AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Hopeless Wanderers {Dennis Vallespir} +18
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Hopeless Wanderers {Dennis Vallespir} +18
You heard my voice, I came out of the woods by choice
Shelter also gave their shade
But in the dark I have no name
So leave that click in my head
And I will remember the words that you said
Left a clouded mind and a heavy heart
Shelter also gave their shade
But in the dark I have no name
So leave that click in my head
And I will remember the words that you said
Left a clouded mind and a heavy heart
Cuantas pamplinadas tenía que escuchar a lo largo del día, por todos los diablillos del averno. Que si tenía que regresar a Rusia cuanto antes, que si tenía que buscarse un pretendiente (el príncipe Karagastov aparentemente estaba soltero), que cómo iba a llevarse a Rusalka de nuevo a San Petersburgo. ¡Pamplinas y más pamplinas! Que la dejaran en paz ya, hombre.
¡Y ahora que había pronunciado a la pimpolla jamelga! Natasha Pavelóvna colocóse sus ropajes de montar -¡pantalones, pantalones! Por fin se libraría de las fruslerías- y salióse a buscar a la yegua avellana. Rusalka, así nombrada por la criatura del folklore escandinavo, encontróse zampándose una buena porción de pienso en los establos.
-¡Epa, chica! Sí que tenías hambre, ¿eh? -acaricóse su perlado cabello, su morro atezado. Natasha Pavelóvna quería salir de la ciudad cuanto antes. París a veces tenía el don de avasallar con todos con la impetuosidad furiosa de una tormenta. Calbalgaron hasta los bosques cercanos a la ciudad y allí se estuvo la duquesa Natasha Stroganóva hasta bien entrada la tarde. Con Rusalka relinchando y pastando a sus anchas.
¿Qué se le pasaba por la mente de doña Nastya en aquellos instantes? ¡Por las barbas que no tenía! ¿Qué diablos le pasaba a Dennis? ¡Más raro que un perro verde estaba este hombre últimamente! (oh, amiga, y aún no sabía lo bien ligado que estaba ese comentario con respecto a las influencias caninas del señorito Vallespir). Ninguna carta habíase sido enviada a su residencia en el Hotel des Arenes -no se había quedado hospedada en la mansión Vallespir por decoro, y porque el príncipe Ivashkov no lo veía apropiado. ¿Véis? ¡Más pamplinas!- aún cuando se pasaba las veinticuatro horas de los siete días de la semana en la residencia de su antiguo tutor.
El astro rey comenzóse su descenso por las colinas, y Rusalka estaba más cansada que Pedro I en su noche de bodas. La rusa volvió de nuevo a la cruda realidad de París. Se cambió, se metió en la tina con agua caliente para quitarse el olor a penco, tierra, bosque y sudor. Ya era casi la hora de cenar mas la duquesa tenía el estómago cerrado en un puño. Paseóse ansiosa por la habitación del hotel, donde había quedado con Ivashkov para tomar una cena. Pronto decidióse que no iba a bajar. Déjole un carta al príncipe, que depositó en recepción para que le dieran el comunicado cuanto antes, y alquiló un coche de caballos para llegar a la mansión Vallespir.
-¡Por Dios Nuestro Señor, gracias que ha aparecido, su Alteza!
Y nada, que la buena de Tréville se empeñaba en llamarla así aunque ya habíole dicho mil veces que no hacía falta.
-El señorito Dennis está de un humor de perros últimamente. -Más chistes perrunos. Si es que vienen de perlas.-No sé si va a querer verla, señorita…
-No se preocupe por eso, señorita Tréville, que ya me encargo yo de que me abra la puerta ese zopenco.
Le tendió la capa al ama de llaves y subió las escaleras hacia la biblioteca. Un estruendoso violín lloraba con ímpetu ante la matraca que le estaba dando su dueño desde vete a saber cuántas noches.
-¿Se puede saber por qué me andas evitando últimamente? ¿Te ha dado un algo en el seso o qué? -puso los brazos en jarras. Su voz sonó más tierna de lo que sus palabras expresaban- ¿O es que pretendes escribir una sonata de violín? -ironizó.
¡Y ahora que había pronunciado a la pimpolla jamelga! Natasha Pavelóvna colocóse sus ropajes de montar -¡pantalones, pantalones! Por fin se libraría de las fruslerías- y salióse a buscar a la yegua avellana. Rusalka, así nombrada por la criatura del folklore escandinavo, encontróse zampándose una buena porción de pienso en los establos.
-¡Epa, chica! Sí que tenías hambre, ¿eh? -acaricóse su perlado cabello, su morro atezado. Natasha Pavelóvna quería salir de la ciudad cuanto antes. París a veces tenía el don de avasallar con todos con la impetuosidad furiosa de una tormenta. Calbalgaron hasta los bosques cercanos a la ciudad y allí se estuvo la duquesa Natasha Stroganóva hasta bien entrada la tarde. Con Rusalka relinchando y pastando a sus anchas.
¿Qué se le pasaba por la mente de doña Nastya en aquellos instantes? ¡Por las barbas que no tenía! ¿Qué diablos le pasaba a Dennis? ¡Más raro que un perro verde estaba este hombre últimamente! (oh, amiga, y aún no sabía lo bien ligado que estaba ese comentario con respecto a las influencias caninas del señorito Vallespir). Ninguna carta habíase sido enviada a su residencia en el Hotel des Arenes -no se había quedado hospedada en la mansión Vallespir por decoro, y porque el príncipe Ivashkov no lo veía apropiado. ¿Véis? ¡Más pamplinas!- aún cuando se pasaba las veinticuatro horas de los siete días de la semana en la residencia de su antiguo tutor.
El astro rey comenzóse su descenso por las colinas, y Rusalka estaba más cansada que Pedro I en su noche de bodas. La rusa volvió de nuevo a la cruda realidad de París. Se cambió, se metió en la tina con agua caliente para quitarse el olor a penco, tierra, bosque y sudor. Ya era casi la hora de cenar mas la duquesa tenía el estómago cerrado en un puño. Paseóse ansiosa por la habitación del hotel, donde había quedado con Ivashkov para tomar una cena. Pronto decidióse que no iba a bajar. Déjole un carta al príncipe, que depositó en recepción para que le dieran el comunicado cuanto antes, y alquiló un coche de caballos para llegar a la mansión Vallespir.
-¡Por Dios Nuestro Señor, gracias que ha aparecido, su Alteza!
Y nada, que la buena de Tréville se empeñaba en llamarla así aunque ya habíole dicho mil veces que no hacía falta.
-El señorito Dennis está de un humor de perros últimamente. -Más chistes perrunos. Si es que vienen de perlas.-No sé si va a querer verla, señorita…
-No se preocupe por eso, señorita Tréville, que ya me encargo yo de que me abra la puerta ese zopenco.
Le tendió la capa al ama de llaves y subió las escaleras hacia la biblioteca. Un estruendoso violín lloraba con ímpetu ante la matraca que le estaba dando su dueño desde vete a saber cuántas noches.
-¿Se puede saber por qué me andas evitando últimamente? ¿Te ha dado un algo en el seso o qué? -puso los brazos en jarras. Su voz sonó más tierna de lo que sus palabras expresaban- ¿O es que pretendes escribir una sonata de violín? -ironizó.
Última edición por Natasha Stroganóva el Sáb Ago 04, 2018 3:54 am, editado 1 vez
Natasha Stroganóva- Realeza Rusa
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Re: Hopeless Wanderers {Dennis Vallespir} +18
Hubo una temporada, después de que tuviera que afrontar la marcha de Nastya, en que las pesadillas que empezó a tener al respecto se mezclaron con otras muy distintas en naturaleza, aunque no en dolor. Cierto era que las segundas le provocaban más bien otra clase de dolor, mezclado con una serie de sentimientos que aún no había aprendido a gestionar muy bien —¿Cuándo lo hacía bien, el niño grande que ya no dormía?—: ira, rabia, descontrol, miedo, frustración, tristeza, culpa. Quizá algunos se parecieran a lo que sintió tras la pérdida del único ser querido que le proporcionaba estabilidad en muchísimo tiempo, pero en general la sensación se movía completamente hacia otra esfera, una mucho más escalofriante, que arrojaba oscuridad a ese plano insalvable de su vida que significaba la condición sobrenatural que a día de hoy seguía complicándolo todo aún más.
Infatigables noches las pasó desvelándose con sudor en la frente y en el torso, y una hiperventilación que hubiera empalidecido a cualquier médico que no creyera en los aportes biológicos de la licantropía. Su mente se convirtió en un tumulto negro y borroso, que le obsequiaba con imágenes que creía no haber visto y el desgarro de unas voces atacadas por algo. Y el atardecer en el cementerio unos días atrás, le había desvelado finalmente qué:
Él.
No había tenido suficiente con enterarse de que su estricta y traumatizante tía había sido otra licántropa, sino que su padre también y quien, además de falsear junto a su madre la muerte que trastocaría la cordura de su hijo para siempre, había sido quien lo mordió y convirtió hacía ya tantos años que su sola memoria empezaba a doler igual que todas sus pesadillas juntas. No, encima había aún más que todo aquel jodido drama familiar que casi le hacía alegrarse de estar loco de antes para no enloquecer el doble. ¿Habíamos dicho algo de dramas familiares? Pues ahí estaba la respuesta a sus últimos sueños, o ahora deberíamos llamar recuerdos. De cómo su extremo cuidado por llevar las transformaciones siempre en lugares apartados que paradójicamente le hicieran asegurarse de su descontrol, de repente una luna llena ya no fue suficiente. Quizá los delirios de su mente humana y la tristeza de su corazón a causa de la ausencia de su única amiga atravesaron incluso su piel de lobo y lo llevaron al extremo. Debió de acabar en otra casa, la de un matrimonio con hijos, y derramar la misma sangre que había soñado, y acto seguido, intentarlo con la tercera víctima y lograr evitar a tiempo su muerte, aunque no su conversión por la mordedura del licántropo. Luego de eso, Dennis lo olvidó todo, como solía pasarle a los Hijos de la luna de tan joven edad, y al transcurrir los meses siguientes fuera de la ciudad, la noticia del asesinato de una pareja que dejaba huérfanos a sus críos ni siquiera llegó a sus oídos para que pudiera atar cabos. Sin embargo, su subconsciente había luchado por abrirse paso hasta que su reencuentro con la persona que mordió, la hija mayor del matrimonio, una muchacha prácticamente de la edad de Nastya, había terminado por descubrir aquel pastel abominable hecho de vísceras.
Casi preferiría que alguien le hubiera ensartado una bala de plata aquella noche que todo se desbarató. ¿Cómo se suponía que iba a poder salvar a los demás de sí mismo? Tal vez con la misma medida que tomara la rusa en su día: largándose de allí. Debía hacerlo, regresar a París había sido un error desde el principio. ¿Qué importaba resolver un misterio que de todas formas ya no tenía solución si a pesar de todo la tragedia podía seguir repitiéndose, y esa vez por su culpa? No lo permitiría, estaba decidido no sólo a cortar su relación de raíz con la duquesa sino a abandonar aquella mansión que al final del camino sentía que no le había aportado ninguna respuesta real a nada. Hasta el servicio de la casa sería el último en enterarse del traslado, se había aprendido de memoria las reprimendas de la señora Tréville respecto a su decisión de evadir a su antigua tutelada, por lo que no quería arriesgarse a que se le ocurriera interferir y desmantelar su plan.
Todos estarían mejor y mucho más resguardados lejos, muy lejos, de Dennis Vallespir.
Así pues, aquella última noche, previa a su futura huida al amanecer, se encerró en la habitación a lanzar su despedida no-oficial a través de los arpegios chirriantes de sus bravas melodías al violín, aquella vez puede que de una belleza algo más accesible. A fin de cuentas, su melancolía no dejaba de ser comprensible para locos y cuerdos por igual.
La repentina interrupción de la misma voz que se había encargado de rehuír supuso una sorpresa aun si sus sentidos sobrehumanos técnicamente habían avisado a su cuerpo, pero de poco servía si éste se encontraba totalmente abstraído por la música que amansaba a las fieras. Era inútil, ningún remedio le parecía ya suficiente, la seguridad de aquellos ojos a los que volvía a mirar estaba por encima de todo lo demás.
—Buenas noches, alteza —respondió y se hizo preocupante que el tono no compartiera su ironía, al menos en apariencia—. Serán imaginaciones tuyas, no estoy evitando a nadie, de verdad. De hecho, sí, estoy escribiendo 'una sonata', pero si quieres escucharla tendrás que esperar unos días. Ahora mismo me pillas un poco ocupado, que éstas no son horas, ¿eh? —y retomó su contienda artística con el violín.
De ese modo sería mejor, si fingía un poco más quizá conseguiría que se alejara de allí a tiempo de que el plan continuara su curso, por lo que debía despistarla. ¿El único problema? Lo estaba haciendo de pena, y si no podía fingir por esa vía, al final acabaría haciéndolo por otras más crueles que precisamente también había querido evitar. Lástima que su preocupación por ella alcanzara los límites de llegar a herir sus sentimientos, pero mejor que la chica pudiera mantenerlos en el pecho y no fuera, esparcidos junto a sus tripas.
Infatigables noches las pasó desvelándose con sudor en la frente y en el torso, y una hiperventilación que hubiera empalidecido a cualquier médico que no creyera en los aportes biológicos de la licantropía. Su mente se convirtió en un tumulto negro y borroso, que le obsequiaba con imágenes que creía no haber visto y el desgarro de unas voces atacadas por algo. Y el atardecer en el cementerio unos días atrás, le había desvelado finalmente qué:
Él.
No había tenido suficiente con enterarse de que su estricta y traumatizante tía había sido otra licántropa, sino que su padre también y quien, además de falsear junto a su madre la muerte que trastocaría la cordura de su hijo para siempre, había sido quien lo mordió y convirtió hacía ya tantos años que su sola memoria empezaba a doler igual que todas sus pesadillas juntas. No, encima había aún más que todo aquel jodido drama familiar que casi le hacía alegrarse de estar loco de antes para no enloquecer el doble. ¿Habíamos dicho algo de dramas familiares? Pues ahí estaba la respuesta a sus últimos sueños, o ahora deberíamos llamar recuerdos. De cómo su extremo cuidado por llevar las transformaciones siempre en lugares apartados que paradójicamente le hicieran asegurarse de su descontrol, de repente una luna llena ya no fue suficiente. Quizá los delirios de su mente humana y la tristeza de su corazón a causa de la ausencia de su única amiga atravesaron incluso su piel de lobo y lo llevaron al extremo. Debió de acabar en otra casa, la de un matrimonio con hijos, y derramar la misma sangre que había soñado, y acto seguido, intentarlo con la tercera víctima y lograr evitar a tiempo su muerte, aunque no su conversión por la mordedura del licántropo. Luego de eso, Dennis lo olvidó todo, como solía pasarle a los Hijos de la luna de tan joven edad, y al transcurrir los meses siguientes fuera de la ciudad, la noticia del asesinato de una pareja que dejaba huérfanos a sus críos ni siquiera llegó a sus oídos para que pudiera atar cabos. Sin embargo, su subconsciente había luchado por abrirse paso hasta que su reencuentro con la persona que mordió, la hija mayor del matrimonio, una muchacha prácticamente de la edad de Nastya, había terminado por descubrir aquel pastel abominable hecho de vísceras.
Casi preferiría que alguien le hubiera ensartado una bala de plata aquella noche que todo se desbarató. ¿Cómo se suponía que iba a poder salvar a los demás de sí mismo? Tal vez con la misma medida que tomara la rusa en su día: largándose de allí. Debía hacerlo, regresar a París había sido un error desde el principio. ¿Qué importaba resolver un misterio que de todas formas ya no tenía solución si a pesar de todo la tragedia podía seguir repitiéndose, y esa vez por su culpa? No lo permitiría, estaba decidido no sólo a cortar su relación de raíz con la duquesa sino a abandonar aquella mansión que al final del camino sentía que no le había aportado ninguna respuesta real a nada. Hasta el servicio de la casa sería el último en enterarse del traslado, se había aprendido de memoria las reprimendas de la señora Tréville respecto a su decisión de evadir a su antigua tutelada, por lo que no quería arriesgarse a que se le ocurriera interferir y desmantelar su plan.
Todos estarían mejor y mucho más resguardados lejos, muy lejos, de Dennis Vallespir.
Así pues, aquella última noche, previa a su futura huida al amanecer, se encerró en la habitación a lanzar su despedida no-oficial a través de los arpegios chirriantes de sus bravas melodías al violín, aquella vez puede que de una belleza algo más accesible. A fin de cuentas, su melancolía no dejaba de ser comprensible para locos y cuerdos por igual.
La repentina interrupción de la misma voz que se había encargado de rehuír supuso una sorpresa aun si sus sentidos sobrehumanos técnicamente habían avisado a su cuerpo, pero de poco servía si éste se encontraba totalmente abstraído por la música que amansaba a las fieras. Era inútil, ningún remedio le parecía ya suficiente, la seguridad de aquellos ojos a los que volvía a mirar estaba por encima de todo lo demás.
—Buenas noches, alteza —respondió y se hizo preocupante que el tono no compartiera su ironía, al menos en apariencia—. Serán imaginaciones tuyas, no estoy evitando a nadie, de verdad. De hecho, sí, estoy escribiendo 'una sonata', pero si quieres escucharla tendrás que esperar unos días. Ahora mismo me pillas un poco ocupado, que éstas no son horas, ¿eh? —y retomó su contienda artística con el violín.
De ese modo sería mejor, si fingía un poco más quizá conseguiría que se alejara de allí a tiempo de que el plan continuara su curso, por lo que debía despistarla. ¿El único problema? Lo estaba haciendo de pena, y si no podía fingir por esa vía, al final acabaría haciéndolo por otras más crueles que precisamente también había querido evitar. Lástima que su preocupación por ella alcanzara los límites de llegar a herir sus sentimientos, pero mejor que la chica pudiera mantenerlos en el pecho y no fuera, esparcidos junto a sus tripas.
Dennis Vallespir- Licántropo Clase Alta
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Re: Hopeless Wanderers {Dennis Vallespir} +18
El miedo era un sensación que la duquesa, ya incluso siendo una pícara errante, habíase propuesto desoír. ¡Era un privilegio, una concesión ridícula y presuntuosa que únicamente agasajaba a los que esa licencia les amparaba desde la cuna! Ella, ¿qué miedo pudíose permitirse ella? Nunca jamás, ni en todos los milenios que vivir lograse, iba Nastya a entregarse a las pueriles sensiblerías. Y así era, amigos míos, como la salamandra de cloaca convirtíose en la Gran Duquesa que por alta cuna le correspondía, y ni siquiera para entonces íbase Natasha Pavelóvna a fatigarse con canguelos y aprensiones.
Oh, pero sí que había una turbación certera arrollando la placidez de su holgada vida palaciega. Una turbación que allí mismo cruzóse por la aturdida sesera de la Gran Duquesa; ¿acaso perdida estaba la franqueza con la que habían forjado su amistad tutor y tutelada? Relajáronse las facciones del ovalado rostro de la zángana, y unas arrugas, que de preocupación eran, apareciéronse en su frente.
-¿Ah, sí? ¡Epa, pues me encantaría oírla! De hecho, toda la noche tengo. -y con la soltura burlona que de siempre caracterizase a la maleante enriquecida, déjose caer en una de las poltronas de terciopelo, descalzándose los pies y subiéndolos sobre la mesa. Ni con agua caliente íbase la duquesa a marcharse sin antes haber descifrado qué mendrugos era lo que entumecía a Don Dennis.
-Con todas las verdades hablo, Dennis Vallespir, si digo que no me vas a echar de aquí. Quiero escucharlo todo todito todo. ¿Cuánto te queda? ¿Dos, tres horas? -llevóse un dedo al mentón, fingiendo que se devanaba los cerebelos discurriendo cuánto podía durar una sonata (algo que, por cierto, había estudiado con su institutriz en Rusia pero que al no despertarle el más mínimo interés acabose por olvidar). No forzó, empero, la conversación que tarde o temprano tardaría en llegar. En cambió, dejó que fuese el propio Dennis quien escupiese lo que fuera que le tenía engarrotado el pensamiento.
Y como buen trasero de mal asiento que era nuestra duquesa sintióse que se le quemaban las posaderas de estar tantos minutos apoltronada en el asiento. Brincando agarrose el arco del bellísimo instrumento, observando con fascinación infantil, achicando los ojos y arrugando el labio, el fino acabado de madera. O más bien, pretendía admirarlo, ya que lo único que la rusa quería era apartar toda atención de Vallespir del instrumento.
-¡Ea! Si es pelo de caballo de verdad. ¡Qué espléndido! -devolvióselo a su legítimo dueño y, cuando al fin ambas pieles hicieron el contacto, lo arrinconó en su interrogatorio, porque uno de los dos tenía que ser el adulto por una vez:-¿Vas a contarme lo que se te pasa por la mollera? Que no te voy a morder.
Já. Pero él a ti sí.
Oh, pero sí que había una turbación certera arrollando la placidez de su holgada vida palaciega. Una turbación que allí mismo cruzóse por la aturdida sesera de la Gran Duquesa; ¿acaso perdida estaba la franqueza con la que habían forjado su amistad tutor y tutelada? Relajáronse las facciones del ovalado rostro de la zángana, y unas arrugas, que de preocupación eran, apareciéronse en su frente.
-¿Ah, sí? ¡Epa, pues me encantaría oírla! De hecho, toda la noche tengo. -y con la soltura burlona que de siempre caracterizase a la maleante enriquecida, déjose caer en una de las poltronas de terciopelo, descalzándose los pies y subiéndolos sobre la mesa. Ni con agua caliente íbase la duquesa a marcharse sin antes haber descifrado qué mendrugos era lo que entumecía a Don Dennis.
-Con todas las verdades hablo, Dennis Vallespir, si digo que no me vas a echar de aquí. Quiero escucharlo todo todito todo. ¿Cuánto te queda? ¿Dos, tres horas? -llevóse un dedo al mentón, fingiendo que se devanaba los cerebelos discurriendo cuánto podía durar una sonata (algo que, por cierto, había estudiado con su institutriz en Rusia pero que al no despertarle el más mínimo interés acabose por olvidar). No forzó, empero, la conversación que tarde o temprano tardaría en llegar. En cambió, dejó que fuese el propio Dennis quien escupiese lo que fuera que le tenía engarrotado el pensamiento.
Y como buen trasero de mal asiento que era nuestra duquesa sintióse que se le quemaban las posaderas de estar tantos minutos apoltronada en el asiento. Brincando agarrose el arco del bellísimo instrumento, observando con fascinación infantil, achicando los ojos y arrugando el labio, el fino acabado de madera. O más bien, pretendía admirarlo, ya que lo único que la rusa quería era apartar toda atención de Vallespir del instrumento.
-¡Ea! Si es pelo de caballo de verdad. ¡Qué espléndido! -devolvióselo a su legítimo dueño y, cuando al fin ambas pieles hicieron el contacto, lo arrinconó en su interrogatorio, porque uno de los dos tenía que ser el adulto por una vez:-¿Vas a contarme lo que se te pasa por la mollera? Que no te voy a morder.
Já. Pero él a ti sí.
Natasha Stroganóva- Realeza Rusa
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Re: Hopeless Wanderers {Dennis Vallespir} +18
Miró durante varios segundos a la joven, con frustración y derrota en los ojos, antes de proceder a lo que ella no le había pedido en realidad pero que se adaptaba tramposamente a ello: seguir tocando su violín. Y su melodía de despedida, ante la presencia de una mujer tan importante en su historia, se convirtió en una inevitable recreación de la batalla que sus entrañas libraban.
Al principio, juróse a sí mismo que lo había intentado y no había realidad más entredicha que aquélla. Incluso sus pensamientos comenzaron a amueblarse de la misma florida manera que los de su forzosa invitada, y asignarle una descripción así a quien había querido tan cerca de su vida como para sentirla enteramente vacía con su marcha longeva era, sin ningún atisbo de duda, un hecho desesperanzado y triste.
¿De ese modo pretendía acabar las cosas? ¿De ese modo pretendía acabarse a sí mismo? ¡Ah! ¿A quién pretendía engañar con esas preguntas? Como si alguna vez hubiera tenido un control real sobre algo a lo largo de su inestable existencia… ¿Qué demonios le pasaba? ¿Por qué no se asentaba de una jodida vez en lugar de seguir dando tumbos?
La muerte de sus padres; su patología mental indescifrable; su relación con su tía; su violenta y confusa conversión en los bosques parisinos; su naturaleza reprimida junto a su problema psicológico; la muerte de Judith; su desobediente regreso a la capital; la aparición de Nastya; la recreación más auténtica de la felicidad; la marcha de Nastya; los años huecos y ampulosos mientras asistía solo a La flauta mágica; la irrupción de Abigail con toda la desconsideración de sus respuestas; la licantropía de su tía; la vuelta de Nastya; la licantropía de su padre; toda la verdad sobre la muerte de quienes lo engendraron; la noche de luna llena descontrolada en casa de aquella familia; el mordisco invertido; la muerte... Sí, otra vez la jodida muerte, y esa vez de sus propias garras.
¿Cuándo iba a tener un respiro para averiguar qué era lo que debía hacer? ¿Qué era lo que demonios quería hacer? ¿Por qué no se acababa todo de una puta vez? ¿Por qué no pasaba nunca nada definitivo? ¡Ni siquiera podía volverse loco porque ya lo estaba, joder! ¡Que alguien lo detuviera antes de que fuera demasiado tarde!
Dejó de tocar, no sólo por la intervención de la duquesa al volverlo a acorralar con sus inquisiciones, sino porque abandonarse a un momento de debilidad en esos precisos instantes seguramente tendría consecuencias. Vaya, consecuencias… ¿Acaso no estaban ya lidiando con ellas? ¿Acaso no estaban nadando ya y buceando y ahogándose en ellas?
—No puedo contarte nada, Nastya, ni tampoco quiero. —Escueto, certero, incisivo. Sus ojos azules verdosos nunca habían estado a tan cortos centímetros de los de ella…— Hostia puta —blasfemó, consciente de su grosería, acorde con su carácter salvaje, siendo aún más irónico que, por muchos atuendos monárquicos que la cubrieran ahora, un vocabulario soez no escandalizara en absoluto a una antigua pilla de las calles. Hasta en eso estaban hechos el uno para el otro—. No lo entiendes, esto no tiene arreglo. Jamás lo ha tenido.
Aprovechó el último corte verbal para alejarse y darle la espalda, mientras perdía su mirada rabiosa y melancólica a través de las oscuras ventanas de la habitación. —La sonata ha terminado, Nastya —repitió su nombre y para su desgracia en lo escabroso, sonó como un padre temido por sus peores hijos—. Ahora, lárgate. Ya no puedes volver aquí.
Ya no podía seguir mintiéndose.
Al principio, juróse a sí mismo que lo había intentado y no había realidad más entredicha que aquélla. Incluso sus pensamientos comenzaron a amueblarse de la misma florida manera que los de su forzosa invitada, y asignarle una descripción así a quien había querido tan cerca de su vida como para sentirla enteramente vacía con su marcha longeva era, sin ningún atisbo de duda, un hecho desesperanzado y triste.
¿De ese modo pretendía acabar las cosas? ¿De ese modo pretendía acabarse a sí mismo? ¡Ah! ¿A quién pretendía engañar con esas preguntas? Como si alguna vez hubiera tenido un control real sobre algo a lo largo de su inestable existencia… ¿Qué demonios le pasaba? ¿Por qué no se asentaba de una jodida vez en lugar de seguir dando tumbos?
La muerte de sus padres; su patología mental indescifrable; su relación con su tía; su violenta y confusa conversión en los bosques parisinos; su naturaleza reprimida junto a su problema psicológico; la muerte de Judith; su desobediente regreso a la capital; la aparición de Nastya; la recreación más auténtica de la felicidad; la marcha de Nastya; los años huecos y ampulosos mientras asistía solo a La flauta mágica; la irrupción de Abigail con toda la desconsideración de sus respuestas; la licantropía de su tía; la vuelta de Nastya; la licantropía de su padre; toda la verdad sobre la muerte de quienes lo engendraron; la noche de luna llena descontrolada en casa de aquella familia; el mordisco invertido; la muerte... Sí, otra vez la jodida muerte, y esa vez de sus propias garras.
¿Cuándo iba a tener un respiro para averiguar qué era lo que debía hacer? ¿Qué era lo que demonios quería hacer? ¿Por qué no se acababa todo de una puta vez? ¿Por qué no pasaba nunca nada definitivo? ¡Ni siquiera podía volverse loco porque ya lo estaba, joder! ¡Que alguien lo detuviera antes de que fuera demasiado tarde!
Dejó de tocar, no sólo por la intervención de la duquesa al volverlo a acorralar con sus inquisiciones, sino porque abandonarse a un momento de debilidad en esos precisos instantes seguramente tendría consecuencias. Vaya, consecuencias… ¿Acaso no estaban ya lidiando con ellas? ¿Acaso no estaban nadando ya y buceando y ahogándose en ellas?
—No puedo contarte nada, Nastya, ni tampoco quiero. —Escueto, certero, incisivo. Sus ojos azules verdosos nunca habían estado a tan cortos centímetros de los de ella…— Hostia puta —blasfemó, consciente de su grosería, acorde con su carácter salvaje, siendo aún más irónico que, por muchos atuendos monárquicos que la cubrieran ahora, un vocabulario soez no escandalizara en absoluto a una antigua pilla de las calles. Hasta en eso estaban hechos el uno para el otro—. No lo entiendes, esto no tiene arreglo. Jamás lo ha tenido.
Aprovechó el último corte verbal para alejarse y darle la espalda, mientras perdía su mirada rabiosa y melancólica a través de las oscuras ventanas de la habitación. —La sonata ha terminado, Nastya —repitió su nombre y para su desgracia en lo escabroso, sonó como un padre temido por sus peores hijos—. Ahora, lárgate. Ya no puedes volver aquí.
Ya no podía seguir mintiéndose.
Última edición por Dennis Vallespir el Jue Sep 06, 2018 10:11 pm, editado 2 veces
Dennis Vallespir- Licántropo Clase Alta
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Re: Hopeless Wanderers {Dennis Vallespir} +18
Ojiplática habíose quedado al escuchar las palabras de Dennis, más hirientes que todas las burdas vejaciones de su niñez en las calles. No ocultó la Gran Duquesa de Rusia el ultraje, su rostro duendesco tornóse rojo como un tomate. "¡Tendrá redaños!", se irritó pensando. Mas, antes de que su fuerte carácter le jugara una mala pasada -a los dos, porque a punto estuvo de mandarlo a buscar verrugas de kraken- tomó aire y se cruzó de brazos, decidida a no moverse de ahí. ¡Que la echase a rastras, si se atrevía!
-No, no lo entiendo. -su ira paso dio a una extraña melancolía, no por ella, sino por él- Pensaba que confiabas en mi lo suficiente. -dio un respingo- Y ya sé, ya sé que me fui de muy mala manera. Era una decisión que debía tomar. Pero ahora vuelvo a estar aquí. -le tomó de la mano, casi inconscientemente, y la enredó con la suya propia, para dar fuerza y fe a sus obvias palabras de que ahora ella volvía a ser real.
Comprobó entonces, a esos pocos centímetros de distancia, lo cansado que estaba Dennis. Su mirada decaída, dos bolsas oscuras debajo de los ojos. ¿Cuántas noches había pasado sin dormir? Dios santo.
-Eres un cabezota. -mira quién fue a hablar- Un auténtico cabezota botarate. ¿No ves que quiero ayudarte?
¿No se daba cuenta de que el dolor de Dennis era el suyo propio?
La indignación volvió a hacer mella en el tono de su voz. De pronto, Dennis la había apartado de su vida de un plumazo, con un lenguaje grosero aunque lo que más le disgustó fue lo vil de su juramento. De haber sido Nastya de otra manera -menos obstinada y más sumisa- habríose dado la vuelta, marchándose de la mansión para no volver jamás, esta vez. Empero, tanto el defecto como la mayor virtud que la rusa poseía por gracia entera de Dios, que era quien se la había concedido en un primer lugar (o quizá por herencia de su señora madre la princesa Sofía Vladímirovna), era esa terquedad de la que hacía gala y que sobrepasaba los límites gamberros. Así puestos en la situación, Natasha Pavelóvna deshizo la caricia de manos pero allí quedó plantada, con el sentimiento, la ira y la preocupación danzando en su cabeza.
-No. No pienso moverme. Puedes intentarlo, si quieres, pero te advierto que te has topado con la horma de tu propio zapato, señorito Vallespir. A terca no me gana nadie, ya deberías saberlo.
¡Y así mismo lo decía el príncipe Ivashkov; que menos valía una mula que la joven duquesa rusa!
-No, no lo entiendo. -su ira paso dio a una extraña melancolía, no por ella, sino por él- Pensaba que confiabas en mi lo suficiente. -dio un respingo- Y ya sé, ya sé que me fui de muy mala manera. Era una decisión que debía tomar. Pero ahora vuelvo a estar aquí. -le tomó de la mano, casi inconscientemente, y la enredó con la suya propia, para dar fuerza y fe a sus obvias palabras de que ahora ella volvía a ser real.
Comprobó entonces, a esos pocos centímetros de distancia, lo cansado que estaba Dennis. Su mirada decaída, dos bolsas oscuras debajo de los ojos. ¿Cuántas noches había pasado sin dormir? Dios santo.
-Eres un cabezota. -mira quién fue a hablar- Un auténtico cabezota botarate. ¿No ves que quiero ayudarte?
¿No se daba cuenta de que el dolor de Dennis era el suyo propio?
La indignación volvió a hacer mella en el tono de su voz. De pronto, Dennis la había apartado de su vida de un plumazo, con un lenguaje grosero aunque lo que más le disgustó fue lo vil de su juramento. De haber sido Nastya de otra manera -menos obstinada y más sumisa- habríose dado la vuelta, marchándose de la mansión para no volver jamás, esta vez. Empero, tanto el defecto como la mayor virtud que la rusa poseía por gracia entera de Dios, que era quien se la había concedido en un primer lugar (o quizá por herencia de su señora madre la princesa Sofía Vladímirovna), era esa terquedad de la que hacía gala y que sobrepasaba los límites gamberros. Así puestos en la situación, Natasha Pavelóvna deshizo la caricia de manos pero allí quedó plantada, con el sentimiento, la ira y la preocupación danzando en su cabeza.
-No. No pienso moverme. Puedes intentarlo, si quieres, pero te advierto que te has topado con la horma de tu propio zapato, señorito Vallespir. A terca no me gana nadie, ya deberías saberlo.
¡Y así mismo lo decía el príncipe Ivashkov; que menos valía una mula que la joven duquesa rusa!
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Re: Hopeless Wanderers {Dennis Vallespir} +18
El hombre empezaba a retener los comienzos de un mareo que no había sentido de forma tan demoledora ni estando postrado en el bosque con veintiún años y la mandíbula del lobo en su cuello. Y al igual que entonces, tampoco pudo retener absolutamente nada, por mucha práctica de contención que llevara acumulando en sus años de bipolaridad. Aquella vez, todo estaba cambiando a su alrededor menos él. ¡Qué demonios! Quizá hubiera sido siempre así desde el principio, eso explicaría la inmensa maraña de secretos que, de golpe y porrazo, se habían descubierto ante él después de tanto tiempo haciéndole creer que estaba loco.
Demasiado tarde, ahora estaba loco de verdad.
Sin embargo, el mareo se volvió verdaderamente problemático al enlazar la rusa sus dedos con los de su antiguo tutor y catapultarlo sin moverse de allí, tal y como ella misma había proclamado, hacia sus mayores temores y sus mejores recuerdos, juntos y revueltos. Se acordó de cuando la llevaba de la mano por la calle, en su amago protector e inocente, o de cuando la ayudó a subir por los muros de su rincón secreto, reinventado y redescubierto. Momentos distintos, edades distintas. Todavía sin volver a mirarla a los ojos, aquella vez retuvo el tacto como también retuvo aquellas sensaciones, sin ninguna intención de hacerse caso ni a sí mismo. Fue entonces cuando se percató de que al mareo lo había desbancado el calor.
—Te digo que no lo entiendes… Tú no me conoces en realidad, no soy una buena persona. Ni antes ni ahora. —Las buenas personas no tenían esos problemas en la cabeza, ni acababan destrozándolo todo por su inestabilidad y su egoísmo y sus colmillos.
Pronunció aquello en un hilo ronco de voz, persistiendo en su decisión de no mirarla, pero de repente, dejó de sentir el apretón de los dedos de Nastya, entonces vino el frío y por una jodida vez, Dennis obedeció a los impulsos del niño que tenía miedo a la oscuridad.
A pesar de todo, no tuvo valor para girarse completamente hasta no ser él quien, esa vez, uniera sus manos para recuperar el contacto de sus pieles y cuando lo hizo, se dio cuenta de que no estaba buscando su mirada sino sus labios. La besó con la fuerza de mil pasados y un presente que se resistía a darle el respiro que encontró, aunque sólo fuera durante unos instantes, dentro de su boca. Claro que puede que sólo se lo pareciera por lo mucho que había contenido la respiración antes de zambullirse en ese momento, esa persona.
Ese secreto.
Demasiado tarde, ahora estaba loco de verdad.
Sin embargo, el mareo se volvió verdaderamente problemático al enlazar la rusa sus dedos con los de su antiguo tutor y catapultarlo sin moverse de allí, tal y como ella misma había proclamado, hacia sus mayores temores y sus mejores recuerdos, juntos y revueltos. Se acordó de cuando la llevaba de la mano por la calle, en su amago protector e inocente, o de cuando la ayudó a subir por los muros de su rincón secreto, reinventado y redescubierto. Momentos distintos, edades distintas. Todavía sin volver a mirarla a los ojos, aquella vez retuvo el tacto como también retuvo aquellas sensaciones, sin ninguna intención de hacerse caso ni a sí mismo. Fue entonces cuando se percató de que al mareo lo había desbancado el calor.
—Te digo que no lo entiendes… Tú no me conoces en realidad, no soy una buena persona. Ni antes ni ahora. —Las buenas personas no tenían esos problemas en la cabeza, ni acababan destrozándolo todo por su inestabilidad y su egoísmo y sus colmillos.
Pronunció aquello en un hilo ronco de voz, persistiendo en su decisión de no mirarla, pero de repente, dejó de sentir el apretón de los dedos de Nastya, entonces vino el frío y por una jodida vez, Dennis obedeció a los impulsos del niño que tenía miedo a la oscuridad.
A pesar de todo, no tuvo valor para girarse completamente hasta no ser él quien, esa vez, uniera sus manos para recuperar el contacto de sus pieles y cuando lo hizo, se dio cuenta de que no estaba buscando su mirada sino sus labios. La besó con la fuerza de mil pasados y un presente que se resistía a darle el respiro que encontró, aunque sólo fuera durante unos instantes, dentro de su boca. Claro que puede que sólo se lo pareciera por lo mucho que había contenido la respiración antes de zambullirse en ese momento, esa persona.
Ese secreto.
Dennis Vallespir- Licántropo Clase Alta
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Re: Hopeless Wanderers {Dennis Vallespir} +18
¿Qué charadas decía Dennis Vallespir? ¿Quién la había acogido en su casa sin pedir ni un franco a cambio? ¿Quién la había rescatado de la mugre, la suciedad y las vejaciones de la calle? ¿Quién le había dado el calor de un hogar cuando ella no podía ni recordar el suyo? Nastya, en su corta pero azorada supervivencia, había conocido a cuantiosas personas; buenos y malos. ¡Y que bajara el mismísimo Lucifer y lo viera si Dennis Vallespir no era una de las primeras!
-¿Qué diablos peludos dices, Dennis? -entonó Nastya en su línea ordinaria (pero delante de Dennis no había necesidad de fingir, aunque ella nunca había aprendido a hacerlo ni siquiera en presencia de embajadores o condes), pasmada ante las lóbregas y oscuras declaraciones del dueño de aquella casa.
-Basta. No te permitiré hablar así. -de pronto poseída por el espíritu de la Gran Duquesa que en realidad era, se permitió la desfachatez de conminar a Vallespir, horrorizada de pronto al pensar que, quizá, lo que su antiguo tutor decía tenía una razón de ser que ella desconocía por completo. Y no quería oírla. Que durante años se le habían caído mitos, su padre el primero, que no era el héroe que ella siempre había pensado que era, y no estaba dispuesta a dejar que eso pasara con la persona que más le importaba.
Quería salir de allí para no escuchar lo que fuera que Dennis quería decirle, porque ya había tenido suficiente en sus veintitrés años de vida. Con sorpresa, percibió que el luxemburgués volvía a hacer el camino hasta sus manos, que apretó con fuerza.
Fue un beso bañado de anhelo y desasosiego. Agridulce en su sabor, sabiendo Nastya que había mucho más que todavía no se había dicho. Lo correspondió con el mismo impulso con el que Dennis se lo había dado, hasta casi hacerse daño. Echó las manos alrededor del cuello, sin pensar por un instante en separarse. Sin pensar que estaba tan sólo a una conversación más de descubrir algo que no quería conocer.
Se separó únicamente para recuperar el aliento perdido en ese contacto imprevisto y, sin embargo, inevitable. Su pecho subía y bajaba con fuerza.
-Hoy no lo quiero saber. -díjole entonces, para volver a sus labios y pasar las manos por debajo de su camisa, recorriendo cada porción de su bien formado torso.
-¿Qué diablos peludos dices, Dennis? -entonó Nastya en su línea ordinaria (pero delante de Dennis no había necesidad de fingir, aunque ella nunca había aprendido a hacerlo ni siquiera en presencia de embajadores o condes), pasmada ante las lóbregas y oscuras declaraciones del dueño de aquella casa.
-Basta. No te permitiré hablar así. -de pronto poseída por el espíritu de la Gran Duquesa que en realidad era, se permitió la desfachatez de conminar a Vallespir, horrorizada de pronto al pensar que, quizá, lo que su antiguo tutor decía tenía una razón de ser que ella desconocía por completo. Y no quería oírla. Que durante años se le habían caído mitos, su padre el primero, que no era el héroe que ella siempre había pensado que era, y no estaba dispuesta a dejar que eso pasara con la persona que más le importaba.
Quería salir de allí para no escuchar lo que fuera que Dennis quería decirle, porque ya había tenido suficiente en sus veintitrés años de vida. Con sorpresa, percibió que el luxemburgués volvía a hacer el camino hasta sus manos, que apretó con fuerza.
Fue un beso bañado de anhelo y desasosiego. Agridulce en su sabor, sabiendo Nastya que había mucho más que todavía no se había dicho. Lo correspondió con el mismo impulso con el que Dennis se lo había dado, hasta casi hacerse daño. Echó las manos alrededor del cuello, sin pensar por un instante en separarse. Sin pensar que estaba tan sólo a una conversación más de descubrir algo que no quería conocer.
Se separó únicamente para recuperar el aliento perdido en ese contacto imprevisto y, sin embargo, inevitable. Su pecho subía y bajaba con fuerza.
-Hoy no lo quiero saber. -díjole entonces, para volver a sus labios y pasar las manos por debajo de su camisa, recorriendo cada porción de su bien formado torso.
Natasha Stroganóva- Realeza Rusa
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Re: Hopeless Wanderers {Dennis Vallespir} +18
No lo quería saber… y por una maldita y deseada vez, Dennis tampoco. Después de haber retenido el sabor de Nastya en sus labios —amargo por la vastedad de diez años, dulce por el alivio de la rendición, adictivo por el comienzo de una necesidad—, no estaba dispuesto a soltarlo. Aunque sólo fuera un instante, aunque sólo fuera un recuerdo futuro, aunque sólo fuera hoy, él tampoco quería saberlo. Incluso a lomos de la cruenta ironía de ser literalmente el único que lo sabía, no.quería.saberlo.
Quizá la bipolaridad de un niño forzado a convertirse en monstruo sirviera de algo por un mísero día.
¿Qué mejor forma de irse para siempre que huir y rendirse al mismo tiempo? Huía de sus propias mentiras y se rendía ante la verdad más purgadora. La había encontrado por fin allí mismo, correspondida en el beso de sus fantasías más culpables, como si los mordiscos de un lobo no bastaran para toda una vida de traumas...
Aquella noche habría una única clase de mordiscos, y no iban a ir acompañados de sangre; sólo de gemidos.
—Entonces habrá que centrarse en otros secretos… —le respondió a escasos centímetros de su frente, y la ráfaga cálida de su voz se hizo hueco más allá de la ropa cuando se escuchó en la habitación entera con toda la ronquedad de sus instintos.
Recibió ese nuevo tacto de las manos de la mujer en su abdomen con una sonrisa, también nueva y en el mismo sentido, que asomó poco a poco para después abandonarla justo donde había dejado tiradas sus reservas; sus represiones. No hubo más represión en el hambre —que durante aquellos segundos, poco tuvo que envidiar a la que ella padeciera en las calles—, ni en las caricias, ni en volver una y otra vez al mismo punto de encuentro entre sus respiraciones completamente volcadas en aquel choque, como si de verdad necesitaran reanimarse y devolverse un aire que ya no sabían a quién pertenecía más.
Se encargó de que Nastya se aprendiera de memoria el regusto ardiente de su saliva hasta que se volviera tan familiar para ella como el terreno vedado que acababan de traspasar después de una década. Acto seguido, sin romper el contacto, la tomó en brazos y su cama recibió el peso de aquella vieja chiquilla con una sensualidad que barría toda la niñez acumulada entre ambos, absolutamente non grata al otro lado de las prendas que entonces intentaba batallar.
—Demonios, Nastya, ahora soy yo el que se caga en la moda femenina —gruñó a través de aquellas capas de la realeza, y sólo en el último golpe de calor, se le escapó la carcajada de un crío.
Ahí ya era lo único que podía responder a esa descripción.
Quizá la bipolaridad de un niño forzado a convertirse en monstruo sirviera de algo por un mísero día.
¿Qué mejor forma de irse para siempre que huir y rendirse al mismo tiempo? Huía de sus propias mentiras y se rendía ante la verdad más purgadora. La había encontrado por fin allí mismo, correspondida en el beso de sus fantasías más culpables, como si los mordiscos de un lobo no bastaran para toda una vida de traumas...
Aquella noche habría una única clase de mordiscos, y no iban a ir acompañados de sangre; sólo de gemidos.
—Entonces habrá que centrarse en otros secretos… —le respondió a escasos centímetros de su frente, y la ráfaga cálida de su voz se hizo hueco más allá de la ropa cuando se escuchó en la habitación entera con toda la ronquedad de sus instintos.
Recibió ese nuevo tacto de las manos de la mujer en su abdomen con una sonrisa, también nueva y en el mismo sentido, que asomó poco a poco para después abandonarla justo donde había dejado tiradas sus reservas; sus represiones. No hubo más represión en el hambre —que durante aquellos segundos, poco tuvo que envidiar a la que ella padeciera en las calles—, ni en las caricias, ni en volver una y otra vez al mismo punto de encuentro entre sus respiraciones completamente volcadas en aquel choque, como si de verdad necesitaran reanimarse y devolverse un aire que ya no sabían a quién pertenecía más.
Se encargó de que Nastya se aprendiera de memoria el regusto ardiente de su saliva hasta que se volviera tan familiar para ella como el terreno vedado que acababan de traspasar después de una década. Acto seguido, sin romper el contacto, la tomó en brazos y su cama recibió el peso de aquella vieja chiquilla con una sensualidad que barría toda la niñez acumulada entre ambos, absolutamente non grata al otro lado de las prendas que entonces intentaba batallar.
—Demonios, Nastya, ahora soy yo el que se caga en la moda femenina —gruñó a través de aquellas capas de la realeza, y sólo en el último golpe de calor, se le escapó la carcajada de un crío.
Ahí ya era lo único que podía responder a esa descripción.
Dennis Vallespir- Licántropo Clase Alta
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Re: Hopeless Wanderers {Dennis Vallespir} +18
Bebió de sus labios con la ansiedad de los desamparados, de los muertos de sed, quedando impregnada y obnubilada toda ella por la sensación de calidez, de hogar, que la invadía en esos momentos. Como la melodía que arrancóse del violín, acompañando a los dos desconocidos ya conocidos, en una imaginaria sinfonía de suspiros y húmedos quejidos.
Su risa uníose a la de Dennis mientras intentaba librarse de las fruslerías para dejar al descubierto una piel que no siempre habíaose embadurnado en perfume y cremas, sino también en podredumbre y miseria, confirmando el florecimiento de una mujer bastante diferente a las demás que la rodeaban en la corte.
-¿Comprendes ahora mi tortura? -el comentario ahógose en una risa nueva, tan diáfana como la de un hada. Con maestría casi inesperada -pues no era ella la que prestaba especial atención a las artes de su ayuda de cámara, allá en Rusia- Nastya libróse de las ataduras de lazos y volantes que la aprisionaban, cayendo las magníficas telas a un lado y descubriendo un corsé que aplanaba su figura.
Enlazó sus piernas en leotardos con las caderas de él, estrechando el pequeño espacio que restaba entre los dos, sintiendo el contacto que erizó el vello poniéndole la piel de gallina aun a pesar de que la luz de los candiles proporcionaban cierta calidez. Desembarazóse también de las prendas masculinas -mucho más manejables, todo sea dicho- para dejar al descubierto el torso desnudo y cincelado, siguiendo cada línea de músculo marcado.
El frenesí de besos y gemidos cesó los instantes en los que Natasha susurró un Te había echado de menos al oído de Dennis, para después continuar con un casi agónico beso en los labios, con el ímpetu de una despedida aunque era más bien una acogida hacia un nuevo comienzo.
Su risa uníose a la de Dennis mientras intentaba librarse de las fruslerías para dejar al descubierto una piel que no siempre habíaose embadurnado en perfume y cremas, sino también en podredumbre y miseria, confirmando el florecimiento de una mujer bastante diferente a las demás que la rodeaban en la corte.
-¿Comprendes ahora mi tortura? -el comentario ahógose en una risa nueva, tan diáfana como la de un hada. Con maestría casi inesperada -pues no era ella la que prestaba especial atención a las artes de su ayuda de cámara, allá en Rusia- Nastya libróse de las ataduras de lazos y volantes que la aprisionaban, cayendo las magníficas telas a un lado y descubriendo un corsé que aplanaba su figura.
Enlazó sus piernas en leotardos con las caderas de él, estrechando el pequeño espacio que restaba entre los dos, sintiendo el contacto que erizó el vello poniéndole la piel de gallina aun a pesar de que la luz de los candiles proporcionaban cierta calidez. Desembarazóse también de las prendas masculinas -mucho más manejables, todo sea dicho- para dejar al descubierto el torso desnudo y cincelado, siguiendo cada línea de músculo marcado.
El frenesí de besos y gemidos cesó los instantes en los que Natasha susurró un Te había echado de menos al oído de Dennis, para después continuar con un casi agónico beso en los labios, con el ímpetu de una despedida aunque era más bien una acogida hacia un nuevo comienzo.
Natasha Stroganóva- Realeza Rusa
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Re: Hopeless Wanderers {Dennis Vallespir} +18
Los besos enroscados le hicieron perder de vista todo lo que no implicara lengua, manos y Nastya. A su risa se sumaron más y ni la leve ventisca que se colaba por las grandes ventanas les hizo reparar en que allí cerca había gente que los esperaba al otro lado de sus piernas entrelazadas en aquella habitación y en aquella cama. ¡Ja, podían seguir esperando sentados, porque de eso ellos dos ya llevaban mucho acumulándolo entre los dientes y con una sonrisa forzada!
Pero ya no había nada que forzar. Todo lo contrario, allí y ahora les embargaba un mar de naturalidad que volvía cada roce aún más delicioso e intenso. Digno de su larga espera.
—Siempre intentaba atender a tus quejas, pero ahora comprendo que debí haber sido más cómplice en esta engorrosa cruzada de etiquetas a las que os someten —declaró, ansioso por recorrer la desnudez de su cuerpo una vez quedó sólo el corsé como hermoso impedimento—. ¡Los hombres siempre igual, cayendo del burro por mera conveniencia! —bromeó, aunque sabía que había verdad en sus palabras y también que deseaba corregirla. Aun así, no iba a engañar a nadie: esa noche tenía otras prioridades en mente— ¿Recuerdas cuando estos aposentos te parecían todo un enigma? Siento ser mucho menos interesante que los espadachines y bandoleros de tu imaginación de entonces. —¡Ah, cuánta mentira, licántropo bipolar! ¡Y de cuánto entretenimiento querías privarla en tu paternalismo truncado gracias al cariño de tu nueva amante!
El citado corsé y los pantalones de él se convirtieron en las únicas prendas que decoraban el catre, extasiado por las caricias de la duquesa en su fibrado torso y cegado de pura belleza al merendarse todos los recovecos de aquella ropa interior femenina que sintió que era hora de liberar por completo cuando su próximo movimiento requería de los pulmones de la chica en perfecto funcionamiento. Apenas dispuso ya de la perfecta visión de sus senos, que seguidamente se vio obligado a descender hacia sus propósitos y no quedarse extasiado ante ellos sin poder volver a moverse y, por tanto, sin poder beber de entre sus piernas, justo como empezó a hacer a continuación.
—Yo también te he echado de menos —susurró contra la exquisita humedad que devoraba directamente de su néctar, con la esperanza de verla reproducida en el gemido placer de la única mujer de su vida.
Pero ya no había nada que forzar. Todo lo contrario, allí y ahora les embargaba un mar de naturalidad que volvía cada roce aún más delicioso e intenso. Digno de su larga espera.
—Siempre intentaba atender a tus quejas, pero ahora comprendo que debí haber sido más cómplice en esta engorrosa cruzada de etiquetas a las que os someten —declaró, ansioso por recorrer la desnudez de su cuerpo una vez quedó sólo el corsé como hermoso impedimento—. ¡Los hombres siempre igual, cayendo del burro por mera conveniencia! —bromeó, aunque sabía que había verdad en sus palabras y también que deseaba corregirla. Aun así, no iba a engañar a nadie: esa noche tenía otras prioridades en mente— ¿Recuerdas cuando estos aposentos te parecían todo un enigma? Siento ser mucho menos interesante que los espadachines y bandoleros de tu imaginación de entonces. —¡Ah, cuánta mentira, licántropo bipolar! ¡Y de cuánto entretenimiento querías privarla en tu paternalismo truncado gracias al cariño de tu nueva amante!
El citado corsé y los pantalones de él se convirtieron en las únicas prendas que decoraban el catre, extasiado por las caricias de la duquesa en su fibrado torso y cegado de pura belleza al merendarse todos los recovecos de aquella ropa interior femenina que sintió que era hora de liberar por completo cuando su próximo movimiento requería de los pulmones de la chica en perfecto funcionamiento. Apenas dispuso ya de la perfecta visión de sus senos, que seguidamente se vio obligado a descender hacia sus propósitos y no quedarse extasiado ante ellos sin poder volver a moverse y, por tanto, sin poder beber de entre sus piernas, justo como empezó a hacer a continuación.
—Yo también te he echado de menos —susurró contra la exquisita humedad que devoraba directamente de su néctar, con la esperanza de verla reproducida en el gemido placer de la única mujer de su vida.
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Re: Hopeless Wanderers {Dennis Vallespir} +18
Como un crepitar de fuego imaginario, que transfería a la vez calma y calor, así era el contacto, el roce tan ansiado y codiciado como el tesoro de un pirata. El bello de sus brazos se erizó, toda su piel se contrajo al quedar ambos semi desnudos en la soledad de aquel inmenso despacho, cueva del conocimiento de su morador. Mas no era ese encrespamiento fruto del tibio aire que colábase por las ventanas, sino convulsiones de dos tactos separados por años y que por fin se volvían a juntar, en el momento exacto de sus vidas. A veces, el tiempo era sabio.
Rió con sus palabras, borracha de vida como estaba en esos momentos. Una carcajada más vulgar que de la realeza, pero es que ella siempre sería Nastya. No necesitaba nada más. Su búsqueda de ella misma había concluido ahí y ahora, en el mismo lugar donde empezó.
-Nunca es tarde para encontrar una nueva vocación, señor Vallespir. -bromeó ella también, sin dejar de jugar con la única prenda que los bloqueaba de la desnudez absoluta y les impedía ser Adán y Eva aunque únicamente fuese por una noche.
Las aureolas de sus pechos se endurecieron con las meras caricias del luxemburgués. La cavidad de sus piernas se estremecía con cada roce de sus labios, algo que únicamente había llegado a imaginar y experimentar de manera pasajera entre los cortinajes de las frías tierras rusas. Sin poder controlarlo, el quejido quebró su garganta, haciéndola arquear su espalda.
Masajeó los cabellos ensortijados de su antiguo tutor para luego pasarle un dedo por los labios, como si quisiera grabárselos a fuego en su epidermis. Abrió las piernas, cubiertas hasta las rodillas por blancos escarpines, y encajó su cadera con la de él.
-Creo que al fin nos hemos encontrado. -susurró, perdiéndose por un momento en los iris turquesas, aparatando un rizo rebelde de su rostro.
Rió con sus palabras, borracha de vida como estaba en esos momentos. Una carcajada más vulgar que de la realeza, pero es que ella siempre sería Nastya. No necesitaba nada más. Su búsqueda de ella misma había concluido ahí y ahora, en el mismo lugar donde empezó.
-Nunca es tarde para encontrar una nueva vocación, señor Vallespir. -bromeó ella también, sin dejar de jugar con la única prenda que los bloqueaba de la desnudez absoluta y les impedía ser Adán y Eva aunque únicamente fuese por una noche.
Las aureolas de sus pechos se endurecieron con las meras caricias del luxemburgués. La cavidad de sus piernas se estremecía con cada roce de sus labios, algo que únicamente había llegado a imaginar y experimentar de manera pasajera entre los cortinajes de las frías tierras rusas. Sin poder controlarlo, el quejido quebró su garganta, haciéndola arquear su espalda.
Masajeó los cabellos ensortijados de su antiguo tutor para luego pasarle un dedo por los labios, como si quisiera grabárselos a fuego en su epidermis. Abrió las piernas, cubiertas hasta las rodillas por blancos escarpines, y encajó su cadera con la de él.
-Creo que al fin nos hemos encontrado. -susurró, perdiéndose por un momento en los iris turquesas, aparatando un rizo rebelde de su rostro.
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