AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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krigen (Privado)
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krigen (Privado)
Recuerdo del primer mensaje :
La visión de Freya no dejaba lugar a dudas, el condado caería en menos de una semana, si no hacíamos nada por evitarlo, los bárbaros del rey Randulf se apoderarían de otra fortificación mas, matarían a sus gentes y de nuevo el norte recibiría el azote del rey.
No tenia tiempo de recorrer esa distancia con un gran ejercito, seria absurdo hacerlo, no llegaríamos a tiempo, mas si cogía un barco pequeño, unos pocos montaraces, sin descanso llegaríamos antes de la masacre predicha por la oráculo.
Al ocaso del tercer día de viaje, nuestro barco atracó en el puerto de Eliosthar.
El viaje había sido francamente complicado, el mar estuvo tan picado y maltrató el barco de tal manera, que pensamos que acabaríamos nuestros días en brazos de las valquirias.
El puerto de Eliosthar era bastante grande, se encontraba dividido en tres zonas claramente definidas, en una de ellas, la más cercana a la lonja, atracaban los barcos de pesca, los marineros de los pequeños barcos se afanaban en sacar de ellos los crustáceos y otros moluscos para partir al alba, mientras los grandes pesqueros ya salían del puerto con sus faroles de aceite encendidos. En la zona central, donde atracaba nuestro barco, se peleaban varios grupos de jóvenes humanos por ser los primeros en recoger las maletas de los pasajeros mas opulentos que desembarcaban por sus muelles, en busca de una buena propina, otros, vendían pequeños abalorios. En la zona más lejana, se encontraban atracados pequeños y grandes barcos brillantes, de maderas nobles y fastuosos aparejos, pero sin ningún tipo de utilidad, supongo que los usarían para alcanzar algún tipo de posición social, tal y como acostumbraban a hacer los humanos.
Desembarcamos los caballos y nuestras pocas pertenencias y nos dirigimos a pié al final del muelle, donde dos soldados sentados a una mesa, parecían registrar a todo aquel que llegaba a la ciudad. Tras pedirnos nuestros nombres uno de los soldados se dirigió a nosotros, mientras el otro, seguía agitando la pluma ágilmente con la nariz metida en el papel.
Mi nombre Höor Cannif no pasó desapercibido, los soldados se agolparon en el muelle, desconocían si mis intenciones eran nobles o distaban de serlo y solo era un ataque a otro condado para apoderarme de mas tierras.
Corrían tiempos difíciles y los bárbaros antes de preguntar solíamos atacar.
Los soldados nos introdujeron entre empujones en un carro de madera con barrotes de hierro, más bien parecía una jaula sobre ruedas, dos recios caballos negros tiraban de ella, mientras un hombre los conducía sentado en un saliente de madera que tenía el carro en la parte delantera. Allí, en un gran cofre junto al conductor, depositaron nuestras armas. Esa pared y el techo no disponían de barrotes y estaban cubiertas de gruesos tableros de madera en su totalidad.
Los soldados montaron en sus caballos y ataron nuestras monturas en una argolla de la parte posterior del carro.
Un gran número de curiosos se fueron acercando al carro para vernos pasar, como si formáramos parte de algún tipo de compañía teatral, unos pocos chiquillos corrían a los lados del carro intentando vernos más de cerca, cosa que no agradó demasiado a Ulf, que ya se encontraba de mal humor por la situación, por lo que en un arrebato de furia, se lanzó sobre los barrotes cerca de la cara de un chiquillo curioso, lanzándolo hacia atrás del susto y cayendo de culo sobre un abrevadero del camino, lo que provocó las mas grotescas carcajadas del lobo.
No tardamos en llegar frente a las murallas de castillo, era exacta a la que me describió Freya, una muralla de piedra gris con cuatro torretas en su parte frontal, los soldados paseaban por el adarve de la muralla quedando su cuerpo cubierto al pasar por las almenas. En cada torreta vigilaba un arquero. Entre las dos centrales se encontraba el puente levadizo, enganchado con dos fuertes cadenas de hierro, que bajaba permitiendo nuestra entrada, y tapando el foso que protegía la ciudad.
En su dintel, el nombre de la ciudad “Eliosthar: honor y orgullo”
Esperaba que el Conde fuera poseedor de ambas virtudes.
Nada más cruzar el portón del castillo, vimos como se elevaba el puente y con un golpe metálico, empezó a bajar el rastrillo de hierro negro que protegía la fortificación, a continuación, una cuadrilla de soldados cerraron la gran puerta de madera maciza forrada en acero, atravesando a lo ancho un grueso tablón de madera.
El carro nos llevó hasta el patio de armas, allí había cerca de cincuenta hombres, unos se encontraban formando a las órdenes de un viejo soldado de aspecto cansado, otros, se encontraban practicando con viejas espadas melladas y oxidadas y unos pocos, en una esquina, practicaban el tiro con arco contra unos sacos, me llamo la atención que la mayoría eran muchachos, supongo que los soldados mas veteranos y experimentados se encontrarían de permiso disfrutando de la fiesta en su honor
El patio de armas estaba perfectamente estructurado. Varias dependencias se distribuían a su alrededor, perfectamente señalizadas con símbolos grabados sobre sus portones, supongo que la lectura no se encontraría al alcance de cualquier humano, cosa que les acercaba a los bárbaros en la escala evolutiva, aun así, debía de hacerles entrar en razón.
El carro nos llevó frente al cuartel del castillo, lugar donde seguramente se encontrarían los calabozos. Al bajar de aquella jaula móvil, pude observar las edificacion.
Se podía apreciar en la zona central, lanzando sobre el patio de armas su imponente sombra, la torre principal del castillo, conocida también como torre del homenaje, y la más protegida, allí se encontrarían sin lugar a dudas la residencia del Conde y descendencia.
A un lateral a la derecha, en el lugar en donde nos encontrábamos, las dependencias de los soldados, o naves, era el lugar de mayor trasiego.
La armería estaba a continuación, tras dos escalones de piedra, una pequeña puerta de acero, protegida por dos guardias con grandes alabardas en la mano. Y un poco más allá, la herrería, y los establos.
Un fuerte empujón, me sacó de mis pensamientos haciéndome andar al interior del cuartel, nos guiaron a través de una de las dependencias de los soldados, el interior estaba compuesto por un largo pasillo de piedra y un techo abovedado, todo éste iluminado por antorchas. Tras dar unos pasos encontramos a la derecha una sala con la puerta abierta, la mire de reojo, allí había una mesa de madera de roble, bastante grande, se oían voces en el interior. Supuse que allí era donde se reunían los oficiales y materializaban planes para la defensa del castillo.
Continuamos caminando a paso ligero, los guardias parecían tener ganas de encerrarnos cuanto antes, supongo que les incomodaba tratar con un grupo tan pintoresco como el nuestro. Pronto llegamos frente a una pequeña puerta abierta que daba paso a unas empinadas escaleras de piedra.
-Bajad! –ordeno uno de los guardias con voz firme.
-Habladnos con cariño –dijo Giuliana, como si de un juego se tratase- recordar que lleváis a un Conde como prisionero.
-¡vamos! –se impacientó el soldado, empujando a Giuliana con la empuñadura de su espada.
-Si vuelves a hacerlo te matare- dijo Ulf girando como un resorte – y no habrá Conde que te salve –me miró de soslayo mientras acababa su amenaza.
-Ulf, estoy seguro que el soldado nos acomodara en una fría celda y rápidamente avisara a quien sea necesario para que podamos ver al conde –dije con cierta ironía, tratando de calmar los ánimos, aunque esperando que el necio del Conde de Eliosthar nos diera audiencia antes de que Randulf dejara caer sobre su reino todas sus fuerzas..
Bajamos por la escalinata de piedra, también iluminada por antorchas y como en el pasillo anterior, de techo abovedado.
Las mazmorras, eran un lugar frio y húmedo, y de olor nauseabundo, la única luz que entraba en ellas se filtraba por unas pequeñas aberturas en la piedra y unas antorchas que iluminaban el tétrico lugar. Las celdas estaban dispuestas una tras otra en línea recta. Tal y como pasamos, vimos algunos hombres en ellas, la mayoría desaliñados y con larga barba y el que aún conservaba la ropa la tenía hecha harapos, intuía que llevaban allí demasiado tiempo hasta para inmutarse por nuestra presencia. Un rechoncho hombre que se encontraba sentado en una mesa frente a las celdas, nos miró de arriba abajo, soltó un cuchillo y un trozo de madera al que le estaba dando forma y no sin cierto esfuerzo se levantó de su desvencijada silla, cogió de la pared tras la mesa un manojo de llaves y se dirigió a la celda que teníamos al lado, su velocidad contrastaba con la que nos habían hecho llevar desde nuestra captura, de hecho, el soldado mas avanzado, empezó a golpear en un ritmo intranquilo la base de su lanza contra el suelo de piedra, como para apremiar al rollizo carcelero. Una vez hubo abierto la celda, se dirigió a la contigua, señalando con la mano la celda recién abierta, y emitiendo un grave sonido gutural “hembras”. Los soldados de la retaguardia cogieron de los brazos a Kala y Giuliana y las introdujeron en la celda mientras el carcelero abría la segunda y un nuevo sonido salió de la profundidad de su garganta formando la palabra “machos”. Los soldados mas adelantados nos metieron en la celda a Ulf, Atharal y a mí y cerraron las puertas de barrotes con un golpe seco haciendo caer el pestillo de la cerradura. El carcelero mientras tanto, ya había llegado a su mesa y se encontraba realizando unas anotaciones en un viejo cuaderno amarillento con un pequeño trozo de carboncillo.
-¿Este es el lugar donde nos haréis esperar la respuesta de vuestro Conde? –oí preguntar a Kala con ironía.
Los soldados marcharon hacia las escaleras sin darle respuesta alguna.
La celda, era de piedra fría muy mal trabajada, el aire tenía un olor penetrante y nauseabundo que al principio costaba respirar. Apenas por una estrecha abertura en las rocas entraba un poco de la luz del atardecer, y de aire fresco, que pronto, se viciaba con el resto.
-Espero le guste su estancia –dijo Ulf en tono de mofa mientras me hacia una reverencia entre risas.
-Admiro tu buen humor –le contesté -más vale que estos imbéciles se den prisa, sus vidas están en juego.
-Si que tenían pinta de darse prisa, pero no sé porqué intuyo que a no ser que el Conde se encuentre en una sucia taberna, no van a tener audiencia alguna con él. -me respondió Ulf aún divertido.
-Pues a mí lo que más me jode es que me han quitado mi bota de cerveza negra, tengo sed –dijo Atharal tomando asiento en el suelo- además, me agobio en los sitios cerrados, ¿os lo he dicho?
Ulf y yo nos miramos de reojo, no pudimos evitar que una carcajada saliera de nosotros.
-Un vikingo que le da miedo el agua y los sitios cerrados –rio Ulf de nuevo.
-no todos los sitios cerrados, solo los que me privan de libertad, vamos los que tienen rejas –se excuso Atharal- y no tengo miedo al agua simplemente no me gusta.
Me senté junto a Atharal, impaciente por la espera. Mientras observaba en la pared, el lento movimiento de la luz crepuscular hasta desaparecer completamente. Habían pasado varias horas, ¿por qué no habían venido ya a darnos una respuesta?, comencé a inquietarme, y a perder la fe en que aquel rey fuera razonable, a estas alturas ya debía de saber que estábamos aquí. Si no había querido recibirnos, estaba cometiendo el mayor error de su vida.
Un soldado bajó con una bandeja y varios cuencos en ella, y acercándose a nuestra celda, nos los pasó por una pequeña apertura.
-¡Eh tú!, llevamos aquí horas y aun no tenemos respuesta del Conde –le dije molesto.
-el ministro ya ha sido informado y está haciendo sus gestiones, pero hoy es la fiesta de la ciudad y estamos bajo mínimos, así que todo tendrá que esperar –me contestó el soldado mientras seguía pasando el resto de cuencos por las celdas.
-¿gestiones?- pregunte mientras miraba atónito a Ulf.
-Ya te digo yo que esto va a llevar su tiempo.
-tiempo es lo que no tenemos –protesté
-¿os habéis fijado lo asquerosa que está la comida de aquí? –dijo Atharal mientras apuraba con los dedos los restos de comida de su cuenco.
Ulf y yo nos miramos, y de nuevo, nos echamos a reír, desde luego Atharal era una fuente inagotable de diversión.
Éste nos miro sin comprender muy bien el porqué de nuestra sonrisa.
-Höor ¿te vas a comer el tuyo? –Me preguntó
-adelante –le conteste acercándole mi cuenco.
El sonido de los cuernos llamó mi atención, pronto comenzamos a oír el fuerte trasiego de los soldados, así como los gritos de terror de la muchedumbre a lo lejos.
-¡Ya están aquí!–me dijo Ulf
-Salgamos, no podemos esperar más –le contesté preocupado.
Giuliana desde la distancia alargo la mano hacia la cerradura y ésta cedió abriéndose de golpe.
-Vamos chicos –nos dijo Kala, que ya nos esperaba fuera junto a Giuliana.
El carcelero descansaba la cabeza sobre la mesa con un emplumado dardo en el cuello.
Subimos las escaleras a toda velocidad, no había guardia alguna vigilando. Al salir del cuartes, vimos que la guardia se esforzaba en reinstalar a lo largo del patio de armas a los ciudadanos que trataban de refugiarse tras las murallas y entraban a cientos por la puerta abierta del castillo.
No había que ser muy listo para ver el gran desconcierto y la falta de organización que reinaba, la fiesta había dejado el castillo prácticamente desprotegido. Seguramente habrían cogido a los soldados que deambulaban por la ciudad completamente por sorpresa.
Traté de buscar la figura del Conde dando órdenes a sus soldados, pero en su lugar solo podía ver a la muchedumbre entrando desorientada, y a algunos soldados que volvían de la ciudad malheridos, tratando de guiar a aquellas personas.
-Höor, vamos –me dijo Kala al ver que me rezagaba.
La imagen era demencial, las mujeres se agolpaban en el patio de armas sin saber dónde acudir, los niños lloraban desesperados muertos de miedo. Y los hombres parecían incapaces de dar un paso, todos parecían tan perdidos, como cervatillos en un día de caza.
La guardia completamente desbordada no daba abasto.
Kala y Atharal vinieron con los caballos, al igual que mis compañeros monte sobre la montura.
Ulf no tardó en unirse a nosotros repartiendo nuestras armas de un viejo cofre que había arrastrado hasta allí.
-¿Donde está vuestro conde? –le pregunté a uno de los soldados que corría entre el caos.
-El Conde esta poniéndose a salvo, junto con su familia y escolta –contestó.
-¿Quién organiza todo esto? –le pregunte incrédulo.
El soldado señalo a un hombre de avanzada edad, vestido con una cota de mallas y un yelmo bajo el brazo, trataba de organizar, con la espada en ristre, a unos soldados completamente desmotivados, la mayoría eran solo muchachos, que no habían visto una guerra en sus vidas, podía sentir su miedo a distancia, y lo peor, ninguno de estos chicos aparentaba saber el porqué luchaban.
Me acerque a aquel hombre, tenía la cara curtida bañada en sudor y una pequeña melena canosa caía desaliñada sobre sus hombros mientras gritaba a unos y a otros para que ocuparan sus respectivos lugares en la defensa del castillo.
-Soy Höor, el conde de Akershus, espero acepte mi ayuda para la protección de su ciudad –le dije poniéndome frente a él.
-Hazte a un lado, no podemos creer al primer hombre que llega diciendo ser el mito Höor Cannif.
-Creo que necesitas nuestra ayuda –insistí- esto es un caos.
Un soldado, con una brecha en la cara que sangraba abundantemente llego ante el, apoyaba su peso en uno de los jóvenes muchachos que le había ofrecido su ayuda.
-Señor, nos han pillado por sorpresa, los pocos soldados que quedan tratan de dar tiempo a la gente de la ciudad a llegar al castillo, pero son como demonios, no miran nada, matan mujeres y niños sin un resquicio de arrepentimiento, apenas quedan unos pocos soldados en pie, esos bastardos pronto llegaran…- En ese momento, el soldado se desvaneció.
-llevadlo dentro –ordenó el hombre, su gesto cambio, pude percibir en su rostro una honda preocupación, supongo al ser conocedor de que no acudiría nadie en su ayuda, tenía que arreglársela con aquel grupo de chicos que jugaban a ser soldados y proteger así la vida de todos aquellos ciudadanos.
Los gritos de una mujer forcejeando con dos soldados, hizo que el hombre dejara su puesto y se acercara allí, lo seguí de cerca.
-¿Qué sucede? –preguntó imperativo.
-Esta mujer dice haber perdido a su hijo ahí fuera, pero los bárbaros ya han superado la primera muralla, no hay tiempo de buscarlo- contestó el soldado.
-Señor por favor –suplicó la mujer llorando y dejándose caer al suelo mientras cogía con fuerza el pantalón del capitán- es solo un niño.
-¿Dónde lo vio por última vez? –le pregunté.
-allí –contestó entre sollozos señalando hacia el largo camino que llevaba al castillo -llevaba a mi hija de dos años en brazos, él iba cogido de su hermano y se le soltó. Por favor…-siguió gimiendo.
Me cogí de las crines de mi montura y salí por la puerta a toda velocidad. La gente que estaba terminando de entrar, me miraron sorprendidos mientras me dirigía hacia el lado contrario.
-¡ Es una locura! –oí al capitán a mis espaldas.
Salí por la puerta a toda velocidad haciendo caso omiso a las advertencias de aquel hombre, cabalgué como alma que lleva el diablo, bajando por la calle principal, no me costó mucho encontrar entre la polvareda y en la linde del camino a un pequeño sollozando, completamente aterrado, con lagrimas en los ojos. El ruido de las monturas barbarás cabalgando hacia el castillo era ensordecedor, el suelo temblaba bajo las cascos del caballo por lo que parecía que los teníamos encima, no teníamos mucho tiempo si queríamos continuar con vida.
Alargue mi mano, dejando caer mi cuerpo a un lado y asiéndome fuerte a las crines, cogí el cuerpo del muchacho. El caballo giró con rapidez poniendo rumbo al castillo de nuevo.
Senté al muchacho frente a mí, su cuerpo estaba completamente rígido, aunque podía notarlo temblar como una hoja.
-¡tranquilo pequeño, pronto estarás con tu madre!
El alarido de los bárbaros, se acercaba cada vez mas.
Podía notar el sudor cálido de la montura, su corazón bombeaba con fuerza mientras sus patas empujaban con fuerza sobre el suelo adoquinado del camino, levantando en ocasiones guijarros de piedra que se quebraban al pisar, debíamos de alcanzar como fuera el puente levadizo del castillo que estaba empezando a subir, tire mi pecho hacia delante empujando el cuerpo del chico en el momento en el que una sibilante lluvia de flechas comenzó a caer sobre nosotros.
-¡Baja la cabeza! –Grité al pequeño, que obedeció de inmediato -¡vamos!
Una de las flechas impactó con fuerza en mi hombro, notando como su punta me atravesaba, el dolor me hizo aflojar la mano, pero me enganche fuertemente con las piernas, y recobrando la posición, continúe hacia el castillo.
Una lluvia de flechas pasó sobre nosotros cayendo sobre los bárbaros. El sonido de los cascos se detuvo acompañado del relinchar de varios caballos posiblemente heridos, pero los alaridos de las bestias que los montaban no cesaron, alcé la vista hacia la muralla, allí los arqueros provistos de armadura de cuero tachonado y un pequeño yelmo, se distribuían por toda la muralla, protegidos por las almenas y guiados por su capitán, comenzaron su ataque nada mas tuvieron al enemigo a tiro, siguiendo las indicaciones del maestro arquero.
Los barbaros sintieron el dolor al caer las flechas sobre ellos, pero no el miedo, aquellos salvajes no temían a la muerte, temían mas a Randulf.
-¡vamos! –alenté al caballo aprovechando la situación, encogiendo mi cuerpo para acompañar su extraordinario salto hacia nuestra salvación.
El caballo alcanzó el puente levadizo y a toda velocidad entro en el patio de armas. Tras nuestra entrada, bajó el rastrillo y la puerta se cerró.
Lo habíamos conseguido, pensé mientras golpeaba cariñosamente el cuello de la montura, y detenía su trepidante carrera, en un momento tuvimos a varias personas alrededor ofreciendo su ayuda, entre ellas, se encontraba la madre del pequeño, con los ojos como platos y un profundo gesto de preocupación por el estado de su retoño, bajé con cuidado al pequeño, y tras comprobar que no se encontraba herido, la madre lo apretó en un fuerte abrazo, yo me deslicé por la grupa del caballo cayendo de un salto sobre el polvoriento patio de armas
-Gracias señor, gracias –me dijo la angustiada madre besando mi mano.
-ya está a salvo –le dije a la mujer tranquilizándola.
El capitán se me acercó clavando sus ojos grises en los míos.
- Eres un hombre terco, y un loco, sin duda eres Höor Cannif, creo que es justo lo que necesito.
Le sonreí tendiéndole la mano y estrechándosela con fuerza.
-Bien, dejémonos de cumplidos, creo que ambos tenemos trabajo- le contesté.
-¡Espera Höor! –Me dijo Giuliana mientras se acercaba a mi.
-No hay tiempo, debo intentar subir la moral a los soldados, llenar sus corazones de esperanza para que desalojen de ellos el miedo que les atenaza.
-Vale, pero primero deberías dejar que me ocupara de eso- Dijo mientras señalaba mi hombro.
¡Mierda!, con el calor de la batalla apenas me había dado cuenta de que aún llevaba una flecha clavada en el hombro, me dí la vuelta y dejé que Giuliana la extrajera para luego imponer las manos y con un melodioso rezo, cerrar la herida, aunque aún me seguía doliendo, al menos no sangraba y podía mover el brazo con soltura, pues me haría falta.
El capitán volvió a dirigirse a mí -Apenas disponemos de cincuenta soldados, y me desalienta decirte que la inmensa mayoría no han entrado en batalla jamás –añadió el capitán.
Mire a mí alrededor, la gente nos miraba atónita y llena de miedo.
-Creo que disponemos de mucho mas –le contesté montando sobre el caballo de un salto para que todos me vieran y escucharan.
- ¡Los barbaros de Randulf están ahí fuera, ¿los oís? Vienen a aniquilarlo todo a su paso, y no hacen prisioneros, os mataran!
Puede que muchos de vosotros, inclusive yo mismo no veamos salir el sol tras la muralla, y si éste es nuestro destino ¡que así sea!, ¡que el linaje de nuestros pueblos nos den nuestro lugar entre ellos, el lugar donde viven los valientes para siempre!
Hice una pausa mientras paseaba al trote frente a los campesinos
-¡Veo en vuestros ojos el mismo miedo que encoje mi corazón, y que hace temblar mi alma!
¡Os llamo a luchar por todo aquello que amáis de esta tierra!
¡Luchad por vuestro futuro!
¡Luchad por vuestros hijos!
¡Lucharemos para que esos malditos demonios se arrepientan de haber venido frente a nuestros muros, ¡enviémoslos al infierno! –grité.
Los puños de aquellos hombres se alzaron mientras gritaban al unisonó, ahora en sus ojos no vi miedo, solo esperanza, valor, ganas de escribir sus destinos.
Bajé de un salto del caballo, y alce la vista mirando a mis compañeros.
-señora, habilita una sala con la ayuda de las mujeres, quiero un lugar donde se puedan sanar a los heridos. Busca todo lo que se necesite vendas, antibióticos, todo…tu ya me entiendes -le dije a la madre del niño.
-Atharal, saca todas las armas que nos puedan ser útiles de la armería, repártelas entre los hombres, y si alguna mujer sabe luchar, también.
-Kala, quiero aceite hirviendo en el pasillo de la muralla, vamos a quemarlos vivos, también quiero un fuego en el patio de armas y la mayor cantidad de arqueros frente a él.
-Ulf asegúrate de que algún soldado se lleve a los niños y algunas mujeres que los cuiden a la torre del homenaje, allí será donde nos atrincheremos si el resto de defensas cae, allí protegeremos lo más valioso, el futuro.
Todos obedecieron mis órdenes, demostrando así su fe ciega en mí.
La visión de Freya no dejaba lugar a dudas, el condado caería en menos de una semana, si no hacíamos nada por evitarlo, los bárbaros del rey Randulf se apoderarían de otra fortificación mas, matarían a sus gentes y de nuevo el norte recibiría el azote del rey.
No tenia tiempo de recorrer esa distancia con un gran ejercito, seria absurdo hacerlo, no llegaríamos a tiempo, mas si cogía un barco pequeño, unos pocos montaraces, sin descanso llegaríamos antes de la masacre predicha por la oráculo.
Al ocaso del tercer día de viaje, nuestro barco atracó en el puerto de Eliosthar.
El viaje había sido francamente complicado, el mar estuvo tan picado y maltrató el barco de tal manera, que pensamos que acabaríamos nuestros días en brazos de las valquirias.
El puerto de Eliosthar era bastante grande, se encontraba dividido en tres zonas claramente definidas, en una de ellas, la más cercana a la lonja, atracaban los barcos de pesca, los marineros de los pequeños barcos se afanaban en sacar de ellos los crustáceos y otros moluscos para partir al alba, mientras los grandes pesqueros ya salían del puerto con sus faroles de aceite encendidos. En la zona central, donde atracaba nuestro barco, se peleaban varios grupos de jóvenes humanos por ser los primeros en recoger las maletas de los pasajeros mas opulentos que desembarcaban por sus muelles, en busca de una buena propina, otros, vendían pequeños abalorios. En la zona más lejana, se encontraban atracados pequeños y grandes barcos brillantes, de maderas nobles y fastuosos aparejos, pero sin ningún tipo de utilidad, supongo que los usarían para alcanzar algún tipo de posición social, tal y como acostumbraban a hacer los humanos.
Desembarcamos los caballos y nuestras pocas pertenencias y nos dirigimos a pié al final del muelle, donde dos soldados sentados a una mesa, parecían registrar a todo aquel que llegaba a la ciudad. Tras pedirnos nuestros nombres uno de los soldados se dirigió a nosotros, mientras el otro, seguía agitando la pluma ágilmente con la nariz metida en el papel.
Mi nombre Höor Cannif no pasó desapercibido, los soldados se agolparon en el muelle, desconocían si mis intenciones eran nobles o distaban de serlo y solo era un ataque a otro condado para apoderarme de mas tierras.
Corrían tiempos difíciles y los bárbaros antes de preguntar solíamos atacar.
Los soldados nos introdujeron entre empujones en un carro de madera con barrotes de hierro, más bien parecía una jaula sobre ruedas, dos recios caballos negros tiraban de ella, mientras un hombre los conducía sentado en un saliente de madera que tenía el carro en la parte delantera. Allí, en un gran cofre junto al conductor, depositaron nuestras armas. Esa pared y el techo no disponían de barrotes y estaban cubiertas de gruesos tableros de madera en su totalidad.
Los soldados montaron en sus caballos y ataron nuestras monturas en una argolla de la parte posterior del carro.
Un gran número de curiosos se fueron acercando al carro para vernos pasar, como si formáramos parte de algún tipo de compañía teatral, unos pocos chiquillos corrían a los lados del carro intentando vernos más de cerca, cosa que no agradó demasiado a Ulf, que ya se encontraba de mal humor por la situación, por lo que en un arrebato de furia, se lanzó sobre los barrotes cerca de la cara de un chiquillo curioso, lanzándolo hacia atrás del susto y cayendo de culo sobre un abrevadero del camino, lo que provocó las mas grotescas carcajadas del lobo.
No tardamos en llegar frente a las murallas de castillo, era exacta a la que me describió Freya, una muralla de piedra gris con cuatro torretas en su parte frontal, los soldados paseaban por el adarve de la muralla quedando su cuerpo cubierto al pasar por las almenas. En cada torreta vigilaba un arquero. Entre las dos centrales se encontraba el puente levadizo, enganchado con dos fuertes cadenas de hierro, que bajaba permitiendo nuestra entrada, y tapando el foso que protegía la ciudad.
En su dintel, el nombre de la ciudad “Eliosthar: honor y orgullo”
Esperaba que el Conde fuera poseedor de ambas virtudes.
Nada más cruzar el portón del castillo, vimos como se elevaba el puente y con un golpe metálico, empezó a bajar el rastrillo de hierro negro que protegía la fortificación, a continuación, una cuadrilla de soldados cerraron la gran puerta de madera maciza forrada en acero, atravesando a lo ancho un grueso tablón de madera.
El carro nos llevó hasta el patio de armas, allí había cerca de cincuenta hombres, unos se encontraban formando a las órdenes de un viejo soldado de aspecto cansado, otros, se encontraban practicando con viejas espadas melladas y oxidadas y unos pocos, en una esquina, practicaban el tiro con arco contra unos sacos, me llamo la atención que la mayoría eran muchachos, supongo que los soldados mas veteranos y experimentados se encontrarían de permiso disfrutando de la fiesta en su honor
El patio de armas estaba perfectamente estructurado. Varias dependencias se distribuían a su alrededor, perfectamente señalizadas con símbolos grabados sobre sus portones, supongo que la lectura no se encontraría al alcance de cualquier humano, cosa que les acercaba a los bárbaros en la escala evolutiva, aun así, debía de hacerles entrar en razón.
El carro nos llevó frente al cuartel del castillo, lugar donde seguramente se encontrarían los calabozos. Al bajar de aquella jaula móvil, pude observar las edificacion.
Se podía apreciar en la zona central, lanzando sobre el patio de armas su imponente sombra, la torre principal del castillo, conocida también como torre del homenaje, y la más protegida, allí se encontrarían sin lugar a dudas la residencia del Conde y descendencia.
A un lateral a la derecha, en el lugar en donde nos encontrábamos, las dependencias de los soldados, o naves, era el lugar de mayor trasiego.
La armería estaba a continuación, tras dos escalones de piedra, una pequeña puerta de acero, protegida por dos guardias con grandes alabardas en la mano. Y un poco más allá, la herrería, y los establos.
Un fuerte empujón, me sacó de mis pensamientos haciéndome andar al interior del cuartel, nos guiaron a través de una de las dependencias de los soldados, el interior estaba compuesto por un largo pasillo de piedra y un techo abovedado, todo éste iluminado por antorchas. Tras dar unos pasos encontramos a la derecha una sala con la puerta abierta, la mire de reojo, allí había una mesa de madera de roble, bastante grande, se oían voces en el interior. Supuse que allí era donde se reunían los oficiales y materializaban planes para la defensa del castillo.
Continuamos caminando a paso ligero, los guardias parecían tener ganas de encerrarnos cuanto antes, supongo que les incomodaba tratar con un grupo tan pintoresco como el nuestro. Pronto llegamos frente a una pequeña puerta abierta que daba paso a unas empinadas escaleras de piedra.
-Bajad! –ordeno uno de los guardias con voz firme.
-Habladnos con cariño –dijo Giuliana, como si de un juego se tratase- recordar que lleváis a un Conde como prisionero.
-¡vamos! –se impacientó el soldado, empujando a Giuliana con la empuñadura de su espada.
-Si vuelves a hacerlo te matare- dijo Ulf girando como un resorte – y no habrá Conde que te salve –me miró de soslayo mientras acababa su amenaza.
-Ulf, estoy seguro que el soldado nos acomodara en una fría celda y rápidamente avisara a quien sea necesario para que podamos ver al conde –dije con cierta ironía, tratando de calmar los ánimos, aunque esperando que el necio del Conde de Eliosthar nos diera audiencia antes de que Randulf dejara caer sobre su reino todas sus fuerzas..
Bajamos por la escalinata de piedra, también iluminada por antorchas y como en el pasillo anterior, de techo abovedado.
Las mazmorras, eran un lugar frio y húmedo, y de olor nauseabundo, la única luz que entraba en ellas se filtraba por unas pequeñas aberturas en la piedra y unas antorchas que iluminaban el tétrico lugar. Las celdas estaban dispuestas una tras otra en línea recta. Tal y como pasamos, vimos algunos hombres en ellas, la mayoría desaliñados y con larga barba y el que aún conservaba la ropa la tenía hecha harapos, intuía que llevaban allí demasiado tiempo hasta para inmutarse por nuestra presencia. Un rechoncho hombre que se encontraba sentado en una mesa frente a las celdas, nos miró de arriba abajo, soltó un cuchillo y un trozo de madera al que le estaba dando forma y no sin cierto esfuerzo se levantó de su desvencijada silla, cogió de la pared tras la mesa un manojo de llaves y se dirigió a la celda que teníamos al lado, su velocidad contrastaba con la que nos habían hecho llevar desde nuestra captura, de hecho, el soldado mas avanzado, empezó a golpear en un ritmo intranquilo la base de su lanza contra el suelo de piedra, como para apremiar al rollizo carcelero. Una vez hubo abierto la celda, se dirigió a la contigua, señalando con la mano la celda recién abierta, y emitiendo un grave sonido gutural “hembras”. Los soldados de la retaguardia cogieron de los brazos a Kala y Giuliana y las introdujeron en la celda mientras el carcelero abría la segunda y un nuevo sonido salió de la profundidad de su garganta formando la palabra “machos”. Los soldados mas adelantados nos metieron en la celda a Ulf, Atharal y a mí y cerraron las puertas de barrotes con un golpe seco haciendo caer el pestillo de la cerradura. El carcelero mientras tanto, ya había llegado a su mesa y se encontraba realizando unas anotaciones en un viejo cuaderno amarillento con un pequeño trozo de carboncillo.
-¿Este es el lugar donde nos haréis esperar la respuesta de vuestro Conde? –oí preguntar a Kala con ironía.
Los soldados marcharon hacia las escaleras sin darle respuesta alguna.
La celda, era de piedra fría muy mal trabajada, el aire tenía un olor penetrante y nauseabundo que al principio costaba respirar. Apenas por una estrecha abertura en las rocas entraba un poco de la luz del atardecer, y de aire fresco, que pronto, se viciaba con el resto.
-Espero le guste su estancia –dijo Ulf en tono de mofa mientras me hacia una reverencia entre risas.
-Admiro tu buen humor –le contesté -más vale que estos imbéciles se den prisa, sus vidas están en juego.
-Si que tenían pinta de darse prisa, pero no sé porqué intuyo que a no ser que el Conde se encuentre en una sucia taberna, no van a tener audiencia alguna con él. -me respondió Ulf aún divertido.
-Pues a mí lo que más me jode es que me han quitado mi bota de cerveza negra, tengo sed –dijo Atharal tomando asiento en el suelo- además, me agobio en los sitios cerrados, ¿os lo he dicho?
Ulf y yo nos miramos de reojo, no pudimos evitar que una carcajada saliera de nosotros.
-Un vikingo que le da miedo el agua y los sitios cerrados –rio Ulf de nuevo.
-no todos los sitios cerrados, solo los que me privan de libertad, vamos los que tienen rejas –se excuso Atharal- y no tengo miedo al agua simplemente no me gusta.
Me senté junto a Atharal, impaciente por la espera. Mientras observaba en la pared, el lento movimiento de la luz crepuscular hasta desaparecer completamente. Habían pasado varias horas, ¿por qué no habían venido ya a darnos una respuesta?, comencé a inquietarme, y a perder la fe en que aquel rey fuera razonable, a estas alturas ya debía de saber que estábamos aquí. Si no había querido recibirnos, estaba cometiendo el mayor error de su vida.
Un soldado bajó con una bandeja y varios cuencos en ella, y acercándose a nuestra celda, nos los pasó por una pequeña apertura.
-¡Eh tú!, llevamos aquí horas y aun no tenemos respuesta del Conde –le dije molesto.
-el ministro ya ha sido informado y está haciendo sus gestiones, pero hoy es la fiesta de la ciudad y estamos bajo mínimos, así que todo tendrá que esperar –me contestó el soldado mientras seguía pasando el resto de cuencos por las celdas.
-¿gestiones?- pregunte mientras miraba atónito a Ulf.
-Ya te digo yo que esto va a llevar su tiempo.
-tiempo es lo que no tenemos –protesté
-¿os habéis fijado lo asquerosa que está la comida de aquí? –dijo Atharal mientras apuraba con los dedos los restos de comida de su cuenco.
Ulf y yo nos miramos, y de nuevo, nos echamos a reír, desde luego Atharal era una fuente inagotable de diversión.
Éste nos miro sin comprender muy bien el porqué de nuestra sonrisa.
-Höor ¿te vas a comer el tuyo? –Me preguntó
-adelante –le conteste acercándole mi cuenco.
El sonido de los cuernos llamó mi atención, pronto comenzamos a oír el fuerte trasiego de los soldados, así como los gritos de terror de la muchedumbre a lo lejos.
-¡Ya están aquí!–me dijo Ulf
-Salgamos, no podemos esperar más –le contesté preocupado.
Giuliana desde la distancia alargo la mano hacia la cerradura y ésta cedió abriéndose de golpe.
-Vamos chicos –nos dijo Kala, que ya nos esperaba fuera junto a Giuliana.
El carcelero descansaba la cabeza sobre la mesa con un emplumado dardo en el cuello.
Subimos las escaleras a toda velocidad, no había guardia alguna vigilando. Al salir del cuartes, vimos que la guardia se esforzaba en reinstalar a lo largo del patio de armas a los ciudadanos que trataban de refugiarse tras las murallas y entraban a cientos por la puerta abierta del castillo.
No había que ser muy listo para ver el gran desconcierto y la falta de organización que reinaba, la fiesta había dejado el castillo prácticamente desprotegido. Seguramente habrían cogido a los soldados que deambulaban por la ciudad completamente por sorpresa.
Traté de buscar la figura del Conde dando órdenes a sus soldados, pero en su lugar solo podía ver a la muchedumbre entrando desorientada, y a algunos soldados que volvían de la ciudad malheridos, tratando de guiar a aquellas personas.
-Höor, vamos –me dijo Kala al ver que me rezagaba.
La imagen era demencial, las mujeres se agolpaban en el patio de armas sin saber dónde acudir, los niños lloraban desesperados muertos de miedo. Y los hombres parecían incapaces de dar un paso, todos parecían tan perdidos, como cervatillos en un día de caza.
La guardia completamente desbordada no daba abasto.
Kala y Atharal vinieron con los caballos, al igual que mis compañeros monte sobre la montura.
Ulf no tardó en unirse a nosotros repartiendo nuestras armas de un viejo cofre que había arrastrado hasta allí.
-¿Donde está vuestro conde? –le pregunté a uno de los soldados que corría entre el caos.
-El Conde esta poniéndose a salvo, junto con su familia y escolta –contestó.
-¿Quién organiza todo esto? –le pregunte incrédulo.
El soldado señalo a un hombre de avanzada edad, vestido con una cota de mallas y un yelmo bajo el brazo, trataba de organizar, con la espada en ristre, a unos soldados completamente desmotivados, la mayoría eran solo muchachos, que no habían visto una guerra en sus vidas, podía sentir su miedo a distancia, y lo peor, ninguno de estos chicos aparentaba saber el porqué luchaban.
Me acerque a aquel hombre, tenía la cara curtida bañada en sudor y una pequeña melena canosa caía desaliñada sobre sus hombros mientras gritaba a unos y a otros para que ocuparan sus respectivos lugares en la defensa del castillo.
-Soy Höor, el conde de Akershus, espero acepte mi ayuda para la protección de su ciudad –le dije poniéndome frente a él.
-Hazte a un lado, no podemos creer al primer hombre que llega diciendo ser el mito Höor Cannif.
-Creo que necesitas nuestra ayuda –insistí- esto es un caos.
Un soldado, con una brecha en la cara que sangraba abundantemente llego ante el, apoyaba su peso en uno de los jóvenes muchachos que le había ofrecido su ayuda.
-Señor, nos han pillado por sorpresa, los pocos soldados que quedan tratan de dar tiempo a la gente de la ciudad a llegar al castillo, pero son como demonios, no miran nada, matan mujeres y niños sin un resquicio de arrepentimiento, apenas quedan unos pocos soldados en pie, esos bastardos pronto llegaran…- En ese momento, el soldado se desvaneció.
-llevadlo dentro –ordenó el hombre, su gesto cambio, pude percibir en su rostro una honda preocupación, supongo al ser conocedor de que no acudiría nadie en su ayuda, tenía que arreglársela con aquel grupo de chicos que jugaban a ser soldados y proteger así la vida de todos aquellos ciudadanos.
Los gritos de una mujer forcejeando con dos soldados, hizo que el hombre dejara su puesto y se acercara allí, lo seguí de cerca.
-¿Qué sucede? –preguntó imperativo.
-Esta mujer dice haber perdido a su hijo ahí fuera, pero los bárbaros ya han superado la primera muralla, no hay tiempo de buscarlo- contestó el soldado.
-Señor por favor –suplicó la mujer llorando y dejándose caer al suelo mientras cogía con fuerza el pantalón del capitán- es solo un niño.
-¿Dónde lo vio por última vez? –le pregunté.
-allí –contestó entre sollozos señalando hacia el largo camino que llevaba al castillo -llevaba a mi hija de dos años en brazos, él iba cogido de su hermano y se le soltó. Por favor…-siguió gimiendo.
Me cogí de las crines de mi montura y salí por la puerta a toda velocidad. La gente que estaba terminando de entrar, me miraron sorprendidos mientras me dirigía hacia el lado contrario.
-¡ Es una locura! –oí al capitán a mis espaldas.
Salí por la puerta a toda velocidad haciendo caso omiso a las advertencias de aquel hombre, cabalgué como alma que lleva el diablo, bajando por la calle principal, no me costó mucho encontrar entre la polvareda y en la linde del camino a un pequeño sollozando, completamente aterrado, con lagrimas en los ojos. El ruido de las monturas barbarás cabalgando hacia el castillo era ensordecedor, el suelo temblaba bajo las cascos del caballo por lo que parecía que los teníamos encima, no teníamos mucho tiempo si queríamos continuar con vida.
Alargue mi mano, dejando caer mi cuerpo a un lado y asiéndome fuerte a las crines, cogí el cuerpo del muchacho. El caballo giró con rapidez poniendo rumbo al castillo de nuevo.
Senté al muchacho frente a mí, su cuerpo estaba completamente rígido, aunque podía notarlo temblar como una hoja.
-¡tranquilo pequeño, pronto estarás con tu madre!
El alarido de los bárbaros, se acercaba cada vez mas.
Podía notar el sudor cálido de la montura, su corazón bombeaba con fuerza mientras sus patas empujaban con fuerza sobre el suelo adoquinado del camino, levantando en ocasiones guijarros de piedra que se quebraban al pisar, debíamos de alcanzar como fuera el puente levadizo del castillo que estaba empezando a subir, tire mi pecho hacia delante empujando el cuerpo del chico en el momento en el que una sibilante lluvia de flechas comenzó a caer sobre nosotros.
-¡Baja la cabeza! –Grité al pequeño, que obedeció de inmediato -¡vamos!
Una de las flechas impactó con fuerza en mi hombro, notando como su punta me atravesaba, el dolor me hizo aflojar la mano, pero me enganche fuertemente con las piernas, y recobrando la posición, continúe hacia el castillo.
Una lluvia de flechas pasó sobre nosotros cayendo sobre los bárbaros. El sonido de los cascos se detuvo acompañado del relinchar de varios caballos posiblemente heridos, pero los alaridos de las bestias que los montaban no cesaron, alcé la vista hacia la muralla, allí los arqueros provistos de armadura de cuero tachonado y un pequeño yelmo, se distribuían por toda la muralla, protegidos por las almenas y guiados por su capitán, comenzaron su ataque nada mas tuvieron al enemigo a tiro, siguiendo las indicaciones del maestro arquero.
Los barbaros sintieron el dolor al caer las flechas sobre ellos, pero no el miedo, aquellos salvajes no temían a la muerte, temían mas a Randulf.
-¡vamos! –alenté al caballo aprovechando la situación, encogiendo mi cuerpo para acompañar su extraordinario salto hacia nuestra salvación.
El caballo alcanzó el puente levadizo y a toda velocidad entro en el patio de armas. Tras nuestra entrada, bajó el rastrillo y la puerta se cerró.
Lo habíamos conseguido, pensé mientras golpeaba cariñosamente el cuello de la montura, y detenía su trepidante carrera, en un momento tuvimos a varias personas alrededor ofreciendo su ayuda, entre ellas, se encontraba la madre del pequeño, con los ojos como platos y un profundo gesto de preocupación por el estado de su retoño, bajé con cuidado al pequeño, y tras comprobar que no se encontraba herido, la madre lo apretó en un fuerte abrazo, yo me deslicé por la grupa del caballo cayendo de un salto sobre el polvoriento patio de armas
-Gracias señor, gracias –me dijo la angustiada madre besando mi mano.
-ya está a salvo –le dije a la mujer tranquilizándola.
El capitán se me acercó clavando sus ojos grises en los míos.
- Eres un hombre terco, y un loco, sin duda eres Höor Cannif, creo que es justo lo que necesito.
Le sonreí tendiéndole la mano y estrechándosela con fuerza.
-Bien, dejémonos de cumplidos, creo que ambos tenemos trabajo- le contesté.
-¡Espera Höor! –Me dijo Giuliana mientras se acercaba a mi.
-No hay tiempo, debo intentar subir la moral a los soldados, llenar sus corazones de esperanza para que desalojen de ellos el miedo que les atenaza.
-Vale, pero primero deberías dejar que me ocupara de eso- Dijo mientras señalaba mi hombro.
¡Mierda!, con el calor de la batalla apenas me había dado cuenta de que aún llevaba una flecha clavada en el hombro, me dí la vuelta y dejé que Giuliana la extrajera para luego imponer las manos y con un melodioso rezo, cerrar la herida, aunque aún me seguía doliendo, al menos no sangraba y podía mover el brazo con soltura, pues me haría falta.
El capitán volvió a dirigirse a mí -Apenas disponemos de cincuenta soldados, y me desalienta decirte que la inmensa mayoría no han entrado en batalla jamás –añadió el capitán.
Mire a mí alrededor, la gente nos miraba atónita y llena de miedo.
-Creo que disponemos de mucho mas –le contesté montando sobre el caballo de un salto para que todos me vieran y escucharan.
- ¡Los barbaros de Randulf están ahí fuera, ¿los oís? Vienen a aniquilarlo todo a su paso, y no hacen prisioneros, os mataran!
Puede que muchos de vosotros, inclusive yo mismo no veamos salir el sol tras la muralla, y si éste es nuestro destino ¡que así sea!, ¡que el linaje de nuestros pueblos nos den nuestro lugar entre ellos, el lugar donde viven los valientes para siempre!
Hice una pausa mientras paseaba al trote frente a los campesinos
-¡Veo en vuestros ojos el mismo miedo que encoje mi corazón, y que hace temblar mi alma!
¡Os llamo a luchar por todo aquello que amáis de esta tierra!
¡Luchad por vuestro futuro!
¡Luchad por vuestros hijos!
¡Lucharemos para que esos malditos demonios se arrepientan de haber venido frente a nuestros muros, ¡enviémoslos al infierno! –grité.
Los puños de aquellos hombres se alzaron mientras gritaban al unisonó, ahora en sus ojos no vi miedo, solo esperanza, valor, ganas de escribir sus destinos.
Bajé de un salto del caballo, y alce la vista mirando a mis compañeros.
-señora, habilita una sala con la ayuda de las mujeres, quiero un lugar donde se puedan sanar a los heridos. Busca todo lo que se necesite vendas, antibióticos, todo…tu ya me entiendes -le dije a la madre del niño.
-Atharal, saca todas las armas que nos puedan ser útiles de la armería, repártelas entre los hombres, y si alguna mujer sabe luchar, también.
-Kala, quiero aceite hirviendo en el pasillo de la muralla, vamos a quemarlos vivos, también quiero un fuego en el patio de armas y la mayor cantidad de arqueros frente a él.
-Ulf asegúrate de que algún soldado se lleve a los niños y algunas mujeres que los cuiden a la torre del homenaje, allí será donde nos atrincheremos si el resto de defensas cae, allí protegeremos lo más valioso, el futuro.
Todos obedecieron mis órdenes, demostrando así su fe ciega en mí.
Höor Cannif- Realeza Neerlandesa
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Fecha de inscripción : 21/09/2016
Localización : el placentero infierno de tus piernas.
Re: krigen (Privado)
La observé fijamente, como dubitativa acercaba su mano al animal y me miraba esperando que le confirmara que podía montar sobre tan majestuoso animal.
Afirmé con la cabeza, esa mujer era para mi un enigma, salvaje, bella y difícil de entender, se dejaba llevar por sus instintos primarios, había vivido siempre como un ave y esa parte humana era un lienzo en blanco por rellenar.
Coloqué la silla sobre mi espectro, ella me miraba de reojo imitando mis actos, yo le explicaba y ella luchaba con las cinchas para apretarlas y dejarlas tan ajustadas como las mías.
Coloqué el bocado en la boca del corcel dejando las riendas caer sobre la silla y me acerqué hacia el oscuro caballo elegido por la condesa.
La mujer ave trataba de subir sobre la grupa con tan mala suerte que al posar su pie en el estribo este cedió girando la silla que no estaba bien colocada y se fue de bruces sobre mi.
Los dos caímos al suelo, yo no pude evitar echarme a reír a carcajadas, ella me miró en principio a la expectativa, pero no pudo contenerse y pronto se unió a mi riéndonos sin parar los dos.
La ayudé a ponerse en pie aun con una picara sonrisa en mis labios.
-Llevo toda la vida esperando que me lluevan Valquirias del cielo y ahora me doy cuenta que solo tenia que ponerme en el lateral de una montura para que me cayera encima una -bromeé guiñándole un ojo -me permite -dije acercándome al caballo para acabar de ensillarlo.
La ayudé a montar y de un salto subí sobre mi espectro abandonando así juntos Akershus.
Nos adentramos en el bosque, en principio en una zona mas árida, verdes prados que dieron paso a el bosque mas espeso.
Arboles frondosos que apenas a través de sus verduscas hojas dejaban pasar la luz del día. Íbamos hablando, cabalgando despacio, seguramente era de las pocas veces que había montado y yo iba tirando en ocasiones de las riendas de la dama para guiarla.
Tras una hora y ya cansados decidimos parar cerca de un arroyo para beber un poco y refrescarnos.
De la montaña caía una cascada salvaje de aguas vivas que moría en el rio y en ese pequeño remanso que conformaba el arroyo.
Me agache para hundir mi mano en sus cristalinas aguas para beber un poco mientras los caballos pastaban tranquilos.
Nos sentamos sobre la fresca hierba, ella me hacia miles de preguntas sobre Akershus, la guerra, sobre todos esos comportamientos que era incapaz de entender pues había mas parte de animal en ella que de humana.
-Tampoco somos tan distintos, a veces creo que somos tan básicos como los animales. Nos regimos por lo mismo, supervivencia, procrear y bueno quizás en eso hay ciertas diferencias..nosotros también buscamos el placer personal...ademas de un linaje ¿lo entiendes?
Su cara me decía que no, sin embargo sus ojos estaban anclados en mis labios.
Ladeé la sonrisa de forma engreída.
-Te lo demostrare -susurré orillando mi cuerpo mas al suyo, mi mano atrapó en un puño el cabello de su nuca y tiré de ella hasta que su boca entreabierta chocó con la propia.
Apenas un roce, nuestra nariz friccionó, lamí ligeramente su inferior sonriendo contra su boca antes de separarme un poco para centrarme en su mirada.
-placer, deseo -susurré aflojando el agarré de su nuca
Afirmé con la cabeza, esa mujer era para mi un enigma, salvaje, bella y difícil de entender, se dejaba llevar por sus instintos primarios, había vivido siempre como un ave y esa parte humana era un lienzo en blanco por rellenar.
Coloqué la silla sobre mi espectro, ella me miraba de reojo imitando mis actos, yo le explicaba y ella luchaba con las cinchas para apretarlas y dejarlas tan ajustadas como las mías.
Coloqué el bocado en la boca del corcel dejando las riendas caer sobre la silla y me acerqué hacia el oscuro caballo elegido por la condesa.
La mujer ave trataba de subir sobre la grupa con tan mala suerte que al posar su pie en el estribo este cedió girando la silla que no estaba bien colocada y se fue de bruces sobre mi.
Los dos caímos al suelo, yo no pude evitar echarme a reír a carcajadas, ella me miró en principio a la expectativa, pero no pudo contenerse y pronto se unió a mi riéndonos sin parar los dos.
La ayudé a ponerse en pie aun con una picara sonrisa en mis labios.
-Llevo toda la vida esperando que me lluevan Valquirias del cielo y ahora me doy cuenta que solo tenia que ponerme en el lateral de una montura para que me cayera encima una -bromeé guiñándole un ojo -me permite -dije acercándome al caballo para acabar de ensillarlo.
La ayudé a montar y de un salto subí sobre mi espectro abandonando así juntos Akershus.
Nos adentramos en el bosque, en principio en una zona mas árida, verdes prados que dieron paso a el bosque mas espeso.
Arboles frondosos que apenas a través de sus verduscas hojas dejaban pasar la luz del día. Íbamos hablando, cabalgando despacio, seguramente era de las pocas veces que había montado y yo iba tirando en ocasiones de las riendas de la dama para guiarla.
Tras una hora y ya cansados decidimos parar cerca de un arroyo para beber un poco y refrescarnos.
De la montaña caía una cascada salvaje de aguas vivas que moría en el rio y en ese pequeño remanso que conformaba el arroyo.
Me agache para hundir mi mano en sus cristalinas aguas para beber un poco mientras los caballos pastaban tranquilos.
Nos sentamos sobre la fresca hierba, ella me hacia miles de preguntas sobre Akershus, la guerra, sobre todos esos comportamientos que era incapaz de entender pues había mas parte de animal en ella que de humana.
-Tampoco somos tan distintos, a veces creo que somos tan básicos como los animales. Nos regimos por lo mismo, supervivencia, procrear y bueno quizás en eso hay ciertas diferencias..nosotros también buscamos el placer personal...ademas de un linaje ¿lo entiendes?
Su cara me decía que no, sin embargo sus ojos estaban anclados en mis labios.
Ladeé la sonrisa de forma engreída.
-Te lo demostrare -susurré orillando mi cuerpo mas al suyo, mi mano atrapó en un puño el cabello de su nuca y tiré de ella hasta que su boca entreabierta chocó con la propia.
Apenas un roce, nuestra nariz friccionó, lamí ligeramente su inferior sonriendo contra su boca antes de separarme un poco para centrarme en su mirada.
-placer, deseo -susurré aflojando el agarré de su nuca
Höor Cannif- Realeza Neerlandesa
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Re: krigen (Privado)
El conde Cannif era un buen hombre, osado, cortés, honorable… sabía que no era perfecto, pero estaba segura de que tenía muchas otras cualidades que seguro descubriría con el tiempo; no obstante, de las que conocía hasta el momento, la que más le agradaba era que le hacía reír, e incluso, aunque no alcanzaba a comprender el qué accionaba tal respuesta, aliviaba la opresión invisible que pesaba en su pecho. Lo cierto era que le hacía sentir bien y calmaba considerablemente su ansiedad de huir, de convertirse en el ave que no sentía nada que no fuese lo necesario y no veía más allá de sus instintos de supervivencia.
Ambos se adentraron en el bosque, cabalgando los corceles que andaban a suave galope; a pesar de que ser ella quien guio el camino, fue Höor quien llevó sus riendas, pues cada vez que intentaba hacerlo por su cuenta, el caballo terminaba desviándose del sendero y el conde, preso de unas buenas carcajadas, se veía forzado a correr tras ella para encaminarle de nuevo. Se sentía extraño, peculiar, toda su vida había sido ella el animal y ahora, torpemente, pretendía domar uno… montar a caballo era una alegoría a su propia existencia, finalmente la mujer dominaba su naturaleza, se sobreponía a la libertina bestia, no sin dificultad, pero sí con persistencia.
Se detuvieron a las orillas de un manantial, Höor desmontó su caballo y ella lo imitó, observándolo beber de las cristalinas aguas, justo antes de volver a ella para dejarse caer din cuidado sobre la hierba. Ira tomó asiento junto a él. Tenía un millón de dudas, la humanidad era un misterio para ella y continuaría siéndolo a menos de que comenzara a buscar respuestas a eso que no terminaba de comprender. La cambiante asaltó a Höor con cuanta pregunta se le ocurrió acerca de, los humanos, Akershus y sus responsabilidades, mas mientras el conde se ocupaba en darle respuesta a las indagaciones, ella no pudo evitar perderse en sus propias cavilaciones.
Contempló abstraída el rostro del conde, nunca hasta ese momento había tenido la oportunidad de apreciarlo a detalle a la luz del día, era él un ser humano bastante atractivo, tenía unas facciones muy llamativas, en el reino animal sería él el macho con quien todas las hembras se quisieran aparear, aunque por lo que había tenido la oportunidad de apreciar, en ese preciso aspecto, la diferencia era más bien nula. Sus zafiros se hundieron curiosos en la mirada del conde, tiznada de los colores de la densa naturaleza que les rodeaba; desde allí, sus ojos descendieron a los labios, concentrándose en la forma en la que estos se movían cada vez que formulaba palabra.
Höor le hizo una pregunta que le arrastró fuera de su ensoñación. Ira entreabrió los labios sin saber qué decir. ¿Entendía? No estaba segura qué le estaba preguntando, pero incluso si le hubiese prestado atención seguramente tampoco habría entendido así que no era mucha la diferencia. Ladeó la cabeza con el entrecejo fruncido dejándole en claro lo desorientada que se encontraba, mas no dudó él en intentar aclarárselo. Un instante bastó para reducir el espacio que apartaba sus cuerpos, el rostro del conde se aproximó al suyo sin vacilación, enredando la mano en su lacia cabellera. La respiración ajena entibió sus labios resecos, mas no tuvo ella que humedecerlos, pues él se encargó de ello, perfilando su forma con la lengua.
Sus irises siguieron el paso de la lengua que le acariciaba y aún sin comprender del todo qué sucedía, su mirada se elevó de nuevo, enfrentando mares azules con densos pantanos que le observaban a la espera de una respuesta. Vaciló un instante y para entonces él ya se había apartado, supuso ella, resignado a que el acto cruzaba su línea de comprensión. Ciertamente lo hacía, mas por impulso sus manos lo abrazaron del cuello, atrayéndolo de nuevo hacia ella. pestañeó un par de veces, inclinó su rostro y tras relamerse los propios, imitó la acción del conde, contorneando los ajenos con la punta de su lengua, guardándola de nuevo en su caverna al terminar de dibujar el lienzo.
No se movió, su curiosidad era ávida y su instinto le instigó a permanecer allí donde el aliento expirado le entibiaba la piel. No supo bien cómo, pero sus labios terminaron enredándose con los del hombre, quien por experiencia marcaba el compás. Sus lenguas se encontraron y se envolvieron en una danza completamente nueva para ella, no veloz, tampoco lenta, mas sí a un ritmo intermedio que le fue sencillo seguir. No tenía idea alguna de lo que hacía, era la primera vez que se encontraba en tal situación, jamás en su vida otro ser se había apropiado de su boca como lo hacía él en aquel instante; si algo podía asegurar a pesar de su ignorancia era que se sentía agradable... bastante.
El beso murió en un suave mordisco que por intuición ella dejó en el labio inferior del conde, apartándose lo suficiente para resquebrajar la intimidad. Entretenida, la castaña le sonrió como si nada hubiese pasado.
— ¿Es así como se divierten los humanos? — Inquirió con evidente intriga centellando en su mirada — Bueno, pues ha sido entretenido — Afirmó con expresión inocente, apoyando las manos sobre la hierba, dejando escapar un suspiro, mientras exploraba el paisaje con la mirada — Me gustaría poder enseñarte algo divertido también… pero tú no puedes volar y eres muy pesado como para cargarte — Divagó. Höor a penas se reía, pero ella tanteaba las posibilidades, frunciendo el ceño como si se tratara de un asunto serio. Fue entonces cuando sus ojos se estrellaron con un risco tras el manantial, sus zafiros se ascendieron hasta encontrar la cresta de la formación rocosa — Pero podemos subir… — Susurró más para sí misma que para el héroe, volviéndose inmediatamente hacia él, señalando la gran roca que se elevaba a unos metros de distancia — ¿Qué tan bueno eres para escalar, Höor Cannif?
Ambos se adentraron en el bosque, cabalgando los corceles que andaban a suave galope; a pesar de que ser ella quien guio el camino, fue Höor quien llevó sus riendas, pues cada vez que intentaba hacerlo por su cuenta, el caballo terminaba desviándose del sendero y el conde, preso de unas buenas carcajadas, se veía forzado a correr tras ella para encaminarle de nuevo. Se sentía extraño, peculiar, toda su vida había sido ella el animal y ahora, torpemente, pretendía domar uno… montar a caballo era una alegoría a su propia existencia, finalmente la mujer dominaba su naturaleza, se sobreponía a la libertina bestia, no sin dificultad, pero sí con persistencia.
Se detuvieron a las orillas de un manantial, Höor desmontó su caballo y ella lo imitó, observándolo beber de las cristalinas aguas, justo antes de volver a ella para dejarse caer din cuidado sobre la hierba. Ira tomó asiento junto a él. Tenía un millón de dudas, la humanidad era un misterio para ella y continuaría siéndolo a menos de que comenzara a buscar respuestas a eso que no terminaba de comprender. La cambiante asaltó a Höor con cuanta pregunta se le ocurrió acerca de, los humanos, Akershus y sus responsabilidades, mas mientras el conde se ocupaba en darle respuesta a las indagaciones, ella no pudo evitar perderse en sus propias cavilaciones.
Contempló abstraída el rostro del conde, nunca hasta ese momento había tenido la oportunidad de apreciarlo a detalle a la luz del día, era él un ser humano bastante atractivo, tenía unas facciones muy llamativas, en el reino animal sería él el macho con quien todas las hembras se quisieran aparear, aunque por lo que había tenido la oportunidad de apreciar, en ese preciso aspecto, la diferencia era más bien nula. Sus zafiros se hundieron curiosos en la mirada del conde, tiznada de los colores de la densa naturaleza que les rodeaba; desde allí, sus ojos descendieron a los labios, concentrándose en la forma en la que estos se movían cada vez que formulaba palabra.
Höor le hizo una pregunta que le arrastró fuera de su ensoñación. Ira entreabrió los labios sin saber qué decir. ¿Entendía? No estaba segura qué le estaba preguntando, pero incluso si le hubiese prestado atención seguramente tampoco habría entendido así que no era mucha la diferencia. Ladeó la cabeza con el entrecejo fruncido dejándole en claro lo desorientada que se encontraba, mas no dudó él en intentar aclarárselo. Un instante bastó para reducir el espacio que apartaba sus cuerpos, el rostro del conde se aproximó al suyo sin vacilación, enredando la mano en su lacia cabellera. La respiración ajena entibió sus labios resecos, mas no tuvo ella que humedecerlos, pues él se encargó de ello, perfilando su forma con la lengua.
Sus irises siguieron el paso de la lengua que le acariciaba y aún sin comprender del todo qué sucedía, su mirada se elevó de nuevo, enfrentando mares azules con densos pantanos que le observaban a la espera de una respuesta. Vaciló un instante y para entonces él ya se había apartado, supuso ella, resignado a que el acto cruzaba su línea de comprensión. Ciertamente lo hacía, mas por impulso sus manos lo abrazaron del cuello, atrayéndolo de nuevo hacia ella. pestañeó un par de veces, inclinó su rostro y tras relamerse los propios, imitó la acción del conde, contorneando los ajenos con la punta de su lengua, guardándola de nuevo en su caverna al terminar de dibujar el lienzo.
No se movió, su curiosidad era ávida y su instinto le instigó a permanecer allí donde el aliento expirado le entibiaba la piel. No supo bien cómo, pero sus labios terminaron enredándose con los del hombre, quien por experiencia marcaba el compás. Sus lenguas se encontraron y se envolvieron en una danza completamente nueva para ella, no veloz, tampoco lenta, mas sí a un ritmo intermedio que le fue sencillo seguir. No tenía idea alguna de lo que hacía, era la primera vez que se encontraba en tal situación, jamás en su vida otro ser se había apropiado de su boca como lo hacía él en aquel instante; si algo podía asegurar a pesar de su ignorancia era que se sentía agradable... bastante.
El beso murió en un suave mordisco que por intuición ella dejó en el labio inferior del conde, apartándose lo suficiente para resquebrajar la intimidad. Entretenida, la castaña le sonrió como si nada hubiese pasado.
— ¿Es así como se divierten los humanos? — Inquirió con evidente intriga centellando en su mirada — Bueno, pues ha sido entretenido — Afirmó con expresión inocente, apoyando las manos sobre la hierba, dejando escapar un suspiro, mientras exploraba el paisaje con la mirada — Me gustaría poder enseñarte algo divertido también… pero tú no puedes volar y eres muy pesado como para cargarte — Divagó. Höor a penas se reía, pero ella tanteaba las posibilidades, frunciendo el ceño como si se tratara de un asunto serio. Fue entonces cuando sus ojos se estrellaron con un risco tras el manantial, sus zafiros se ascendieron hasta encontrar la cresta de la formación rocosa — Pero podemos subir… — Susurró más para sí misma que para el héroe, volviéndose inmediatamente hacia él, señalando la gran roca que se elevaba a unos metros de distancia — ¿Qué tan bueno eres para escalar, Höor Cannif?
Ira- Cambiante Clase Alta
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Fecha de inscripción : 18/08/2017
Re: krigen (Privado)
La condesa miraba atenta mis labios, no pude evitar ladear la sonrisa cuando esta echó sus brazos por encima de mi cuello decidida a anclarme contra su cuerpo.
Su aliento impactó cálido contra mi boca, sus azules buscaban mi mirada con un interrogante sumido en ella, su lengua emergió despacio dibujando el lienzo de los propios, humedeciéndolos mientras sus dedos se hundían en mi nuca.
Mi boca se entreabrió, nuestras lenguas se encontraron tibias en una danza lenta que significó para ella el hechizo de un primer beso y para mi algo mas sosegado de lo que estaba acostumbrado, supongo que ella era la inocencia y yo la experiencia.
El beso se prolongo en el tiempo, húmedo, pausado saboreamos la esencia de algo mágico, mas cuando mordió mi inferior y nos separamos con las miradas turbias por el deseo, sus palabras me hicieron reírme sin poder evitarlo.
-Si, los humanos nos divertimos con estas cosas -apunté divertido al ver como esta soltaba un suspiro, mas fue su siguiente expresión la que me hizo estallar en carcajadas. Hacia tiempo que no me reía así.
-No se si de decírmelo otra mujer me lo tomaría así ¿solo entretenido? ¡Por Odin! -de nuevo me reía sin parar mientras su inocente expresión seguramente intentaba descifrar mis palabras y mas el sinsentido de mi risa.
-A los hombres nos gusta escuchar que ha sido el mejor beso, el mejor polvo, vamos que somos la hostia en todo -apunté intentando explicarme, pero cada vez creo que entendida menos el concepto y yo me reía mas l ver su rostro casi cayendo sobre la hierba.
Por suerte el tema cambió según ella le gustaría enseñarme a volar, esta vez fue perspicaz diciendo que yo no era capaz de hacerlo, y que era demasiado pesado para que ella pudiera conmigo, no podía evitar mantener esa sonrisa en mis labios.
Ella fruncía el ceño meditando como arreglar ese gran problema y en ese instante se le ocurrió la idea del día.
Mi dedo siguió el sendero que se alzaba hasta un alto risco tras el manantial.
-Pues todo se me da bien señorita Ira -dije de forma engreída mientras me ponía en pie atrapando su cintura con mi brazo.
-¿Así que me vas a hacer subir ahí arriba para saltar?
Negué divertido acercandoma al precipicio por el que tendríamos que subir antes de poder alcanzar el risco.
-¿como se le da la escalada pajarillo? -pregunté cuna vez afiancé los pies en los huecos de las piedras y una de las manso para tenderle la otra dispuesto a ayudarla.
Cierto era que era un pájaro, mas también era igual de cierto que estaba herida, así que intuí que nos encontrábamos en igualdad de oportunidades.
Subimos durante una hora, resbalando en alguna ocasión que otra, nos reíamos, hablábamos y nos olvidamos de las responsabilidades que nos anclaban al suelo a ambos.
Era cierto, ahí arriba se respiraba libertad.
Alcanzamos el risco, ladeé la sonrisa tirando de esta hasta que ambos acabamos allí arriba.
-¿Así que esto es lo que hacéis los pájaros para divertiros? -pregunté asomándome hacia abajo sin poder dejar de sonreír -¿y ahora? -pregunté sabiendo sobradamente lo que iba a decirme
Su aliento impactó cálido contra mi boca, sus azules buscaban mi mirada con un interrogante sumido en ella, su lengua emergió despacio dibujando el lienzo de los propios, humedeciéndolos mientras sus dedos se hundían en mi nuca.
Mi boca se entreabrió, nuestras lenguas se encontraron tibias en una danza lenta que significó para ella el hechizo de un primer beso y para mi algo mas sosegado de lo que estaba acostumbrado, supongo que ella era la inocencia y yo la experiencia.
El beso se prolongo en el tiempo, húmedo, pausado saboreamos la esencia de algo mágico, mas cuando mordió mi inferior y nos separamos con las miradas turbias por el deseo, sus palabras me hicieron reírme sin poder evitarlo.
-Si, los humanos nos divertimos con estas cosas -apunté divertido al ver como esta soltaba un suspiro, mas fue su siguiente expresión la que me hizo estallar en carcajadas. Hacia tiempo que no me reía así.
-No se si de decírmelo otra mujer me lo tomaría así ¿solo entretenido? ¡Por Odin! -de nuevo me reía sin parar mientras su inocente expresión seguramente intentaba descifrar mis palabras y mas el sinsentido de mi risa.
-A los hombres nos gusta escuchar que ha sido el mejor beso, el mejor polvo, vamos que somos la hostia en todo -apunté intentando explicarme, pero cada vez creo que entendida menos el concepto y yo me reía mas l ver su rostro casi cayendo sobre la hierba.
Por suerte el tema cambió según ella le gustaría enseñarme a volar, esta vez fue perspicaz diciendo que yo no era capaz de hacerlo, y que era demasiado pesado para que ella pudiera conmigo, no podía evitar mantener esa sonrisa en mis labios.
Ella fruncía el ceño meditando como arreglar ese gran problema y en ese instante se le ocurrió la idea del día.
Mi dedo siguió el sendero que se alzaba hasta un alto risco tras el manantial.
-Pues todo se me da bien señorita Ira -dije de forma engreída mientras me ponía en pie atrapando su cintura con mi brazo.
-¿Así que me vas a hacer subir ahí arriba para saltar?
Negué divertido acercandoma al precipicio por el que tendríamos que subir antes de poder alcanzar el risco.
-¿como se le da la escalada pajarillo? -pregunté cuna vez afiancé los pies en los huecos de las piedras y una de las manso para tenderle la otra dispuesto a ayudarla.
Cierto era que era un pájaro, mas también era igual de cierto que estaba herida, así que intuí que nos encontrábamos en igualdad de oportunidades.
Subimos durante una hora, resbalando en alguna ocasión que otra, nos reíamos, hablábamos y nos olvidamos de las responsabilidades que nos anclaban al suelo a ambos.
Era cierto, ahí arriba se respiraba libertad.
Alcanzamos el risco, ladeé la sonrisa tirando de esta hasta que ambos acabamos allí arriba.
-¿Así que esto es lo que hacéis los pájaros para divertiros? -pregunté asomándome hacia abajo sin poder dejar de sonreír -¿y ahora? -pregunté sabiendo sobradamente lo que iba a decirme
Höor Cannif- Realeza Neerlandesa
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Localización : el placentero infierno de tus piernas.
Re: krigen (Privado)
Abrió los párpados a su máxima expresión, contemplando al conde con sus dos grandes luceros, centellantes, curiosos de la naturaleza de ese hombre y de aquello que sin éxito intentaba explicarle. Ira ladeó la cabeza confundida; él se reía a carcajadas casi hasta no poder respirar, aparentemente su vaga capacidad de comprensión le resultaba tremendamente entretenida. Frunció el entrecejo. La confusión que le invadió no recaía en el mensaje del discurso, eso lo entendía perfectamente: los individuos de aquella especie encontraban gusto en ser elogiados por sus habilidades para complacer a las hembras, sin embargo, aún no terminaba de comprender por qué. Por supuesto era difícil comprender cuando ella carecía de eso que los humanos llamaban ego.
Ambos se pusieron en pie y se acercaron a los pies de la rocosa estructura. Höor, con un aire jactancioso, le aseguró que todo se le daba bien… una frase que, a pesar de mantener una tonalidad cómica, demostraba cuán seguro se encontraba ese hombre de sí mismo. La sonrisa que curvaba los labios de la castaña se ensanchó; el conde parecía seguirle la corriente y el hecho de que mostrase interés en conocer una porción de su mundo, de la naturaleza que le había servido de hogar durante tantos años, a pesar de ser ella quien tenía la obligación de aprender de las costumbres de su pueblo y la cultura vikinga en general, le demostraba que su preocupación por ella era sincera… por ende, también sus intenciones.
Ira elevó la mirada hasta la cumbre del risco.
— Sería mucho más sencillo si fuera una cabra montesa — Se volvió hacia el conde, encogiéndose de hombros respondiendo a su indagación con expresión risueña cincelando sus facciones — Pero puedo hacerlo.
Sin esperar respuesta, la mujer águila aferró sus manos a las hendeduras de la peñascosa superficie, apoyando sus pies sobre los pedazos de roca que sobresalían, trepando con tanta prisa y habilidad que incluso ella se sorprendió. Ya había ascendido un par de metros cuando su mirada descendió en busca de Höor, quien, un tanto sorprendido le observaba subir, aún con los pies anclados a la tierra.
— ¿Vienes? — Indagó ella frunciendo el entrecejo
No tuvo que decir más, Höor, asumiendo el reto, trepó raudo por las rocas, alcanzándola en un abrir y cerrar de ojos, procediendo a rebasarle sin tregua y muerto de la risa. Ira, siguiéndole el juego, escaló junto al conde a paso reñido hasta que una de las salientes rocosas sobre la que puso su pie derecho cedió, haciéndole resbalar; de no ser por que el conde alcanzó a atajarle, probablemente hubiese caído. Él, entre risas le advirtió que tuviese cuidado, mas cuando producto de la distracción perdió el equilibrio, Ira, en tono burlón, le repitió sus palabras, procediendo inmediatamente a trepar. Por su parte, el héroe, quien no tenía intenciones de dejarse ganar, le igualó con prontitud. Ya comenzaba a rememorar cómo funcionaba el humor de los humanos. Qué criaturas más complejas.
Al final fue Höor quien llegó primero a la cima, seguido por Ira un instante después. Allí arriba los vientos golpeaban con mayor fuerza, su lacia y castaña melena ondeaba al viento con tal violencia que tuvo que sacudir la cabeza para retirar los largos cabellos que se interponían en su visión. El héroe la observó entretenido y en medio de risas, de una forma bastante delicada para su naturaleza, le ayudó a apartar los mechones más rebeldes que se negaban a aterrizar.
Ira apretó los párpados e inspiró fuerte. Sus dos naturalezas convergían; fue una sensación efímera, mas por un momento no concibió al cuerpo de la mujer como una prisión. Su desarrollado sentido del olfato le permitía captar las diversas esencias del bosque, esas que volaban con las ventiscas e inundaban sus sentidos con una amalgama de fragancias de libertad.
— No, para divertirme como ave solía perseguir marmotas… en grupos son todo un problema, pero solas y desprevenidas son bastante torpes.
Höor se reía negando con la cabeza, entonces, tras repasar los alrededores con sus pantanosos orbes le preguntó qué procedía. La cambiante se encogió de hombros y contemplándolo con una traviesa mueca, sin decir palabra, corrió hasta el borde del peñasco y saltó. Con los brazos extendidos frente a su rostro, su cuerpo se precipitó por los aires y se sumergió entre las cristalinas aguas que frenaron la velocidad de su caída. La gélida espuma que se generó en el epicentro del impacto acarició su piel; disfrutando de la ligereza de su cuerpo en la densidad del vital líquido, Ira nadó hasta la superficie.
Tan pronto como sus fosas nasales encontraron aire, ella se restregó el rostro, limpiando así las gotas que adornaban sus pestañas y le nublaban la vista. Una vez despejados, sus zafiros se elevaron hasta la cúspide de la rocosa estructura en busca del conde, quien, con los pies sobre el borde, tanteaba si lanzarse al vacío.
— También puedes bajar a pie — Vociferó divertida, mas no alcanzó a terminar la frase cuando ya el conde se precipitaba con gran aceleración, cayendo de bomba a unos metros de distancia.
Como un par de niños ambos rieron, nadaron y se salpicaron agua durante unos minutos. Ira se sentía de maravilla, el tiempo que había pasado con el conde le sirvió para apaciguar sus aflicciones; se sentía afortunada de contemplar la versión más humana de Höor Cannif, no el héroe, no la leyenda, sino un simple hombre divirtiéndose. Tal vez era aquella una fracción de él que no muchos lograban conocer y que el hecho de que se hubiese tomado la molestia de compartirla con ella le hacía sentirse privilegiada.
Cuando el juego fue suficiente, ambos se desplazaron a la superficie, tiritando y con las ropas empapadas. Fue ella quien sugirió volver a Akershus, los humanos no tenían plumaje o basto pelaje que los protegiese del frío; si algo recordaba de su infancia eran los resfriados, sabía lo frágil que era la existencia de aquella especie y lo último que quería era que el conde enfermara por su culpa.
De camino a casa Höor le habló de sus hijos. A Ira le sorprendió que tuviese tantos tratándose de un hombre tan joven; sin embargo, esos niños, junto a sus tierras, eran su mayor y más amada responsabilidad, evidentemente eran el pilar de su vida y sin duda mataría por ellos de encontrarlo necesario.
Ella rio ante las cómicas anécdotas de los infantes, por lo que entendía, eran pequeños y revoltosos.
— Ya quiero conocerlos — Declaró jovial, tratando de controlar las riendas del animal que montaba e insistía en desviarse del camino — Me encantan los niños, excepto cuando tiran de mis plumas…
Tan pronto como traspasaron el umbral de Akershus, un hombre se acercó al conde y le indicó que un par de individuos que decían proceder de Eliosthar, su condado, solicitaban hablar con él. Como era un asunto que le concernía a ella, por tratarse de su gente, Höor le pidió que tomara prestada otra muda del armario de Khayla y volviera a su encuentro. Vaya sorpresa se llevó Ira cuando, al regresar, descubrió que aquellos dos hombres eran sus hermanos. Le alegraba que estuvieran con vida, mas no podía sacudirse de encima ese instinto que le advertía que esos dos eran un problema.
Ambos se pusieron en pie y se acercaron a los pies de la rocosa estructura. Höor, con un aire jactancioso, le aseguró que todo se le daba bien… una frase que, a pesar de mantener una tonalidad cómica, demostraba cuán seguro se encontraba ese hombre de sí mismo. La sonrisa que curvaba los labios de la castaña se ensanchó; el conde parecía seguirle la corriente y el hecho de que mostrase interés en conocer una porción de su mundo, de la naturaleza que le había servido de hogar durante tantos años, a pesar de ser ella quien tenía la obligación de aprender de las costumbres de su pueblo y la cultura vikinga en general, le demostraba que su preocupación por ella era sincera… por ende, también sus intenciones.
Ira elevó la mirada hasta la cumbre del risco.
— Sería mucho más sencillo si fuera una cabra montesa — Se volvió hacia el conde, encogiéndose de hombros respondiendo a su indagación con expresión risueña cincelando sus facciones — Pero puedo hacerlo.
Sin esperar respuesta, la mujer águila aferró sus manos a las hendeduras de la peñascosa superficie, apoyando sus pies sobre los pedazos de roca que sobresalían, trepando con tanta prisa y habilidad que incluso ella se sorprendió. Ya había ascendido un par de metros cuando su mirada descendió en busca de Höor, quien, un tanto sorprendido le observaba subir, aún con los pies anclados a la tierra.
— ¿Vienes? — Indagó ella frunciendo el entrecejo
No tuvo que decir más, Höor, asumiendo el reto, trepó raudo por las rocas, alcanzándola en un abrir y cerrar de ojos, procediendo a rebasarle sin tregua y muerto de la risa. Ira, siguiéndole el juego, escaló junto al conde a paso reñido hasta que una de las salientes rocosas sobre la que puso su pie derecho cedió, haciéndole resbalar; de no ser por que el conde alcanzó a atajarle, probablemente hubiese caído. Él, entre risas le advirtió que tuviese cuidado, mas cuando producto de la distracción perdió el equilibrio, Ira, en tono burlón, le repitió sus palabras, procediendo inmediatamente a trepar. Por su parte, el héroe, quien no tenía intenciones de dejarse ganar, le igualó con prontitud. Ya comenzaba a rememorar cómo funcionaba el humor de los humanos. Qué criaturas más complejas.
Al final fue Höor quien llegó primero a la cima, seguido por Ira un instante después. Allí arriba los vientos golpeaban con mayor fuerza, su lacia y castaña melena ondeaba al viento con tal violencia que tuvo que sacudir la cabeza para retirar los largos cabellos que se interponían en su visión. El héroe la observó entretenido y en medio de risas, de una forma bastante delicada para su naturaleza, le ayudó a apartar los mechones más rebeldes que se negaban a aterrizar.
Ira apretó los párpados e inspiró fuerte. Sus dos naturalezas convergían; fue una sensación efímera, mas por un momento no concibió al cuerpo de la mujer como una prisión. Su desarrollado sentido del olfato le permitía captar las diversas esencias del bosque, esas que volaban con las ventiscas e inundaban sus sentidos con una amalgama de fragancias de libertad.
— No, para divertirme como ave solía perseguir marmotas… en grupos son todo un problema, pero solas y desprevenidas son bastante torpes.
Höor se reía negando con la cabeza, entonces, tras repasar los alrededores con sus pantanosos orbes le preguntó qué procedía. La cambiante se encogió de hombros y contemplándolo con una traviesa mueca, sin decir palabra, corrió hasta el borde del peñasco y saltó. Con los brazos extendidos frente a su rostro, su cuerpo se precipitó por los aires y se sumergió entre las cristalinas aguas que frenaron la velocidad de su caída. La gélida espuma que se generó en el epicentro del impacto acarició su piel; disfrutando de la ligereza de su cuerpo en la densidad del vital líquido, Ira nadó hasta la superficie.
Tan pronto como sus fosas nasales encontraron aire, ella se restregó el rostro, limpiando así las gotas que adornaban sus pestañas y le nublaban la vista. Una vez despejados, sus zafiros se elevaron hasta la cúspide de la rocosa estructura en busca del conde, quien, con los pies sobre el borde, tanteaba si lanzarse al vacío.
— También puedes bajar a pie — Vociferó divertida, mas no alcanzó a terminar la frase cuando ya el conde se precipitaba con gran aceleración, cayendo de bomba a unos metros de distancia.
Como un par de niños ambos rieron, nadaron y se salpicaron agua durante unos minutos. Ira se sentía de maravilla, el tiempo que había pasado con el conde le sirvió para apaciguar sus aflicciones; se sentía afortunada de contemplar la versión más humana de Höor Cannif, no el héroe, no la leyenda, sino un simple hombre divirtiéndose. Tal vez era aquella una fracción de él que no muchos lograban conocer y que el hecho de que se hubiese tomado la molestia de compartirla con ella le hacía sentirse privilegiada.
Cuando el juego fue suficiente, ambos se desplazaron a la superficie, tiritando y con las ropas empapadas. Fue ella quien sugirió volver a Akershus, los humanos no tenían plumaje o basto pelaje que los protegiese del frío; si algo recordaba de su infancia eran los resfriados, sabía lo frágil que era la existencia de aquella especie y lo último que quería era que el conde enfermara por su culpa.
De camino a casa Höor le habló de sus hijos. A Ira le sorprendió que tuviese tantos tratándose de un hombre tan joven; sin embargo, esos niños, junto a sus tierras, eran su mayor y más amada responsabilidad, evidentemente eran el pilar de su vida y sin duda mataría por ellos de encontrarlo necesario.
Ella rio ante las cómicas anécdotas de los infantes, por lo que entendía, eran pequeños y revoltosos.
— Ya quiero conocerlos — Declaró jovial, tratando de controlar las riendas del animal que montaba e insistía en desviarse del camino — Me encantan los niños, excepto cuando tiran de mis plumas…
Tan pronto como traspasaron el umbral de Akershus, un hombre se acercó al conde y le indicó que un par de individuos que decían proceder de Eliosthar, su condado, solicitaban hablar con él. Como era un asunto que le concernía a ella, por tratarse de su gente, Höor le pidió que tomara prestada otra muda del armario de Khayla y volviera a su encuentro. Vaya sorpresa se llevó Ira cuando, al regresar, descubrió que aquellos dos hombres eran sus hermanos. Le alegraba que estuvieran con vida, mas no podía sacudirse de encima ese instinto que le advertía que esos dos eran un problema.
Ira- Cambiante Clase Alta
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Fecha de inscripción : 18/08/2017
Re: krigen (Privado)
No pude evitar echarme a reír a carcajadas cuando lejos de confesarme que eso hacían los pájaros, lanzarse al vació y remontar el vuelo antes de estamparse contra las gélidas aguas, prefería perseguir marmotas, es mas, se atrevió a contarme con toda exactitud como lo hacia.
Me lo estaba pasando muy bien, porque en ese instante no pensaba en nada que me forzara a ser un héroe, a proteger mis tierras, o a mis gentes, había olvidado hasta a Randulf, solo me centraba en pasarlo bien como cualquier hombre corriente.
-Empiezo a pensar que debería reclutar marmotas para enfrentar a Randulf -bromeé logrando que la cambiante rodara los ojos por mis palabras mientras los dos de nuevo nos reíamos.
Esta no tardó en lanzarse al vació, desde arriba vi su caída, como era engullida por las aguas y emergía con esa mirada de reto con la que me tentó a bajar a pie.
No me conocía, si creía que a mi un precipicio podía amilanarme. Había visto demasiadas veces a Hela de frente como para ahora hacerme bajar con el rabo entre las piernas como un cobarde.
No acabó la frase cuando me lancé, aquella sensación de libertad, de vació y de caída en picado moviendo mis ropas y mi pelo en un descenso que saboreé despacio.
Las aguas me tragaron, frías como mil agujas y de ellas salí tomando una bocanada de aire y sacudiendo mi pelo frente a la cambiante que se cubrió con las manso no esperando mi briosa salida llena de adrenalina.
Como dos jóvenes bromeamos, nos mojamos, nos rozamos y salpicamos y antes del ocaso decidimos volver a Akershus, eso si, sin dejar de reírnos en ningún momento por las chorradas de uno y otra.
Le hablé de mis hijos, parecía interesada en conocerlos, eran algo traviesos pero buenos chicos al fin y al cabo.
-Te dejaran sin plumas, son curiosos -le aseguré guiñándole un ojo.
Mojados entramos en Akershus, hacia frio y no era plan de coger una pulmonía, así que cada uno nos retiraríamos a nuestro cuarto y quedaríamos mas tarde para ir con los demás a la taberna, el caso es que antes de separarnos la urgencia de una visita inesperada procedente de tierra de la condesa nos forzó a retrasar los planes.
-Hazlos pasar al salón, estaré allí en un momento.
Clavé mis ojos en los de la condesa.
-Cámbiate de ropa y reúnete conmigo, si es tu gente quiero que escuches que han de decirme.
Esta asintió, de nuevo entrabamos en modo trabajo y ahí la risa de ambos se extinguía quedando solo como un efímero recuerdo de un gran día.
Tras adecentarme bajé de nuevo quedando así de frente de dos hombres que para mi sorpresa decían ser hermanos de Ira.
-¿y Bien? -pregunté hundiendo mis pardos en los azules de ambos como el gran depredador que era -¿que buscáis? No os vi proteger vuestras tierras en esa guerra que arrasó vuestro pueblo.
Ladeé la cabeza con una sonrisa engreída.
-¿que puedo hacer por vosotros? ¿daros quizás asilo? -pregunté mientras mi mano se alargaba para evitar que Ira saltara sobre ellos.
Algo me decía que esos hombres no siempre le habían dado un buen trato, pero a la hora de la verdad, era ella la única que había luchado por sus gentes.
Me lo estaba pasando muy bien, porque en ese instante no pensaba en nada que me forzara a ser un héroe, a proteger mis tierras, o a mis gentes, había olvidado hasta a Randulf, solo me centraba en pasarlo bien como cualquier hombre corriente.
-Empiezo a pensar que debería reclutar marmotas para enfrentar a Randulf -bromeé logrando que la cambiante rodara los ojos por mis palabras mientras los dos de nuevo nos reíamos.
Esta no tardó en lanzarse al vació, desde arriba vi su caída, como era engullida por las aguas y emergía con esa mirada de reto con la que me tentó a bajar a pie.
No me conocía, si creía que a mi un precipicio podía amilanarme. Había visto demasiadas veces a Hela de frente como para ahora hacerme bajar con el rabo entre las piernas como un cobarde.
No acabó la frase cuando me lancé, aquella sensación de libertad, de vació y de caída en picado moviendo mis ropas y mi pelo en un descenso que saboreé despacio.
Las aguas me tragaron, frías como mil agujas y de ellas salí tomando una bocanada de aire y sacudiendo mi pelo frente a la cambiante que se cubrió con las manso no esperando mi briosa salida llena de adrenalina.
Como dos jóvenes bromeamos, nos mojamos, nos rozamos y salpicamos y antes del ocaso decidimos volver a Akershus, eso si, sin dejar de reírnos en ningún momento por las chorradas de uno y otra.
Le hablé de mis hijos, parecía interesada en conocerlos, eran algo traviesos pero buenos chicos al fin y al cabo.
-Te dejaran sin plumas, son curiosos -le aseguré guiñándole un ojo.
Mojados entramos en Akershus, hacia frio y no era plan de coger una pulmonía, así que cada uno nos retiraríamos a nuestro cuarto y quedaríamos mas tarde para ir con los demás a la taberna, el caso es que antes de separarnos la urgencia de una visita inesperada procedente de tierra de la condesa nos forzó a retrasar los planes.
-Hazlos pasar al salón, estaré allí en un momento.
Clavé mis ojos en los de la condesa.
-Cámbiate de ropa y reúnete conmigo, si es tu gente quiero que escuches que han de decirme.
Esta asintió, de nuevo entrabamos en modo trabajo y ahí la risa de ambos se extinguía quedando solo como un efímero recuerdo de un gran día.
Tras adecentarme bajé de nuevo quedando así de frente de dos hombres que para mi sorpresa decían ser hermanos de Ira.
-¿y Bien? -pregunté hundiendo mis pardos en los azules de ambos como el gran depredador que era -¿que buscáis? No os vi proteger vuestras tierras en esa guerra que arrasó vuestro pueblo.
Ladeé la cabeza con una sonrisa engreída.
-¿que puedo hacer por vosotros? ¿daros quizás asilo? -pregunté mientras mi mano se alargaba para evitar que Ira saltara sobre ellos.
Algo me decía que esos hombres no siempre le habían dado un buen trato, pero a la hora de la verdad, era ella la única que había luchado por sus gentes.
Höor Cannif- Realeza Neerlandesa
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