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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Fletcher J. Maciel Dom Ene 21, 2018 1:39 pm

Todas las imágenes se han teñido de negro.
Lo han tatuado todo.






Inquietudes semejantes a la culpa, cadenas que lo ataban a un suelo al cual no pertenecía, se veía tumbado entre alrededores inciertos. Pérfido vampiro totalmente desnudo a la curiosidad, absolutamente cubierto de cuestionamientos que rondaban su cabeza sin perdón ni olvido, penetrando por completo el eje de su cordura ¿Por qué aún la mantenía con vida?

Las remembranzas de hace un par de semanas lo tenían embelesado en como las cosas habían termino. Estaba decidido a acabar con ella. Sus víctimas no tenían segundas oportunidades, existían clausulas en su actuar difíciles de romper, aquella naturaleza inhumada que le obligaba como buen depredador a dar fin a todo quien había osaba con enfrentarle. Hastiado por como la fémina tomaba atribuciones que no eran propias, cansado de la lucha insistente de querer hacer cargo al condenado de desgracias sufridas a lo largo de su pequeño trayecto por la vida. No lo entendía, la tenía en los brazos de la muerte cuando el roce de aquellos pétalos ensangrentados alejaban la furiosa pasión de terminar el trabajo ¿Qué tan idiota debía ser para entender que algo sucedía más allá del roce? Pero al mismo tiempo en que las dudas ahogaban su lógica, parte de su ser exigía tener mayores encuentros de ese tipo, pues la cercanía era insuficiente y casi imposible. Traicionaría sus propios designios para tenerla junto a él, pues por superior que fuesen sus anhelos, mayores eran las contradicciones ¿La destruiría? ¿Acabaría con ella? Aniquilaba una y otra vez las hebras de su  forzado carácter.

Ingresaba por campos desconocidos, cuando uno de sus alarmantes actos lo dejaron atónito y a la mujer, le daba vida. Agravó el acto, pues luego de besar a una condenada a muerte, notó como fluía sangre hacía la humedad de aquella boca, esa que sin intimidación alguna la bebía superando la debilidad que su cuerpo resaltaba. Y cayó, cual floja anatomía se desvanecía en los brazos de un salvador.
Negligente, confuso e indolente, la cargó sobre su hombro, la llevaría a las lejanías, no sabía qué hacer con ella, ni mucho menos que hacer consigo mismo ¿Qué le ocurría? El solo hecho de pensar en su muerte, renegaba toda sensatez, su juicio tomaba otra postura.  

Sabía de la existencia de lugares que nadie conocía, sitios a la deriva que se ocultaban por una razón más allá de su entendimiento, pero bajo la confianza de sus buenas prácticas, se le habían concedido el deber de cuidar aquellas tierras en casos extraordinarios. Allí la llevó.

Todavía tenía tiempo de declararse incompetente al acto y llamar a sus colegas para que terminaran lo que sus manos habían comenzado. Pero la noche se acababa y él se encontraba ya en las inmediaciones oculto de un insistente amanecer.

Decidió olvidar las razones por las cuales se influencio a sí mismo a tener agarrada entre sus brazos, el estado físico y mental de la mujer era deplorable, gracias a ello, tendría semanas para pensar en que diría o que argumentos usarías al verla despierta.
Día a día salía para cumplir con sus labores, ardientes luchas que ayudaban a descargar toda la fatiga, pero jamás regresó a la que era su morada. Se perdía entre los bosques para saber de ella. La hechicera seguía en un estado de descompensación, sin saber siquiera si sobreviviría o tan solo alargaba su muerte. El pulso de sus venas seguía intacto, el color de su rostro poco a poco comenzó a toma coloración, pero aquellos baches no se abrían y su cuerpo no marcaba ni el más mínimo movimiento — Vamos mujer, o vives o mueres… no cargaré con un saco de huesos — Se vio sentenciado las primeras palabras de lo que habían sido unas semanas observándola toda el día.

Aún no sabía que esperar de ella, pero si sabía que esperar de sí mismo. Dependencia, a verla entre cada amanecer. Comenzaba a acostumbrarse a ese rostro, a ese cuerpo, a la melodía que marcaba su sangre haciendo el intento máximo para mantenerla viva. Dependía de estar presente en cada momento al llegar a ese tenebroso lugar, admiraba como el destelló de cada grieta iluminaba sus facciones y comenzaba a odiarse por ser tan nostálgico frente a una efigie tan arrogante como esa.
Como cada nuevo encuentro, humedeció sus labios con un trapo humedecido en agua, limpió su frente, rostro y cuello, la observó, ansioso, hambriento; ávido por la necesidad de degustar una vez su sangre. Parpadeó un par de veces y la dejó allí, en el subterráneo, no sin antes tomar sus manos y atarlas a la firmeza de una de las marquesas de ese desaliñado lugar. No sabía si despertaría, pero no caería nuevamente ante la necedad de creer que la fémina no haría algo para escapar.

Apareció frente a sus superiores, mismos quienes lo halagaron con el trabajo que había deseado ya hace un par de meses además de la caza a la vampiresa de la cual, aún, no había conseguido su paradero. Debía embarcarse a un viaje que lo mantendría ocupado durante días bajo la vigilia de un sobrenatural que causaba el horror en uno de los pueblos del norte. No lo pensó, y fue allí donde se reconoció. Acepto de inmediato sin siquiera pensar en la presa que tenía bajo su cuidado. Se embarcó junto a un compañero.

Nuevamente los días pasaron, mientras el condenado centrado en su trabajo se dio el lujo de olvidarla en ocasiones, no recordar su rostro y olvidar su olor, mantener su cabeza ocupada era un agasajo, el mejor obsequio que podrían haberle hecho. Cumplió como siempre, dando con su paradero, alertando a quienes se encargarían y prestando apoyo en momentos cruciales para terminar con el rio de sangre que se había generado por humanos que no tenían arte ni parte de aquel caserío. Celebración, tiempo de esparcimiento y de regreso a la central. La recordó, como cuando un nudo se atora en la garganta y el vientre se contrae por el dolor, así, sintiendo como su anatomía se tensaba, como si las ilusiones de lava regresases y lo hicieran preso de su presencia. Debía verla, pues el presentimiento de un vampiro nunca era errado.

No fue necesario entrar al sitio, la sentía alerta, su nerviosismo a flor de piel y las cadenas golpeando con insistencia las superficies a las que estaba atada — Ya era hora — Murmuró, ralentizando su encuentro, estaba inquieto, preso de una excitación que lo llevaba nuevamente a desear a la afectada, alertando sus instintos de una presa fácil, pero a la cual, había sido imposible asesinar.

Debía estar frente a ella, para entender la razón de sus actos, o… descubrir que todo se trataba de un masificado error que tenía que acabar.


Última edición por Fletcher J. Maciel el Jue Feb 22, 2018 9:25 pm, editado 1 vez
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Mensaje por Melissa Landry Lun Ene 22, 2018 2:31 am

Ni en la muerte deja de buscarme,
de hallarme, de soñarme [...]

La obsesión de sus ojos






Habían pasado semanas desde que la hechicera debía de haber muerto, y aún en su interior, no sabía si aquello había sucedido, si solo había sido una pesadilla o había enloquecido. Por lo general, habría apostado lo que fuera a que era la tercera opción la clara vencedora, no obstante, luego recordaba imágenes de lo que había sucedido y una parte de si lo supo enseguida, ella no era tan creativa como para inventar ese fatal suceso. Había puesto una gran trampa a un inmortal y al final, la trampa había sido para si misma. Había caído en sus errores, en su estupidez de novata y creyéndose la ganadora de aquel duelo, había perdido de una forma catastrófica. Aún podía acordarse de cada uno de los golpes que se le habían afligido. Como la imperfecta pared del pasillo subterráneo había rascado superficialmente y dolorosamente su piel. La mano gélida sobre su cuello oprimiéndolo, dejándola sin aire, sin poder siquiera tomar una respiración profunda. Ahogándose había estado un par de veces aquella noche, no obstante, nada había sido como aquel ultimo ataque en que uno de sus propios cuchillos había rasgado la piel de su abdomen, rasgándola de un lado para otro, haciéndole sentir verdaderamente como se le escapaba la vida sin poder hacer nada para evitarlo.

Luego de aquella ultima herida y la más mortal de todas, solo recordaba en sus últimos minutos de vida sentir que su vida así no podía terminar. Una parte de si se había preparado para morir, más en aquel instante, supo que si debía morir sería despidiéndose con un beso al que por destino le había tocado ser su asesino. Aún podía recordar la forma en la que sus labios suaves se habían acariciado contra los letales y exigentes de él. Aquel frío en aquel instante tan parecido a su propia temperatura le había hecho sentir un nudo en el estomago al pensar que no lo vería más nunca jamás. Cuanto más débil se había encontrado, más de él quiso. ¡Era una locura! Casi podría haberle rogado por más besos de aquellos antes de morir. Luego, cuando ya su visión se tornó borrosa y dejó de ver aquellos ojos oscuros cerca de si, fue cuando inesperadamente en uno de sus últimos alientos un torrente de sangre entró por su garganta. Sintiendo el delicioso sabor de aquella sangre, sin saber si había sido la suya propia o la ajena, había bebido todo lo que había podido por aquellos segundos en los que se negó a morir y aferrandose a él, intentó mantenerse con vida. Una lucha en vano, pues al cabo de unos segundos, cuando la sangre dejó de manchar su boca, su cuerpo dejó de resistirse por ella, y sin poder hacer nada contra el aturdimiento y la debilidad que la aquejaba, acudió a regañadientes, con tristeza incluso, a aquel mundo oscuro que la reclamaba lejos del dueño de aquellos brazos de mármol que la arroparon.

Los días fueron pasando y pocas veces fue capaz de sentir. Todo su mundo se componía de una inexpugnable oscuridad y de visiones, sueños horribles que la perseguían. Las visiones eran de gente desconocida, sin embargo, había una mirada que siempre la perseguía y era la de él. Él estaba en cada una de ellas. Solo mirándola, observándola al acecho. Como si volviesen a ser presa y depredador en un baile que se repetía incansablemente en su psique. En su mente ella siempre intentaba llegar hasta él, tomarlo de la mano, sin embargo, siempre caía en el abismo que los separaba. Después de aquello venían los fatídicos recuerdos de su muerte y en su interior lloraba sin saber porque lo hacía, como si con su muerte, algo más hubiese muerto con ella sin saberlo. ¿Volvería a verlo, en otra vida? Se preguntaba y tal cúal este pensamiento la entristecia, se sentía dividida en dos.

Una noche, desde la oscuridad eterna de su consciencia, donde solo había oscuridad, silencio y una inquietud pesada, sintió una caricia y en su mente agradeció aquella calidez emanada. Llevaba tanto tiempo sin sentir nada más que el recuerdo de la caricia helada del cuchillo en su cuerpo, abriéndole un surco donde se le escapaba la vida, que había olvidado lo que se sentía cuando la acariciaban sin dañarle. Aquella caricia la calmó, tranquilizó su mente y a pesar de que enseguida supo de quien se trataba, se lo agradeció en silencio aún incapaz de despertar a su alma de aquel letargo necesario. ¿Estaría soñando de nuevo con él? Se preguntó atesorando aquellos momentos en que le sentía cerca, casi como si pudiera estar viva, y él; allí con ella. Cada vez que él venia a vigilarla, alejaba sin saber las visiones de su cabeza, y por su estado, eso era lo mejor que podía pasarle. Había días que oía sus pisadas a su alrededor, o ruidos de puertas abrirse y cerrarse. En todos aquellos ruidos ella intentaba reaccionar, descubrir que estaba sucediendo, despertarse de alguna forma y enfrentar aquel destino incierto en el que había caído. Sentía miedo, en muchas ocasiones su niña interior temblaba de miedo ante las visiones que debía de ver y sin poder escaparse de ellas, lo único que podía hacer era esperar la visita en sueños de su condenado.

¿Estaría soñando verdad? Se preguntó cuando tras luchar por muchos días contra las visiones y a la vista que la única presencia que podía borrarlas de su mente, la había abandonado al no sentirlo cerca, intentó por todos los medios despertar. El cuerpo le dolía. Dormida como se encontraba, era difícil activar su mente cuando lo único que deseaba era seguir durmiendo recuperando sus energías. Requirió un esfuerzo brutal de su parte abrir los ojos. Sus parpados se movieron y con pesadez, abrió lentamente los ojos. Al principió no vio nada. Tenía la visión tan borrosa que lloró de dolor cuando un rayo de luz incidió en ella. Intentó moverse entonces, y fue cuando comprendió que estaba sobre un terreno duro y frío. ¿En el suelo, quizás? Tras muchos intentos logró mover la mano y acariciando el frío suelo, palpó sus alrededores hasta dar con las cadenas que la ataban permanentemente en aquel lugar. Sus ojos se abrieron y viéndose las cadenas en las manos, su corazón empezó a palpitar nervioso. ¿Dónde estaba? ¿En el infierno, quizás? Se preguntaba sin cesar con miedo. Alejándose todo lo que pudo de la luz, temblorosa se acurrucó a un lado de la prisión donde la habían dejado. Restó todo el día en silencio. A ratos volvió a dormirse exhausta. Su cuerpo quizás parecía recuperado pero la falta de alimento y la poca sangre en su organismo no hacia más fácil su despertar. Con la garganta seca, al caer la noche poco a poco intentó levantarse del suelo. Tenía las piernas tan dormidas que le costó mucho esfuerzo siquiera poder moverlas e incapaz aún de levantarse del suelo, volvió a quedar en el suelo luchando con todas sus fuerzas contra las cadenas que la apresaban como a un animal. No entendía donde estaba, ni lo que había pasado.

¡Joder!— Exclamó cuando en uno de sus movimientos, la cadena que se sujetaba a su muñeca le hizo daño y jadeó de dolor. Había hecho tantos intentos en las últimas horas para escapar de aquel lugar que ya tenía ambas muñecas rojas debido a las rozaduras y golpes. Ocupada en su frenética huida de aquel infierno, oyó una puerta abrirse a unos metros de ella y presa de un intenso miedo que se coló por todo su sistema detuvo sus movimientos. Volvió al rincón desde donde se sentía más protegida y medio escondida entre las sombras de aquel nauseabundo lugar esperó. Llevaba tantos días en aquella oscuridad presa y sola, que solo esperaba que si aquello era la muerte, si realmente estaba muerta, que el diablo fuese bueno con ella. Oyó de nuevo, pasos acercándose a ella en medio de aquella oscuridad y con miedo pero valor, mantuvo la mirada en frente, en guardia aunque su cuerpo ni aguantase su propio peso. —¿Dónde estoy?— Preguntó al final, sin ver todavía a nadie y sin poder usar todavía ninguno de sus poderes. Si eso era sentirse totalmente mortal, estaba acabada.
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Mensaje por Fletcher J. Maciel Mar Ene 23, 2018 6:25 pm

Cadenas, mi chica me tiene encadenado
Y no son del tipo de cadenas que uno puede ver





Tan solo bastó su voz, para que todas las escenas de destrucción regresaran a su mente como una marea desbocada que no encontraba orilla para quebrar sus olas. No estaba decidido a bajar y esa opresión fue quien le causo mucho más cuidado ¿Miedo? Claro que no, jamás sentiría miedo de una muchacha mil veces por debajo de sus capacidad ¿Y entonces qué? Se mantuvo así, petrificado, en la marquesa de una puerta de madera vieja que bajo el mínimo golpe se iría a bajo con toda la ruinosa estructura. Estudió la situación, realmente desconocía sus propias razones para tenerla allí, pero algo dentro sí le insistía que fue la mejor opción luego de sentir su pulso latir con rapidez a metros de su distancia. Sentía como las cadenas chocaban entre sí con insistencia para ser rotas y dejarla libre, asimismo entendía la revelación de sus actos para forjar todo movimientos de huida.

Tenía instintos que no podía ignorar, aquella esencia de cazador que no evito sentir cierto deje de placer al estar consciente de que cada actuar de la mujer estaba predispuesto a sus movimientos, a sus decisiones y mirada acusadora. Aunque no era su finalidad aquello, insistía que ese factor, era parte de un par más que comenzaban a aglutinarse.

No bajó de inmediato para verla, recordar que la tenía allí de regreso a parís lo hizo recordar la deplorable situación a la cual la tenía sometida. Si bien, gran parte de aquello lo merecía, estaba condicionado a ayudar a quienes no generaban daño a la población, más su único error fue confiar en quien no debía. Daño a terceros jamás provocó, y se movió tras esa excusa para buscar un colchón dónde pasar su estadía. Buscó entre cada rincón de aquel extraviado sitio, solo polvo, arañas y otras especies salían a la vista. Golpeaba puertas para abrir otras, subía y bajaba escaleras, casi con la intención de aplazar cada vez más el fatídico encuentro de sus ojos. Por fin dio con ello, un colchón dónde perfectamente caía la fémina sin la necesidad de rosar parte de su anatomía al suelo. Unió un montón de prendas viejas para formarle algo parecido a un almohadón y se decidió a bajar cuando creyó verse desde afuera con gestos de desaprobación.

¿Se estaba complicando la existencia para hacer más cómoda la estadía de aquella bruja? Se humillaba a sí mismo, de una forma tan particular pues conscientemente había decidido ignorar situaciones que nunca habría permitido en sus colegas o cercanos. Se enfureció, no buscaba cambio, y quizás obtuvo respuesta al haberla olvidado tanto tiempo en aquellas ruinas.  Se sentía él, frente a la imagen de otros, seguía siendo el joven Maciel espía que no caía ante disparates ni muchos se dejaban engatusar por cualquier personaje. Seguía siendo el ejemplo a seguir de muchos incautos que perdían la cabeza entre confusiones baratas. Pero estaba allí, siendo un personaje que no reconocía de él mismo, con la duda de si odiaba aquella parte de él, o se acostumbraba al cambio.

Escuchó sus quejidos, seguramente su lastimado cuerpo ya daba sensaciones de dolor. Se había dejado mucho tiempo de espera. La había visto con grisáceas marcas en la piel, tonos purpuras sobre sus mejillas y por otros recónditos lugares de su cuerpo, una gama de colores no particulares de un cuerpo sano. Escapó aire desde su boca, la última vez que la dejó en ese sitio estaba inerte y sin cuestionamientos absurdos, esperaba en esta ocasión, que siguiese así, pero la vida muchas veces no le jugaba a favor. Dejó caer la almohada mal hecha a sus pies, no necesitaba tanta comodidad, lo había decidido y lanzando el abultado colchón por las escaleras que daban al sótano, no bajó de inmediato. Fue a por los alrededores lo que duró un par de minutos más, encontró un poco de agua que cargó en un balde contra su hombro y así, comenzó a descender mientras acomodaba el balde contra el último peldaño manteniéndose allí, en plena oscuridad, observando como rastros de su rostro se iluminaban por la casta esencia de la luna.

Parecía estar bien, y por un minuto, se convenció que dejarla con vida había sido la mejor opción.

Aún entre las sombras carraspeó un poco su garganta para responder al cuestionamiento — No precisamente donde desearías estar — Sentenció, con voz calma y tranquila — No tengo intenciones de hacerte daño, creo que ese discurso te lo he repetido en más de una ocasión, espero que ambos respetemos ese acuerdo para llevar una velada tranquila, o en su defecto, un par de días — Comunicó, siguiendo la línea de la serenidad. Comenzó a dar pasos en su dirección. Notó que la fémina rehuía de su cercanía, misma razón que le permitió tomar el colchón con una de sus manos y plantarlo en el lugar dónde se había desvanecido semanas atrás — Puedes dormir ahí, traeré cobijas si me dices que pasas frío, pero es todo lo que te puedo ofrecer, no mereces nada más y ambos lo sabemos — Sentenció, regresando sus pasos hasta las escaleras dónde cargando nuevamente peso con su mano, alzó el balde que tenía con agua limpia, lo dejó justo al lado de dónde se supondría descansaría y buscó sus ojos con la mirada — Puedes… limpiarte, beberla, tú sabrás — Añadió.

Estaba por salir de allí, hasta sentir como el perfume de su sangre comenzaba a envolverlo en una atmosfera engatusadora. Se giró rápidamente para ver de dónde provenía el latido y se detuvo en sus muñecas. Las cadenas rosaban su piel, tanto así, que comenzaban a abrir heridas superficiales. Relamió internamente sus colmillos, cerró en un puño su diestra contra la tela de su camisa que cubría sus brazos. Rasgó aquella tela en dos lazos — Déjame ver — Se acercó, a regañadientes. Su sangre provocaba en él un insistente deseo. Jamás lo había vivido de aquella forma, recordaba poder evitar un charco de sangre si así lo deseaba, pero las heridas superfluas de ésta mujer lo cegaban con una sed descontrolable.

Llevó sus manos a sujetar las tibias manos de la muchacha, con un trozo de tela rodeo la parte herida para que las cadenas dejaran de marcar roce a la piel sensible, imitando el mismo movimiento en su otra muñeca. Lo esperaban unas largas horas, o quizás unas largas semanas, pero debía buscar razones lógicas para tenerla cercana, además del olvidado tema de Daphne.


Última edición por Fletcher J. Maciel el Miér Ene 31, 2018 4:56 pm, editado 1 vez
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Mensaje por Melissa Landry Miér Ene 24, 2018 9:37 am

Hasta en el más misero de los diablos,
se logra hallar un alma de ángel

Ánonimo






Los ruidos siguieron bastante tiempo a su alrededor, hasta el punto en que la hechicera temió haber perdido la cabeza. Oía puertas arriba de ella, otras puertas cerrarse y algunas que otras pisadas cuando estas sin saberlo caminaban entre el suelo regular y antiguo, lleno de agujeros por aquella casa. En su rincón permaneció alerta hasta que de pronto su cuerpo saltó de la sorpresa al observar como una especie de colchón aparecía en su campo de visión. Tras el colchón apareció un cuerpo que vio a medias por causa de la oscuridad. Le costó reconocerlo, sin embargo, cuando oyó su voz, supo claramente quien se encontraba ante ella, o por lo menos, quien aparentaba ser. Al final, debían de haber muerto ambos o algo fuera de su lógica la había traído de nuevo a la vida. Sin saber el porqué, lo miró y retirándose más contra la pared cuando el cuerpo del condenado abrió su verja y entró con el colchón, restó en silencio en todo momento hasta que él obligándola a asentir cuando le mostró el barril lleno de agua, la hizo dejar atrás aquel perpetuo silencio.

"Gracias", le dijo apenas, sin mover los labios, mientras la sed acudía a su garganta como una gran ola y la quemaba por dentro. Estaba sedienta, como un hombre en un desierto. Sentía tan seca su garganta, que hasta aquellas simples palabras parecieron dolerle. Con la voz ronca por no usarla después de tanto tiempo, tensó la mandíbula reacia a moverse hacia el cubo cuando aún se encontraba él en las inmediaciones y esperó a que se fuera, volviendo a dejarla sola.

Observando atentamente cada uno de sus movimientos, no dejaba de comprender que estaba ocurriendo. Su mirada era la de un animal herido y perdido que no entendía que tenía lugar a su alrededor y así, tal cual, se sentía ella. Cuando él dejó el agua al lado del colchón y empezó a darse la vuelta para irse la sorprendió cuando de pronto, regresó a ella y su mirada recayó directamente en sus muñecas heridas. Siguió los ojos ajenos hasta sus manos y viendo por primera vez las heridas superficiales a causa del roce, sintió el deseo enfermizo de reír. Había estado mil veces peor, con heridas más profundas y más duraderas al paso del tiempo. Sus muñecas apenas ahora empezaban a doler y aún este no era demasiado intenso. Podía tolerarlo. Aun así, al sentir cierta preocupación del vampiro por ellas, se enterneció por unos segundos. A caso, el condenado se preocupaba por ella? Se preguntó mirándolo mientras este vendaba con sumo cuidado sus heridas. ¿Qué le ocurría? Volvió a preguntarse, disfrutando interiormente de la sensación de ser cuidada, como cuando inconsciente había notado la humedad de los paños limpios limpiando su rostro y heridas. Suspiró y por una brevedad de tiempo, cerró los ojos. Lejos de lo que podía parecer, el vampiro tenía tacto y sorprendida, se encontró deseando más de su cercanía. Incluso, que volviera a cuidar de ella. Finalmente, al segundo suspiro de la femenina, este se apartó de sus manos, dejándola de nuevo completamente inmersa en aquella oscuridad de la celda y empezó a darse la vuelta decidido a abandonarla otra vez en el lugar.

Por favor, no os vayáis. No me dejéis sola. —susurró reteniendo rápidamente una de sus manos entre la calidez de la suya.

Hacía un día y medio había despertado, y en todos sus horas consciente había restado sola en aquel lúgubre y oscuro lugar. Sin compañía, sin estimulo de ningún tipo, únicamente acosada por las visiones y aquella sensación que llenaba el lugar de voces incompletas de dolor y muerte. Aquel era uno de los interrogatorios que los inquisidores usaban para esconder a sus víctimas; una mazmorra. No había sangre, no obstante, en las horas que había restado despierta se había podido fijar de los arañazos irregulares en las paredes, como en las cadenas. Más de cientos de víctimas habían sido atadas en el mismo lugar donde se encontraba y no tenía claro, cuántas de ellas hubieran sobrevivido. Por los arañazos; no muchos se habían librado. Le miró a los ojos con cierta cautela y en cuanto vio en sus oscuros ojos un deje de sorpresa al ver como la mano dañada se agarraba a la suya reteniéndolo, enseguida le liberó con cierto miedo. Lo último que deseaba era terminar muerta en aquel nauseabundo lugar.

Por favor… —De nuevo intentó llegar a lo más hondo del vampiro rogándole para que de momento no se fuera. — Quedaros conmigo. — Desvió su mirada a sus propias manos heridas que ahora lucían una venda y sonrío tristemente. — Necesito respuestas… No entiendo nada Fletcher. ¿No debería estar muerta? ¿No debería no sentir nada? ¿Porque siento dolor y siento la soledad y los gritos de estas paredes? ¿Dónde estamos? —Preguntó con un hilo de voz muy débil, sin estar segura de querer realmente las respuestas a cada una de sus preguntas formuladas.

Acurrucándose más contra la pared en la que se encontraba, juntó más sus piernas contra ella, en un inútil intento de darse calor en lo que su cuerpo destemplado temblaba. Sin saber si de miedo o de frio. Lo cierto era que sentía miedo, mucho. Temía lo que él pudiese decirle, temía realmente estar muerta y que él solo fuese una sombra creada por una poderosa ilusión. ¿Qué haría entonces, si descubriese que él era solo una mera fantasía? El único que por aquellos días oscuros la había mantenido cuerda, habían sido los ratos en los que había sentido su presencia junto a ella y este, sin saberlo, había hecho huir las voces en su cabeza. ¿Qué haría ahora sin él? Cuando Daphne había desaparecido, las mismas premoniciones habían regresado a ella con más fuerza, castigándola por no querer escucharlas, hasta el punto de enloquecerla. Por suerte, había podido mantenerlas a raya, aunque para ello había dedicado gran parte del tiempo y esfuerzos. Empero, en el día de hoy, no se veía con fuerzas para plantarles caras y ganar, no en su estado actual. No se había visto la cara y lo último que quería era ver su reflejo en el barril que el condenado le había traído llena de agua. Sin embargo, se conocía lo suficiente para saber que aun estando viva estaba débil. Quizás ya no en peligro inminente, pero aún no estaba recuperada. No completamente. Y en ese estado precario, ¿Quién podría culparle por no querer plantarle cara a sus propios poderes?
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Mensaje por Fletcher J. Maciel Miér Ene 31, 2018 4:59 pm

No tengo preguntas
pero de seguro tengo excusa...






Resulta que aún había en él un cierto atisbo de arrepentimiento, pero ya cuando se encontró de frente a ella, luego de haber curado sus muñecas he intentar salir de la forma más elegante posible, fue la voz femenina quien marcó prestancia entre el comunicado sosegado del condenado. No deseaba mayor interacción a decir verdad, buscaba de todas las formas posibles evitarla lo necesario como para ordenar las ideas en su mente. Aunque al parecer, su compañera buscaba todo lo contrario y se vio a el mismo, dando razón quizás a que estaría bien un poco de compañía.

Frunció sus labios sin decir nada, acompañarla no estaba entre sus planes, y mucho menos darle información del lugar dónde la tenía, tampoco así de las atrocidades que se habían cometido en aquellas paredes, asesinatos de los cuales, el vampiro había sido participe de la gran mayoría de estos. Bajó la mirada, no de forma sumisa o demostrando inferioridad, más bien lo hizo para retroceder el paso, hasta dar con un sofá que se escondía perfectamente en una esquina. Allí, sacando una navaja de entre su bolsillo, comenzó a afilar estar lentamente con una piedra que encontró a sus cercanías. No intentaba asustarla o espantarla, pero reconocía que pronto tendría que volver a sus funciones normales para dejarla sola.

Siguió con aquel repetitivo movimiento, sacando filo y más filo, observando como su arma comenzaba a adquirir dotes dignas para asesinar. Allí se detuvo y alzó la mirada para dar con ella. Seguía siendo la misma mujer, un poco más delgada, mas callada, pero en el fondo, reconocía que era de los personajes más prepotentes y con carácter que había conocido.

Se mantuvo en silencio por unos minutos, entendía las razones de sus constantes preguntas, pero él no se sentía preparado para hablar, como ella quizás jamás estaría preparada para asumir las reales respuestas a sus inquietudes. Continuó con su trabajo mientras llevaba imágenes a la mente de la hechicera. Repetía la escena en su mente, mientras la hacía ser presente de cada movimiento que el llevaba a cuestas. Una ilusión real, dolorosa, confusa, extraña y paradójica:

“Se encontraba allí con las manos listas, con la fuerza necesaria y con la capacidad mental de poder atacar, pero no lo hacía. Tenía que acabar con la vida de aquella mujer, pero sus manos se negaban a recibir todo el clamor que él exigía de sí mismo, se negaba internamente a deshacerse de ella. La observaba, miraba sus labios, aquellos baches claros, el cabello desordenado cayendo por parte de su hombro derecho. Se detenía con la mirada en su cuello, aquella delicada capa de piel que adornaba el palpitar de sangre candente. Su clavícula y parte de su pecho, quien en sincronía se elevaba por bocanadas de aire que se le estaba siendo restringido por su corpulenta mano rodeando la fina piel. No quería acabar el trabajo. No deseaba terminar allí con la cacería. O quizás su verdadera finalidad jamás fue asesinarla, su propósito era otro y se veía segado ante la necesidad de sacar de su cabeza a la humana que creía jugar a fichas iguales con el vampiro”

Dejó estas imágenes en su mente entre tanto cegaba su mirada de la realidad para así tener el tiempo necesario, y con suma calma subir por las escaleras y quedarse en medio de la oscuridad de aquel sitio que los acobijaba a los dos bajo el mismo techo. Veía exactamente la misma ilusión que la mujer, aunque frente a la presencia femenina, ella ahora se situaba en los zapatos de un condenado, un hombre con el ahínco de hacer bien su trabajo y luego partir. Se dejó estar contra la marquesa de un ventanal quebrado. Pedazos de vidrios adornaban el suelo que sus botas pisaban. Su espalda contra parte de los cristales que aún cuidaban aquella entrada. Cruzó sus brazos frente a su propio pecho, dejando que su cabeza descansara hacia atrás. Cerró los ojos y regresó a la vivencia que ahora ambos lograban sentir.

“Sus labios, su lento palpitar. Sabía que si continuaba con aquello la mataría. Estaba claro en que lo merecía. El rencor de haberse sentido expuesto, el incendio, la lava hirviendo, las dagas… Asumió que todo lo que hacía era lo correcto, como también asumía que no deseaba hacerlo con cien por ciento de aprobación. Su pulso se detuvo. El vampiro la dejó.
La vio allí, dando sus últimas inhaladas de vida. Se mordió el propio labio inferior, y luego del destello, acomodó de tal manera sus labios a los ajenos que la sangre que fluía desde él, iba directo a la boca de la mujer.
Lo olvidó, bloqueó la escena en su mente tras la calidez de aquel roce. Ignoró que su sangre era intercambio de vida, ignoró el hecho de que la salvaba, ignoró todo y solo se dedicó a profanar aquellos pétalos sedosos que se movían a un compás perfecto junto a la frialdad de sus caricias. Sus lenguas se unían contra la humedad de aquel espeso liquido carmesí, la batalla trivial de una lucha de roces lo provocó, tanto así, que la presionó contra sus brazos para incrementar algo que no subiría mucho más que aquello. Su pálida y gélida piel lograba sentir escasas sensaciones de calor, tan mínimas que se sorprendía a sí mismo por desear mucho más de aquello, de aquel sentimiento”

Sosegó las imágenes y le regresó la vista tras finalizada la ilusión. Su semblante era terco, serio, nada reflejaba algún tipo de satisfacción o contrariedad. Solo estaba allí, en el primer piso, evitando el contacto parcial o completo con la mujer. Sabía que la oiría en cosa de segundos, pero debía mantener su control mental intacto para regresar y dar razones equivocas o reales del porqué de la situación que se manejaba ahora. La vampiresa que había abierto este círculo sin cerrarlo era el motivo en cuestión, por lo que intentó mantener la mente clara en hacer la investigación necesaria para luego dejarla ir. Descartó por completo un nuevo plan de asesinato, no podía hacerlo, extrañamente, no quería matarla.

Un par de horas más tarde, de nueva cuenta bajaba las escaleras… sin previsiones de alimentos, sin agua o contacto visual. Simplemente él, con un desplante de atacante e indiferente. Arrastró una de las sillas que usaba en el pasado durante horas para hacer interrogatorio y se sentó allí de frente a la cama dónde ahora reposaba la mujer. Aún estaba débil, a menos de 24hrs de haber recobrado conciencia. Desaliñada, opaca y tinte esta vez en sus mejillas, solo el suspiro de sus labios que dejaban una línea albina por el frío que comenzaba a aparcar durante la madrugada — ¿Dónde está? — Cuestionó — Tu estadía aquí dependerá de la sinceridad de tus palabras, Melissa — Masculló su nombre lentamente, como si cada letra se hiciese tranca en su garganta. Dejó los protocolos de modales a un lado. Era esta vez y las noches que seguían, de tú a tú.
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Mensaje por Melissa Landry Mar Feb 06, 2018 7:31 am

El que busca la verdad
corre el riesgo de encontrarla

Manuel vicent






Cuando los humanos tienden a ser impulsivos, es cuando ya no tienen nada a perder, o quizás todo. En este caso, la hechicera, nada perdía con intentarlo. Al detener los pasos del vampiro con una de sus manos, nunca creyó que podría funcionar y este, decidiese quedarse. En silencio claro, y lejos de ella mientras afilaba una de sus armas. Le vio irse a sentarse al sofá y aún en el suelo, sin moverse todavía al colchón que le había dejado en el suelo, miró cada uno de sus movimientos. El silencio pronto fue opacado por sus preguntas y de nuevo; solo silencio. No hubo respuesta alguna de la otra parte. Únicamente el ruido de la piedra afilando el cuchillo, resonaba entre aquellas paredes manchadas en sangre. Sin dar muestras de miedo, sino llanamente de indiferencia, siguió mirándolo fijamente. Esperando… quizás una reacción, una palabra. Lo que fuera, pero que asesinara aquel silencio atroz que había impuesto entre ellos. Pasaron minutos y de allí, quizás pasó media hora cuando los ojos de él buscaron los de la fémina y se los encontró de frente, observándolo también. La mirada fue larga, tan larga que cuando donde antes había estado él, y ahora veía su rostro descompuesto y herido, tardó un poco en reconocer la ilusión que ahora él le daba a probar.

Se encontraba allí presa, ante sus ojos sentía de primera mano los esfuerzos inútiles de respirar cuando él la ahogaba. Viendo la escena desde la perspectiva del inquisidor, supo a ciencia cierta que podría haberla matado en un suspiro, más no pudo. Algo en él le impidió matarla. Totalmente asustada al recordar aquel momento, en como su cuerpo había intentado resistir la batalla contra la muerte, cerró los ojos con fuerza en un intento de detener aquella explicación. En vano, no obstante, ya que la ilusión la tenia en la cabeza. Por unos instantes, sintió el hambre del vampiro al recorrer la mirada el hilillo de sangre que escapaba de ella y hacia camino por su cuello, creando una estampa perfecta de deliciosa presa a su merced. Fue todo tan real, que sintió como si en su boca humana tuviera colmillos y estos latieran hambrientos. Tensó la mandíbula y oyendo la consciencia del condenado, algo finalmente flaqueó cuando aquel caótico pulso que lo llamaba como a nada igual, se detuvo. Allí terminó la magia, la cacería se acababa y caóticamente, su cuerpo solo sentía tristeza. Por que no estaba muerta, le había preguntado anteriormente al vampiro. Ahora conocía la respuesta. Tras morderse el labio inferior preso de un sentimiento descontrolable, este depositó su preciada sangre en su boca, dándole vida, a la vez que sus manos se la arrebataban. ¿No era paradójico? El mismo que la mataba, le ofrecía vivir.

Luego vino el beso y las ganas que lo carcomían. Aquella necesidad de tener más, de sentir más cuando el cuerpo contrario ya apenas sobrevivía. Sentir todo aquello, era un comezón sin igual. Una lenta tortura que se propagaba como el fuego, de fuera hasta dentro. Las lenguas batallaron, la deliciosa sangre de él bailó entre ambas bocas fundiéndose con su cuerpo. En aquel momento, Melissa se preguntó quien era quien. Mientras sentía en sus propios labios aquel beso, una de sus propias manos se tocó los mismos y jadeó cuando los sintió más enrojecidos, más húmedos. La ilusión cayó y volviendo a encontrarse completamente sola en la oscuridad, regresó a acariciarse el labio. Podía aún sentir el hormigueo del beso, podía… probar su oscuro sabor en su paladar. ¿Qué había sido aquello? Se preguntó un momento antes de levantarse como pudo y caer de rodillas ante el cubo lleno de agua. Se arrodilló y mirando su propio reflejo constató como la mera ilusión la había hecho revivir aquellos momentos. Tenía las mejillas arreboladas, pálidas, no obstante con un toque sonrojado, mientras sus labios dolían. Dolían hasta el punto de parecer que los habían vuelto a besar.

Pensativa, restó lo que pasó de tiempo entre el fin de la ilusión hasta el regreso de Fletcher en silencio. Sentada, recostada su espalda en la pared y de nuevo recogida a causa del frío que hacia en aquel oscuro lugar, no dejó de pensar en lo que había pasado y como había sucedido. Las voces de aquel lugar parecieron haberla dejado en paz por el momento y aprovechando aquella inusual paz, fulminó con la mirada al condenado cuando este regresó a mostrarse ante ella. Rápidamente cuando le vio, supo que había algo en él que había cambiado. Venía con deseos de obtener respuestas y ella, no tenía ningún deseo de proporcionarle lo que pedía. Desviando su mirada hasta el suelo sucio de su celda, ignoró las palabras del vampiro por completo. Si deseaba interrogarla, era él quien tenia armas e infinidad de recuerdos de torturas pasadas en aquel lugar para usar alguna contra ella. ¿Deseaba quebrarla? Pues que lo hiciera, le daba igual todo a estas alturas. Había perdido todo, y lo único por lo que había seguido luchando, había dejado de tener sentido.

Cerrando los ojos con fuerza, maldiciéndose interiormente por aquella inhóspita situación, una lágrima recorrió su pálida mejilla hasta caer al suelo. Poco importaba que el vampiro ahora viese su dolor y su miseria. —¿Los que han sido presos en estas celdas… a ellos, también les distes opción de hablar, Fletcher? —dijo nombrándolo por el nombre, rompiendo el silencio minutos después. — No has contestado a mis preguntas y creo saber el por qué… —Lo miró entonces y con los ojos rasgados de dolor, volvió de nuevo la mirada al suelo, derrotada. Iba a decirle lo que quisiera, solo por que deseaba volver a estar sola. Aunque estuviera encerrada, periferia estar en compañía de las voces a quienes había torturado y mutilado vivos, que al culpable de que todo su cuerpo se removiese anhelando una caricia de sus fríos dedos. —Hace años no se nada de ella. Si buscas información, creí que tú la habías asesinado. ¿Contento? Ahora ya puedes volver a dejarme aquí sola. Lárgate. — Le espetó dolida, ¿Qué se pensaba? Que podría hacerle ver lo que él había sentido y no haber consecuencias por ello? Ahora aún se sentía más confundida, y más se odiaba a si misma.
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Mensaje por Fletcher J. Maciel Mar Feb 06, 2018 7:54 am

Cada salto en el vacío...
es una cuestión de fe.





Estaba completamente decidido a acabar con el mar de controversias que se habían llevado a cabo de la forma más inusual, reconocer que la tenía allí por razones diferentes al paradero de Daphne era completamente ilusorio. No podía adueñarse de un humano, menos de ella, no tenía las facultades mentales para hacerse cargo de dicho malestar diario de reconocer que había roto con toda regla que se le había jurado prometer en sus labores. Asumía que cada paso que había dado desde ese baile estaba mal puesto, y se angustiaba tan solo por el hecho de haber llevado las cosas tan mal.
Pero estaba de regreso, con la mirada fija y las ideas claras, saber de ella era una de las manías que no dejaría de perder. Con su dirección en las manos, con su paradero listo, la dejaría libre, la dejaría huir de allí y así él, podría regresar a la cotidianidad de sus días. Trabajo, y otro tipo de búsquedas que no venían al caso recordar ahora.

Era preciso ultrajar con frecuencia a la naturaleza para reconquistarla, y allí estaba, retando al destino como una de las tantas veces antes hechas. Seguía con la mirada clavada en los baches ajenos. Quebrados, vacíos. No cedió, ni por un minuto más. La mirada fija, sin desviaciones ni movimientos. La tenía frente a él, despierta, atenta, consiente. Así la había deseado en esas semanas donde estuvo prácticamente como un vegetal sin señales de querer vivir. Pero algo estaba cambiando y lo notaba cuando entre aquellos carnosos labios una línea se marcaba sin siquiera la intención de provocarlo, cuando la esencia misma de la hechicera perdía luz y se ahogaba entre las ideas normativas que tiene un inquisidor frente a humanos; simples y para nada peligrosos ¿Se había convertido acaso ella en un número más de las atrocidades del condenado? “Responde” pensó, deseando en ocasiones que fuesen hasta barbaridades hacia su persona, o mentiras aglutinadas por ideas que comenzaba a crear. A decir verdad, le daba exactamente igual lo que diría, tan solo quería sentir el timbre de su voz en aquella habitación.

Recordó en los segundos que vinieron las atrocidades hechas en ese mismo sitio. Jamás deseo olvidarlas, reconocía que fue en sus mejores épocas, cuando la rabia de ser convertido no estaba aún asumida y la posibilidad de dar muerte a quienes desgraciaban vidas humanas era el mayor regocijo para calmar su sed de venganza. No mitigaba en detalles, muchas veces el baño de sangre era tal que parte de sus botas se hundían en la humedad. Y aquello lo traía fascinado.
Todo recuerdo, toda forma infinita de recordar aquel momento lo revivió bajo el reflejo de su rostro en los ojos de la mujer. Calcinando por dentro el deseo de saber que era lo que ahora ahogaba su cabeza.

No deseaba usar sus técnicas de interrogatorio con ella, no quería una vez lastimarla para ser él, quien se hiciese cargo de un cuerpo desvalido. Aquellas semanas ya habían pasado, ahora solo buscaba saber dónde se encontraba la vampiresa, para tener razones de alejarse de la fémina y no volver a saber de ella en lo que le quedaba de existencia… o en lo corto y rápido que pasaban los años en la vida de una hechicera que posiblemente moriría a una edad no tan longeva. Estaba bajo el cuidado sigiloso de los inquisidores, y para que mentir… no era cuidado, era bajo una mirada acusadora, estaba tachada en todos los libros, o al menos lo estaría, como alguien que encubrió a una asesina en serie. Él tan solo prolongaba una muerte que no pudo llevar a cabo con sus manos, pero no correería con la misma suerte en otras circunstancias.

Comenzó tronar sus dedos de formas alternadas. Perdía la cabeza muy rápido, asumiendo que no era buena señal, ni para ella, ni para él. Estuvo a segundos de abrir la boca cuando sus palabras ahogaron con todo el silencio de aquellas paredes. El inquisidor sonrió, al parecer ambos pensaban en lo mismo. Aquel sitio. Se negó a responder de inmediato, en respuesta a sus preguntas, tan solo se inclinó mucho más a ella. La distancia que se marcaba era abismal. Su diminuta anatomía se hallaba a un extremo del colchón, retraída en una esquina, mientras él se dejaba estar frente a la posadera de aquel objeto. Llevó la parte superior de su cuerpo hacía adelante, sus codos descansaron sobre sus propias rodillas entre tanto sus manos se dejaban colgar entre sus piernas. Postura relajada, parecía ser una conversación de amigos, una charla amena. Historias nada más.

De no haber tomado esa nueva pose, no habría visto una pequeña lágrima recorrer el borde de su mejilla. Lograba entender la razón de aquella pequeña marca de fragilidad, pero optó por no darle demasiada importancia. El condenado tan solo observó en silencio, opto por omitir comentarios, al menos hasta ahora ¿No hablaría? Pues bien, era hora de tomar mayores medidas.
Se alzó de la silla dejando que esta se fuese de espalda contra el suelo, necesitaba acabar desde ya… pero.

Antes de iniciar nueva ronda de preguntas, se sorprendió ante sus palabras ¿No sabía nada de Daphne? ¿Podría ser cierto? — ¿Qué? — pregunta retórica, de hecho lo había escuchado perfectamente. Se abalanzó contra la cama, con la palma de su mano acunó el rostro de la fémina por completo, mientras sus dedos dejaban una ligera presión que la obligó a ver de frente a los ojos de vampiro. Esos ojos no mentían, y los propios aún menos. Toda esperanza se veía truncada con una sola frase.
La liberó, en lo que tardó diez a quince segundos para alzar su cuerpo de esa superficie y patear la silla donde antes se había sentado. El cuerpo del objeto se hizo mil pedazos contra la pared y los puños del muchacho se cerraban con fuerzas para evitar cometer más errores. En el fondo, no culpaba a la hechicera, y esa era la razón de su frustración, había perdido tiempo junto a parte de su cordura haciendo malabares innecesarios con quien no era el personaje correcto.

También les di opción de hablar… y no lo hicieron — Respondió a lo que había cuestionado mucho antes de la cruel sentencia que le daba. Cuando todos sus ideales, sus planes y decisiones se habían visto derrumbados — Les di una, tras otra, y otra oportunidad y no lo hicieron — Masculló, frunciendo su mandíbula, de frente a los pedazos de madera que ahora adornaba ese apestoso suelo — ¿Sabes lo que es despellejar a un hombre con tus propias manos? ¿Entiendes por un minuto lo que es asesinar noche tras noche? — Se volteó tan solo de medio costado, quedando su rostro de perfil expuesto a la joven y su frente mirando a la escalera que daba dirección al primer piso — Todos y cada uno de los cadáveres enterrados en este sitio merecían la muerte que les di… — De soslayó vio la figura de la mujer — No me arrepiento de aquello, y gustoso lo haría de nuevo… quizás eso es lo que me tiene la puta cabeza dada vuelta. Asesinar no debe ser para mí un acto de placer, debe ser un trabajo… y tú, junto a esa vampiresa han implantado en mí, el deseo de aniquilar por sobre las peticiones que se me dan — La yema de sus dedos dieron contra su propia sien — Espero no me estés mintiendo Melissa, y no equivocarme al creerte — Subió las escaleras, escalón por escalón hasta llegar al última, dónde cerró la puerta tras su espalda y se dejó desplomar allí.

Su espalda contra el madero que se cerraba y sus manos a cada costado de su cabeza. Tenía cosas que pensar, planes que llevar a cabo. ¿La dejaría libre? ¿Debería hacerlo? Luego de aquella confesión ¿Con que excusa la mantendría cerca? Puteó una y mil veces en su cabeza ¿Qué era lo que le molestaba? ¿Qué Daphne estuviera fuera de su alcance o tener que dejar ir a la hechicera?
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Mensaje por Melissa Landry Mar Feb 06, 2018 8:20 am

Es mucho más difícil matar a un fantasma que a una realidad.
Virginia Wolf






Siempre se había preguntado como la inquisición obtenía tantos nombres y tantos delatores. Ahora, viendo al inquisidor de frente, podía llegar a entender, hasta apreciar en su misma piel el efecto que aquella celda y la actitud del vampiro, podían llegar a ahondar en las pobres almas allí encadenadas. El miedo se saboreaba, aquel terciopelo amargo de su boca era sencillamente su naturaleza humana temiendo aquel inmortal. Le miró y aunque su cuerpo se encontrase caído, casi al punto de la rendición, sus ojos seguían desafiantes. Hasta con aquella lagrima silenciosa, sus ojos guerreaban por salir a la luz de un nuevo día. Con la mirada baja, esperó hasta que aquel silencio entre ambos hizo mella en su consciencia y habló, temiendo que aquello que sus labios dijesen, no coincidiera con lo que deseaba el vampiro escuchar de su boca.

Daphne no estaba, hacia años no la veía y desde entonces, se había entrenado para matar a su asesino. El mismo que ahora le tomaba de la barbilla y hacia cruzar sus miradas, buscando la verdad en sus ojos rasgados. Le miró, y viéndose reflejada en ellos, vio también su propia caída. Él no parecía ser su asesino, y por la forma en que estampó la silla contra la pared, estaba claro que desconocía aquella información. Si, podía entenderle. Ella igual que él, había perseguido a la sombra equivocada. Todo aquel entrenamiento, aquellos años los había perdido andando detrás de quien no debía de haber ido jamás. Aquella venganza tan latente en su corazón solo la había hecho caer en un reencuentro, que en sus premoniciones siempre se había dado lugar. Y que hasta ahora parecía haber olvidado. El condenado, desde la primera vez que la miró, estuvo presente en sus sueños y visiones.

Girando el rostro en dirección a la húmeda pared, en un intento de no mirar al vampiro, volvió a recogerse y mordiéndose la lengua, escuchó al vampiro hablar de sus víctimas. Todo lo que decía era cierto, más también era cierto que habían victimas en la inquisición que jamás debieron morir en sus manos. De cada cien culpable, diez eran víctimas inocentes. En aquel mundo gobernado para la religión, ni los mismos condenados estaban a salvo. ¿Qué les decía que cuando no hubiera sobrenaturales libres, estos no serían asesinados? Lo había visto en ocasiones como mataba y torturaba a sus víctimas. Ella en sus sueños había sido testigo de la sed del vampiro y ahora que se encontraba bajo los huesos de sus víctimas, podía oírlos gritar, una y otra vez en su mente.

¿Sabes lo que es despellejar a un hombre con tus propias manos? ¿Entiendes por un minuto lo que es asesinar noche tras noche?

Claro que lo sabía. De alguna forma ella había estado viéndolo estos días que llevaba allí encerrada, y si por si fuera poco, su entrenamiento como cazadora le había llevado a la muerte de no pocos sobrenaturales enfermos de sangre y asesinatos. Ahora, aquellas muertes aunque necesarias para salvar a otros, pesaban en su consciencia y era una carga, que no sabía hasta qué punto podría soportar. No ahora, en que todos sus planes, todo su plan se había roto a pedazos. Lo miró de reojo irse y respirando hondo, cuando este desapareció por las escaleras notó como algo en ella volvía a quebrarse, como cuando Fletcher atravesó su mente con aquel insoportable dolor que la había paralizado hasta caerse de rodillas. Daphne… Cada vez que pensaba en ella, se rompía. ¿Estaría muerta? ¿Dónde podría estar? Eran tantas las preguntas que reinaban su mente, que no sabía por dónde empezar. Suspiró y cerrando los ojos intentó conjurar sus ilusiones. No para él, sino más bien para ella, para recordarle y sentirla cerca, aunque solo fuese algo fugaz. Enseguida se concentró, todo su poder fluyó. Sintió el tirón de energía que estas ilusiones le robaban y aun así, siguió. Deseaba verla. Estaba segura de que algo se le habría tenido que pasar por alto, y la única forma de verlo era reviviendo sus últimos días con ella, en su compaña. Tensó la mandíbula y dejando la mente en blanco, se invocó a sí misma.

Al principio todo fue confuso, un repaso de la muerte de su madre, de la tristeza que había sentido en su interior. Y ahí estuvo ella, acobijándola contra su fría presencia mientras todo lo de su alrededor se oscurecía. La vampiresa se hizo tan nítida, que casi pareció real. Alzando la mano intentó tocarla, acabando por acariciar la nada. Con los ojos abiertos, vio aquella figura tan conocido por ella y antes de poder grabarse nuevamente su olor en su memoria, su ilusión mutó hasta volverse en una oscura noche en que sus premoniciones empezaron a enloquecerla. Todo su cuerpo estaba sudoroso, su respiración irregular en lo que se movía desesperada mientras todo en su mente se tornaba caótico. ¿Estaría enfermándose? Se preguntó. Habían habido casos de brujos que incapaces de controlar sus poderes, estos acababan absorbidos por ellos. Gimió dormida y cuando procuró despertar, unos gélidos labios se posaron en su frente, dándole un beso. Al momento, se calmó y aquella vorágine de visiones macabras disminuyó. Abrió los ojos y aún con la sensación de aquella gelitud en su piel, se descubrió sola. Aquella noche la buscó y no la encontró. Así por meses y meses. Todas las noches sufría de terribles visiones y estos, despertándola débil la instaban a buscar lo único que parecía controlarlas; su protectora. Los días, pasaron a meses y estos al final, se volvieron en un deseo de venganza. Venganza contra Fletcher, el único rostro conocido de sus visiones y el único que parecía tener deseos de asesinarla. Pronto, su visión se volcó en el entrenamiento largo y doloroso que había tenido que pasar para llegar a su plan maestro. Debía ser lo suficientemente poderosa y segura para poder resistir contra un inquisidor totalmente preparado. Primero, fue su entrenamiento con el acero. La puntería, su agilidad. Luego, fueron sus visiones. Había tenido que calcarlas de la realidad para proporcionar aquella exactitud que buscaba. La forma en la que había sentido las llamas quemar su piel. El intenso dolor, el olor de su propia carne siendo quemada. La bilis aún se le revolvía al pensar en aquello. No había sido fácil, había pasado muchos días en la cama, herida o mortificada por el dolor que se había auto infligido. Las burlas del cazador y su propio deseo de ser la mejor, mientras calculaba aquel encuentro, que por años estuvo tramando. El cazador debía ser cazado. El espía debía ser espiado y ella, sin ayuda de nadie, al final lo había conseguido. Fletcher Maciel había caído en su trampa y al final, ella también había caído con él.

Hasta ese punto, la hechicera dejó que las visiones fluyeran de ella hasta el condenado que esperaba pudiese verlo. Sin ninguna intención más que demostrarle la veracidad de sus palabras, tras la imagen de ellos dos bailando en el vals en el palacio Royal unas semanas atrás, intentó detener su magia. La ilusión decayó y tan pronto pasó, esta revivió con fuerza. Su cuerpo debilitado no podía usar la magia y usándola, se había sentenciado por error. Frunció el ceño y con esfuerzo procuró imponerse a su propio poder. Tensó la mandíbula y sintiendo como sus pocas fuerzas se desvanecían abrió los ojos, viéndose de lleno secuestrada por su propia magia. El bucle de su propio poder, demasiado fuerte para su cuerpo mortal, la encarceló. Tomó el control de su mente y sin poder hacer nada, esta explotó. Colisionó en su cabeza y su resistencia se evaporó. Atrapada poco pudo hacer más que intentar resistir mientras ante sus ojos sucedían nuevos recuerdos, nuevas premoniciones… y situaciones, que había olvidado; que le habían obligado a enterrar. Y con ella, el condenado también se encontró atrapado en la vorágine que los engulló.

Todo inició nuevamente con la ilusión de una pequeña infante castaña. Mellisa, de pequeña siempre había sido inquieta y aquella noche, no fue distinto. Asustada tras unas de sus últimas premoniciones, acudía lo más rápido que podía hacia la habitación de sus padres. Solo oía sus pasos y su corazón acelerado mientras sin saber por qué lloraba desconsolada. Al llegar ante la puerta que daba acceso a su habitación, la abrió e inquieta, con una visión borrosa por las lágrimas los vio despiertos yendo a ella asustados. En brazos de su madre, de pronto se oyeron unas fuertes voces y unos golpes que de golpe la acallaron. “Están aquí” susurró ella avisándoles tarde de la presencia de aquellos demonios. ¿Qué desean? Preguntó su madre. La niña miró a su padre y este, compartiendo la magia de las venas de la pequeña asintió silencioso. Él también lo había visto. “A mí, “le contestó la pequeña aterrorizada. Los había visto, a cada uno y conocía las intenciones de aquel grupo. Tras matar a sus padres, se la llevarían para experimentar con ella. La infante, que aún no conocía el significado de aquello, solo sabía que tras las agujas que había visto, en los experimentos, no le esperaba ninguna risa ni ninguna palabra de aliento, sino todo lo contrario, dolor. La inquisición requería de pequeños brujos en su búsqueda de nuevas armas que terminasen con ellos. No la escogieron por casualidad, sino porque la rama genealógica del lado paterno, era lo suficientemente poderosa y antigua, para ser buscados desde hacía milenios por sus soldados y espías. Melissa era la última descendiente y la necesitaban. Las voces siguieron y junto el crepitar de las llamas, tras que esos demonios incendiasen la casa, la familia huyó cayendo de lleno en la trampa. Eran seis contra su padre. Mientras ella protegía a su madre en la débil barrera que a su edad había aprendido a mantener a su alrededor, su padre diestro en la lucha y en las ilusiones, luchaba contra los inquisidores a sangre y fuego. A la pequeña se le detuvo el corazón cuando vio su padre siendo atravesado por un cuchillo. El brujo cayó de rodillas y junto las risas de aquellos que ahora se burlaban de él, ella gritó. El cielo estalló en relámpagos y los soldados, de pronto sombríos, fueron a la vez cercenados por los relámpagos que para proteger a su familia, su padre llamó para salvarlas. Con el olor a carne quemada llenando el ambiente, la pequeña llamó a su padre repetidas veces. Este le sonrío y antes de poder pronunciar palabra alguna, se desplomó junto a las cenizas que antes habían sido sus atacantes. Melissa que no entendía que su padre hubiese muerto, se rebeló contra los brazos de su madre que la mantenían sujeta contra su pecho. La golpeó con sus pequeñas manitas hasta que otros brazos, unos gélidos y fríos la tomaron y detuvieron. La niña miró hacia arriba. Daphne, estaba allí. “Duérmete Mel y olvida esto pequeña”. La niña cerró los ojos y Daphne consolando a su madre, se aseguró de que la pequeña no recordase ese incidente. Hasta ahora.

Con las manos en su cabeza y completamente doblada contra el suelo, el rostro de la hechicera se contrajo en una mezcla de miedo y dolor. Sus poderes se estaban descontrolando, y a marchas forzadas su corazón no aguantaría tanta adrenalina. Gritó con fuerza intentando sacar de su mente los recuerdos e ilusiones que empezaron a rondar su cabeza cada vez más rápido. Ella y Daphne, los últimos momentos con su madre… De pronto, volvía a bailar un vals con Fletcher sintiéndose irremediablemente atraída por su oscura mirada, como que tan pronto regresaba a la muerte de su padre. Su hogar reducido a cenizas y ella en brazos de Daphne. —Fletcher, por favor. Detén esto, —rogó.  De nuevo se encontraba en el suelo suplicándole que detuviese su ataque mental y seguidamente, le besaba. Aquel que  había deseado que fuera su último beso; aquel debería haber sido el último. Luego, mientras disfrutaba de la sensación de ambos labios acariciándose, a su cabeza acudieron todos los sueños que tuvo con el condenado. Él desgarrando el cuerpo de un vampiro. Fletcher saliendo de una Iglesia junto otros condenados preparándose para asistir a su nueva misión. Su rostro salpicado de sangre… Él de pronto en un sofá sobre ella, solos.  Cuerpo con cuerpo; desnudos, sudorosos y él recorriendo su cuello con los labios. Una súplica de ella, y la suave risa de él acariciándole la piel. Jugueteando, amándose. — ¡BASTA!— Gritó totalmente mortificada y avergonzada rompiendo las ilusiones vagamente justo cuando arqueando el cuello, dejando vulnerable aquella curva tentativa, él le mostraba sus afilados colmillos y lentamente, como a cámara lenta, penetraba su dulce piel.
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Mensaje por Fletcher J. Maciel Sáb Feb 17, 2018 9:46 am

Mi pasión del porvenir
es la eternidad.







Ella fue la que, afinando los hilos de sus poderes capturo ésta vez al condenado que estaba decidido a terminar con la perturbadora escena que cometían entre ambos. No le quedaba nada más que hacer, ayudarla a escapar sería el siguiente paso que desgraciadamente se vio truncado ante las imágenes que se apoderaban de la mente agotada del sobrenatural. Fácilmente una tras otra escena, entre bárbaros encuentros y macabros entrenamientos comenzó a entender de lo que se trataba. No era su propósito pensar en ella, ni en la ferocidad de su entrenamiento. Al contrario, tan solo deseaba sacarla de su cabeza de una vez por todas. Pero se le hizo imposible, pues frente a semejante insistencia de las películas rodando, se cargó contra una pared cercana, tan solo siendo observador de todo lo perpetuo.

La primera vez que se habían encontrado, era la misma fémina de ahora, tan solo que un poco más benefactora por la protección que requería en ese entonces su madre, pudo haber hecho de ella la más miserable estampa, pero no lo hizo. Y ella lo había captado, ella sabía que de querer haberla matado, lo habría hecho en aquel primer encuentro. Prontamente frente a su mente se dibujaron nuevas situaciones, escenarios que desconocía de la humana. Estaba entrenando, se agotaba a diario para establecer obligatoriamente en ella la constancia, la admiración y la perseverancia, se preparaba para algo, una situación que la tenía al borde de sus extremos, aislada de la sociedad solo frente a una figura masculina que exigía cada vez más esfuerzo por su parte ¿Qué intentaba hacer? Se preguntó, cuando se observó a si mismo entre las tinieblas en medio de un pasaje que ya reconocía. Una de sus tantas cacerías ¿Ella lo había seguido? ¿Cómo era posible? Frunció el ceño, no sería participe de estos recuerdos, además, no tenía por qué creer en simples ilusiones de una malherida mujer. Ese recuerdo se camufló bajo varios otros, dónde nuevamente se veía reflejado en la mirada de una multitud enternecida por un beso tras terminar el baile. Su sufrimiento posterior y la pelea que desemboco en un beso que daría nueva vida a la fémina. Todas imágenes que reconocía, que había vivido, que era consciente de que habían sido ciertas, pero anterior a las mismas y por sobre pasada las actuales, en ni una de ellas se observó a la vampiresa de ojos asechadores. Era cierto. Melissa no mentía al expresar con suma veracidad que no había tenido contacto con aquella vampiresa, o al menos, desde su último encuentro. Anterior a aquello no divagó, pues tan solo veía lo que se le era permitido.

Poco a poco las ideas se difuminaron y la mirada del condenado tomaba luz ante la realidad de aquel cuarto. Al menos duró unos segundos, preciados y apacibles donde se craneaba que hacer luego de aquello ¿Seguía con la idea de dejarla escapar? ¿O quizás su presencia le sería útil para atraer a la sobrenatural? Esa idea era menos cuerda, al parecer ésta había sido abandonada por quien creía ser su protectora.

Un paso, marcó tan solo un paso sobre los maderos anticuados cuando mil escenas más lo llevaron a tropezar contra el suelo. Sus rodillas dieron contra el piso, con un estruendo ensordecedor llevando también a sus manos a sujetarse del suelo para marcar al menos así una pose más cómoda. No podía controlar lo que pensaba, lo que creía, no lograba siquiera concretar ideas para salir de aquel encuentro tan potente ¿Qué ocurría? Frunció sus labios, presionó los dientes y observó dentro de su propia mente a la pequeña Melissa de hace muchos años atrás. La inquisición, pensó, al ver al hombre que la protegía ante el manto de una familia constituida. Lo reconocía, su rostro era bastante difícil de olvidar y aquella cacería parecía ser de la cual tanto habían hablado, pero a la que no acudió tiempo atrás. Por un periodo bastante largo se daban a la idea de que capturando sobrenaturales podrían contar con mucha más fuerza y prestancia de la que ya poseían, muchos eran detractores, pero los mayores comúnmente hacían respetar sus reglas a pesar de que estas fuesen completamente erróneas. Así es como daban caza innecesaria de Lycans, hechiceros y vampiros, entre otros seres que podrán ser útiles. El castaño nunca apoyó dicho funcionamiento, aunque dudo en algún momento de que su pensamiento era erróneo, se mantuvo en negativa simplemente por no perder más el tiempo de su caza personal, aquella mujer que lo había convertido. Melissa era aquella pequeña que la inquisición buscaba hasta por debajo de la tierra, al igual que a su padre, gran hechicero que solo llamaba la atención de los religiosos por el prolijo arte que manejaba entre sus manos. Recordaba a la perfección aquellos días, dónde se peleaban entre lo moral y lo permitido, dónde Fletcher, siempre desde su guardia, se mantenía al tanto pero no dentro de la organización. Como siempre y firme ante sus creencias, consideró que se trataba de un capricho de los altos mandos hacer sufrir de forma innecesaria a una muchacha que nada sabía de la vida. Se había desligado de la responsabilidad que cargaba en ese entonces sus colegas, y había olvidado el tema más pronto de lo debido. Pues dentro de los recuerdos ajenos, observó cómo cada uno de sus compañeros perdían la vida en medio de una batalla que daban por ganada. Abrió los ojos de par en par, con la mirada ardiente pegada en la madera, estaba allí, era Daphne, por eso la buscaban, por ese encuentro era eje principal de mil cacerías más estrechas hasta llegar a las manos de quien como observador de primera fuente, entendía por fin la lógica de aquella búsqueda. Desde sus ideales no dejó que la culpabilidad de Daphne fuese menos por ese encuentro, pero si comenzó a asumir que aquellas muertes no le pertenecían.

Se negó a seguir con las imágenes en su cabeza, pero todo era tan real que lograba sentir hasta los roces que implantaban luego en su memoria. La presencia de Daphne desde la infantil mirada de la pequeña hasta el olvido que le provoco. Todo calzaba a la perfección frente a la mirada del condenado, al parecer, y tan solo al parecer, ésta fémina de antaño había ganado parte primordial de aquella familia no tan solo como sostenedora de una vida, sino también como cuidadora de ésta. Insistía, testarudo y sesgado, en que nada de aquellos buenos tratos cambiarían sus mandatos, el hecho de asesinarla seguía latente, pero las razones poco a poco comenzaban a esclarecerse.

Sus manos intentaban cerrarse en puños contra la madera, dejando que sus dedos marcaran esta superficie casi desgarrando la primera capa de madera entre aquellos arañazos, ya era suficiente, entendía que mientras más real se hiciese una visión, mucho más invasiva se convertía. Se esforzó, se colocó de pie y arrastrando pesadamente sus botas contra el piso se congeló en un hielo que desconocía hasta ese entonces.
Estaban ahí, ambos cuerpos desnudos en un roce perfectamente coordinado, el ritmo que marcaban el corazón de la fémina era la acústica perfecta para el encuentro. Una unión impensable en ese momento, pero un acto que no podía dejar pasar. Sus manos la recorrían a paciencia complaciente, sus labios, aquellos candentes pétalos se perdían en un ahogado beso que necesitaba mucho más, diferente a los antes propinados, éste encuentro era lento, consentido, con deseos de una cercanía demasiado más amena y duradera. Olvidó en ese instante como los hechos anteriores lo traían con la cabeza en la tierra, éste imagen lo dejó perplejo pero a la vez deseoso, inquieto, un poco confundido. Disfrutaba tanto la compañía de la fémina, que deseó por un instante que ese recuerdo se hiciese eterno. Nuevamente regresaba a una sonrisa, una que se difuminaba con la lluvia de lavar ardiente, con la muerte de su padre y los gritos ensordecedores de ella luchando. Una imagen nada más, un recuerdo, una visión, un desvarío. Estaba tomando poder en su cabeza y por consiguiente, asumía que se apoderaba de ella también, pues uno de sus gritos lo sacó ligeramente del trance para caer a la realidad. Fría, nocturna y taciturna realidad.

Caminó, sin saber dónde pisaba, sólo se llevaba por instintos, regresando a las escenas dónde ambos se perdían en la complicidad, su cuello, aquella extensión de piel tentadora que lo invitaba sin contradicciones a ser presente, a que sus colmillos fuesen penetrantes y se hundieran en ella ¿Qué? Pensó, en medio del deseo de querer beber de su sangre. Se negó, gruñó, no lo haría, pensó en no hacerlo, más la imagen no era suya y las decisiones se manejaban solas. La mordió, sintiendo como la vida se perdía en aquella succión, observando como su color se opacaba y aquel vigoroso corazón dejaba de latir. Parpadeó, su voz lo trajo a una realidad alternativa, estaba bajando las escaleras y entre borrosas manchas la diviso en medio de aquel colchón, sudorosa, sufriendo, gritando, ahogada en un par de desconsuelo del cual él era presente pero no en la misma mediad de gravedad. Cerró nuevamente los ojos y la vio viva, resplandeciente y consciente, con las marcas de sus dientes en el cuello. Estaba viva, pero su corazón ya no latía — No, no, no… basta Melissa — Gruñó, en un rugido que se camuflo en el dolor indescriptible que llevó a la anatomía de la fémina.

Repetía una vez más aquella hazaña, el resentimiento de las imágenes incremento el deseo de hacerla perder la conciencia, necesitaba que dejase de pensar en algo más que no fuese su dolor, y ¡Demonios como le dolía verla sufrir por partida doble! Observaba como luchaba consigo misma y con el aumento de ardor dentro de su ser. El odio comenzaba a incrementarse desde su estómago hasta sus extremidades, un hilo de calor ardiente la comenzaría a recorrer hasta inhabilitar sus movimientos. El daño seguía su curso, ya dejaba de ser tan solo un malestar menor, esta vez era la agonía de estar incapacitada.
Se adelantó a su costado, no lograba ver su imagen entre las presencia de otras ideas en su cabeza, mismas que poco a poco dejaban de ser tan latentes. Funcionaba, lamentablemente la única medida en la que logró pensar el condenado estaba funcionando. Mientras más dolencias y sufrimientos le causara, menos daño se provocaba ella misma. No lo pensó más de un fragmento de segundos y la acuno entre sus brazos, prisionera de aquel agarre que la protegía entre su pecho. Se recostó junto a ella, abriendo los ojos para buscar aquellos baches lastimeros. No lograba entender la resistencia que tenía, pero valoraba en ese momento lo testaruda que podría llegar a ser — ¡Carajo Melissa, ya basta! — Murmuró, presionando mucho más aquel agarre, intensificando a mas no poder la tortura para que por fin se dejase descansar, aunque sea por agotamiento.


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Mensaje por Melissa Landry Mar Feb 20, 2018 1:50 pm

Hay tormentas que son incontrolables.
Anónimo






En los años pasados alguna vez se le habían descontrolado los poderes, sin embargo, no hasta este punto de quiebre en que la hechicera se encontraba completamente maniatada mentalmente y atrozmente, por si misma. Estaba completamente inmersa en un delirio. En visiones de un pasado que le habian hecho olvidar y en unas premoniciones, que nunca antes habian pasado ante su cabeza. Podría parecer paradojico la forma en que tanto el condenado como ella se encontraban encadenados en el mismo bucle. Las ilusiones los mantenian, encadenados a ellas y ni uno, ni el otro parecían poder salir de aquel descontrolado torrente de emociones que corría por sus cuerpos, confundiendolos, excitandolos y enloqueciendolos a partes iguales.

Todavía en la mente de la hechicera ambos se encontraban a orcajadas el uno del otro. Podia sentir las caricias gelidas y suaves del vampiro en su calida piel. La forma en la que su interior lo arropaba a cada movimiento lento del cuerpo masculino impulsandose sobre ella. Sus suaves gemidos que escapaban de sus labios contra los labios ajenos cuando este rozaba su centro tembloroso. Sus manos le recorrian la espalda mientras sus ojos se vangloriaban con la imagen de él haciendola suya. Solo suya. Ahora, aquellos ojos oscuros no la miraban de la misma forma, estos tenían un brillo al mirarla y contemplarla. Se sentía marcada, y poderosa ante él. Ella tenía la decisión en sus manos de seguir o detenerse, más aún así, por ella jamás se detendrían. Jadeó con su nombre en sus labios cuando empezó a moverse más duro e intenso. Arqueando sus caderas, abriendole al maximo sus piernas, ahogó cada uno de sus gemidos en aquella pecadora boca que el inquisidor poseia. Su calor corporal excedio su temperatura normal y el condenado, extasiado por la calidez que lo acobijaba separandose de su boca, empezó a lamer la piel femenina en un rastro de calientes besos. Completamente seducida por la cadencia de sus cuerpos moviendose al unisono, invitó al vampiro a alimentarse de ella con total confianza. Pareciendo que aquella intimidad como lo era el compartir la sangre con él, lo hubiesen hecho más de una vez, este le sonrío y contemplando de cerca la hechicera aquellos colmillos que pronto la saborarían, como su miembro probaba la cremosidad de su bajo vientre; muy lentamente la mordió apretandola contra su cuerpo aún mas.

La hechicera sintió como su cuello era perforado en carne propia. Llevandose una mano a su cuello, mientras en su mente su rostro era de un innegable placer y extasis, en la realidad gritó totalmente confundida y dolorida por lo que su poder le arrebataba. A cada visión se le iba su vida y a pesar de querer seguir viendose en aquellos brazos que por ahora nunca se habian acercado tanto a ella como en su premonición, le llamó intentando romper las ilusiones en vano. Oyó a alguien bajar las escaleras con dificultad y agradeciendo que este la hubiese escuchado, pronto volvió a estar sumergida en aquellas premoniciones que parecían no detenerse. No darles descanso.

Nuevamente volvía a encontrarse bajo el cuerpo del vampiro. Atada al cuerpo de él, su corazón empezó a relantizarse. Se moría... y sin dejar de beber de ella, sintió como las fuerzas la abandonaban en sus brazos. Seguidamente se volvió a ver nuevamente consciente. Más hermosa que nunca besaba a Fletcher y asomandose entre las bocas dos pares de colmillos, el corazon de Melissa tartamudeó unos segundos al tiempo que un dolor atroz iniciaba en sus extremidades hasta su cabeza. Tensó la mandibula y en lo que se sintió morir, en lo que aquel tormentoso dolor intentaba dejarla incapacitada la hechicera intentó ver más allá, luchando contra su propia alma y el dolor con que el vampiro la atacaba con fuerza. Gritó fuerte, el dolor era tal que antes que él la acunase entre sus brazos, sujetandola allí fuertemente contra él, como si él fuese su salvación, sintió que su cuerpo se partía en dos. Oyó la suplica de él y forzandose a abrir los ojos y mirarle, mientras sus brazos se aferraban a él, unas ultimas premoniciones y visiones los transportaron a una casa en ruinas. El humo y las cenizas que rodeaban por doquier aquel desolador paisaje, daba la ligera idea de que habia habido un fuego. Se oyó un grito herido, moribundo rompiendo la noche. Enseguida, alguien empezó a apartar ruinas de un cuerpo maltrecho. Allí, encontró un cuerpo femenino. Parecía estar viva, aunque el estado de su cuerpo no podría ser mucho peor. Esta abrió los ojos e intentando sonreir al verle, unos brazos con sumo cuidado la sacaron de allí y la llevaron contra su cuerpo, en un abrazo protector. Los labios de ella se abrieron y musitaron algo que no llegaron a oír, pero que hizo que él la besara con tristeza. La luz de la luna, alumbró las figuras y una atonita Melissa observó como aquellas figuras borrosas parecían ser ellos. ¿Sería aquella su muerte? Pensó sin entender aquellas ultimas visiones que dejaron un mal sabor en su boca antes de que el dolor explosionase con fuerza contra su cabeza nuevamente.

Con aquella imagen en la mente, el dolor se hizo tan fuerte que la regresó unos instantes a la realidad donde los ojos de Fletcher enmedio la neblina la miraban. Su cuerpo entre sus brazos temblaba y con los ojos en lagrimas, se escondio en el pecho ajeno rehuyendole. No deseaba que la viera sufrir. Acalló su grito contra su pecho en las ultimas olas de aquel candente dolor y viendo como aquel desolador paisaje empezaba a diluirse en su mente, una nueva imagen de un inquisidor yendo directamente hacia ellos les ocupó completamente sus sentidos. Sintió el inminente peligro y con los brazos ajenos aferrandola mas fuerte hacia su pecho, sus ultimos esfuerzos en sacarla de alli tuvieron exito en cuanto su cuerpo sin fuerzas, empezó a quedar laxo en sus brazos.

-Por favor... - susurró a trompicones contra su pecho sin aliento para hablar unos pocos minutos despúes de aquella ultima visión. Su cuerpo era un amasijo de temblores, estaba a punto de quedar inconsciente. -Deteneos... basta, por favor- le rogó sin poder aguantar más aquel dolor que aunque la devolvía a la cordura era tan dañino que se sentía morir una y otra vez. En cuanto el dolor lentamente empezó a descender, jadeó y luchando por mantenerse consciente, miró con gratitud al vampiro. A pesar del dolor la habia salvado y ella, era consciente de ello. - Alguien se acerca y te busca a ti. -susurró alzando una de sus manos hacia la mejilla masculina. Seguramente él no entendía que lo que habian visto eran premoniciones del futuro proximo y lejano que les deparaba. Quizas tampoco debía saberlo. No obstante, ella era consciente de que aquella visita solo podía significar que él marcharía, lo cúal ella no deseaba. No ahora que había descubierto tanto y que extrañamente, aún infringiendole dolor a su mente, en sus brazos se sentía en casa. Le sonrío y acariciandole el rostro, con suma delicadeza, repasó el contorno del vampiro con sus dedos hasta posarse en sus labios. Lo miró y sintiendo el deseo rasgando sus ojos en cuanto volvio a verle fijamente a sus orbes oscuros, muy lentamente las fuerzas la abandonaron. No había marcha atrás, su terquedad de verle un poco más no pudo imponerse esta vez. Su mente necesitaba descansar y no había nada que esta pudiera hacer para remediarlo. Él debía partir y ella, debía mantenerse a salvo hasta que él regresara a ella.
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Mensaje por Fletcher J. Maciel Jue Feb 22, 2018 10:50 pm

Un sorbo de distracción
buscando descifrarnos.






Un desorden mental, caos y alboroto, era lo único que recorría cada hebra de su anatomía al verse inmerso en una situación de tal magnitud. Jamás en su vida inmortal y mucho menos en su corto pasar humano, se había dado el la opulencia de presenciar algo como aquello.

El adiestramiento conductista que llevaba metido en su inconsciente por la inquisición, jamás se detuvo por demasiado tiempo en hechiceros, mucho menos en su autodestrucción. Porque por donde se viera la escena, aquella fémina se destruía desde adentro hacia afuera, y conjunto a ello, lo arrastraba por un mar de imágenes que no lograba comprender ¿Jugaba? ¿Eran ilusiones? ¿Ideas? ¿Sus deseos? ¿O quizás los propios? Un planeta con lugares desconocidos, un rompecabezas con piezas perdidas. No sabía qué hacer, que creer o cómo actuar. Las fotografías en su mente hacían una película perfecta, si cortes, sin intromisiones, eran ambos. Estaban los dos en un mar de lujuria, de deseo, de sentimientos, ahogados por completo en la necesidad que expresaba el uno por el otro sin la complicación primaria de no hacer lo correcto. El condenado cerró los ojos, la presionaba a sí mismo como si ella fuese una parte vital de su existencia, jamás había deseado tanto dolor a un cuerpo ajeno como lo hacía hasta ahora, impresionado por la capacidad física que tenía de aguantar y seguir proyectando a su memoria ideas alternas a la realidad.

Se perdió por unos minutos en el juego mental que cargaban. La veía allí, hermosa, como jamás antes la había detallado, su tersa piel tan fría como la propia, gélidos labios que se perdían entre los del condenado y una resistencia física mucho más alta que la que favorecía hasta ahora. No entendía, pero la necesidad de sentirla suya era tan alta como el entendimiento de que no corría peligro de hacerle daño. No era frágil, o así lo veía, no tenía razón ni lógica de ser, pero aquella mujer que se perdía entre sus brazos era la magnificación de la perfección. Le pertenecía, tanto ella a él, como él a ella, y por fuera de causarle controversia, se sentía completo de una manera que no había experimentado antes. La unión de sus cuerpos era el roce preciso para explotar sus necesidades, la correspondencia absoluta de caricias, de libidinosos deseos, las voluptuosidades que compartían, comprendían y llevaban a cabo tan solo se permitía en una pareja que sabía atravesaría la eternidad juntos. Besó de nueva cuenta sus labios, como si supiese que ese recuerdo se perdería, embistió una vez su anatomía, entendiendo que aquel placer lo embriagaría por completo, acaricio por última vez cada extensión de su piel, asumiendo que quizás pasaría un largo trecho antes de sentirla nuevamente, y así, en la inconsistencia de sentido, escuchó su voz rogando por detener el dolor.

Las imágenes se habían perdido, el silencio había recobrado aquellas paredes y los temblores de la fémina ahora eran el único acto real al que lograba poner atención. Se vio allí, excitado, desconcentrado, sujetando aún su cuerpo entre aquellos corpulentos brazos que no tenían intención de dejarla libre. Frunció sus labios, sentía la necesidad de llevar a cabo esos recuerdos, esas incongruencias, pero no, no era el momento, no era el lugar y no sabía entender si algún día la podría ver como en aquellos sueños.  Supuso que todo había llegado a su fin, que el compilado de escenas, de recuerdos, de fracciones de momentos imposibles se acababan, así como también asumió que debía ir bajando la carga de dolor que provocaba sobre aquella efigie.
Observó sus orbes, agotados, exhaustos, como nunca antes los había detallado más de cerca. Surgió en él la necesidad de protegerla, pues a pesar de estar alterado por la situación, se descubrió a sí mismo con la entereza de que jamás la dejaría pasar por un daño tan devastador como del que estaba siendo sometida. Sumergido en lo no verbal que resaltaba a la vista, le hizo desafío a esa mirada. Estaba, paradójicamente más tranquila, los temblores rápidamente comenzaron a cesar, pero como en un inicio fue su intención, también noto que la vitalidad comenzaba a irse de entre sus manos en un mareo que prontamente se la llevaría en un nuevo estado de inconciencia. Fue su plan desde un principio, aunque ahora estuviese anhelando lo contrario.

Alguien se acerca, y os está buscando”  No entendió aquella frase, hasta que el reconocido olor de uno de sus colegas comenzó a atravesar los terrenos vacíos para dar con él ¿Qué demonios estaba haciendo? Bajó la mirada a la hechicera, ya había caído ante el cansancio. Suspiró sin la necesidad de exhalar aire de su cuerpo, pero en medio de aquel acto, sus brazos la soltaron junto con el ruido de una cadena para dejar libre al menos una de sus manos. Dudó en dejarla libre, debido a los aconteceres previos, se negó ante la idea de perderla sin al menos, dejar en claro todo lo que había visto en su cabeza. La dejó allí, recostada sobre aquel colchón con el balde de agua a un costado. Pretendía volver, regresar de inmediato, pero no conocía el orden de las cosas.
Rápidamente se quitó la camisa y la dejó caer por las escaleras mientras iba en ascenso, cruzó la puerta de entrada y dando un gran portazo, si mirada fulminó a quien se acercaba a su costado imprudentemente.

Te he dicho que no necesito palomas mensajeras — Sentenció, casi en un gruñido sin detener sus pasos alejándose cada vez más de aquel sitio.
¿Con quién estabas? ¿De qué es ese aroma? ¿Dejaste a alguien vivo allí? — El inquisidor cuestionaba mientras seguía los pasos de Fletcher.

Se detuvo en seco, llevó la extensión de su brazo hasta empuñar su mano derecha en la camisa de aquel curioso condenado para alzar una de sus cejas y acercarlo a su rostro casi sin dejar centímetro de distancia — ¿He dejado alguna vez a alguien vivo? Mírame… el idiota rasgó mi camisa, destrozó el lugar, lo único que queda allí — Señaló con su mano libre, sin siquiera una pisca de duda — Es un cadáver que comenzara a descomponerse para alimentar a los animales ¿Deseas ir a comprobar? Pues ve… pero creo que las razones para seguirme son mucho más interesantes ¿O a que vienes? — Sentenció, soltando  aquel corpulento cuerpo para perderse en el bosque con los pasos arraigados de quien había creído en su mentira.

Los clérigos me han pedido tu presencia, necesitan que estemos a media noche en el sur, es aquel vampiro… es el premio gordo Maciel ¿No te entusiasma?

Había deseado por meses la caza de aquel personaje, sintió el ardor en su garganta y el entusiasmo en la palma de sus manos. Debía ir, aunque desconocía el tiempo que necesitarían para su encuentro ¿Horas? ¿Días? ¿Y ella? Tensó las facciones de su rostro. Si se negaba claramente descubrirían su secreto, si decidía ir… ella al menos podría estar a salvo. Aceptó la caza sin mucha resolución, se embarcó en la pelea, con la mente repleta de las imágenes que aún no abandonaban su consiente. Esperaba verla al regresar.
Fletcher J. Maciel
Fletcher J. Maciel
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Mensaje por Melissa Landry Dom Mar 04, 2018 3:18 pm


El dolor no siempre es permanente,
más cuando él aparece
ya no existe ningún dolor que él
no pueda hacer desaparecer.

Manuel vicent






Sacudió la cabeza para intentar aclarar sus pensamientos y cerrando los ojos, se apoyó contra aquella pared grisácea que componía su cárcel. Desde que había caído inconsciente en los brazos masculinos, había despertado sola cada una de las veces en que la consciencia la había reclamado a abrir los ojos, con un considerable dolor de cabeza producto del dolor mental al que había sido expuesta de forma atroz. Un inquisidor, ¿Quién podría haberlo previsto? ¿Quién podría haberle dicho que el único que podría llegar a matarla, sería el mismo que le otorgaría la vida? Al final parecería tener razón cuando en el encuentro fortuito del Palacio Royal, ella le dijo que todo había sido su culpa, que su existencia había sido sentenciada desde el primer día en que sus miradas se cruzaron y él tropezó en su camino. Solo que ahora, el significado de aquellas palabras cambiaban considerablemente el juego. Ahora no se trataba de todos los problemas que habían sumido a la hechicera en aquella búsqueda incesante de venganza y de los cuales, culpaba al condenado. No, ahora se trataba de que todo por lo que había pasado concluía en forma de camino hacia el vampiro; su destino. Todo en su vida de alguna forma, lo habría llevado a él y tras estudiar concienzudamente las premoniciones y las imágenes constantes que no se alejaban de su cabeza, era un hecho que todo en su vida la había traído hasta ese lugar y momento. El destino tenía cierta predilección con jugar con las personas, para tener establecido el final de casa uno, sin embargo, aunque a veces las decisiones de última hora decantaban su suerte hacia un lado u otro y burlaban sus premoniciones, normalmente las nornas se salían con la suya.

Era extraño como esos tres días en que permaneció nuevamente a solas encerrada en aquel lugar, hicieron mella en ella. El hambre tras un mes sin comer nada, ya se trataba de supervivencia. Había intentado matar una rata que había por aquel calabozo, pero había sido imposible; la mano aún atada a la pared, le había detenido dejando escapar el pequeño animal. Furiosa y cansada, se cayó al suelo y empezó a sentirse frustrada. Deseaba ver a Fletcher merodeando por su alrededor. Extrañó hasta el tono filoso de su voz. La espera se hacía eterna entre unas cosas y otras. No sabía cuánto volvería, sus premoniciones parecían haberse estancado en las imágenes de ambos deseosos y desnudos, y ya nada le decía de en cuantos días podrían volver a reunirse. Respirando hondo, intentando controlarse y relajarse, la única forma en que pasaba las horas era volviendo a revivir aquellas premoniciones en que salían los dos, en distintas formas y posturas. El desafío de sus ojos e inclusive, la forma en que a pesar de hacerla sufrir a consciencia, sus brazos se aferraban a ella como si fuese lo más preciado de su eterna vida. Totalmente confundida, cuánto más pensaba en él, por el día solía quedarse admirando desde los respiraderos como penetraba la luz solar, y por la noche, tras llenar su barriga cuanto podía con agua en un burdo intento de disimular el hambre que la consumía, intentaba dormir pensando en que él estaba cerca de ella controlando sus pesadillas. O por lo menos, protegiéndola.

La tercera noche hizo tanto frío que se despertó helada y entumecida. Con las piernas dormidas, intentó ejercitarse mínimamente para que el entumecimiento pasara a mejor vida, no obstante, no podía. En cuanto hacia ejercicio, su poco peso y su constitución más bien fina, no la ayudaban correctamente a ejercitarse y caía debilitada. No se aguantaba de pie, no con la suficiente soltura y reservando energías por lo que pudiera suceder cuando él volviese, solo deseaba dormir y dormir hasta que pasase el tiempo suficiente. Ignorando sus instintos de usar la magia para combatir aquella mísera existencia de sus últimos días, empezó a fantasear con lo que debía estar haciendo el inquisidor. ¿Pensaría en ella tanto como ella con él? Se preguntaba una vez tras otra, cuando pensaba en él. Ella jamás toleraría el asesinato a inocentes, más entendía que no todos lo eran, así como tampoco y por experiencia propia sabía que había brujos de parte de la luz y otros, de parte de las tinieblas. Fletcher mataba a las víctimas que habían hecho un mal a la sociedad. Lo había visto en sus visiones, y aun así, sabiendo eso, en ocasiones seguía temiéndole. Él parecía cambiar su vida de un día para otro y mientras antes solo deseaba matarlo, ahora solo deseaba no cambiar jamás la forma en que él parecía alterarle y apasionarla a partes iguales.

Exhausta, dejó que su barriga rugiera con desesperación mientras el silencio se la tragaba. Estuviese donde estuviese oculta, no se oía ni un solo ruido. Ni un tablón moverse por el viento, ni una teja mal colocada golpeando las paredes. Era tan extraña aquella inquietud que en cuanto presintió que alguien entraba, todos sus sentidos se pusieron alerta ante la inminente presencia. Oyó pisadas, casi parecieron forzadas a hacer ruido, como si quisieran alertarla o fuese un desconocido merodeando por la casa que parecía abandonada. Se mantuvo callada e incluso, cuando oyó la puerta de los calabozos abrirse y alguien bajar las escaleras a paso lento, aguantó la respiración, conteniéndola. Por un momento se asustó, ¿Y si la inquisición la había encontrado? Tras haber recuperado ciertos recuerdos olvidados en su mente, tenía claro ahora por qué la buscaban y no pensaba entregarse sin luchar antes. Aunque con su estado actual, poco podía hacer para impedir su captura. En silencio, y sentada en un rincón, esperó para que su visitante se revelase ante ella y cuando esto sucedió, un cuerpo masculino invadió con su aura el lugar, llenándolo todo a su alrededor.

Noto que el corazón le dio un vuelco y levantándose del suelo, fijó sus ojos en aquellas negras orbes que le devolvieron la mirada desde la penumbra. Allí desapareció el hambre, el miedo, el dolor y la debilidad permanente de su cuerpo. Hasta el frío fue olvidado ante su imagen. Todo su cuerpo reaccionó inmediatamente a su presencia. Su piel como si este la tocase desde lejos, se estremeció por completo, su boca se quedó seca y su corazón se aceleró palpitando vivo bajo su pecho, como si este lo llamase, lo tentase a dar más pasos hacia su figura. La expectativa en aquel instante, lo era todo; lo significaba todo, para la hechicera que observaba como la figura masculina lentamente se acercaba a ella. Con pausa, sin prisa.

Fletcher…—Susurró su nombre suspirando de deseo. En aquellos días se había debatido contra la cadena que la sujetaba todavía en un intento vano de escapar e ir donde el condenado se encontraba. En todos y cada uno de sus sueños, él la había atormentado. Continuamente, hasta necesitar verlo, hasta imaginárselo volviendo a ella. Tenía la sensación de debatirse entre dos realidad; la de ficción y la real. Y ahora que le tenía frente a ella, con una mirada oscura y hambrienta, no sabía si era un sueño o si finalmente, él había regresado. Como si fuera otro sueño más bebió con los ojos su figura y aunque nunca le había visto con unos ojos tan negros como la misma noche, la forma en como la miraba la hacía sentirse deseada como nunca antes se había sentido. También en peligro, acechada. —Estás necesitado, lo siento en mí. — ¿Necesitado de qué? ¿De sangre? ¿De ella y sus caricias? ¿De más premoniciones? Con mucha lentitud como si no quisiera hacer retroceder a la bestia en que parecía haberse convertido, le tendió la mano libre y tragando duro esperó, con mil dudas en mente y esperanza en el corazón, a que él la estrechara de vuelta a sus brazos.
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Mensaje por Fletcher J. Maciel Dom Mar 04, 2018 9:47 pm

Me veras volar
por la ciudad de la furia








Desgraciadamente no pudo detener su andar, sin duda sabía que era una de sus mejores decisiones a la fecha ¿Por qué? Pues de quedarse allí y negar su voluntad a dar caza a uno de los vampiros más asediados, sería claramente un acto de preocupación por la inquisición. Era uno de los condenados con mayor alza de presencia y asistencia a encuentros peligrosos, cabe de lógica que su respuesta debía ser positiva, junto a un entusiasmo que esta vez debía ser fingido.  Aunque consiente de que hacía lo correcto, ésta partida era completamente diferente a la anterior, aquella dónde creyó encontrarse consigo mismo mientras más alejado estuviese de ella. En esta ocasión, la escena era diferente, pues la distancia de aquella fémina, lo carcomía cada vez más. Consecuencia de las alucinaciones en su mente, jamás la logró sacar de su cabeza. Conociéndose, y atento a no cometer errores, solo se dejaba estimular con uno que otro recuerdo agradable,  mientras el resto el resto de ellos, lo bañaba con aura antipática de sus peleas y palabrerías. No quería tratar de entender que era lo que había sucedido, se llevaría días enteros intentándolo. Simplemente era ella en su cabeza, con su desnudez expuesta a los ojos voluptuosos de un condenado que la deseaba con el fervor de mil almas ardiendo en su interior. Reprochaba el no poder continuar a su lado, crisis de placer que no podría alcanzar, o al menos, no ahora.

¿En qué piensas tanto? — Cuestionó uno de los clérigos que llamó su atención con un golpe sordo que hizo su gran biblia contra la mesa de madera. El condenado se alertó, más no reflejo en él atisbo de sorpresa.
En… Joder ¿En qué más podría estar pensando, eh? —Distraído. No sabía sobre que habían estado hablando hasta ese momento. Con pereza se recargó contra el respaldo de la silla haciendo que ésta se balanceara de atrás y hacia delante de forma repetitiva.
Estás distraído, Maciel… te necesito con todas las energías en este caso, o tendré que enviar a alguien que esté más preparado — Los sacerdotes a su alrededor comenzaron a murmurar, mientras Fletcher no demostró respuesta en sus facciones.
Usted me dirá si hay alguien más preparado que yo… —Enarcó una de sus cejas, seguía en ese juego de vaivén. Se mordía la lengua para negar las ansias de alzar la voz y salir de allí. Reprimía sus propias acciones, sus propios deseos. No deseaba estar allí. El sujeto a quienes perseguían dejaba de ser por ese entonces el centro de sus placeres. Placeres mismos que ahogaba en baños de sangre y asesinato. Ahora, ahora tan solo deseaba regresar y comprobar si todo aquello que había abarcado la complejidad de su mente era cierto. Su pulsión de muerte, era ella. Su fin único del placer, se derramaba en la hechicera
Así es como te necesito, confiado — El viejo golpeó el hombro del vampiro, conocía esos actos como gestos de confianza. Mientras él, tan solo dedico una sonrisa para luego seguir sus pasos al cuarto dónde se encontraban las armas.  

Se estaba preparando para la batalla más esperada. Recolectaba lo necesario, aunque de ser por él, iría a manos limpias para un encuentro cuerpo a cuerpo. Pero no sería capaz de poner en riesgo a la inquisición y mucho menos al sujeto que lo acompañaba. Tomó un par de cuchillos para detenerse, se manejaba perfectamente con ellos.  Fijó la mirada en las dagas que habían un costado más allá. La recordó,  y su recuerdo se evocó como si estuviese años golpeando en su memoria. No era posible que pensase en ella con tanta desesperación tan solo al pasar un par de horas de haberla dejado contra el colchón desvanecida. Estaría bien, nadie conocía ese lugar excepto él y quien le había dado encuentro. Y ambos conocedores, se embarcaban juntos en ese viaje al sur.

Pasaron los días, el encuentro estaba fijado y el espía no tenía otra labor más que estar presente para ser testigo del deceso. No estaba del todo agradecido por aquella parte, pero ya se había cuestionado si sería capaz de estar al cien por cien para la batalla. Su mente viajaba por mil lugares a la vez y por primera vez, asumía que no estaba preparado.

Observó los movimientos de su colega contra aquel ser. No fue lo suficientemente rápido, quizás no vio venir el zarpazo que se le iba encima, o puede ser que…  no estaba tan preparado como debería haberlo estado. Había una razón para siempre trabajar en pareja, y la primordial, era cuidar la espalda de su compañero. No lo hizo, y ahora el cuerpo inerte de aquel inquisidor que lo había encontrado en las lejanías, se encontraba como un bulto más entre un charco de sangre que comenzaba a tomar prestancia.
Sus ojos se tornaron negros, completamente. Dejó caer a cada costado de sus piernas las armas que tría consigo. Fulminó a aquel bastardo para lanzarse a él sin nada más que su corpulento cuerpo.



Tardaría tan solo un par de minutos en acabar con él, los días que seguían a ambas muertes las dedico a incendiar uno de los cuerpos mientras el de su compañero lo llevó hasta la iglesia central, posiblemente allí terminarían el trabajo de extinción. Recorrió las calles malherido, agotado y confundido. Parte de su poca intromisión en el inicio de la lucha fue su falta de concentración. Gran parte de culpa, cargaba en la partida de aquel inquisidor. Golpeó un par de paredes con sus puños. Irritado, cansado. Comenzaba a amanecer aquel tercer día y ya no valía un peso.  

Llevaba días sin comer, sin alimentarse de un cuerpo sano, repleto de energía y vitalidad. Al contrario de aquello, había basado su existencia en la hechicera y estos últimos días en la caza. Comenzó a sentir la necesidad de alimento cuando de regreso a la inquisición de mando, su mente se descontroló ante el mínimo palpitar acelerado de una infante que recorría pasos a su alrededor. La mirada fija en su cuello, en aquella pequeña anatomía repleta de entusiasmo, sangre fresca, sin elementos de contaminación. Relamió sus labios, parpadeó un par de veces y apresuró su viaje. Debía dar explicaciones, recibir regaños, quejas y cuestionamientos, no estaba preparado para aquello, a decir verdad, no estaba dispuesto tampoco.

Murió ¿Vale? Lo asesinó — Sinceró, quitándose las prendas que cubrían su cuerpo maltrecho después de combate — Se acabó — Murmuró lanzando éstas telas a una esquina mientras se abotonaba una nueva camisa blanca.
¿Así de simple Maciel? ¿Sólo murió? ¿¡Y DÓNDE CARAJOS ESTABAS TÚ!? — Regañó uno de sus superiores, otro condenado igual a él.
Cubriendo su puta espalda… Algo que podrías hacer de vez en cuando — Se reveló a una autoridad que no debía. Y antes de recibir un nuevo sermón, sintió como su garganta reclamaba por sangre y la noche comenzaba a dejar  de lado su maravillosa oscuridad — Tengo asuntos de los cuales encargarme, déjenme libre al menos un par de días
Lárgate… pero mantente a la vista, ya hemos tenido suficiente con tus desapariciones — La gota que rebalsó el vaso, ya lo tenían vigilado.

Regresó por los senderos más sombríos. Buscaba borrachos, prostitutas… no asesinaría, simplemente necesitaba un poco de aquel carmesí para mantenerse estable. Debía regresar con ella, pero de en esas condiciones sabía que era un peligro inminente. Alzó la vista, el sol iniciaba su viaje y no le quedó otra opción que regresar.

El lugar seguía intacto, faltaban metros para llegar a la entrada y el aroma, aquel perfume femenino hizo estragos en sus deseos.  Estaba hambriento, sus colmillos lo reflejaban, sus rasgos se hacían mucho más prominentes y no sabía si podría detener ese descontrol. Se cargó a la puerta de madera y de una patada ésta se abrió sin más. El sol estaba casi en la cúspide de su glorioso esplendor y él, a paso firme estaba decidido en verla. Las imágenes regresaron como la bienvenida precisa, a cada centímetro menos de lejanía se alertaba por la necesidad de sentirla. ¿Sediento, deseoso, hambriento, excitado? No definía ni su propio estado, estaba frustrado.

La muerte de su compañero, el regaño de sus superiores, el que casi asesinara a un inocente, y ella.

Bajó las escaleras lentamente, tenía que asegurarse de no abalanzarse a su cuello con desesperación. Por un minuto, un flash de cordura atravesó sus pensamientos, si él, tras días de ayuna se encontraba así ¿Cómo lo estaría la hechicera? Desde la penumbra la observó. Cada vez más delgada, demacrada, gracias a él la belleza inimaginable de la fémina se perdía, aunque frente a sus ojos, jamás había visto tanta perfección en una sola mujer. Se acercó a paso lento, observó cómo su mano se extendía en su dirección y la ignoró. Ignoró sus palabras, que por demás estaba decir eran ciertas. Ignoró por un segundo su sed abismal y sosteniéndose de sus rodillas se colocó a su altura contra ese colchón.
Sus manos, sus dedos, se aferraron a su cadera, a su vientre, rodearon su contorno hasta estrecharla y abrazarla a su pecho. La podía sentir, aquel calor, aquel aroma que emanaba de ella, no sentía en sí los días de encierro, simplemente su esencia, aquella esencia que conocía desde el primer encuentro. La nariz del condenado se perdía en la curva de aquel delicado cuello, contra la tersa piel que lo tentaba. Pues recordó. Estaba sediento y posiblemente, ella también lo estaría.
Melissa… — Murmuró, tomando cierta lejanía para romper la piel de su propia muñeca con los colmillos que afloraban con insistencia — Ten — Dejó que su brazo se alzara hasta la altura de aquel juvenil rostro — Por favor… — Añadió, recalculando que muy pocas veces aquellas palabras salían de entre sus labios.

No hizo nada más que quedarse allí viendo a aquellos claros baches que lo miraban con insistencia. Asumía que aquella batalla la había perdido, a pesar de asesinar a quien lo merecía, había perdido el encuentro tan solo por tener la mente fija en ese momento que vivía ahora. Tenía dos opciones muy claras en su mente, o se alejaba del foco de distracción, o lo hacía parte de sí.  Y allí estaba, con la decisión frente a su mirada, la quería para él.
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Mensaje por Melissa Landry Mar Mar 06, 2018 1:16 pm

Todo deseo estancado es un veneno,
hay que dejarlo libre; que fluya.

André Maurois







Melisa se enfrentaba a emociones con las que no estaba familiarizada. Solo verse, sentía una conexión que nunca antes había experimentado. En su joven vida de mortal, había conocido a jóvenes como ella, sin embargo, con ninguno había sentido nada más allá de una corta amistad. De hecho, había temido que no hubiera nada en el mundo capaz de hacerla sentir el anhelo erótico del que había oído hablar a las más afortunadas. Hasta ese momento, su cuerpo se había mantenido frio, sin reaccionar. No obstante, ahora solo hacía falta pensar en el condenado, para que todo su cuerpo se estremeciera de anticipación y deseo. En sus brazos, su cuerpo se amoldaba a la perfección al masculino. Como una segunda piel, encajaba como si hubiese nacido para estar allí. Viéndolo acercarse con cierto nerviosismo, sin saber que esperar de él, se contuvo en el sitio hasta que las gélidas manos la acercaron a su pecho para a continuación abrazarla. Hundirla en la fuerza y protección nuevamente de sus brazos. La hechicera respiró contra el gélido hombro del vampiro, donde apoyó su cabeza y sin poderlo evitar sonrío. Ahí estaba de vuelta. Tras tres días y sus noches rogando por su vuelta, finalmente el cielo había escuchado sus ruegos.

Con sus manos rodeó su cintura también, encadenándose a él. Tras tantos días soñando, reviviendo aquel abrazo con el que la había aferrado días atrás, no dejaría que esta vez terminase tan pronto. Por suerte, no debía de caer inconsciente y su intención era disfrutar tanto cuanto pudiera de su cercanía. Ya no debía de haber más dolor, ni tampoco más premoniciones o magia absorbiéndole energía. Solo estaba la reinante necesidad del vampiro por obtener alimento, y la de ella. La caricia de su nariz en su cuello la hizo estremecer y jadeando de placer contra su anatomía, demasiado pronto para lo que tenía pensado él se separó ligeramente. Y aunque sus brazos como bandas de acero seguían pegados a su cuerpo, sintió un inmenso vacío apoderarse de ella.

Abrió su boca presta a protestar por aquella ínfima distancia entre ambos, cuando de pronto se quedó sin palabras. Ante su mirada, él se mordió a sí mismo y acercándole la muñeca hasta ella, su suplica la dejó sin aliento. Bien podría ser la primera vez que él le rogaba, sino la primera. —Fletch...—lo llamó desconcertada, mientras sus baches claros se hundían en los ajenos y en la herida abierta ante ella. Mirándolo a los ojos, vio su deseo expreso de que lo hiciera. Ella no se encontraba con toda la vitalidad requerida, ni con la salud para poder alimentarlo sin poner en riesgo su vida, y si de algo era mortalmente consciente Melissa, era del anhelo del vampiro por probarla. Pensando en que anteriormente ya había probado su sangre, tomó su muñeca y llevándosela a la altura de sus labios, primero acarició aquella zona, besando su piel. Cerrando los ojos, demasiado consciente de como el vampiro la miraba, abrió sus labios en torno la herida y dejando que la sangre bajase por su garganta, empezó lentamente a absorber.

Enseguida, un sentimiento de inmensurable calor invadió sus sentidos. Se sentía necesitada de más y absorbiendo con un poco más de fuerza de aquella herida, toda ella explotó en deseo. Nunca se había sentido tan viva. Cada célula de su cuerpo era como música: desenfrenada, libre y vertiginosa. Se sentía liviana pero a la vez, poderosa. El frío que anteriormente había cubierto su cuerpo en una fina escarcha, desapareció por el aumento de su temperatura. Rápidamente, con apenas unos sorbos de aquel preciado líquido carmesí, toda su sangre se regeneraba y volvía el color a su piel. Su cuerpo exprimía el poder curativo al máximo de aquel bien preciado y fijando sus ojos húmedos por la excitación de la que era presa, en la mirada cada vez más oscura del inquisidor, lamió con lentitud la muñeca, recogiendo sus últimas gotas de sangre.

A regañadientes, abandonó aquella muñeca consciente de su estado y enfrentándose entonces a la mirada del inmortal, cayó rendida en sus pozos negros sin fin. Era tan hermoso… hasta así, con la piel más pálida por la falta de alimentación, con los colmillos expuestos, descontrolado y embargado por la sed. Era como una de aquellas plantas carnívoras de mágicos colores que atraían a sus víctimas para no dejarlas escapar jamás. Aquel era él; un depredador. Y ella, una víctima que había caído rendida ante sus pies. Alzando la mano en su dirección, le acarició la mejilla con ternura hasta llegar a sus colmillos. Los tocó. Parecían hechos de marfil, del marfil más resistente. Blancos como la luna. Apartó sus dedos con suma lentitud y sin amedrentarse, con las ideas muy claras, frente a él llevó sus manos a recogerse el cabello a un lado, dejando una parte de su cuello vulnerable. Nunca antes la habían mordido, Daphne nunca la había probado si quiera y con los nervios a flor de piel, lo miró. Estaba preparada, o por lo menos, tanto como podía estarlo para ello.

Aliméntate, por favor. —musitó con la voz rasgada por el deseo que corría por sus venas. Inmediatamente tras sus palabras, sintió como con mirada hambrienta recorría aquella tersa piel expuesta ante él y se relamía. Viéndolo, siendo consciente de como su cuerpo despertaba con tan solo una mirada masculina, se humedeció los labios y contuvo la respiración. El corazón la latía con fuerza al tiempo que esperaba ansiosa su boca recorriéndole el cuello, anticipándola a la mordida. Sintió sus fuertes brazos acercarla más contra su cuerpo y cerrando los ojos se adhirió a él. Con confianza. Él la estrechó contra sus marcados músculos y sintiendo como su anatomía rozaba la propia, su corazón pareció a punto de estallar. El anhelo que recorría su cuerpo era un brusco dolor entre sus piernas, estómago y pechos, tan sensibles que estos últimos se encontraban dolientes; necesitados por un poco de atención. —Fletcher—gimió su nombre más bien en una pecaminosa súplica.
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Mensaje por Fletcher J. Maciel Mar Mar 06, 2018 7:15 pm

Tarda en llegar
y al final, al final
hay recompensa







¿Has visto como un león cuida, protege y ataca a su presa? Se deleita con la mirada, atento a cada ligero movimiento que puede provocar la gacela. Sus músculos ansiosos, su deseo inicia con la necesidad que comienza a apoderarse de su hambriento anhelo. La protege de otros quienes se puedan acercar, pues la presa es suya, aquel delicado, delicioso y único manjar pertenece a sus delirios, misma razón por la cual no sería capaz de perderlo ante un ligero descuido. Dentro de sí, en ese segundo acto es cuando comienza a aflorar el erotismo. Pues la lascivia que inicia desde su centro más pecaminoso es la encargada de liberar libido por todo su torrente, la sangre se acelera, se calienta, empieza a arder. El pulso se incrementa y comienza a hacerse difícil la simple idea de respirar al compás de una tranquila melodía. La pasión de la que tanto se habla por fin se revela en cada centímetro, pues es parte de la esencia natural que se enciende cuando sabes que estás a minutos de cumplir con aquello que siempre se ha perseguido. Una cúspide de excitación, un juego previo, la simple caza es un acto sexual, genital y carnal, pues como se viene repitiendo, lo erótico complace, da energías y aumenta la pretensión. Alimenta aquel capricho, pues el interés se vuelve mucho más necesario y se embarcan en la tercera última escena, atacar.

Su sangre marcaba un guion que requería seguirse, líneas que comenzaban a deslizarse por su brazo y gotas que manchaban el colchón en el cual ahora ambas anatomías compartían. La tenía frente a sus ojos, parecía ser un juego de nunca acabar. Meditaba en sus peores momentos si una situación así se podría llevar a cabo, estar por fin a solas con la hechicera sin tener ni un tipo de interrupción, sin que sus alteraciones acabaran la armonía o que sus cuestionamientos colmaran su paciencia. Bien sabían ambos sacarse de quicio, pero en medio de aquel obligado viaje que debió marcar, supo que la necesitaba mucho más de lo que ella podría necesitar de él. Parecía un humano, se reflejaba en su acto, sediento, hambriento, moribundo, lleno de controversias y con adhesión a la única figura que le podría dar vida.

La sentía, antes de que sus pétalos rosaran aquella piel ensangrentada, podía marcar el contorno de su cintura, presionarla a sí mismo. Quería protegerla, pero el único peligro inminente era él. Tenía el anhelo de cuidarla, pero nuevamente la piedra de tope seguía siendo él. Un ser sediento, ansioso, descontrolado y desbocado. La necesitaba, necesitaba de su piel, de sus manos, de sus caricias, de su deleite, del satisfacer que le podría dar el regocijarse en su interior con la finalidad de repetirlo una y mil veces más. Pues anteriormente había deseado, sí, pero no ésta manera. El gozo de disfrutar un cuerpo femenino para el condenado era pan de cada noche, se divertía. Contento con los frutos terminaba la faena y regresaba a lo suyo, pues no encontraba la gran necesidad de más, de sentir, no estaba entre sus opciones permanecer al lado de una mujer, no era lo suyo, o al menos no creía serlo. Pues en esta ocasión, la simple presencia de ésta fémina lo tenía de cabeza, su piel, la fina capa de ropa que la cubría claramente era uno de los más grandes estorbos que podría considerar en el acto. Su anatomía tan perfecta y diminuta, sabía que de dar todo de sí la lastimaría, entendía que el simple hecho de sentir su sangre lo enloquecería hasta no poder parar. Era tan peligrosa ella en su vida, como él en la suya.

Aquel líquido espeso fluía desde su brazo hasta los labios de la hechicera. Estaba embobado, era la segunda vez que llevaban a cabo ese mismo acto tan solo que en esta ocasión marcaba una gran diferencia. Se quedó estático, atento, sigiloso. Parecía una de las mejores piezas de arte, esa pintura que te deberían prohibir ver por qué te llevaría a la demencia. No lograba, no deseaba, ni siquiera intentaba dejar de verla. Rápidamente el latir de su corazón se fortaleció, el color de sus mejillas retomaban colorete y su cuerpo, aquella perfecta efigie expedía esa calidez tan particular en ella. Volvía a ser la muchacha que había conocido tiempo atrás, aunque aquello no lo embeleso, su simple presencia, demacrada o perfectamente compuesta era el punto de curiosidad, pues en cada faceta, el condenado la seguía deseando. Sintió como su cuerpo reaccionó de inmediato al compartir de fluido. Cerró su mano en un puño contra la seda que cubría la espalda curvilínea de la hechicera, descargando vanamente parte del vigor con el que quería poseerla. La ánimo a beber un poco más, pues la corpulencia de su insaciable sed de ella, lo mantenía ansioso.

Pronto se detuvo y por fin vio libre su brazo para regresar a rodearla como lo anhelaba, no sin antes, presionar la cadena que la apresaba para romper sin mayor dificultad aquel objeto.

Abrió sus palmas en completa extensión. Se separó lo que fueron un par de centímetros más para detallar por completo aquella obra de arte. No se veía cansada, angustiada o con señales de que había sufrido las peores situaciones. A ojos del sobrenatural, era un regodeo insaciable. Observó su cuello, desnudo, expuesto mientras sus colmillos comenzaban un doloroso y latente acto de presencia, mucho más prominente que antes. De tener pulso, sabría que estaría fuera de control, de poder respirar, sabría que le faltaría el aire.
Cada vez que se encontraba en ese tipo de situaciones no lograba contener su fuerza, aquella fortaleza muy necesaria para mantener a las presas quietas sin posibilidad de escapar, misma determinación que intento apaciguar cuando a libre paseo detuvo sus manos contra el vientre de la mujer. Sus dedos se hundían en aquella plana suavidad, subiendo tan lentamente que el mismo disfrutaba de la agonía. Siguió en ascenso, con la mirada ya no en su mirada, sino en el recorrido que marcaba. Se detuvo en aquellos montes duros, los que acunó entre sus manos sin controlar del todo la presión, el botón que afloraba de ellos roso la palma de sus manos dejando que de los labios del condenado escapara una pesada exhalación. Estaba agitado, encendido — Quiero que seas mía, no deseo causarte más daño — Sentenció, colando sus brazos por los costados de sus pechos para marcar nuevamente aquel agarre. Frente a su rostro devoró sus ojos en un vistazo perdido, ahogado en calores y pasiones.

Un fuerte punzar alertó que debía aceptar dicha propuesta. Bajó hasta su cuello, mientras sus labios acariciaban con un gélido lamento la suavidad de su piel. Pretendía no hacerle daño, pero frente a la descompensación, simplemente clavó sus colmillos sin aviso previo.

Perturbado por el sabor que bañaba su boca cerró aquel agarre con la intención de que no se alejara, comenzó a succionar. Algo demente, un poco maniático. El espeso liquido encendió todas las alteraciones que se había apagado con la ayuna. Continuó saciándose de ella, sintiendo como el pasar de aquel carmesí lo trastornaba. Jamás su paladar había experimentado una modificación como aquella. La insurrección de sus sentidos se alertaron, le daba vida, lo energizaba, lo excitaba, dejaba que el condenado resucitara de las cenizas para continuar disfrutando de aquel elixir adictivo. Sintió haber estado toda su inmortalidad en abstinencia, con placebos para mantenerlo estable, pero una vez conocido éste hipnótico, jamás renunciaría a él. La sobriedad, la dieta, el ayuno no podía ser legal con lo que ahora devoraba con desespero.

Quisiera haber seguido, pues un adicto no se detiene hasta acabar con su dosis, pero éste, éste nuevo integrante de las adicciones aspiraba a más. Veneraba a la fuente de su dependencia. Retiró sus dientes tan rápido y sin aviso como había iniciado. Sus labios abiertos, la sangre recorría su mentón hasta bañar parte del cuerpo femenino. Sus ojos negros, la dilatación de estos expresaba con lujos y detalles la fascinación. Su piel mucho más fría de lo habitación unido a la insaciable carga de energía con la que ahora contaba.

Llevó su diestra a sujetar el mentón de la mujer y se inclinó para besar sus labios, presionar mucho más su cuerpo al de ella en una fricción bastante impúdica, entreabrió aquellos pétalos con los propios para dar roce directo de su lengua. Esa humedad compartida que se intensificaba con el pasar de los segundos, un desliz escabroso, indecente, pero muy complaciente. Mordió el grosor de su labio inferior atrayéndola hacia así como si quedase espacio entre ambos. Bajó sus dedos hasta la herida que había dejado contra su piel y rodeando ésta con sus yemas terminó por dejar un leve roce que marcaba una caricia de sus labios mucho más acompasada — ¿Qué me has hecho? — Cuestionó, consciente de que la respuesta estaba en su cabeza.


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Mensaje por Melissa Landry Jue Mar 08, 2018 1:33 pm

Lo mucho se vuelve poco
con sólo desear otro poco más.

Francisco de Quevedo






¿Cómo podía afrontar aquella hambre que gobernaba sus sentidos, con el desconocimiento de la causa? Llevaba días pensando en él y soñándole, y aun así, ahora a pesar de saberse en la realidad y no en un sueño, nada le era suficiente. La gacela quería ser el plato principal del rey de las tinieblas y no iba a contentarse con menos. El ruido de la cadena quebrándose, liberándola del encierro al que había sido sometido aquellas semanas, dio paso al inmenso deseo de la fémina, cuando liberada, pudo mover ambas manos en el cuerpo masculino frente a ella. Dibujando el perfil del condenado, las manos masculinas iniciaron un recorrido por su cálido cuerpo y cuando estas, se detuvieron en sus pechos, la hechicera se arqueó aún más contra aquellas manos. Las caricias en sus pechos, la forma en que los acunó y apretó entre sus dedos, enviaron un torrente de fuego a las miles de terminaciones nerviosas a través de sus puntas atrapadas contra la tela y el duro roce de sus manos. Le faltaba el aire y deseaba más mucho más. La gacela anticipaba el golpe y sin desear huir de su rey, se preparaba para recibirle.

Deseo que seas mía, no causarte más daño. — Aquella ronca voz envío un torrente cálido en su intimidad, afectándola a niveles que jamás creyó ser posibles.

No me harás más daño, — replicó ella. El anhelo en su voz era palpable, necesitaba cuidarlo; tenerlo dentro de ella, de la forma que fuese.

Tras aquellas palabras, y unos segundos de inquietud, los blancos dientes de Fletcher relucieron durante un instante por encima de la cabeza femenina y luego, lentamente se inclinó hacia su tierna garganta. Sus ojos oscuros ardían de necesidad y retuvieron su mirada durante unos segundos hasta que bajó las pestañas, y entonces, ella notó su boca moviéndose sobre su piel. Todo su cuerpo se contrajo como reacción. Él la sujetó aún más fuerte contra su cuerpo, como bandas de acero, inmovilizándola bajo su abrazo y antes de que ella pudiera acostumbrarse al roce hipnótico de sus labios en la delicada curva de su cuello, un dolor candente perforó su garganta. El placer que invadió su cuerpo fue tan intenso como el dolor que la paralizó unos segundos contra aquella boca. Se oyó gemir a sí misma. Gimió contra el oído ajeno y moviendo los brazos, acunó la cabeza del condenado contra su cuello al tiempo que cerraba los ojos. Jadeó presa de un extraño sopor que dormía ligeramente su cuerpo y notando como se alimentaba de ella, tomando su esencia de vida en su cuerpo, de pronto, una última premonición acudió a su mente.

Había luz, mucha luz. Al principio le costó averiguar dónde estaba. Se encontraba desnuda bajo el agua que la cubría. Tras tanto tiempo sin sentirse limpia al completo, estar en aquella gran bañera era un lujo que no pensaba desaprovechar. Miró a su alrededor y tras constatar estar sola nuevamente, sin ningún criado atendiéndola, cerró los ojos completamente relajada. Quizás pasaron largos minutos, pero de pronto, una presencia masculina se encontraba a su espalda y tomándole la cabeza hacía atrás con delicadeza, le obligó a arquear aquella piel que tanto necesitaba de ella. Los labios gélidos besaron la herida de su cuello y mientras con sus manos jugaba con sus prominentes pechos, sus colmillos con lentitud esta vez, disfrutando de la sensación; le perforaron la piel.

Sin saber si solo había visto ella esa premonición o también el inquisidor había sido testigo de la misma, suspiró completamente excitada contra su hombro. Sus cuerpos entrelazados junto con la sensación erótica de la unión que el vampiro llevaba a cabo con ella, hicieron cortocircuito en su mente. Se sentía una llama viva y ardiente a punto de explotar. El fuego corría por sus venas, abrasador, con llamaradas que saltaban exigiendo alivio. Un nuevo sorbo de su cuello y gimiendo su nombre, notando como su corazón en vez de ralentizarse, subía de revoluciones, tembló en su abrazo. No deseaba que terminase. La intimidad compartida era desgarradora. Como un maldito y enfermo frenesís que nunca terminaba de ser saciado. Cuando su corazón empezó a ralentizar sus latidos, él se apartó aún con la última toma en su boca y la miró.

Jadeante, con la respiración quebradiza en cuanto este buscó sus ojos, ella le devolvió la mirada. Allí ante sus ojos y manchado de su propia sangre, parecía uno de aquellos cuentos para no dormir de los más pequeños. Un monstruo bebedor de sangre, sin embargo, sus ojos le delataban. Un vampiro con sed de sangre no miraba a sus víctimas con aquel anhelo con el que él la contemplaba. No sentían deseo, más que por la sangre y ante ella, si había un monstruo, era uno que se moría por tenerla bajo él. Tragando la sangre que aún permanecía en su boca, cuando él buscó sus labios, ella; como un corderillo manso le besó con la misma similitud de ganas. Probó de su propia sangre y sonriendo cuando este enloquecido incrementó el impúdico roce de sus cuerpos, una oleada de calor se instauró en su bajo vientre provocando que toda su columna se estremeciera bajo sus dedos. —Os deseo—susurró acallando sus gemidos en la boca masculina. El cuerpo del inquisidor estaba excitado, rígido y su fragancia de obsidiana oscura llenaba la mente de la hechicera. Fuera cual fuera la química entre ellos, no podía negárselo: era intensa, incendiaria e instantánea.

La tela que aprisionaba sus carnes, le era más bien una molestia. Sintiendo la dureza masculina acariciándose contra su pelvis, lo que se originaba más bien, parecía un infierno dorado y oscuro. Desconcertada por los movimientos de su cuerpo, buscando de algún modo el alivio, se encontraba presa en aquella arrebatadora pasión. Sintiendo los gélidos labios besando la herida de su cuello, lamiendo los orificios con la lengua, sellándola, este habló e incapaz ella de contestarle en ese instante, llevó su diestra a agarrarle del corto cabello y tirándole el rostro hacia atrás, fue su turno de recorrer con sus cálidos labios la piel expuesta de su fría garganta. Intentando serenarse, respiró contra aquella piel de hiel y dejando un abrasador recorrido de sus besos prodigados del cuello hacia su clavícula, sonrío y negó confundida. — No tengo esa respuesta. —le susurró con voz débil. —Nunca me ha sucedido, tenéis que creerme. —Besó por última vez aquella fría piel ante sus labios y liberándolo de la mano con que lo mantenía arqueado contra ella, juntó su frente contra la ajena y mirándolo, se perdió en aquella mirada depredadora. —Tengo premoniciones donde suelo ver el futuro… pero yo jamás; —hizo una necesaria pausa y cerrando los ojos, incapaz de confesarle sus secretos más íntimos enfrentando directamente su mirada, respiró sobre sus labios. —Yo jamás he experimentado algo así. Deseado algo tanto como a ti. —le confesó mientras su cuerpo seguía doliendo e inflamado, de nuevo, se movía entrelazado con el ajeno en una lenta danza de roces duros y certeros contra sus anatomías.
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Mensaje por Fletcher J. Maciel Vie Mar 09, 2018 2:49 pm

Una eternidad
esperé este instante
y no lo dejaré deslizar
en recuerdos quietos








Me trastornas la cabeza

Sentenció en un hilo de voz que posiblemente la fémina siquiera pudo oír, pero sinceraba sus más íntimas palabras, pues siquiera él lograba entender que estaba sucediendo en su mente. Se encontraba en éxtasis. Aquel líquido que provenía de la mujer lo mantenía un embelesado, elevado a tres mil pies de altura sin posibilidad alguna de tocar tierra firme. Había estado tantos días en abstinencia completa que romper con aquel la dolencia con semejante manjar lo llevó a entender lo que neófitos sienten cuando prueban la sangre por primera vez. Si bien ya conocía la sensación se había difuminado con el tiempo junto con el constante entrenamiento de control.
Ahora se sentía un aprendiz, con ansías de regresar a su piel, de sentir aquel calor que emanaba desde la fémina y que lo alertaba como fiel depredador que espera el aroma de sus víctimas para atacar sin prever las consecuencias. Dejaría un desastre, si no fuese ella quien tendría entre sus brazos y fuese cualquier otro personaje, ya no contaría con la facilidad de respirar. La necesitaba, y se mantenía ligeramente al margen. Conocía sus límites, conocía su fuerza y su poder, sabía a la perfección aunque ella lo negase que la podría dañar con tan solo expresar ante su anatomía todas las ansías que tenía de ella.

Cerró los ojos por lo que duró al menos unos segundos, y se vio bajo su cuerpo en medio de una bañera que los ocultaba con una tibia humedad ayudando al encuentro. Sintió como su entrepierna se endurecía. Aquella imagen se magnificó en su cabeza, tomando posición hasta de sus deseos reales, pues la tenía allí, sobre sus muslos, desnuda, perfectamente despojada de toda prenda que opacaba su diminuta pero atrayente figura. Sus manos la recorrían, sus brazos, sus manos, su vientre, aquel plano vientre que le daba opciones bastante apetitosas para el condenado. Ascendió, presionando los montes que formaban sus senos, sin la necesidad de ser suave, los sujetaba con fuerzas entre en sus palmas, y parecía que la joven más que malestar le agradaba. La sentía mucho más fuerte, más nívea, más fría. Llevó sus labios nuevamente a aquella tentadora piel para succionar una vez más de su sangre, ésta vez, parecía ser que o hacía sin deseos de controlarse, la devoraba con fuerzas, con insistencia, la sujetaba a su anatomía como si fuesen uno y la distancia sea solo un mito del cual no conocían nada. Abrió los ojos.

Se vio deseoso, ardiente, a pesar de no tener temperatura en su efigie, creyó ser víctima de un torrente caluroso que se detuvo  netamente en su miembro. La observó, con malicia, perverso, ya que a estas alturas nada era razonable como para detenerse. Todas las pistas le indicaban a seguir, no encontró en su lógica siquiera un pero para parar.

Bajo el momento, sintió como sus cabellos lo tiraban a arquear el cuello y dejar en exposición su pecho ante la fémina. Sonrió, como no lo había hecho hace ya varios meses. No tenía motivos, ni razones, ni mucho menos personajes que merecieran una de aquellas expresiones de satisfacción. Pero lo hizo, sintiendo como los labios de la hechicera se dedicaban a jugar con su gélida piel. “Mujer no sabes a  la bestia que estás encendiendo” Pensó, mientras se regocijaba en los mil y un pensamientos depravados que lo embriagaban. Corrompido por éste descontrol, llevó sus manos a presionar los muslos de quien lo acompañaba, cerró sus dedos en torno a estos para abarcar por completo sus carnes. La tela del vestido que la cubría se hacía delicada, casi invisible al roce de sus dedos, enarcó una de sus cejas y tras sus comentarios comenzó a dudar si aquello sería lo indicado, pero era demasiado tarde — Quisiera lamentar esto Melissa, pero no lo hago… — Murmuró, de regreso en busca de aquellos carnosos labios que lo recibían con la aceptación que buscaba, pues escondían dentro de sí al más lascivo roce de caricia de sus lenguas. Un ir y venir de violaciones de a esa cavidad bocal que parecía ser por el momento el único encuentro que tenían uno dentro del otro.

Presionó sus muslos, tan fuerte que jaló de ellos para que la mujer cayera contra la cama, expuesta por completo a los ojos del condenado que la miraba como el mejor plato que habían servido sobre su mesa. Pero más allá de un simple deseo carnal, sintió como cada hebra de su anatomía se hacía presente en un hormigueo desconocido. La observó, recorrió todo lugar de su efigie con la mirada, sus piernas, sus muslos, su abdomen, sus pechos, sus brazos, su pecho, su cuello y su rostro. Por completo era la perfección hecha persona y ese sentimiento loa hogo en una confusión que no se dispondría a entender, pues de hacerlo sabría que la querría mucho más tiempo a su lado de lo que ya pretendía. Pues, aunque lo negase, haría hasta lo imposible para que esa mujer se quedase con él. Lo que estuviera a su alcance y lo que no, después de hoy, nada se pondría en su camino para perderla.

Pegado a sus ojos, posó ambas manos sobre las rodillas de la hechicera para abrir sus piernas, lentamente, para el poder posición entre ellas, arrodillado aún mientras la veía tan agitada como se suponía debería estar él de necesitar del aire. Observó aquella húmeda prenda interior en la figura femenina, mordió el grosor de su propio labio inferior — No haré nada que tu no quieras  — Sentenció, mientras retiraba sus manos de aquel delicado cuerpo para comenzar a desabotonar su propia camisa, misma que rápidamente cayó contra el suelo, para regresar sus extremidades cual imán a las rodillas de la mujer; Inicio paulatinamente una caricia de sus muslos, presionando a ratos mientras en la extensión de su piel el placer se abultaba en su pantalón. Continuó, hasta su pelvis dónde la yema de sus dedos jugaba con la tela que cubría aquella parte íntima. Ligeros roces que expandían y dejaba de regreso aquella tela que se pegaba con insistencia a la feminidad de su compañera.
Con mejor posición la arrastró por la cama, para sentirse más cómodo y así, inclinando su cuerpo llevar sus labios a seguir la línea de su abdomen en ascenso. La punta de su lengua humedecía el vientre tembloroso bajo su corpulenta anatomía mientras sus labios se encargaban de secar aquella húmeda línea que se acercaba cada vez más a su pecho, llevando a arrastras por consecuencia aquel vestido que ya había abandonado por completo su parte inferior — Necesito verte… — Sinceró, bajo el ahogo de sus deseos, reprimido por completo ante la aprobación de la mujer.

Conocía sus límites, pero no sabía si sería capaz de contenerse.  Algo había en ella que despertaba su instinto más animal, hacía temblar su interior y derrumbaba todas las torres que con paciencia había construido como un ser de autocontrol.
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Mensaje por Melissa Landry Vie Mar 09, 2018 2:53 pm

Hablar verdaderamente con alguien es abrazarlo, y en cuanto
cruzamos las primeras palabras tuve la sensación de que
habíamos empezado a hacer el amor.

Christoph Wieland






De haber sido el condenado en otra vida un brujo, este habria sido el más grande de su tiempo. Melissa no podía apartar los ojos de él. Cruelmente hechizada, vio como se le encendía la mirada, con un propósito claro en su profundidad. El rictus de su boca, la necesidad imperiosa con la que tocó, aprisionó sus labios entre la exigencia de los suyos, disparó un dardo de doloroso deseo por todo su cuerpo. La elevaba, la enloquecía a partes iguales. Él exploró cada centímetro de su boca con completa autoridad, como si fuese su único amo y señor. Notaba sus pechos demasiados tensos para su comodidad, su sangre se precipitaba por todo el cuerpo. Explotaba ante cada caricia y roce pecaminoso y eso, no solo terminaba allí. Él movía su boca sobre sus labios, consumiéndola, devorándola con voracidad, más allá de los límites establecidos. Exploraba con su lengua cada centímetro de su interior aterciopelado de su boca, exigiéndole una respuesta. Melissa se oyó gemir con un sonido grave y suplicante contra aquella boca embrujada que le arrebataba el sentido del tiempo.

Luego, de pronto, se encontró cayendo al colchón. Tras levantarla sin ningún esfuerzo por los muslos, la echó sobre él. Allí el mundo se detuvo. Por unos segundos todo fue silencio, solo roto por el fuerte y acelerado latir de la humana. El cazador se relamía viendo a su gacela postrada ante él, vulnerable y completamente a su merced. La presencia masculina no podía imponer más que en aquel momento en que el deseo y la violenta necesidad de ella, se hacía latente en cada una de su anatomía. La mirada de la hechicera repasó el cuerpo del vampiro, cayendo en la prominencia que se encontraba aprisionada entre los agobios del pantalón que aún portaba. Jadeando cuando él dejó atrás la camisa de su cuerpo, sus claros baches recorrieron la piel expuesta. Se mordió el labio y siguiendo aquel pecho definido y tan apetecible del vampiro, este recayó entre sus piernas, logrando enardecer sus sentidos. Primero sintió la caricia en sus rodillas y cuando esta caricia se adentró cada vez más en su intimidad, toda ella tembló de anticipación. Era curioso la forma en la que sus dedos se movían sobre su sensible carne. Sin necesidad de ahondar mucho el contacto a través la tela que la protegía por el momento, su simple roce enviaba un torrente cálido al encuentro de sus dedos. Temblorosa, él inclinó su cuerpo sobre ella y mientras la pelvis masculina quedaba acostada contra la propia, enviando pulsaciones dolorosas y cálidas por todo su cuerpo, sus gélidos labios iniciaron un lento recorrido de su vientre plano hasta la curva de sus pechos.

Era una atroz tortura lo que él le hacía a su cuerpo. Lentamente, los temblores iban incrementándose. Él estaba consiguiendo lo que nadie había jamás conseguido en la fémina. Aquel deseo era tan inaudito como aparador, pues lo acaparaba todo y no dejaba ninguna vía de escape por la que poder perderse. Jadeó mirándolo, llegando de regreso ante ella y deteniéndose a pocos centímetros de sus anhelantes labios. Saboreó su gélido aliento y hablándole con aquel deseo carnal de recorrer su cuerpo desnudo, como el que también ella sentía por él, plantó las palmas sobre el pecho del vampiro y le sonrió. Como una sirena cantando al marinero para apresarlo entre sus aguas traicioneras, su sonrisa fue más una trampa para atraerle aún más a ella, que nada más. Toda ella se encontraba ardiendo, su respiración desacompasada rompía contra su pecho.

Deslizando sus manos por el pecho masculino, encontró el relieve de sus músculos definidos, su fría piel en contraste con la calidez que emanaba ella por doquier. Le miró y viéndose reflejada en aquella sombra de fuego oscuro en los orbes ajenos, hizo que se sintiera inquieta y excitada, que su cuerpo se convirtiera en un caldero de fuego líquido y cremoso. Aún ni le había tocado íntimamente y ya se sentía consumiéndose. Él la hacía sentir tan femenina, tan viva…—Rompedlo. —susurró demasiado impaciente como para perder minutos en quitarse el vestido. Sentía tanta ansia devorándola por dentro, que poco le importaba aquella tela que cubría su cuerpo parcialmente. Arañando con sus uñas la espalda masculina hizo énfasis a sus palabras al mismo momento en que su diestra delineaba con el deseo inequívoco en su mirada, aquella figura que se cernía sobre ella.

El inquisidor inmediatamente agarró el vestido de la hechicera por el escote y partió con facilidad la tela, arrojándolo a un lado descubriendo la incitante piel femenina ante sus ojos. Sintiendo de pronto como el vampiro la devoraba solo con mirarla, un gemido se atoró en su garganta. Sus pechos bajo la mirada depredadora se hincharon, se endurecieron. Palpitaron con cruda necesidad. Totalmente desnuda, se movió debajo de su anatomía y arqueándose, le ofreció su pecho mientras su piel se rozaba con necesidad contra su duro y necesitado cuerpo. —Deseo hacerlo, Fletcher. —susurró mirándolo bajo sus tupidas pestañas y antes de que este se llevara su pezón al calor de su boca, incendió con su última suplica algo más el espacio entre los dos. Ella no deseaba frenarse, tampoco que él se contuviese más de lo necesario. Quería sentirlo, quería que aquella noche la marcase por siempre. Deseaba que él fuera el primero que recibiese su cuerpo, el primero en poseerla y en enloquecerla. El primero en hacerla suya y el único. Después de esto, él ya no podría escapar de ella. Estaba seguro que aquel inquisidor pronto se haría indispensable para vivir; se volvería su aire, su único aliento. —Enséñame que es ser poseída por ti. — y tras las ardientes palabras cerró los ojos y acunando la cabeza masculina contra su ofrenda; contra sus pechos, se entregó ciegamente al oscuro inquisidor, quien ahora la tenía completamente en sus manos, y también en su delirio.


Última edición por Melissa Landry el Vie Mar 09, 2018 3:06 pm, editado 1 vez
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Mensaje por Fletcher J. Maciel Vie Mar 09, 2018 3:03 pm

Si algo cedes
Calmar tu histeria
Con los dientes
Rasgar tus medias








Hay actos que pre-existen en la naturaleza de cada sobrenatural, hechos que parecen ser involuntarios y que en muchas ocasiones los hace verse débiles como si fuesen simples mortales. Situaciones que los colman y provocan a estos seres sobredotados, en simples mortales, como si no cargaran consigo la facultad de manejar toda situación. Son mecanismos básicos como si nada de aquello que lo hiciese superior existiera. Uno de los más mencionados, y el más problemático por cegar a éstos seres, es el deseo. Pues a medida que las ganas florecen, los sentidos comienzan a perder poder, se ausentan  y solo se quedan allí los más animales, lo primitivo. Instintos salvajes que buscan simplemente un propósito. Satisfacerse.

La voz delicada de la mujer, ahogada en jadeos y exaltación, era por lo lejos, uno de los sonidos más excitantes para el condenado. Oírla gemir, decir su nombre, o simplemente referirse a él en medio de un caluroso encuentro, marcaba esa provocación incauta, perversa, esa necesidad de poseerla. Pues a pesar de antes querer detener todo y buscar raciocinio, ahora quería llevar las cosas a otro nivel, no entendía como se detenía a admirar su belleza cuando sus instintos le insistían en seguir rápidamente al encuentro. Su pantalón molestaba, se sentía prisionero de aquella prenda inferior, pero también a la par, gustaba de la sensación de fricción al inclinar su anatomía y dar pleno roce de su pelvis contra la ajena. Pronto explotaría, aunque en esta ocasión no pondría las manos al fuego por adivinar quién lo haría primero. Sabía que ella lo deseaba tanto como él, por lo que bajo esa premisa, arrebató su vestido antes de que pudiera terminar la afirmación.

La tela se rasgó. Un corto y preciso sonido de abarcó el silencio dejando de inmediato la perfecta figura de la hechicera a su merced — Demonios — Soltó, pues frente a su mirada se enseñaba la efigie de la perfección. El intercambio de sangre de hace un par de minutos la había llenado de vitalidad, las heridas o moretones que arcaban su delicada piel se habían desaparecido y se dejaba por su paso tan solo suavidad en aquella capa expuesta, conjunto a ello, mil ideas lascivas de un hombre que la deseaba propia de todas las formas posibles. Imaginables e inimaginables. Embobado, perdiendo control no aguardó segundo alguno para esconder entre sus labios el duro pezón que afloraba de uno de sus senos. Su lengua en aquel roce lo masajeaba, rodeaba y succionaba. Su piel expedía un sabor único, pues al ser un sobrenatural, su agudeza en los sentidos lo llevaba a sentirla de formas completamente diferente. Tal como su sangre lo había enloquecido, el sabor de su piel también generó algo en él, claramente algo más voluptuoso que adictivo, pero bajo la misma intensidad, sintió que podría saborear cada parte de su anatomía sin saciarse de ella. Una de sus manos se entretuvo con su seno libre, presionándolo entre sus dedos, mientras las yemas de sus dedos índice y pulgar presionaban aquel botón florecido. Dio una leve embestida, casi de manera innata. Definitivamente algo estorbaba.

Siguiendo la línea de sus prendas se detuvo de todo tipo de roce, a ahorcajadas subió su cuerpo para quedar con el rostro de frente al ajeno, unió su frente a la contraria y rosando sus labios casi como provocación sentenció —Es lo que más deseo Melissa — Sinceró, dejando que su peso se cargara en su brazo izquierdo que ahora se aferraba al colchón por sobre el hombro de la fémina — Hacerte mía… — Continuó, mientras su mano libre recorrió lentamente una línea imaginaria entre sus senos, siguiendo por su vientre hasta llegar a la delicada tela que sería su braga. Aquella única prenda que quedaba y prohibía al condenado ver a su figura de inspiración completamente al desnudo — Probarte de todas las maneras posibles — Se inclinó, mordiendo el grosor del labio inferior femenino, al mismo tiempo que su mano comenzaba perderse entre prenda interior, sus dedos se adelantaron a viajar por aquel monte de venus hasta detenerse en sus labios mayores, donde tan solo su anular penetró dicha capa de piel para rosar el pequeño bulto que se escondía —Oír que quieres más — Murmuró, entre tanto su dedo comenzaba a bailar en movimientos circulares contra ese cálido brote que se endurecía al tacto.

En medio de ese roce, no logró evitar desembocar un beso completamente necesitado, abrió sus labios con los propios, proclamando aquellos pétalos como suyos, pues los devoraba con insistencia, con impaciencia. Un par de mordidas adornaron aquel beso, entre tanto sus lenguas se perdían en una batalla trivial con el roce de la carne ajena, una pelea de roces que lejos de buscar un fin, iniciaban recién un escenario dónde los estelares aún no salían a la palestra. Su pelvis se unió al roce de su dedos, entra las piernas abiertas de la fémina se dejó colar el bulto prominente que llamaba la atención en su pantalón, mismo que buscaba el choque constante de la feminidad de la mujer. Admitía que la necesitaba, que la quería para sí, que si fuese tan solo un encuentro alterno y sin importancia, ya la tendría boca abajo cogiendo tan solo para saciar un instinto. Pero anhelaba verla gemir, adoraba oír aquella melodiosa voz en una sinfonía de placeres. Observar como sus mejillas se bañaban en color y el arder de su piel en contrapuesta con la frialdad de la propia era casi un preámbulo necesario para ambos.

Lo que había oído antes también lo incitaba a hacer las cosas “Un poco más con calma” aunque de calma la situación no tenía nada, pues era todo lo contrario, pero dentro de la euforia, se enfocaba en verla sentir placer antes de compartir juntos el mar de placeres que vendrían a continuación.
Mordió su labio hasta estirarlo un poco hacía el, lo dejó libre y en medio de una perversa sonrisa no perdió tiempo en observar aquellos baches — Esto recién inicia, no acabaré hasta sentir que eres mía por completo, Melissa Landry — Terminó aquella frase con lel quebrantamiento de toda privacidad, pues a su dedo anular se unía el índice, que incrementó la rapidez, el roce y la presión de aquella caricia que comenzaba a humedecer toda la palma de su mano con los fluidos de la hechicera.
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Mensaje por Melissa Landry Vie Mar 09, 2018 3:08 pm

Él era ese inequivoco delirio
que no me dejaba dormir.
El que me quemaba y seducía;
el que amargaba primero y luego
me ahogaba en su sed.  

Christoph Wieland





Tal y como podía esperarse, el león no tardó en abalanzarse. La joven gacela se había rendido, le había dado acceso a su carne; a su alma y él, no le había dado si quiera la opción a repensárselo. Había atacado. Fiero e indomable, ahora la mantenía sujeta, en vilo mientras su cuerpo terminaba de consumirse, no obstante, en esta ocasión lo hacía de placer; de deseo, de una dolorosa necesidad. La boca del condenado tomó su pecho en su calor y miles de sensaciones recorrieron el cuerpo femenino atrapado bajo él. En una mezcla de sorpresa y placer, gritó cuando aquellos labios succionaron su pecho hambrientos de ella. Melissa se sintió consumida por las llamas. Apretó la mano en su nuca y llevándolo todavía más cerca de ella, lo sostuvo mientras él hacia volar su cuerpo hacia rincones y mundos desconocidos. Él le lamió el pezón en una caricia húmeda y apasionada, y la hechicera se sintió ir a la deriva. Enseguida la mano libre fue a su otro pecho y él inició otro suculento ataque contra su duro pezón entre sus dedos, la hechicera cerró los ojos con fuerza y gimió su nombre en éxtasis.

Pese a la fuerza de la virulenta necesidad que impelía a sus cuerpos a satisfacer sus deseos, el inquisidor la trataba con cuidado. Como si fuese una invaluable reliquia que no pudiese permitirse perder, él estaba decidido a hacerla protagonista de aquella escena en que cielo e infierno se enlazaban creando un oasis de fuego eterno. Melissa, seducida por los movimientos expertos de su boca contra su piel, abrió los ojos y la imagen que contempló, la paralizó. Él estaba allí, saboreándola… haciéndola suya solo con sus gélidos labios. Su cabeza oscura se perdía en el valle de sus pechos. Su aliento helado junto con los roces de su blanca carne contra sus colmillos, encendían múltiples puntos candentes por su cuerpo. Jadeó y de pronto coincidiendo con la mirada del vampiro este soltó su pecho de su boca y acercándose a ella, regresó a besarla tomando posición más cerca de ella, rozando piel con piel. Tan pronto como sus labios la besaron, el fuego se avivó y la joven se estremeció al completo. Jamás podría deshacerse de la sensación de aquellos labios tomando y exigiendo a partes iguales, el inicio de aquel baile erótico que mantenían. Su lengua se abrió paso entre los labios masculinos y encontrando la suya, estas combatieron ferozmente. Le oyó en el interior de su boca y cuando con su mano recorrió su cuerpo hasta su vulnerable intimidad, un rayo la alcanzó cuando la tocó.

Solo fue un dedo, solo el roce de su cuerpo… pero uniéndolo todo, era un infierno vuelto paraíso. Aquel dedo inició un lento movimiento circular y sintiendo su cuerpo saltar cada vez que rozaba el punto tembloroso de su sexo, jadeó ahogando sus sonidos en la boca masculina. Incapaz de procesar lo que estaba ocurriendo, abrió más las piernas y alzando su pelvis, buscó ahondar más sus caricias. Al poco, los roces incrementaron y sintiendo su respuesta húmeda mojando sus muslos, mordió con fuerza los labios masculinos, descargando de aquel modo la violencia que desataba en su cuerpo de una forma atroz, y cálida. Con la lengua lamió donde había marcado con sus dientes el labio y regresando a buscar su boca, hambrienta de su contacto, sus manos se agarraron a su espalda y de allí, en movimientos bruscos, totalmente desatados llegaron al inicio de su trasero. Él entonces le devolvió la mordida y ella gimiendo por el pulsante dolor en su labios inferior, como por la intrusión cuando a aquel dedo que la encendía, se unió otro más, clavó con fuerza las uñas en su espalda. Ahora la humedad de su sexo ya no solo mojaba sus muslos, sino que empapaba la mano del inquisidor. Totalmente sonrojada, se apartó de su boca y le miró. Su respiración tronaba con fuerza contra los labios masculinos. Le faltaba el aliento y viéndole como este le sonrío, de pronto sintió como su cuerpo entero se corcoveaba bajo él. Estaba a punto de sucumbir. Su cuerpo inició un vaivén totalmente sincronizado con los movimientos de la mano masculina. La fricción de sus dedos sobre su intimidad, era tan intensa… tan acaparadora. Todos sus sentidos se centraban en aquel pulsante botón. Los dedos resbalaban… Gimió bajo la oscura observación de sus ojos y se adentró en aquellos baches que enviaban a su torrente miles de agujas de fuego travesando cada uno de sus nervios.

Fletcher. —Fue la más leve de las suplicas pidiendo alivio. Pidiendo más; pidiendo todavía muchísimo más. Quería sentirlo de verdad. Que dejase de torturarla. Que la alzase al cielo y luego la recogiese en sus brazos solo para continuar siguiendo aquel ascenso al paraíso del placer de sus cuerpos. Con el movimiento de su pelvis contra el cuerpo ajeno, el miembro masculino aún atrapado bajo la aspereza del pantalón al que era sometido, no dejaba de chocarse una y otra vez contra la resbaladiza entrada. — ¡Por dios! —Exclamó cerrando los ojos con fuerza cuando súbitamente jugueteando con sus dedos expertos, el inquisidor retuvo entre ellos su clítoris. Lo pellizcó con delicadeza y regresando a las pecaminosas caricias a su botón, el cuerpo de la hechicera explotó bajo su mano. No alcanzó a gemir su nombre cuando la boca masculina la acalló, justo en el momento en que el éxtasis creció imparable y el nudo en su bajo vientre, se deshizo entre sus dedos. Su cuerpo tembloroso se arqueó y necesitada de aliento, se alejó de aquella tentadora boca y tomó aliento contra el cuello gélido de Fletcher. Acarició aquella parte con sus labios y sintiendo aún el alcance de sus temblores, sonrío. Llevó una de sus manos a la mejilla del inquisidor y le hizo coincidir con su mirada.

¿Qué me habéis hecho…que solo deseo más y más? —Le preguntó con la mirada ensombrecida y reluciente por el intenso deseo al que estaba siendo sometida. Respiró contra sus labios y mordiéndose su propio labio, jadeó cuando la pelvis ajeno regresó a chocar contra la suya, ahora húmeda y sensible. El leve contacto, la mera caricia de sus cuerpos rozándose enviaba todo tipo de estremecimientos por su anatomía femenina. —Os quiero dentro…en mi interior. Flet, por favor. Hacedme vuestra. —Nuevamente le rogó con voz débil, rota. Ya no deseaba distancia entre cuerpos, tampoco ninguna barrera ni tela que impidiese aquella unión que de solo pensarla, la enloquecía como nunca antes creía posible. Quería ser suya; suya de una buena vez.
Melissa Landry
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