AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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House of Chains — Privado
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House of Chains — Privado
¿Por qué justamente le tocaban los más complicados a ella? No podía creer que su suerte estuviera tan arruinada por esos detalles, ¡es que faltaba nada más! De seguro el destino estaría riéndose por los dolores de cabeza que estaba a punto de tener Isolde en ese momento. ¡Y eso que ella no creía en esas cosas! Pero cuando ese sujeto entró de nuevo en su taberna, a buscar problemas, además de tener una deuda abismal, terminó creyendo por completo en la mala suerte. Radu no se cansaba de fastidiar, y eso la ponía de mal humor. Por alguna razón, él se las apañaba para irritarla, tanto como lo hacía el susodicho profesor Vernier. Recordarlo hizo que pusiera los ojos en blanco, así que no tuvo más alternativa que tomar al toro por las astas, a pesar de la aburrida negativa de uno de sus empleados.
Era probable que Radu no la reconociera, aunque ella sí estaba muy al tanto de quién diablos era él. Por eso no tuvo mayor inconveniente en abordarlo cuando estuvo solo en una de las mesas. Isolde parecía lo opuesto a ese sucio lugar, no sólo por sus modales, sino por su manera de vestir. Sin embargo, no era difícil darse cuenta que imponía respeto, más prefirió que no la molestaran, y lo afirmó con una mirada que le dirigió a uno de sus ayudantes en el momento en que éste le llevó una jarra con vino. La apartó con hastío, centrando su mirada en ese licántropo soez, al que no le negaba un buen físico. Sí, lo reconocía, el tipo era atractivo, pero demasiado temperamental para su gusto.
—¿Radu, verdad? El típico busca pleitos que le ha estado dando problemas a mis empleados, ¿cierto? —habló, finalmente, mirándolo fijamente, a punto de abofetearlo si seguía sonriéndole de esa manera—. ¡Qué bonito! ¿Acaso estás borracho y todo te parece chistoso? No, mira, no lo es. Tienes una deuda enorme con mi persona, y pues, si no pagas... Pasarán cosas muy malas.
Le advirtió, justo en el momento en que unos hombres los rodearon, y quienes parecían tener problemas con él. A Isolde no le hizo nada de gracia, sobre todo por no conocer a esos brutos. ¡Y porque ya estaba muy harta de eso!
—¿Tienen algún problema? Si quieren arreglar una disputa, pueden hacerlo afuera, no quisieran disgustar a Schubert —soltó, y el efecto fue el deseado. Su tío era muy conocido en el bajo mundo por su particular trabajo, así que no era de esperarse que aquellos hombres se apartaran de inmediato, dejándola de nuevo a solas con el otro, que ya había pasado a la defensiva—. Cielo, tranquilo, ya he tenido suficiente brutalidad por hoy. ¿Por qué mejor no te sientas y me cuentas cómo vas a saldar la deuda con la taberna? Puedo ofrecerte trabajo, y eso sí que es una oferta apreciable, sobre todo porque, aunque brutico, eres guapo, y eso para mí es suficiente. Y sí, yo soy la dueña de esta pocilga... ¡Ya sé! Mejor vamos a un lugar más privado.
Le invitó, y no esperó respuesta alguna cuando ya se había puesto de pie, dirigiéndose hacia las escaleras que conducían al piso superior, en donde, era de suponerse, se encontraban un par de habitaciones que servían de "oficinas". Si continuaba abajo, la mirada molesta de sus hombres no la iban a dejar concentrarse, y ya estaba lo suficientemente molesta como para añadir más enojo a su existencia.
Era probable que Radu no la reconociera, aunque ella sí estaba muy al tanto de quién diablos era él. Por eso no tuvo mayor inconveniente en abordarlo cuando estuvo solo en una de las mesas. Isolde parecía lo opuesto a ese sucio lugar, no sólo por sus modales, sino por su manera de vestir. Sin embargo, no era difícil darse cuenta que imponía respeto, más prefirió que no la molestaran, y lo afirmó con una mirada que le dirigió a uno de sus ayudantes en el momento en que éste le llevó una jarra con vino. La apartó con hastío, centrando su mirada en ese licántropo soez, al que no le negaba un buen físico. Sí, lo reconocía, el tipo era atractivo, pero demasiado temperamental para su gusto.
—¿Radu, verdad? El típico busca pleitos que le ha estado dando problemas a mis empleados, ¿cierto? —habló, finalmente, mirándolo fijamente, a punto de abofetearlo si seguía sonriéndole de esa manera—. ¡Qué bonito! ¿Acaso estás borracho y todo te parece chistoso? No, mira, no lo es. Tienes una deuda enorme con mi persona, y pues, si no pagas... Pasarán cosas muy malas.
Le advirtió, justo en el momento en que unos hombres los rodearon, y quienes parecían tener problemas con él. A Isolde no le hizo nada de gracia, sobre todo por no conocer a esos brutos. ¡Y porque ya estaba muy harta de eso!
—¿Tienen algún problema? Si quieren arreglar una disputa, pueden hacerlo afuera, no quisieran disgustar a Schubert —soltó, y el efecto fue el deseado. Su tío era muy conocido en el bajo mundo por su particular trabajo, así que no era de esperarse que aquellos hombres se apartaran de inmediato, dejándola de nuevo a solas con el otro, que ya había pasado a la defensiva—. Cielo, tranquilo, ya he tenido suficiente brutalidad por hoy. ¿Por qué mejor no te sientas y me cuentas cómo vas a saldar la deuda con la taberna? Puedo ofrecerte trabajo, y eso sí que es una oferta apreciable, sobre todo porque, aunque brutico, eres guapo, y eso para mí es suficiente. Y sí, yo soy la dueña de esta pocilga... ¡Ya sé! Mejor vamos a un lugar más privado.
Le invitó, y no esperó respuesta alguna cuando ya se había puesto de pie, dirigiéndose hacia las escaleras que conducían al piso superior, en donde, era de suponerse, se encontraban un par de habitaciones que servían de "oficinas". Si continuaba abajo, la mirada molesta de sus hombres no la iban a dejar concentrarse, y ya estaba lo suficientemente molesta como para añadir más enojo a su existencia.
Isolde Schubert- Cambiante Clase Alta
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Fecha de inscripción : 09/04/2017
Localización : París
Re: House of Chains — Privado
House of chains
Falle la memoria y actúe el destino, donde falte el pasado que prevalezca el porvenir.
Falle la memoria y actúe el destino, donde falte el pasado que prevalezca el porvenir.
La puerta de entrada precedió su imperioso ingreso con un estruendo, el aire concentrado del establecimiento le recibió con la sutileza de una bofetada, prevaleciendo a la cabecera de la amalgama los intensos aromas del alcohol puro, la orina, el sudor impregnado, los perfumes baratos y el pescado. Ah, aunque la ciudad fuese demolida hasta sus cimientos, Radu hubiese apostado su cabeza a que aquel vertedero permanecería exactamente igual; olería precisamente del mismo modo.
Se adentró en el recinto esquivando cuerpos frenéticos que se comportaban como la marea y buscó con la mirada alguna mesa desocupada, para su fortuna, un marinero y su voluptuosa compañía le cedieron sitio una vez el hombre acabó de contar los francos en sus bolsillos y concluyó en que eran suficientes para costear el servicio.
El joven licántropo llevaba una buena cantidad de copas encima, las suficientes como para que cualquier obstáculo en su andar le supusiera un teatral trastabillo, mas nunca las necesarias para satisfacer sus deseos de olvidar las jornadas precedentes.
Varias miradas indeseadas parecían apuntar en su dirección, muchos de los rostros en sus inmediaciones le resultaban familiares, ya se había construido firme fama de buscapleitos y, para su orgullo, campeón invicto de riñas imprevistas. Por algún motivo, sin embargo, nadie se aproximaba a provocarle, lo que resultaba intrigante, al menos hasta que una presencia arrasadora se convirtió en el eje de su atención.
Una mujer de firme porte se detuvo en el extremo opuesto de su mesa, un hombrecillo tambaleante la escoltaba con una jarra, pero fue despachado descortésmente tan pronto intentó ofrecérsela a la recién llegada. Radu, ni corto ni perezoso, llamó la atención del servidor antes de que pudiera alejarse demasiado y rescató el recipiente que portaba entre las manos para acabarse de un solo sorbo su dulce contenido; se vio fascinado por la calidad del vino, excedía la de cualquier bebida que sirvieran allí, lo que le llevó a deducir, por si ya no resultaba evidente, que la joven prepotente no era una cualquiera.
Mientras la muchacha se dedicaba a reprenderle con completa soltura, él se distrajo contemplando la sinuosidad de su cuerpo, los pomposos vestidos que marcaban la tendencia de la época no favorecían al ojo a la hora de comprobar qué era aquello que recubrían, pero sí dejaban suficiente libertad a la imaginación del espectador. A Radu le estaban encantando sus conjeturas.
De improviso, un grupo de robustos individuos se congregó alrededor de la mesa que ocupaban, sus rostros evidenciaban el fervoroso anhelo de golpear algo; el joven alemán estuvo a punto de excusarse ante la mujer, pero la mera mención de un nombre por su parte hizo que la reunión se suspendiera y sus integrantes se dispersaran. Él, sin embargo, lejos estaba de comprender el motivo de tal comportamiento.
La muchacha volvió a dirigirle la palabra, parecía decidida a cobrarse la deuda; Radu estaba demasiado borracho como para elaborar alguna estrategia que le permitiera evadir el embrollo y no pudo salir de su asombro cuando le fue revelado que era ella, nada más ni nada menos, que la propietaria del establecimiento.
¿Qué clase de hombre iba a ignorar la invitación de una mujer de su clase a acompañarle hacia un sitio más privado? Ninguno en su sano juicio, claro está; y aunque el licántropo no se encontrara totalmente en sus cabales, el licor no le había nublado la razón hasta tales extremos. Se puso en pie de inmediato y se fugó entre la multitud detrás de la anfitriona, consciente de que a sus espaldas el grupo de mastodontes apestosos hervía en deseos de rebanarle el cuello.
El piso superior suponía un universo alterno, allí el pasillo era estrecho y los sonidos menos superpuestos, claro que desde la infinidad de puertas a los flancos se dejaban escuchar balbuceos y chirridos suficientemente vulgares como para hacer correr a un jovenzuelo en plena pubertad. Radu, por su parte, se distendía contemplando el ir y venir de las caderas de la muchacha en su caminata, estaba comenzando a considerar la posibilidad de que el alcohol le estuviera jugando una mala pasada.
Le siguió hasta el interior de una de las habitaciones más apartadas, detrás de sí cerró la puerta y se mantuvo de pie por condicionada cortesía, aprovechando para echar un vistazo al nuevo contexto que les envolvía. El suelo entablado se hallaba perfectamente lustrado, los muros se encontraban prolijamente revestidos y el mobiliario se exhibía impecable y moderno, todo lo contrario al aspecto de la taberna que se encontraba no más que en el piso inferior.
El joven alemán se percató de que, aunque encantadora, la invitación de la mujer perseguía el objetivo de cobrarle una deuda que no recordaba haber acumulado —posiblemente por culpa del alcohol— y que, aunque acogedora, aquella sala cumplía, para él, el papel de celda; y a decir verdad, ya estaba hastiado de jugar al prisionero.
—A ver —comenzó, haciendo acopio de su menguante juicio—, eres la dueña de la taberna, ¿o escuché mal?, ¿cómo es que nunca antes te había visto por aquí? Créeme, lo recordaría.
»Agradezco tu hospitalidad —al parecer, aún ebrio respetaba sus modales—, pero no tengo nada que hacer aquí. Como verás, dudo poder ser de utilidad, no recuerdo deberte nada, aunque no negaré que es posible que lo haga. —Hizo una pausa, puesto que se había enredado en su propio discurso—. ¿Tienes un vaso de agua? En fin, no sé qué puedas cobrarme, aunque sí tengo algunas sugerencias, nada decorosas, pero entienda, señorita, está hablando con un bruto borracho.
Se dirigió hacia el escritorio que coronaba la habitación y se recargó sobre este, en un intento por recobrar el equilibrio. Necesitaba aire, quizá alguna actividad que le ayudara a liberar energía, bebida fresca para calmar el ardor de la garganta y, tal vez, deshacerse de esos inmundos zapatos.
Radu V. Rosenthal- Licántropo Clase Alta
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Re: House of Chains — Privado
No era ninguna estúpida, por supuesto que no, por eso se dio cuenta de las miradas impertenentes de ese tipo que iba tras sus pasos, el mismo que ella había invitado a un lugar "más discreto". Y no, no lo hizo con un fin lujurioso, sino para ver cómo demonios podía llegar a un acuerdo con ese zopenco busca pleitos. Quizá tuviera que valerse de sus encantos para obtener algo, o quizá no. Isolde no siempre terminaba en tales circunstancias, y menos si no le daba la gana, prefiriendo resolver los asuntos de maneras mucho más... extremas, como un buen miembro de una organización criminal. Sin embargo, en aquella ocasión, creía, que no iba a ser tan necesario irse a un punto tan álgido, aunque, no sabía qué tanto lograría con aquel idiota en semejante estado de ebriedad.
Una vez estando en su oficina, con una decoración que distaba mucho de la pocilga que resultaba ser ese lugar, Isolde decidió que era mejor tomar el toro por las astas; pero primero se tomaría su tiempo, al menos hasta que el otro pudiera tomar cierto control de su mente. Tal vez el silencio que los rodeaba a ambos serviría un poco. Tal vez la mirada frívola de Isolde ayudaría. No estaba muy segura. Los tipos como Radu eran una cajita de sorpresas, completamente impredecibles en determinados casos, y que podían convertirse en un agudo dolor de cabeza, aunque no representaban una amenaza considerable. Es más, si había podido lidiar con alguien tan caótico y destructivo como Laborc, ¿por qué no con aquel cabeza de alcornoque que tenía en frente? Que ni siquiera se esperaría que, esa mujer a la que miró sin reparo hacía minutos atrás, estaba relacionada con negocios muy turbios.
Entonces llegó el momento de responderle, luego de tomarse su tiempo, luego de acercarse y ofrecerle un vaso con agua (lo necesitaba sobrio, no más ebrio de lo que ya había estado).
—Te creí más perspicaz, chico, en serio. ¿Por qué dudarías de que este lugar me pertenece? ¿Acaso crees que un tipo mal hablado y que vista harapos es el indicado para hacerse con el control de un lugar así? —soltó, chasqueando la lengua, mientras hacía un ligero movimiento de cabeza—. Además, ¿tengo cara de que me guste estar rodeada de borrachos? No, ¿cierto? Dejo la administración en manos de alguien más, y muy de vez en cuando vengo a saldar deudas con clientes testarudos como tú.
Cruzó los brazos, observándole fijamente, incluso enarcó una ceja mientras esbozaba una sonrisa burlona. ¿Nada decorosas, eh? Se quería pasar de listo con quien no debía, pero, ¿y qué más daba? Podría aprovecharse, aunque tenía que sustentar muy buen el porqué, no le gustaba tomarse ciertas cosas a la ligera.
—Has bebido como condenado todas estas noches, luego buscas problemas y terminas marchándote... sin pagar un franco. Has acumulado una deuda tremenda, y a pesar de que me gusten las cosas nada decorosas, también me gusta el dinero, así que supongo que estás en un problema —advirtió, y esta vez se le acercó para sujetarle el mentón—. Y no, no quiero dinero por esas cosas, que no soy como las infelices del burdel, quiero mis francos por lo que consumiste en mi local, ¿comprendes mejor? Ya lo demás, bueno, no sé, me lo pensaré... Es que, sabes, hace falta más que un físico bonito para atraerme. Suelo ser exigente en muchos aspectos de mi vida, en especial con esos.
Le soltó con brusquedad y fue a parar en la silla que estaba detrás del escritorio. Una vez ahí se acomodó sobre el respaldo, sin apartar la mirada de su acompañante.
—¿Qué tantos refunfuñas? Estoy siendo honesta y sensata, no sé qué tanto te molesta, la verdad...
Una vez estando en su oficina, con una decoración que distaba mucho de la pocilga que resultaba ser ese lugar, Isolde decidió que era mejor tomar el toro por las astas; pero primero se tomaría su tiempo, al menos hasta que el otro pudiera tomar cierto control de su mente. Tal vez el silencio que los rodeaba a ambos serviría un poco. Tal vez la mirada frívola de Isolde ayudaría. No estaba muy segura. Los tipos como Radu eran una cajita de sorpresas, completamente impredecibles en determinados casos, y que podían convertirse en un agudo dolor de cabeza, aunque no representaban una amenaza considerable. Es más, si había podido lidiar con alguien tan caótico y destructivo como Laborc, ¿por qué no con aquel cabeza de alcornoque que tenía en frente? Que ni siquiera se esperaría que, esa mujer a la que miró sin reparo hacía minutos atrás, estaba relacionada con negocios muy turbios.
Entonces llegó el momento de responderle, luego de tomarse su tiempo, luego de acercarse y ofrecerle un vaso con agua (lo necesitaba sobrio, no más ebrio de lo que ya había estado).
—Te creí más perspicaz, chico, en serio. ¿Por qué dudarías de que este lugar me pertenece? ¿Acaso crees que un tipo mal hablado y que vista harapos es el indicado para hacerse con el control de un lugar así? —soltó, chasqueando la lengua, mientras hacía un ligero movimiento de cabeza—. Además, ¿tengo cara de que me guste estar rodeada de borrachos? No, ¿cierto? Dejo la administración en manos de alguien más, y muy de vez en cuando vengo a saldar deudas con clientes testarudos como tú.
Cruzó los brazos, observándole fijamente, incluso enarcó una ceja mientras esbozaba una sonrisa burlona. ¿Nada decorosas, eh? Se quería pasar de listo con quien no debía, pero, ¿y qué más daba? Podría aprovecharse, aunque tenía que sustentar muy buen el porqué, no le gustaba tomarse ciertas cosas a la ligera.
—Has bebido como condenado todas estas noches, luego buscas problemas y terminas marchándote... sin pagar un franco. Has acumulado una deuda tremenda, y a pesar de que me gusten las cosas nada decorosas, también me gusta el dinero, así que supongo que estás en un problema —advirtió, y esta vez se le acercó para sujetarle el mentón—. Y no, no quiero dinero por esas cosas, que no soy como las infelices del burdel, quiero mis francos por lo que consumiste en mi local, ¿comprendes mejor? Ya lo demás, bueno, no sé, me lo pensaré... Es que, sabes, hace falta más que un físico bonito para atraerme. Suelo ser exigente en muchos aspectos de mi vida, en especial con esos.
Le soltó con brusquedad y fue a parar en la silla que estaba detrás del escritorio. Una vez ahí se acomodó sobre el respaldo, sin apartar la mirada de su acompañante.
—¿Qué tantos refunfuñas? Estoy siendo honesta y sensata, no sé qué tanto te molesta, la verdad...
Isolde Schubert- Cambiante Clase Alta
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Localización : París
Re: House of Chains — Privado
House of chains
«Si un hombre ha ejercido el bandidaje y se le encuentra, será condenado a muerte».
«Si un hombre ha ejercido el bandidaje y se le encuentra, será condenado a muerte».
Recibió el vaso que le tendía la muchacha, apurándolo casi desesperado por saciar su condenada sed. Hizo un soberano esfuerzo por concentrarse en la plática, se le estaba dificultando coordinar el no derramar el agua y, a la vez, comprender a qué se estaba refiriendo su interlocutora. Cuando ella concluyó su introducción, él depositó el recipiente vacío sobre el escritorio.
¿Quién en su sano juicio hubiera imaginado que el propietario de aquella pocilga sería una dama de sus facultades? Hasta parecía estarle tomando el pelo, el alcohol era un exitoso inductor de la amnesia, mas no un producto alucinógeno; estaba completamente seguro de no haber consumido cualquier otro aditivo de mayor calibre, ya de por sí, resultaba complejo que las sustancias surtieran efecto en su cuerpo y bastante debía invertir para alcanzar el estado de ebriedad; bien, al parecer, invertir no era, precisamente, aquello que había estado haciendo.
Su mente era un embrollo, había formulado un sinfín de excusas y justificaciones, pero ninguna hallaba sitio alentador en el conjunto de frases que pendía de la punta de su lengua. Estaba a punto de replicar una incoherencia, cuando la joven volvió a tomar el control de la conversación, dándole a conocer la condición de su deuda. Oh, los detalles se oían tan verosímiles que comenzó a temer las consecuencias de sus actos, para colmo de males, la mujer se mostraba reacia a aceptar cualquier otro medio de pago que excluyera el dinero. Atroz inconveniente: él no llevaba ni un mísero céntimo encima. ¡Peor!, quien administraba las cuentas de la casa era su hermano y, sinceramente, aquel sujeto era el peor usurero de toda París, ¡de toda Francia y el Occidente!
Radu echó un vistazo a la muchacha, acicalándose la barba para ocultar su exasperación; ella se mostraba íntegra y prepotente, ávida en la plática y con la astucia refulgiéndole en los ojos. Él estaba borracho, borracho y en terrible desventaja, no disponía de los recursos que le permitieran librarse de la deuda aquella misma noche, amenazar a una mujer no era de su preferencia, mucho menos cuando se trataba de una con su nivel de integridad, además, estaba claro que no era una mortal convencional, lo percibía en el aire, en su porte. El caudal de pensamientos se agolpó, turbulento, en su mente, debió establecer una pausa para masajearse las sienes y comenzar a descartar factores incompetentes.
Tras exhalar un suspiro, irguió la espalda y se cruzó de brazos, procurando aparentar decencia siquiera para lograr responder a quien le increpaba en términos relativamente similares; sin embargo y a discreción, llevaba más las de perder.
—Lo sé, lo sé, comprendo. Desafortunadamente para ambos, no estoy en condiciones de pagar esa suma aquí y ahora, como verás, apenas puedo mantenerme de pie. —Espetó, con la voz áspera; si permanecía algo más de tiempo sin ingerir bebidas alcohólicas, sin embargo, el efecto de embriaguez acabaría menguando aprisa—. Digamos que estuviera dispuesto a saldar esta deuda que tanto insistes en imponerme, ¿existiría la posibilidad de abonarla en fracciones? Mejor dicho, exijo que se financie en cuotas estables.
No estaba seguro sobre el origen de tal concepción, si acaso era su intelecto hablando en contra de su sopor o un auténtico disparate resultante de su delirio; en todo caso, proponer los términos de escape era mucho más dignificante que interpretar el rol de perchero, tieso y mudo.
—¡Oh!, pero antes, demando que se especifiquen todas mis consumiciones y el monto exacto que se me reclama, señorita… —prolongó la última vocal, intentando recordar el apellido de la mujer, pero le fue ingrato reparar en que jamás lo había oído mencionar—, ¡un momento!, ni siquiera me has dicho tu nombre, ¿cómo se supone que vaya a creerme todo este circo?
Radu V. Rosenthal- Licántropo Clase Alta
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Re: House of Chains — Privado
Isolde continuó en su lugar, de brazos cruzados y observándolo con una mueca de "a ver, cuéntame una de vaqueros", porque, en realidad, el único que parecía un circo era él, sobre todo por estar en las condiciones en las que se hallaba. Ella, por su parte, tenía pruebas fehacientes de todo lo que le había dicho, así que ni siquiera se inmutó ante lo comentarios del sujeto, simplemente exhaló y puso los ojos en blanco hasta el infinito. ¿Qué manía tenía París con relacionarla con tipos así? Ya empezaba a agotársele la paciencia, y era en serio. Pero respiró hondo, contó hasta diez, y prefirió no sucumbir ante el fastidio que estaba a punto de hacer erupción en su interior, síntoma poco común en ella en circunstancias como esa. ¿Y a quién más podía culpar de semejante necedad? Tenía dos nombres, y el segundo se lo repetía hasta el cansancio sólo para fastidiarlo. ¿Quién era el personaje? Así es, era Laborc, o Miklós para la gran mayoría de seres que tenían la mala suerte de encontrarse con él...
¿Y por qué demonios tenía que recordar a ese justo en ese momento? Ya bastantes problemas le había causado como para continuar metiéndolo en donde nadie lo llamaba, mucho menos en sus negocios. Pero él ya estaba demasiado enredado con ella como para negarlo. ¡Ah! Si continuaba dándole vueltas al asunto, terminaría algo mal de la cabeza, así que prefirió volver a su actual realidad. Sí, esa en la que estaba intentando hacerle recordar a un borracho que poseía una deuda considerable con ella. De acuerdo, ya a esas alturas, Isolde no sabía qué era peor.
Luego de exhalar con evidente molestia, se puso de pie. Aún de brazos cruzados se paseó por la habitación un tanto pensativa, pero ya en su mente había cavilado lo que quería replicarle, sólo que se dejó abstraer un poco por pensamientos inoportunos, y así le iba. En otros tiempos, antes de Laborc desde luego, había actuado más veloz, porque la audacia no la dejaba a un lado; siendo una zorra hecha y derecha, ¿cómo decidir que podía deshacerse de su esencia? ¡Era casi como negar su nacimiento y sus genes! Y por ahí no pasaba, por lo que sí, retomó su poderío en la conversación, acercándose incluso al tal Radu, con una sonrisa que podía ser malinterpretada con muchas cosas.
—Te recuerdo una cosita, querido, y espero que logres entenderla. Estás en mi territorio. Es decir, aquí la jefa soy yo; es decir, aquí la única que anda con exigencias soy yo, ¿comprendiste? Muy bien, felicidades —aclaró, y aunque no había sonado hostil, sí que dio a entender perfectamente su posición—. Eso quiere decir que quien pone las condiciones en esta pocilga, bueno, ya sabes quién es. Y así como no pediste la bebida en fracciones, ni en cuotas, yo no aceptaré el pago de ese modo. ¿Quieres pruebas? Las tendrás, con horarios de entrada y salida, hasta descripciones de absolutamente todo.
No estaba bromeando, porque un Schubert jamás se andaba con tonterías, e Isolde era terriblemente exigente con sus empleados, incluso con los demás negocios a los que se dedicaba, algo que, sin duda, había heredado de su tío. Por lo que no era difícil creer que sí, a todos los clientes se les vigilaba, por si alguno quería pasarse de listo como intentó hacerlo Radu. Y como él quería hacerse el testarudo, ella fue por los folios en donde se mostraban todos los datos a los que se refirió.
—Ahí está el circo. Oh, espera, ¿ya no te parece un circo? No necesito decirte mi nombre de buenas a primeras para causar una buena impresión, cuando tú no lo has hecho, cielo. —Le dio unas palmaditas en la mejilla para ver si así reaccionaba ante la verdad que le plantó en la cara—. Y bien, si no tienes dinero, podrías pagarme con tus servicios... Tienes pinta de ser un buen guardaespaldas, y yo, bueno, la mafia siempre necesita cuidarse las espaldas. ¿Ves? Eso es mejor que ofrecerme tus servicios carnales. Eso podría ser luego, cuando aceptes el contrato. Aunque... —Hizo una pausa y le observó a un par de pasos de distancia—. Tú no te ves como que te gusten mucho las mujeres, así que, bueno, no importa, igual lo del trato por tus servicios de guardaespaldas sigue en pie, al menos hasta que saldes la deuda que tienes con la taberna.
¿Y por qué demonios tenía que recordar a ese justo en ese momento? Ya bastantes problemas le había causado como para continuar metiéndolo en donde nadie lo llamaba, mucho menos en sus negocios. Pero él ya estaba demasiado enredado con ella como para negarlo. ¡Ah! Si continuaba dándole vueltas al asunto, terminaría algo mal de la cabeza, así que prefirió volver a su actual realidad. Sí, esa en la que estaba intentando hacerle recordar a un borracho que poseía una deuda considerable con ella. De acuerdo, ya a esas alturas, Isolde no sabía qué era peor.
Luego de exhalar con evidente molestia, se puso de pie. Aún de brazos cruzados se paseó por la habitación un tanto pensativa, pero ya en su mente había cavilado lo que quería replicarle, sólo que se dejó abstraer un poco por pensamientos inoportunos, y así le iba. En otros tiempos, antes de Laborc desde luego, había actuado más veloz, porque la audacia no la dejaba a un lado; siendo una zorra hecha y derecha, ¿cómo decidir que podía deshacerse de su esencia? ¡Era casi como negar su nacimiento y sus genes! Y por ahí no pasaba, por lo que sí, retomó su poderío en la conversación, acercándose incluso al tal Radu, con una sonrisa que podía ser malinterpretada con muchas cosas.
—Te recuerdo una cosita, querido, y espero que logres entenderla. Estás en mi territorio. Es decir, aquí la jefa soy yo; es decir, aquí la única que anda con exigencias soy yo, ¿comprendiste? Muy bien, felicidades —aclaró, y aunque no había sonado hostil, sí que dio a entender perfectamente su posición—. Eso quiere decir que quien pone las condiciones en esta pocilga, bueno, ya sabes quién es. Y así como no pediste la bebida en fracciones, ni en cuotas, yo no aceptaré el pago de ese modo. ¿Quieres pruebas? Las tendrás, con horarios de entrada y salida, hasta descripciones de absolutamente todo.
No estaba bromeando, porque un Schubert jamás se andaba con tonterías, e Isolde era terriblemente exigente con sus empleados, incluso con los demás negocios a los que se dedicaba, algo que, sin duda, había heredado de su tío. Por lo que no era difícil creer que sí, a todos los clientes se les vigilaba, por si alguno quería pasarse de listo como intentó hacerlo Radu. Y como él quería hacerse el testarudo, ella fue por los folios en donde se mostraban todos los datos a los que se refirió.
—Ahí está el circo. Oh, espera, ¿ya no te parece un circo? No necesito decirte mi nombre de buenas a primeras para causar una buena impresión, cuando tú no lo has hecho, cielo. —Le dio unas palmaditas en la mejilla para ver si así reaccionaba ante la verdad que le plantó en la cara—. Y bien, si no tienes dinero, podrías pagarme con tus servicios... Tienes pinta de ser un buen guardaespaldas, y yo, bueno, la mafia siempre necesita cuidarse las espaldas. ¿Ves? Eso es mejor que ofrecerme tus servicios carnales. Eso podría ser luego, cuando aceptes el contrato. Aunque... —Hizo una pausa y le observó a un par de pasos de distancia—. Tú no te ves como que te gusten mucho las mujeres, así que, bueno, no importa, igual lo del trato por tus servicios de guardaespaldas sigue en pie, al menos hasta que saldes la deuda que tienes con la taberna.
Isolde Schubert- Cambiante Clase Alta
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