Días de lluvia | Flashback | Privado

por **Shayla Kraemer** Jue Oct 19, 2017 1:33 am

Sabía donde estaba. De hecho había caminado el último tramo con la dirección precisa en su mente, sabiendo hacia dónde tenía que dirigirse. Shayla sabía bien que estaba a las afueras del área de los gitanos que poblaban el conurbano de París. ¿Hacía cuánto que caminaba? Meses, claro, pero ¿cuántos? Era mucho el tiempo, muchas las lágrimas y el temor, tanto como toda su vida, esa que había dejado atrás.

Llovería, hacía al menos tres días que el cielo descargaba su furia, o su tristeza, sobre los bosques que ella atravesaba. Shayla lo juzgaba como una señal divina, pero no sabía qué era lo que esa señal marcaba. ¿Un nuevo comienzo? ¿Una limpieza en su vida? Tal vez, pero pese a que era gitana de linaje puro y a que tenía ciertos dones, ella no se consideraba una mujer mística, todo lo contrario… prefería la practicidad.

Agotada ya, física y emocionalmente, Shayla se cobijó al abrigo de un árbol frondoso. Todo estaba embarrado allí, pero no le importó pues ella iba igual de sucia. Al menos no moriría de sed… pero el hambre ya era tema a parte.

Si miraba hacia atrás, se veía a sí misma en una vida normal para una gitana de su edad… casada, abocada a su esposo y a las necesidades de la familia de él. Lo único que le faltaba para que su vida fuese perfecta era un hijo. Un hijo y que su suegra muriese, claro. Pero ese ya era otro cantar. Precisamente por eso había escapado de su campamento, por eso había huido, para que él fuese libre de ella y para no vivir la humillación de ser repudiada ante todos los miembros del grupo por su incapacidad de concebir. Según la ley que los regía, si un cónyuge abandonaba al otro ya no podía volver a formar parte de esa comunidad y le reestablecía la soltería a su ex esposo. Eso había hecho ella y, aunque el camino que había recorrido en esos últimos meses había sido duro, no se arrepentía de la decisión que había tomado. Ya no había nada especial para ella allí, sus hermanos tenían sus respectivas familias, sus padres habían muerto y su esposo la sentía una carga. Nadie la extrañaría.

Sí, con todos esos recuerdos no hacía más que autoflagelarse y era muy consiente de eso, pero no tenía nada más que hacer. Durante el último trayecto de su viaje Shayla había estado sola con su mente y había días en los que la consideraba su mejor aliada y otros en los que simplemente la sentía su peor enemiga; pero para bien o para mal hasta allí habían llegado y lo habían hecho juntas.

Se acomodó, con la espalda pegada al tronco del árbol, y en algún momento sus pensamientos se apagaron y se quedó dormida. Aunque no pudo descansar mucho... Un gritó la sobresaltó y de inmediato se puso en pie. Buscó a su alrededor algo con lo que defenderse –pues en el camino ya había sido atacada por una bestia y si no la hubiese ayudado un cazador que afortunadamente rondaba la zona, Shayla no estaría allí en esos momentos-, lo primero que vio fue una rama gruesa, aunque no tanto, y la esgrimió en estado de alerta. Otro grito y luego otro más, que no hacían más que confirmar que eso no había sido un sueño, alguien estaba en problemas. ¿Qué ocurría?

-Uno, dos –contó, inspirando para juntar todo el valor que tenía dentro suyo- ¡y tres! –Shayla salió como eyectada de su escondite en busca de la persona que parecía necesitar su ayuda. Inconsciente, sí, pero siempre solidaria.

por **Kala Bhansali** Lun Nov 13, 2017 3:20 pm

Ese había sido un buen día en el circo gitano. Kala había tenido más clientes de lo normal para tratarse de la tarde, y no la noche, hora en la que la vidente solía acudir a su carpa para ganar unos pocos francos. Aquella vez, sin embargo, decidió adelantar la visita para poder descansar al mismo tiempo que lo hacía el sol, puesto que llevaba varias jornadas sintiéndose más cansada de lo habitual. No sabía si se debía a sus horarios intempestivos o a que estaba pasando mucho tiempo con un joven del campamento que, aunque ella sabía que aquello no era nada serio, no dejaba de quitarle horas de sueño.

Volvió al campamento por el camino que usaba a diario, pero más tranquila que de costumbre. Sentía que la luz de la tarde la protegía de todo mal, como si poder ver en la distancia fuera suficiente para que los maleantes se escondieran en sus casas y dejaran tranquilo al prójimo. Demasiado confiada fue Kala en esa ocasión, puesto que no percibió que un hombre la seguía desde el mismo momento en el que abandonó el circo gitano. El tipo en cuestión había estado vigilando su carpa y había visto la cantidad de personas que habían acudido, así que la suma de francos que debía llevar la morena sería cuantiosa. No se equivocó en eso, como tampoco lo hizo al sospechar que nadie iría a buscarla para volver a casa. No obstante, mantuvo una distancia prudente hasta que el camino quedó lo suficientemente desierto como para que los gritos que estaba seguro de que daría no fueran escuchados, y cuando lo creyó oportuno fue reduciendo la distancia entre ellos. Kala se giró un momento y lo vio, pero no le dio más importancia que la que merecía. Un hombre iba tras ella, ¿qué había de malo en eso? Iría en su misma dirección, al menos durante ese trecho del camino.

Tomó la desviación hacía el campamento y volvió a mirar hacia atrás. El desconocido seguía tras ella, y ese camino sólo conducía a las carpas gitanas, un lugar que pocos visitaban por placer. Kala se intentó autoconvencer de que aquel hombre iba al campamento por algún motivo, pero su instinto ya había empezado a avisarla de que quizá no fuera así. Apretó el paso y metió las manos en los bolsillos, sintiendo las monedas en uno de ellos. Las apretó con fuerza porque no pensaba permitir que nadie se las quitara. Eran suyas, fruto de un duro trabajo bien realizado, y eran para ella y nadie más.

Miró de nuevo, esta vez con la seguridad de saber que salgo quería de ella, y, al parecer, el hombre se dio cuenta, puesto que empezó a correr tras la gitana. Kala se lanzó a la carrera sin mirar atrás hasta que sintió que alguien la agarraba del brazo. Gritó y consiguió zafarse, pero la pequeña ventaja que había conseguido al desconcertar al tipo le duró poco; diez metros más adelante volvió a atraparla, esta vez con bastante más fuerza. Kala volvió a gritar, pero el hombre la acalló con una mano, mientras que, con la otra, buscaba los bolsillos entre los pliegues de su falda. Ella dio un taconazo y le pisó un pie, a lo que él respondió con más violencia aún: le dio un bofetón y la tiró al suelo, poniéndose sobre ella para evitar que se moviera más mientras buscaba su botín.

La gitana gritó otra vez, desesperada por que alguien la escuchase, aunque sabía que las primeras carpas estaban todavía lejos de allí. Aún así, parecía que sus dioses estaban de su lado, porque, de pronto, vio aparecer de la nada una joven que portaba una rama en las manos. El hombre sintió que algo raro pasaba tras él, así que miró un segundo hacia atrás, momento que Kala aprovechó para darle una patada en la entrepierna y salir de debajo de su cuerpo, arrastrándose por el suelo de tierra hasta que pudo levantarse. Buscó instintivamente algo con lo que defenderse, pero lo único que halló fueron unas piedras del tamaño de su puño. Con una en cada mano se encaró al tipo, que también había conseguido ponerse de pie (aunque todavía con un rictus de dolor en el rostro), y más enfurecido que nunca.

—Vete —le dijo Kala, con el puño en alto—. Déjanos en paz.

por **Shayla Kraemer** Sáb Dic 16, 2017 2:25 pm

Shayla no era una mujer violenta en lo absoluto, aunque a la fuerza había tenido que aprender –en los últimos tiempos- a cuidarse bien, pues había cruzando en los caminos a gente buena y bondadosa, pero también a personas malintencionadas y oportunistas.

Salió de sus escondite dispuesta a ver qué estaba ocurriendo y no le costó divisar el foco del conflicto. A lo lejos, una mujer era perseguida por un hombre, ambos iban en su dirección. Shayla corrió a su encuentro justo cuando la muchacha caía y el hombre aprovechaba esa ventaja. La lluvia había hecho bien su trabajo en la tierra, que estaba demasiado húmeda y pantanosa y ella resbaló varias veces, aunque no cayó.

-¡Suéltala! –gritó y golpeó dos veces al hombre en la cabeza.

La rama era un tanto endeble, Shayla lo descubrió demasiado tarde, y con el segundo golpe dado se partió. En medio de la confusión el hombre se hizo a un lado y ella lo empujó para que se apartase del todo. La otra mujer no tardó en incorporarse, lista para defenderse también, pero el hombre también se puso en pie.

Era alto y fornido, su rostro era de esos que no contribuyen a delatar la edad por lo que podría tener veinte años o cuarenta, pero lo mismo daba, el hombre era una amenaza para ellas y, aunque no conocía a la otra mujer, sentía que estaban allí para defenderse la una a la otra. Ella la imitó y rápidamente buscó una piedra de buen tamaño para esgrimir en forma de amenaza.

-¡Vete! ¡Somos dos y podemos lastimarte! –le dijo, con la piedra en alto lista para atacarle.

El hombre se rió con una risa repugnante, burlona, y Shayla no tardó en demostrar qué ciertas eran sus palabras. Lanzó la piedra y le dio en la frente, algo más cerca del costado izquierdo. El hombre soltó unos insultos y quiso larzarse contra ellas, pero Shayla ya había recogido otra piedra que le arrojó sin dilaciones y esa vez el impacto fue en su nariz. Eso, concentrarse rápidamente para dar en el blanco, era de las pocas cosas útiles que su hermano mayor le había enseñado.

-¡Te dije que podíamos hacerte daño! –gritó, sin sentirse culpable al ver la cantidad de sangre que de su rostro brotaba-. ¡Vamos, corre! –le dijo a la otra mujer mientras la tomaba de la mano para arrastrarla con ella, aunque sin rumbo fijo.

por **Kala Bhansali** Miér Ene 03, 2018 12:55 pm

Aunque Kala estuviese esgrimiendo aquella piedra como si fuera el más afilado de los puñales, lo cierto era que no tenía ni la más remota idea de qué hacer con ella. Lanzarla, eso era obvio, o golpear al malhechor con ella, pero no se atrevía a acercarse para hacerlo. Además, su puntería era pésima, así que si tiraba la piedra, lo más probable sería que la perdiera para siempre sin haber acertado en el blanco, y el hombre podría aprovechar ese momento para lanzarse contra ella de nuevo. Así que así se mantuvo, con el puño apretado en alto, pensando qué hacer para salir de allí. Por suerte para Kala, la otra joven tenía más bravura que ella, con lo que, después de atizarle con la vara, imitó a la ceilanesa y buscó un par de piedras que arrojó con un resultado maravilloso, a juzgar por la sangre que brotaba de la nariz y la frente del susodicho.

Kala bajó las manos lentamente, casi como si no terminara de creer lo que veía, y cuando Shayla la agarró de la muñeca soltó ambas piedras y corrió tras ella tanto como pudo. De vez en cuando miraba hacia atrás para comprobar la distancia que tenían con el hombre; era cada vez mayor, pero la furia que debía sentir él le bastaba para no darse por vencido y dejarlas ir.

Llegaron a una bifurcación del camino, donde uno de los senderos llevaba hacia el campamento gitano, mientras que el otro los alejaba de él, y Kala no tenía del todo claro hacia dónde irían si seguían por allí. Además, el suelo embarrado no iba a ayudar en su huída; las huellas de ambas se quedarían marcadas, delatando así la dirección por la que habían optado ir. Antes de que Shayla tomara una decisión en el cruce, la morena se adelantó y la guió por aquel que llevaba a su hogar.

—¡Ven! ¡Por aquí llegaremos al campamento!

Corrió hasta llegar al borde del camino, donde todavía crecía la hierba, y siguió por ahí hasta esconderse en un pequeño bosquecillo. Estaba segura de que el hombre las habría visto escabullirse entre los árboles, así que siguió adelante —algo más despacio esta vez, con la intención de no tropezar— y anduvo hasta llegar a un lugar donde los setos eran muy densos y opacos. Se escondió tras unos llevando a Shayla tras ella y se agachó, instando a la otra joven a que hiciera lo mismo. Le pidió que se mantuviera en silencio colocando el índice sobre sus labios y se acurrucó junto a ella, intentando hacerse más y más pequeña. Miró entre las ramas y vio que, efectivamente, el hombre las había seguido hasta allí, pero habían conseguido despistarlo lo suficiente como para dejarlo confuso y sin saber qué hacer. Si conseguían hacer que, de alguna manera, buscara lejos de allí, ellas tendrían la oportunidad de conseguir distanciarse lo suficiente como para llegar sanas y salvas al campamento.

Buscó a su alrededor algo que poder arrojar y encontró, bajo un pino, una piña abierta que encajaba perfectamente en su mano. Se acercó despacio y, cuando la tuvo, la arrojó todo lo lejos que pudo. Cayó varios metros más allá haciendo ruido al chocar con las hojas y ramas del suelo, con lo que el hombre desvió su atención hacia esa zona y despareció de la vista de las dos jóvenes.

—Salgamos ahora —susurró.

Comenzó a caminar agachada sin separarse de los setos que las cubrían y volvió a salir al camino. Miró hacia atrás para comprobar que Shayla la había seguido y después un poco más allá, asegurándose de que el hombre no las volvía a encontrar.

—Vamos, el campamento no está lejos y allí estaremos a salvo —dijo, mirando a la joven con más detenimiento. No la conocía, lo que significaba que no pertenecía a su comunidad—. No te preocupes, una vez hayamos llegado descansaremos, y luego podrás volver a casa. Estoy segura de que si se hace tarde, alguien te acompañará. Ven.

Esta vez, fue ella la que le tomó la mano y comenzó a caminar a paso ligero, esperando ver pronto las carretas frente a ellas.

por **Shayla Kraemer** Jue Abr 05, 2018 10:53 pm

Era una suerte que su inesperada aliada supiera hacia donde debían ir si querían perder al hombre. Shayla la siguió sin más garantías que el género que las unía, ¿necesitaba una mujer algo más para decidirse a confiar en otra en medio de esas circunstancias? No, al menos Shayla Kraemer no.

En su viaje –en el que escapaba de su comunidad, teniendo como meta llegar al asentamiento de gitanos a las afueras de la ciudad de París-, Shayla había vivido muchas situaciones de peligro, por eso esa adrenalina que en esos momentos sentía le parecía algo recurrente y, a pesar de que había viajado con esa sensación instalada en el pecho, ella no había podido acostumbrarse.

-¿A dónde iremos…? –le quiso preguntar entre susurros cuando ambas se escondieron en la arboleda, pero la otra le pidió silencio y, al notar que tenía un plan, Shayla simplemente la siguió.

¡Al fin llegaría al campamento! Tanto lo había deseado, tanto había caminado y a tanto se había enfrentado… y al final llegaría, claro que de una forma poco usual pero no era eso lo que importaba. Shayla corrió tras la otra gitana no solo con el deseo ardiente de perder al hombre que las había molestado, sino también con el ansia de saber que se acercaba al fin a su objetivo, a esa meta por la que tanto había vivido en esos últimos meses. Su deseo se estaba concretando.

El terreno que pisaban era traicionero, en más de una oportunidad resbaló, mas no acabó en el suelo por milagro del Cielo. Poco a poco el entorno cambió alrededor de ellas, se alejaban del bosque y se acercaban a un terreno habitado. Ya oía voces y ellas la tranquilizaron. En cuanto la otra mujer aflojó la marcha ella la imitó.

-¡No puedo creer que hayamos podido escapar! –exclamó con lo que le quedaba de aire en los pulmones-. Yo… no tengo casa –le dijo, aprovechando su respiración entrecortada a causa de la agitación de las corridas, Shayla se tomó unos instantes para elegir sus palabras-. En realidad deseaba llegar aquí y pedir asilo, solicitar a quienes estén a cargo de la comunidad que me den ayuda hasta que pueda conseguir empleo para devolver lo que estén dispuestos a darme. –Ingresaron en el lugar, fue notorio no solo por las carretas que se levantaban a los lados, sino también porque los gitanos hablaban y reían en grupitos. Shayla se sintió como si volviese a estar en su colectividad otra vez, se sintió al fin respaldada pese a que nadie la conocía. –Soy Shayla –le dijo y apretó la mano de la otra mujer-, he tenido que irme de mi comunidad. ¿Crees que aquí estés dispuestos a aceptarme? ¿Sabes con quién debería hablar para pedir ayuda?

Conforme avanzaban, la vida del grupo se hacía más notoria. Los niños corrían seguidos de algunos perros, del otro lado una mujer bañaba a su bebé en una especie de barril y al fondo unos toldos se alzaban coloridos. Shayla nunca había visto algo como eso, en su comunidad todos tenían carretas… se dijo, de inmediato, que querría construirse algo así: una especie de carpa pequeña llena de colores y detalles, una casa al estilo gitano que fuese solo de ella. Ya podía verlo todo en su mente, solo le faltaba ser aceptada allí.

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