Entre dioses y heroes +18

Recuerdo del primer mensaje :

Eterna condena, ese era el precio que pagué por la belleza de una mujer. Troya cayó ante mis ojos por culpa de la bella Helena y sus caprichos. Durante siglos Afrodita envió a sus lacayos a buscarla y custodiarla seguramente arrepentida de haber llevado a mi hermano París ante ella, pero ahora había escapado, el mundo tal y como lo conocía cambiaría, pues esa mujer era un demonio capaz de impartir odio y caos por donde pisaba.

Los rumores me llevaron a tierras norteñas, al parecer un conde llamado Höor Cannif daba cobijo a la sobrenatural, era experta en engatusar a los hombres así que no podía culpar a un mero mortal a caer ante sus influjos ¿acaso no lo hizo antes con los míos?
Esperaba que aquel hombre me escuchara y entrara en razón, pues no me iría sin Helena, ahora apodada Briseida para no llamar mi atención ni la de aquellos que como yo la buscaban.

La noche había caído cuando me presenté frente a los muros de Akershus, mi corcel negro llevaba anudados tras de si a dos hombres encapuchados y una doncella bocazas que me encontré por el camino. Intuía el conde no soltaría presa sin un reembolso sencillo.
Pronto los arqueros me apuntaron, grité el nombre de aquel que podía darme respuestas, exigí que le hicieran salir para habar de hombre a hombre, parlamentar, así se hacían las cosas en mis tierras, mas como respuesta me encontré los culos de muchos de esos bárbaros y alguna que otra verga.
Su desfachatez me llevo a gruñir, el honor no abundaba al otro lado de la frontera, pero bien sabía que el héroe, como lo apodaban acabaría saliendo de entre esos muros cuando entendiera que no había opción si quería que su amiga, como lela misma se había tildado, siguiera en pie.

El acero acarició el cuello de la dama y de un tirón saque el saco de su cabeza dejando ahora su angelical rostro al descubierto.
-Höor Cannif -rugí de nuevo esperando que ahora encontrara motivación para mi propuesta.
No tardó en demasía en espada bastarda a la espalda cruzar el portón que tras de él se cerro, los arqueros seguían apuntando mas su mano se alzó y estos se relajaron.
-¡Suéltala! -ordenó imperativo -querías verme, aquí estoy, ahora suéltala.

Empujé a la chiquilla que con lagrimas en los ojos corrió hasta los brazos de su amigo, este alzó su mentón para mirarla, preguntándole si estaba bien y ella solo asintió.
-!Ve dentro!  -ordenó devolviendome toda la atención -¿quien eres? -preguntó hundiendo sus pardos en los míos.
-Ettore -respondí con calma -pero eso no es importante, tras tus muros custodias a una mujer griega, devuélvemela y me iré sin mas, de no hacerlo esta ciudad caerá, removeré cada piedra hasta dar con ella. Su nombre es Helna, o Briseida como se hace llamar ahora, es una inmortal, dámela y me largaré.
-No hay ninguna Helena tras mis murallas -aseguró -vete por donde has venido y olvidaré esta afrenta.
Hizo ademan de ir a soltar a sus hombres, mas mi espada se interpuso en su camino.
-No te creo, esa mujer es experta en la mentira y en conseguir que los hombres pierdan por ella la cabeza.
-He dicho que no doy cobijo a esa mujer, de hacerlo, no mentiría, simplemente note  la entregaría. Aparta tu espada vampiro -rugió.

Entre Ettore y Afrodita lograron resolver la sala e imitándolos cruzamos en parejas..bueno, hasta que llegó el turno de Ares, que parecía dispuesto a no hacer el ridículo dando saltitos y sin mas cogió a Freya de la cintura y ladeando la cintura alzó el vuelo como si eso no fuera consigo.
-De nada por el paseo por las nubes preciosa -dijo con arrogancia al dejarla en el suelo.

Mis ojos se centraron ahora en los de la Völva, tenía sentido lo que estaba diciendo, pero desde que partió la elfa no habíamos recibido noticias de ningún tipo, confiaba en que cumpliera su promesa, los elfos de luz eran seres de palabra y si no había perecido en el intento de negociar con un demonio, llegaría a tiempo.
-Tenemos que seguir avanzando, confiemos en que nos encuentren a tiempo.

En ese instante apareció Thor en escena, como si la cosa no fuera con él, al parecer necesitaba la otra llave, una de luz que había emergido de las letras que habíamos dejado atrás y que decian que solo la oscuridad podría pasar.
-¿para que? -pregunté sin comprender.
Pero el dios no parecía dispuesto a darme mucha información al respecto.
-Espera -dije imperativo -¿como están? -pregunte -¿mis hijos, ella, Akershus?

Desde que partí nada había sabido de nadie, solo un sueño, una traición de mi subconsciente ¿como estan? -pregunté antes de dejar caer la llave en su palma.

El dios del trueno apareció por allí esgrimiendo su socarrona sonrisa. Esta vez llevaba pantalones y parte del pelo recogido en una coleta, esto de viajar aquí y allá por Midgard era agotador. Palmeó el hombro de Ettore y se detuvo frente a Ares.

— ¿te has divertido? me debes un par de jarras, te he dejado ser el amo del corral...aunque la verdad es que nunca me gustó ese chucho.— señaló a Fenris haciéndole una mueca a Valfreyja, su padre Odín le daba mil vueltas en sabiduría y presencia a esa mujer.

Se paró frente a Höor que parecía algo colocado.
— esa llave la necesito para recuperar algo que lleva mucha tiempo perdido... y tú no estás en las mejores condiciones de custodiarla.— el vikingo le preguntó por Akershus, por sus hijos y por la pirata, a lo que Thor sólo sonrió de medio lado.— Todo pasa por algo, no lo olvides. Akershus resiste.

No le dijo nada más, porque no sería justo para sus otros devotos, los vikingos eran muy belicosos y tenía mucho trabajo con ellos, no podía favorecer descaradamente a unos y mermar a los otros. Ellos eran dioses y por mucho que ciertos humanos pudieran ser sus "favoritos", no podían encapricharse demasiado, que luego llegaban las tragedias por esa causa. Tomó la llave en la mano y haciéndole un gesto de asentimiento con la cabeza, le pidió que confiase en él, llevaba su martillo por algo, y el dios del Trueno no lo iba a dejar tirado.

El retumbar cesó y me dejó, una vez más, sumida en aquel silencio abrasador. Me quemaba el alma, la mente, incluso la piel. El sol hacía décadas que no me acariciaba y aunque estaba rodeada de humedad y oscuridad absoluta, yo ardía de un modo distinto al normal, de una manera dolorosa y prolongada. Era una tortura, como si me sumergieran en hielo una y otra vez, observando cómo yo sola me consumía.

Grité con desesperación. Lo hice con tanta fuerza y tal falta de práctica que noté como las cuerdas vocales se me desgarraban. Parecía el viejo cordaje de un violín al que habían olvidado demasiado tiempo en un estante y ahora, sin una puesta a punto decente, se ponían a tocarlo. El polvo, los años y el ambiente, habían dañado el instrumento que en vez de sonar como los ángeles, se asemejaban más a un gato atropellado.

Me dejé caer de rodillas, golpeando el suelo con los muños. Se alzaban nubes de polvo y arena, mas a mí eso no me afectaba y no tosí como lo haría un simple humano. Lloré como si aún tuviera agua corriendo por mi cuerpo, como si fuera aún capaz de rehidratarme. Las lágrimas rodaron por mis mejillas y dejaron marcas blanquecinas en mi piel manchada por el tiempo y la mugre en la que malvivía.

Estaba tan metida en mi papel de víctima, en regodearme en mi desgracia, en buscar culpables en la nada, que no me percaté de que había nuevos sonidos en la lejanía. No vibraba el terreno, no retumbaban las paredes. Pero había voces, pequeñas, diminutas, flojas, distantes. Pero voces a fin de cuentas.

Thor apareció en escena con su paso prepotente, su mentón alzado y su melena al viento inexistente. Incluso antes de su llegada, Freya ya supo que se acercaba porque Fenrir se puso a gruñir de una manera característica que sólo ocurría cuando olía al dios del trueno. Se odiaban mutuamente, casi tanto como su dueña. Pero Freya era más elegante y tiraba del sarcasmo en vez de mostrar los dientes y escupir babas como hacía su cachorro.

–Es curioso que digas eso, cuando tú nunca has sido el gallo de ningún corral.–

Le dedicó una ladeada sonrisa cargada de suficiencia y pasó de largo, dirigiéndose a la hechicera cuyas palabras habían arrojado luz al acertijo de la puerta. Curioso que arrojara eso cuando lo que necesitaban era oscuridad, pensó la nórdica, riendo mentalmente.

–Habrá que reclamar a la elfa, entonces. No podemos esperar eternamente a que regrese, menos aún a paso humano, de caballo o carro. Habrá que abrir otro portal y ver si ha conseguido localizar al dichoso demonio.–

Buscó con la mirada a Afrodita y le hizo un gesto con la mano para que se aproximara. Había sido ella la que había facilitado el pasaje a Alea en primera instancia, ella junto con Ares. Las dos deidades habían unido sus poderes del Olimpo para conseguirlo, puesto que ella no podía hacer algo sin la ayuda de Heimdall y no le gustaba andar pidiendo favores que, tarde o temprano, llegarían a oídos del dios tuerto.

–Si no traemos aquí a Belcebú, todo el viaje habrá sido en vano. Como comprenderéis, no soy partidaria de perder el tiempo y realmente necesitamos la espada. Vosotros creéis que esto no va al final con vosotros, pero os aseguro que si Hela campa a sus anchas por lo que llamáis Tierra, estaremos todos bien jodidos, los griegos incluidos.–

Aseguró, acariciando el lomo de su huargo que miraba aún de reojo Thorsein, esperando a que se largara. Sólo había una cosa que ese perro odiara más que al melenudo y eran las garrapatas gigantes.

Freya y el de las calzas no parecía que tuvieran una relación tan estrecha como la miá y Afrodita que era todo amor y palabras bonitas, se notaba el cariño que nos promulgábamos y eso que eramos padres de varios vástagos en el Olimpo.
-Abrirme paso señoritas, veo que necesitáis un hombre con pantalones y no eso -dije señalando al melenudo.
Afrodita rodó los ojos con cara de pocos amigos, al parecer todas las caras amistosas se las regalaba a la sanguijuela esa que había encontrado en la diosa su elixir del olvido, no les daba mas de unas semanas... ya fuera porque el llorón se fuera con su pena a otro sitio o porque Afrodita en un arranque de cordura lo enviara de una patada a Troya a ver si ardía en el Tártaro con el resto de los troyanos.

Chasqueé los dedos con una facilidad inusitada y ante los ojos de los allí presentes se abrió un portal que iba directo a París.
-Mon amour -dije entre risas extendiendo mi mano hacia Freya para que la cogiera -podemos ir a por el demonio ese y traerlo de las orejas, para que veas no hay nada que no este dispuesto a hacer para colarme entre tus piernas ¿he dicho piernas? Corazón, quería decir corazón.

Por suerte a la rubia no le sentaban mal mis bromas, tenía un humor tan ácido como yo, así que creo nos entendíamos a la perfección.
-Quedate aquí perrito y vigila de que el norteño no se meta en líos – desvié la mirada hacia el vikingo -¿crees podrás estarte un rato quietecito? -pregunté mientras este ladeaba la sonrisa despidiéndose de mi con la mano -¿crees Freya que podemos hacer una paradita para que me recompenses, ya sabes, con una mamada suficiente.

Ares, como era de esperar, se puso engreído y en vez de dosificar su poder y crear el portal juntamente con la otra diosa griega, chasqueó los dedos, fingiendo que nada le afectaba y que hacer semejante despilfarro de energía no le suponía el más mínimo esfuerzo. La morena rodó los ojos y se hizo a un lado, dejando que la deidad de la guerra se pavoneara. Le daba la razón a Thor, era un gallo de corral, pero en cuanto le faltaban las gallinas, dejaba de importar.

–No tardéis.–

Fue lo único que dijo Afrotida, porque no merecía la pena comentar nada más. Sabía que cualquier palabra la usaría su viejo compañero como futura munición. Adoraba meterse con ella, hacerla rabiar. Aunque ahora, al parecer, había encontrado a su igual en la rubia que se gastaba el mismo humor ácido y exceso de orgullo que él. Estaban hechos el uno para el otro, hasta que estallara una guerra y se despedazaran mutuamente en busca del más fuerte o el más guapo de ambos.

Se dio la vuelta y fijó su mirada en el troyano. Aún parecía sentir la extraña caricia que le había dado en la espalda. Su piel se erizó, subiendo desde la rabadilla hasta la nuca con la reacción. Mordió su labio inferior, pero seguidamente negó, sacudiendo la cabeza. No era el momento adecuado para dejar volar la imaginación. Debían vigilar al conde, especialista en hacer locuras y más ahora que iba de sangre de Ares hasta las cejas. Como le hubiese contagiado parte de su estupidez al hacerle la transfusión, irían listos.

–Deberíamos ir abriendo camino hacia la espada, para que cuando lleguen con el demonio, no deban esperar. Nunca se sabe lo que pueda costar retener a semejante criatura...–

Alegó, volviendo a coger una de las antorchas y entregó la otra a la hechicera. No se fiaba, en el estado actual, de que el norteño portara una. Y prefería que Ettore empuñara su espada por lo que pudiera ocurrir.

Teníamos que seguir adelante, dar con la puerta que solo podría abrir Belcebu, para eso Ares y la diosa Freya junto a su enorme ego fueron en busca de la elfa, nosotros seguiríamos avanzando.
Höor se iba calmando algo que creo agradecimos todos porque el norteño era único para meterse en líos varios, no tenía muy claro como a estas alturas de su vida se mantenía vivo, deduje que porque se rodeaba de gente como la bruja que no le quitaba el ojo de encima.

Afrodita, emprendió la marcha por el largo pasillo, cada paso iluminaba las baldosas con una luz tenue, las paredes con dibujos tallados a mano advertían del riesgo de seguir avanzando, mas no habíamos llegado hasta allí para dar la vuelta e irnos, no entendía muy bien para que se necesitaba esa espada, consideraba que dejarla en manos de humanos desataría una cuenta batalla, mas eso era algo que no me pertenecía a mi juzgarlo, mi sino era dar con Helena, la mujer que un día trajo la perdición y Troya y que había escapado de la orden que la mantenía recluida, solo entonces podría encontrar la paz en los campos Eliseos, con mi mujer y mi hijo ¿habría paz y redención para alguien como yo?

Iba ensimismado en mis pensamientos cuando alcanzamos un cruce de caminos, miré a la diosa, no tenía ni idea de por donde debíamos seguir pero el norteño siguió su camino por la izquierda como si la duda en él no se hubiera planteado.
-¿donde cojones va? -pregunté a la Völva que se limitó a encogerse de hombros.
-Höor -lo llamamos mientras este seguía andando.
-No la escucháis, una mujer pide ayuda -dijo señalando hacia el pasillo izquierdo -esta encerrada, con la espada, es por ahí.

Yo no oía nada, nada de nada ¿estaba tan colocado que alucinaba? Intercambie un par de miradas ocn las dos mujeres, peor el norteño no parecía decidido a detenerse.
-Vamos -les dije finalmente poniendo un pie en el pasillo, en ese instante una serie de boquetes se abrieron de las paredes y de ellos salieron virutas de madera que atravesaron mi pecho, rugí al notar como se astillaban dentro y lo único que evitó mi muerte fue Afrodita que se había lanzado por instinto tirándome al suelo con ella encima.
-Estoy bien susurré contra sus labios.

Elevé la mirada dándome cuenta que por contra al norteño nada le pasaba, su paso era seguro y nada le atacaba.
-Heith la llame..algo me decía que este camino no íbamos a poder hacerlo con él.

Emprendieron camino hacia el interior, ahora ya liberados, al menos temporalmente, del ego del dios griego de la guerra, el cual, aunque gracioso, acababa por volverse repetitivo y pesado. Únicamente Freya parecía comprender su sentido retorcido del humor y reírle las gracias una tras otra. Disfrutaban incluso cuando discutían, era algo incongruente se mirase por donde se mirase.

El conde iba el primero, un poco más calmado que antes, pero sin prestar mucha atención a los demás, como si anduviera sumido en una especie de trance. La völva le seguía de cerca, temiendo que, de nuevo, se metiera en algún lío. Sin embargo, algo chasqueó a su espalda y luego se escuchó un fuerte golpe. La bruja se dio la vuelta para encontrarse con Ettore tirado en el suelo y Afrodita encima suyo. La bruja elevó una de sus cejas y, sin fijarse en las astillas de madera clavadas en el pecho del troyano, se dibujó una sonrisa en sus labios. -Iros a una posada.- Comentó en tono jocoso, antes de girarse e ir tras el norteño. Mas tras dar dos pasos, el cainita la llamó y ésta giró de nuevo sobre sus talones. -¿Qué ocurre? No puedo dejar que Höor se vaya solo, seguro que necesita ayuda enseguida.- No se fiaba aún de que se le hubiese pasado el efecto de la sangre divina y, si de por sí ya andaba siempre jugándose la vida, peor se ponía la cosa al ir tras una espada maldita.

-De verdad, tengo que irme.- Espetó y sin esperar a que le dijeran nada más, salió corriendo tras el moreno, cuya silueta había desaparecido al final de aquel pasadizo cavernoso. En cuanto llegó allí vio dos caminos otra vez y se decidió a seguir el que le había dictado su instinto, el izquierdo. Tras una breve carrera más, vio al vikingo y dejó escapar un suspiro de alivio. -No vas solo en este viaje, así que pon un poco el freno...- Le pidió, situándose a su lado, ahora a un paso más relajado. -¿Qué decías sobre una mujer pidiendo auxilio?- Quiso saber la völva, porque aunque ella no había oído nada, le creía.

La hechicera no tardó en darme alcance, ladeé la sonrisa al escuchar su pregunta sobre la chica que ella no oía pero que tal y como yo me iba acercando escuchaba con mas y mas claridad.
-¿No la oyes? -pregunté sin comprender porque solo era yo capaz de entender esa voz -quiere salir, esta encerrada y se lamenta, no se quien es, no se si es solo producto del colocon -aseguré.
Sentía que la droga de Ares iba bajando tal y como yo recobrando el sentido y la cordura.

Heith parecía preocupada por mi, la detuve antes de seguir avanzando por aquel pasillo demasiado largo.
-Estoy bien -aseguré buscando sus pardos -deja ya de preocuparte ¿ de acuerdo?
Tras unos minutos alcanzamos una puerta llena de inscripciones nórdicas, los gravados dejaban claro que despertar aquel mal era algo errado, la muerte, el caos, el ragnarok
-¿Pinta bien no? -traté de animarla.

En ese instante escuchamos esta vez ambos los gritos ahogados de una mujer, pedía auxilio.
-¿La oyes? -pregunté al ver la cara que la volva ponía -ella, era ella ¿pero como puede seguir con vida una mujer en ese encierro.
Traté de mover la puerta empujándola con las manos, pero esta no se movía, apreté los dientes rugiendo mas ni un ápice cedía.
-Aparte -pedí a la volva sacando la espada para reventar la cerradura.
-Voy a sacarte de ahí -grité a la joven -tranquila.

Chispas, eso fue todo cuanto conseguí pues el material del que estaba hecho aquella puerta parecía incorruptible.
-Joder -rugí furibundo con las gotas de sudor resbalando por mi rostro.

Pronto, aquellas voces fueron aumentando de volumen, fueron acercándose, hasta casi dar conmigo. Yo, después de un rato, me había percatado de nuevo de ese hecho y me había levantado del suelo, pegándome por completo a la pared. Me había ido moviendo con la oreja pegada a la gruta, buscando el punto en el que las palabras se oían mejor. Fue allí donde me detuve y pude escuchar a alguien, claramente, al otro lado del muro. Mi primera reacción fue gritar de nuevo, pero el sonido parecía amortiguarse más desde dentro hacia afuera que a la inversa, así que, tras un rato de no notar cambios, pasé a golpear con ambas manos el interior de la cueva uniendo los gestos a mis reclamos de auxilio.

Entonces fue cuando escuché los chasquidos, los raspones, como si una garra gigante rascara la pared, pero no se oía la respiración pesada de ningún monstruo ni sus pisadas. Únicamente ese chirrido extraño que me erizaba todo el vello del cuerpo. Me separé del muro y di varios pasos hacia atrás, observando a mi alrededor, esperando que la gruta se tambaleara en respuesta a esos “supuestos” ataques. Pero nada, todo seguía exactamente igual y únicamente algunas motas de polvo y pequeños granos de arena parecían vibrar de vez en cuando, aunque estoy convencida que era por los movimientos de mi cuerpo en aquel reducido espacio y no por lo que fuera que estaba ocurriendo en el exterior de mi prisión de piedra milenaria.

El griego le gustaba, era gracioso y no un aburrido como la mayoría de los dioses nórdicos, además, sabía moverse y eso siempre era bien recibido por parte de la deidad del amor y la guerra. Le había visto empuñar la espada y no tenía nada que envidiarle a los guerreros vikingos que viajaban al Valhalla, todos obsesionados con Odín, olvidándose de que ella era la reina de las valquirias y la princesa de Vingólf. La mitad de lo muertos en combate irían a parar a sus salas y en las plegarias a ninguno se le escuchaba gritar que morirían por ir con ella. Pero Freya era benévola y se lo perdonaba.

Tomó la mano de Ares como si fuera una dama, lo que la hizo estallar en una sonora carcajada y cruzó con él el portal que les llevaría hasta París, allí donde estaban la elfa y el demonio. Debían darse prisa, pero nada les impedía divertirse entretanto.

–El sexo lo dejamos para cuando ya tengamos la espada. Como celebración.–

Se despidió de Fenrir con una caricia en la cabeza y lo dejó allí de guardián. La rubia no creía que el conde fuera capaz de no meterse en líos, pero se quedaba atrás la estirada de Afrodita, así que seguro que ella pondría algo de cordura, si no la distraía en exceso la presencia del troyano deprimido. Bueno, también estaba la völva, ella parecía la más sensata de todo el grupo y la más rancia, para qué mentir a nadie. Aunque sus poderes habían resultado muy útiles y pronto averiguarían su si visión sobre Belcebú era acertada y les permitía dar con la espada del caos o les había tomado el pelo merecía la visita del águila de sangre.

Una vez en París, centró sus poderes en dar con aquel bastardo que debía proporcionarles la llave de acceso. Sinceramente, había oído hablar de él aunque en Francia no hubiera a penas creyentes de su religión. El apellido Black tenía fuerza y cruzaba fronteras, algo que a Valfreyja no le hacía ninguna ilusión. Los cainitas eran, mayoritariamente, seres despiadados y sin remordimientos -salvo excepciones extrañas como la de Ettore-, así que no ayudaría sin ganar algo suculento a cambio.

París, hacía mucho tiempo que no pisaba esas tierras y sin duda la ultima vez que lo hice nada tenía que ver con la de ahora. De inmediato me llamó la atención como aquel lugar que una vez fue inhóspito ahora estaba lleno de fabricas, de grandes mansiones que contrastaban con la podredumbre de las afueras.
Las damas ataviadas de voluptuosos vestidos mostraban aquellas cinturas de avispa que si no las llevaba al desmayo era por cuestión de practica, sus pechos alzados y esas interminables sonrisas que seguramente ocultaban tras ellas la desgracia de matrimonios sin vida.
Quizas algun día debería pasarme para contentar a mas de una durante las ausencias de esos maridos que a tres piernas caminaban con su sombrero creyéndose galanes en vez de los patanes que eran.

Nos había traído hasta aquí un demonio, algo que Freya no tardó en recordarme como si fuera capaz de leer lo mas sucio de mis pensamientos.
-Bueno, como no quieres premiarme por mi buen hacer hasta que consigas la espada...dije como escusa mientras la seguía hacía no sabía bien donde.

Según Freya había dado con ese bastardo, al parecer la elfa había fracasado ya que de no haberlo hecho no hubiéramos tenido que venir a buscar al muy desgraciado.
Era de día cuando nos plantamos frente a una mansión que sin duda destacaba por su opulencia.
Los Black, su nombre no era para mi desconocido, hijos de Cain, uno de los pilares de la religión cristiana que tras matar a su propio hermano había sido maldito.
El inicio de los vampiros venía de su mano, así que aunque no podían compararse a dioses no debíamos perderlos de vista, porque no eran como Ettore.

Golpeamos la puerta y una doncella la abrió asegurando que su señor no estaba en casa y que hasta la noche no podría atendernos, que dejáramos nuestro nombre y sería informado para de ser importante reunirse con nosotros sin dilación.
-Lo siento preciosa no buscamos a Assur si no a su pequeño demonio.
La cara de la Ghould cambió, sintiéndose descubierta pude ver en sus ojos que era capaz de todo incluso de lanzarse contra nosotros con lo que un chasquido bastó para que la dama cayera inconsciente al suelo.
-Las bellas guerreras nórdicas primero -pedí para que cruzara el umbral de la casa Black.

Los mortales cruzaron solos por el pasillo, ya que la experiencia de Ettore había marcado una línea divisoria ente aquellos que tenían permitido pasar y los que no. Tal vez fuera sólo una trampa para vampiros, pero Afrodita no tenía intención alguna de abandonar al troyano, así que se arrodilló a su lado y le ayudó a quitarse las astillas que tenía repartidas por todo el pecho. Ninguna había perforado de manera grave la carne del inmortal, así que no corría peligro, pero algo raro sucedía con aquella madera, puesto que olía de un modo extraño y la morena se percató enseguida

–Creo que es sándalo.–

Murmuró al encorvarse para aspirar mejor el aroma de una de ellas, mientras la deslizaba entre sus dedos manchados con la ponzoña oscura del cainita. Elevó su parda mirada, encontrándose así con los orbes avellana del griego. Los dos sabían que ese tipo de árbol se utilizaba en la religión y solía bendecirse. Pero ¿serviría para algo más?

El vampiro se incorporó, restándole importancia a lo ocurrido. El orgullo emergía de nuevo y la diosa le dejó espacio, aunque no se levantó, únicamente se echó un poco hacia atrás, aún con las rodillas tocando el suelo. Si Ares la viera se burlaría de ella por estar así frente a alguien que, en sus tiempos, fue un mero mortal. Los que debían hincar las rodillas eran los siervos y no las deidades. Ella lo sabía, pero cuando estaba cerca del causante de su remordimiento, olvidaba las normas y deberes básicos de alguien como ella.

–Sé que sólo son rasguños, pero creo que no deberías tomártelos a la ligera.–

Aseguró Afrodita, justo cuando se impulsaba para, despacio, quedar en cuclillas y, finalmente, se alzaba. Sacudió el vestido con las manos, quitando el polvo y alisando las arrugas que se habían formado. Era algo absurdo, en realidad, pero era un hábito difícil de olvidar. Ahora mismo estaba sucia de barro, sangre seca, hollín de las hogueras y a saber qué más cosas. Pasarse un poco los dedos por encima no arreglaría nada. Aunque un chasquido bastaría, pero así se sentía un poco más humanizada.

Demasiado cerca, su comportamiento, el modo en el que deslizaba por mi piel manchada de carmesí la yema de sus dedos lograba causar en mi una serie de efectos que no quería admitir. En mi mente me recordaba una y otra vez  que ella era la causante de todo o al menos de demasiado, pero por otro lado sentía esa atracción fatal por ella , esa que yo achacaba al asunto de su sangre, preso de ella, la causante de mi olvido, mi opio, mi droga, mi artificio de felicidad.
-¡Estpy bien! -dije finalmente con un gruñido pasando de sus palabras, esas que aseguraban que las virutas estaban bañadas en sándalo.
-Soy un vampiro, estoy muerto ¿recuerdas?

Ella asintió, de nuevo mis palabras le causaban dolor y no podía evitarlo, no podía dejar de hacerlo porque mi vida había sido truncadas por sus juegos.
-Tengo sed -reconocí con los ojos rojos como brasas -he perdido sangre y  tengo sed.
La vi alzarse despacio, alisando los pliegues de su falda, estaba sucia, mas humana que nunca.

Ladeé la cabeza contemplándola, así estaba mas hermosa todavía, podía recordarme a mi mujer y por un instante pensé en la posibilidad de ser padres.
Me acerqué a ella, quizás enajenado por el hambre y por esa sustancia que me debilitaba aunque no lo reconocería.

Me detuve frente a ella mi aliento gélido impactó sus húmedos labios cálidos.
-Necesito sangre -susurré bajando la mirada a su boca como si realmente lo que estuviera pidiendo fuera algo muy diferente -tengo sed – musité rozando sus belfos que se entreabrieron acogiendo cada una de mis palabras.

Mi diestra se enredó en los oscuros rizos de su pelo, gruñí atrayendola hacia mi, deslizando mi nariz por su mandíbula, lamiendo su piel hasta alcanzar su cuello contra el que acabé gruñendo.
-Tengo sed.
Mis colmillos rozaron su piel manchandola de ponzoña.
Gimió mi nombre aferrándose al peto de cuero de mi pecho para atraerme contra si.
-Afrodita- gemí hundiendo mis agujas en su tez con saña, hambre, necesidad y deseo.

El moreno le pedía que no se preocupara, pero era imposible que cumpliera con semejante demanda, porque la völva sabía perfectamente lo que significaba portar aquella espada. El alma del conde se iría consumiendo, igual que su vida. Como una enfermedad le mermaría e intentaría controlarle. No contagiaría a nadie pero, poco a poco, iría perdiendo la cordura, la voluntad y a sí mismo. Heith era consciente de la importancia que tenía que cerraran las puertas de Hel y que pagar ese precio con una mera vida no era más que una minucia. Sin embargo, ir conociendo poco a poco al que cargaría con ese peso la estaba afectando y lo que en principio inició como una demanda más de los dioses para ella, se había convertido en sentimiento de culpa.

Se mordió la lengua, callándose lo que pensaba. Höor había demostrado saber dónde se metía y que, al parecer, poco le importaba jugarse la vida como si no valiera absolutamente nada. Era un hombre terco, a la par que sacrificado. Gustoso daría lo que fuera suyo por salvar a su pueblo. Si eso era lo que él quería, ella le ayudaría en lo que pudiera para que cumpliera con su promesa de salvar Midgard.

Siguieron avanzando hasta llegar a un muro, una pared con un arco que bordeaba la zona centro como si fuera una puerta, aunque no había pomo para abrirla. La morena se detuvo a cierta distancia para traducir las runas, pero cuando sólo llevaba cuatro, se escuchó una voz al otro lado y el conde desenvainó la espada para intentar abrir el pórtico a cortes. La völva rodó los ojos ante la locura de ese hombre. -Así no vas a poder abrirla, deja de rascar la piedra.- Comentó, negando y de nuevo regresó su atención a la lectura. -El mal abrirá la puerta, mas no podrá tocar el tesoro que al otro lado de ésta aguarda.- Recitó tras haber traducido todo el texto. -En cuanto lleguen Ares y Freya con Belcebú, podremos cruzar y sacar a quien sea que esté atrapado en el interior.- Confirmó la hechicera, al tiempo en que cruzaba los pies y se dejaba caer sentada en el suelo con las piernas flexionadas en la postura del loto. -Mejor esperamos sentados, ¿no?- inquirió, fijando sus pardos en los orbes foráneos.

Enarqué una ceja mirando a la hechicera, yo seguía dando golpes a aquella puerta que distaba mucho de ceder mientras Heith tomaba asiento resbalando su espalda por la pared hasta quedar mirándome de frente.
Dio un par de golpes en el suelo invitándome a sentarme con una sonrisa ladeada. Detuve mi ataque jadeando, las gotas de sudor resbalaban por mi rostro, con el antebrazo sequé las gotas de mi nariz, me relamí los labios resecos y caminé hacia ella dejándome caer a su lado.
-ahora solo falta que líes un buen porro y que lo rules -bromeé centrando mis pardos en ella - ¿todo te lo tomas con tanta clama? Al otro lado hay una mujer encerrada que nos está pidiendo ayuda y tu te limitas a ..¿esperar? ¿Nunca lo intentas? ¿Tan segura estas de que no podrás hacer una mierda por abrir esa puerta sin el demonio? ¿y si no aparece ese puto demonio vamos a dejar ahí a la chica porque en ese letrero pone que si no eres malo no puedes pasar?

Ladeé la cabeza con un gesto de seguridad.
-Todos encerramos un monstruo dentro, solo que algunos somos capaces de controlarlo y otros no lo son.
Dejé caer mi cabeza contra la piedra cerrando los ojos ,estaba cansado, llevábamos un ritmo frenético, la sangre de Ares me había dado un buen subidon, pero ahora llegaba el bajón La aventura llegar a su fin, solo esa pared me separaba de una espada que no ansiaba tener pero que serviría para evitar que Hela usara Midgard como un inframundo mas.
-¿que harás cuando esto acabe? Ya me entiendes, cuando tengamos la espada ¿volverás a tus montañas? ¿te olvidaras de todo? -pregunté abriendo los ojos para buscarla.

Desde que empezamos este viaje los dos habíamos conectado de un modo u otro, quizás porque eramos los únicos humanos en este viaje o quizás porque nuestros destinos de algún modo habían sido entrelazados.
-Creo que no volverás a las montañas -aseguré ladeando la sonrisa justo antes de que un portal se abriera ante nosotros y de él salieran los dioses con el demonio y la elfa dispuestos a abrir la maldita puerta.

El demonio olía a azufre, un aroma muy leve, a penas perceptible para un humano, pero que seguro un licántropo o cambiante de cierta especie podría notarlo. No era difícil seguir el rastro, a parte que ya tenían información sobre el paradero de aquel al que andaban buscando.

Una vez frente a la mansión Black, Ares se la dio de caballero, algo a lo que únicamente recurría para hacer burla o ligar, pero a Freya le hacía gracia su manera de actuar y, además, se parecían en varios aspectos, así que le toleraba ciertas cosas que a otros no. Pero tenían complicidad y un carácter explosivo los dos, un enfrentamiento entre ellos podría ser peor que la propia apertura de las puertas de Hell para sus respectivos pueblos.

Pasó ella primero. Levantó la mano para hacer callar al griego porque si algo tenía era que hablaba por los codos y ahora requerían de silencio.

-Shh.

Los demonios tenían fama de escurridizos y como no habían tenido noticias de Alea no tenía muy clara cuál sería la situación en aquellos momentos. Necesitaban al dichoso Belcebú y no saldrían de allí sin él, aunque fuera inconsciente o a rodajas.*


Le di un azote en el trasero, algo que los norteños hacían todo el tiempo, cuando me atravesó con sus afilados ojos me limité a ladear la sonrisa alzando las manos para que le quedara claro que iba a guardar silencio, al menso por ahora.
Bien, había que dar con el tal Belcebú el maligno demonio, mientras lo pensaba puse cara de loco casi haciendo reír a Freya por mis gestos.

Señalé las escaleras, en el piso superior se escuchaban voces y teniendo claro que aquella mansión era la morada de un vampiro, intuía que con el sol fuera estaría dormido.
O era el demonio o el servicio, pero tanto si era uno como otro serviría para dar con el sujeto que necesitábamos para abrir la puerta.

Subimos en silencio, mis ojos se centraban en las posaderas de Freya, pedazo caderas tenóa, así te montaba cuando estaba sobre la verga.
Una vez en el piso superior fue Freya la que señaló una de las habitaciones, la voz de la elfa se identificaba allí con claridad.
-¿son jadeos? -pregunté ensanchando con picardía la sonrisa.
Freya me dio un manotazo no se si para que me callara o que pensara en otra cosa que no fuera en meterle a ella la verga.

Por supuesto que no había ruido de jadeos si no una conversación normal, ese Belcebú debía ser un coñazo para tener una hembra en su cuarto y no hacerla gemir.*


La rubia sabía que Ares le miraba el culo al subir las escaleras. Normal, era la diosa del amor además de la de la guerra. Tenía encantos y sabía explotarlos, otra cosa era que prefiriera no hacerlo normalmente.

Una vez en el pasillo de arriba, siguieron el sonido de las voces hasta dar con una habitación. La puerta estaba entreabierta y se podían ver las siluetas recortadas en la pared a través de la grieta. Había un hombre y una mujer, a ella la conocían ya, era Alea. El otro debía ser Belcebú porque el aroma a azufre era más fuerte ahora que estaban cerca.

Giró la cabeza para mirar al griego. Si algo tenían los dioses era que podían hablar sin tener que mover los labios. La telepatía funcionaba muy bien y aunque hacía ya mucho tiempo que no se dedicaban a responder personalmente a los ruegos de sus gentes, podían escucharles o responderles si les apetecía.

-"Tenemos que estar preparados, el demonio seguramente se nos eche encima en cuanto nos vea. Y eso porque somos capaces de esconder nuestra aura, sino ya nos habría atacado al pie de la escalinata. ¿Tú por la derecha?"*


De una patada abrí la puerta de la habitación del demonio.
Freya llevó la mano a la cara negando con la cabeza mientras resoplaba contra la palma y yo me plantaba como un héroe en medio de la puerta.

-Os estábamos esperando -dijo Belcebú tranquilo, como si esto no fuera consigo -la elfa no sabía abrir el portal, o mejor dicho, hasta dónde abrirlo, así que ya me preparó para cuando un gorila con cara de "soy el mejor" y una rubita con cara de amargada llegaran en busca de los dos. Encantado, soy Belcebú ¿nos vamos?

Enarqué una ceja ¿aquel tipo era gilipollas? Yo merendaba demonios todos los días, ensanché la sonrisa con cara de "ay, pobre diablo".
-Claro, chavalote, la amargada y el mejor te saludan, venga, mueve tu culo y cola de diablo que te necesitamos.

La elfa y el caminaron tranquilos hacia la puerta, el ego que desprendía el demonio era tal que al pasar por mi lado me olisqueó enrojeciendo sus ojos.
-Tu alma esta corrompida, apesta a carroña.
-Y tu cara puede acabar deformada si no dejas de decir sandeces sobre el dios de la guerra.*


Salieron de allí y bajaron las escaleras en dirección al jardín. Lo cierto era que el portal se podía abrir incluso en el interior de un armario, pero los dioses eran cómodos y preferían hacer las cosas con tiempo y espacio.

Una vez en el exterior, la vikinga miró a la morena, estudiándola. Su alma parecía seguir intacta, lo cuál le extrañaba después de haber pasado un par de días con un demonio que, en teoría, las devoraba. Enarcó una ceja, analizando la situación.

-¿Qué le has prometido?

Preguntó sin tapujos, lo que hizo sonreír ladinamente al tal Belcebú que se encogió de hombros. Estaba claro que habían hecho un trato o ella ya no tendría alma, o bien estaría más sucia que el lodo. Ya averiguaría lo que se traían esos dos entre manos más adelante, no porque le importara la elfa demasiado, sino por saciar su curiosidad con algo interesante.

-Vamos, griego, abre el portal.*

-Sus deseos son ordenes, mi señora -dije moviendo las manos hasta que una especie de onda energética azul se iluminó en mis palmas, mis ojos adquirieron un tono amarillo brillante y expulsé con la mano la energía contra el muro del jardín del muy desgraciado.