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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

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Mensaje por Dom Custler Vie Feb 02, 2018 4:14 pm

Dicen que ante la llegada de la muerte todo se vuelve más claro. Que es la pieza que completa el sinsentido por el que vamos tropezando desde el nacimiento. Dom siempre creyó que esa idea estaba relacionada con el Paraíso que aguardaba más allá del velo. Sin embargo, con su vida drenándose en un charco de sangre, fue testigo en sus propias carnes de aquella epifanía. A punto de dejar escapar el último aliento comprendió por primera vez quién era y qué debía hacer.

Y morir no era una opción...


Afueras de París, 2 de febrero

Los bajos fondos se habían convertido en un buen complemento para su alma decrépita tras perder a su familia. Lugares que en su patria londinense eran meros antros donde ir únicamente en busca de información, en París le ofrecían el ambiente que creía merecer por dejar que el trabajo le alejara de sus seres queridos. Igual que una cucaracha, solo salía a la superficie de la media sociedad cuando el dinero escaseaba y necesitaba encontrar un nuevo caso, como el que en esa ocasión le había llevado aún más abajo, directo a las cloacas de la jerarquía social.

Julie Feraud, una ama de llaves entrada en años, había presenciado unos días antes cómo se llevaban detenida a su señora, madame Le Blanc, sospechosa de haber matado a su marido. La pequeña fortuna de messieu Le Blanc, un notario de creciente fama, parecía motivo suficiente a ojos de la gendarmerie para acusarla sin necesidad de pruebas. Después de todo, no sería la primera vez que algo así ocurría. Las mujeres cada vez toleraban menos a los hombres y ansiaban más valerse por sí mismas, no importaba mediante qué caminos. La comidilla estaba servida y los agentes de nuevo aplaudidos por su gran trabajo. Todos parecían contentos. Todos, menos la señora Feraud. Julie estaba tan segura de la inocencia de su señora que reunió el poco dinero que tenía para contratar a un detective privado. Y Custler era el único con tasas flexibles. Dom se habría negado a inmiscuirse en un caso ya resuelto de no ser porque tal vez, y solo tal vez, realmente se estaba a punto de ahorcar a una inocente. Y es que había un par de puntos que no cuadraban. Así que ahí estaba, con el sombrero ensombreciendo su mirada y las manos metidas en los bolsillos en un vago intento de escapar de la lluvia que atenazaba la ciudad.

Se metió en la primera taberna que encontró abierta para resguardarse y empezar a recabar información. La señora Feraud le había revelado el gran secreto del señor de la casa: era adicto al juego. A espaldas de su mujer, escapaba por las noches con la excusa del trabajo en busca de trileros, partidas de póker y cualquier juego donde aceptaran su dinero. Y, para no ensuciar su buen nombre, lo hacía en los mismos bajos fondos donde se encontraba Dominic.

-Una pinta, por favor - pidió al tabernero tras tomar asiento en un taburete de la barra. "¿Y eso qué demonios es?" espetó el agrio hombre, mirándole con ojo crítico. El ex policía sabía cuándo no era bien recibido, pero no podría importarle menos. - Una cerveza - especificó, volviendo al francés, idioma que aún le resultaba incómodo y mal sonante. Cuando dejó el dinero sobre la barra, hizo sonar intencionadamente que había alguna moneda de más antes de seguir hablando. - Estoy buscando un tipo y me han dicho que suele venir por aquí. Le debo un dinero y yo soy hombre de palabra...

Nunca era buena idea presentarse como lo que era y menos en un lugar donde la policía, ni nadie relacionado, eran bienvenidos. Pero la conversación se quedó en el aire cuando la puerta de la taberna se abrió y ambos miraron como si realmente creyeran que el susodicho fuera a aparecer por ella.


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Mensaje por Rigor Prior Sáb Feb 03, 2018 5:20 am

Aquella noche llovía, algo muy habitual en pleno invierno en París, pero el ambiente estaba sumamente cargado, como si una espesa neblina invisible se cerniera sobre los habitantes de la ciudad, ahogándoles en silencio. Los rostros sombríos de los transeúntes contrastaban con la extraña y maliciosa sonrisa que se dibujaba en los labios del cambiante, producto del recuerdo de su última comida tres días antes.


Alguien del calibre de Rigor no tenía moral, eso era algo que cualquiera que hubiera tenido la desgracia de pasar el tiempo suficiente con él, podía saber. Así que acudir a locales de apuestas, prostíbulos, tabernas, peleas clandestinas y ventas de esclavos, no eran sino pequeñas muescas en la pared de la prisión que suponía la vida mundana y mortal que le había tocado cumplir.

Entró en el lugar como si fuera su propia casa, con la espalda erguida, el porte confiado de aquel que toma posesión de cuanto toca y una mirada cargada de intenciones que se perdió en la muchedumbre que se agolpaba alrededor de una mesa. No le sobraba el dinero, pero tampoco era un pobretón de la calle. Además, la suerte estaba siempre de su lado, sonriéndole. Se aproximó al gentío, arrastrando una silla sin importarle el ruido que esta generara y tomó asiento, abriéndose paso sin mucha dificultad al ir empujando con sus anchos y fuertes hombros. Algunos fueron a quejarse, pero enmudecieron al ver aquellos extraños ojos. -Diez francos de plata al cinco rojo.- Anunció al lanzar las monedas sobre el tapete. El crupiere aceptó su apuesta e hizo girar la ruleta. El traqueteo de la diminuta bola hizo que todo se sumiera en un profundo silencio -clac, clac… clac- y de repente, griterío de nuevo.



Se acercó al mismo local que el otro día, pues aunque no solía repetir muy a menudo, sí le gustaba dejarse ver por los mismos lugares de vez en cuando, regodeándose en su conocimiento de la verdad, aquella que todos los demás desconocían. Acudía de nuevo al lugar del crimen, o a parte de él, y disfrutaba saludando, observando, estudiando la actitud actual de aquellos a los que les importaba menos que nada que hubiera un pútrido humano menos en el mundo. Nadie notaba la ausencia del señor Le Blanc, allí nadie le echaba de menos. Era un cliente más, conocido o no, un paria de la sociedad, un desgraciado que se gastaba el dinero en el juego en vez de regalarle joyas a la mujer o pagar las letras de la casa.

Empujó la puerta y, de nuevo, como si fuera el amo y señor, se adentró en la sala. Portaba un abrigo viejo, pero bien cuidado, las solapas levantadas, como si con ello intentara protegerse el cuello de la lluvia que caía inclinada por el viento. No llevaba sombrero, no le gustaba que nada ocultara su rostro o le descolocara el pelo. Era presumido a su manera, su físico formaba parte de lo que constituía su buen porte, su gran atractivo era mucho más que aquellos orbes dispares, y su ego, crecido en la justa medida, protegía lo que merecía ser cuidado. Vio al barman mirando en su dirección y a un hombre sentado frente a él, en la barra, que también tenía clavados sus oscuros ojos en su figura. Sonrió ladinamente, con suficiencia, al aproximarse a ellos. Golpeó la madera con dos francos de plata. -Un cognac, sin hielo.- Tomó asiento, sin preguntar, en el taburete contiguo y aguardó por su bebida. Ignorando por completo al desconocido que tenía al lado y por el que no sentía interés alguno.


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Mensaje por Dom Custler Miér Feb 14, 2018 5:01 pm

Haber caído en un profundo pozo negro no le cambió como detective. Mientras la adicción al alcohol era resultado de herencia familiar y, por tanto, un vaticinio seguro tras la pérdida de su familia, un sin fin de pautas fueron adquiridas a lo largo de los veinte años que llevaba trabajando como investigador. Pautas que su difunta mujer solía llamar "manías", pues ni ella misma se salvaba de pasar desapercibida. Aquella profesión no se basaba solo en trabajo duro -algo en lo que Dom cada vez flaqueaba más-, sino en instinto. Y, para ello, ser medio animal era una gran ventaja. El tiempo en Scotland Yard le había hecho portador del sobrenombre "el lector" por su capacidad de observación y eso, sumado a su intuición, le hacían uno de los mejores en su campo.

El recién llegado, sin embargo, no fue escrutado producto de la intuición, sino del aura que desprendía. Reconocerle como cambiante fue suficiente para llamar su atención durante los escasos treinta segundos que dedicó a observarle detenidamente mientras este se acercaba a la barra. El aire chulesco con el que avanzó lo achacó inmediatamente a la mezcla de juventud y atractivo que formaban su apariencia. Su rostro y constitución le caracterizaban como alguien que disfrutaba de comodidad económica y buena alimentación, un tanto narcisista tal vez, pero con la suficiente humanidad para llevar un abrigo viejo. Probablemente un recuerdo. La palabra humanidad no iba atada a 'bondad' para Dominic, había visto demasiado en su larga trayectoria para que su fe en las personas decayera enormemente, no obstante no quiso sacar ninguna conclusión de aquel primer vistazo. No merecía mayor interés que cualquier otro desconocido en aquella taberna.

-El tipo del que le hablo se llama Le Blanc. Báptiste de nombre, si no recuerdo mal - insistió volviendo la mirada al viejo tras la barra, viendo con vago interés cómo le servía la copa al otro cambiante.

-¿Qué le hace pensar que voy preguntando el nombre a todos mis clientes? - bufó en respuesta, claramente poco colaborativo. Dejó el vaso ya lleno con cierta brusquedad ante el recién llegado sin mirarle, centrado en fruncirle el ceño a Dominic.

-Tengo entendido que no soy el único con quien tiene asuntos de dinero y este no parece un lugar muy ruidoso que digamos. Seguro que alguien ha estado hablando con él por aquí más de una vez.

El hombre se echó el trapo al hombro y apoyó las manos sobre la barra. A Dominic se le vino de repente a la cabeza la imagen de un Bulldog Inglés. - Mire, si ese tipo le debe dinero no es mi problema, pero no he mantenido este sitio abierto tantos años por soplón.

-¿A caso tengo aspecto de matón? - se abrió un poco el abrigo con una sonrisa austera, resignada incluso. Una burda mentira con buena retórica. Ciertamente tenía el aspecto de un borracho solitario que caería al suelo ante el menor guantazo, pero nada más lejos de la realidad. - Vamos, ayúdeme. Tengo que volver pronto a mi patria y no quiero irme dejando atrás deudas. No tendría la conciencia tranquila - y con toda la intención de añadir dramatismo a su actuación de 'pobre hombre', se llevó la mano al cuello para sacar a la vista el collar que siempre llevaba consigo.

La pequeña cruz de plata brilló bajo la mortecina luz del local, balanceándose lentamente colgando de la cadena sujeta por su índice. La fe de Dom se había torcido hacía tiempo y, aunque aún quedaban trazas de la educación estricta de la infancia, aquella joya no la llevaba por su religiosidad. Fue de su mujer, lo único que le quedaba de ella a parte de los recuerdos, y para él solo representaba eso. En su viejo Londres aquella táctica no habría funcionado en absoluto, iba años por delante del resto de Europa, pero esperaba que en París, donde la religión aún tenía su peso, lo hiciera.

Y así fue.

El hombre suspiró y relajó la postura, aunque no la mirada. - Estuvo por aquí hace un par de semanas. Esa fue la última vez que le vi. Parecía cabreado, dijo algo de haber perdido en el juego. Si busca a ese hombre tendrá más suerte en los barrios altos, se notaba a la legua que tenía dinero de sobra.

Dom asintió en agradecimiento mudo y cogió su vaso para darle el primer trago a la cerveza. Su cerebro hormigueó como la cerveza en sus labios. La noticia de la desaparición del señor Le Blanc no parecía haber llegado hasta ese lado de la ciudad. No era de extrañar, teniendo en cuenta que no se había encontrado ningún cuerpo. Solo las noticias más mórbidas llamaban la atención al completo del populacho.


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Mensaje por Rigor Prior Mar Feb 20, 2018 1:40 pm

-Cinco rojo.- Sentenció el crupiere y le devolvió el doble de lo que había apostado a Rigor. Tomó las monedas entre los dedos índice y pulgar, frotándolas entre sí al formar círculos que se movían en sentidos opuestos, friccionando el metal, pero sin llegar a chirriar. Aunque para los agudos oídos de un lobo, era suficiente para erizarle el vello de la nuca de una manera irritantemente agradable.

Las miradas ahora se centraban en él y no sólo por sus característicos ojos de dos colores, sino porque nada más llegar, ya había ganado la primera apuesta. Si algo ocurría con frecuencia en lugares como aquel, era el principio de sospecha. Cualquiera creía siempre que el de al lado, el de en frente o el que estaba al otro extremo de la mesa, estaba haciendo trampas o había comprado al que lanzaba los dados, repartía las cartas o hacía girar la ruleta. Volvió a entregar las monedas, deslizándolas por encima del tapete hasta situarlas sobre el ocho negro. La sonrisa no desapareció en ningún momento de su rostro, a sabiendas que aquella actitud le haría parecer aún más culpable de algo que, en realidad, no estaba más que en las mentes de aquellos pobres desgraciados. Pero buscaba hacer saltar la liebre con alguno, provocarle lo suficiente para sacarle de aquel antro y jugar un rato a perseguir al gato.

Tras hacer todos sus apuestas, la ruleta giró de nuevo. A ratos parecía ir mucho más lento de lo que todos esperaban, mas no llegaba a detenerse y muchos contenían la respiración, otros, en cambio, resoplaban, como si esperaran que con sus bufidos la bola saltase más lejos y alcanzase la casilla por la que ellos habían jugado. -clac, clac… clac-.



Iba a tomar la copa que le sirvieron, pero tuvo que sacudir la mano al caerle parte del líquido encima por el modo en que el camarero había golpeado la barra con el culo del vaso, se llevó el dorso a la boca y lamió los restos. Rodeó finalmente el objeto de cristal con sus largos dedos y lo hizo oscilar lentamente, observando cómo el líquido ondeaba de un lado a otro, chocando con las paredes transparentes. Sus sentidos estaban ahora concentrados en la conversación que se mantenía justo a su lado, pues estaban mencionando a un hombre al que él conocía muy bien. Le Blanc era un viejo amigo del cambiante o así lo consideraba él, al menos. Después de todas las cosas que habían vivido juntos, casi hasta podrían considerarse hermanos. Pero sabía que los humanos, que el mundo en general no solía compartir su punto de vista. No estaban a su altura, no brillaban precisamente por su inteligencia o apertura de miras.

Tras esperar un tiempo prudencial y fingiendo justo acabar de percatarse de lo que estaban hablando bien cerca de su oreja, giró en el taburete sin soltar el vaso y le dio un trago, observando ahora el perfil de aquel cambiante, pues obviamente Rigor no era ningún tonto, siempre analizaba las auras lo primero y, desde que había cruzado la puerta del local, había tenido a aquel tipo como objetivo. -Yo vi a Báptiste hace unos días y tomamos una copa juntos.- De un modo simple y sin rodeos, había puesto un jugoso anzuelo frente a la boca de aquel inglés. No cabía duda, iba a morderlo de cabeza. Y pronto, se quedaría sin ella.


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Mensaje por Dom Custler Dom Mar 18, 2018 8:44 am

Dominic, en efecto, mordió el anzuelo. Mas no era estúpido. Aquello no era una tetería de hermanitas de la caridad, nadie de los que estaba ahí dentro esa noche era un santo y, si el mismísimo tabernero le había ofrecido un buen tira y afloja para sacarle información, resultaba extraño que el hombre sentado a su lado se inmiscuyera tan libremente sin tener algo en mente. Pero era la única pista que tenía. Si más adelante se daba cuenta de que simplemente había sido engañado ya se encargaría llegado ese momento. Confiaba ciegamente en su instinto mucho más que en su fuerza, si seguía vivo era gracias a ello, de modo que, aunque a simple vista pudiera parecer un inconsciente, cada fibra de su cuerpo ya se había puesto en alerta en cuanto se giró a ver al recién llegado.

Puso la mano abierta sobre los dos francos de plata y los arrastró de vuelta hacia el cambiante. - Déjame que te invite a este trago, amigo - sonrió separando la mano de la mesa para sacar su propio dinero y acercárselo al cantinero, que liberado del interrogatorio se dispuso a alejarse de ellos y seguir con su rutina de limpiar vasos y escuchar penas. Dominic, en su infinita experiencia en el campo de la investigación, sabía que debía cambiar el registro oral. No podía seguir cuestionando como había hecho con el anciano antes, terminaría levantando sospechas sobre su verdadera profesión y perdería esa nueva pista, fuera o no certera. - ¿Sabes dónde podría encontrarlo? Tengo que volver a Inglaterra en dos días y quiero solucionar este tema. Yo antes no era así, me hubiera largado sin pensarlo, pero mi mujer... bueno ya sabes cómo son las mujeres, un continuo dolor de cabeza. Las soportamos porque en la cama pierden toda la beatería - rió entre dientes arqueando las cejas. - La mía se ha propuesto convertirme en un buen hombre y, para qué te voy a mentir, no quiero perderla. Si ella quiere que devuelva este dinero, ¿para qué arriesgarme a hacerla enfadar?

La figura del charlatán era la mejor tapadera posible. Aquellos que perdían la fuerza por la boca resultaban, a parte de increíblemente molestos, incapaces de tramar algo decente. Siempre la cagaban, de modo que nadie se fijaba en ellos hasta que metían la pata. Y Dominic no iba a meterla. Era bueno mintiendo, la experiencia le hizo el mejor en ello. Siempre se guardó la sinceridad para la intimidad de su hogar, formado por su mujer y su hija, sin ellas en su vida todo cuanto construía eran mentiras para solucionar sus casos. Y hacía tanto tiempo que ellas se habían ido que Dominic empezaba a olvidar cuál era su propia verdad. Pero en ese momento tenía un caso entre manos y llegado a ese punto, restaba esperar si iba a ser el otro cambiante quien mordiera ahora el anzuelo.


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Mensaje por Rigor Prior Mar Abr 03, 2018 1:29 pm

-Ocho negro.- Sentenció el crupiere nuevamente y cuando iba a devolverle el doble de lo que había apostado a Rigor, uno de los hombres que rodeaba la mesa se alzó con tal ímpetu que la silla cayó al suelo, generando estruendo y como si de un camino de fichas de dominó se tratase, todos empezaron a levantase, acusando con el dedo, insultando, gritando. La sonrisa del lobo se ensanchó de manera ladina, había conseguido lo que quería, pero no podía quedarse con todos los juguetes, así que debería elegir solamente a uno y llevárselo fuera para su pequeña y entretenida partida privada. Él, al revés que los demás, se incorporó lentamente, de forma pausada y tranquila. No tenía prisa y sabía que su actitud sosegada aún exaltaría más a los presentes. -¿Alguno de ustedes tiene problemas reales conmigo?- Cuestionó con su voz grave y calmada. Todos callaron, pues el cambiante era joven, alto y se veía fuerte. Los que rodeaban la mesa tenían más panza que músculos y algunos pintaban ya demasiadas canas. Perdían la fuerza por la boca, pero a la hora de usar los puños, escondían el rabo entre las piernas. -Es curioso, pensé que esto era un local para hombres, ni no para gallinas.- Chasqueó la lengua, recogió sus monedas y se dio media vuelta para dirigirse a la barra del bar. Les estaba dando tiempo, porque sabía que alguno, el más desesperado, iría a su encuentro, aunque tardara.


Aunque fuera un hombre orgulloso, Rigor no se negaría a que le pagaran una bebida, no tenía esa necesidad desmedida de algunos hombres a comportarse como gallos de corral, siempre hinchando el pecho, levantando la cresta y cantando a las seis de la mañana. Sabía mantener un perfil bajo, acomodarse a las situaciones, mimetizarse con el ambiente y con aquellos que se creían sus semejantes. -Gracias por la invitación. Amigo.- La pausa que hizo antes de dirigirse a él con aquel apelativo, había sido deliberada, marcando una distancia entre la realidad y lo imaginario, pues no se conocían de nada y, además, el lobo no mantenía nada parecido a una amistad con nadie. Le dio otro trago a su copa y fingió escuchar al hombre que ni siquiera se había tomado la molestia de presentarse, pero que sí se había tomado las innecesarias confianzas como para tutearle. Le importaban menos que una mierda sus explicaciones o los motivos por los que buscara a Báptiste, pero le dedicó una sonrisa y asintió, como si comprendiera lo que su palabrería implicaba. Mas no le hacía caso alguno, le oía sin atender a lo que soltaba.

Se reclinó ligeramente hacia atrás, irguiendo por completo la espalda y observó al hombre que tenía delante con su barba descuidada, su ropa poco arreglada y los movimientos de sus manos, algo nerviosos, inseguros. Los párpados de Rigor se juntaron al estrechar la mirada y ladeó la cabeza, lamiendo el filo de la copa antes de darle otro trago. -Creo que sé dónde podrías encontrarlo, pero no sé si él quiera que lo localicen. ¿Comprendes lo que quiero decir?- Pretendía llamar al interés de aquel supuesto “buen samaritano” que deseaba pagar sus deudas por a saber qué motivo estúpido. Si era cierto o no lo que pretendía, le daba absolutamente igual al cambiante. Pero hacía ya un par de días que no se recreaba con su juego favorito y le apetecía una entretenida partida a “destripa el ovillo”.


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