AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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El hambre [Privado]
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El hambre [Privado]
La clientela iba mal. Poca gente reportaba haber sido testigo del ataque de un chupasangre, y menos aún la que contrataba el servicio de cazadores como ella. Siendo mujer, Rebekka tenía la mitad de probabilidades que sus colegas masculinos de hallar trabajo en el rubro. Así que las migajas iban para los hombres; para ella, una espera indefinida.
Resulta que cuando no pasa nada, da hambre. Y a Rebekka comenzaban a acongojarle las tripas. Bueno... a ella y a Gerda. Su loba híbrida la miraba cada vez más suplicante e impaciente. La cazadora trataba de no prestarle demasiada atención, para no darle falsas esperanzas de una próxima comida, pero iba contra el tiempo. Su compañera cánida podía ser mitad perro, pero su mordida seguía siendo letal. Si no le daba pronto alimento, la atacaría a ella. No se acordaría de las noches acurrucadas ni de los enemigos vencidos. Estaría obligada a matarla, para su dolor. Tenía que evitarlo.
Finalmente, la nórdica llamó a Gerda a su lado y le acarició la cabeza, rendida. Se había tomado una decisión.
— Tú sabes. Cuando el hambre aprieta, la vergüenza afloja. — susurró a su animal.
A los diez minutos, Rebekka ingresaba a escondidas al Palacio Royal. Sólo esperó, pacientemente en una de las salidas traseras, a que uno de los trabajadores fuera a deshacerse de la basura acumulada. Un buen golpe en la nuca y quedó noqueado. Entró como una sombra, deslizándose entre la oscuridad de los pasillos del servicio. No podía dejarse ver ni oler. Cualquiera que presenciara esa cara sucia u olfateara la pestilente mezcla de sangre seca y humedad, lanzaría un alarido que la enviaría de vuelta al mar de Noruega antes del primer brindis. El plan era esconderse, tomar la comida que pudiera (total no la extrañarían), y salir a llenar el buche junto a Gerda.
Se refugió tras las cortinas, trasladándose bajo patrones de tela fina. Le daban ganas de estornudar, pero no podía. Asomó la mirada medio segundo y volvió a meterse. A pocos metros de ella se encontraba una mesa con alimentos, aunque no logró divisarlos con nitidez. Si lograba esquivar a las parejas pomposas, pondría fin a su agonía. Le tomó sus buenos minutos, pero lo logró. Olía a pastel de carne, ¡bien! Las cosas parecían mejorar.
Estiró el brazo para alcanzar su objetivo. Ahora todo dependía de la suerte.
Resulta que cuando no pasa nada, da hambre. Y a Rebekka comenzaban a acongojarle las tripas. Bueno... a ella y a Gerda. Su loba híbrida la miraba cada vez más suplicante e impaciente. La cazadora trataba de no prestarle demasiada atención, para no darle falsas esperanzas de una próxima comida, pero iba contra el tiempo. Su compañera cánida podía ser mitad perro, pero su mordida seguía siendo letal. Si no le daba pronto alimento, la atacaría a ella. No se acordaría de las noches acurrucadas ni de los enemigos vencidos. Estaría obligada a matarla, para su dolor. Tenía que evitarlo.
Finalmente, la nórdica llamó a Gerda a su lado y le acarició la cabeza, rendida. Se había tomado una decisión.
— Tú sabes. Cuando el hambre aprieta, la vergüenza afloja. — susurró a su animal.
A los diez minutos, Rebekka ingresaba a escondidas al Palacio Royal. Sólo esperó, pacientemente en una de las salidas traseras, a que uno de los trabajadores fuera a deshacerse de la basura acumulada. Un buen golpe en la nuca y quedó noqueado. Entró como una sombra, deslizándose entre la oscuridad de los pasillos del servicio. No podía dejarse ver ni oler. Cualquiera que presenciara esa cara sucia u olfateara la pestilente mezcla de sangre seca y humedad, lanzaría un alarido que la enviaría de vuelta al mar de Noruega antes del primer brindis. El plan era esconderse, tomar la comida que pudiera (total no la extrañarían), y salir a llenar el buche junto a Gerda.
Se refugió tras las cortinas, trasladándose bajo patrones de tela fina. Le daban ganas de estornudar, pero no podía. Asomó la mirada medio segundo y volvió a meterse. A pocos metros de ella se encontraba una mesa con alimentos, aunque no logró divisarlos con nitidez. Si lograba esquivar a las parejas pomposas, pondría fin a su agonía. Le tomó sus buenos minutos, pero lo logró. Olía a pastel de carne, ¡bien! Las cosas parecían mejorar.
Estiró el brazo para alcanzar su objetivo. Ahora todo dependía de la suerte.
Última edición por Rebekka Herbjørnsrud el Lun Feb 12, 2018 4:42 am, editado 1 vez
Rebekka Herbjørnsrud- Cazador Clase Baja
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Re: El hambre [Privado]
La familia con la que “convivía” le había “regalado” la entrada al baile a “voluntad propia”. Era una velada extraña, a decir verdad, repleta de belleza hipócrita, sonrisas erróneas y vestidos con segundas intenciones. Era el primer baile al que Casper acudía y le había resultado cuanto menos interesante. El titiritero, se había visto sumergido en su elemento, charlando, sonriendo falsamente y analizando. Sin embargo, al cabo de un rato, el sopor lo había hecho una visita, no le agradaba no ser el único que sujetaba más de una máscara. Ahora que estaba un poco más familiarizado con el comportamiento de la clase alta, decidió marcharse, excusarse a los aseos y simplemente merodear por el castillo, curioso. Los sirvientes, le abrieron paso, conforme caminaba. Casper, no sabía si de ser suyo el palacio, encontraría aquello placentero o frustrante, quizás ambas cosas. Amaba un poco de servidumbre, pero tampoco le gustaba que las cosas fueran tan fáciles. Se internó en los corredores vacíos, donde la música del baile evocaba un fantasmagórico eco. El tenue repiqueteo de unos pasos fue lo que consiguió sacarlo de su ensimismamiento. Alzó las pestañas claras y clavó sus pupilas sobre una sombra dispersa que se internaba ágilmente en las cocinas. Sin duda era más que sospechoso. Decidió, aquello o regresar a casa. Confiando en que aquel extraño suceso le proporcionase algo de diversión, decidió internarse en la cocina también, sigiloso. Por fortuna o infortuna, el lugar estaba vacío puesto que los meseros ya habían salido con la primera tanda de canapés.
El vampiro, levantó el mentón, olisqueando el distintivo aroma de las calles entre la comida. Escondida tras las cortinas, el o la extraña, estiró el brazo con evidente hambre. Casper inclinó el rostro hacia un lado, casi divertido. Cuando los dedos se extendieron, ligeros, se toparon con la gélida mano de Casper que entrelazó los propios con los ajenos y tiró. Un par de ojos dispares le devolvieron la mirada. Estaba sucia, apestaba y sin embargo, la tonalidad de sus ojos lo tomó por sorpresa. Eran escasas, por no decir nulas las ocasiones en las que el físico de una persona captaba su atención, pero aquello sin duda, era digno de una criatura magnifica. Adoraría encerrarla en una jaula de cristal para adornar su morada.
─Tienes hambre. Y apestas…─observó, estudiándola de arriba abajo─. Pero robar es delito…Lástima, tendré que dar aviso a la seguridad del palacio. Aunque…, tu aspecto sin duda me parte el alma…Quizás, sería mayor gesto de altruismo ayudarte.
Lentamente, la soltó, concediéndole una gentil sonrisa.
─Espérame fuera, en la parte trasera, te llevaré comida.
La dejó ir, siguiéndole la pista hasta que desapareció. Casper tomó el pastel de carne y unos cuantos más alimentos, así como agua y los metió en un saco. Todo aquel que reparó en ello, fue obligado a olvidar. El vampiro emergió a la oscuridad de la noche, buscando a la muchacha de ojos encantadores.
─Hola ─saludo amable. Extrajo un trozo de pastel de carne y se lo tendió, pero permaneció con el resto agarrado─. Dime… ¿Cuál es tu nombre? Yo soy Sébastien.
Contempló, errático como devoraba el pastel, el reflejo de la luna matizando sus facciones afiladas.
─Quizás podamos llegar a un acuerdo…
El vampiro, levantó el mentón, olisqueando el distintivo aroma de las calles entre la comida. Escondida tras las cortinas, el o la extraña, estiró el brazo con evidente hambre. Casper inclinó el rostro hacia un lado, casi divertido. Cuando los dedos se extendieron, ligeros, se toparon con la gélida mano de Casper que entrelazó los propios con los ajenos y tiró. Un par de ojos dispares le devolvieron la mirada. Estaba sucia, apestaba y sin embargo, la tonalidad de sus ojos lo tomó por sorpresa. Eran escasas, por no decir nulas las ocasiones en las que el físico de una persona captaba su atención, pero aquello sin duda, era digno de una criatura magnifica. Adoraría encerrarla en una jaula de cristal para adornar su morada.
─Tienes hambre. Y apestas…─observó, estudiándola de arriba abajo─. Pero robar es delito…Lástima, tendré que dar aviso a la seguridad del palacio. Aunque…, tu aspecto sin duda me parte el alma…Quizás, sería mayor gesto de altruismo ayudarte.
Lentamente, la soltó, concediéndole una gentil sonrisa.
─Espérame fuera, en la parte trasera, te llevaré comida.
La dejó ir, siguiéndole la pista hasta que desapareció. Casper tomó el pastel de carne y unos cuantos más alimentos, así como agua y los metió en un saco. Todo aquel que reparó en ello, fue obligado a olvidar. El vampiro emergió a la oscuridad de la noche, buscando a la muchacha de ojos encantadores.
─Hola ─saludo amable. Extrajo un trozo de pastel de carne y se lo tendió, pero permaneció con el resto agarrado─. Dime… ¿Cuál es tu nombre? Yo soy Sébastien.
Contempló, errático como devoraba el pastel, el reflejo de la luna matizando sus facciones afiladas.
─Quizás podamos llegar a un acuerdo…
Casper Jean-Sébastien- Vampiro Clase Media
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Re: El hambre [Privado]
Suerte perra; no había esperado ese tirón, ni mucho menos la sardónica mirada de quien la descubrió. ¡Mierda, mierda! Si la tiraban al calabozo sería el fin. Sorpresivamente, no fue así. Detestaba siquiera rozarse con extraños, pero no estaba en posición de exigir nada. Tuvo que confiar en él, o fingir que lo hacía. No tuvo que esperar mucho tiempo para verlo llegar con un saco más que benevolente con su agonía.
En otra situación, Rebekka le hubiera apartado la mano con violencia, pero su cuerpo no la acompañaba. Se sentía floja, el cuerpo y el espíritu apáticos, como desprovistos de energía, sin deseos que fueran más allá de un pastel caliente. Asumiendo una tregua bastante dudosa, se abandonó al ofrecimiento de aquel desconocido. El remordimiento y la vergüenza le apretarían mañana, cuando el hambre ya hubiera pasado.
Esta vez prácticamente le arrebató la comida al hombre, precedida por un fugaz takk que apenas se oyó. Los cerdos tenían mejores modales. No sólo estaba aliviando el hueco en el estómago, sino que estaba probando excelente comida, lejos de los insípidos engrudos que solían darle al finalizar una tarea.
— Esto está tan rico. Qué maravilloso. Ahora entiendo por qué se lo comen solos. — dijo entre mordidas y sonidos de dicha, sin dejar de masticar. — Casi lo olvido. Yo me llamo Rebekka Tiril. Molésteme luego de terminar esta pieza, ¿quiere?
Irrumpiendo, Gerda ladró suplicante a sus espaldas, recordándole que también tenía hambre. La nórdica tuvo que renunciar a las tres últimas mordidas, lanzándole los restos. Tenía que reconocer que su loba híbrida le había salvado la vida en ocasiones y que se necesitaban mutuamente para sobrevivir.
Todo iba bien hasta que la cazadora oyó la maldita palabra “acuerdo”. Tenía que ser. Rebekka miró hacia un costado, refunfuñando. Al diablo con la generosidad. Todo el mundo tenía su precio y ese buen samaritano se lo estaba buscando. Sí, ella vendía sus servicios como cazadora, pero él no lo sabía. Como motivo mayor de desconfianza, el ojo izquierdo de Rebekka empezó a palpitar. Ella sabía lo que significaba: el alma de la bruja le estaba advirtiendo de un peligro fuera de lo mundano. Podía estar frente a una criatura sobrenatural. Pero el problema no era ese; el problema radicaba en que se desvanecían los límites de lo que él pudiera pedirle. Esos pactos los maldecía el diablo.
Se concentró en las armas que llevaba bajo las faldas y se volvió al hombre.
— ¿Y qué puede querer usted de alguien como yo? — preguntó a la defensiva — Ya me vio. Me olió. No sé leer ni escribir. Sé contar, tengo que saber, pero todavía confundo el siete con el seis. No canto ni dibujo. Y si tuviera un piano enfrente, haría fuego con él. La puta era mi madre, no yo. Así que dígame qué se trae entre manos, porque soy pobre y mujer: no creo en el altruismo.
En otra situación, Rebekka le hubiera apartado la mano con violencia, pero su cuerpo no la acompañaba. Se sentía floja, el cuerpo y el espíritu apáticos, como desprovistos de energía, sin deseos que fueran más allá de un pastel caliente. Asumiendo una tregua bastante dudosa, se abandonó al ofrecimiento de aquel desconocido. El remordimiento y la vergüenza le apretarían mañana, cuando el hambre ya hubiera pasado.
Esta vez prácticamente le arrebató la comida al hombre, precedida por un fugaz takk que apenas se oyó. Los cerdos tenían mejores modales. No sólo estaba aliviando el hueco en el estómago, sino que estaba probando excelente comida, lejos de los insípidos engrudos que solían darle al finalizar una tarea.
— Esto está tan rico. Qué maravilloso. Ahora entiendo por qué se lo comen solos. — dijo entre mordidas y sonidos de dicha, sin dejar de masticar. — Casi lo olvido. Yo me llamo Rebekka Tiril. Molésteme luego de terminar esta pieza, ¿quiere?
Irrumpiendo, Gerda ladró suplicante a sus espaldas, recordándole que también tenía hambre. La nórdica tuvo que renunciar a las tres últimas mordidas, lanzándole los restos. Tenía que reconocer que su loba híbrida le había salvado la vida en ocasiones y que se necesitaban mutuamente para sobrevivir.
Todo iba bien hasta que la cazadora oyó la maldita palabra “acuerdo”. Tenía que ser. Rebekka miró hacia un costado, refunfuñando. Al diablo con la generosidad. Todo el mundo tenía su precio y ese buen samaritano se lo estaba buscando. Sí, ella vendía sus servicios como cazadora, pero él no lo sabía. Como motivo mayor de desconfianza, el ojo izquierdo de Rebekka empezó a palpitar. Ella sabía lo que significaba: el alma de la bruja le estaba advirtiendo de un peligro fuera de lo mundano. Podía estar frente a una criatura sobrenatural. Pero el problema no era ese; el problema radicaba en que se desvanecían los límites de lo que él pudiera pedirle. Esos pactos los maldecía el diablo.
Se concentró en las armas que llevaba bajo las faldas y se volvió al hombre.
— ¿Y qué puede querer usted de alguien como yo? — preguntó a la defensiva — Ya me vio. Me olió. No sé leer ni escribir. Sé contar, tengo que saber, pero todavía confundo el siete con el seis. No canto ni dibujo. Y si tuviera un piano enfrente, haría fuego con él. La puta era mi madre, no yo. Así que dígame qué se trae entre manos, porque soy pobre y mujer: no creo en el altruismo.
Rebekka Herbjørnsrud- Cazador Clase Baja
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Re: El hambre [Privado]
La observe comer; famélica. Su hambre, podía compararse con la sed da sangre a juzgar por como devoraba el ofrecimiento. No estaba sola, sin embargo, y Casper, sintió el esfuerzo que le supuso darle parte de la ración a su perro. Tan solo abrió la boca para tomar aire y mandarlo callar, algo que encontró ciertamente humoroso. No era el tipo de persona que estuviese acostumbrado a que le mandasen callar. Aquello no se debía a causa de su complexión, que no reflejaba su fuerza, más bien tenía algo que ver con su altura y las facciones afiladas de su rostro, pero soebretodo, el aura inquietante que arrastraba consigo allí donde iba. La gente, evitaba hablar con él, y aun siendo hermoso, preferían meterse en un callejón oscuro o cruzarse en su camino.
Su mirada errática inspeccionó las facciones de Rebekka, concentradas en su comida, en su mascota. Sin embargo, su mente parecía estar en otro sitio, bajo sus faldas para ser exactos, donde las armas que la protegían se ocultaban. Nadó en la superficie de sus pensamientos, pero no profundizó. A pesar de su habilidad para sumergirse en las mentes ajenas, no era algo que utilizara muy a menudo, se le antojaba de tramposo. Sin embargo, anduvo precavido y permaneció atento a los pensamientos que daban la orden de movimiento a sus músculos. Ir un paso por delante nunca estaba de más. Lamentable sería que desearía algo tan vulgar como la pelea, por el momento Casper tan solo anhelaba charlar con la muchacha de ojos dispares. Tan encantadores, que lo tuvieron ladeando el rostro con una sutil sonrisa.
─ Ya veo…Permíteme, pero no deseo los servicios de una prostituta, así que puedes estar tranquila. Es más, mis anhelos son tan básicos como los tuyos, no tengo mucho que pedir, tan solo nimiedades Rebekka…Un nombre encantador, intimidador también, tanto como dulce. Me pregunto que vence en tu interior, la dulzura o la acidez de una guerrera…Qué sabor…
Se acercó, mimetizándose con las oscuras sombras de los árboles, tan solo su tez se veía reflejada en la blancura de la luna. Le dedicó una expresión piadosa y le ofreció de nuevo un trozo, demasiado pequeño, demasiado insuficiente e insatisfecho.
─Come ─rozó con sus dedos los ajenos, sintiendo el calor de la mortalidad sobre su piel fría, la sangre correr bajo las capas de piel─. Veras, yo aquí, como me ves, erguido y elegante, también paso épocas de escasez. No siempre fue así para mí. También me vi sirviendo como puta, tal como denominas a tu madre. No resultó plato de buen gusto, pero me ayudó a desarrollar una gran sensibilidad hacia las debilidades humanas. Ofrezco pidiendo a cambio como puedes ver. Yo tampoco creo en el altruismo, por eso, prefiero ir un paso por delante. Pero no sospeches de mí, te lo ruego. Como ya dije, tan solo son nimiedades….
Espero a que terminara aquel pequeño trozo para que sucumbiera al hambre de nuevo, dejándola con la miel en los labios. Se creyó con el poder de convencerla de aquel modo y si alguna duda quedaba, echó mano de su legítima persuasión.
─Me ruge el estómago ─separó los labios, fantaseando─. Tengo hambre, pero no la misma que te atormenta. Mi hambre, es distinta…Mi hambre…es, más íntima─. Mostró sus colmillos con lentitud─. Así que propongo un intercambio, unas gotas de tu embriagador plasma carmesí, por el resto de la comida, o incluso más si todavía te ves con apetencia. Ambos estaremos satisfechos, y te prometo que será indoloro. Confío en que tu respuesta sea afirmativa. Es un intercambio justo, tan solo se trata de comida, de silenciar el hambre.
Su mirada errática inspeccionó las facciones de Rebekka, concentradas en su comida, en su mascota. Sin embargo, su mente parecía estar en otro sitio, bajo sus faldas para ser exactos, donde las armas que la protegían se ocultaban. Nadó en la superficie de sus pensamientos, pero no profundizó. A pesar de su habilidad para sumergirse en las mentes ajenas, no era algo que utilizara muy a menudo, se le antojaba de tramposo. Sin embargo, anduvo precavido y permaneció atento a los pensamientos que daban la orden de movimiento a sus músculos. Ir un paso por delante nunca estaba de más. Lamentable sería que desearía algo tan vulgar como la pelea, por el momento Casper tan solo anhelaba charlar con la muchacha de ojos dispares. Tan encantadores, que lo tuvieron ladeando el rostro con una sutil sonrisa.
─ Ya veo…Permíteme, pero no deseo los servicios de una prostituta, así que puedes estar tranquila. Es más, mis anhelos son tan básicos como los tuyos, no tengo mucho que pedir, tan solo nimiedades Rebekka…Un nombre encantador, intimidador también, tanto como dulce. Me pregunto que vence en tu interior, la dulzura o la acidez de una guerrera…Qué sabor…
Se acercó, mimetizándose con las oscuras sombras de los árboles, tan solo su tez se veía reflejada en la blancura de la luna. Le dedicó una expresión piadosa y le ofreció de nuevo un trozo, demasiado pequeño, demasiado insuficiente e insatisfecho.
─Come ─rozó con sus dedos los ajenos, sintiendo el calor de la mortalidad sobre su piel fría, la sangre correr bajo las capas de piel─. Veras, yo aquí, como me ves, erguido y elegante, también paso épocas de escasez. No siempre fue así para mí. También me vi sirviendo como puta, tal como denominas a tu madre. No resultó plato de buen gusto, pero me ayudó a desarrollar una gran sensibilidad hacia las debilidades humanas. Ofrezco pidiendo a cambio como puedes ver. Yo tampoco creo en el altruismo, por eso, prefiero ir un paso por delante. Pero no sospeches de mí, te lo ruego. Como ya dije, tan solo son nimiedades….
Espero a que terminara aquel pequeño trozo para que sucumbiera al hambre de nuevo, dejándola con la miel en los labios. Se creyó con el poder de convencerla de aquel modo y si alguna duda quedaba, echó mano de su legítima persuasión.
─Me ruge el estómago ─separó los labios, fantaseando─. Tengo hambre, pero no la misma que te atormenta. Mi hambre, es distinta…Mi hambre…es, más íntima─. Mostró sus colmillos con lentitud─. Así que propongo un intercambio, unas gotas de tu embriagador plasma carmesí, por el resto de la comida, o incluso más si todavía te ves con apetencia. Ambos estaremos satisfechos, y te prometo que será indoloro. Confío en que tu respuesta sea afirmativa. Es un intercambio justo, tan solo se trata de comida, de silenciar el hambre.
Casper Jean-Sébastien- Vampiro Clase Media
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Re: El hambre [Privado]
Conocía esas palabras, y eso no era buena noticia. Rebekka podía estar engullendo pieza tras pieza, sin siquiera tomarse la molestia de masticar o cerrar la boca, pero estaba atenta, como una liebre en medio de la nieve. Nunca se estaba a salvo cuando se vivía bajo sus condiciones, pero no se lamentaba. Todo tenía sus ventajas y desventajas. Ésas eran las suyas: depender constantemente de lo que los de arriba quisieran darle o, la mayoría de las veces, arrojarle. La parte buena era que no tenía nada que perder. Su pobreza la liberaba de sonar como ese caballerito, de masticar con la boca cerrada o de cumplir con códigos estrictos. Tenía plena capacidad de decidir cuánto arriesgar para ganar. Ahora le tocaba hacerlo.
Y qué fastidio oírlo hablar de una manera tan “bonita”, mientras exhibía sus intenciones; parecía una mariposa. Era más lindo que ella. Trataba de que lograr un acercamiento contando su historia, pero al mismo tiempo mostraba sus colmillos. Fy fæn! Naturalmente que alguien de manos tan frías era o un muerto o un vampiro. Rebekka no los detestaba, como lo hacían otros de su rubro, pero se ganaba la vida con sus cabezas. Lo que le significó una patada en el estómago fue que él pretendiese alimentarse de ella. Un trato justo, pero insólito. Se pasó una mano por el cabello e inhaló profundo, conteniendo su mal carácter.
— Mire… si no fuera porque estoy muerta de hambre, le rompería el hocico. — dijo corajuda, más furiosa con ella misma que con él, por no hallarse en condiciones de una batalla. — Yo tuve un maestro que era como usted. No lo supe hasta que fue asesinado. Nunca me lo dijo, ni mucho menos se alimentó de mí. Si me viera negociando con mi sangre, cómo le temblaría la cara de asco. Dritt! Así no puedo pensar. — dijo refregándose la cara y caminando en círculos.
Pronto se convenció de que su maestro estaba muerto y ella estaba viva. Tenía que sobrevivir. Llegar a los treinta, por lo menos. Si pasaba a mejor vida, el orgullo moría con ella. Si Casper le daba otra oportunidad, ¿qué más daba? Sin embargo, varios puntos le hacían ruido en ese asunto. No podía olvidar que se trataba de un vampiro, por angelical que fuera su faz. Era un depredador por excelencia. No quería convertirse en su presa.
— ¿Cómo sé que va a detenerse cuando me empiece a secar? Nada lo obliga. No me van a extrañar. No lo buscarán. Estaría borrando a una pobre diabla. En una de esas, hasta lo condecoran, ya que es el querubín de esos glotones de adentro. — expresó sus reparos antes de sacar el puñal que ocultaba en sus enaguas. — Cartas sobre la mesa: o me deja empuñar un arma en todo momento o puede volver a prestarle el culo a los degenerados de la alta sociedad. ¿Acepta o no?
Y qué fastidio oírlo hablar de una manera tan “bonita”, mientras exhibía sus intenciones; parecía una mariposa. Era más lindo que ella. Trataba de que lograr un acercamiento contando su historia, pero al mismo tiempo mostraba sus colmillos. Fy fæn! Naturalmente que alguien de manos tan frías era o un muerto o un vampiro. Rebekka no los detestaba, como lo hacían otros de su rubro, pero se ganaba la vida con sus cabezas. Lo que le significó una patada en el estómago fue que él pretendiese alimentarse de ella. Un trato justo, pero insólito. Se pasó una mano por el cabello e inhaló profundo, conteniendo su mal carácter.
— Mire… si no fuera porque estoy muerta de hambre, le rompería el hocico. — dijo corajuda, más furiosa con ella misma que con él, por no hallarse en condiciones de una batalla. — Yo tuve un maestro que era como usted. No lo supe hasta que fue asesinado. Nunca me lo dijo, ni mucho menos se alimentó de mí. Si me viera negociando con mi sangre, cómo le temblaría la cara de asco. Dritt! Así no puedo pensar. — dijo refregándose la cara y caminando en círculos.
Pronto se convenció de que su maestro estaba muerto y ella estaba viva. Tenía que sobrevivir. Llegar a los treinta, por lo menos. Si pasaba a mejor vida, el orgullo moría con ella. Si Casper le daba otra oportunidad, ¿qué más daba? Sin embargo, varios puntos le hacían ruido en ese asunto. No podía olvidar que se trataba de un vampiro, por angelical que fuera su faz. Era un depredador por excelencia. No quería convertirse en su presa.
— ¿Cómo sé que va a detenerse cuando me empiece a secar? Nada lo obliga. No me van a extrañar. No lo buscarán. Estaría borrando a una pobre diabla. En una de esas, hasta lo condecoran, ya que es el querubín de esos glotones de adentro. — expresó sus reparos antes de sacar el puñal que ocultaba en sus enaguas. — Cartas sobre la mesa: o me deja empuñar un arma en todo momento o puede volver a prestarle el culo a los degenerados de la alta sociedad. ¿Acepta o no?
Rebekka Herbjørnsrud- Cazador Clase Baja
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Re: El hambre [Privado]
Lo que halló en la mente de la muchacha fue cuanto menos interesante. Había visualizado gente como ella en pensamientos ajenos, que se dedicaba a la caza de los de su especie, pero nunca había conocido a nadie en persona; ella era la primera. Pero en momentos de hambruna, ni el más orgulloso de los individuos se veía con fuerzas para rebatir un trato como aquel. Ya podía saborear la sangre sobre su lengua, la piel, rompiéndose bajo sus colmillos. Aquel era su momento favorito, cuando la superficie cedía y como un parásito se enquistaba. La boca se le hizo agua. La comida era mucho más deliciosa cuando uno se la ganaba.
─No tienes de qué preocuparte, si a la caza es a lo que te dedicas, debes de estar más que acostumbrada a los mordiscos propiciados por los de mi calaña. Aunque asumo que los que hayas podido recibir resultaron mucho más bruscos, violentos, con la única intención de matar. Conmigo, sin embargo, no será así, te prometo delicadeza Rebekka. Es doloroso, eso sin duda no lo niego, pero aplicada la presión de la forma adecuada y entregada la sangre libremente, puede resultar incluso placentero.
Y él quería que así lo fuera, deseaba que resultase embriagador, intoxicante, de modo que incluso olvidara la amenaza y el arma que con tanto ahínco sostenía resbalara entre sus dedos. Ansiaba escuchar suspiros de delicia. Y la pobre ilusa, que creía que con un triste puñal podría detenerlo, cuando con su pensamiento en el ajeno estaba siempre un paso por delante de sus movimientos.
─Si deseara consumir tu vida, ya lo habría intentado, ¿no lo piensas? Ni si quiera me habría molestado en traerte alimento. Te habría arrastrado hasta una de las ostentosas habitaciones del palacio y te hubiese sostenido bajo mis manos, con tu sangre manchando mi boca hasta que hubiese sentido que tu corazón dejaba de latir. Tal vez te hubiese dejado allí, como un hada cuya magia había perecido, con los cabellos esparcidos sobre la cama y la mirada perdida, o quizás, simplemente te hubiese dado de comer a tu perro. Pero esa no fue mi intención y sigue sin serlo. No deseo arrebatar la sangre de nadie por la fuerza, prefiero que se me ofrezca. Pero si te hace sentir más tranquila, sí, acepto, empuña cuantas armas desees.
Se sentó sobre el césped, apoyando la espalda contra el tronco de un árbol y reclinando la cabeza contra el mismo. Uno de sus fantasmagóricos dedos dibujo círculos entre sus piernas, sobre un punto en la hierba.
─Ven aquí, acomódate y respira. Haré que pase rápido, lo prometo. Luego podrás comer cuanto quieras, incluso te traeré lo que más desees para ti y tu perro. Acércate, Rebekka, te estoy esperando.
─No tienes de qué preocuparte, si a la caza es a lo que te dedicas, debes de estar más que acostumbrada a los mordiscos propiciados por los de mi calaña. Aunque asumo que los que hayas podido recibir resultaron mucho más bruscos, violentos, con la única intención de matar. Conmigo, sin embargo, no será así, te prometo delicadeza Rebekka. Es doloroso, eso sin duda no lo niego, pero aplicada la presión de la forma adecuada y entregada la sangre libremente, puede resultar incluso placentero.
Y él quería que así lo fuera, deseaba que resultase embriagador, intoxicante, de modo que incluso olvidara la amenaza y el arma que con tanto ahínco sostenía resbalara entre sus dedos. Ansiaba escuchar suspiros de delicia. Y la pobre ilusa, que creía que con un triste puñal podría detenerlo, cuando con su pensamiento en el ajeno estaba siempre un paso por delante de sus movimientos.
─Si deseara consumir tu vida, ya lo habría intentado, ¿no lo piensas? Ni si quiera me habría molestado en traerte alimento. Te habría arrastrado hasta una de las ostentosas habitaciones del palacio y te hubiese sostenido bajo mis manos, con tu sangre manchando mi boca hasta que hubiese sentido que tu corazón dejaba de latir. Tal vez te hubiese dejado allí, como un hada cuya magia había perecido, con los cabellos esparcidos sobre la cama y la mirada perdida, o quizás, simplemente te hubiese dado de comer a tu perro. Pero esa no fue mi intención y sigue sin serlo. No deseo arrebatar la sangre de nadie por la fuerza, prefiero que se me ofrezca. Pero si te hace sentir más tranquila, sí, acepto, empuña cuantas armas desees.
Se sentó sobre el césped, apoyando la espalda contra el tronco de un árbol y reclinando la cabeza contra el mismo. Uno de sus fantasmagóricos dedos dibujo círculos entre sus piernas, sobre un punto en la hierba.
─Ven aquí, acomódate y respira. Haré que pase rápido, lo prometo. Luego podrás comer cuanto quieras, incluso te traeré lo que más desees para ti y tu perro. Acércate, Rebekka, te estoy esperando.
Casper Jean-Sébastien- Vampiro Clase Media
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Re: El hambre [Privado]
¡No! No importaba cuántas veces seres de la misma calaña de la de Jean-Sébastien hubieran clavado sus colmillos en ella, ya fuera para asesinarla o para alimentarse de ella. No era natural que alguien se acostumbrara al beso de la muerte. Su maestro le había advertido incontables ocasiones que debía cuidar su mente de ello, para resguardar su sanidad. La mordida de un vampiro era más que un acto físico; se impregnaba en la psiquis de la víctima. Por eso no tenía permitido acostumbrarse a ello.
Por la misma razón, Rebekka intentaba no mirarlo demasiado; prefería enfocar la vista en lo que estaba tras él, y que su rostro se volviera nebuloso. Estas criaturas aparentaban ser benignas, con sus melodiosas voces cual arrullo, pero le servían al Diablo. Si te les quedabas viendo demasiado, pasaba lo mismo que con una serpiente de cascabel.
Sí la desconcertó cuando Casper se ubicó junto a un árbol, dispuesto a sellar el trato de inmediato. O era temerario o un presumido. No temía a que alguien, de casualidad, los descubriera. Tampoco le encajaba el concepto de la privacidad. Se podía apreciar, desde lo alto de una montaña, que su estatus era menor que el de las ropas que usaba.
— Aquí mismo, ¿eh? Cómo se nota que te acostumbraste al puterío. — dijo sin contenerse, comenzando a desatarse la capa —. Qué ironía que, esta vez, mi cuello sea la zorra.
Dejó caer el manto, volvió a poner el puñal en su lugar, y desenvainó la espada que guardaba en la espalda. Hizo a un lado la funda y se posicionó donde el vampiro le dijo. En ningún momento lo miró a los ojos cuando bajó los hombros de su maltratado vestido. Los inmortales solían tener su lado favorito para succionar, pero Rebekka no quiso preguntar. Con estos sujetos se tenía una oportunidad para hablar antes de alimentarse. Empuñó su espada con fuerza y soltó una petición.
— Quiero que duela. — desafió. Hablaba muy en serio — Si hay algo que puede poner mi vida en riesgo más que el ataque de un vampiro, eso es perderle el respeto. Así que ensáñate. Dime que me odias tanto que no me dejarás morir. Haz lo que sea necesario para que no quiera hacer esto nunca más.
Por la misma razón, Rebekka intentaba no mirarlo demasiado; prefería enfocar la vista en lo que estaba tras él, y que su rostro se volviera nebuloso. Estas criaturas aparentaban ser benignas, con sus melodiosas voces cual arrullo, pero le servían al Diablo. Si te les quedabas viendo demasiado, pasaba lo mismo que con una serpiente de cascabel.
Sí la desconcertó cuando Casper se ubicó junto a un árbol, dispuesto a sellar el trato de inmediato. O era temerario o un presumido. No temía a que alguien, de casualidad, los descubriera. Tampoco le encajaba el concepto de la privacidad. Se podía apreciar, desde lo alto de una montaña, que su estatus era menor que el de las ropas que usaba.
— Aquí mismo, ¿eh? Cómo se nota que te acostumbraste al puterío. — dijo sin contenerse, comenzando a desatarse la capa —. Qué ironía que, esta vez, mi cuello sea la zorra.
Dejó caer el manto, volvió a poner el puñal en su lugar, y desenvainó la espada que guardaba en la espalda. Hizo a un lado la funda y se posicionó donde el vampiro le dijo. En ningún momento lo miró a los ojos cuando bajó los hombros de su maltratado vestido. Los inmortales solían tener su lado favorito para succionar, pero Rebekka no quiso preguntar. Con estos sujetos se tenía una oportunidad para hablar antes de alimentarse. Empuñó su espada con fuerza y soltó una petición.
— Quiero que duela. — desafió. Hablaba muy en serio — Si hay algo que puede poner mi vida en riesgo más que el ataque de un vampiro, eso es perderle el respeto. Así que ensáñate. Dime que me odias tanto que no me dejarás morir. Haz lo que sea necesario para que no quiera hacer esto nunca más.
Rebekka Herbjørnsrud- Cazador Clase Baja
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Re: El hambre [Privado]
Ah, pero si tenía un juguete más grande…Caspar siguió la espada con la mirada mientras la muchacha se aproximaba. Cuando la tuvo lo suficientemente cerca, su calor le resultó irresistiblemente tentador. El vampiro puso las piernas a sus costados, hasta que su espalda toco su pecho. Degustó la ironía de la situación, allí, bajo los oscurecidos alambres de los pinos parecían dos amantes escondiéndose del brillo encandilador de la luna. Pero ella no paraba de hablar, de forma tan banal que rompía el hechizo.
─Qué duela, qué sea lo suficientemente cruel para que de tal modo no desees repetir esto nunca más…─murmuró, coleccionando sus palabras─ Ah, pero no te equivoques, yo no soy el verdugo…Soy tan inocente como tú, tan solo busco algo que llevarme a la boca. ¿Es que acaso no encuentras empatía en mis necesidades?
Su mano se arrastró lenta, como una serpiente, partiendo su cabello oscuro y posándose sobre su mentón, ejerciendo la suficiente presión como para pedirle cuidadosamente que reclinara el perfil hacia atrás. Sintió su cabeza contra su hombro y el cuello expuesto.
─Me pregunto de quién será la culpa si esto vuelve a suceder…─murmuró, aproximándose lo suficiente como para que su boca rozase la tierna piel de su cuello─. Al fin y al cabo, te entregaste a mi fácilmente, ¿no es así? Y como bien dices, entre nosotros no hay mucha diferencia…Yo me vendía por dinero, tú por comida…La supervivencia es traicionera…─. El vampiro sintió la sangre correr bajo sus labios y dejó escapar un ronroneo─. Las cosas que hacemos por seguir respirando…
Despegó su sinuosa sonrisa y trazó sobre su piel un camino con los colmillos. Respiró con fuerza una vez cuando encontró el punto preciso. No contento, decidió saborearla sin morder y es que extendió la lengua y lamió, degustando su presa.
─Imagina qué pensaría Kaare de ti… La cara pondría al ver esto…
Lentamente, sus colmillos rompieron su piel y la sangre explotó en su boca. Casper gruñó sobre el cuello de la muchacha, encendido por el repentino sabor que, por un momento, arrasó con sus sentidos. Poco a poco, recobró conciencia y tomó la sangre suavemente, despacio, estirando el momento, impregnando la atmosfera de mareante placer y confusión. La saboreó en su lengua en su cuerpo, que se había adueñado de su sangre y continuó bebiendo percibiendo el latir de su corazón a su entera merced. En aquel instante era suya y de nadie más, ni si quiera de si misma.
─Qué duela, qué sea lo suficientemente cruel para que de tal modo no desees repetir esto nunca más…─murmuró, coleccionando sus palabras─ Ah, pero no te equivoques, yo no soy el verdugo…Soy tan inocente como tú, tan solo busco algo que llevarme a la boca. ¿Es que acaso no encuentras empatía en mis necesidades?
Su mano se arrastró lenta, como una serpiente, partiendo su cabello oscuro y posándose sobre su mentón, ejerciendo la suficiente presión como para pedirle cuidadosamente que reclinara el perfil hacia atrás. Sintió su cabeza contra su hombro y el cuello expuesto.
─Me pregunto de quién será la culpa si esto vuelve a suceder…─murmuró, aproximándose lo suficiente como para que su boca rozase la tierna piel de su cuello─. Al fin y al cabo, te entregaste a mi fácilmente, ¿no es así? Y como bien dices, entre nosotros no hay mucha diferencia…Yo me vendía por dinero, tú por comida…La supervivencia es traicionera…─. El vampiro sintió la sangre correr bajo sus labios y dejó escapar un ronroneo─. Las cosas que hacemos por seguir respirando…
Despegó su sinuosa sonrisa y trazó sobre su piel un camino con los colmillos. Respiró con fuerza una vez cuando encontró el punto preciso. No contento, decidió saborearla sin morder y es que extendió la lengua y lamió, degustando su presa.
─Imagina qué pensaría Kaare de ti… La cara pondría al ver esto…
Lentamente, sus colmillos rompieron su piel y la sangre explotó en su boca. Casper gruñó sobre el cuello de la muchacha, encendido por el repentino sabor que, por un momento, arrasó con sus sentidos. Poco a poco, recobró conciencia y tomó la sangre suavemente, despacio, estirando el momento, impregnando la atmosfera de mareante placer y confusión. La saboreó en su lengua en su cuerpo, que se había adueñado de su sangre y continuó bebiendo percibiendo el latir de su corazón a su entera merced. En aquel instante era suya y de nadie más, ni si quiera de si misma.
Casper Jean-Sébastien- Vampiro Clase Media
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