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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Jean Hamilton Vie Abr 20, 2018 11:14 pm

En mi pecho, el reloj de sangre mide el temeroso tiempo de la espera.
Jorge Luis Borges.



Menos de una semana había pasado desde que Marene había llegado a su vida y Jean Hamilton ya no tenía fuerzas. Todas se las había llevado ella, era una ladrona. Sí, le robaba las fuerzas porque él se empeñaba en no mirarla de más, en no sonreír como estúpido ante cada frase que la muchacha pronunciase, se esforzaba por no parecer pendiente de cada uno de sus movimientos… era desgastante tener que controlarse todo el tiempo, ¡y en su propia casa! Pero al parecer estaba funcionando, porque ella no había mencionado aún deseos de irse de ese refugio que Jean preparaba para ella con esmero cada día.

Y a eso le temía él, a que llegase el momento en el que la mujer le dijera que debía marcharse –o peor, que quería marcharse-, ¿cómo podría seguir viviendo él en esa cabaña sin oír la voz de Marene? Se había acostumbrado a cocinar acompañado, ¿cómo podría volver a hacerlo en solitario? Jean estaba seguro que ya no podría dormir si le faltaba la cercana respiración de la mujer como melodía de fondo.

Lo sabía y no temía reconocerlo –aunque solo a sí mismo-, se había enamorado como un niñito de doce años. Pensaba en Marene todo el tiempo, su dolor le dolía en el centro del pecho y cada lágrima que ella derramaba era una herida más que se abría en el interior del cazador. No quería perderla, no quería dejar de cuidarla, de servirle el desayuno.


-¡Mierda, Jean! –se dijo y descargó el hacha sobre el grueso tronco para partirlo a la mitad, luego haría lo mismo con los dos trozos para que acabase dividido en cuatro leños. Estaban en primavera, pero las noches seguían siendo frías.

En realidad no entendía por qué estaba enojado, si estar enamorado de Marene era un placer. Estaba disfrutando de ese estado, aunque no podía negar que el no percibir nada de parte de ella que indicase que le pasaba algo similar era frustrante. ¿Pero cómo iba a pensar en esas cosas una mujer que acababa de perder a su hermano y que había acabado herida gravemente? ¡Las cosas ridículas en las que pensaba a veces! Jean extendió el brazo para tomar su camisa de la rama baja del árbol que le daba sombra y se la puso, sin abotonarla. Hacía mucho calor y por el torso desnudo las gotas de sudor le resbalaban. Enganchó el hacha en su cinturón y recogió un total de veinte leños en sus brazos para marchar hacia la cabaña. Allí, en la puerta, la vio.


-Marene, ¿cómo está tu pierna esta mañana? –le dijo e ingresó para dejar la madera junto a la chimenea que permanecía apagada durante el día-. ¿Necesitas que te haga las curaciones? –le preguntó, deseando que ella le dijese que sí porque esos eran los momentos más íntimos que compartían-. Estoy contento con tu progreso, sí que estás sanando rápido.

Se tomó unos instantes para contemplarla. Pero claro, ¿cómo no se iba a enamorar de ese rostro redondo? ¿Qué hombre pasaría de desear besar esos labios llenos y de un rosado que no parecía natural? ¿Cómo no desear que esos ojos grandes lo observasen con cariño? De pronto, a Jean le pareció que era lo más normal del mundo estar enamorado de una mujer como aquella.

-Estoy todo sucio y sudado –le dijo, mirándose las manos-. Iré al rió a darme un baño y volveré para que preparemos el almuerzo –le sonrió antes de ir por ropa limpia-. No tardaré, no me extrañes –le dijo desde la puerta a modo de broma, aunque lo que más deseaba era que ella sintiese su ausencia, quería hacerle falta.


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Mensaje por Marene Savile Sáb Abr 21, 2018 10:40 am

No había palabras para describir la sensación de paz que invadía el pecho de Marene cuando se despertaba y, antes de abrir los ojos, respiraba el aroma que desprendían las sábanas de la cama donde llevaba unos días durmiendo. Era el aroma de él, del hombre que la había encontrado y que, sin pedir absolutamente nada a cambio, la estaba cuidado con un mimo que la cambiante jamás había visto antes. Las heridas de su cuerpo estaban sanando bien —gracias, en gran parte, a las curas que Jean le hacía—, pero, por primera vez en su vida, Marene no quería que se curaran rápido. Estaba convencida de que, una vez que ya no sintiera más dolor físico, Jean le diría que ya podía seguir su camino, y marcharse de esa cabaña que tan acogedora le parecía era algo en lo que no deseaba pensar.

Unos tímidos rayos de sol se colaron por la ventana, incidiendo en sus párpados cerrados. Olió los almohadones una última vez y se giró para quedar tumbada boca arriba. No sentía la presencia de Jean dentro de la casa, pero el sonido del hacha chocando contra los troncos le hizo saber que el cazador se encontraba fuera. Desde que llegó, nunca se marchaba demasiado lejos de donde ella estaba, lo que le daba a la cambiante una sensación de seguridad que le permitía volver a sentirse bien, a pesar de que era un cazador. Era algo en lo que Marene no pensaba demasiado, ya bastante tenía con recuperarse, pero sí un asunto con el que debía tener cuidado. El efecto de la poción se pasó al día siguiente y, aunque todavía sus fuerzas no eran plenas, sentía sus formas animales tan vivas dentro de ella como nunca, pugnando por ser las primeras en salir tras el incidente. Ella, sin embargo, las mantenía a raya —no sin esfuerzo—, temiendo transformarse delante de él. ¿La odiaría, si eso llegara a pasar? Lo pensó un momento envolviéndose en las sábanas. ¡Claro que lo haría! Era un cazador, a eso se dedicaba: a dar caza a seres como ella, indeseables que nadie quería tener cerca.

Se levantó, con el estómago revuelto a causa de esos pensamientos, y se acercó hasta la puerta sigilosamente, donde se encaramó al marco para asomar medio cuerpo. Ahí estaba Jean, sin camisa, cortando los troncos que encenderían al anochecer. No era la primera vez que Marene se quedaba rezagada para mirarlo; de hecho, lo hacía a menudo, pero parecía que él no se daba cuenta. Las miradas de soslayo que le dedicaba eran constantes, esperando, de alguna manera, cruzarse con la de él, sin éxito. Ese era el motivo por el que ella creía que, una vez que su salud fuera plena, él le pediría que se marchara. La estaba cuidando, sólo eso, así que, cuando ya no necesitara su ayuda, nada pintaba ella allí.

Se quedó embobada mirando los músculos de su espalda contraerse con cada hachazo que le daba a la madera, deseando que esos brazos rodearan su cuerpo con cariño y la atrajeran hacia él. Cerró los ojos y sacudió la cabeza. No creía que estuviera bien enamorarse de él —aunque ella todavía no era consciente de lo que sentía por Jean—, porque eso significaba que tendría que dejar su condición de lado, y Marene sabía que no podría renunciar a lo que su naturaleza le pedía con tanta fuerza.

Hola, Jean —saludó, sonriendo ampliamente—. Está mucho mejor, ya casi no me duele al andar —contestó, echándole un vistazo a la herida casi cicatrizada antes de volverla hacia él—, pero no estaría así si no hubiera sido por tu ayuda. Eres un sanador estupendo.

Se acercó a él con el único propósito de acortar la distancia que los separaba. Todavía llevaba puesta su camisa blanca, la misma que le había prestado la primera noche y que quizá debería ir pensando en lavar.

Puedes hacerme las curaciones cuando vuelvas, si te parece bien —sugirió, alcanzándole unos pantalones limpios antes de que saliera—. Aquí te esperaré.

Le dijo adiós con la mano y se quedó mirando hasta que cerró la puerta. Un vacío la asaltó de pronto, como una sensación de angustia al saber que él no andaba por allí. Ser mordió el labio con fuerza y miró a su alrededor, intentando desechar esos pensamientos. En el vistazo que echó vio la pastilla de jabón sobre una balda. Sintió una sensación de alivio, junto con un cosquilleo en el estómago; Jean no podría lavarse sin la pastilla, así que buscó unos pantalones que le sirvieran —aunque todos le quedaban grandes—, guardó la pastilla de jabón y salió con la intención de encontrarse con él en el río.

La luz del día y el calor del sol le rozaron el rostro. Estaba rodeada de árboles, todos de un verde tan intenso que abrumaba. Respiró hondo: olía a frescor, a bosque, a libertad. El trinar de los pájaros la acompañaba, y el zorro que habitaba dentro de ella la incitaba a corretear sobre sus cuatro mullidas patas. «¿Por qué no?» se dijo. Se desnudó, sabiendo que estaba completamente sola, e hizo un hatillo con las prendas donde guardó el jabón. Lo dejó en el suelo y permitió a su cuerpo adoptar su forma animal predilecta.

En unos pocos segundos, un pequeño zorrillo blanco ocupaba el lugar de Marene. Agarró el hatillo con fuerza y comenzó a seguir el rastro de Jean, correteando y dando pequeños brincos aquí y allá. Antes de llegar se ocultó tras unos árboles y volvió a su forma humana. Deshizo el nudo de ropa y se vistió, llevando la pastilla en la mano. Cuando llegó al río, su rostro mostraba un semblante pleno y feliz, y su boca estaba curvada en una hermosa sonrisa.

Te has dejado esto —dijo desde la orilla, levantando el jabón en el aire—. He pensado que debía traértelo, así podía aprovechar para bañarme yo también. —Lo miró un momento—. Si no te importa, por supuesto. Puedo volver más tarde, si no.


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Mensaje por Jean Hamilton Dom Mayo 06, 2018 11:26 pm

Sabía Dios cuanto necesitaba él ese baño de agua fresca sobre el cuerpo. Jean dejó en la orilla toda su ropa –la limpia y la que llevaba puesta- con su pesada cuchilla sobre ella, para que le viento no le jugara sucio obligándolo a regresar a su hogar desnudo, y se adentró en el río que corría a buena velocidad por allí, la inclinación de la tierra y las grandes rocas centrales hacían que el agua nunca quedase estancada en la zona, sino que marchaba con un sonido precioso, su favorito en todo el bosque.

Se había olvidado de tomar el jabón, pero ya estaba metido en el río con el agua a la cadera cuando reparó en ello, era tarde para volver a buscarlo por lo que se conformó con pasar una y otra vez sus manos húmedas por la piel, rascando con las uñas especialmente en su cuello, brazos y axilas.

Jean Hamilton no podía dejar de pensar en ella, en Marene. Se le había metido en el cuerpo esa mujer, sin siquiera llegar a coquetearle o intentar seducirlo... solo siendo natural y cotidiana. La pensaba en las noches cuando la sentía próxima, la pensaba durante los días mientras se afanaba en sus tareas y la pensaba en esos momentos en los que con la cabeza sumergida Jean nadaba con el cuerpo cercano al lecho del río. Todo en su vida olía a Marene y era tan pertubadoramente maravilloso...


-Marene –pronunció su nombre haciéndose a la idea de que pronto habría una despedida, meditando en que le costaría mucho verla partir y en que su casa estaría insoportablemente vacía sin ella-. Marene –ni siquiera Alice, la hechicera con la que había mantenido una relación sentimental hacía tiempo le había provocado lo que esta inesperada mujer le estaba haciendo sentir.

Jean se conocía mucho, esa era una de las ventajas de pasar tanto tiempo a solas, y sabía que todo lo que experimentaba se debía a que él no había convivido por más de dos días con nadie que no fuese su madre… y ahora con Marene todo estaba resultando demasiado natural, como si las cosas más complejas –como la convivencia- fuesen de lo más sencillas si ella estaba inmiscuida.


-Marene, dulce Marene –susurró y se acomodó sobre una gruesa roca, en el centro de la corriente. Cerraría los ojos, se dejaría calentar el cuerpo desnudo por el sol-. Marene.

¿Acaso la había invocado con sus susurros? ¿Era posible que el bosque con su magia la hubiese conducido hasta él justo cuando la pensaba? Bueno, la pensaba todo el tiempo, así que lo mismo daba y podía tratarse de una coincidencia. Lo cierto era que Jean se sobresaltó al saber que no estaba solo y maldijo por haberse expuesto así, si ella lo había sorprendido también habría podido hacerlo cualquier enemigo. Se bajó de la roca y caminó hacia ella atravesando la corriente, como atraído.

-Oh gracias, no te imaginas lo que me enfadó descubrir mi olvido. Eres un ángel, Marene –le sonrió y se acercó hasta tomar con su mano derecha el jabón que le tendía, la izquierda se ocupaba de tapar con disimulo su zona genital-. ¡Claro que no me molesta! El río es nuestro, quiero decir… es de todos. Vente, te espero en el centro. Le hará bien a tus heridas -dijo, intentando hacer ver que era eso lo único que en verdad le importaba. Qué mentira...

Le dio la espalda para otorgarle algo de intimidad y se dirigió de nuevo a la enorme roca. Allí se enjabonó el cuerpo con apuro y se sumergió hasta que el agua lo cubrió por completo, enjuagándolo, antes de repetir el proceso una segunda vez. Quería voltearse y descubrirla nadando cerca, quería ver como su cabello hermoso y largo flotaba en el agua, quería escucharla reír inmersa en ese pequeño placer de sentirse limpia y fresca, pero Jean no tenía el valor pues no sabía si teniéndola tan cercana y desnuda podría contenerse. No quería asustarla, no quería dañar el momento ni hacer que la despedida resultase más pronta de lo que ya imaginaba.


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Mensaje por Marene Savile Sáb Mayo 19, 2018 9:11 am

La sonrisa que Jean le dedicó cuando fue en busca del jabón propició que la que había en el rostro de Marene se ampliara aún más. El cosquilleo del estómago se intensificó. ¡Le parecía tan guapo cuando la miraba así! Se dio cuenta de que cubría su entrepierna con disimulo, así que no quiso agobiarlo y no dejó de mirarlo a los ojos hasta que se dio la vuelta. Aprovechó cada segundo antes de que se volviera a meter en el agua para deleitarse observando su espalda y su trasero, perfectamente moldeados ambos por unas manos que debían ser divinas. Se mordió el labio inferior y suspiró. Cuanto antes se quitara la ropa, antes entraría en el agua junto a él.

Soltó el pantalón —que llevaba sujeto con un cinturón improvisado— y dejó que cayera solo al suelo. La camisa se la quitó sacándola por la cabeza después de desabrochar los primeros botones y, tras dejar todo sujeto con la misma piedra que había usado Jean para su ropa, se adentró en el agua.

Estaba fría y su cuerpo enseguida reaccionó; toda su piel se erizó, y un escalofrío que comenzaba en las heridas le recorrió el cuerpo. Manteniendo el equilibrio, sacó la pierna que había recibido el impacto de la bala y observó las marcas que tenía. Todavía les quedaba un poco hasta que estuvieran completamente curadas, pero el proceso de sanación típico de los de su especie estaba haciendo un gran trabajo, y eso era algo que Marene temía. Viendo cómo reaccionaba Jean en su presencia —amable y atento pero sin mostrar demasiado énfasis—, cada vez estaba más segura de que se tendría que despedir de él cuando ya no quedase nada que curar y, aunque seguir con la búsqueda de su hermano se le antojaba primordial, una parte pequeñita de ella no quería abandonar el hogar el cazador. Ya había memorizado cada rincón de esa cabaña: el sonido que hacía cada tablón del suelo cuando Jean se paseaba mientras ella fingía dormir, el chisporroteo de la chimenea cuando se acababa de encender o el silbido del viento que se colaba por las ventanas cuando éste soplaba del norte. Podía vivir sin todo eso, claro, de la misma forma que podía acostumbrarse a vivir sin la compañía de ese hombre, pero, simplemente, no quería.

Siguió caminando por el lecho fangoso hasta que dejó de hacer pie y nadó hasta llegar a la roca central. Él seguía sin mirarla a pesar de que el ruido que había hecho al nadar había sido lo suficientemente alto como para que se diera cuenta de que estaba ahí. ¿No querría mirarla, acaso? Aunque a ella le trajera sin cuidado si la veían o no desnuda en una situación así, quizá a él le diera vergüenza bañarse frente a ella. Marene frunció el ceño y se entristeció. Aunque no había puesto objeciones en compartir el baño, sentía que lo estaba molestando, y lo último que deseaba era incomodar al hombre que estaba cuidando de ella.

Rodeó la roca hasta llegar a su lado, colocándose ligeramente por detrás de él, y extendió un brazo para poder tocarle el hombro con suavidad.

Ya estoy aquí —dijo, jovial como siempre era—. No creí que el agua estaría tan fría. ¿Cómo lo aguantas?

Sujeta fuertemente a la roca, Marene intentaba buscar un lugar en el que la corriente fuera algo menor y, por tanto, el agua estuviera quieta el tiempo suficiente como para que se templara un poco con los rayos de sol. Allí donde estaban, en mitad del río, era complicado, pero ella no cejaba en su intento.

He tomado prestados unos pantalones tuyos, espero que no te importe —le dijo—. No tengo nada de ropa, sólo ese saco que tenía cuando me encontraste, pero no me lo quiero poner.

Bajó la mirada y la perdió unos segundos en el agua clara del río. Ese vestido —por llamarlo de algún modo—, además de ser tan áspero que le haría heridas si lo llevara puesto el tiempo suficiente, le recordaba a la noche en la que perdió a su hermano y en la que estuvo a punto de morir. Todavía soñaba con las escenas vividas, y muchas de esas veces terminaba despertándose, asustada, pensando que todo había vuelto a empezar.

Seguía con la mirada fija en el río cuando, de pronto, vio en el fondo la pastilla de jabón que había traído; parecía que, en algún momento, se le había resbalado a Jean de las manos. Se sumergió para recogerla y se la tendió al cazador una vez que volvió a la superficie.

¿De verdad no te molesta que me bañe contigo? Puedo volver más tarde, de verdad.

Aunque bien era cierto que podía, Marene, en realidad, deseaba compartir ese momento con él, así que su mente no hacía más que pedirle que, por favor, le dejara quedarse allí.


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Mensaje por Jean Hamilton Miér Jun 06, 2018 10:06 pm

Le llamaba la atención que Marene fuese tan desprejuiciada con su cuerpo. Ya lo había notado antes, no se cubría con pudor cuando él le realizaba las curaciones, como si su cuerpo expuesto no representase una vergüenza para ella. Marene no era una mujer buscando aprovecharse de él, Jean conocía a las mujeres, había nacido de una prostituta y vivido en un burdel hasta su adolescencia, allí había adquirido el don de entender el universo femenino. ¿Qué había leído en Marene? Que se trataba de una mujer sensual pero no con intención, no se esforzaba por conseguir algo de él, simplemente así era su naturaleza.

Se volvió hacia ella solo para confirmar lo que ya sabía: sus pies no llegaban a tocar del fondo. Jean moría de deseos de estirar su brazo y hacerle de sostén, de apoyar su mano en la espalda de la muchacha y darle seguridad; pero eso no sería apropiado, de ninguna manera, aunque Jean Hamilton no sabía cuánto más podría contenerse, cuánto tiempo más resistiría sin hacer algo que acabase arruinándolo todo pero liberándolo.


-Puedes tomar lo que necesites, ya sabes que puedes usar todo lo que hay en mi casa sin pedir mi permiso. Desearía poder comprarte unos vestidos para que no te sientas incómoda usando siempre ropa de hombre, pero no quiero que te quedes tanto tiempo sola, ir y volver a la aldea puede llevarme dos días y no quiero dejarte, Marene.

No solo era un tema de seguridad, también había egoísmo en aquella declaración porque Jean no quería alejarse tanto tiempo de Marene, no quería amanecer sin ella. Verla sumergirse fue hipnótico, al parecer estaba recuperada porque sus movimientos eran muy precisos. Finalmente el deseo de Jean se cumplió, pudo ver como su cabello mojado se movía en el agua.

-Gracias, no había notado que se había caído. Igualmente ya me he lavado. ¿Puedo lavar tu cabello? –le pidió sin pensarlo dos veces-. Ven, date la vuelta y tómate de la roca –le dijo y se acomodó detrás de ella, acabaría por demostrarle con hechos que no le molestaba bañarse con ella, sino todo lo contrario.

Su cabello flotaba en el agua y era una visión deliciosa. Jean frotó la pastilla de jabón entre sus manos durante algunos segundos para luego aplicarlo con suavidad, y masajeando, sobre la cabeza de Marene. Acercarse un poco más a ella le pareció inevitable -la fragancia obraba como invitación-, sus dedos se enterraban en el cabello de la mujer y lo hundían a él en un desasosiego porque la necesitaba, la tenía a centímetros y con las yemas de sus dedos de lleno en su piel, pero la necesitaba.


-¿Qué será de mí cuando te vayas, Marene? –le preguntó, apoyando ambas manos enjabonadas sobre la roca y descansando su frente en la cabeza de ella. Podría sentirse atrapada por las dimensiones de su cuerpo, lo último que quería era intimidarla, pero necesitaba tanto serle sincero… -No me dejes nunca sin ti. No te marches, por favor, quédate conmigo. He estado mucho tiempo solo.

Se inclinó un poco más y besó su hombro desnudo, buscó su mirada y por un momento dudó pero finalmente pegó su pecho a la espalda de ella, su brazo izquierdo la envolvió y esa mano acarició el vientre de la mujer. Tras un instante con gusto a eternidad, su boca atrapó los labios de Marene en un beso inesperado, pero necesario. ¿Quién lo libraría de su hechizo ahora que la había acariciado? ¿Quién le ayudaría a olvidar a Marene ahora que había probado el sabor de su boca? Estaba irreversiblemente condenado.


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Mensaje por Marene Savile Sáb Jun 09, 2018 3:06 pm

El agua recorriendo cada centímetro de su piel desnuda le pareció una de las sensaciones más maravillosas de aquellos días. Los rayos de sol incidían en el agua, templando su piel en cuanto emergió con el jabón en la mano. Una brisa cálida, de primavera, le rozó el rostro; de fondo, el canto de los pájaros acompañó a la pareja, poniendo banda sonora al íntimo momento que estaban viviendo. Se quitó el agua del rostro y miró a Jean. Apreció el azul de sus ojos dulces, la barba incipiente que brillaba bajo el sol y que enmarcaba esos labios que le robaban el aliento. A pesar de todo lo que había padecido, de la falta de su hermano y de la incertidumbre sobre si lo volvería a ver, se podía decir que Marene, en ese momento, era feliz.

¡Oh! Te lo agradecería tanto —dijo, acercándose a la roca tal y como él le había pedido—. Lo he sentido tan áspero estos días que no veía el momento de lavarlo.

Cerró los ojos y echó la cabeza hacia atrás. Los dedos del cazador tuvieron un efecto relajante en ella, tanto, que si no cayó en un profundo sueño fue porque debía mantenerse sujeta a la roca para que la corriente no la llevara.

No me importa llevar tu ropa, en absoluto —dijo, sólo para mantenerse despierta—. Me queda un poco grande, pero es cómoda, más que un vestido. Si a ti no te molesta, no es necesario que compres nada.

No se percató del silencio en el que se había sumergido el cazador, ni en cómo había acercado su cuerpo al de ella en ese tiempo que había pasado lavándole el pelo. Para cuando se dio cuenta, las manos de Jean estaban apoyadas sobre la roca, a ambos lados de su cuerpo. La pregunta que le lanzó la pilló desprevenida. ¿Que qué sería de él cuando se marchara? ¿Acaso le estaba pidiendo que no lo hiciera?

Jean —susurró, girando el rostro para mirarle.

Él se acercó más y la abrazó, pegándola a su cuerpo tanto como pudo. La piel de Marene se erizó con el simple contacto, y el beso en el hombro hizo que su cuerpo entero se paralizara. Estaba tan fuertemente agarrada a la roca que las manos empezaban a dolerle, pero la confesión de Jean la había sorprendido tanto que no se atrevía a hacer nada por temor a romper el hechizo que los envolvía. Cuando los labios de él chocaron con los de ella, la respiración de la cambiante se paró, y sólo la reanudó cuando ambas bocas se separaron. Tomó aire profunda y sonoramente, como si acabara de pasar demasiado tiempo debajo del agua. Sus ojos seguían fijos en el mentón de Jean, aunque los fue subiendo poco a poco hasta dar con los de él.

Quería decir algo, pero, aunque movió los labios, de su boca no salió sonido alguno. Consiguió soltarse de la roca y se giró, sin soltar su abrazo, para quedar enfrentada a él. Ahora que lo tenía tan cerca, le parecía más grande y fuerte que nunca, mientras que ella se veía muy pequeña e insignificante.

Sacó las manos del agua y envolvió con ellas el rostro ajeno. Repasó sus rasgos con los pulgares, desde el contorno de sus pómulos, pasando por su mentón y terminando en sus labios. Sentía que estaban solos en el mundo, que tenían todo el tiempo para ellos, que aquel momento nunca se iba a terminar. Hipnotizada, se pegó a su cuerpo para besarlo de nuevo, tímidamente, como si ese fuera su primer beso. Se separó un momento porque quería volver a mirarlo; era uno de los hombres más apuestos que había conocido y nunca se cansaría de contemplarlo en su totalidad. Tras unos segundos que le supieron deliciosos, se volvió a acercar, pero, estando a escasos centímetros de él, un escozor repentino le obligó a cerrar primero un ojo y después el otro.

¡Ay! —se quejó, llevándose ambas manos al rostro—. ¡Jean! ¡Se me ha metido espuma en los ojos!

Los besos y las caricias del cazador le habían hecho olvidar que todavía tenía el pelo completamente enjabonado.


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Mensaje por Jean Hamilton Vie Jul 06, 2018 11:15 pm

Su osadía no fue rechazada, el beso fue correspondido y Marene incluso se giró en sus brazos para ser la creadora de un nuevo beso con sabor a sueños. ¿Qué más podía pedir en esos momentos a la vida? Nada, lo tenía todo. No pudo evitar abrazarla, encerrándola entre sus brazos y pegando su pecho al de ella, tampoco se contuvo al momento de elevarla un poco sin esfuerzo para que sus labios quedasen a la misma altura.

Jean había curado sus heridas, le había acariciado la piel varias veces esos días e incluso había dormido muy próximo a ella, pero nada podía compararse a lo que estaba viviendo en esos momentos, era un instante de dulce intimidad, de confianza y disfrute. Le gustaba saber que Marene estaba a gusto allí con él, que su avance sobre ella no la había incomodado y que, aunque solo fuese de momento, era correspondido. Pero el beso no apagó el deseo que Jean sentía, sino que lo avivó.


-¡Oh, no! –se rió cuando ella se quejó de que el jabón le había llegado a los ojos-. Es mi culpa, no he podido esperar a besarte. Tendría que haberlo hecho luego de quitarte la espuma, o no haberlo hecho directamente –aventuró solo para que ella le dijese que no estaba arrepentida, y en tanto lo hacía puso agua en su ojo para limpiarlo-. Ya no lo sabremos. Ven, vamos a aguas más profundas así puedo quitarte esto.

La guió hacia el centro de la corriente, consciente de que ella no tocaba el fondo con sus pies. Quería pensar en cualquier cosa, en las aves del cielo, en las ramas que caían al río y avanzaban velozmente por él… en cualquier cosa que calmase el calor que sentía en el cuerpo producto de tener a Marene tan cerca, desnuda y con los labios más suaves que recordaba haber besado.

-Recuéstate sobre el agua, flota sobre ella, y yo te enjuagaré el cabello. Confía en mí, no dejaré que la corriente te arrebate de mi lado.

Se tomó sus buenos minutos para hacerlo -para enjuagarla-, pero en realidad era la excusa para acariciar su largo cabello oscuro y para ver flotar sobre el agua transparente los mechones. Marene era preciosa, toda ella. No solo se refería a su cuerpo cuando pensaba en eso -aunque éste lo enloquecía-, sino también a su humor, a su sensibilidad. A pesar de vivir lo que estaba viviendo –la forma tan cruel en la que se había separado de su hermano- ella continuaba demostrando su entereza y Jean la admiraba por eso. Querría llegar a conocerla más, atreverse a hacer las preguntas que flotaban entre ellos pero que Jean no se animaba a expresar y ella tampoco a responder.

-Ya está… Eres muy hermosa, Marene. No me importa si otros hombres te lo han dicho antes, yo quiero decírtelo hoy aquí, con el río como testigo: eres hermosa, desearía tanto no tener que decirte adiós nunca, pero sé que te irás, que regresarás a tu vida, y me gustaría saber cuándo para no estar sufriendo cada mañana con temor de que sea ésa la elegida para tu partida. Tal vez me creas loco, pero en estos días que pasamos juntos mi vida ha cambiado -acarició su mejilla sin poder evitar que sus dedos regresasen a la boca preciosa de la mujer.


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Mensaje por Marene Savile Dom Jul 08, 2018 11:46 am

Tenía los ojos cerrados por culpa del escozor que le producía la espuma, así que sólo podía escuchar la voz de Jean. Por suerte, él parecía no querer soltarla, así que pudo guiarla por el agua hasta llegar a una zona que enseguida supo que era más honda. Cuando sintió el agua sobre su ojo cerrado, lo entreabrió para que penetrara y lo limpiara, aprovechando también para quitar parte de la espuma que tenía por la frente y que amenazaba con volver a caer sobre sus ojos. Era extraño, pero, a pesar de que estaba agarrada a él, echaba de menos mirarlo.

¿Crees que no deberías haberlo hecho? —preguntó, seria. No lo veía arrepentido, pero si lo estaba o no era algo que sólo él sabía con certeza—. Si me permites que diga algo —pasó los brazos en torno a su cuello y se valió de eso para alzarse en el agua y quedar a la altura de sus rostro— diré que este está siendo el mejor baño de toda mi vida.

Sin esperar a nada más lo besó de nuevo, aún con el pelo completamente enjabonado y a riesgo de volver a sufrir los estragos de la espuma. Jean no lo sabía —y Marene esperaba que no lo supiera nunca—, pero la confesión que acababa de hacer tenía un peso muy fuerte. Para él, la vida de la joven apenas pasaría de la veintena, pero lo cierto era que Marene había tenido una vida mucho más larga de la que a simple vista podía parecer, así que, que de todos los baños, ese estuviera siendo realmente el mejor, decía mucho a favor de Jean.

Se tumbó en el agua, como él le pidió, y dejó que le enjuagara el pelo. Era tan delicado cuando se trataba de ella… Desconocía si sería así con todas las mujeres con las que había estado, pero se dio cuenta de que no le importaba, en absoluto. Es más, prefería no pensar en otras posibles compañeras que hubiera tenido antes porque eso significaba que siempre cabía la posibilidad de que la comparara a ella, a Marene, con otras. Se quedó con lo bueno, con lo que había visto y sentido, que no era otra cosa que una dulzura tan grande como él.

Acalló la voz de su cabeza que no hacía más que repetirle que era un cazador y que lo más sensato era alejarse de él para sujetarse de nuevo y acercarse a su cuerpo. ¿Qué tenía que le impedía apartarse demasiado, a pesar de lo peligroso que resultaba para ella? Sonrió ante el cumplido, maravillada de atraer a un hombre como él.

¿Y si no me marchara, Jean? ¿Y si me quedara contigo? —preguntó, sin pensar demasiado—. Quiero decir… —Agachó la mirada, un poco cohibida—. Aún debo encontrar a Fabrice, no sé dónde está y cada día que paso sin saber de él es una agonía. Aunque quiero creer que está bien, hasta que no lo vea con mis propios ojos no podré estar tranquila. Pero, al mismo tiempo… —Alzó los ojos buscando los de él y dándose tiempo a formular las palabras en su mente—. Jean, eres un hombre maravilloso. Eres bueno, sensible y muy dulce, más que ningún otro que haya conocido. En todo este tiempo has cuidado de mí como si fuera tu esposa. —Calló un momento, abrió los ojos como platos y se sonrojó profundamente—. Bueno, supongo que es así como se cuida a una esposa

De sus labios afloró una risa nerviosa que, curiosamente, le ayudó a relajarse. Estaba intentando ser lo más sincera que podía, pero sus sentimientos estaban tan enredados que le estaba costando mucho expresarse. Se abrazó más a él —porque eso le daba seguridad— y continuó.

Lo que quiero decir es que, en este tiempo que he pasado contigo, no me has dado motivos para que quiera marcharme, al contrario. Aún no creo estar lista para salir en busca de Fabrice; tengo miedo de la gente que nos persiguió, está muy preparada, pero te prometo que, cuando llegue ese día, te avisaré.

Pegó su frente a la de él y acarició su pómulo con la punta de la nariz. ¿Había sensación más maravillosa que esa que estaba viviendo?

Y, si decides que no quieres venir conmigo a buscar a Fabrice, te prometo que, cuando todo vuelva a la normalidad, recorreré el bosque entero hasta encontrarte y no marcharme nunca más.


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Mensaje por Jean Hamilton Jue Ago 09, 2018 6:02 pm

Nada le gustaría más que ver realizado todo lo que ella proponía en esos momentos, pero entendía que la prioridad era Fabrice, encontrarlo o al menos saber qué había sucedido con él. Ella se iría tras su hermano y Jean no la detendría, sino que iría con ella mientras Marene se lo permitiese. Intuía que había algo más en aquello, algo de lo que no estaba enterado, algo realmente complicado. La había creído una hechicera en un principio, ahora sabía que se había equivocado. Quizás fuesen ladrones, ella y Fabrice, pero no le importaba... Jean ya estaba más allá de aquello.

-Nada me importa. Quédate conmigo –le pidió mientras la abrazaba, el sol les calentaba la piel y secaba las gotitas de agua que los perlaban-. Quédate como si en verdad fueras mi esposa. –Era una locura teniendo en cuenta que recién se conocían, pero él se lo pedía con sinceridad-. Te propongo que encontremos a tu hermano juntos, ya luego de eso podremos volver a casa, Marene.

Desde el primer momento le había parecido que era una mujer fuerte pero dulce -eso además de hechicera, pero en los calificativos creía no haberse equivocado- y ahora lo confirmaba, Marene era amorosa y sus caricias eran un regalo que Jean Hamilton no había esperado recibir, pero que disfrutaba.

-No sé cómo se cuida a una esposa, pero sé cómo cuidarte a ti –le besó la mejilla, sabiendo que lo mejor que podía hacer era tomar algo de distancia de ella si no quería que el momento se volviese embarazoso-. Volvamos a la orilla –le dijo y la soltó, aunque no del todo.

Tomados de la mano, Jean condujo a Marene hasta la orilla donde las ropas de ambos estaban. Solo Dios sabía dónde había acabado el jabón, porque en algún momento –tentado a acariciarla- lo había soltado y ya no lo había vuelto a ver. Con algo de timidez, porque el agua ya no lo cubría, Jean se vistió, aunque no se cerró la camisa por comodidad.

¿Se acabaría todo ahora que habían abandonado el río? ¿Cambiarían las cosas ahora que el agua no era cómplice de sus caricias, de sus besos? Jean se acercó a ella, pero no la tocó. No quería abrumarla, deseaba que fuese ella quien delinease las reglas entre ellos.


-¿Cómo te sientes? Ha sido demasiado esfuerzo para tu pierna –se lamentó, aunque el avance en su recuperación era evidente y lo tenía sorprendido-. Marene, antes, en el río, has mencionado algo que me tiene confundido desde que has llegado –se separó unos pasos para ir a sentarse en las pronunciadas raíces de un árbol que inclinaba sus ramas hacia el río-, dijiste que ustedes eran perseguidos, incluso ya me lo habías mencionado antes pero quiero que hablemos al respecto. ¿Quiénes los perseguían? ¿Por qué lo hacían? –tal vez estaba siendo invasivo, pero creía tener derecho a hacer esas preguntas, a querer saber un poco más, no solo porque la había cuidado y hospedado, sino porque se sentía unido a ella-. Dime lo que puedas decirme, pero dime algo. Mi intención es ayudarte, quiero acompañarte en tu búsqueda, pero necesito saber qué ocurrió, no sería justo que me embarcase en algo peligroso sin saber la real magnitud del asunto. Es gente preparada según has dicho, ¿qué tenían contra ti?


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Mensaje por Marene Savile Sáb Sep 01, 2018 10:16 am

Marene estaba viviendo un sueño, uno dulce, inesperado y mágico. Jean era un hombre como pocos; la cambiante no había conocido todavía a ninguno como él. Había estado impedida en su cama, débil y con clara desventaja física —a pesar de que, en condiciones normales, lo más seguro era que ella tuviera más fuerza que él—, pero, aún con todo eso, Jean no había traspasado ninguno de los límites. La había respetado y la había cuidado, y ella sentía que tenía una inmensa deuda con él. Le debía la vida, porque, aunque había conseguido escapar de los inquisidores, estuvo tan herida y drogada que no habría durado mucho tiempo más.

Por eso, porque le debía tanto, fue que no pudo negarse a contestar a sus preguntas, pero, ¿qué le diría? No podía confesarle la verdad porque sabía que eso haría que él la despreciara. Se dedicaba a dar caza a seres como ella, era lo normal. Ningún ser sobrenatural estaba destinado a enamorarse de un cazador, porque los pensamientos de ambos eran contrarios entre sí. Por otro lado, y aunque eso le dolía a Marene en lo más profundo de su corazón, quizá lo más sensato era exponer los hechos y aceptar lo que sea que él tuviera que decir.

Me siento bien —contestó a la primera pregunta—. El baño me ha sentado mejor de lo que esperaba, de verdad. Creo que lo mejor para la pierna es que empiece a moverme. ¿Tú que piensas?

Se vistió despacio y mirando atentamente cada prenda. Su intención era retrasar lo máximo posible el momento de contestar, aunque fuera inútil. Tarde o temprano debería hablar.

Se giró hacia Jean y se sentó a su lado, cerca del río. El frescor del agua le llegaba sin ningún problema, y Marene aprovechó para rozar la superficie del agua con los dedos de los pies. La vista la seguía teniendo fuera de Jean, esta vez, mirando las ondas que estaba dibujando en el agua. Arañaba la corteza de las raíces con las manos, claramente nerviosa.

¿Me prometes que no me odiarás si te lo cuento? —preguntó bajito, alzando los ojos tímidamente hacia él.

¿Por qué esa velada se estaba torciendo de aquella manera? Marene deseó volver al agua, bañarse con Jean de nuevo y dejar que la besara con esa ternura de la que había hecho gala todos esos días. Se mordió los labios y miró la inmensidad del río, tan placentero y ajeno al tormento que la joven sentía dentro de su pecho.

Eran inquisidores —dijo sin volverse. No mirarlo le ayudaba sincerarse—. Nos persiguen por lo que somos, ellos no nos aceptan.

Sus ojos se llenaron de lágrimas. ¿La odiaría ya? No se atrevía a mirarlo por miedo a comprobar que la respuesta fuera un claro sí.

No somos malas personas, Jean —aclaró—. Trabajábamos honradamente para ganarnos nuestro pan, y la gente valoraba mucho lo que hacíamos. Nunca le hemos hecho daño a nadie, pero eso parece que no importa. Ellos creen que somos todos iguales, así que aplican sus métodos sin importar quién seas o lo que hayas hecho.

Las lágrimas comenzaron a brotar y correr por sus mejillas. Aquella era la primera vez que le contaba alguien la verdad sobre su condición, aunque en ningún momento mencionara que se trataba de una cambiante. Marene daba por hecho que él lo había entendido así, como si el hombre pudiera leer su mente.

Éramos tres hermanos: Mathieu, Fabrice y yo —explicó y, extrañamente, sonrió—. El día que se llevaron a nuestros padres fue el último en el que vimos a Mathieu. Desde entonces, Fabrice y yo hemos buscado la forma de ganarnos la vida. Creíamos que la habíamos encontrado en una aldea cerca de la ciudad. Fabrice, incluso, iba a casarse con una muchachita encantadora del pueblo.

El llanto llegó y no pudo evitarlo. Se cubrió la cara con ambas manos y dejó que su cuerpo se agitara de la congoja.

¡No sé qué pasó, Jean! —dijo—. Alguien debió delatarnos, pero no sé quién fue. Estábamos en casa y…

No pudo continuar. El recuerdo del día que los inquisidores asaltaron su pequeña casita, la cara de terror de su hermano, la forma precipitada de salir de allí… todo le producía un hondo dolor en el pecho, tan grande que la mareaba y le producía ganas de vomitar.


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Mensaje por Jean Hamilton Dom Sep 09, 2018 11:05 pm

¡Dios bendito, qué hermosa era esa mujer! No podía quitar sus ojos de ella mientras se vestía, su cuerpo se movía suavemente con una sensualidad pasmante que le provocaba un cosquilleo en el estómago. Creía que jamás la vería más hermosa que cuando dormía, pero eso era porque nunca la había visto con el cabello mojado y el sol secándole las gotitas de la piel. Un hada, eso era Marene al pie del río con el bosque como marco.

Que ella se sentase tan cerquita de él le dio a entender que quería ser contenida, Jean pasó su brazo izquierdo tras la espalda de Marene y la pegó a él. Una sensación lo invadió, un sentimiento nuevo que no acertaba en denominar. Marene, esa mujer lo estaba afectando como nadie había hecho antes... tan libre, tan fuerte. Amó que no se escandalizase con sus caricias, con sus besos en el agua o la desnudez de ambos, ¿de dónde había salido tan perfecto ser?


-Puedes contármelo todo. Claro que no te odiaré, Marene –le aseguró, besando su sien, pero la frase lo inquietó y con motivo.

Siempre lo había sospechado: Marene era una hechicera perseguida por la inquisición. La historia era triste y violenta, solo pensar que ella había sufrido todo aquello hacía unos días le dolía a Jean también, pero oyó el relato en respetuoso silencio hasta que ella comenzó a llorar desconsolada y él sintió que hacerla pasar por tan tortuoso relato solo para satisfacer su curiosidad era un acto aborreciblemente cruel.


-No me digas más, Marene. No me hace falta saber detalles que puedan serte dolorosos. No me importa que seas… especial. No creo que ser hechicera te haga mala persona, conmigo has sido maravillosa –le aseguró y la tomó del mentón para que ella lo viese, con su grueso pulgar barrió una de las lágrimas que caía por la mejilla redonda y de piel suave-. ¿Me dejarás cuidarte? Conmigo no debes temer nada, los inquisidores no podrán quitarte de mi lado.

Sonaba a promesa vacía, pero Jean Hamilton no lo decía solo porque sonaba bonito, sino que hablaba con la verdad: no dejaría que nadie la lastimara otra vez. Se incorporó y agarró las pocas cosas que les habían quedado en la orilla, era momento de volver a la casa.

Caminó tomando su mano, pero siguió respetándola en silencio. Claro que tenía muchas preguntas todavía para hacerle, pero no quería prolongar la charla, no a costa de la angustia de la mujer que solo evidenciaba una cosa: ella había sido muy sincera, le había hablado con el corazón en la mano y por eso merecía su respeto y apoyo. Antes de entrar a la cabaña, Jean se paró frente a ella y volvió a besarla, solo para confirmar que todo aquello no había quedado en el agua fresca del río.


-Ya no pienses en todo eso –le rogó, ofreciéndole su abrazo-, aquí estamos bien. Hambrientos –se rió, para quitar algo de dramatismo-, pero bien.


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Mensaje por Marene Savile Dom Sep 30, 2018 7:01 am

¿Hechicera? No. No, no, no… Jean no había entendido lo que ella quería explicarle. ¡No era hechicera, era una cambiante! Quiso decírselo, aclararle que no sabía hacer magia, sino que sus poderes se caracterizaban por cambiar de forma humana a la animal, pero no tuvo valor. Si no la odiaba era precisamente por eso, porque no sabía lo que realmente era. Jean cazaba seres sobrenaturales, y que con los hechiceros hiciera una excepción no significaba que lo fuera a hacer con ella al saber de su verdadera naturaleza. Aunque él mismo le había dicho que había sido una persona maravillosa estando a su lado, los prejuicios eran demasiado fuertes en los seres humanos, y los de los cazadores, más.

Claro que dejaré que me cuides —contestó—. Yo tampoco dejaré que me quiten de tu lado. No permitiré que me nadie me vuelva a separar de la gente que me importa.

Sus lágrimas no cesaban, pero ahora no eran tanto de tristeza y miedo, sino de la tranquilidad que brinda el saberse a salvo. Aún faltaba mucho para que Marene volviera a sentir la dicha que la invadía cuando su familia estaba entera y unida, pero creía que aquello que estaba viviendo con Jean era un paso hacia ese destino querido, pero incierto.

Se levantó y se sentó sobre las piernas del cazador, pasando sus brazos en torno a su cuello y envolviéndolo en un abrazo cálido. Apoyó la frente en la mejilla rasposa por la barba y se quedó ahí hasta que él se incorporó para volver a casa. Lo observó recoger las cosas que se habían quedado esparcidas por ahí, sentada en la misma rama donde le había contado toda su historia. Era un hombre impresionante, alto, fuerte, atractivo y, sobre todo, muy bueno. Marene volvió a pensar en la gran mentira que se había creado entre ellos por su culpa, y no dejó de hacerlo durante el camino de vuelta. Varias fueron las veces que tomó aire profundamente para decirle la verdad, incluso pensó en demostrárselo allí, en mitad del bosque, pero cada vez que sentía la mano de Jean envolver la suya con esa delicadeza, su valor se esfumaba. «En otro momento», se decía, pero, cuanto más tiempo dejara pasar, más le iba a costar, y lo sabía.

Sí, estamos bien —contestó, enterrándose en su abrazo— y hambrientos.

Se forzó a sí misma a sonreír para que Jean viera que ya nada malo la abrumaba y le devolvió el beso que él le había dado momentos antes. Después, volvió a pasar los brazos en torno a su cuello, pero, esta vez, se valió de ese apoyo para dar un brinco y rodear la cintura del cazador con sus piernas, quedando, por primera vez, con su cabeza ligeramente más alta que la de él.

Y… —dijo, acercando su rostro al de él, tentándolo para que le diera un beso—. ¿Qué comeremos hoy, monsieur?




FIN DEL TEMA


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