuenta del pobre incauto que intentaba rodearme para salir de aquella matanza.
Ya no quedaban bárbaros frente a las puertas de la muralla, por lo que giré sobre mis talones rumbo a meterme de lleno en la siguiente trifulca, pero Atharal y Kala, que acababa de descolgarse de una argolla del techo, se pusieron frente a mí.
-¡Vamos a por ellos!, aún queda sitio en el mango de mi hacha para unas cuantas mellas mas. –Me dijo animado Atharal, y nos lanzamos a la carrera hacia el centro del patio donde se desarrollaba en aquellos momentos la acción.
Según avanzamos, pudimos observar que ya no quedaban jinetes a caballo, los hombres caían bajo los furiosos ataques bárbaros, más curtidos en batalla que los humanos, pero sin embargo, frente a las puertas de la torre, la decena de paladines, daban buena cuenta de aquellos salvajes, su técnica era muy buena y depurada tratándose de humanos, su defensa era infranqueable y sus ataques no ofrecían oportunidad a ser contrarrestados, se movían en perfecta sincronía tapando todos sus flancos y golpeando contundentemente a sus enemigos, todo ello, sin separarse más de tres metros de la puerta. Cuando llegamos a la melé, tan solo tuvimos que batir a unos cuantos bárbaros con los pies convertidos mágicamente en piedra, que aún así daban un paso tras otro obcecados en llegar a su objetivo fuera el que fuera. Con lo que fue imposible coger a ninguno con vida.
El paisaje era desolador, varias mujeres seguían recogiendo a los heridos, mientras otras, arrodilladas frente a los cadáveres de sus seres queridos, lloraban sin consuelo su pérdida, algunos aldeanos seguían formando una cadena humana con cubos de agua tratando de apagar varios fuegos aún no extinguidos. Los jóvenes soldados que aún podían caminar, andaban desorientados por el patio de armas. El aire olía a sangre, sudor, madera quemada y…muerte.
-Höor, vamos a la enfermería, necesitas ayuda. - Kala parecía realmente preocupada por mí.
-Atharal, Kala, ¿Dónde están los demás? –Dije con una voz que no parecía la mía.
-Ulf está ayudando a controlar el fuego de las cuadras, dirige a los hombres y Giuliana se encuentra en la enfermería, tratando de ayudar a la diosa de estos hombres –Contestó Atharal.
-Pues vayamos a la enfermería. –Dije mientras guardaba las gemelas en el carcaj.
Höor Cannif- Realeza Neerlandesa
- Mensajes : 976
Fecha de inscripción : 21/09/2016
Localización : el placentero infierno de tus piernas.
Re: krigen (Privado)
Como mujer, Ira no era una de adentrarse en cuestiones filosóficas, sin embargo, si aquella era su muerte, no se sentía exactamente como lo esperaba. Con los párpados apretados y la piel empapada en sudor, la castaña se removió sobre la camilla en la que se tendía su maltrecho cuerpo, víctima de punzantes contracciones que se extendían desde la transfixiante herida en su abdomen hacia sus terminaciones nerviosas, haciendo de la aflicción una insoportable. El estruendo de la guerra aún zumbaba en sus oídos y el hedor a muerte se mezclaba con el ferroso aroma de su propia sangre. Mantener el aliento era dificultoso, el aire que ingresaba hacia sus pulmones se tornaba lacerante y a pesar de que su temperatura iba en aumento, se estremecía ante una ilusoria percepción de frío.
Entreabrió los párpados y pudo distinguir por encima suyo una nebulosa figurilla que, tras pestañear un par de veces, reconoció como la hechicera que acompañaba al héroe. Las manos de la mujer se extendían sobre su herida, cubriéndola con cuidado mientras recitaba un cántico de palabras que no pudo reconocer, mas cuya intención fue clara al prestar atención a lo que ocurría con su cuerpo: podía sentirlo a detalle, las fibras de la carne rebanada se anudaban a un ritmo acelerado, incluso para su condición de cambiante; sin embargo, a pesar de que el conjuro declamado por la bruja era potente, la herida le atravesaba de lado a lado y era evidente que necesitaría por lo menos un par de días para sanar completamente.
Se relajó un instante. Los bramidos de guerra que resonaban fieros en el exterior habían cesado dando paso al silencio espectral de la noche que se teñía con gimoteos de agonía y pérdida. Como un huracán, el ejercito enemigo había arrasado con la mayor parte del pueblo y aquellos que quedaban en pie, se rendían ante el desconsuelo. Gruñó. Su humanidad era una real molestia, de la forma en la que se moldeaba su cuerpo sólo conocía dolor, uno que permanecía en ella sin dar tregua.
Ansiaba poder huir, volar alto, lejos y nunca más verse obligada a adoptar de nuevo la figura de la mujer, pues, ciertamente, ya nada le ataba a ella. Cerró los ojos y, más allá de ellos, presenció el momento exacto de la muerte de su padre. En una ráfaga de imágenes reproducidas por su mente, Ira evocó al hombre luchando jadeante por su vida, dando sus últimos alientos y, repentinamente, con la cabeza rodando sobre la húmeda tierra, dejando a su paso un río color carmín.
Entonces lo recordó.
Si bien era costumbre su regreso a la ciudad, aquella vez su arribo no fue enteramente cuestión de hábito. El ejercito enemigo había caído, pero con él habían perecido también cientos de los suyos, guerreros, hombres y mujeres del común que lucharon, no en vano, por mantener con vida a sus seres queridos y el honor de su pueblo. Las bajas eran grandes y gran parte de los muertos eran aquellos que se habían consagrado a luchar ¿Qué sucedería cuando las tropas de refuerzo golpearan sus puertas?
Ya ni siquiera quedaban puertas que golpear.
Alzó su torso de un solo esfuerzo, palideciendo inmediatamente ante el dolor consecuente al brusco movimiento. La hechicera la observó atónita, si bien el hechizo cumplía su función, no se encontraba cerca de sanar; que hubiese sobrevivido era todo un milagro, pero que se alzara tan prematuramente, de semejante forma, era algo insólito. Era simple y pura adrenalina.
La bruja insistió en que se recostara de nuevo, que permitiera a la magia hacer efecto. Ira no prestó cuidado a la recomendación y una vez recobró el aliento, giró la cabeza de un lado a otro en busca del héroe. No tuvo éxito.
— El héroe —Musitó con voz débil, la mujer la observó confusa — ¿Dónde está?
No alcanzó a brindarle respuesta completa cuando Ira, haciendo uso de su fortaleza, se puso en pie en un último impulso. Soltó un alarido que retumbó a lo largo de la enfermería, pero incluso con la espalda encorvada y las piernas temblorosas la castaña se las arregló para dar la primera pisada. La bruja desistió de persistencia y procedió a detenerla, sin embargo, abdicó a la tarea cuando ella le mostró sus ojos refulgentes en dorado.
Caminó inestable hacia la entrada, emitiendo uno que otro quejido que se escapaba delator e involuntario de sus labios, pero justo al cruzar el umbral de la habitación se encontró de frente con quien buscaba. Exhaló de alivio y apoyó el peso de su cuerpo exhausto sobre la pared. Con el conde muerto y sus herederos en la huida, aquel sujeto, cuyo nombre y procedencia desconocía, era la única esperanza su pueblo o, por lo menos, aquello aparentaba.
— Tienen que irse.
El tiempo apremiaba y era muy escaso como para escatimar en formalidades e incluso de haberlo, probablemente, Ira tampoco lo hubiese hecho. Como águila había visto la vasta milicia que se acercaba y no se necesitaba ser un genio para comprender que, esta vez, difícilmente correrían con la misma suerte.
— Vienen… — advirtió con la voz entrecortada. Un gemido de dolor le interrumpió antes de poder continuar — más bárbaros.
No puso sostenerse más, sus piernas flaquearon y, sin poder evitarlo, cayó extenuada sobre sus rodillas. Observó su herida, el vital líquido carmesí retomaba su caudaloso fluir. Apoyó las manos sobre la piedra del suelo e inhaló tanto aire como le fue posible en búsqueda de alivio, entonces alzó la mirada, anclando la suya en la del héroe.
— Los he visto, no podemos vencerlos… —Tosió abruptamente, de su boca expulsó también sangre. Inspiró — Todos los que puedan ponerse en pie, llévatelos…
Entreabrió los párpados y pudo distinguir por encima suyo una nebulosa figurilla que, tras pestañear un par de veces, reconoció como la hechicera que acompañaba al héroe. Las manos de la mujer se extendían sobre su herida, cubriéndola con cuidado mientras recitaba un cántico de palabras que no pudo reconocer, mas cuya intención fue clara al prestar atención a lo que ocurría con su cuerpo: podía sentirlo a detalle, las fibras de la carne rebanada se anudaban a un ritmo acelerado, incluso para su condición de cambiante; sin embargo, a pesar de que el conjuro declamado por la bruja era potente, la herida le atravesaba de lado a lado y era evidente que necesitaría por lo menos un par de días para sanar completamente.
Se relajó un instante. Los bramidos de guerra que resonaban fieros en el exterior habían cesado dando paso al silencio espectral de la noche que se teñía con gimoteos de agonía y pérdida. Como un huracán, el ejercito enemigo había arrasado con la mayor parte del pueblo y aquellos que quedaban en pie, se rendían ante el desconsuelo. Gruñó. Su humanidad era una real molestia, de la forma en la que se moldeaba su cuerpo sólo conocía dolor, uno que permanecía en ella sin dar tregua.
Ansiaba poder huir, volar alto, lejos y nunca más verse obligada a adoptar de nuevo la figura de la mujer, pues, ciertamente, ya nada le ataba a ella. Cerró los ojos y, más allá de ellos, presenció el momento exacto de la muerte de su padre. En una ráfaga de imágenes reproducidas por su mente, Ira evocó al hombre luchando jadeante por su vida, dando sus últimos alientos y, repentinamente, con la cabeza rodando sobre la húmeda tierra, dejando a su paso un río color carmín.
Entonces lo recordó.
Si bien era costumbre su regreso a la ciudad, aquella vez su arribo no fue enteramente cuestión de hábito. El ejercito enemigo había caído, pero con él habían perecido también cientos de los suyos, guerreros, hombres y mujeres del común que lucharon, no en vano, por mantener con vida a sus seres queridos y el honor de su pueblo. Las bajas eran grandes y gran parte de los muertos eran aquellos que se habían consagrado a luchar ¿Qué sucedería cuando las tropas de refuerzo golpearan sus puertas?
Ya ni siquiera quedaban puertas que golpear.
Alzó su torso de un solo esfuerzo, palideciendo inmediatamente ante el dolor consecuente al brusco movimiento. La hechicera la observó atónita, si bien el hechizo cumplía su función, no se encontraba cerca de sanar; que hubiese sobrevivido era todo un milagro, pero que se alzara tan prematuramente, de semejante forma, era algo insólito. Era simple y pura adrenalina.
La bruja insistió en que se recostara de nuevo, que permitiera a la magia hacer efecto. Ira no prestó cuidado a la recomendación y una vez recobró el aliento, giró la cabeza de un lado a otro en busca del héroe. No tuvo éxito.
— El héroe —Musitó con voz débil, la mujer la observó confusa — ¿Dónde está?
No alcanzó a brindarle respuesta completa cuando Ira, haciendo uso de su fortaleza, se puso en pie en un último impulso. Soltó un alarido que retumbó a lo largo de la enfermería, pero incluso con la espalda encorvada y las piernas temblorosas la castaña se las arregló para dar la primera pisada. La bruja desistió de persistencia y procedió a detenerla, sin embargo, abdicó a la tarea cuando ella le mostró sus ojos refulgentes en dorado.
Caminó inestable hacia la entrada, emitiendo uno que otro quejido que se escapaba delator e involuntario de sus labios, pero justo al cruzar el umbral de la habitación se encontró de frente con quien buscaba. Exhaló de alivio y apoyó el peso de su cuerpo exhausto sobre la pared. Con el conde muerto y sus herederos en la huida, aquel sujeto, cuyo nombre y procedencia desconocía, era la única esperanza su pueblo o, por lo menos, aquello aparentaba.
— Tienen que irse.
El tiempo apremiaba y era muy escaso como para escatimar en formalidades e incluso de haberlo, probablemente, Ira tampoco lo hubiese hecho. Como águila había visto la vasta milicia que se acercaba y no se necesitaba ser un genio para comprender que, esta vez, difícilmente correrían con la misma suerte.
— Vienen… — advirtió con la voz entrecortada. Un gemido de dolor le interrumpió antes de poder continuar — más bárbaros.
No puso sostenerse más, sus piernas flaquearon y, sin poder evitarlo, cayó extenuada sobre sus rodillas. Observó su herida, el vital líquido carmesí retomaba su caudaloso fluir. Apoyó las manos sobre la piedra del suelo e inhaló tanto aire como le fue posible en búsqueda de alivio, entonces alzó la mirada, anclando la suya en la del héroe.
— Los he visto, no podemos vencerlos… —Tosió abruptamente, de su boca expulsó también sangre. Inspiró — Todos los que puedan ponerse en pie, llévatelos…
Ira- Cambiante Clase Alta
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Fecha de inscripción : 18/08/2017
Re: krigen (Privado)
Me adentraba junto a mis amigos en la improvisada enfermería cuando fui sorprendido de lleno por la dama herida. Esa que los suyos imploraban como a una diosa en la que creían fervientemente, el alma de ese condado. La necesitaba, por Odin que la necesitaba para afrontar lo que llegara.
La sostuve entre mis brazos con firmeza cuando plagada de dolor se desmoronó frente a mi, sus ojos amarillos gritaban lo que no era capaz de decir con sus palabras.
Estaba herida, desbastada y sus dedos anclados a mi ensangrentada camisola así lo mostraban.
La alcé entre mis brazos dispuesto a llevarla de nuevo a su lecho.
-Te necesito viva, te necesitan viva Vrede.
No cesó en su empeño, luchaba contra mi, mi agarré era fuerte, su cuerpo débil y a mitad camino me detuve pues ella solo mostraba ante mi su parte mas salvaje.
Me hablaba de un enemigo que se acercaba, la guerra ni de lejos había terminado y eso era algo que parecía haber quedado claro ¿como lo había visto? No lo sabia, quizás en visiones, quizás era una oráculo, una diosa o un milagro, pero tenia que hacer algo.
Desvié mi mirada hacia Ulf y Atharal.
-Ulf, quiero que vayas al puerto, monta sobre los barcos amarrados a toda mujer y niño, prioriza sobre las madres que tengan mas hijos, escala los viajes de ese modo.
Este asintió.
Jugar a ser dios no era lo mio, pero si tenia que elegir el modo mas seguro de alejarse del infierno eran los barcos y allí montaría aquello que podía poblar el norte y alzar el día de mañana una espada, que me perdonara Odin por jugar a ser un dios, pero por el juraba que la decisión no dejaba de ser complicada.
Atharal, habla con la guardia, las fortalezas siempre tienen pasadizos, escapatorias para el rey o la nobleza que suele llevarlos a lugar seguro. Busca esa vía de escape y que la guardia saque por ahí en este orden, a toda mujer y niño restante, ancianos y por ultimo saldrán los hombres.
Clavé mis ojos en los de Giuliana, aseguraba que muchos de los heridos no iba a soportar el viaje, ese hecho bien lo conocía, yo mismo me ocuparía de eso llegado el momento.
-Ella a de venir, es la condesa, la esperanza para estas gentes, una diosa. Irá en el primer barco que zarpe y tu Giuliana te encargaras de que llegue viva a mis dominios. Es importante ¿lo entiendes?
Ulf asintió, la idea de que enviara a su esposa en el primer navío alivió sin duda el desazón del lobo, ambos sabíamos que ella no era una guerrera, su magia era muy poderosa pero había gastado mucha protegiéndonos a todos en esta contienda, necesitaba descanso aunque no lo dijera.
Sujeté con fuerza la mano de la joven condesa.
-Juro por Asgar que protegeré a tu gente como si fuera mía, yo guiaré a los que escapen por tierra, si todo va bien en una semana nos veremos en Akershus, mis fortaleza, allí podremos beber, hablar … tu condado caerá por el momento pues con ta pocos hombres nada se puede hacer por remediarlo, peor vendrán tiempos mejores, enfrentaremos a Randulf y le ganaremos, ahora has de reponerte, es necesario que estés fuerte para venideras guerras. Tu eres la esperanza de tu pueblo, no le quites eso a esos hombres que todo lo han perdido, ve, Giuliana te protegerá, lo juro.
La sostuve entre mis brazos con firmeza cuando plagada de dolor se desmoronó frente a mi, sus ojos amarillos gritaban lo que no era capaz de decir con sus palabras.
Estaba herida, desbastada y sus dedos anclados a mi ensangrentada camisola así lo mostraban.
La alcé entre mis brazos dispuesto a llevarla de nuevo a su lecho.
-Te necesito viva, te necesitan viva Vrede.
No cesó en su empeño, luchaba contra mi, mi agarré era fuerte, su cuerpo débil y a mitad camino me detuve pues ella solo mostraba ante mi su parte mas salvaje.
Me hablaba de un enemigo que se acercaba, la guerra ni de lejos había terminado y eso era algo que parecía haber quedado claro ¿como lo había visto? No lo sabia, quizás en visiones, quizás era una oráculo, una diosa o un milagro, pero tenia que hacer algo.
Desvié mi mirada hacia Ulf y Atharal.
-Ulf, quiero que vayas al puerto, monta sobre los barcos amarrados a toda mujer y niño, prioriza sobre las madres que tengan mas hijos, escala los viajes de ese modo.
Este asintió.
Jugar a ser dios no era lo mio, pero si tenia que elegir el modo mas seguro de alejarse del infierno eran los barcos y allí montaría aquello que podía poblar el norte y alzar el día de mañana una espada, que me perdonara Odin por jugar a ser un dios, pero por el juraba que la decisión no dejaba de ser complicada.
Atharal, habla con la guardia, las fortalezas siempre tienen pasadizos, escapatorias para el rey o la nobleza que suele llevarlos a lugar seguro. Busca esa vía de escape y que la guardia saque por ahí en este orden, a toda mujer y niño restante, ancianos y por ultimo saldrán los hombres.
Clavé mis ojos en los de Giuliana, aseguraba que muchos de los heridos no iba a soportar el viaje, ese hecho bien lo conocía, yo mismo me ocuparía de eso llegado el momento.
-Ella a de venir, es la condesa, la esperanza para estas gentes, una diosa. Irá en el primer barco que zarpe y tu Giuliana te encargaras de que llegue viva a mis dominios. Es importante ¿lo entiendes?
Ulf asintió, la idea de que enviara a su esposa en el primer navío alivió sin duda el desazón del lobo, ambos sabíamos que ella no era una guerrera, su magia era muy poderosa pero había gastado mucha protegiéndonos a todos en esta contienda, necesitaba descanso aunque no lo dijera.
Sujeté con fuerza la mano de la joven condesa.
-Juro por Asgar que protegeré a tu gente como si fuera mía, yo guiaré a los que escapen por tierra, si todo va bien en una semana nos veremos en Akershus, mis fortaleza, allí podremos beber, hablar … tu condado caerá por el momento pues con ta pocos hombres nada se puede hacer por remediarlo, peor vendrán tiempos mejores, enfrentaremos a Randulf y le ganaremos, ahora has de reponerte, es necesario que estés fuerte para venideras guerras. Tu eres la esperanza de tu pueblo, no le quites eso a esos hombres que todo lo han perdido, ve, Giuliana te protegerá, lo juro.
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Re: krigen (Privado)
Reencontrarse con las emociones que dependían de su humanidad era una tarea difícil, aún más cuando le costaba trabajo identificar la mayoría de ellas. Para Ira no era sencillo confiar en extraños, mas aquel que ella proclamaba como héroe se había probado a sí mismo, lo suficiente como para que el recelo, propio del animal que era, se redujera a una mínima expresión. Con semblante extenuado, la castaña asintió al fervoroso discurso del hombre, sin ánimo o fuerza alguna para replicar. No terminaba de comprender los motivos que lo impulsaban y la vehemencia con la que persistía en luchar y cuidar de un pueblo que no era el suyo, pero se fiaba de su instinto y en su interior reconocía que, de mantener esperanza alguna, la única que le restaba tomaba forma en aquel osado señor.
Suspiró. Alivió, así le llamaban, uno que alcanzaba a superar la dolencia física, a tal punto que, por un instante, juró sentir la aflicción esfumarse. El ilusorio peso que llevaba sobre los hombros había sido descargado y ya sin poder servirse de ese arrebato de adrenalina que le mantuvo en pie a pesar de la gravedad de sus heridas, su cuerpo maltrecho se desplomó por completo entre los brazos del hombre.
Lo que prosiguió no le fue muy claro. En conjunto a sus fuerzas, su consciencia se desvaneció y sólo volvió a ella por breves instantes, cortos momentos de lucidez que a penas y le dieron una pista del camino recorrido. Se vio a sí misma en los brazos de un joven soldado, quien le cargaba con cuidado a través de los conductos subterráneos del castillo, por los que, muy seguramente, sus hermanos escaparon tan pronto como se desató el infierno. Los murmullos temerosos de mujeres y niños hacían eco entre las estrechas paredes, contrastando con la calma voz de la hechicera que hacía un inútil esfuerzo por mantenerle despierta.
Un retazo de razón volvió a ella cuando el aroma a sal marina, en aleación con otras tantas fragancias que no le eran muy familiares, inundaron de lleno sus fosas nasales. Su nublada vista no le permitía detallar en demasía el lugar donde se encontraba, pero pudo apreciarlo como una habitación de reducido tamaño, cuya única entrada de luz era un ojo de buey en lo que supuso el mamparo de un navío. A su lado, como vigía, se encontraba una silueta femenina que, por percepción de aura rememoró como Giuliana, quien, persistente en la tarea que le había sido encomendada, evocaba su magia con el cántico que declamó antes en la enfermería, el mismo que aceleraba el proceso de sanación de las heridas.
El cuerpo lo sentía pesado y adormecido. Intento moverse, pero el ensayo, por supuesto, terminó en error. El choque de las olas contra la proa le revolvía las tripas, su cabeza palpitaba como si estuviese a punto de estallar y su piel ardía incluso aunque no llevaba cubierta encima. Soltó un quejido y se removió haciendo uso de la poca energía que le restaba. La mano de Giuliana se posó en su frente, mientras sus labios recitaban otro conjunto de inentendibles palabras. No supo bien si se trató de alguna alucinación, un delirio propio de la fiebre o un desvarío cercano a su fin, pero, a lo lejos, más allá del oleaje y los susurros, atendió al sonido de la muerte arrasando con todo aquello que, para más desgracia que fortuna, aún quedaba en pie.
Desistió a permanecer despierta, sumiéndose de nuevo en la densa oscuridad de la inconsciencia y para cuando recuperó de nuevo el conocimiento, habían arribado en Akershus.
El aposento que le asignaron era bastante sencillo, no contenía mucho más que la espaciosa cama sobre la cual yacía y un pequeño sillón ubicado a su costado derecho. Por el momento no tenía compañía. La hechicera cumplió su misión, le había salvado la vida. No sin esfuerzo Ira se alzó del lecho, haciendo a un lado las pesadas cobijas de piel que habían dispuesto a calentar su cuerpo. Se restregó el rostro y procedió a observarse a sí misma, levantando sin cuidado la ligera camisola que revestía su torso. La herida continuaba abierta, pero, a pesar de que aún le escocía, la profundidad de la lesión era ya mucho menor.
No estaba segura de cuánto tiempo transcurrió desde la guerra, pero apreciando el avance de su recuperación, pudo suponer que fueron al menos un par de días. Se apretó el vientre y se tambaleó en dirección a la puerta, tomando apoyo sobre ella en búsqueda de equilibrio. Suspiró. Una inquietante sensación de vacío le carcomía el estómago. No era hambre, tampoco dolor. Reconocía perfectamente sus necesidades básicas y aquello que le acogía no se asemejaba a ninguna de ellas, se trataba de algo más… algo más humano. Necesitaba saber qué había sucedido, cuántos habían sobrevivido y por qué no… quienes.
Vaciló en cruzar el umbral de la habitación, entendía que de afrontar lo que fuera que aguardase del otro lado, requeriría de aquello que deseaba escapar, su humanidad. Volvió la mirada hacia la ventana, sintiéndose tentada a cambiar de rumbo. No era una mujer, ni una diosa, ni mucho menos alguna clase de líder, era un animal y, ciertamente, su naturaleza era una cuestión que no se podía amoldar.
Separó sus manos de la puerta. Había hecho cuanto le fue posible por ayudar a su pueblo, pero ya no tenía nada más que ofrecer. Se apresuró en dirección a la ventana y lanzó una breve mirada al vacío sin temor a él. Estaba dispuesta a saltar, a extender sus alas, volar tan alto y lejos como el ave se lo permitiera y entonces nadie podría detenerla o, por lo menos, eso fue lo pensó antes de frenar en seco cuando escuchó la puerta abrirse de par en par.
Era él, el héroe. Había sobrevivido.
Suspiró. Alivió, así le llamaban, uno que alcanzaba a superar la dolencia física, a tal punto que, por un instante, juró sentir la aflicción esfumarse. El ilusorio peso que llevaba sobre los hombros había sido descargado y ya sin poder servirse de ese arrebato de adrenalina que le mantuvo en pie a pesar de la gravedad de sus heridas, su cuerpo maltrecho se desplomó por completo entre los brazos del hombre.
Lo que prosiguió no le fue muy claro. En conjunto a sus fuerzas, su consciencia se desvaneció y sólo volvió a ella por breves instantes, cortos momentos de lucidez que a penas y le dieron una pista del camino recorrido. Se vio a sí misma en los brazos de un joven soldado, quien le cargaba con cuidado a través de los conductos subterráneos del castillo, por los que, muy seguramente, sus hermanos escaparon tan pronto como se desató el infierno. Los murmullos temerosos de mujeres y niños hacían eco entre las estrechas paredes, contrastando con la calma voz de la hechicera que hacía un inútil esfuerzo por mantenerle despierta.
Un retazo de razón volvió a ella cuando el aroma a sal marina, en aleación con otras tantas fragancias que no le eran muy familiares, inundaron de lleno sus fosas nasales. Su nublada vista no le permitía detallar en demasía el lugar donde se encontraba, pero pudo apreciarlo como una habitación de reducido tamaño, cuya única entrada de luz era un ojo de buey en lo que supuso el mamparo de un navío. A su lado, como vigía, se encontraba una silueta femenina que, por percepción de aura rememoró como Giuliana, quien, persistente en la tarea que le había sido encomendada, evocaba su magia con el cántico que declamó antes en la enfermería, el mismo que aceleraba el proceso de sanación de las heridas.
El cuerpo lo sentía pesado y adormecido. Intento moverse, pero el ensayo, por supuesto, terminó en error. El choque de las olas contra la proa le revolvía las tripas, su cabeza palpitaba como si estuviese a punto de estallar y su piel ardía incluso aunque no llevaba cubierta encima. Soltó un quejido y se removió haciendo uso de la poca energía que le restaba. La mano de Giuliana se posó en su frente, mientras sus labios recitaban otro conjunto de inentendibles palabras. No supo bien si se trató de alguna alucinación, un delirio propio de la fiebre o un desvarío cercano a su fin, pero, a lo lejos, más allá del oleaje y los susurros, atendió al sonido de la muerte arrasando con todo aquello que, para más desgracia que fortuna, aún quedaba en pie.
Desistió a permanecer despierta, sumiéndose de nuevo en la densa oscuridad de la inconsciencia y para cuando recuperó de nuevo el conocimiento, habían arribado en Akershus.
El aposento que le asignaron era bastante sencillo, no contenía mucho más que la espaciosa cama sobre la cual yacía y un pequeño sillón ubicado a su costado derecho. Por el momento no tenía compañía. La hechicera cumplió su misión, le había salvado la vida. No sin esfuerzo Ira se alzó del lecho, haciendo a un lado las pesadas cobijas de piel que habían dispuesto a calentar su cuerpo. Se restregó el rostro y procedió a observarse a sí misma, levantando sin cuidado la ligera camisola que revestía su torso. La herida continuaba abierta, pero, a pesar de que aún le escocía, la profundidad de la lesión era ya mucho menor.
No estaba segura de cuánto tiempo transcurrió desde la guerra, pero apreciando el avance de su recuperación, pudo suponer que fueron al menos un par de días. Se apretó el vientre y se tambaleó en dirección a la puerta, tomando apoyo sobre ella en búsqueda de equilibrio. Suspiró. Una inquietante sensación de vacío le carcomía el estómago. No era hambre, tampoco dolor. Reconocía perfectamente sus necesidades básicas y aquello que le acogía no se asemejaba a ninguna de ellas, se trataba de algo más… algo más humano. Necesitaba saber qué había sucedido, cuántos habían sobrevivido y por qué no… quienes.
Vaciló en cruzar el umbral de la habitación, entendía que de afrontar lo que fuera que aguardase del otro lado, requeriría de aquello que deseaba escapar, su humanidad. Volvió la mirada hacia la ventana, sintiéndose tentada a cambiar de rumbo. No era una mujer, ni una diosa, ni mucho menos alguna clase de líder, era un animal y, ciertamente, su naturaleza era una cuestión que no se podía amoldar.
Separó sus manos de la puerta. Había hecho cuanto le fue posible por ayudar a su pueblo, pero ya no tenía nada más que ofrecer. Se apresuró en dirección a la ventana y lanzó una breve mirada al vacío sin temor a él. Estaba dispuesta a saltar, a extender sus alas, volar tan alto y lejos como el ave se lo permitiera y entonces nadie podría detenerla o, por lo menos, eso fue lo pensó antes de frenar en seco cuando escuchó la puerta abrirse de par en par.
Era él, el héroe. Había sobrevivido.
Ira- Cambiante Clase Alta
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Re: krigen (Privado)
Mis pasos sonaron huecos en la habitación, ella se encontraba asomada al ventanal, posiblemente dispuesta a emprender el vuelo, huir de su pueblo.
Durante el viaje, muchos fueron los relatos que me contaron sobre aquella mujer ave, la mayoría fantasiosos, la elevaban a la categoría de una diosa portadora de buena fortuna y en parte así había sido, de no avisarnos de la desgracia que se cernía sobre su condado, hubiéramos sido arrasados.
Muchas eran las bajas que su pueblo había sufrido a manos de los bárbaros y aberraciones de Randulf, la necesitaban porque esa muer representaba para los suyos la esperanza.
-Cuando nada mas tengas que dar, da esperanza, con eso bastará -apunté cuando la vi pararse en seco antes de saltar la inmenso vació que se cernía bajo sus pies.
Como un animal herido me buscó, su mirada era salvaje, su pelo caía lacio enmarcando un bello rostro y sus ojos buscaron mis pardos como si fuera lo ultimo o quizás lo único que esperaba ver aparecer a través del umbral de ese cuarto.
No iba a pedirle que se quedara, esa decisión era suya y no mía, peor ambos sabíamos que tras la caída en batalla de us padre, ella era la condesa y ahora tenia la obligación de recoger los pedazos de un pueblo roto y recomponerlo.
Cerré la puerta a mis espaldas caminando hacia e mueble bar con calma, estaba cansado, la armadura de placas me pesaba en demasía tras el largo viaje y las manchas de sangre y barro denotaban que ni siquiera había aun pasado por mi cuarto.
Aun así mi porte era el de un soberano, orgulloso con las pieles a mis hombros detuve mis pasos frente a las botellas y serví sendos vasos de whisky dejando el de ella a un lado.
Seguía en el ventanal, creo que meditando la dirección de sus pasos, mi invitación era silenciosa pero clara, la copa la esperaba y también yo dicho de paso.
Di un sorbo y estiré el cuello con un claro gesto de dolor moviendolo a ambos lados mientras dejaba escapar el aire.
-Du vil bli glad for å vite, at folk å komme til min fylke reisen ikke har vært lett, men her er de, vi er klar til å møte en ny daggry gjør du lucharas eller hoppet ut av vinduet uten mer? (Te complacerá saber, que tu gente a llegado a mi condado, el viaje no ha sido fácil, pero aquí están, estamos, dispuestos para enfrentar un nuevo amanecer ¿lucharas o saltaras por la ventana sin mas?)
Di un nuevo sorbo, mis ojos no se apartaron de los ajenos, era un duelo silencioso que ambos mantuvimos durante los instantes necesarios para que la diosa tomara la decisión correcta, mucho había escuchado de ella y ciertamente la curiosidad arraigaba en mi al tenerla en frente, decían las lenguas de los suyos que apenas tenia contacto con humanos mas allá de la fiesta que fue interrumpida por el ataque de Randulf.
Entendía que era tentador saltar, aunque me viera allí frente a si, el peso que recaía sobre mis hombros en ocasiones era tal que desconocía si lo podría soportar.
Durante el viaje, muchos fueron los relatos que me contaron sobre aquella mujer ave, la mayoría fantasiosos, la elevaban a la categoría de una diosa portadora de buena fortuna y en parte así había sido, de no avisarnos de la desgracia que se cernía sobre su condado, hubiéramos sido arrasados.
Muchas eran las bajas que su pueblo había sufrido a manos de los bárbaros y aberraciones de Randulf, la necesitaban porque esa muer representaba para los suyos la esperanza.
-Cuando nada mas tengas que dar, da esperanza, con eso bastará -apunté cuando la vi pararse en seco antes de saltar la inmenso vació que se cernía bajo sus pies.
Como un animal herido me buscó, su mirada era salvaje, su pelo caía lacio enmarcando un bello rostro y sus ojos buscaron mis pardos como si fuera lo ultimo o quizás lo único que esperaba ver aparecer a través del umbral de ese cuarto.
No iba a pedirle que se quedara, esa decisión era suya y no mía, peor ambos sabíamos que tras la caída en batalla de us padre, ella era la condesa y ahora tenia la obligación de recoger los pedazos de un pueblo roto y recomponerlo.
Cerré la puerta a mis espaldas caminando hacia e mueble bar con calma, estaba cansado, la armadura de placas me pesaba en demasía tras el largo viaje y las manchas de sangre y barro denotaban que ni siquiera había aun pasado por mi cuarto.
Aun así mi porte era el de un soberano, orgulloso con las pieles a mis hombros detuve mis pasos frente a las botellas y serví sendos vasos de whisky dejando el de ella a un lado.
Seguía en el ventanal, creo que meditando la dirección de sus pasos, mi invitación era silenciosa pero clara, la copa la esperaba y también yo dicho de paso.
Di un sorbo y estiré el cuello con un claro gesto de dolor moviendolo a ambos lados mientras dejaba escapar el aire.
-Du vil bli glad for å vite, at folk å komme til min fylke reisen ikke har vært lett, men her er de, vi er klar til å møte en ny daggry gjør du lucharas eller hoppet ut av vinduet uten mer? (Te complacerá saber, que tu gente a llegado a mi condado, el viaje no ha sido fácil, pero aquí están, estamos, dispuestos para enfrentar un nuevo amanecer ¿lucharas o saltaras por la ventana sin mas?)
Di un nuevo sorbo, mis ojos no se apartaron de los ajenos, era un duelo silencioso que ambos mantuvimos durante los instantes necesarios para que la diosa tomara la decisión correcta, mucho había escuchado de ella y ciertamente la curiosidad arraigaba en mi al tenerla en frente, decían las lenguas de los suyos que apenas tenia contacto con humanos mas allá de la fiesta que fue interrumpida por el ataque de Randulf.
Entendía que era tentador saltar, aunque me viera allí frente a si, el peso que recaía sobre mis hombros en ocasiones era tal que desconocía si lo podría soportar.
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Re: krigen (Privado)
Ladeo la cabeza y lo observó con cierta curiosidad. Desde su primer encuentro era esa su primera oportunidad de apreciarlo a detalle sin que alguna clase de arma cortase el aire cercano a su cabeza. El héroe cerró la puerta y procedió a verter el contenido ambarino de una botella en dos vasos mientras el silencio consumía la estancia. Ira entrecerró los ojos, tomándose un instante para descifrar la intención del hombre mas sólo le fue clara cuando este dio el primer sorbo, señalando con la mirada el recipiente dispuesto para ella.
La castaña permaneció en su posición, estática y con aire de sobriedad sin apartarle la mirada. Él le hablaba de esperanza, de su pueblo, de luchar y otras tantas nociones que conocía, pero no comprendía. Había pasado demasiado tiempo siendo un animal, preocupándose por nada más que su propio bienestar y de repente, el destino le ataba con sangre a vidas ajenas, una abrumadora responsabilidad para quien ignoraba el significado de ella.
Echó un vistazo al vacío y volvió su atención al héroe, quien, a pesar de su gran porte lucía exhausto. Sus ropajes, enlodados y ensangrentados hacían juego con su semblante cansino, demarcado por la palidez de su piel, las sombras acentuadas bajo sus ojos y los sutiles movimientos que realizaba para aliviar el dolor que acogía su cuerpo.
Ira no pronunció palabra, sólo dejó caer sus dedos del borde de la ventana y caminó a paso receloso en dirección al hombre, deteniéndose frente a él. Aceptando la invitación, tomó el vaso entre sus manos y aun desconociendo la procedencia del líquido que contenía optó por darle un pequeño sorbo. Hizo una mueca de disgusto. El sabor de aquel misterioso elixir era fermentado, nada agradable al gusto, o por lo menos no al suyo. Observó al hombre relamerse los labios, quizá un tanto divertido, al parecer a él si lo encontraba agradable. Gruñó por lo bajo y de un solo trago bebió el resto del contenido, sintiendo su garganta arder al paso del licor. Apretó los labios y respiró hondo, no se había percatado de la sequedad que le escoció en el gaznate hasta el primer trago.
Los humanos tenían un paladar bastante singular.
— Höor… — Pronunció al fin, colocando el vaso sobre justo donde él lo había colocado con anterioridad — Tu nombre...
El héroe asintió
— Antes de esto... alguna vez lo he escuchado en los susurros del viento — Su mirada era pétrea, flemática y sobre todo sincera— Eres una verdadera leyenda, la brisa no lleva consigo el nombre de cualquiera.
Explicó, mas no estaba segura de si él hombre le comprendía.
— Yo no —Afirmó — No soy una leyenda, ni una diosa, ni nada de lo que te han dicho… soy un animal… lo he sido casi toda mi vida.
Hizo una pausa en busca de aire, era aquella la mayor cantidad de palabras que había formulado de corrido en veintitantos años. Observó su propia mano y se concentró en suscitar una breve transformación, evocando las zarpas del halcón.
— He escuchado del concepto de esperanza, pero no lo entiendo, no lo siento. Sólo hice lo que mi instinto me ordenó… eso hago, incluso ahora.
Nada sucedió, su estructura se conservó humana. Ira frunció el entrecejo y apretó el puño. Se sintió vulnerable, de haber saltado probablemente hubiese caído directo a la muerte o a una dolencia peor de la que ya tenía. Tal vez su cuerpo aún se encontraba demasiado maltratado como para cambiar, de cualquier forma, era evidente que aquella restricción no le agradaba.
La castaña permaneció en su posición, estática y con aire de sobriedad sin apartarle la mirada. Él le hablaba de esperanza, de su pueblo, de luchar y otras tantas nociones que conocía, pero no comprendía. Había pasado demasiado tiempo siendo un animal, preocupándose por nada más que su propio bienestar y de repente, el destino le ataba con sangre a vidas ajenas, una abrumadora responsabilidad para quien ignoraba el significado de ella.
Echó un vistazo al vacío y volvió su atención al héroe, quien, a pesar de su gran porte lucía exhausto. Sus ropajes, enlodados y ensangrentados hacían juego con su semblante cansino, demarcado por la palidez de su piel, las sombras acentuadas bajo sus ojos y los sutiles movimientos que realizaba para aliviar el dolor que acogía su cuerpo.
Ira no pronunció palabra, sólo dejó caer sus dedos del borde de la ventana y caminó a paso receloso en dirección al hombre, deteniéndose frente a él. Aceptando la invitación, tomó el vaso entre sus manos y aun desconociendo la procedencia del líquido que contenía optó por darle un pequeño sorbo. Hizo una mueca de disgusto. El sabor de aquel misterioso elixir era fermentado, nada agradable al gusto, o por lo menos no al suyo. Observó al hombre relamerse los labios, quizá un tanto divertido, al parecer a él si lo encontraba agradable. Gruñó por lo bajo y de un solo trago bebió el resto del contenido, sintiendo su garganta arder al paso del licor. Apretó los labios y respiró hondo, no se había percatado de la sequedad que le escoció en el gaznate hasta el primer trago.
Los humanos tenían un paladar bastante singular.
— Höor… — Pronunció al fin, colocando el vaso sobre justo donde él lo había colocado con anterioridad — Tu nombre...
El héroe asintió
— Antes de esto... alguna vez lo he escuchado en los susurros del viento — Su mirada era pétrea, flemática y sobre todo sincera— Eres una verdadera leyenda, la brisa no lleva consigo el nombre de cualquiera.
Explicó, mas no estaba segura de si él hombre le comprendía.
— Yo no —Afirmó — No soy una leyenda, ni una diosa, ni nada de lo que te han dicho… soy un animal… lo he sido casi toda mi vida.
Hizo una pausa en busca de aire, era aquella la mayor cantidad de palabras que había formulado de corrido en veintitantos años. Observó su propia mano y se concentró en suscitar una breve transformación, evocando las zarpas del halcón.
— He escuchado del concepto de esperanza, pero no lo entiendo, no lo siento. Sólo hice lo que mi instinto me ordenó… eso hago, incluso ahora.
Nada sucedió, su estructura se conservó humana. Ira frunció el entrecejo y apretó el puño. Se sintió vulnerable, de haber saltado probablemente hubiese caído directo a la muerte o a una dolencia peor de la que ya tenía. Tal vez su cuerpo aún se encontraba demasiado maltratado como para cambiar, de cualquier forma, era evidente que aquella restricción no le agradaba.
Ira- Cambiante Clase Alta
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Re: krigen (Privado)
La condesa ave decidió desistir de su intento de huida y aceptar mi silenciosa invitación, mis ojos siguieron sus pasos hasta que se detuvo con firmeza frente a mi, ladeó la cabeza contemplando el vaso como si fuera una novedad para ella el liquido que contenía.
Un sorbo basto para que una mueca de disgusto se mostrara en su rostro, algo que admito me divirtió y aunque estaba cansado ladeé ligeramente la sonrisa sin dejar de mirar sus curiosos actos.
Apuró el vaso de un trago y dejó escapar mi nombre casi al tiempo que el cristal recuperaba su lugar inicial.
Asentí cuando me preguntó si era así como me llamaba, claro que no quedó ahí su afirmación, una leyenda, según ella mi nombre era leyenda.
-Tu dices ser un animal y yo juro ser un hombre, mírame -le dije contemplando su incendiaria mirada -sangro como el resto, el cansancio también hace en mi mella y a veces se necesitan de animales y hombres para cambiar las cosas.
El norte esta sometido a la tiranía de un rey que esta devastando a su gente, no solo con diezmos si no a base de acero, muerte, hoy ha sido tu condado, mañana sera otro y algún día llegaran ante las puertas de Akershus para aniquilar el mio.
La gente necesita de leyendas, de héroes, yo solo necesito acero para luchar contra acero.
Da igual si eres una pájaro, una diosa o una mujer, eres esperanza para tu gente y te necesito, te necesitan, así que recupérate porque ahora que tu padre ha caído eres la nueva condesa y huir no es opción ni para ti, ni para mi.
Serví un poco mas de licor en mi copa que me ayudaba a calmar el dolor mientras la dama fijaba su mirada en las zarpas de su mano.
-Esperanza -di un trago y ladeé la sonrisa -pues supongo que la esperanza es la confianza en un norte libre, uno prospero en el que la sangre de nuestros jóvenes no sea derramada en nuestras tierras.
Esperanza en una vida digna, esperanza en que las jóvenes doncellas no sean arrebatadas de abrazos de sus madres para que Randulf las utilice o como oráculos o como esposas o como esclavas.
Esperanza es una palabra compleja que lo significa todo para el que no tiene nada, tu eres esperanza porque tu gente dice que atraes la buena fortuna y tu llegada a salvado a esa gente ratificando sus creencias.
Ahora el viento también susurra tu nombre entre los jardines de mi palacio.
Apuré la copa dejándola junto a la ajena.
-Descansa, recupérate, es tarde, apenas hace una hora que he llegado a Akershus y mis hijos me esperan. Necesito un baño, huelo peor que Randulf -bromeé guiñándole un ojo – volveré mañana por la mañana, podemos pasear por los jardines, pensar esta noche que deseáis hacer con vuestra vida, vuestro condado, yo os apoyaré, os ofrezco protección, uniendo los distintos condados del norte seremos mas fuertes.
Un sorbo basto para que una mueca de disgusto se mostrara en su rostro, algo que admito me divirtió y aunque estaba cansado ladeé ligeramente la sonrisa sin dejar de mirar sus curiosos actos.
Apuró el vaso de un trago y dejó escapar mi nombre casi al tiempo que el cristal recuperaba su lugar inicial.
Asentí cuando me preguntó si era así como me llamaba, claro que no quedó ahí su afirmación, una leyenda, según ella mi nombre era leyenda.
-Tu dices ser un animal y yo juro ser un hombre, mírame -le dije contemplando su incendiaria mirada -sangro como el resto, el cansancio también hace en mi mella y a veces se necesitan de animales y hombres para cambiar las cosas.
El norte esta sometido a la tiranía de un rey que esta devastando a su gente, no solo con diezmos si no a base de acero, muerte, hoy ha sido tu condado, mañana sera otro y algún día llegaran ante las puertas de Akershus para aniquilar el mio.
La gente necesita de leyendas, de héroes, yo solo necesito acero para luchar contra acero.
Da igual si eres una pájaro, una diosa o una mujer, eres esperanza para tu gente y te necesito, te necesitan, así que recupérate porque ahora que tu padre ha caído eres la nueva condesa y huir no es opción ni para ti, ni para mi.
Serví un poco mas de licor en mi copa que me ayudaba a calmar el dolor mientras la dama fijaba su mirada en las zarpas de su mano.
-Esperanza -di un trago y ladeé la sonrisa -pues supongo que la esperanza es la confianza en un norte libre, uno prospero en el que la sangre de nuestros jóvenes no sea derramada en nuestras tierras.
Esperanza en una vida digna, esperanza en que las jóvenes doncellas no sean arrebatadas de abrazos de sus madres para que Randulf las utilice o como oráculos o como esposas o como esclavas.
Esperanza es una palabra compleja que lo significa todo para el que no tiene nada, tu eres esperanza porque tu gente dice que atraes la buena fortuna y tu llegada a salvado a esa gente ratificando sus creencias.
Ahora el viento también susurra tu nombre entre los jardines de mi palacio.
Apuré la copa dejándola junto a la ajena.
-Descansa, recupérate, es tarde, apenas hace una hora que he llegado a Akershus y mis hijos me esperan. Necesito un baño, huelo peor que Randulf -bromeé guiñándole un ojo – volveré mañana por la mañana, podemos pasear por los jardines, pensar esta noche que deseáis hacer con vuestra vida, vuestro condado, yo os apoyaré, os ofrezco protección, uniendo los distintos condados del norte seremos mas fuertes.
Höor Cannif- Realeza Neerlandesa
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Localización : el placentero infierno de tus piernas.
Re: krigen (Privado)
No terminaba de comprender muy bien el significado que el héroe otorgó a esa virtud llamada esperanza. Supuso que necesitaría de tiempo para sentirlo, después de todo, no era amplio el lapso que había transcurrido desde que intercambió sus alas por un par de piernas. Optó por fiarse de la vehemencia con la que el hombre pronunció su discurso, creer en la emoción que desbordaban sus palabras, esa que, a pesar de luchar contra corriente y toda posibilidad de supervivencia, había servido de inspiración a la gente de su condado cuando todo pareció perdido. Tampoco entendía de guerras o reyes; tanto los términos como la situación eran complejos. Batallaban una guerra que había perdurado por años y auguraba muchos más de vigencia, mas para Ira no dejaba de ser una situación completamente nueva, que, como un huracán, había arrasado con todo a su paso y arrastrándole a ella sin tregua.
Inclinó ligeramente su rostro hacia él, arrugó la nariz e inspiró un par de veces seguidas, olfateándole sutilmente por encima del hombro y asintió cuando el almizcle a sangre, sudor y tierra húmeda penetró sus fosas nasales.
— Concuerdo — Declaró con sinceridad y sin ningún filtro, no por que deseara causar gracia o disgusto alguno sino porque fue así como lo percibió — Sí te vendría bien un baño.
Se dio media vuelta y regresó hacia el lecho donde había despertado, tomando asiento a un costado, brindándole una última mirada de soslayo al héroe. El semblante del hombre hablaba por él. Ser el cimiento de todo un pueblo debía de ser exhaustivo para un simple humano, evidentemente necesitaba recuperar fuerzas.
— Haz lo que tengas que hacer — Volvió la atención a su mano y removió los dedos, examinando las humanas extremidades — Al parecer no iré a ningún lado — Manifestó más para sí que para su interlocutor.
Höor partió y de nuevo se encontró sin más compañía que la propia; sin embargo, no fue la soledad la cuestión que le incomodó sino el encierro, pues aquellas cuatro paredes se sentían más como una jaula que como refugio. Se levantó y de nuevo se aproximó al borde de la ventana, esta vez no con intención de saltar sino tomando reposando sobre él. Extendió su mano y la ondeó sobre el vacío, disfrutando de la gélida brisa de madrugada colarse entre sus dedos, tal y como lo hacía con sus plumas cuando surcaba los cielos.
El transcurrir de las horas parecía eterno. Si bien aquella era su piel, no la sentía como tal. Estaba habituada a la inmensidad de los cielos y verse a sí misma reducida a un pequeño recinto le causaba asfixia. Podía lidiar con una prisión, pero no con dos, así que, al borde de perder los cabales, se apresuró al umbral de la habitación y se aventuró hacia la oscuridad del castillo. De tener que aguardar otro minuto allí, saltaría incluso aunque su cuerpo no le permitiese cambiar.
La edificación se sumía en el denso sosiego de la noche. El lugar era todo un laberinto por lo que tuvo que andar a paso ligero, casi etéreo, entre las sombras de los pasillos, con sus ojos áureos encendidos para no perder el camino. Luego de un par de minutos de recorrido, la castaña dio con una puerta que conectaba la primera planta con el jardín de la gigantesca propiedad.
Caminó con los pies desnudos sobre la maleza y tomó asiento bajo la custodia de un viejo abeto, en la zona más apartada a la fortaleza que encontró. Alzó la mirada al cielo, para su sorpresa, a altura prudencial, planeaba un águila Sus comisuras se curvaron por instinto. Se tocó las mejillas extrañada, su rostro siempre permanecía pétreo pues no recordaba la amplia capacidad de expresión que su rostro humano le otorgaba.
Silbó.
El ave que se extendía su envergadura sobre los aires atendió el llamado y aterrizó a su lado. Ira observó al animal asaltada por una sensación que de haber reconocido hubiese llamado nostalgia. Todo cambiante poseía la habilidad de comunicarse con los animales, mas al pasar la mayor parte de su vida como uno de ellos, la habilidad había evolucionado, trasgrediendo los límites que la humanidad imponía sobre otros que poseían su mismo poder.
Una de las frases que con fervor profirió el héroe hizo eco en su mente. Su condado había caído, otros también caerían y tarde o temprano llegaría el día en que tropas como las que profanaron sus tierras golpearan Akershus. ¿Cómo podía ayudar? No conocía a su pueblo, tampoco tenía idea de cómo liderarlo, pero si algo había aprendido de la infortunada de guerra, era que, de no haber conocido el caos que sigiloso se acercaba, el golpe hubiese sido mucho más letal.
Observó al animal y amablemente le pidió que, con tantos otros de su especie como pudiese reunir, se convirtieran en vigías de las zonas aledañas y le mantuviesen informada de cualquier agrupación de humanos que se aproximara a la fortaleza. El ave accedió sin otra condición que una regordeta marmota para saciar su apetito; Ira le agradeció y de nuevo el gigantesco pájaro emprendió vuelo.
Apoyó la cabeza sobre el tronco del árbol y, tras observar al animal partir, enlazó las pestañas, disfrutando de las corrientes de aire que frescas le acariciaban el rostro y removían las ramas del abeto, despidiendo un placentero aroma; entonces se permitió a sí misma descansar.
Despertó ante el sutil estremecimiento de su cuerpo. Había pasado la noche entera a la intemperie, no obstante, la piel humana, a diferencia de la del ave, que se recubría en plumas, no retenía el calor de la misma forma. Se relamió los labios secos y violáceos por el gélido ambiente de mañana. Entones escuchó la voz del conde a sus espaldas.
Inclinó ligeramente su rostro hacia él, arrugó la nariz e inspiró un par de veces seguidas, olfateándole sutilmente por encima del hombro y asintió cuando el almizcle a sangre, sudor y tierra húmeda penetró sus fosas nasales.
— Concuerdo — Declaró con sinceridad y sin ningún filtro, no por que deseara causar gracia o disgusto alguno sino porque fue así como lo percibió — Sí te vendría bien un baño.
Se dio media vuelta y regresó hacia el lecho donde había despertado, tomando asiento a un costado, brindándole una última mirada de soslayo al héroe. El semblante del hombre hablaba por él. Ser el cimiento de todo un pueblo debía de ser exhaustivo para un simple humano, evidentemente necesitaba recuperar fuerzas.
— Haz lo que tengas que hacer — Volvió la atención a su mano y removió los dedos, examinando las humanas extremidades — Al parecer no iré a ningún lado — Manifestó más para sí que para su interlocutor.
Höor partió y de nuevo se encontró sin más compañía que la propia; sin embargo, no fue la soledad la cuestión que le incomodó sino el encierro, pues aquellas cuatro paredes se sentían más como una jaula que como refugio. Se levantó y de nuevo se aproximó al borde de la ventana, esta vez no con intención de saltar sino tomando reposando sobre él. Extendió su mano y la ondeó sobre el vacío, disfrutando de la gélida brisa de madrugada colarse entre sus dedos, tal y como lo hacía con sus plumas cuando surcaba los cielos.
El transcurrir de las horas parecía eterno. Si bien aquella era su piel, no la sentía como tal. Estaba habituada a la inmensidad de los cielos y verse a sí misma reducida a un pequeño recinto le causaba asfixia. Podía lidiar con una prisión, pero no con dos, así que, al borde de perder los cabales, se apresuró al umbral de la habitación y se aventuró hacia la oscuridad del castillo. De tener que aguardar otro minuto allí, saltaría incluso aunque su cuerpo no le permitiese cambiar.
La edificación se sumía en el denso sosiego de la noche. El lugar era todo un laberinto por lo que tuvo que andar a paso ligero, casi etéreo, entre las sombras de los pasillos, con sus ojos áureos encendidos para no perder el camino. Luego de un par de minutos de recorrido, la castaña dio con una puerta que conectaba la primera planta con el jardín de la gigantesca propiedad.
Caminó con los pies desnudos sobre la maleza y tomó asiento bajo la custodia de un viejo abeto, en la zona más apartada a la fortaleza que encontró. Alzó la mirada al cielo, para su sorpresa, a altura prudencial, planeaba un águila Sus comisuras se curvaron por instinto. Se tocó las mejillas extrañada, su rostro siempre permanecía pétreo pues no recordaba la amplia capacidad de expresión que su rostro humano le otorgaba.
Silbó.
El ave que se extendía su envergadura sobre los aires atendió el llamado y aterrizó a su lado. Ira observó al animal asaltada por una sensación que de haber reconocido hubiese llamado nostalgia. Todo cambiante poseía la habilidad de comunicarse con los animales, mas al pasar la mayor parte de su vida como uno de ellos, la habilidad había evolucionado, trasgrediendo los límites que la humanidad imponía sobre otros que poseían su mismo poder.
Una de las frases que con fervor profirió el héroe hizo eco en su mente. Su condado había caído, otros también caerían y tarde o temprano llegaría el día en que tropas como las que profanaron sus tierras golpearan Akershus. ¿Cómo podía ayudar? No conocía a su pueblo, tampoco tenía idea de cómo liderarlo, pero si algo había aprendido de la infortunada de guerra, era que, de no haber conocido el caos que sigiloso se acercaba, el golpe hubiese sido mucho más letal.
Observó al animal y amablemente le pidió que, con tantos otros de su especie como pudiese reunir, se convirtieran en vigías de las zonas aledañas y le mantuviesen informada de cualquier agrupación de humanos que se aproximara a la fortaleza. El ave accedió sin otra condición que una regordeta marmota para saciar su apetito; Ira le agradeció y de nuevo el gigantesco pájaro emprendió vuelo.
Apoyó la cabeza sobre el tronco del árbol y, tras observar al animal partir, enlazó las pestañas, disfrutando de las corrientes de aire que frescas le acariciaban el rostro y removían las ramas del abeto, despidiendo un placentero aroma; entonces se permitió a sí misma descansar.
Despertó ante el sutil estremecimiento de su cuerpo. Había pasado la noche entera a la intemperie, no obstante, la piel humana, a diferencia de la del ave, que se recubría en plumas, no retenía el calor de la misma forma. Se relamió los labios secos y violáceos por el gélido ambiente de mañana. Entones escuchó la voz del conde a sus espaldas.
Ira- Cambiante Clase Alta
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Re: krigen (Privado)
Estábamos en el patio de armas como de costumbre, nos alzábamos con el alba para hacer chocar los aceros, mas aquel día no se si por la resaca de la noche anterior, o porque una doncella en camisón blanco dormitaba en los jardines colindantes ninguno de nosotros se concentraba.
Kala rugía furiosa mirándonos, me exigía que hiciera algo por remediar ese desatino, mientras Atharal me suplicaba de rodillas que los dejara un rato mas disfrutar de las vistas.
Al final me acerqué a la joven condesa, que descalza y con demasiada poca ropa para estar delante de tanta testosterona abrió sus enormes ojos al escuchar mi voz llamarla por su nombre a sus espaldas.
Mis ojos fueron directos al canalillo, era imposible no mirar esa zona, por Odin.
-Höor -rugió Kala desde el patio de armas lanzándome una piedra.
Todos nos descojonabamos por le sonoro cabreo que Kala se traía, pero a ver la condesa estaba de muy buen ver.
Le dejé caer sobre los hombros mi capa de pieles curtidas, sus labios ligeramente azulados castañeteaban como sus dientes mientras me miraba fijamente posiblemente sin entender a que venia tanto revuelo por parte de los hombres.
-Debería ponerse algo de ropa, hace frio -le dije intentando centrarme en otra parte de su anatomia -ademas va descalza....
Los hombres gruñían por mi gesto abucheandome mientras Kala le decía a Ulf que dejara de mirar o se lo contaría a la bruja y no tendría Hel donde correr si ella iba detrás con una sarten.
Todos reían de nuevo mientras yo negaba con la cabeza.
-Digamos que vas demasiado -alcé las manos poniéndolas en forma redonda delante de sus tetas -vamos, que nos tienes palotes a todos y así no se puede entrenar.
Kala me lanzó otra piedra mientras nos reíamos sin parar, eramos vikingos ¿que esperaba? ¿que tuviéramos modales para hablar?
-Anda vamos, Kala te presta algo de ropa -aseguré pasando mi brazo por su cintura posando mi palma en su espalda para llevarla hacia palacio.
-Lo que sea -gritó Kala -con tal de que dejéis de mirarla como una Valquiria caída de Asgar.
Atharal hacia gestos obscenos tocándose la verga asegurandole que si quería la atravesaba en ese momento.
Kala le dijo que no iba suficientemente borracha como para permitirle meter su daga diminuta en la vaina.
Todos seguían riéndose a mis espaldas mientras la joven ave creo que no entendía nada.
Atravesamos el pasillo hasta llegar a la habitación de Kala, la abrí y con un gesto divertido le ofrecí que pasara primero.
-¿no me hueles hoy? -le pregunté muerto de la risa mientras abría el armario para que escogiera la ropa que necesitara -si quieres bajar a entrenar con nosotros, podemos después ir a ver a tu gente, las he reubicado en las casas disponibles de Akershus y por la noche a beber a la taberna, parada obligatoria -bromeé.
Kala rugía furiosa mirándonos, me exigía que hiciera algo por remediar ese desatino, mientras Atharal me suplicaba de rodillas que los dejara un rato mas disfrutar de las vistas.
Al final me acerqué a la joven condesa, que descalza y con demasiada poca ropa para estar delante de tanta testosterona abrió sus enormes ojos al escuchar mi voz llamarla por su nombre a sus espaldas.
Mis ojos fueron directos al canalillo, era imposible no mirar esa zona, por Odin.
-Höor -rugió Kala desde el patio de armas lanzándome una piedra.
Todos nos descojonabamos por le sonoro cabreo que Kala se traía, pero a ver la condesa estaba de muy buen ver.
Le dejé caer sobre los hombros mi capa de pieles curtidas, sus labios ligeramente azulados castañeteaban como sus dientes mientras me miraba fijamente posiblemente sin entender a que venia tanto revuelo por parte de los hombres.
-Debería ponerse algo de ropa, hace frio -le dije intentando centrarme en otra parte de su anatomia -ademas va descalza....
Los hombres gruñían por mi gesto abucheandome mientras Kala le decía a Ulf que dejara de mirar o se lo contaría a la bruja y no tendría Hel donde correr si ella iba detrás con una sarten.
Todos reían de nuevo mientras yo negaba con la cabeza.
-Digamos que vas demasiado -alcé las manos poniéndolas en forma redonda delante de sus tetas -vamos, que nos tienes palotes a todos y así no se puede entrenar.
Kala me lanzó otra piedra mientras nos reíamos sin parar, eramos vikingos ¿que esperaba? ¿que tuviéramos modales para hablar?
-Anda vamos, Kala te presta algo de ropa -aseguré pasando mi brazo por su cintura posando mi palma en su espalda para llevarla hacia palacio.
-Lo que sea -gritó Kala -con tal de que dejéis de mirarla como una Valquiria caída de Asgar.
Atharal hacia gestos obscenos tocándose la verga asegurandole que si quería la atravesaba en ese momento.
Kala le dijo que no iba suficientemente borracha como para permitirle meter su daga diminuta en la vaina.
Todos seguían riéndose a mis espaldas mientras la joven ave creo que no entendía nada.
Atravesamos el pasillo hasta llegar a la habitación de Kala, la abrí y con un gesto divertido le ofrecí que pasara primero.
-¿no me hueles hoy? -le pregunté muerto de la risa mientras abría el armario para que escogiera la ropa que necesitara -si quieres bajar a entrenar con nosotros, podemos después ir a ver a tu gente, las he reubicado en las casas disponibles de Akershus y por la noche a beber a la taberna, parada obligatoria -bromeé.
Höor Cannif- Realeza Neerlandesa
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Re: krigen (Privado)
El conde se deshizo de la capa de piel que le revestía las espaldas y la pasó por encima de sus hombros, protegiendo su cuerpo del gélido ambiente; por instinto, Ira se envolvió a sí misma entre la pesada prenda buscando mermar el frío que le calaba hasta los huesos. A unos metros de distancia detrás de Höor, un grupo de hombres, con la espada desenvainada y la mirada fija sobre ellos, chiflaban, abucheaban y se carcajeaban. A dos los reconoció de la batalla, al igual que a la mujer que furiosa los acompañaba, los demás eran rostros nuevos a su percepción. Inclinó la cabeza hacia un lado y con aguda mirada observó al grupo detenidamente, intrigada por su comportamiento, haciendo —aunque no lo pareciera— un profundo esfuerzo por comprenderlos. Los humanos eran criaturas extrañas, muy ajenas a ella.
Volvió su atención al héroe, quien no tuvo reparo en explicarle la situación; No obstante, su esmero fue en vano pues la falconiforme mujer no vio más allá de los gestos que acompañaron la sincera explicación. Quizá no gustaban de ella, pero la verdad era que aquello poco y nada le importaba, esos hombres le eran indiferentes, todos a excepción del conde, cuyo liderazgo y resolución causaron impresión en ella y aún más profundo, en su animal. Finalmente, Höor se resignó a su carencia de comprensión y prefirió señalarle el camino en dirección a la fortaleza, justificando que le vendría bien una nueva vestimenta. Ira asintió sin más y avanzó en su compañía.
Antes de ingresar en la estancia la recorrió con un fugaz vistazo y solo al encontrar permiso en la mirada del héroe se adentró. El hombre la siguió y procedió a abrir de par en par las puertas del armario que se ubicaba opuesto a la cama. Ira se acercó y observó ensimismada la variedad de prendas colgadas, removiéndolas ligeramente con el toque de sus dedos.
Cuando Höor le preguntó si esta vez no le olfatearía, la joven cambiante despabiló y volvió su atención hacia él, que recargaba el peso sobre la puerta del ropero. Ella lo observó extrañada y frunció el entrecejo.
— ¿Quieres que lo haga? — Inquirió con seriedad
Höor movió la cabeza en negación y se echó a reír sin control mientras ella permaneció consternada al no entender el motivo de la entretención; hasta donde comprendía, no había mencionado nada gracioso o digno de semejante carcajada. Ligeramente exasperada al no encontrar respuesta, volvió la atención al interior del guardarropa y sin rebuscar demasiado apartó el primer pantalón que encontró y un corsé brocado con hebillas de ajuste en la parte frontal y un par de hombreras sujetas por un lazo de cuero sobre la clavícula.
Entre tanto, Höor le explicó lo que procedía. Ella asintió.
— Si eso es lo que la gente hace, eso es lo que haré — Afirmó volviendo a enfrentarlo con sus azuladas orbes, centellantes y afiladas — Me sería útil aprender a… humanizar.
Dichas aquellas palabras dejó caer a sus pies la capa prestada del héroe, seguida del traslucido camisón como último revestimiento de su cuerpo. La tela se deslizó grácil por las curvaturas de su forma y su piel totalmente expuesta se reflejó en la mirada de su interlocutor. Para ella, la desnudez era una cuestión banal. El mundo animal no se percataba de complejos o vergüenzas, simplemente cuerpos que cumplían una función: existir. Comenzando por sus extremidades interiores, Ira enfundó su cuerpo con los ropajes suministrados, que si bien le quedaban un tanto ajustados satisfacían la necesidad de protección.
Aún con el torso descubierto, la castaña encontró los pantanos de su acompañante suspendidos sobre ella. El hombre permanecía extrañamente silencioso. Intentó descifrar la mirada, mas no encontró nada más allá de la sensación que algo andaba mal. Ojeó a su alrededor buscando otro motivo que pudiese haber perturbado el temple de su opuesto, pero nada encontró.
— ¿Hice algo malo? — Indagó, yendo directo al grano y sin consideración.
Finalmente, Ira rodeó su tronco con el corsé y ajustó las hebillas hasta su busto, compreso por la presión de la prenda. Höor le alcanzó un par de botas y tras hacerse con ellas, se contempló triunfante con media sonrisa curvando sus labios.
— ¿Esto si es apropiado? Ya me siento lista para entrenar.
Volvió su atención al héroe, quien no tuvo reparo en explicarle la situación; No obstante, su esmero fue en vano pues la falconiforme mujer no vio más allá de los gestos que acompañaron la sincera explicación. Quizá no gustaban de ella, pero la verdad era que aquello poco y nada le importaba, esos hombres le eran indiferentes, todos a excepción del conde, cuyo liderazgo y resolución causaron impresión en ella y aún más profundo, en su animal. Finalmente, Höor se resignó a su carencia de comprensión y prefirió señalarle el camino en dirección a la fortaleza, justificando que le vendría bien una nueva vestimenta. Ira asintió sin más y avanzó en su compañía.
Antes de ingresar en la estancia la recorrió con un fugaz vistazo y solo al encontrar permiso en la mirada del héroe se adentró. El hombre la siguió y procedió a abrir de par en par las puertas del armario que se ubicaba opuesto a la cama. Ira se acercó y observó ensimismada la variedad de prendas colgadas, removiéndolas ligeramente con el toque de sus dedos.
Cuando Höor le preguntó si esta vez no le olfatearía, la joven cambiante despabiló y volvió su atención hacia él, que recargaba el peso sobre la puerta del ropero. Ella lo observó extrañada y frunció el entrecejo.
— ¿Quieres que lo haga? — Inquirió con seriedad
Höor movió la cabeza en negación y se echó a reír sin control mientras ella permaneció consternada al no entender el motivo de la entretención; hasta donde comprendía, no había mencionado nada gracioso o digno de semejante carcajada. Ligeramente exasperada al no encontrar respuesta, volvió la atención al interior del guardarropa y sin rebuscar demasiado apartó el primer pantalón que encontró y un corsé brocado con hebillas de ajuste en la parte frontal y un par de hombreras sujetas por un lazo de cuero sobre la clavícula.
Entre tanto, Höor le explicó lo que procedía. Ella asintió.
— Si eso es lo que la gente hace, eso es lo que haré — Afirmó volviendo a enfrentarlo con sus azuladas orbes, centellantes y afiladas — Me sería útil aprender a… humanizar.
Dichas aquellas palabras dejó caer a sus pies la capa prestada del héroe, seguida del traslucido camisón como último revestimiento de su cuerpo. La tela se deslizó grácil por las curvaturas de su forma y su piel totalmente expuesta se reflejó en la mirada de su interlocutor. Para ella, la desnudez era una cuestión banal. El mundo animal no se percataba de complejos o vergüenzas, simplemente cuerpos que cumplían una función: existir. Comenzando por sus extremidades interiores, Ira enfundó su cuerpo con los ropajes suministrados, que si bien le quedaban un tanto ajustados satisfacían la necesidad de protección.
Aún con el torso descubierto, la castaña encontró los pantanos de su acompañante suspendidos sobre ella. El hombre permanecía extrañamente silencioso. Intentó descifrar la mirada, mas no encontró nada más allá de la sensación que algo andaba mal. Ojeó a su alrededor buscando otro motivo que pudiese haber perturbado el temple de su opuesto, pero nada encontró.
— ¿Hice algo malo? — Indagó, yendo directo al grano y sin consideración.
Finalmente, Ira rodeó su tronco con el corsé y ajustó las hebillas hasta su busto, compreso por la presión de la prenda. Höor le alcanzó un par de botas y tras hacerse con ellas, se contempló triunfante con media sonrisa curvando sus labios.
— ¿Esto si es apropiado? Ya me siento lista para entrenar.
Ira- Cambiante Clase Alta
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Re: krigen (Privado)
Aquella mujer era ciertamente misteriosa, no solo por aquella mirada penetrante y su evidente belleza que acompañaba un cuerpo curvilíneo que enderezaba nuestras bastardas con demasiada tino, si no porque en ella veía a un animal mas que a una persona. Tenia razón en algo, aprender a ser humana era en parte una de sus tareas mas importantes, ahora era la condesa, necesitaba estar disponible para su gente, comprender sus inquietudes, guiarlos...
Su afilada mirada se hundió en la mía, el acero quedaba reflejado en esos enormes orbes que me aseguraban haría lo necesario.
Asentí sin apartar de ella mis pardos hasta que el juego de miradas desapareció volviendo a recuperar la atención el armario. No tardó demasiado en elegir las pendas que usar, un pantalón de piel y un corseé anudado con hebillas atrás.
Me devolvió esa peligrosa mirada mientras mis pieles caían al suelo de forma desordenada y tras ellas el camisón que cubría cada curva de su anatomía.
Mis labios se entreabrieron ante la imagen de su desnudez, mis ojos repasaron sus elevados senos con lascivia, su estrecha cintura que marcaba las costillas, su monte de venus y aquellas piernas torneadas que acompañaban a su piel de caramelo.
Juro que de ser otra la situación ,de no saber a ciencia cierta que esa reacciono se debía a que desconocía totalmente el pudor, mis actos hubieran distado mucho de solo mirar con los ojos oscurecidos su figura.
Su pregunta me sacó del descaro de mi pervertida mirada.
-No -dije alzando los ojos hasta sus aceros -no has hecho nada mal, solo que cuando una mujer se desnuda ante un hombre es para fornicar.
¿Dime que eso si que lo entiendes? -pregunté ladeando la sonrisa viendo como la dama iba cubriendo su desnudez con las prendas de ropa.
Le lancé un par de botas, estaba lista para bajar a entrenar, así que, le indiqué con la mano que pasara ella delante para cruzar el umbral de la puerta.
Le hubiera gastado una broma alegando que vestida pierde mucho, pero intuyo que no lo hubiera pillado, así que me limité a ladear la sonrisa de forma picara mientras la acompañaba de nuevo al patio de armas.
Los hombres silbaron al verla, esa mujer era un espectáculo, no me extrañaba que la confundieran con una diosa, por Odin que parecía una Valquiria y no existiría guerreo que se negara a engrosar sus filas.
Le lancé un palo de madera tomando yo otro mientras fijaba mis ojos en los de ella.
-Adelante preciosa, enséñame que sabes hacer, golpeame -la incite mientras el resto miraba atónito a la mujer y Kala le metía en la cabeza a Ulf con el palo para que dejara de mirar y se concentrara en lo que estaba haciendo ante la risa de todo los demás.
Su afilada mirada se hundió en la mía, el acero quedaba reflejado en esos enormes orbes que me aseguraban haría lo necesario.
Asentí sin apartar de ella mis pardos hasta que el juego de miradas desapareció volviendo a recuperar la atención el armario. No tardó demasiado en elegir las pendas que usar, un pantalón de piel y un corseé anudado con hebillas atrás.
Me devolvió esa peligrosa mirada mientras mis pieles caían al suelo de forma desordenada y tras ellas el camisón que cubría cada curva de su anatomía.
Mis labios se entreabrieron ante la imagen de su desnudez, mis ojos repasaron sus elevados senos con lascivia, su estrecha cintura que marcaba las costillas, su monte de venus y aquellas piernas torneadas que acompañaban a su piel de caramelo.
Juro que de ser otra la situación ,de no saber a ciencia cierta que esa reacciono se debía a que desconocía totalmente el pudor, mis actos hubieran distado mucho de solo mirar con los ojos oscurecidos su figura.
Su pregunta me sacó del descaro de mi pervertida mirada.
-No -dije alzando los ojos hasta sus aceros -no has hecho nada mal, solo que cuando una mujer se desnuda ante un hombre es para fornicar.
¿Dime que eso si que lo entiendes? -pregunté ladeando la sonrisa viendo como la dama iba cubriendo su desnudez con las prendas de ropa.
Le lancé un par de botas, estaba lista para bajar a entrenar, así que, le indiqué con la mano que pasara ella delante para cruzar el umbral de la puerta.
Le hubiera gastado una broma alegando que vestida pierde mucho, pero intuyo que no lo hubiera pillado, así que me limité a ladear la sonrisa de forma picara mientras la acompañaba de nuevo al patio de armas.
Los hombres silbaron al verla, esa mujer era un espectáculo, no me extrañaba que la confundieran con una diosa, por Odin que parecía una Valquiria y no existiría guerreo que se negara a engrosar sus filas.
Le lancé un palo de madera tomando yo otro mientras fijaba mis ojos en los de ella.
-Adelante preciosa, enséñame que sabes hacer, golpeame -la incite mientras el resto miraba atónito a la mujer y Kala le metía en la cabeza a Ulf con el palo para que dejara de mirar y se concentrara en lo que estaba haciendo ante la risa de todo los demás.
Höor Cannif- Realeza Neerlandesa
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Re: krigen (Privado)
¿Fornicar? No era la primera vez que escuchaba aquella palabra, tampoco desconocía su significado pues comprendía que era una de las tantas formas que los humanos tenían para referirse a su ritual de apareamiento y vaya que aquellas criaturas poseían un léxico bastante amplio; sin embargo, la razón por la que aquel concepto sonaba ajeno a su existencia era tan simple como que jamás había experimentado acto similar, no en su forma humana y mucho menos como animal. Así como la esperanza y la moral, el amor, la lujuria… eran nociones que entendía como conceptos, pero no alcanzaba a comprender en esencia por falta de praxis y, por consecuente, le era imposible identificar... incluso tratándose de un acto tan instintivo y natural como lo era el sexo.
La mirada de Ira se perdió en el infinito durante un instante cuando el conde ladeó la sonrisa, indagando si aquel término lo comprendía. Lo hacía, pero la intención con la que se había despojado de sus ropajes frente a él no sobrepasaba a acatar la sugerencia de un vestuario más apropiado. Ella era salvaje, un animal, el único revestimiento al que estaba acostumbrada era el de su propia piel y adaptarse a uno complementario no le era tarea sencilla, no cuando tanto gustaba de la libertad que le proporcionaba su desnudez. De cualquier manera, al ave el plumaje le protegía, pero supuso que en su forma más humana sí requeriría de alguna capa extra, sobre todo cuando acaeciera el invierno.
Siguió al héroe hasta el patio de armas donde los guerreros, que habían logrado centrar su atención en el entrenamiento, no tardaron en desatender el ejercicio cuando notaron su presencia. Frunció el ceño, repasando la mirada sobre los presentes, quizá el comportamiento de aquellos individuos se relacionaba con lo que había mencionado Höor sobre “fornicar”. Varios silbidos desafinados acompasaron las miradas que atrevidas le recorrieron de pies a cabeza. Algunos de los hombres gesticulaban con sus cuerpos, otros con sus facciones y otros pocos, de expresión nula, se conformaban con observarle. El conde, divertido, se carcajeaba a sus espaldas.
Ira se detuvo en la mitad del campo y se dio media vuelta para enfrentar al hombre, atrapando con su diestra la vara que este le lanzó mientras le provocaba a asestar el primer golpe. Ella deslizó su mirada por la madera, examinándola con los ojos entrecerrados sin saber exactamente qué hacer con ella. La única arma en cuyo manejo era diestra eran las garras del animal, mas ahora que tenía problemas para invocar al ave, aprender a luchar como los guerreros del norte era su mejor opción. El conde hizo girar el palo entre su mano y le retó con la mirada, ella endureció la propia, lo imitó y sin vacilación se lanzó al ruedo.
Él evadió el primer ataque con ligereza y sin esfuerzo alguno. Media sonrisa entretenida curvaba sus labios y silenciosa le indagaba si no tenía más que dar. Ira podía desconocer cómo funcionaba la mayor parte de aquel mundo, pero el reto no pudo ser más claro. Afianzó el agarre sobre el palo y se abalanzó de nuevo, esta vez en una ráfaga de ataques que, aunque no fueron tan certeros como hubiese querido, sí lograron que su oponente se esforzara más en evadirlos, viéndose obligado a usar la vara que blandía para detener el último.
Un instante de quietud fue lo que procedió a la colisión. Ira no era realmente consciente de ello, mas su expresión se tiznaba fiera y su mirada incitadora. Sus comisuras se elevaron con sutileza mientras sus zafiros permanecieron intensos, anclados a los verdes del conde. Disfrutaba del enfrentamiento más de lo que alcanzaba a comprender: su corazón palpitaba con fuerza, la sangre fluía presurosa entre sus vasos sanguíneos y su cuerpo comenzaba entraba en calor, el rosáceo tono de sus mejillas daba cuenta de ello.
Resquebrajando la fugaz conexión de miradas, Ira hizo presión sobre el cruce de maderas, empujó con fuerza haciendo retroceder al conde y sin dar espera, ondeó la madera al aire, rozándole los cabellos cuando este se inclinó para eludir su arremetida. Raudo, Höor se irguió y de un golpe con el "arma" que empuñaba, hizo volar la suya lejos de su mano. la castaña gruñó y observó la vara aterrizar a un par de metros de sus pies, pero cuando volvió su atención a su oponente este se abalanzó sobre ella sin darle tiempo a reaccionar. En un acertado movimiento, su cuerpo terminó apresado contra el de él, su espalda presionando el torso ajeno y el palo de madera acariciando su cuello, cercando cualquier vía de escape. Si la madera fuese acero, seguramente habría quedado sin cabeza.
La respiración del héroe se estrelló agitada en la tensa curvatura de su cuello. El vaho le entibiaba la dermis y sus espaldas podía sentir la jadeante elevación y distención del pecho del hombre. Se tomó un instante para inspirar profundo, el compás de su respiración concordaba con el ajeno; no obstante, aprovechó aquel instante para analizar con cuidado cómo librarse de aquella prisión. Se relamió los labios y giró la cabeza on sutileza, observando a su oponente de soslayo y entonces, rápida y repentinamente se agachó y dando una zancada al frente se volvió sobre sí misma para encararlo de nuevo.
Cuando su contrincante hizo el amague de elevar la vara con el fin de dejarla caer sobre ella, la cambiante la detuvo en el aire con su diestra y de un brusco tirón la arranco de la ajena para arrojarla lejos. Con la siniestra, que aún le quedaba libre, sujetó fuertemente la camisola del héroe, lo elevó un par de centímetros por encima del suelo y procedió a acostarlo de golpe contra el pasto. Si bien Höor era un hombre bastante fornido, por su naturaleza, la fuerza de Ira era mayor.
Sus orbes centellaron en áureo y se encontraron de nuevo con las del conde.
— Ha sido divertido… se supone que lo sea ¿verdad? — Afirmó y luego indagó con sincera curiosidad
La mirada de Ira se perdió en el infinito durante un instante cuando el conde ladeó la sonrisa, indagando si aquel término lo comprendía. Lo hacía, pero la intención con la que se había despojado de sus ropajes frente a él no sobrepasaba a acatar la sugerencia de un vestuario más apropiado. Ella era salvaje, un animal, el único revestimiento al que estaba acostumbrada era el de su propia piel y adaptarse a uno complementario no le era tarea sencilla, no cuando tanto gustaba de la libertad que le proporcionaba su desnudez. De cualquier manera, al ave el plumaje le protegía, pero supuso que en su forma más humana sí requeriría de alguna capa extra, sobre todo cuando acaeciera el invierno.
Siguió al héroe hasta el patio de armas donde los guerreros, que habían logrado centrar su atención en el entrenamiento, no tardaron en desatender el ejercicio cuando notaron su presencia. Frunció el ceño, repasando la mirada sobre los presentes, quizá el comportamiento de aquellos individuos se relacionaba con lo que había mencionado Höor sobre “fornicar”. Varios silbidos desafinados acompasaron las miradas que atrevidas le recorrieron de pies a cabeza. Algunos de los hombres gesticulaban con sus cuerpos, otros con sus facciones y otros pocos, de expresión nula, se conformaban con observarle. El conde, divertido, se carcajeaba a sus espaldas.
Ira se detuvo en la mitad del campo y se dio media vuelta para enfrentar al hombre, atrapando con su diestra la vara que este le lanzó mientras le provocaba a asestar el primer golpe. Ella deslizó su mirada por la madera, examinándola con los ojos entrecerrados sin saber exactamente qué hacer con ella. La única arma en cuyo manejo era diestra eran las garras del animal, mas ahora que tenía problemas para invocar al ave, aprender a luchar como los guerreros del norte era su mejor opción. El conde hizo girar el palo entre su mano y le retó con la mirada, ella endureció la propia, lo imitó y sin vacilación se lanzó al ruedo.
Él evadió el primer ataque con ligereza y sin esfuerzo alguno. Media sonrisa entretenida curvaba sus labios y silenciosa le indagaba si no tenía más que dar. Ira podía desconocer cómo funcionaba la mayor parte de aquel mundo, pero el reto no pudo ser más claro. Afianzó el agarre sobre el palo y se abalanzó de nuevo, esta vez en una ráfaga de ataques que, aunque no fueron tan certeros como hubiese querido, sí lograron que su oponente se esforzara más en evadirlos, viéndose obligado a usar la vara que blandía para detener el último.
Un instante de quietud fue lo que procedió a la colisión. Ira no era realmente consciente de ello, mas su expresión se tiznaba fiera y su mirada incitadora. Sus comisuras se elevaron con sutileza mientras sus zafiros permanecieron intensos, anclados a los verdes del conde. Disfrutaba del enfrentamiento más de lo que alcanzaba a comprender: su corazón palpitaba con fuerza, la sangre fluía presurosa entre sus vasos sanguíneos y su cuerpo comenzaba entraba en calor, el rosáceo tono de sus mejillas daba cuenta de ello.
Resquebrajando la fugaz conexión de miradas, Ira hizo presión sobre el cruce de maderas, empujó con fuerza haciendo retroceder al conde y sin dar espera, ondeó la madera al aire, rozándole los cabellos cuando este se inclinó para eludir su arremetida. Raudo, Höor se irguió y de un golpe con el "arma" que empuñaba, hizo volar la suya lejos de su mano. la castaña gruñó y observó la vara aterrizar a un par de metros de sus pies, pero cuando volvió su atención a su oponente este se abalanzó sobre ella sin darle tiempo a reaccionar. En un acertado movimiento, su cuerpo terminó apresado contra el de él, su espalda presionando el torso ajeno y el palo de madera acariciando su cuello, cercando cualquier vía de escape. Si la madera fuese acero, seguramente habría quedado sin cabeza.
La respiración del héroe se estrelló agitada en la tensa curvatura de su cuello. El vaho le entibiaba la dermis y sus espaldas podía sentir la jadeante elevación y distención del pecho del hombre. Se tomó un instante para inspirar profundo, el compás de su respiración concordaba con el ajeno; no obstante, aprovechó aquel instante para analizar con cuidado cómo librarse de aquella prisión. Se relamió los labios y giró la cabeza on sutileza, observando a su oponente de soslayo y entonces, rápida y repentinamente se agachó y dando una zancada al frente se volvió sobre sí misma para encararlo de nuevo.
Cuando su contrincante hizo el amague de elevar la vara con el fin de dejarla caer sobre ella, la cambiante la detuvo en el aire con su diestra y de un brusco tirón la arranco de la ajena para arrojarla lejos. Con la siniestra, que aún le quedaba libre, sujetó fuertemente la camisola del héroe, lo elevó un par de centímetros por encima del suelo y procedió a acostarlo de golpe contra el pasto. Si bien Höor era un hombre bastante fornido, por su naturaleza, la fuerza de Ira era mayor.
Sus orbes centellaron en áureo y se encontraron de nuevo con las del conde.
— Ha sido divertido… se supone que lo sea ¿verdad? — Afirmó y luego indagó con sincera curiosidad
Ira- Cambiante Clase Alta
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Re: krigen (Privado)
La dama pájaro miró la vara que había alcanzado al vuelo, quizás porque nunca había sujetado una entre sus manos, algo me decía que sus ataques tenían mas que ver con las garras que con una pelea a melé cuerpo a cuerpo.
Ladeé la sonrisa animándola de forma engreída, francamente pensé que esto iba a ser mas fácil que tumbar a uno de mis hijos.
Su primer ataque fue esquivado con tal destreza por mi parte que despertó las carcajadas de los integrantes del patio de armas, que le silbaban por los movimientos que su curvilíneo cuerpo jadeante realizaba con cada movimiento. y a su vez, tocó el orgullo de la morena al encontrarse con mi ladeada y altiva sonrisa.
Sus ojos centellearon presos del desafió y sin mediar palabra, se lanzó de nuevo al ataque dejando caer sobre mi cuerpo un combo de ataques rápidos, que esquivé esforzándome mas que la anterior vez, tanto que el único modo factible de detener el ultimo fue interponiendo mi palo.
Los hombres jaleaban a la recién llegada, la cosa iba tomando color y eso era algo que a todos nos excitaba.
Nuestras miradas se anclaron, tentándonos a un nuevo encuentro, sus labios se curvaron ligeramente mientras me miraba fijamente.
No tardó en cargar, si algo podía valorar en ella era la fiereza que derrochaba en cada ataque, salvaje, letal, sus movimientos eran rudos pero a la vez parecía encontrar ese equilibrio en el que el viento danzaba con ella.
Mi palo se interpuso en cada uno de sus ataques, un empujón me hizo recular, su fuerza al ser la de un cambiante era mayor, pero sin duda mi técnica no podía igualarla aunque se lo propusiera, un golpe en su mano bastó para que soltara su palo que retumbó al caer sobre la arena.
Raudo atajé nuestra distancia, su cuerpo cedió a mis movimientos y colocando así mi palo en su cuello, esta quedo encarcelada entre este y los tensos músculos de mi pecho.
Un instante de calma en el que solo se escuchaba el choque erradico de nuestro aliento mientras nuestros cuerpos perlados en sudor surcaban con rápidos movimientos el del otro.
Admito que me distraje, difícil no hacerlo ante la visión de un alzado pecho que se sacudía con violencia ante mis ojos.
Hundió ligeramente su espalda mas en mi y con un brusco tirón me elevó por los aires haciendo que mordiera el pasto mientras los hombres aullaban y jaleaban a la dama.
Ladeé la sonrisa al escuchar su frase, tenia que reconocerlo, me divertía la chica.
Deslicé mis ojos por su cuerpo y aprovechando su distracción, le metí la pierna entre las suyas y de un tirón la hice caer desprevenida sobre mi cuerpo, volteé veloz encarcelándola entre piel y hueso mientras la miraba fijamente sin perder mi aire engreído.
-Muy divertido -aseguré.
No tenia buen perder, tenia que reconocerlo, me dejé caer de espaldas liberándola de mi peso.
entre unas cosas y otras era la hora de irnos a comer algo, estaba famélico y mis tripas rugían.
Ladeé la sonrisa animándola de forma engreída, francamente pensé que esto iba a ser mas fácil que tumbar a uno de mis hijos.
Su primer ataque fue esquivado con tal destreza por mi parte que despertó las carcajadas de los integrantes del patio de armas, que le silbaban por los movimientos que su curvilíneo cuerpo jadeante realizaba con cada movimiento. y a su vez, tocó el orgullo de la morena al encontrarse con mi ladeada y altiva sonrisa.
Sus ojos centellearon presos del desafió y sin mediar palabra, se lanzó de nuevo al ataque dejando caer sobre mi cuerpo un combo de ataques rápidos, que esquivé esforzándome mas que la anterior vez, tanto que el único modo factible de detener el ultimo fue interponiendo mi palo.
Los hombres jaleaban a la recién llegada, la cosa iba tomando color y eso era algo que a todos nos excitaba.
Nuestras miradas se anclaron, tentándonos a un nuevo encuentro, sus labios se curvaron ligeramente mientras me miraba fijamente.
No tardó en cargar, si algo podía valorar en ella era la fiereza que derrochaba en cada ataque, salvaje, letal, sus movimientos eran rudos pero a la vez parecía encontrar ese equilibrio en el que el viento danzaba con ella.
Mi palo se interpuso en cada uno de sus ataques, un empujón me hizo recular, su fuerza al ser la de un cambiante era mayor, pero sin duda mi técnica no podía igualarla aunque se lo propusiera, un golpe en su mano bastó para que soltara su palo que retumbó al caer sobre la arena.
Raudo atajé nuestra distancia, su cuerpo cedió a mis movimientos y colocando así mi palo en su cuello, esta quedo encarcelada entre este y los tensos músculos de mi pecho.
Un instante de calma en el que solo se escuchaba el choque erradico de nuestro aliento mientras nuestros cuerpos perlados en sudor surcaban con rápidos movimientos el del otro.
Admito que me distraje, difícil no hacerlo ante la visión de un alzado pecho que se sacudía con violencia ante mis ojos.
Hundió ligeramente su espalda mas en mi y con un brusco tirón me elevó por los aires haciendo que mordiera el pasto mientras los hombres aullaban y jaleaban a la dama.
Ladeé la sonrisa al escuchar su frase, tenia que reconocerlo, me divertía la chica.
Deslicé mis ojos por su cuerpo y aprovechando su distracción, le metí la pierna entre las suyas y de un tirón la hice caer desprevenida sobre mi cuerpo, volteé veloz encarcelándola entre piel y hueso mientras la miraba fijamente sin perder mi aire engreído.
-Muy divertido -aseguré.
No tenia buen perder, tenia que reconocerlo, me dejé caer de espaldas liberándola de mi peso.
entre unas cosas y otras era la hora de irnos a comer algo, estaba famélico y mis tripas rugían.
Höor Cannif- Realeza Neerlandesa
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Localización : el placentero infierno de tus piernas.
Re: krigen (Privado)
Un movimiento rápido y un fugaz parpadeo bastaron para que la joven cambiante se encontrara a sí misma tendida en el suelo, atrapada entre la hierba húmeda y la corporeidad de un hombre que no estaba dispuesto a perder, ni siquiera por diversión. Pestañeó un par de veces sutilmente sorprendida, debía ser costumbre humana eso de persistir. Höor se hizo a un lado y ella alzó el torso, procediendo a ponerse de pie en un salto. Se sentía animada, genuinamente entretenida y sobre todo maravillada. Había olvidado lo completo que era el cuerpo humano, un sistema casi perfecto de diversas posibilidades y movimientos, incluso, partes tan pequeñas como los pulgares opuestos eran una bendición. Sólo un problema tenía con la mujer en ese esbelto traje llamado humanidad… no podía volar.
Sacudió la cabeza y con ella las dudas existenciales que por la naturaleza de su forma emergían sin desearlo verdaderamente, entonces volvió la mirada hacia Höor con media sonrisa inocente plasmada en el rostro y le extendió su mano, esperando a que la tomara, ofreciéndole así apoyo para ponerse en pie. Por supuesto, el conde no necesitaba de su ayuda, mas aquella fue la mejor forma que encontró Ira de darle tregua.
— ¿Con quién entreno ahora? — Preguntó al conde ante las miradas expectantes de los guerreros.
Un tumulto los vikingos se apresuraron en su dirección empujándose entre ellos por quién llegaba primero a ella. La castaña contempló la escena con sus zafiros abiertos de par en par, sin comprender lo sucedido mas intrigada por aquel comportamiento. Aquellas criaturas jamás dejarían de sorprenderla.
— Son más amigables de lo que pensé — confesó a Höor. Él se carcajeó por lo bajo.
El entrenamiento continuó por una hora o dos. Ira, por su parte, lo encontró bastante provechoso. De fuerza bruta no se podía vencer al enemigo y las heridas que le fueron infligidas en batalla se lo dejaron claro. Los humanos, en la debilidad de su esencia, habían aprendido a sobreponerse a criaturas como ella durante la contienda, no sólo a punta de acero sino también por medio de razón, midiendo las cualidades de su especie, calculando sus movimientos y siendo astutos tanto en la preparación como en la guerra.
Su modo de batallar era salvaje, inclemente… pero poco inteligente. Para los vikingos, que entrenaban día a día con el fin de hacer frente a sus enemigos, no era tarea ardua derrotarla cuando hacía un esfuerzo gigantesco por batallar como humana. Sin embargo, Ira aprendía rápido y por imitación y, aunque no al mismo nivel de los guerreros forjados en campo, pronto se vio a sí misma replicando algunos de los movimientos que utilizaban en arremetida contra los mismos.
El sol, refulgente y caluroso, que surcaba en su punto máximo el azulino cielo, anunciaba a los vikingos la esperada hora del almuerzo. Nunca sintió tanta hambre como en aquel momento, el ejercicio fue arduo y su cuerpo, extenuado, pedía a gruñidos ser alimentado; lo último que había comido fue la marmota flaca que cazó en las laderas de su condado, ciertamente, para llenar el vacío de su estómago requeriría de una presa más grande.
El conde la guio hasta un extenso comedor y le indicó dónde sentarse, Ira obedeció y le observó tomar asiento a su lado a la espera del festín de medio día. Fue él quien rompió el silencio y de ahí en más, a pesar de las oxidadas habilidades sociales de la castaña, la conversación fluyó bastante bien. Al héroe le intrigaba su vida como animal, su condado y la relación mantenía con los pobladores antes de la guerra. La castaña relató al hombre la verdad sin tapujos, su madre se había suicidado, su padre siempre se culpó por ello y nunca fue capaz de superarlo. Ella, por su parte, había huido de su hogar a muy temprana edad, optando por encontrarse a sí misma y a su libertad en forma de animal. En cuanto a los pobladores, nada conocía de ellos... a decir verdad, de hábitos humanos y demás poco recordaba.
— Ira — corrigió al conde cuando este le llamó por su nombre en noruego — Así solía llamarme madre, creo que es la traducción de mi nombre en su idioma. Sé que todos me llaman Vrede, mi padre se encargó de que así me conocieran, pero no lo siento como mío, nunca lo hice, menos ahora que él está muer-
La última palabra se atragantó en sus cuerdas vocales; de repente ya no se sentía hambrienta. Hablar de su familia evocó en ella el recuerdo de la muerte de su padre. Como un baldado de agua fría, la memoria emergente le dejó en silencio y aunque intentó continuar, sin poder controlarlo, sus palabras titubearon. No entendía lo que sucedía, lo que sentía, tampoco recordaba que implicaba estar de luto, de duelo… de lo único que estaba segura era de que, en aquello, no deseaba profundizar.
No tuvo que decir nada. En ese momento, las mozas sirvieron los alimentos y todos los presentes se dispusieron a saciar su apetito. Ira lo intentó también, mas la prueba fue en vano pues no logró pasar más de dos trozos del jugoso bistec que, en cualquier otra ocasión, hubiese devorado de tres mordiscos. Silente, la castaña aguardó a que el conde terminara de arrasar con la comida del plato, entonces impaciente, quebró el silencio que ella misma había impuesto.
— Höor… me gustaría ver a mi gente.
Había una razón por la que no se llevaba bien con su humanidad y era que debía manejar sentimientos con los que nunca aprendió a lidiar.
Sacudió la cabeza y con ella las dudas existenciales que por la naturaleza de su forma emergían sin desearlo verdaderamente, entonces volvió la mirada hacia Höor con media sonrisa inocente plasmada en el rostro y le extendió su mano, esperando a que la tomara, ofreciéndole así apoyo para ponerse en pie. Por supuesto, el conde no necesitaba de su ayuda, mas aquella fue la mejor forma que encontró Ira de darle tregua.
— ¿Con quién entreno ahora? — Preguntó al conde ante las miradas expectantes de los guerreros.
Un tumulto los vikingos se apresuraron en su dirección empujándose entre ellos por quién llegaba primero a ella. La castaña contempló la escena con sus zafiros abiertos de par en par, sin comprender lo sucedido mas intrigada por aquel comportamiento. Aquellas criaturas jamás dejarían de sorprenderla.
— Son más amigables de lo que pensé — confesó a Höor. Él se carcajeó por lo bajo.
El entrenamiento continuó por una hora o dos. Ira, por su parte, lo encontró bastante provechoso. De fuerza bruta no se podía vencer al enemigo y las heridas que le fueron infligidas en batalla se lo dejaron claro. Los humanos, en la debilidad de su esencia, habían aprendido a sobreponerse a criaturas como ella durante la contienda, no sólo a punta de acero sino también por medio de razón, midiendo las cualidades de su especie, calculando sus movimientos y siendo astutos tanto en la preparación como en la guerra.
Su modo de batallar era salvaje, inclemente… pero poco inteligente. Para los vikingos, que entrenaban día a día con el fin de hacer frente a sus enemigos, no era tarea ardua derrotarla cuando hacía un esfuerzo gigantesco por batallar como humana. Sin embargo, Ira aprendía rápido y por imitación y, aunque no al mismo nivel de los guerreros forjados en campo, pronto se vio a sí misma replicando algunos de los movimientos que utilizaban en arremetida contra los mismos.
***
El sol, refulgente y caluroso, que surcaba en su punto máximo el azulino cielo, anunciaba a los vikingos la esperada hora del almuerzo. Nunca sintió tanta hambre como en aquel momento, el ejercicio fue arduo y su cuerpo, extenuado, pedía a gruñidos ser alimentado; lo último que había comido fue la marmota flaca que cazó en las laderas de su condado, ciertamente, para llenar el vacío de su estómago requeriría de una presa más grande.
El conde la guio hasta un extenso comedor y le indicó dónde sentarse, Ira obedeció y le observó tomar asiento a su lado a la espera del festín de medio día. Fue él quien rompió el silencio y de ahí en más, a pesar de las oxidadas habilidades sociales de la castaña, la conversación fluyó bastante bien. Al héroe le intrigaba su vida como animal, su condado y la relación mantenía con los pobladores antes de la guerra. La castaña relató al hombre la verdad sin tapujos, su madre se había suicidado, su padre siempre se culpó por ello y nunca fue capaz de superarlo. Ella, por su parte, había huido de su hogar a muy temprana edad, optando por encontrarse a sí misma y a su libertad en forma de animal. En cuanto a los pobladores, nada conocía de ellos... a decir verdad, de hábitos humanos y demás poco recordaba.
— Ira — corrigió al conde cuando este le llamó por su nombre en noruego — Así solía llamarme madre, creo que es la traducción de mi nombre en su idioma. Sé que todos me llaman Vrede, mi padre se encargó de que así me conocieran, pero no lo siento como mío, nunca lo hice, menos ahora que él está muer-
La última palabra se atragantó en sus cuerdas vocales; de repente ya no se sentía hambrienta. Hablar de su familia evocó en ella el recuerdo de la muerte de su padre. Como un baldado de agua fría, la memoria emergente le dejó en silencio y aunque intentó continuar, sin poder controlarlo, sus palabras titubearon. No entendía lo que sucedía, lo que sentía, tampoco recordaba que implicaba estar de luto, de duelo… de lo único que estaba segura era de que, en aquello, no deseaba profundizar.
No tuvo que decir nada. En ese momento, las mozas sirvieron los alimentos y todos los presentes se dispusieron a saciar su apetito. Ira lo intentó también, mas la prueba fue en vano pues no logró pasar más de dos trozos del jugoso bistec que, en cualquier otra ocasión, hubiese devorado de tres mordiscos. Silente, la castaña aguardó a que el conde terminara de arrasar con la comida del plato, entonces impaciente, quebró el silencio que ella misma había impuesto.
— Höor… me gustaría ver a mi gente.
Había una razón por la que no se llevaba bien con su humanidad y era que debía manejar sentimientos con los que nunca aprendió a lidiar.
Ira- Cambiante Clase Alta
- Mensajes : 32
Fecha de inscripción : 18/08/2017
Re: krigen (Privado)
La condesa parecía desganada mientras el resto comíamos devorando los platos como bárbaros.
Mis ojos surcaron su rostro, podía sentir cierto desazón en ellos, quizás su parte animal le impedía expresar el dolor de una guerra a cuestas, la perdida de un padre y en parte por tener que abandonar su hogar.
La hubiera tratado de animar, mas supongo que yo en su situación lo llevaría con la misma resignación, así que guardé silencio mientras apuraba mi jarra de hidromiel conversando con Lund sobre las estrategias a seguir para la defensa de Akershus.
Conociendo a Randulf doblegar el corazón del norte siempre estaba en sus planes y tenia que estar alerta para que no se nos echaran encima.
Cuando la condesa me pidió acudir a ver a su gente, no dudé, deposité mi mano en el hombro de Lund dándole un par de golpes para que pusiera en marcha lo hablado.
Le tendí mi brazo de forma educada a Ira, así me había dicho que la llamara y despacio la saqué al exterior de palacio.
Su gente había sido reubicada en algunas casas abandonadas que el resto de norteños que convivía dentro de nuestros muros estaban ayudando a reconstruir para crear de ellas un hogar.
Otras familias vivían en los caserones mas grandes y los niños que habían quedado huérfanos se repartieron entre los campesinos o guerreros a los que los dioses no habían favorecido con un linaje y veían en esos niños la posibilidad de tenerlo.
Todos estaban bien atendidos, alimentados y bajo un techo y tal y como la condesa pasaba por las calles era bendecida, alagada y plagada de flores y fruta fresca.
Dejé que fuera ella la que se diera ese baño de masas, se lo merecía, era necesario que entendiera que su gente la necesitaba y yo necesitaba que estuviera fuerte, que tuviera el arrojo para sus tentar a los suyos porque algún día recuperaríamos su condado.
Me acerqué cuando ella parecía querer irse, supongo que todavía se agobiaba cuando era acorralada por demasiados.
Tiré de su mano despidiéndome del resto que pronto volvieron a su trabajo.
-¿estas bien? -le pregunté apartando su pelo castaño mientras sus dos orbes verdes se clavaban en mis pardos -tu gente te necesita.
Quería quitar un poco de tensión al día, divertirnos, que se olvidara de todo lo que había pasado.
-¿quieres que ensillemos un par de caballos y nos perdamos en el bosque? Enséñame ahora un poco de tu mundo, ya que yo te he enseñado mi hogar, estaría bien conocer el tuyo. Seguro que conoces algún sitio que yo pese a conocer estas tierras como la palma de mi mano jamas he estado ¿que me dices?
Mis ojos surcaron su rostro, podía sentir cierto desazón en ellos, quizás su parte animal le impedía expresar el dolor de una guerra a cuestas, la perdida de un padre y en parte por tener que abandonar su hogar.
La hubiera tratado de animar, mas supongo que yo en su situación lo llevaría con la misma resignación, así que guardé silencio mientras apuraba mi jarra de hidromiel conversando con Lund sobre las estrategias a seguir para la defensa de Akershus.
Conociendo a Randulf doblegar el corazón del norte siempre estaba en sus planes y tenia que estar alerta para que no se nos echaran encima.
Cuando la condesa me pidió acudir a ver a su gente, no dudé, deposité mi mano en el hombro de Lund dándole un par de golpes para que pusiera en marcha lo hablado.
Le tendí mi brazo de forma educada a Ira, así me había dicho que la llamara y despacio la saqué al exterior de palacio.
Su gente había sido reubicada en algunas casas abandonadas que el resto de norteños que convivía dentro de nuestros muros estaban ayudando a reconstruir para crear de ellas un hogar.
Otras familias vivían en los caserones mas grandes y los niños que habían quedado huérfanos se repartieron entre los campesinos o guerreros a los que los dioses no habían favorecido con un linaje y veían en esos niños la posibilidad de tenerlo.
Todos estaban bien atendidos, alimentados y bajo un techo y tal y como la condesa pasaba por las calles era bendecida, alagada y plagada de flores y fruta fresca.
Dejé que fuera ella la que se diera ese baño de masas, se lo merecía, era necesario que entendiera que su gente la necesitaba y yo necesitaba que estuviera fuerte, que tuviera el arrojo para sus tentar a los suyos porque algún día recuperaríamos su condado.
Me acerqué cuando ella parecía querer irse, supongo que todavía se agobiaba cuando era acorralada por demasiados.
Tiré de su mano despidiéndome del resto que pronto volvieron a su trabajo.
-¿estas bien? -le pregunté apartando su pelo castaño mientras sus dos orbes verdes se clavaban en mis pardos -tu gente te necesita.
Quería quitar un poco de tensión al día, divertirnos, que se olvidara de todo lo que había pasado.
-¿quieres que ensillemos un par de caballos y nos perdamos en el bosque? Enséñame ahora un poco de tu mundo, ya que yo te he enseñado mi hogar, estaría bien conocer el tuyo. Seguro que conoces algún sitio que yo pese a conocer estas tierras como la palma de mi mano jamas he estado ¿que me dices?
Höor Cannif- Realeza Neerlandesa
- Mensajes : 976
Fecha de inscripción : 21/09/2016
Localización : el placentero infierno de tus piernas.
Re: krigen (Privado)
Sintió alivio por la prontitud de Höor al satisfacer su petición, aquella carga invisible que oprimía su pecho se sopesó más liviana. Hasta entonces no había tenido la oportunidad de experimentar mucho con sus emociones, sin embargo, conocía de ellas lo suficiente como para saber que de no tener presente un motivo por el cuál apegarse a su humanidad, tan pronto como pudiese contrarrestar el bloqueo de sus transformaciones, emprendería vuelo sin intención de volver; de hecho, continuar allí sin haber consumado algún intento de fuga era ya todo un progreso. La última vez que enfrentó perdida semejante, la pena caló en ella tan profunda que le obligó a abandonar su hogar, a volar tan alto y tan lejos hasta extraviar en el aire su desconsuelo, su nombre, sus obligaciones y de paso, a sí misma… ¿Qué hacía diferente aquella ocasión? Aquello intentaba comprender.
Tomando el brazo del conde, Ira le siguió el paso a través de los espacios designados a resguardar la gente de su condado y a paso firme caminó entre ellos como jamás lo había hecho. Por un instante dejó de ser un ideal, un ser superior que reinaba en los cielos y traía ventura sobre la tierra que sobrevolaba, para convertirse en mujer, un ser con quien podían igualarse, un ser que sangra, un ser en duelo y tan frágil como los demás paisanos, pero que, a diferencia del ave, no arribaba con falsas nociones de fortuna, mas tocaba tierra para protegerlos con piel y zarpas.
La gratificación de la gente era tangible en ofrendas que ella recibió con una sonrisa dibujada en los labios. A pesar de que distaba considerablemente de sentir dicha, pues la pesadumbre de la perdida se tornaba a cada paso más densa, sí le conmovió el brillo de esperanza que refulgía en los ojos de aquellos que lo habían perdido todo, irónico pues era aquella una clase voluntad o fuerza emocional de la que carecía , considerando que su presencia era uno de los móviles que vigorizaba aquel resplandor, fue ella quien encontró el nervio para continuar.
Sinceramente, fue una sorpresa que aquellas personas aún alojaran su fe en ella. Después de todo, su arribo suponía tiempos de prosperidad y fortuna, mas lo único que trajo consigo fue la guerra y con ella incontables pérdidas. Como si sus pensamientos se hubiesen tornado tangibles, un hombre, que en su mano sostenía una botella grande de contenido ambarino semejante al que le había ofrecido el conde la noche anterior, se acercó a ella tambaleante, mas no por ello perdiendo la furia que desbordaba de su incendiaria mirada. De un zarpazo aquel disgustado señor le hizo soltar las oblaciones que cargaba entre sus brazos y entonces procedió a empujarle con fuerza, culpándola a pulmón herido de la muerte de su mujer y sus dos pequeñas. De no ser reducido por los mismos paisanos, la mejor suposición de la castaña fue que el sujeto no hubiese titubeado en golpearla.
Consternada, la multitud le acorraló en auxilio. Ira comprendía que las intenciones de su gente eran cándidas, pero pronto le faltó el aire. Inhaló y exhaló inquieta, las emociones que batallaban en su interior le abrumaban tanto como la aglomeración de personas a su alrededor y en un instante se encontró a sí misma perdiendo la calma. Apretó los puños con fuerza, mientras sus garras, emergiendo afiladas se incrustaron en su piel; sus ojos se encendieron áureos y girando la cabeza de un lado a otro buscó desesperada al conde, mas entre la muchedumbre no lo divisó.
De repente, un agarre firme se posó sobre su mano, arrastrándola fuera de la multitud. Alterada, Ira intentó liberarse de la presión mas al caer en cuenta que se trataba de Höor cedió a la resistencia y suspiró hondo. Con un breve gesto, el conde advirtió a los pobladores que era hora de partir y estos, obedientes, retomaron su labor. Tratando de recobrar la calma, la castaña apretó los párpados y relajó la fuerza que imponía sobre los puños que descansaban entre las manos del conde, extrayendo las uñas de su carne y permitiendo que las heridas sanaran con la rapidez propia de su naturaleza.
Al sentir el roce de los dedos del conde apartándole los cabellos rebeldes del rostro, desenlazó despacio sus pestañas, lo observó sin ocultar su aflicción y cuando este indagó si se encontraba bien, ella negó con la cabeza; Ira no era una mujer de guardarse sus emociones, en su razonamiento no veía motivo para hacerlo. Él, por su parte, no dudo en recordarle que su gente la necesitaba.
— Lo sé — Musitó a media voz mientras su mirada, apenada, cayó a sus pies.
Ante la propuesta, sus zafiros retornaron a los pantanos del conde, quien aguardó flemático por una respuesta. La castaña, aun sin comprender del todo la afabilidad del hombre, curvó ligeramente los labios y asintió en afirmación.
Con el ánimo más elevado y un ambiente menos tenso, ambos continuaron el camino a los establos. Allí el hombre, como lo había sugerido, le invitó a elegir el animal que montaría durante la travesía. El caballo que más le agradó era robusto, majestuoso, de pelaje azabache y largas crines. Embelesada, la castaña —no sin cierto recelo— se aproximó al equino y dubitativa, acercó su mano por encima del morro del animal. Lo cierto era que en su forma de ave pasaba demasiado tiempo en el aire por lo que conocía poco acerca de los mamíferos, pero, incluso residiendo en las alturas, los corceles que recorrían a galope salvaje las planicies de noruega nunca dejaron de causarle intriga.
Antes de reposar su mano sobre la cabeza del animal, la condesa buscó la mirada de Höor en busca de aprobación y sólo cuando este le animó a concluir la acción, acarició con delicadeza la frente del animal.
— Höor… — Llamó la atención del conde quien proseguía alistando la montura de su caballo — Quisiera ensillarlo a él.
El héroe le indicó como ajustar la montura. Ira, ladeó la cabeza confundida mas se esforzó por imitar las indicaciones al pie de la letra y una vez terminó, intentó subir sobre el lomo del animal. No obstante, la silla, que había quedado floja, se resbaló cuando ella hizo el amague de sentarse haciéndole cayendo de lleno sobre el conde, quien, divertido, aguardaba a un costado del animal. Desplomada sobre el suelo, la castaña, instintivamente, estalló en carcajadas sin entender muy bien por qué.
Una vez en pie, cuando las risas cesaron, Höor ciñó las correas de la silla y en tanto estuvo lista, ambos emprendieron camino.
Tomando el brazo del conde, Ira le siguió el paso a través de los espacios designados a resguardar la gente de su condado y a paso firme caminó entre ellos como jamás lo había hecho. Por un instante dejó de ser un ideal, un ser superior que reinaba en los cielos y traía ventura sobre la tierra que sobrevolaba, para convertirse en mujer, un ser con quien podían igualarse, un ser que sangra, un ser en duelo y tan frágil como los demás paisanos, pero que, a diferencia del ave, no arribaba con falsas nociones de fortuna, mas tocaba tierra para protegerlos con piel y zarpas.
La gratificación de la gente era tangible en ofrendas que ella recibió con una sonrisa dibujada en los labios. A pesar de que distaba considerablemente de sentir dicha, pues la pesadumbre de la perdida se tornaba a cada paso más densa, sí le conmovió el brillo de esperanza que refulgía en los ojos de aquellos que lo habían perdido todo, irónico pues era aquella una clase voluntad o fuerza emocional de la que carecía , considerando que su presencia era uno de los móviles que vigorizaba aquel resplandor, fue ella quien encontró el nervio para continuar.
Sinceramente, fue una sorpresa que aquellas personas aún alojaran su fe en ella. Después de todo, su arribo suponía tiempos de prosperidad y fortuna, mas lo único que trajo consigo fue la guerra y con ella incontables pérdidas. Como si sus pensamientos se hubiesen tornado tangibles, un hombre, que en su mano sostenía una botella grande de contenido ambarino semejante al que le había ofrecido el conde la noche anterior, se acercó a ella tambaleante, mas no por ello perdiendo la furia que desbordaba de su incendiaria mirada. De un zarpazo aquel disgustado señor le hizo soltar las oblaciones que cargaba entre sus brazos y entonces procedió a empujarle con fuerza, culpándola a pulmón herido de la muerte de su mujer y sus dos pequeñas. De no ser reducido por los mismos paisanos, la mejor suposición de la castaña fue que el sujeto no hubiese titubeado en golpearla.
Consternada, la multitud le acorraló en auxilio. Ira comprendía que las intenciones de su gente eran cándidas, pero pronto le faltó el aire. Inhaló y exhaló inquieta, las emociones que batallaban en su interior le abrumaban tanto como la aglomeración de personas a su alrededor y en un instante se encontró a sí misma perdiendo la calma. Apretó los puños con fuerza, mientras sus garras, emergiendo afiladas se incrustaron en su piel; sus ojos se encendieron áureos y girando la cabeza de un lado a otro buscó desesperada al conde, mas entre la muchedumbre no lo divisó.
De repente, un agarre firme se posó sobre su mano, arrastrándola fuera de la multitud. Alterada, Ira intentó liberarse de la presión mas al caer en cuenta que se trataba de Höor cedió a la resistencia y suspiró hondo. Con un breve gesto, el conde advirtió a los pobladores que era hora de partir y estos, obedientes, retomaron su labor. Tratando de recobrar la calma, la castaña apretó los párpados y relajó la fuerza que imponía sobre los puños que descansaban entre las manos del conde, extrayendo las uñas de su carne y permitiendo que las heridas sanaran con la rapidez propia de su naturaleza.
Al sentir el roce de los dedos del conde apartándole los cabellos rebeldes del rostro, desenlazó despacio sus pestañas, lo observó sin ocultar su aflicción y cuando este indagó si se encontraba bien, ella negó con la cabeza; Ira no era una mujer de guardarse sus emociones, en su razonamiento no veía motivo para hacerlo. Él, por su parte, no dudo en recordarle que su gente la necesitaba.
— Lo sé — Musitó a media voz mientras su mirada, apenada, cayó a sus pies.
Ante la propuesta, sus zafiros retornaron a los pantanos del conde, quien aguardó flemático por una respuesta. La castaña, aun sin comprender del todo la afabilidad del hombre, curvó ligeramente los labios y asintió en afirmación.
Con el ánimo más elevado y un ambiente menos tenso, ambos continuaron el camino a los establos. Allí el hombre, como lo había sugerido, le invitó a elegir el animal que montaría durante la travesía. El caballo que más le agradó era robusto, majestuoso, de pelaje azabache y largas crines. Embelesada, la castaña —no sin cierto recelo— se aproximó al equino y dubitativa, acercó su mano por encima del morro del animal. Lo cierto era que en su forma de ave pasaba demasiado tiempo en el aire por lo que conocía poco acerca de los mamíferos, pero, incluso residiendo en las alturas, los corceles que recorrían a galope salvaje las planicies de noruega nunca dejaron de causarle intriga.
Antes de reposar su mano sobre la cabeza del animal, la condesa buscó la mirada de Höor en busca de aprobación y sólo cuando este le animó a concluir la acción, acarició con delicadeza la frente del animal.
— Höor… — Llamó la atención del conde quien proseguía alistando la montura de su caballo — Quisiera ensillarlo a él.
El héroe le indicó como ajustar la montura. Ira, ladeó la cabeza confundida mas se esforzó por imitar las indicaciones al pie de la letra y una vez terminó, intentó subir sobre el lomo del animal. No obstante, la silla, que había quedado floja, se resbaló cuando ella hizo el amague de sentarse haciéndole cayendo de lleno sobre el conde, quien, divertido, aguardaba a un costado del animal. Desplomada sobre el suelo, la castaña, instintivamente, estalló en carcajadas sin entender muy bien por qué.
Una vez en pie, cuando las risas cesaron, Höor ciñó las correas de la silla y en tanto estuvo lista, ambos emprendieron camino.
Ira- Cambiante Clase Alta
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