La misión. [Priv. Krys E. Blackmore]

Salí del despacho del capitán resoplando. Mi madre se había plantado junto al capitán de la Orden para ordenarme mi primera misión en solitario... o casi. Debía ir a matar a unos neófitos al campamento de gitanos. Escondidos entre sus carromatos, nos darían la pista que necesitábamos para eliminar a los que estaban perpetrando los crímenes del barrio sur de París, ya que según un contacto estaban relacionados. Doce crímenes en una semana... era demasiado hasta para un grupo de vampiros sedientos. Y en vez de mandarme a mí para poder probar mi valía, tenía que ir... con ella.

La primogénita Blackmore. Krystha era rubia, digna sucesora de su padre y tan parecida a su tía Aveline, a la vez mujer de mi tío Stein, que podrían parecer hermanas, tanto por apariencia como por carácter. Por eso disfrutaba tanto molestándola en los entrenamientos. Algún día, Krystha sería la capitana de Hellsing como heredera de Axel Blackmore, pero todavía quedaba tiempo para eso y me divertía ver las caras de fastidio que ponía aquella pija estirada cuando le tiraba de la lengua. Supongo que en eso había salido a mi tío.

Así que salí de allí un poco contrariada pero emocionada a la vez. Aunque fuera con la Blackmore, podría ser mi oportunidad de demostrarle a Xar de una vez por todas que era buena y que no necesitaba niñera. De hecho, más de una vez me había metido en líos por salir a patrullar las calles nocturnas para cazar vampiros y unas cuantas veces había salido sangrando en el proceso, cosa que traía a mi madre Elora de cabeza. Por eso había llegado a un trato con Xar. Si yo prometía no volver a salir a espaldas de la Orden, me asignarían una misión mejor de las que solían caerme. Trato que acepté, por supuesto. Pero para salir airosa tenía que hablar con Krys... y ponernos de acuerdo para no acabar degolladas en la misión.

Volví a resoplar recorriendo la sede de la Orden. ¿Dónde se habría metido aquella niña pija?

Krystha tenía misiones en solitario, si, sobre informes, recopilar información, datos, reconocimientos, guardias y poco más. Se lo tomaba con filosofía, tenía tantas ganas como cualquiera de probar su valía, que todas las horas de entrenamiento habían dado sus frutos, pero sabía que todo era un proceso. El liderazgo no funciona por herencia y al ser mujer, no iba a quedarle tanto como a su hermano, por suerte en su familia nunca había importado eso aunque conocía la historia de la ruina que había provocado que su tía hubiera pasando por una mala época y que su primo hubiera nacido bajo una escasa estrella económica. La posición social era importante, no por el dinero, si no por el poder.

Le era difícil controlar su temperamento, porque tenía muy mal pronto, en su naturaleza le hervía el ímpetu de su tía pero seguía aspirando a ser como su padre, si quería tener un cargo en la sede tendría que merecérselo, eso no llegaba ni con el apellido ni con el dinero, solo con el esfuerzo, por eso se esforzaba por templar su temperamento, por no ser tan explosiva y desentendida. Sabía que tenía que pasar por ciertas fases, la de entrenamiento era la primera, la del papeleo la segunda, ahora solo faltaba esperar, poco a poco.

La niña pija estaba en el área de entrenamiento, mientras otros estaban golpeándose en el cuadrilátero subiendo posiciones en la tabla, ella prefería centrarse en el uso de armas. En cuerpo a cuerpo era buena, tenía cierto ojo para descubrir las debilidades físicas de los contrincantes, sabía descubrir sus pautas, sus repeticiones y aprovecharse de ellas, pero no le hacía el luchador más fuerte ni el mejor, sin embargo, cuando tenía armas era un asunto completamente diferente. La espada era su favorita, la que había manejado desde el principio, la esgrima era lo poco que podía exhibir al mundo, no sin rechazo por ser mujer, pero al igual que su tía destacó como una de las mejores arpistas, Krystha tenía un don para la espada. Y aunque la deportiva no era precisamente con lo que más cómoda se sentía, disfrutaba de ello. A pesar de todo, le gustaba ir practicando diferentes armas, dominaba la espada, había entrenado con dagas, el arco le relajaba muchísimo pero la maza le parecía exageradamente lenta y contundente, no era nada elegante y no se sentía cómoda. Ahora, el bastón era rápido y había un monje de paso por París, le vio combatir con su arma de madera y quiso aprender. Tuvo muy poco tiempo para exprimir al cazador oriental, pero cuando algo se le metía en la cabeza nadie podía hacerle cambiar de idea.

El palo de madera danzaba entre sus manos, dando giros que en un principio no parecían ofensivos, todo se enfocaba en el control, en la rapidez y en estar cómoda con la nueva arma.