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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Hotaru Ueda Jue Ene 11, 2018 4:53 pm

Al atracar en Narbonne, el muchacho de origen chino que le había estado proporcionando agua potable y alimento durante todo el viaje, la ayudó a salir del pequeño hueco que le había servido como estancia a lo largo de aquellos meses, un cubículo en la bodega de no más de un metro cúbico, y la llevó a tierra firme. Una vez allí, ella se arrodilló e hizo una de las reverencias más marcadas de toda su existencia, pues el hecho de estar ahora en Europa, esperaba fuera un giro de ciento ochenta grados en su vida como sacerdotisa.
 
Una vez a solas, usó el único objeto de valor que había podido traer consigo para pagar un pasaje que la adentrara y acercara a la capital francesa, París. Le entregó su pequeño peine de plata con grabados al cochero y se subió en un carruaje para ocho personas. La mayor parte del trayecto el vehículo fue lleno, de hecho, incluso hubo una tarde en la que fueron nueve ocupantes. Se hacían paradas por la noche, pero se dormía sentado y cubiertos con finas mantas, algo escaso y ni la excesiva cercanía con el resto de pasajeros hacía más llevadero el frío y, encima, incomodaba a la nipona. Fue otro viaje largo, mas nada comparado con la travesía por mar, pero el estado físico de la joven dejaba mucho que desear y antes de alcanzar su destino, bajo la influencia de una alta fiebre, quedó inconsciente.
 

El cochero, viéndose apurado por la situación, detuvo el transporte y, ayudado por uno de los viajeros, un hombre de mediana edad con ciertos achaques de cadera, tomaron a la muchacha y la acercaron al lugar más próximo donde pudiera haber alguien que les prestara cierta ayuda. Había una posada con taberna a unos metros y una vez dentro, llamaron al propietario para saber si les podía indicar algún lugar donde dejar descansar a la chica. No podían pagar a un médico, pero tampoco encargarse de ella. La joven era una responsabilidad que ninguno quería asumir y que, de hecho, tampoco tenían ninguna obligación de hacerlo. El posadero les dijo que allí no le dejaran aquel problema y les invitó a marcharse, no muy amablemente a decir verdad y con ello se inició una discusión que, habiendo empezado todo en una charla en tono bajo, acabó siendo a gritos y con el viajero sujetando a solas el cuerpo de Hotaru, casi tambaleándose por la carga y el dolor que le dio en allí donde la pierna cambiaba de nombre. Los presentes, aquellos que aún no se habían percatado de la escena, ahora lo hicieron y todas las miradas del local, se centraron en aquellos tres hombres y la japonesa con ropas sucias y raídas por el trote recibido en los meses pasados. Ella se veía claramente desnutrida y, aunque su piel de por sí ya era pálida, ahora se veía casi mortecina, con bolsas oscuras bajo los ojos y un tono azulado en sus finos labios.
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Mensaje por Hastur Lun Ene 22, 2018 7:55 am

La lluvia había barrido días atrás todo el brillo que solía iluminar sus ojos. No podía quitarse de la cabeza el rostro de Hector la última vez que se vieron: una mirada cargada de desprecio y rencor dirigida solamente hacia él. Y ni siquiera fue por algún acto por el cual poder pedir perdón o buscar redención. No. Su único pecado era ser un lobo blanco, uno de aquellos que, según contaba la antigua mitología, fueron los protectores de la diosa Selene. Los responsables, al parecer de Hector, de que esta cayera en desgracia. El titán no quería volver a verle ni saber de él, seguía pagando sus estudios tal como había prometido, pero cada vez estaba más seguro de que solo lo hacía por esa promesa. Después de todo, se enorgullecía de ser un hombre de palabra. La medicina seguía siendo su pasión, no iba a dejarlo por nada, no obstante su ilusión se había ido en aquella despedida y el futuro se había vuelto incierto. ¿Seguiría en pie la propuesta de trabajar para él en el orfanato? ¿O, por el contrario, debería hacer uso de los pocos contactos que logró reunir gracias a su ayuda? Aunque, qué importaba... el dolor por haber perdido su amistad iba mucho más allá que todo aquello.

Hastur había aprendido muchas cosas durante su larga temporada estudiando medicina. Era capaz de curar un gran catálogo de heridas y enfermedades. Conocía las medicinas, los procedimientos, incluso gran parte del funcionamiento del cuerpo humano. No obstante, había algo de lo que solo los más viejos parecían darse cuenta. La llamada de la sangre. No importaba si no habías conocido a tus progenitores, como ocurría con la mayoría de chicos en aquella época, si tu padre tenía el gen del alcohol, amigo, estabas jodido. Tarde o temprano ibas a encontrarte con una botella que, de no tener cuidado, iba a quedarse para siempre en tu mano. Y Hastur, después de todo, era un Paine. Aunque solo hiciera unos pocos meses que conocía a su verdadero padre, Leif, el gen parecía haber aparecido con mucha fuerza tras la trágica despedida con Hector.

Una pequeña y oscura taberna, impregnada con el hedor de los orines que ya nada haría desaparecer más que el fuego, se había convertido en cuestión de días en su sitio más transitado. Noche tras noche, sin más compañía que sus propios pensamientos, iba vaciando vasos como si esperara encontrar la salvación en el fondo de alguno de ellos. Y aquella noche no era distinta. O tal vez llegara a serlo.

Sentado en un taburete en una esquina de la barra, con la larga melena enmarañada y una barba abandonada cubriendo su rostro enjuto, alzó por primera vez la cabeza ante el revuelo que estaba sucediendo a sus espaldas. El griterío había roto su viaje por los recuerdos y el alcohol encima era suficiente para no importarle meterse en una pelea con tal de reclamar su preciado silencio. Sin embargo, una vez fue consciente de lo que estaba ocurriendo, renació en él la bondad que siempre le había caracterizado y se puso en pie acercándose de inmediato al hombre que cargaba en brazos a la única mujer en esos momentos del local.

-Sé de medicina, puedo ayudar - anunció centrándose de inmediato en la joven oriental, cuyo aspecto demacrado y las ropas sucias le encogieron el corazón. - Por favor venga conmigo, no vivo lejos de aquí. En casa tengo lo necesario para atenderla.

Logró convencer al hombre de acompañarle hasta su humilde piso, la segunda planta de un viejo edificio donde se hospedaba en busca de soledad. Le hizo tender a la joven su camastro, que no era más que un viejo colchón en el suelo, y creyendo que el hombre iba con ella le instó a quedarse. Cogiendo el maletín que Hector le había regalado, sacó lo necesario para hacerle un rápido chequeo, usando un rudimentario artilugio que más adelante se daría a conocer como estetoscopio. - Está claramente desnutrida y una fuerte gripe la está consumiendo. Tome - le dio unas monedas - traiga algo de sopa de la taberna. Que esté bien caliente.

-Pero yo no...

-¡Apúrese!

La joven necesitaba comer, pero sus intenciones iban más allá. Creyendo que el hombre estaba a cargo de ella, sospechó que el estado de la joven se debía a alguna clase de maltrato y quería estar a solas con ella para salir de dudas. Llenando un cubo de agua fría, mojó un trapo que fue pasando con delicadeza por su rostro, dejándolo al final en su frente para mitigar el malestar de la fiebre.

-Hey, señorita... ¿puede oírme? Voy a intentar ayudarla, ¿de acuerdo? No dejaré que le pase nada malo... - su bondad le hacía prometer aquello, pero su convicción no era tan fuerte. El estado de la joven era crítico y, en una época donde un simple catarro podía acabar con la vida del más duro, prometer algo así era arriesgado. - ¿Ese hombre que la ha traído... le ha hecho daño? ¿Es el responsable de su estado? De ser así, le pido que confíe en mí, me encargaré de que no vuelva a hacerlo...
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Mensaje por Hotaru Ueda Jue Ene 25, 2018 3:39 am

Para cuando la nipona empezó a recobrar la consciencia, lo que no implicó que abriera aún los ojos o se moviera, lo primero que logró discernir dentro del caos que era su mente, fueron dos voces. Dos varones hablaban en una lengua que ella conocía, no la dominaba, pero sabía suficiente como para comprenderla, o lo haría cuando su cabeza dejara de sentirse embotada. Pasados unos segundos, logró despegar sus párpados, aunque por un instante, sus orbes se vieron blancas, hasta que los iris descendieron y, finalmente, empezaron a enfocar su mirada. Un rostro, inicialmente borroso, poco a poco fue tomando forma ante ella. Completamente desaliñado y con el cabello revuelto y enredado, la observaba con preocupación bajo una descuidada barba. Tosió un poco, más por tener la garganta seca que no por la enfermedad. Lo que le faltaba a su cuerpo era alimento y agua, habían pasado días desde la última vez que se llevara algo a la boca y, si a eso le sumaba que los meses transcurridos en el barco, no habían sido precisamente un ejemplo de cómo nutrirse o hidratarse, el resultado era aquel, un cuerpo débil y demacrado, una piel sumamente pálida, unos músculos maltrechos y huesos prominentes en muñecas, tobillos, rodillas, caderas y hombros. De no ir cubierta con el kimono, seguramente aquel hombre que intentaba atenderla, hubiese creído que era un cadáver que respiraba.

El joven, porque a pesar de su apariencia la vivacidad de su mirada denotaba una edad similar a la de la hechicera, le hablaba y ella tuvo que esforzarse por recordar su idioma, por intentar comprender lo que le decía, lo que le preguntaba. Le costó un poco ligar las palabras pero, al final, lo consiguió y creyó entender que pensaba que su estado era causado por otro hombre, no sabía cuál, pues ahora estaban solos en aquella estancia y no sabía quién era esa supuesta persona. Aún así, sabía que su salud no tenía nada que ver con nadie, así que negó lentamente. -Es por barco…- Su escaso dominio hablado del francés no le permitió especificar de otro modo lo que le ocurría, pero esperó que con ello bastara para que el muchacho comprendiera que nadie tenía la culpa.

Justo entonces, regresó el cochero, con cara de pánico, cargando algo en sus manos, un cuenco humeante, sostenido con las mangas de la chaqueta, seguramente para no quemarse. Pero al ver a la chica despierta, soltó un exagerado suspiro de alivio. Cualquiera hubiera pensado que realmente le preocupaba el estado de salud de aquella desconocida y, aunque tampoco era un mal hombre, lo que le hacía sentir tal desahogo era el sentido de responsabilidad. Ahora la viajera ya no era su carga, la había traspasado al chico de cabello largo y él podría reanudar su camino a la capital sin sentirse culpable. Ya había hecho todo lo que estaba en su mano. -En ese caso, viendo que la joven se encuentra consciente, la dejo a su cargo. Yo debo partir de nuevo, me espera el resto de pasajeros de mi carruaje.- Comentó, dejando el cuenco sobre una pequeña mesa. Le estaba dejando claro que él no tenía vínculos con la enferma y que allí terminaba su labor. Era hora de separar nuevamente sus caminos.
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Mensaje por Hastur Vie Feb 02, 2018 11:36 pm

Su respuesta y la falta de temor en la mirada le convenció de la inocencia del hombre en cuyos brazos la había encontrado, lo cual le dejó algo más tranquilo. No obstante, su vida seguía en peligro y no pensaba permitirlo. A la espera de que el cochero regresara, se puso en pie dirigiéndose apresurado a la habitación contigua, donde sus trémulas manos hicieron estragos con los varios viales, platos y demás enseres que utilizaba para experimentar con distintas hierbas. Su pasión por la medicina le había hecho ir siempre más allá de lo que les enseñaban en la escuela, no solo devorando todo libro que encontrara relacionado, sino llevando a cabo ensayos para fármacos mejores. De los médicos chinos aprendió que una planta llamada "aro", conocida por ser venenosa, bien usada podía combatir los catarros. Hastur había logrado encontrar la fórmula exacta y, tras haberla puesto a prueba, fabricó una buena dosis que nunca estaba de más tener. Y en aquel momento se alegró aún más de ser tan previsor. Sirvió unas gotas en un vial más pequeño y regresó junto a la joven, mojando de nuevo el trapo a la espera del cochero, quien le dejó anonadado al marcharse tan presto.

-Oiga, espe... - se quedó mirando la puerta por donde había salido y suspiró, volviendo la atención hacia la asiática. - Parece ser que ahora estás en mis manos de verdad... No te preocupes, todo irá bien. Vamos a incorporarte un poco para que puedas comer - le pasó con cuidado un brazo por la espalda haciendo él toda la fuerza para elevarle la cabeza, acomodando las almohadas para que se mantuviera sola. Era la primera vez que realmente estaba a cargo de un paciente crítico sin ser el ayudante y, aunque estaba nervioso, se sentía emocionado ante aquel reto. El brillo poco a poco estaba regresando a sus ojos serios de cachorro -. Mi nombre es Hastur - se presentó, una vez hubo mezclado las gotas con la sopa para darle cucharadas lentamente.

El silencio se instaló en el viejo piso donde estaban, apenas roto por el tintineo de la cuchara cada vez que surcaba el plato. Hastur podía ser un hombre muy hablador cuando la curiosidad mandaba, pero por lo general era tranquilo y callado, muy silencioso para tratarse de un Paine. Cierto era que tenía muchas preguntas que hacerle a la joven, pero primero debía centrarse en su salud, más adelante ya habría tiempo para saber cómo había llegado hasta ahí o, más bien, por qué en esas condiciones.

Cuando Hotaru se acabó la sopa volvió a recostarla y a remojar el trapo, asegurándose que las mantas la cubrieran. - Ahora vuelvo, ¿de acuerdo? - susurró saliendo de nuevo por la puerta. No podía dejar que se quedara con aquellas ropas húmedas y sucias, pero menos permisible era que fuera él quien la cambiara. Tuvo que recurrir a su vecina, una ama de casa agradecida por haber curado a su marido, quien no dudó ni un instante en echarle una mano. La mujer, tan humilde como el mismo Hastur, llegó con una sonrisa tierna y algo de ropa propia en las manos. Hastur, mientras, esperó fuera, preguntándose qué iba a ocurrir con la extranjera una vez se recuperara.
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Mensaje por Hotaru Ueda Sáb Feb 03, 2018 12:19 pm

Después de excusarse de aquella manera tan respetuosa, pero a la vez tajante, el cochero se marchó sin más dilación, dejando a la nipona y al hombre de melena a solas en aquella habitación. A Hotaru le daba igual la presencia o no del hombre que la había traído, estaba bajo los efectos de la fiebre y poco consciente era de nada a su alrededor, a decir verdad. Dejó que la ayudara a acomodarse, intentando no irse hacia un lado cuando le dio un mareo. Se agarró a los lados del colchón para centrar el equilibrio y suspiró una vez ya sentada y apoyada contra las dos almohadas que le hacían de respaldo.

-Has-tur…- Pronunció despacio y con cierta torpeza, antes de hacer una reverencia aún sentada. Era inevitable para ella, llevaba toda la vida sometida a las normas educacionales y la etiqueta de su país, donde el ser agradecido y sumiso era lo primordial, especialmente cuando se era una mujer. -Yo llamo Hotaru.- Le quiso dedicar una sonrisa, pero en su estado, la mueca se formó en sus labios no debió verse muy amigable precisamente, aunque estuviera cargada de todas las buenas intenciones del mundo. Abrió la boca cada vez que vio acercarse la cuchara y se fue tomando la sopa con ganas, pues hambre tenía de sobra después de tanto viaje. -Arigatō.- Hizo una inclinación de cabeza breve, principalmente porque algo le decía que si reverenciaba más, se marearía de nuevo e intentaba evitar sentirse peor dada la buena voluntad de aquel hombre por hacer que se recuperara.

Se sorprendió cuando de pronto se levantó y le dijo que ahora volvía. No era que le asustara estar sola, pero después de meses encerrada en un minúsculo compartimento de un barco de carga, le había cogido cierto temor a la oscuridad, al vaivén de las olas, al murmullo de las voces que no podía entender… Se quedó mirando la puerta hasta que vio entrar a una mujer que no dejaba de sonreír y que se empeñó en desnudarla y volverla a vestir. No entendía a que venía el revuelo, pues obviamente llevaba tanto tiempo consigo misma, que era incapaz de notar que olía mal. Pero, como era lógico, antes de ponerle las ropas limpias, la amable señora cogió el paño que tenía la japonesa y lo usó para lavarle las extremidades, el pecho y la espalda. No tendría mucho sentido cambiarla de ropa sin asearla un poco, pues seguiría estando sucia y todo volvería a verse igual pasado un rato. Al final, la mujer la dedicó otra sonrisa y se marchó con su yukata, el obi y los tabi, dejando a Hotaru seriamente preocupada, pues era lo único que le quedaba ya, eso y sus geta.
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Mensaje por Hastur Miér Feb 07, 2018 1:49 pm

Cuidar de otra persona no era un problema para él, desde que nació su hermano Alí, hasta que él tuvo que partir, fue casi padre y madre a la vez para el pequeño, teniendo apenas 10 años. La llegada de Hotaru a su vida había sido totalmente inesperada, pero se esforzaría no solo para que sanara, sino para que se sintiera cómoda en aquel nuevo país. Al menos hasta que ya no le necesitara. Cuando el cochero se marchó con tanta prisa se sintió frustrado por tener tal responsabilidad en casa; no obstante, mientras la vecina cambiaba a la joven oriental, empezó a darle vueltas a la situación llegando a la conclusión de que no estaba tan mal. Tal vez ocuparse de alguien haría que olvidara la desazón que sentía por dentro, y un poco de compañía en casa amenizaría la tristeza que ofrecía un hogar solitario como el que ahí se había formado.

Le dio las gracias a la vecina una vez salió y él volvió a entrar en la habitación, acercándose a la cama. Al notar su expresión preocupada quiso explicarle la situación, empleando un tono más suave y lento para no apabullarla. - Solo se ha llevado tu ropa para lavarla. Te la devolverá cuando esté seca. Primero lo más importante es que te recuperes, ¿de acuerdo? Ahora duerme un poco, te irá bien descansar. La medicina que te he dado aliviará el dolor y la fiebre. Yo estaré aquí mismo - se inclinó hacia atrás un poco para señalarle una vieja y roída butaca en la otra sala, pero que desde ahí podía ver perfectamente. - Si necesitas alguna cosa solo tienes que llamarme. Recuerda, soy Hastur... - le ofreció por primera vez una sincera y amplia sonrisa y le cambió el paño de la frente antes de retirarse al salón y dejarla dormir.

Se dedicó en total sigilo a deshacerse del alcohol y la basura acumulada que había en el pequeño piso. Ya había llorado suficiente por Hector, era hora de dejar las lamentaciones y centrarse en seguir adelante. Limpió de arriba a abajo todo sin hacer el menor ruido e hizo una buena olla de puchero para cuando despertara, pero para eso aún faltaba mucho de modo que fue a sentarse a la butaca a descansar. Desde aquella posición podía observarla sin molestar. Era muy guapa, más guapa que cualquier otra mujer que hubiera conocido hasta entonces. Tal vez fuera por sus rasgos orientales, pero se le antojaba dulce y frágil. Despertaba en él un fuerte instinto de protección, una parte del lobo que hasta entonces no había conocido por ser siempre él el que estaba por debajo. Hector, Leif, sus hermanos, todos eran hombres fuertes y de carácter firme, ninguno de ellos necesitaba realmente su ayuda. Hotaru no era solo una paciente más, era un alma perdida en un lugar desconocido. Lo mismo que fue él mismo años atrás al llegar a París.

Terminó cayendo dormido en algún momento de la madrugada, totalmente laxo en la butaca como si hubiera sido desparramado cual líquido. Aunque el sueño era profundo, sus instintos estaban bien alerta por si ella despertaba y, en cuanto escuchó el más mínimo ruido, abrió los ojos y fue hacia ella. - ¿Cómo te encuentras, Hotaru? - susurró antes de ponerle la mano en la fiebre y comprobar su temperatura.
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Mensaje por Hotaru Ueda Sáb Feb 10, 2018 11:59 am

Cuando tras marcharse la mujer regresó el muchacho de cabello largo y barba desatendida al interior de la vivienda, la nipona le observó con aquella misma preocupación que había teñido su rostro cuando partieran sus prendas, sus únicos recuerdos de aquella vida que había dejado atrás pero que, a pesar de todo, no dejaba de ser su pasado, aquel que la había convertido en quien era y que la había traído hasta el presente actual, a aquella cama, siendo atendido por un voluntarioso caballero un tanto peculiar. Al parecer, él comprendió su desasosiego, pues pronto le explicó que se le retornarían las ropas una vez estuvieran limpias como las que portaba ahora. Suspiró con marcado alivio, uno que fue incapaz de disimular, mas al percatarse de su descortesía, se cubrió la boca y rápidamente hizo una reverencia, sentada como estaba en el colchón. -Watashi wa hijō ni zan'nendesu.- Se disculpó encarecidamente en su lengua natal, pues así era como había pedido perdón durante toda su vida, y aunque conocía muchas palabras francesas, había costumbres que eran imposibles de modificar, al menos por ahora.

Una vez incorporada de nuevo, siguió con la mirada el gesto del joven y vio el asiento que le dijo. Intentó evitar que se fuera allí a descansar, negó con la cabeza e incluso usó las manos que movió frente a ella, entrecruzándose una delante de la otra, pero el varón insistió y ella consideró que perseverar en su negativa, sería de mala educación por su parte así que, muy a su pesar, accedió al final.

Se recostó con cuidado, despacio y quedó mirando al techo unos minutos, aunque, de vez en cuando, la vista se desviaba e iba hacia aquella butaca que el chico había tomado como cama improvisada para descansar aquella noche. Ahora la preocupación de la japonesa recaía en aquel que le había cedido su cama a ella. Mas estaba tan cansada aún, tan falta de energía, que por mucha desazón que sintiera, acabó por caer rendida ante la necesidad por cerrar los ojos y dejarse llevar.

En algún momento de su profundo sueño, el mar en calma que representaba su mente, se enturbió y volvió turbulento. Las aguas se oscurecieron, se tiñeron de rojo y negro, se llenaron de olas violentas cargadas de espuma y empezaron a chocar contra todo, destruyendo los muros de los hogares, ahogando vidas inocentes. La muchacha empezó a temblar, a tener sudores fríos, a revolverse bajo la colcha y las sábanas. La pesadilla la consumía, la agarraba del tobillo e intentaba sumergirla en las profundidades de un océano ingobernable. Una mano más se unió a la que la sostenía del pie, pero ésta parecía querer tirar de ella hacia fuera. Unos dedos cálidos presionaban suavemente su frente y la atraían hacia la realidad. Despertó de sopetón, ahogando un grito.
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Mensaje por Hastur Vie Mar 16, 2018 9:10 am

Las pesadillas eran comunes en alguien con una fiebre tan alta, una que en el caso de la asiática seguramente había durado días y, aunque Hastur estaba tomándose muy en serio a Hotaru -sobretodo por ser su primera paciente fuera de la escuela-, no quería inmiscuirse en su vida privada de buenas a primeras. Notaba lo hermética y "correcta" -a falta de una palabra mejor- que era y no iba a presionarla, si ella hablaba sería su propia decisión. - ¿Recuerdas dónde estás? Te traje a mi casa, soy Hastur, y estoy intentando que mejores - dibujó una pequeña sonrisa y le retiró el trapo que ya seco seguía en su frente. Le alegró saber que la fiebre había bajado un poco; con suerte, en cuestión de días podría ponerse en pie sin dificultades. Para ello debería seguir tomando la medicina, de modo que la dejó un momento a solas para ir a la cocina y servir un plato de la sopa que él mismo había hecho. Si algo se le daba mejor que los estudios era la cocina. Cuidar de la casa cuando su madre trabajaba le hizo hábil en todo tipo de tareas del hogar.

-Come, necesitas coger fuerzas - le acercó el bol junto a la cama, ayudándola a quedar sentada y, mientras ella empezaba, él fue a la ventana para retirar las cortinas y dejar que la luz exterior iluminara la estancia. De haber tenido un alma poética habría pensado que Hotaru era la responsable de que el sol hubiera vuelto a calentar sus cabezas. Simplemente se giró para observarla de nuevo. - ¿Tienes algún pariente o a alguien conocido aquí en París? Alguien a quien quieras avisar de que estás bien - sentía curiosidad por el motivo que la había llevado de forma tan extrema a viajar hasta París. Su estado era una señal evidente de que fue un polizón, llevándole a la conclusión de que había escapado de su país.

Había otra cosa que le causaba curiosidad. Su exagerada muestra de sumisión. Las mujeres occidentales no eran en absoluto de ese modo, ni siquiera su madre que siempre fue una dulzura agachaba tanto la cabeza. La pregunta era si se trataba de algo cultural o solo de Hotaru, pero fuera como fuera le dolía ver una leve sombra de culpa justo antes de cada reverencia. - Quiero que te relajes, ¿de acuerdo? Conmigo no tienes que sufrir ni ser tan... correcta. Lo principal ahora es que te recuperes, ya habrá tiempo más adelante para agradecimientos. Además, mírame - sonrió extendiendo un brazo - no soy más que esto que ves, un joven humilde con la familia lejos.

Si la gripe que padecía seguía avanzando como se esperaba pronto llegaría la tos y, ante ese síntoma, había algo infalible. Ahí llegaba el primer momento incómodo para Hastur. Por lo general, en el colegio de medicina estudiaban con cadáveres o pacientes ancianos, hombres la gran mayoría, y aunque Hastur era ya un hombre hecho y derecho, seguía teniendo su inocencia -probablemente debido a Hector, que siempre quiso mantenerla a flote. El mejor remedio para la tos era un ungüento de hierbas principalmente aromáticas, eucalipto entre ellas, que se frotaba en el pecho del paciente. Hotaru no solo era su primera paciente mujer, y hermosa, sino que su exquisita educación sumada a la sumisión le ponían un tanto nervioso. No quería incomodarla, sobretodo tratándose de dos desconocidos que apenas habían cruzado dos frases.

Se acercó a la estantería de la habitación y cogió uno de los pequeños botes de cristal regresando junto a ella. - Debes frotarte un poco de esto en el pecho dos veces al día - a su voz se le sumó el golpecito del bote al ponerlo sobre la mesa -, huele fuerte, pero te ayudará a pasar mejor las próximas noches.
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Atarashī hajimari // Privado - Hastur Empty Re: Atarashī hajimari // Privado - Hastur

Mensaje por Hotaru Ueda Vie Mar 23, 2018 3:34 am

Cuando sus rasgados ojos lograron abrirse, al principio lo vio todo borroso y tardó varios segundos en distinguir la silueta de aquel busto. La larga melena fue lo primero que se dibujó y no fue hasta que escuchó la voz de hombre que recordó que había un joven muchacho que la había estado cuidando. Asintió, notando como le retiraba el paño de la frente y en cuanto la dejó unos instantes a solas, con cierto esfuerzo intentó incorporarse para quedar sentada en la cama, aunque sin éxito. Jamás se había sentido tan débil en su vida y, lo cierto, era que había pasado por cosas terribles que, por mucho que insistiera, no lograba borrar de su memoria. Por suerte, cuando el chico regresó con algo de comida, la ayudó a acomodarse y, de nuevo, con una inclinación de cabeza lenta agradeció su ofrecimiento. Tomó el bol con ambas manos y dejó que el calor que éste desprendía se transmitiera a sus dedos. Estaba destemplada, uno de los efectos de la fiebre y aunque durmiendo se había sentido helada, ahora, poco a poco, su temperatura corporal, ajena a la de su frente, se regulaba.

Los orbes del hombre no dejaban de observarla y Hotaru podía ver preocupación en ellos, así como aquello que ya conocía de tantas veces haber apreciado en otras miradas: curiosidad. Aunque él no sabía de su condición de sacerdotisa, debía haber otro motivo por el que aquel sentimiento le recorría. No se le ocurrió pensar que, tal vez, fuera la primera japonesa con la que se encontraba. Negó ante la pregunta que le hizo y consideró oportuno explicar un poco el motivo de su presencia en Francia, aunque no pudiera tomarse la libertad de contárselo todo. A fin de cuentas, le estaba ofreciendo su ayuda desinteresada, lo mínimo que ella le debía era sinceridad y respeto. Sólo esperaba que no deseara indagar más en sus asuntos, porque no le mentiría si lo hiciera. -No familia aquí. Toda en Japón. Padres querer yo libertad.- Afianzó el agarre del cuenco con la zurda y se llevó la diestra al pecho para indicar posesividad, además de sentimiento, corazón. -País no seguro para yo. Europa mejor.- Le dedicó una endeble pero dulce sonrisa, antes de llevarse la primera cucharada a la boca. Tenía hambre, aunque su estómago estaba medio cerrado aún por el malestar. Era consciente de su necesidad por nutrirse e hidratarse, especialmente. Su piel se sentía menos reseca desde que se aseara con una toalla húmeda y eso la había hecho sentir mucho mejor de inmediato, a pesar de lo que estuviera incubando.

Cuando él le contó que también tenía a su familia lejos, la nipona se sintió comprendida, más de lo que se lo había sentido en los últimos tres años. Desde que sus poderes emergieran y fueran conocidos, había dejado de ser un ser humano para convertirse en un objeto. A nadie le había importado lo que ella pensara o necesitara, porque su personalidad no existía fuera de su cabeza. Excepto con Lin, ella fue la única que se molestó en escuchar su voz, en conocerla. Y, lo más importante, en rescatarla de la vida que llevaba. Con suavidad, llevó aquella misma mano con la que se había tocado el pecho a acariciar el antebrazo de su salvador. No llegó a tocarle, fue una caricia con unos milímetros de separación entre piel y piel, pero suficiente como para sentir el calor que el cuerpo ajeno desprendía. La retiró enseguida, al darse cuenta de su atrevimiento y con las mejillas coloradas, se centró de nuevo en su comida. En ese instante el joven se levantó y fue a buscar algo, él no parecía molesto ni ofendido por sus actos, lo que a la japonesa le extrañó. Le siguió disimuladamente con la vista, llevándose cucharada tras cucharada a la boca, saboreando el guiso. Cuando el muchacho regresó, los orbes oscuros de la chica se fijaron en el pequeño frasco y asintió de nuevo a sus palabras. Suponía que sería un ungüento como el que su madre le preparaba cuando era una niña y enfermaba. Solía machacar distintos tipos de hierbas aromáticas, calentarlas y escurrirlas. Le hacía beber el caldo y con los posos formaba una pasta que le extendía en pecho y espalda. -No molesta olor. Barco sí mal olor...- Sólo de pensar en la podredumbre del pescado con el que se había visto rodeada durante meses, su rastro se puso pálido. Sacudió ligeramente apartando la idea y con ambas manos sujetando el bol, lo alzó para regresárselo a su dueño. -Muy bueno.- Le dedicó otra sonrisa, una más amplia que la anterior. El desconocido que se hacía llamar Hastur se estaba portando muy bien con ella. Cuando se recuperara, debería encontrar el modo de corresponder a tan amable gesto.
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