Final del juego | Flashback | Privado

por **Chloé Hohenzollern** Vie Oct 06, 2017 10:55 pm

Cuando íbamos a dormirnos esa noche, Holanda me dijo:
Vas a ver que mañana se acaba el juego.
Final del Juego – Julio Cortázar

-¡Oh! ¿Qué será de esta pobre hija mía que no tiene como protegerse en la vida? –había exclamado su padre la noche anterior sin saber que ella lo oía.

Para desgracia, o fortuna, Chloé había salido al encuentro de sus padres entrometiéndose en la charla que ellos mantenían en el salón principal de la casa y así acabó por descubrir verdades que habría preferido ignorar eternamente.

Los Hohenzollern eran gente importante, una rama menor de la centenaria dinastía prusiana. El orgullo de la familia eran sus mujeres, todas ellas poderosas hechiceras, nacidas para grandes propósitos, para ser parte –junto con sus poderes- de grandes organizaciones. El poder de las Hohenzollern era incalculable y solía decirse que su fuerza crecía conforme pasaban las generaciones. Chloé creció ansiando que llegase el momento en el que sus dones se manifestasen, veía a sus hermanas y las admiraba… pero su momento no llegaba. Y, por lo que sus padres le habían explicado la noche anterior, claro quedaba que ellos creían que ya no llegaría.

No sabía qué pensar, había puesto su mejor cara frente a las palabras de sus padres. Se había dejado abrazar y mimar por ellos porque, a pesar de tener ya quince años, Chloé se sentía una niña, siempre sería la bebé de la casa.

-Estoy bien, no llores –le pidió a su madre y la abrazó para reconfortarla, pese a que se sentía rota.

Tras asegurarles que aquello no hacía mella en ella, marchó a su dormitorio y fue allí donde descargó su angustia.

“¿Por qué? ¿Por qué ellas sí y yo no? ¿Qué está mal en mí?” , no podía dejar de pensar, no hallaba paz.

¡Lo había deseado y esperado durante tanto tiempo! Pero, al la vez, siempre lo había sabido… Sus hermanas eran rubias, de rasgos finos y bellos, en cambio ella se contemplaba y no veía belleza, su cabello era negro como el carbón y eso la hacía sentir mal, no por el color en sí, sino porque no era como el de su madre y el de sus hermanas mayores. La hechicería iba ligada a la belleza… Al igual que no se sentía linda, Chloé jamás se había sentido poderosa. Las premoniciones nunca se habían manifestado en ella, intentó controlar el clima y aquello nunca prosperó, no veía espíritus, no sanaba con sus manos… era una inútil.

Con ese pensamiento de insuficiencia se durmió, con la sensación de ser una mujer inservible se despertó. Sin embargo, se había propuesto aparentar con sus padres, no mostrarles cuanto le dolía todo aquello, actuar como si en verdad sintiese alivio al ya no tener que aguardar lo que no llegaría… Se impuso hacer las cosas que siempre hacía, hasta que -¡al fin!- cerca del mediodía pudo hacer lo que en verdad la liberaba. Solo era feliz cuando se hallaba frente a frente con un lienzo, su padre lo sabía y hacía algunos años que había mandado a construir una glorieta en medio de los jardines para que ella pudiese pintar.

Pintaba y lloraba, las lágrimas caían por sus mejillas así como la pintura –demasiado líquida- caía por el lienzo. Necesitaba hablar con alguien, tal vez con el Padre Frederic… No. Con su hermana. Chloé necesitaba hablar con su hermana mayor, ella siempre la reconfortaba, sabía qué decir y cómo decirlo…

-Señorita –al oír la voz de Murniz, una de las esclavas, Chloé se sobresaltó-, tiene una visita.

-No quiero ver a nadie, estoy pintando –le dijo y se volvió al lienzo, no quería que la muchacha la viese llorar.

-Pero es su hermana Katharine, a usted siempre le gusta pasar tiempo con su hermana…

-¡Sí, que venga por favor! –le dijo y abandonó el pincel para secarse las lágrimas.

¡Justo cuando la pensaba, cuando más la necesitaba! Chloé sonrió al darse cuenta que, después de todo, tal vez sí que tuviese premoniciones esporádicas.