Entre dioses y heroes +18

Recuerdo del primer mensaje :

Eterna condena, ese era el precio que pagué por la belleza de una mujer. Troya cayó ante mis ojos por culpa de la bella Helena y sus caprichos. Durante siglos Afrodita envió a sus lacayos a buscarla y custodiarla seguramente arrepentida de haber llevado a mi hermano París ante ella, pero ahora había escapado, el mundo tal y como lo conocía cambiaría, pues esa mujer era un demonio capaz de impartir odio y caos por donde pisaba.

Los rumores me llevaron a tierras norteñas, al parecer un conde llamado Höor Cannif daba cobijo a la sobrenatural, era experta en engatusar a los hombres así que no podía culpar a un mero mortal a caer ante sus influjos ¿acaso no lo hizo antes con los míos?
Esperaba que aquel hombre me escuchara y entrara en razón, pues no me iría sin Helena, ahora apodada Briseida para no llamar mi atención ni la de aquellos que como yo la buscaban.

La noche había caído cuando me presenté frente a los muros de Akershus, mi corcel negro llevaba anudados tras de si a dos hombres encapuchados y una doncella bocazas que me encontré por el camino. Intuía el conde no soltaría presa sin un reembolso sencillo.
Pronto los arqueros me apuntaron, grité el nombre de aquel que podía darme respuestas, exigí que le hicieran salir para habar de hombre a hombre, parlamentar, así se hacían las cosas en mis tierras, mas como respuesta me encontré los culos de muchos de esos bárbaros y alguna que otra verga.
Su desfachatez me llevo a gruñir, el honor no abundaba al otro lado de la frontera, pero bien sabía que el héroe, como lo apodaban acabaría saliendo de entre esos muros cuando entendiera que no había opción si quería que su amiga, como lela misma se había tildado, siguiera en pie.

El acero acarició el cuello de la dama y de un tirón saque el saco de su cabeza dejando ahora su angelical rostro al descubierto.
-Höor Cannif -rugí de nuevo esperando que ahora encontrara motivación para mi propuesta.
No tardó en demasía en espada bastarda a la espalda cruzar el portón que tras de él se cerro, los arqueros seguían apuntando mas su mano se alzó y estos se relajaron.
-¡Suéltala! -ordenó imperativo -querías verme, aquí estoy, ahora suéltala.

Empujé a la chiquilla que con lagrimas en los ojos corrió hasta los brazos de su amigo, este alzó su mentón para mirarla, preguntándole si estaba bien y ella solo asintió.
-!Ve dentro!  -ordenó devolviendome toda la atención -¿quien eres? -preguntó hundiendo sus pardos en los míos.
-Ettore -respondí con calma -pero eso no es importante, tras tus muros custodias a una mujer griega, devuélvemela y me iré sin mas, de no hacerlo esta ciudad caerá, removeré cada piedra hasta dar con ella. Su nombre es Helna, o Briseida como se hace llamar ahora, es una inmortal, dámela y me largaré.
-No hay ninguna Helena tras mis murallas -aseguró -vete por donde has venido y olvidaré esta afrenta.
Hizo ademan de ir a soltar a sus hombres, mas mi espada se interpuso en su camino.
-No te creo, esa mujer es experta en la mentira y en conseguir que los hombres pierdan por ella la cabeza.
-He dicho que no doy cobijo a esa mujer, de hacerlo, no mentiría, simplemente note  la entregaría. Aparta tu espada vampiro -rugió.

La pared se convirtió en una puerta dimensional, al otro lado debía estar el norteño loco con su amiguita nueva y el penas con mi preciosa Afrodita, esa que tarde o temprano entendería que me pertenecía, claro que en nuestra eternidad estaba bien jugar con otros para no aburrirnos sin más y yo deseaba lo mejor a la madre de algunos de mis hijos, claro que Ettore, no era precisamente lo mejor.*


Alea se veía algo compungida y poro como no dejaba de tocarse las sienes, parecía tener dolor de cabeza. A saber lo que había hecho.

Cruzaron los cuatro el portal, primero pasó Freya, seguida de los dos "invitados" y Ares fue el que cerró la comitiva, igual que el agujero mágico que había abierto uniendo el espacio en un pliegue momentáneo.

La escena que se encontraron al otro lado fue un tanto grotesca con Afrodita y Ettore a punto de comerse las bocas, o esa era la impresión que daban.

-Veo que os lo habéis pasado bien en nuestra ausencia, ¿eh?

La rubia movió las cejas y la griega se levantó de inmediato, tendiéndole las manos al troyano para ayudarle a incorporarse del todo. Éste gruñó, nada contento, seguramente porque les habían interrumpido, pero la vida era injusta y él ya debía saberlo después de la lata que les había dado durante todo el viaje con su dichosa pérdida.*

Esos dos eran como dos adolescentes hormonados, no paraban de comerse con la mirada y eso que el troyano la había maldito tantas veces a lo largo de estos siglos que ahora verlo con la verga hinchada y ganas de devorarla resultaba irónico.

-¿Donde esta el norteño? -pregunté clavando mis ojos en Afrodita - O has estado tan cegada en tu nuevo juguetito que has perdido el mío? -pregunté frunciendo el ceño.
La diosa frunció el ceño seguramente dispuesta a mandarme a la mierda, pero el troyano salvó a su doncella con ese deje heroico que ostentaba.
-Se ha ido con la bruja por ahí -dijo señalando uno de los pasillos -no podíamos entrar, así que hemos decidido hacer algo productivo -dijo con un deje de diversión en la voz -¿qué pasa, Ares, que no mojas y andas algo alterado? -preguntó.
-Soy el dios de la Guerra, alterado es mi estado natural.*


-¿Y por qué no podíais entrar?

Quiso saber la rubia, interrumpiendo la lucha de egos que parecía empezar. Fue Afrodita la que respondió, porque Ettore andaba demasiado ocupado matándose con la mirada junto a Ares. Freya rodó los ojos antes la actitud infantil que ambos hombres se gastaban, luchando por una gallina que ni siquiera ponía huevos de oro.

-Sólo pueden cruzar los mortales. Cuando intentamos hacerlo nosotros se activaron las trampas.

La vikinga se acercó al pasillo y observó la zona.

-¿Podrá pasar el demonio?

-Según la escritura, el mal podrá pasar.

Respondió la griega de nuevo. La nórdica hizo un gesto entonces a los dos protagonistas de la escena y les instó a seguir los pasos del guerrero y la völva.*

El demonio se encamino por el pasillo con seguridad, una mirada a la elfa bastó para dejar claro que él cumpliría su parte y ella debía hacer lo mismo cuando él así lo requiriera.
El pasillo no se defendió ante el mal, según Afrodita a ellos les había atacado de ahí que sólo los mortales pasaron pero parecía que el demonio, sin ápice de bondad estaba invitado a la fiesta.

Al llegar el demonio se encontró con Höor y Heith conversando contra la pared, ambos se llevaban bien, la aventura llegaba a su fin pero había sido intensa, tanto que de alguna manera los únicos humanos del grupo se habían necesitado en demasía mostrando valores incluso más poderosos que los de los mismos dioses.
Belcebú tomó la llave que le tendió el norteño, no hubo grandes preguntas pues esperaban al demonio que pudiera abrir la puerta y este al llegar se presentó como eso, bueno, más bien como el salvador de todo, había que reconocerle al demonio tener sentido del humor al menos.

La puerta cedió cuando éste introdujo la llave por el agujero girándola, un resplandor rojo, como el de las mismas llamas del infierno se produjo, tan cegador que los dos humanos tuvieron que cubrirse los ojos, claor que al demonio ni le afectó y en ese momento silencio y todo pasó.
-Adelante -dijo Belcebú con una sonrisa ladeada en su rostro.
Dentro había una joven, asustada pero por fin libre de aquella cárcel de paredes.*


La völva, tras sacudirse las ropas con ambas manos se hizo a un lado, dejando que el demonio abriera la puerta. Lo curioso era que, hasta su llegada, allí sólo había un muro con letras, pero no la supuesta puerta y menos aún un cerrojo en el que meter la dichosa llave. Pero al aparecer el mal, la piedra mutó dejando a la vista aquello que necesitaban.

Una vez abierta la entrada a la cueva, se encontraron con la mujer que había estado pidiendo auxilio, aquella que, inicialmente, únicamente había escuchado el norteño, pero que al final incluso la bruja había oído. La joven estaba desconcertada, sucia y con chorretones recorriéndole las mejillas, seguramente de tanto llorar. ¿Pero cuánto tiempo había estado allí encerrada?

Entonces lo vio, a su lado algo relucía, aunque estaba oculta bajo una gran cantidad de polvo y tierra húmeda. La punta de la espada que parecía vibrar, reclamando una atención que no recibía.

-¡Mira, Höor!

Heith señaló en aquella dirección y como si hubiese escuchado el reclamo, osciló con más fuerza, destapándose del manto que la cubría.*

Me paré primero ante la joven que temblaba asustada, lo extraño es que siguiera viva, trataba de arrinconarse seguramente porque desconocía si nosotros éramos buenos o malos.
-Tranquila, voy a sacarte de aquí -aseguré quitándome de los hombros mi capa de pieles para cubrir a la menuda figura -no sé quién te ha hecho esto, pero te aseguro que nadie mas volverá a hacerte daño.

La hechicera me dijo que la espada estaba a mi derecha, pero el arma solo era un objeto y por contra la chica una persona, creo que el acero podría esperar el tiempo suficiente hasta que me asegurara que ella estaba bien.

Cuando la chica asintió me giré, mi diestra atrapó la empuñadura del arma, sentí un escalofrío, como si mil almas recorrieran la propia, el arma gritaba o eran quizás esas almas consumidas, apreté los dientes sintiendo dolor, uno inmenso abrasador que carcomía mi propia esencia y la consumía.
Gruñí tirando de la empuñadura hasta sacarla de la roca donde se encontraba clavada y la espada resplandeció en tonos rojos intensos y demoledores.
Jadeé por el esfuerzo mientras Heith me contemplaba preocupada.
-Estoy bien- aseguré, tratando de calmar a las dos mujeres- la tenemos larguémonos de aquí.*

Los cielos tronaban, rugían como fieras y la causa era obvia, Odín se sentía traicionado por su propia sangre. Aquellos a los que creía dignos herederos, sus supuestos aliados, habían ido en contra de sus órdenes y rescatado las espadas malditas de sus respectivos cautiverios. Asgard estaba revolucionado, el Valhalla había dejado los festejos para convertirse en un infierno momentáneo.

-¡Urd, Lektra!

Como truenos las palabras atravesaron a los lobos que corrieron a la llamada de su dueño, de aquel que, más que darles de comer, les daba un motivo para existir. Él era su amo, su padre adoptivo, o al menos así lo sentía la hembra, por más que el dios tuerto le dijera que se dejara de sandeces paternalistas y se centrara en lo que importaba.

-Aquí nos tiene, Sr.

Respondió la morena, firme como una vara con los pies ligeramente separados y los brazos cayendo a ambos lados de su cuerpo. La respiración estaba agitada, porque habían aparecido tras una buena sesión de entrenamiento sangriento, algo que se delataba por las manchas que cubrían a sendos salvajes, por su piel y ropajes. Eran asesinos despiadados y no se contenían ni cuando practicaban el uno con el otro.*

Nuestro dios nos reclamaba, sin tan siquiera adecentarnos corrimos desde le patio de armas hasta el gran salón donde Odín cuerno de hidromiel en mano miraba atento a unos humanos que al parecer habían conseguido un valioso objeto.

Ladeé la cabeza ligeramente en un gesto muy lobuno y en completo silencio esperando que mi dios nos ordenara que debíamos hacer, si era arrebatar el arma de las manos de ese pobre norteño lo haría sin vacilar, sin preguntar, porque yo solo cumplía sus órdenes sin cuestionar.

Elevé la mirada hasta perder mis azules en el único ojo de Odín, éste estaba meditabundo, lo que significaba que algo se le pasaba por su mente privilegiada.

-Mi dios ¿que necesita que hagamos? -pregunté con respeto.

Miré de reojo a Lektra, la loba que desde que era un cachorro había estado a mi lado, ambos fieles a la causa del dios sabio.
Odín nos invitó a asomarnos, allí se congregaban dioses, demonios y humanos, las culturas eran distintas, griegos, egipcios y nórdicos, pero si una figura para nosotros destacaba era ella, Freya, la diosa del amor y la guerra ¿que hacía desobedeciendo a Odín?

Devolví mi mirada llena de interrogantes hasta su único ojo ¿que necesitaba? Cumpliríamos sus deseos sin vacilar como siempre le habíamos demostrado, éramos sus guerreros, fieles y letales.*

Los lobos se miraban el uno al otro tras observar aquella escena que más que pintoresca casi se antojaba aberrante. La mezcla de culturas no era nada nuevo para nadie, pero de ahí a que entre dioses se codearan con mortales y hasta demonios... La cosa no cuadraba y daba muy mala espina. Era lógico el mosqueo que se traía el dios tuerto, aunque seguramente, lo que más le molestara, fuera que la rubia se estuviera paseando con Fenrir en busca de algo que él mismo había prohibido se tocara.

-Quiero que le deis una lección a Valfreyja. Nadie osa desobedecer la palabra de su rey y ella ha ido demasiado lejos.

Lektra observó a su compañero y una ladina sonrisa asomó a sus labios. Enfrentarse a la diosa de la guerra le sonaba a todo un privilegio, siempre persiguiendo mortales, cambiantes, licántropos y seres inferiores. Al fin les asignaban una misión digna, una que podría hacerles ver mucho mejor frente a los ojos de su querido padre.

-Como ordenéis, Sr.

La hembra siempre había llamado así a Odín, porque dios se le antojaba muy lejano y ella deseaba un trato cercano con él. Tenía un cierto complejo, casi obsesión, por complacer al rey tuerto y sería capaz de quitarse la vida a sí misma si él se lo pidiera algún día.*