Entre dioses y heroes +18

Recuerdo del primer mensaje :

Eterna condena, ese era el precio que pagué por la belleza de una mujer. Troya cayó ante mis ojos por culpa de la bella Helena y sus caprichos. Durante siglos Afrodita envió a sus lacayos a buscarla y custodiarla seguramente arrepentida de haber llevado a mi hermano París ante ella, pero ahora había escapado, el mundo tal y como lo conocía cambiaría, pues esa mujer era un demonio capaz de impartir odio y caos por donde pisaba.

Los rumores me llevaron a tierras norteñas, al parecer un conde llamado Höor Cannif daba cobijo a la sobrenatural, era experta en engatusar a los hombres así que no podía culpar a un mero mortal a caer ante sus influjos ¿acaso no lo hizo antes con los míos?
Esperaba que aquel hombre me escuchara y entrara en razón, pues no me iría sin Helena, ahora apodada Briseida para no llamar mi atención ni la de aquellos que como yo la buscaban.

La noche había caído cuando me presenté frente a los muros de Akershus, mi corcel negro llevaba anudados tras de si a dos hombres encapuchados y una doncella bocazas que me encontré por el camino. Intuía el conde no soltaría presa sin un reembolso sencillo.
Pronto los arqueros me apuntaron, grité el nombre de aquel que podía darme respuestas, exigí que le hicieran salir para habar de hombre a hombre, parlamentar, así se hacían las cosas en mis tierras, mas como respuesta me encontré los culos de muchos de esos bárbaros y alguna que otra verga.
Su desfachatez me llevo a gruñir, el honor no abundaba al otro lado de la frontera, pero bien sabía que el héroe, como lo apodaban acabaría saliendo de entre esos muros cuando entendiera que no había opción si quería que su amiga, como lela misma se había tildado, siguiera en pie.

El acero acarició el cuello de la dama y de un tirón saque el saco de su cabeza dejando ahora su angelical rostro al descubierto.
-Höor Cannif -rugí de nuevo esperando que ahora encontrara motivación para mi propuesta.
No tardó en demasía en espada bastarda a la espalda cruzar el portón que tras de él se cerro, los arqueros seguían apuntando mas su mano se alzó y estos se relajaron.
-¡Suéltala! -ordenó imperativo -querías verme, aquí estoy, ahora suéltala.

Empujé a la chiquilla que con lagrimas en los ojos corrió hasta los brazos de su amigo, este alzó su mentón para mirarla, preguntándole si estaba bien y ella solo asintió.
-!Ve dentro!  -ordenó devolviendome toda la atención -¿quien eres? -preguntó hundiendo sus pardos en los míos.
-Ettore -respondí con calma -pero eso no es importante, tras tus muros custodias a una mujer griega, devuélvemela y me iré sin mas, de no hacerlo esta ciudad caerá, removeré cada piedra hasta dar con ella. Su nombre es Helna, o Briseida como se hace llamar ahora, es una inmortal, dámela y me largaré.
-No hay ninguna Helena tras mis murallas -aseguró -vete por donde has venido y olvidaré esta afrenta.
Hizo ademan de ir a soltar a sus hombres, mas mi espada se interpuso en su camino.
-No te creo, esa mujer es experta en la mentira y en conseguir que los hombres pierdan por ella la cabeza.
-He dicho que no doy cobijo a esa mujer, de hacerlo, no mentiría, simplemente note  la entregaría. Aparta tu espada vampiro -rugió.

El norteño no tenía pulso, solo su unión con la völva lo mantenía “vivo” de no hacer nada Freya se quedaría sin mano que sujetar la espada y el norte sin su rebelde preferido, podría decir que complacer a la dama y salvar a los vikingos fue lo que me movió para compartir mi sangre con un mero humano, peor sinceramente, no era la verdad, el norteño era un cabrón divertido y este viaje sin él tenía toda la pinta de ser un puto coñazo, ademas sus heroicidades ridiculizaban al resto de los presentes, así que quería ver hasta donde llegaba el chaval si no moría en esta.
-Haceros a un lado principiantes.

Sajé la vena del vikingo con una afilada punta de daga y corté mi brazo para que la sangre emergiera de mis venas como un torrente.
Mi zurda se elevó y sacudiendo los dedos con cuidado guié la vitae propia hacía la vena del norteño haciendo que su sangre retrocediera y la mía se introdujera en su organismo.

Todos miraban la escena embobados, ladeé la sonrisa con un deje de orgullo.
-Diosa del amor y la guerra, esto me lo agradecerás esta noche con una buena lamida, de no ser por mi tu pequeño paladín no iba a sujetarte ni las pieles, imagina una espada -le lancé un bocado mientras su perro se olfateaba el culo.

El norteño empezaba a tomar mejor color, Afrodita se esforzaba por vendar sus costillas para que la herida no siguiera su curso y las costillas rotas aguantaran hasta el final del viaje.
-Sujetarle, va a tener un interesante colocon cuando despierte. -apunte mirando a las mujeres -o podéis aprovechar su virilidad de subidón, Afrodita tiene experiencia en eso ¿cierto? – bromeé llevándome un capón de Freya.

Höor se despertó, en un inicio parecía algo atontado pero pronto como antes le pasó a Ettore con la diosa griega se volvió medio loco necesitado de desfogarse.
-He terminado mi trabajo -apunté cerrando mi herida de inmediato

Lo cierto era que ni por asomo se imaginó el modo en el que se le haría la transfusión al norteño. Los dioses eran muy poderosos, pero solían estar demasiado ocupados mirándose el ombligo como para hacer nada por sus fieles. Imaginó que, en aquella ocasión, ya que el conde era importante para poder manejar la espada del Caos, moverían el culo y harían cuanto estuviera en sus manos por mantenerle con vida. Sin embargo, lo que le sorprendió a la völva fue que no se tratara de Freya la que hincara la rodilla en el suelo y se abriera la arteria que recorría el brazo, sino que fuera el dios griego el que sacrificara parte de su sangre divina por salvar a un vikingo.
 
Ella seguía compartiendo su energía vital con Höor mientras veía la vitae enroscarse sobre sí misma, pasando del cuerpo de Ares al del mortal, cuya piel iba dejando atrás aquella palidez mortecina para volverse rosada de nuevo y algo morena. -Gracias.- Murmuró, pues realmente agradecer al presuntuoso moreno no era algo que le apeteciera y, sin embargo, se merecía escucharlo. Pecaba de petulante y odioso la mayor parte del tiempo, pero acababa de portarse como correspondía y la hechicera lo verbalizó, aunque fuera con la boca pequeña.
 
Aún seguía sujetando la mano del norteño cuando éste comenzó a moverse un poco, casi como si estuviera despertando de un profundo y mal sueño, revolviéndose, escapando de las fauces de la muerte, seguramente. -¿Cómo te encuentras, Höor?- Preguntó, asomándose un poco, esperando a que despegara los párpados y los orbes de ambos se encontraran.

La cabeza me daba vueltas, pero una extraña energía recorría mis venas haciéndolas arder, mis pupilas tan oscuras por la dilatación como el mismo caos se hundieron en las de mi inseparable Völva.
-¿Por que me miras así? -pregunté enarcando una ceja -acerqué mas mi rostro para ver bien sus ojos -veo en ellos peces de colores -bromeé estallando en carcajadas.
Fue entonces cuando del pasadizo por el que habíamos escapado escuché un ruido.
-Sigue vivo -grité alterado mientras daba un salto para apearme de la especia de camilla improvisada donde me habían situado -hay que matarlo -dije desenvainando el arma sintiéndome invencible.

Antes de que pudieran detenerme ya estaba corriendo hacia el lugar de donde procedía aquel siseante sonido hipnótico, creía recordar que el Golem no sonaba así ¿serían las hidras? Que mas daba, iba a matarlas y a llevarme la espada.
A mis espaldas a todos gritar mi nombre, a este paso lo desgastarían, me eche a reír como un loco sin detenerme hasta que tras varios quiebros, pues aquel lugar parecía un jodido laberinto, llegué a una sala mas grande con varias columnas de piedra gris algo derruidas, lo mejor de la decoración sin duda eran los hombres que creados al mínimo detalle estaban echos figuras de piedra.
-Joder, que bien talladas están -apunté pegandole unos cuantos golpes con el dedo para comprobar que no eran humanos pintados de piedras -me eche a reír al ver que no, el colocon no me permitía estar muy cuerdo, quizás por eso al sentir un escalofrió en mi nuca me giré para enfrentar a ¿una mujer?

Iba a lazar la mirada hasta sus ojos cuando Ares apareció en escena interponiendo entre ella y yo un escudo que impidió captara su belleza.
-Rufián que la quieres para ti -añadí golpeando su espalda con una sonrisa tonta -yo ya tengo a una pirata, no quiero mas mujeres, son demasiado complicadas para tener mas de una, no estoy tan loco como aparento.
Ares negó con la cabeza riéndose, no se si de mis palabras o de la mujer que tenía enfrento, no entendía en demasía la situación.
-Medusa, cuanto tiempo, cada vez estas mas... -hizo una pausa el dios de la Guerra -¿atractiva? Necesitamos pasar para coger una cosilla e irnos, no te molestaremos ,así que ¿y si nos dejas pasar y nos ahorras tener que cortarte la cabeza?
-Así no te la vas a ligar -susurré para que solo me escuchara Ares que era bastante patán con esto de las mujeres -empieza por adular su obre -añadí dándole un codazo para que viera las figuras talladas ¿Y si le pedia una mia para la plaza de Akershus?

Mis pensamientos eran, al mismo tiempo, mi salvación y mi peor tortura. Sólo conversaba conmigo misma y para ello ni siquiera despegaba los labios. La mente la tenía contraída, como ese estómago que no tenía función vital alguna, sino que servía para complacer al pecado de la gula. Y precisamente el único pecado que allí cometía era el de la pereza, pues no se me permitía hacer nada en todo día, la noche, la semana, el mes, el año, la década. La magia me mantenía encerrada, en una celda que, de no ser por mi longeva existencia, me hubiese vuelto loca hacía tiempo.
 
Dormir era algo innecesario, pero era el único momento en que los remordimientos no gobernaban mis pensamientos, al menos no de forma consciente. Al cerrar los ojos y dejarme llevar por el sueño, mi subconsciente tomaba las riendas y, por norma general, me daba una tregua.
 
Pero aquel día, igual que la vez anterior, no encontré paz en mi descanso, sino a una humana que me miraba con ojos de gacela y me apremiaba a que saliera de mi prisión, como si fuera tan sencilla la cosa que con sólo desearlo, la barrera se abriera. De ser así, ya haría muchos años que me habría ido de aquel lugar para buscar a mi amado.

En cuanto sacaron al norteño del agujero, la hechicera corrió a compartir con él su energía vital, pidiendo que alguno de los dioses compartiera su sangre con él. Afrodita fijó su vista en el cainita, él hizo lo mismo y hundió sus pardos en la mirada de ella. Los dos sabían lo que podía ocurrir si un ser no divino probaba ese fluido, aunque tal vez no fuera lo mismo con un humano. A fin de cuentas, los vampiros se alimentaban de plasma y en su época neófita sufrían una sed enfermiza y descontrolada. Ahora había probado una ponzoña distinta y, seguramente era ese el motivo por el que, de nuevo, experimentaba esa necesidad incesante de seguir embebiéndose de ella.

Ares fue quien accedió a compartir su “vitae” y tras varios minutos de transferirle sangre, los ojos del conde se abrieron de golpe y se levantó como un resorte. La energía de un dios era demasiado elevada para un cuerpo normal y sentía un chute de adrenalina que, al parecer, había vuelto aún más desmedida esa locura que tenía el vikingo por arriesgar su vida. Tras unas risas, salió corriendo y todos se le quedaron mirando atónitos.

–¿A dónde va?–

Inquirió confusa la diosa, fijando sus orbes en la völva que se encogía de hombros mientras se alzaba y sacudía el polvo de las rodillas. Según ésta, lo importante era que Höor estaba vivito y coleando.

–Demasiado vivito, diría yo...–

Comentó Afrodita, antes de ver al dios de la guerra salir a toda prisa tras él, anunciando algo sobre que, para variar, ya se estaba metiendo en líos el simpático norteño. Todos los demás salieron después, siguiendo la estela del egocéntrico Ares que quería llegar el primero para salvar el día o, al menos, de eso iba alardeando.

Para cuando llegaron allí, lo que se encontraron no fue precisamente un tesoro escondido, sino una leyenda viva, un monstruo con cara hermosa y cabellos viperinos.

risas, salió corriendo y todos se le quedaron mirando atónitos.

–Medusa...–

Musitó la morena, por si alguien allí no sabía quién era aquella mujer con serpientes en la cabeza y mirada mortífera para los humanos como la hechicera el vikingo suicida.

Si de normal el noruego era temerario con el influjo de la sangre de un dios corriendo voraz por sus venas era un suicida.
Todos nos quedamos mirándolo atónito cuando se levantó de un salto y haciendo gala de una fuerza inhumana salió corriendo a matar ¿a quien?
-¿Por Zeus que les dais de comer a los norteños? -gruñí mirando a Freya. Debía ser algo que los volvía tontos desde infantes y les hacía anhelar el Valhalla mas incluso que los brazos cálidos de una esposa o la bendición de un hogar.

Negué con la cabeza al ver salir por patas a Ares para ponerse otra medallita con Freya al salvar al demente vikingo.
-¿Estáis seguras que mantendrá los dos brazos a este ritmo? -pregunté antes de que Freya corriera tras Ares y la Völva tras Freya.
Me encogí de hombros mirando a Afrodita fijamente.
-Las damas primero -le susurré antes de seguir la estela de la comitiva.

Nos detuvimos en una sala llena de columnas, la sorpresa vino cuando escuché de los labios de la misma Afrodita nombrar a aquel temido ser de nuestra mitología, Medusa.
Era una de Las tres hermanas gorgonas, un monstruo ctónico femenino, que convertía en piedra a aquellos que la miraban fijamente a los ojos.
-Saca de aquí a Höor -rugí desenvainando la espada mientras Ares cubriendo al norteño trataba de razonar con ella.
Por lo que sabia no había problema con las féminas, así que la Völva estaría a salvo, su venganza iba encaminada al genero masculino por no se bien que trágica historia.

Ares me pidió que envainara la espada y que nos calmáramos, algo extraño en él tan acostumbrado a sembrar el caos.
-Es que se la quiere ligar -apuntó un Höor colocado que encontraba al parecer graciosa la escena que estábamos viviendo – a mi me falla el peinado, pero sobre gustos -dijo el vikingo entre susurros para no ser descortés con la mujer encogiéndose de hombros al ver las serpientes que se sacudían voraces en su cabellera.
Admito que de no ser por la tensa situación me hubiera descojonado con sus chorradas, los vikingos de fiesta tenían que ser únicos.

La soledad de su escondite le dejaba todo el tiempo del mundo para idear formas de matar, consumir, dominar, despellejar y en definitiva...aniquilar a quienes fueran el objetivo de su odio. Bajo esas facciones serenas se escondía una criatura del averno, oscura como ese abismo, vieja como el odio pero viva como el fuego que latía en su pecho calcinando su voluntad.

Hacia ya mucho que no era humana, que no albergaba nada bueno en su alma, sólo odio candente como lava. Escuchó en la cercanía los ruidos de la comitiva y sonrió entre dientes, además notaba el aura poderosa de ese mangarrián de Ares, uno de los favoritos del Olimpo y que seguro que se creería superior y mejor que cualquiera.

Se acercó hasta la entrada, con la apariencia cambiada, las serpientes se arremolinaban en su cabeza y siseaban con sus lenguas bífidas. ¡Oh, estupendo! el primero era un mortal, quedaría bien de escultura en su pasillo, sus ojos blacos tomaron el color anaranjado del odio que brotaba de ellos pero cuando estaba a punto de contactar visualmente con el incauto, el dios se interpuso hablándole. Adulaciones...¿sólo le daba para eso? menudo imbécil, eran todos iguales, mentirosos que sólo querían conseguir sus propósitos.

— Ares...que ingrata sorpresa, no esperaba ver tu fea cara en mis dominios.— se giró tratando de vislumbrar al mortal, pero el dio se lo impedía.— Lo siento, hoy no hay paso, no me siento inclinada a complacer tus deseos ni los de nadie. Puedes intentarlo, pero sabes que me llevaré algunos por delante y ya sabes a dónde van.

Las serpientes de su pelo se agitaron y se pusieron en guardia enseñanado los colmillos. Al momento se unió a la fiesta un vampiro, lo miró fijamente, a ver si el cainita se atrevía a enfrentar su mirada, no sabía si podría convertirlo en piedra como a los humanos, pero si no, tanto daba, podía hacer uso de sus otros poderes para hacerlo pasto de gusanos. ¡Oh! y la bella Afrodita detrás. A ella la admiraban por su belleza y por sus puros sentimientos ridículos y de amor... una pérdida de tiempo. Jamás el Olimpio sería gobernado ni respetado de estar ella al mando, por mujeres así, que complacían la visión andrógina del mundo, pasaba lo que pasaba.

Cuando ella mataba, las almas de los hombres no podían ser resucitadas a menos que fuera mediante la sangre su "hermana" Esteno, si manaba del costado derecho, pues del izquierdo poseía el don de la muerte. Así que Ares podía intentar matarla, pero si ella se llevaba por delante al humano o a quien fuera, éste no podría ser resucitado por obra divina, y Ares lo sabía.

— ¿qué es ese objeto que venís a buscar?

Cuando llegaron a la otra sala y se encontraron con aquella mujer de tan mal gusto con sus tocados, la diosa nórdica arqueó una de sus cejas, observando la escena. El nombre que pronunció Afrodita le sonó enseguida y no hizo sino dibujar una sonrisa ladina en su rostro. Se colocó junto a la morena y le dio un breve codazo.
 
–Si Ares es el feo, ¿entonces ella qué es? ¿El horror personificado?–
 
Liberó una carcajada, al ver que su perro se acercaba a husmear la cabeza llena de serpientes de la Gorgona. Su perro era aún un cachorro con sus escasos siglos de vida, y como tal, era sumamente curioso.
 
–Cuidado, Fenrir, que a lo mejor te hace cosquilla con sus mil lenguas viperinas.–
 
Freya tenía un humor muy particular, bastante parecido al del dios griego de la guerra y por ello se pasaban el día chinchándose el uno al otro y riendo como niños en una fiesta en el lago. Pero mientras bromeaba y se echaba unas risas, en su mente iba maquinando estrategias. El truco estaba en aparentar que nada le importaba, que todo le daba exactamente igual. Sin embargo, el norteño era importante para su misión y siendo el loco suicida que había demostrado ser desde el primer día, la vikinga empezaba a pensar que lo propio sería ponerle una correa y atarle en corto para que llegara con vida a empuñar la espada.
 
–¿Qué interés tiene un monstruo griego en un objeto nórdico?–
 
Quiso saber la rubia que dio un paso al frente, acercándose a Medusa sin temor alguno. Conocía la leyenda y ella, además de una deidad, era mujer. Así que no temía convertirse en piedra ni en nada parecido. Su poder, seguro, era mucho mayor que cualquiera de los trucos que aquella muchachita pudiera esconder.

Höor llevaba un colocon considerable, mantuve mi escudo alzado para que la mirada de la gorgona no se llevara al norteño.
-Vamos Medusa, dejanos pasar por la “amistad” -dije ladeando la sonrisa pues francamente no eramso precisamente amigos aunque hubo un tiempo en el que lo pasamos bien juntos -que nos une.
Sus serpientes se alteraron tratando de morderme mientras la mitológica mujer se movía a nuestro alrededor buscando angulo para llegar a Höor.
La intromisión de Etore y posteriormente de Freya no mejoró la situación.
-Somos muchos contra ti, eres lista, lo suficiente como para saber que nada puedes hacer contra 4 dioses y un vampiro, vale, puede que puedas convertir en piedra al norteño, pero ya tienes muchas estatuas y este es bastante feo, no mejorara la decoracion.
Me dio un codazo Höor para que lo mirara.
-Esa mentira no va a colar Ares, tiene ojos en la cara.
Negué con la cabeza devolviendo mi atención a la gorgona.

La lucha nos convertiría en vencedores, el problema era que en ella Höor podía acabar convertido en piedra, Freya lo necesitaba para llegar a su juguete y yo supongo había cogido algo de afecto al chico.
-Solo es un juguete nórdico, Freya lo quiere, ya sabes lo caprichosas que sin las mujeres y yo estoy aquí porque el Olimpo anda demasiado aburrido últimamente. Afrodita esta enchochada de Ettore y él resentido con todo el mundo aun por la caída de Troya -dije haciendo un gran resumen -si, lo se, hay gente que no pasa pagina -apunté encogiéndome de hombros con resignación dándole a ella misma y a su venganza una estocada.
-Deja que pasemos, nadie tiene por que morir hoy Medusa.

Sus serpientes le susurraron los comentarios de la diosa rubia al oído. ¿Quién se creía esa norteña marimacho? de inmediato identificó en ella lo mismo que le producía repulsión en los hombres, y encima necesitaba de una bestia cual cancerbero para sentirse más fuerte...patética. Pues si la creía el horror, todavía no la había visto enfadada, entonces sí podría decir que era horrenda y a mucha honra. Era un monstruo del abismo, encarnaba todo lo malo que había en la traición y la vejación hacia las mujeres, encarnaba la venganza cruel y desmedida, así que le importaba un soberano pimiento si esas princesas soberbias la veían fea, no estaba en el mundo para hacer amigos sino para castigar a quienes humillaban a las mujeres por ser eso mismo.

Ares como siempre tan bocazas. Enarcó una ceja al escuchar sus comentarios plagados de ironía, pero tomando buena nota de ellos. Serpenteó arrastrando su cuerpo de áspid por los adoquines, estaba tan acostumbrada a llevar esa máscara de apariencia que la ilusión era perfecta.

— ¿Quieres diversión? perfecto, sal de ese cuerpo mortal y concédeme un baile, verás que divertido.— algunas de sus serpientes ondularon sacando la lengua bífida rojiza y rezumante de veneno. Ares seguía moviéndose para no dejarle ángulo de visión y que clavara sus ojos en el mortal, así que Medusa sonrió de lado y se movió ladina hacia donde estaba el troyano. Lo miró desde los pies hacia la cabeza, lentamente, como si fuera una pitón engullendo su presa.— así que aún lloras la caída de Troya...que nadie se burle de tu dolor, es mezquino. Me gusta tu cara vegativa, creo que me la quedaré.




No podía convertir en piedra a un inmortal, pero sí ponerle un hechizo de paralización momentánea y crear una ilusión sobre él. De pronto Ettore quedó rígido y quieto y su piel se empezó a cuartear y a secar, creando una pátina de piedra alrededor. Era sólo una ilusión, pero buscaba provocar a Afrodita, la cual Ares decía que estaba "enchochada" con el griego. ¿Una diosa perdiendo la razón por un humano? aunque fuera inmortal, daba igual, no dejaba de ser un hombre y seguramente le seducía su carne y poco más. Las mujeres del Olimpo eran idiotas, todas ellas. Y por lo que veía, las de Asgard también.

Se retiró rápidamente hacia atrás, con su ondulante melena mirando al grupo en el que por un momento cundió el pánico. Soltó una risita macabra y se fundió con la oscuridad, dejando que sólo sus ojos anaranjados brillasen en ella.

— No vais a pasar por mis dominios a menos que paguéis la ofrenda...— la escasa luz que quedaba se consumió y todo quedó en oscuridad, la magia de la Gorgona convirtió aquel templo en una trampa mortal, dejó de tener la apariencia falsa de columnas talladas y deslumbrantes para revelarse como lo que era: una fortaleza llena de peligros a sortear, mecanismos ocultos que activaban ataques variados y un sinfín de cosas que podían matar, herir y calcinar. Quizás a los dioses no les afectase, pero a los humanos, hombres o mujeres, sí.

El rostro de Ettore comenzó a tornarse grisáceo y a cuartearse. Era completamente ilógico, Medusa no tenía poder para hacer eso con los inmortales, sin embargo, Afrodita no estaba siendo razonable, de hecho, estaba fuera de sí desde que se topara con Ettore en Akershus, algo que había ido creciendo dentro de ella a medida que pasaban días cerca el uno del otro. La culpa, el remordimiento y un excesivo sentimiento de apego gobernaban la mente de la diosa que, incapaz de percatarse del truco de la Gorgona, entró en pánico creyendo que el troyano moría. El tiempo en que duró el engaño fue breve, a penas unos segundos hasta que la ilusión óptica se esfumó, pero el lapso fue suficiente como para que los poderes de la griega se encendieran como una antorcha y toda ella prendiera. Sus ojos se volvieron del color blanco del hielo más limpio y toda la energía que desprendió su cuerpo se transformó en llamas vivas.

Entonces se descubrió el embuste y como si le echaran un gigante balde de agua fría, la fogata se apagó dejando únicamente humo oscuro como recuerdo de aquel instante de descontrol. Ares fue el primero en reaccionar, riéndose ante la ilusa morena que había caído en la trampa de la arpía con cabellos viperinos. Afrodita despegó los labios para decirle algo al dios de la guerra, pero la voz de Medusa resonó en un eco que reverberó en los oídos de todos.

Pronto descubrieron que el poder de ilusionismo de la Gorgona era mucho mayor que el de hacer creer a la deidad del amor que Ettore se había convertido en piedra para siempre. Las hogueras que iluminaban el lugar se apagaron, como lo hiciera instantes atrás la propia morena y sumieron el recinto entero en penumbras y oscuridad profunda. Cuando las llamas se encendieron de nuevo, poco a poco, recubriendo pequeñas vetas de las paredes con fuegos que resaltaban zonas concretas, lo que quedó al descubierto era una gran gruta completamente distinta a la que creyeron ver anteriormente. Muros, pasadizos, rampas, escaleras. Aquello parecía un laberinto y por la amenaza de la serpiente y la fama que se gastaba, seguro que era como una gigantesca trampa para “ratas”.

–Si no hubiésemos dejado a Ares hablar...–

Musitó, convencida de que la culpa de todo era de él, porque seguro había intentado ligarse a la desdichada y ahora todo era rencor y celos que soltaba contra el primero que se encontraba. Había visto aquel patrón demasiadas veces como para no reconocerlo.

En mitad del insufrible silencio, de aquella necesidad de compañía que me asolaba, pude escuchar el temblor de la tierra, el llanto de la montaña, la risa exacerbada de una mujer que, si por el sonido la juzgara, por lo menos la tildaría de loca sino algo peor todavía. La vibración alcanzó las palmas sobre las que me apoyaba en aquel momento en el suelo y pronto recorrió todo mi cuerpo, haciendo resonar hasta el último de los huesos. Alcé la cabeza de inmediato, como si esperase ver el techo de la gruta desmoronarse y encontrarme, de nuevo, con el manto de estrellas que tanto añoraba. Sin embargo, no ocurrió nada. Aún y cuando el planeta se quejaba, mi prisión permanecía intacta.

Suspiré, despegando las manos del suelo y me las miré con sus restos de arena y pequeños minerales que se adherían a ella, brillando como diminutos diamantes. Recordé entonces la cantidad de oro y piedras preciosas de las que nos rodeábamos en los templos, en aquellos lugares a los que osábamos llamar hogares. Jamás fueron una casa para ninguno y yo lo descubrí cuando conocí a Tyr y él le dio la vuelta a mi mundo. No importaba si era en mitad del desierto, en una jungla, sobre un puente o en el mismísimo Louvre, a su lado, cualquier sitio era un hogar para mí y él mi verdadera familia. Pero los míos no quisieron aceptar nuestro amor y me lo arrebataron todo. Prácticamente me arrancaron a mi hijo de las entrañas y no permitieron que su padre le conociera. Alejaron a ambos de mí para darles muerte y me dejaron aquí para que les olvidara. ¿Quién se habían creído que era? ¿Cuánto pensaron que valían mis sentimientos? Ni un millar de existencias humanas serían suficientes para borrar aquellos recuerdos.

De nuevo aquel retumbar hizo que me levantara e intenté buscar el punto de mi jaula en el que aquello se sentía con mayor intensidad. Tal vez, si lograba dar con ese rincón, fuese capaz de averiguar lo que lo provocaba.

Pude ver la cara de todos los presentes mirarme fijamente, pero la expresión mas desgarradora fue la de Afrodita, no se que tipo de conjuro había usado Medusa, peor fuere lo que fuere no me había afectado aunque así lo pareciera ante los ojos ajenos.
Iba a calmarla, creo que en ese instante me di cuenta de cuanto podía dolerle a esa diosa mi muerte y si hasta ese instante me sentía solo un juguete me di cuneta que el destino me acaba de situar en otro sitio mas ¿en cual exactamente?

La ladina gorgona se reía de su desdicha mas el engaño duro poco y ante la mofa de Ares me acerque a ella para deslizar mis dedos por su columna en lo que era nuestra primera caricia sin estar bajo los efectos del alcohol y las drogas.
Sus ojos se abrieron como platos, deduzco no esperaba que la calmara de ese modo, mas ese instante en el que nos miramos se esfumó cuando la sala se lleno de fuegos de artificio.

Los aceros silbaban al pasar cerca de nosotros, la cámara parecía recobrar vida con saetas voladoras, bolas danzantes, fosos y demás regalos que Medusa acaba de obsequiarnos.
-Estas muy amargada -apuntó Ares con ese don que tenía para calmar las situaciones y no arrastrarlas al abismo mas inmediato.

Resoplé esquivando una de las saetas con un movimiento lateral.
-Hay que salir de aquí -rugí -porque las mismas eran de madera y si bien los conjuros no me afectaban, si la madera que en forma de estaca podía atravesar mi pecho.
Ares tiró del norteño, al parecer no pretendía dejarlo atrás, tenia sentido, necesitaban su brazo pegado al cuerpo para usar el acero.

Un hacha fue directa hacia ellos, Ares logró detenerla con su magia pero descuidó el flanco desprotegiendo a un Höor que no estaba en sus cables, debía estar acostumbrado a luchar así porque desenvaino con la presteza suficiente como para detener el ataque de un esqueleto que había emergido del suelo y espada en mano se enfrentaba al norteño.

La völva sabía cazar, claro que sí, y defenderse, pero una lucha abierta, un enfrentamiento cara a cara con enemigos, aquello jamás había tenido que afrontarlo, desconocía por completo los movimientos de otro humano. Ella estaba acostumbrada a pelearse con animales por la supervivencia, no a batallar por tierras y honor. Era una hechicera, no una guerrera. No portaba más que un puñal consigo, uno que usaba para cortar raíces y despellejar presas antes de cocinarlas. ¿Qué pretendían que hiciera ella con eso? ¿Contra esqueletos? ¡Aquella tal Medusa estaba loca! -¿Le atrofian el cerebro las serpientes? Maldita chalada… Seguro que estos son sus únicos amigos.- Como si ella fuera la más indicada para hablar sobre colegueo cuando llevaba años viviendo completamente sola y sin hablar con nadie.

Para empezar, ni siquiera sabía dónde ponerse, porque en cuanto movía un pie, el suelo se deshacía o se activaba una trampa con intención de cortarles la cabeza. Los esqueletos armados empezaban a parecerle el menor de sus problemas. -¿Y cómo esperas que salgamos de aquí, genio inmortal?- Preguntó con sarcasmo la bruja al cainita que gruñía como un perro más que como un vampiro.

Heith se movía de espaldas, mirando al suelo, deslizando los pies muy lentamente, sin terminar de apoyar el peso hasta que no se aseguraba que el adoquín no se hundía o se desintegraba como si fuera mero polvo o una ilusión más de las de la Gorgona. Pero dio dos pasos y, al tercero, se abrió una especie de puerta en el techo. La völva elevó el rostro, siguiendo el extraño chirrido y vio asomarse una tremenda bola que cayó sobre una plataforma para empezar a rodar. A cada salto que daba el pedrusco, cadenas se movían, sonando a los lados y lanzas salían disparadas hacia el grupo. -¡Lo siento!- Exclamó antes de rodar, ya sin cuidado, cuando una especie de plato afilado salió a toda velocidad con la intención de cortar por encima de los tobillos. La esquivó justo a tiempo, pero le hizo un tajo en la casaca que le llegó hasta el cuerpo, abriendo un corte en la zona baja de su espalda. En cuclillas como estaba, se llevó la diestra a las lumbares y al mirarla, vio la sangre manchando las yemas. -Mierda...- Se levantó casi de un salto, no tenía tiempo de entretenerse con heridas superficiales, ya se curaría cuando salieran de aquel entuerto. Porque la cosa pintaba muy fea, tanto que no sabía si habría un después o la palmarían todos allí dentro. En menudo lío les había metido el conde con sus carreras, puesto hasta las cejas de sangre de los dioses.

Aquella loca del tocado acaba de convertir aquella sala en una especie de habitación de los horrores, la cosa es que me pareció sumamente divertido porque mientras todos saltaban tratando de esquivar los peligros, la risa de la arpía retumbaba en las paredes.
-Ares debes haberla enfadado mucho -alegué esquivando las jabalinas que emergían de la pared rumbo hacía la Völva que sin ser guerrera tenía ciertas dificultades para sortear los peligros.

Sangraba por el costado cuando llegué interponiendo mi espada entre una especie de cuchilla gigante y su ccabeza.
Ares enfrentaba a Medusa, era le modo de detener esto, pero yo tenía otra idea.
-¿Es el oclocon o la estancia da vueltas? -le pregunté a la hechicera que aferrada a mi luchaba por mantenerse ocn vida -Vamos, esto se repite, ahora volverán las lanzas y luego cuchillas mientras las baldosas desaparecen -dije muerto de la risa.

Mis palabras parecían tener sentido por la cara que puso mi amiga.
-Claro -dijo -un patrón.
Enarque una ceja mirándola tirando ahora de ella para esquivar las cerbatanas.
-Ponernos a coser es arriesgado ahora -dije frunciendo el ceño.
-No he dicho eso -apuntó pero al final me dejó por imposible y empezó a fijarse en los movimientos de las paredes y el suelo.

Las cosas se complicaron enseguida cuando la amargada mujer de peinado desafortunado, abandonó el mundo visible y eliminó la ilusión que les rodeaba a todos. Pronto descubrieron que aquella sala que había parecido vacía por completo, era una gigantesca trampa. Pero la Gorgona esperaba que Freya se sintiera como un ratón, es que no sabía nada de los dioses nórdicos.

–Después tildarás a los hombres de cobardes, víbora, pero anda que no has corrido a esconder tus mil colas en la oscuridad.–

Espetó, desenvainando su espada. Formó un ángulo de noventa grados al deslizar el pie izquierdo por el empedrado suelo y se impulsó, dando un salto hasta montarse sobre Fenrir que permanecía medio agazapado, dispuesto a atacar a cualquier cosa que se les acercara.

–Demuestra de qué estamos hechos en Asgard, pequeño.–

Espoleó a su perro y éste se abalanzó contra dos esqueletos que venían blandiendo grandes mandobles. El lobo no se molestó en desarmarles, sino que a bocados hizo añicos los huesos y los escupió, porque pasaba de engullir astillas y arriesgarse a una peritonitis.

La rubia golpeaba las lanzas para que éstas no impactaran ni contra ella ni contra su montura. Las partía en dos o dejaba que las saetas impactaran contra su fuerte hoja y se desviaran a otra parte, perdiendo fuerza y volviéndose casi inofensivas.

El huargo saltó, esquivando los discos afilados y saltó contra una pared, impulsándose así para evitar la bola que caía del techo en dirección al grupo. La diosa vio a los demás apartarse también de su camino incluso antes de poder avisarles del peligro.

La Gorgona trasformó aquella sala en la cámara de Indiana Jones ¿quien era ese? Pues un pj de ficción que iba de templo en templo metiéndose en líos, fijo era pariente lejano de Höor.
Bien, volvamos al tema en cuestión, la escurridiza serpiente conocedora de que le arrancaría la cabeza sin necesidad de espada se escurrió por el embaldosado mientras yo con los ojos rojos y envuelto en llamas la seguía.
La ira del dios de la guerra la conocía y por eso fue rauda para abrir una compuerta por la que desapareció cerrándola ante mis narices.
-¡Gorgona! -rugí apretando los puños antes de que una onda expansiva lanzara toda mi ira hacía todas las direcciones.

La Völva al darse cuenta elevó la mano y una cúpula protectora de energía la envolvió a ella y al norteño. Las diosas no morirían por el impacto del fuego, sol ose despeinarían y chamuscarían un poco y bueno ,Ettore...Ettore era prescindible.
Dejé ir todo el poder reduciendo la cámara a cenizas, los mecanismos se derritieron y todo cesó sin mas como si aquel lugar infernal nunca hubiera existido.
-¡Bien, seguimos! -apunté con ese deje de autosuficiencia pintado en mis labios.

Afrodita que había protegido a su mascota con su cuerpo me atravesó con la mirada.
-Casi lo matas -rugió.
-¡Ah! ¿Que he fallado? -pregunté con indiferencia mientras seguía caminando hacia el oro extremo de la sala -se llama daños colaterales preciosa, creo que quedo claro cuando cayó Troya.
Ettore rugió a mis espaldas siendo detenido por su suave fuente de alimento, orgías y drogas varias.
-controla a tu perro o le haré reunirse con su esposa e hijo antes de tiempo.

Cuando todo se calmó, viendo que la tragedia no había sino un truco barato de la Gorgona, Afrodita sintió que le volvía la vida de una manera extraña, pues era imposible que una diosa, sin más la hubiera perdido. Alzó el rostro, fijando sus orbes en el troyano que se acercaba a ella. Le hubiese abrazado de no controlarse a pesar de lo experimentado hacía tan sólo unos instantes. Mas el gesto ajeno, aquella suave y efímera caricia, valió más que cualquier otro contacto físico experimentado en una eternidad divina. Los ojos de la morena se abrieron desmesuradamente en una mezcla de evidente sorpresa y de una llama de esperanza. No sabía bien qué aguardaba, qué camino se abría frente a ella, pero fuera el que fuera, estaba más que dispuesta a recorrerlo.

Elevó una mano que se dirigía a la mejilla ajena cuando, de pronto, todo a su alrededor empezó a temblar y cambiar, sembrando aquella sala de peligros. De nuevo, como si fuera la más irónica burla del destino, un momento que podía significar algo, se desvanecía y quedaba en nada. Los labios de Afrodita se despegaron para quejarse, para resoplar al menos, pero una lanza voló en su dirección y le rozó la mejilla, dejando un corte en ella que, como era de esperar, desapareció al instante, dejando únicamente una fina linfa goteando hacia el contorno de su mandíbula.

El ceño de la griega se frunció al pasarse el pulgar por la zona, recogiendo las escasas gotas de sangre y ella misma las lamió, intentando averiguar si tenían un sabor particular al recordar el deseo que sentía Ettore por volver a hincar en ella sus afilados colmillos vampíricos. Pero su ensoñación fue interrumpida por un nuevo ataque, esta vez de un esqueleto cargando un mandoble. La morena se apartó de un salto y lanzó un ataque de los suyos, logrando que decenas de flores brotaran por entre los huesos y sus tallos se enredaran, impidiendo así el avance del engendro.

–Malditos bichos, ¿de dónde salen?–

Pero el mayor peligro lo provocó, como no, Ares, obligando a Afrodita a proteger al cainita de una inmensa onda expansiva de llamas ardiendo como el infierno. Creó una especie de burbuja que les envolvió a ambos, aunque parte de la temperatura la atravesó, convirtiendo la cápsula en una sauna divina de 1800.

–¡Casi lo matas!–

Espetó ella, enfrentando al causante de la debacle, una vez pasado el peligro. Y éste respondió con sarcasmo doliente que hizo saltar al troyano que se abalanzó sobre él como si le fuera la vida en ello. La griega se interpuso, no por proteger al dios de la guerra, sino a Ettore.

–Controla tú tu lengua o haré que te la metas por el culo.–

Respondió Afrodita con amargura y un tono muy agresivo nada propio de ella. Pero el dios se estaba pasando demasiado de la raya, tanto que ya ni la veía, y o le ponía freno o el peor de sus problemas no serían las dichosas plantas, sino matarse entre ellos.

Ares era el dios de la guerra y no solo porque fuera capaz de ganar todas ellas si no porque tenía un don natural para crearlas.
Apreté los dientes tensando mi mandíbula, bien sabía no podía igualarme a un dios peor eso nunca me detuvo para defender mi honor, de echo ante un semidios caí por proteger Troya.

Afrodita tiró de mi para que me calmara pidiéndome que no entrara en sus provocaciones, Ares necesitaba ser el centro de atención y no llevaba bien que otro gallo tocara a sus gallinas, así que no perdía ocasión de sacarme de mis casillas.
Ahora con los mecanismos inutilizados el conde vio una puerta medio oculta en la pared con una inscripción en lo que debería ser el dintel de la puerta.
-¿que cojones pone? -preguntó Höor tratando de enfocar la mirada aun preso del colocon.
-Es Griego antiguo -le dije mientras trataba de identificar las letras.

Ares ladeó la sonrisa como si él tuviera la clave, pero por supuesto guardo silencio esperando que alguien dijera algo. Ares era así, colaboraba cuando le daba la gana y cuando no se limitaba a pasar de todo y beber de su petaca.
-Espera, no podemos leerlas porque están desordenadas, es un puzzle -aseguré.
Fue afrodita la que con su poder mental movió el orden de las piedras hasta que ahora de forma comprensible ponía “solo la oscuridad tendrá la llave para pasar”
-Vamos servidos de oscuridad -bromeó Ares adentrándose el primero por la puerta que se abrió emitiendo un brillo dorado.
-Las damas primero -bromeo el norteño haciéndole una reverencia a Ares mientras este desde el otro extremo le hacía un calvo.

Un corredor largo nos llevo hasta una nueva sala, una alumbrada completamente por antorchas. En el suelo unos agujeros de los que salían afilados pinchos cuando eran pisados.
Me pareció relativamente fácil, no pisar los círculos no era excesivamente complicado, así que yo y mi impulsividad nos tiramos a andar hasta que la voz de mi conciencia, es decir, Afrodita, me detuvo.
Enarqué una ceja cuando dijo que no podía ser tan fácil, que debía haber truco y por los dioses que esa mujer tenia razón, pues al parecer la sombra también activaba esas trampas.
Afrodita tomo dos antorchas, ahora si, eliminando nuestras sombras alzando las antorchas sobre las cabezas, cruzamos la estancia de uno en uno sin pisar ninguno de los orificios.

Los dioses se peleaban entre sí, como si la maldita casa de los horrores en las que se encontraban no fuera suficiente sufrimiento y peligro para los dos mortales que, como instrumentos que eran, arriesgaran sus vidas. La völva empezaba a perder la paciencia, que tampoco era que tuviera demasiada, y sentía que como la cosa no se calmara pronto, estallaría ella y no sabía lo que es implicaría, porque acostumbrada como estaba a la calma y tranquilidad de una existencia en soledad, no debía soportar estupideces ajenas nunca y ahora llevaba ya un buen cúmulo de ellas, especialmente provenientes de Ares. Por suerte para todos, Afrodita, aunque no de la mejor de las maneras, logró apaciguar en cierto grado las aguas y como el dios de la guerra había destruido ya con su impulsividad todas las armas, aunque casi acababa con la vida la hechicera en su trayecto, podían proseguir en su búsqueda de la dichosa espada.

Höor dio con unas escrituras y entre la diosa del amor y el troyano, descifraron su lectura. El prepotente moreno de torso desnudo y ego desmesurado, pasó primero, seguido de una broma del vikingo que hizo reír a más de uno, la hechicera incluida. Se lo merecía, por cretino. Así que empezaron a adentrarse uno tras otro, evitando aquellos pinchos. Fue, de nuevo, Afrodita, quien se percató de que las cosas no podían ser tan sencillas y que algo ocurría con las sombras, de ahí el acertijo de la entrada. Las trampas se activaban por la proyección de la oscuridad, aunque era extraño, ¿no? La cita rezaba “Sólo la oscuridad tendrá la llave para pasar” y, sin embargo, la luz era la que evitaba que se activaran los cepos. Entonces la völva recordó su visión y el cometido que le había encargado a la elfa. -¡Belcebú!- Exclamó y todos se giraron a mirarla como si estuviera loca. -Sin el demonio no podremos acceder a la espada. Necesitamos que Alea regrese con Belcebú, porque sólo él tendrá la llave para pasar.- Las últimas palabras las recitó despacio, haciendo hincapié en cada sílaba, para que todos lo relacionaran, al igual que había hecho ella, con el grabado sobre la puerta.