Entre dioses y heroes +18

Recuerdo del primer mensaje :

Eterna condena, ese era el precio que pagué por la belleza de una mujer. Troya cayó ante mis ojos por culpa de la bella Helena y sus caprichos. Durante siglos Afrodita envió a sus lacayos a buscarla y custodiarla seguramente arrepentida de haber llevado a mi hermano París ante ella, pero ahora había escapado, el mundo tal y como lo conocía cambiaría, pues esa mujer era un demonio capaz de impartir odio y caos por donde pisaba.

Los rumores me llevaron a tierras norteñas, al parecer un conde llamado Höor Cannif daba cobijo a la sobrenatural, era experta en engatusar a los hombres así que no podía culpar a un mero mortal a caer ante sus influjos ¿acaso no lo hizo antes con los míos?
Esperaba que aquel hombre me escuchara y entrara en razón, pues no me iría sin Helena, ahora apodada Briseida para no llamar mi atención ni la de aquellos que como yo la buscaban.

La noche había caído cuando me presenté frente a los muros de Akershus, mi corcel negro llevaba anudados tras de si a dos hombres encapuchados y una doncella bocazas que me encontré por el camino. Intuía el conde no soltaría presa sin un reembolso sencillo.
Pronto los arqueros me apuntaron, grité el nombre de aquel que podía darme respuestas, exigí que le hicieran salir para habar de hombre a hombre, parlamentar, así se hacían las cosas en mis tierras, mas como respuesta me encontré los culos de muchos de esos bárbaros y alguna que otra verga.
Su desfachatez me llevo a gruñir, el honor no abundaba al otro lado de la frontera, pero bien sabía que el héroe, como lo apodaban acabaría saliendo de entre esos muros cuando entendiera que no había opción si quería que su amiga, como lela misma se había tildado, siguiera en pie.

El acero acarició el cuello de la dama y de un tirón saque el saco de su cabeza dejando ahora su angelical rostro al descubierto.
-Höor Cannif -rugí de nuevo esperando que ahora encontrara motivación para mi propuesta.
No tardó en demasía en espada bastarda a la espalda cruzar el portón que tras de él se cerro, los arqueros seguían apuntando mas su mano se alzó y estos se relajaron.
-¡Suéltala! -ordenó imperativo -querías verme, aquí estoy, ahora suéltala.

Empujé a la chiquilla que con lagrimas en los ojos corrió hasta los brazos de su amigo, este alzó su mentón para mirarla, preguntándole si estaba bien y ella solo asintió.
-!Ve dentro!  -ordenó devolviendome toda la atención -¿quien eres? -preguntó hundiendo sus pardos en los míos.
-Ettore -respondí con calma -pero eso no es importante, tras tus muros custodias a una mujer griega, devuélvemela y me iré sin mas, de no hacerlo esta ciudad caerá, removeré cada piedra hasta dar con ella. Su nombre es Helna, o Briseida como se hace llamar ahora, es una inmortal, dámela y me largaré.
-No hay ninguna Helena tras mis murallas -aseguró -vete por donde has venido y olvidaré esta afrenta.
Hizo ademan de ir a soltar a sus hombres, mas mi espada se interpuso en su camino.
-No te creo, esa mujer es experta en la mentira y en conseguir que los hombres pierdan por ella la cabeza.
-He dicho que no doy cobijo a esa mujer, de hacerlo, no mentiría, simplemente note  la entregaría. Aparta tu espada vampiro -rugió.

-¡Olvida las cabezas, dale al cuerpo! –gritó el norteño mientras descargaba una retahíla de flechas sobre el lomo de la criatura.
 La hidra, percatándose de su presencia, lanzó en una danza feroz dos de sus afiladas cabezas a mi encuentro, colgó el arco de mi hombro y se lanzó sobre una rama cercana cogiéndome con los brazos a ésta y esquivando así el ataque, mientras se balanceaba en ella. Noté el crujido seco que provocó el peso de Höor sobre ella, por lo que se soltó de la rama lanzándose sobre la hidra y deslizándose por su cuello, hasta el lomo de la bestia.
Maldito norteño suicida.

Bloqueé el ataque de una cabeza con la espada, dando un giro de ciento ochenta grados, separé de cuajo la cabeza del cuello de ésta, mientras la sangre que recorría el filo de la espada, se transformaba en finos hilos de humo negro.
El norteño intentó asegurar sus pies sobre el lomo reptiliano de la hidra mientras extraía las espadas cortas del carcaj y haciéndolas bailar en el aire las clavó de un golpe seco en el cuello de la bestia, hundiéndose al menos un palmo. Aquello provocó inmediatamente la reacción de la hidra, que como un resorte, se giró sobre sí  misma hacia el tronco de un gran árbol cercano, con el propósito de aplastarlo como a un mosquito. Sacó las espadas y dio un gran salto para no ser apresado entre el tronco y el cuerpo de la hidra, pero en aquel instante, una cabeza salió de la nada, golpeándolo en el aire haciéndolo caer sobre el suelo del bosque, cuya hojarasca amortiguó el golpe, por lo que no le costó mucho hacerme rodar hasta el lecho enraizado de un viejo roble.  El tosco cuerpo de la hidra golpeaba con fuerza el árbol cercano. Una vez a salvo, alcanzó el arco que llevaba colgado del hombro para comprobar su estado, estaba perfecto, pero una gran mancha de sangre salpicaba su madera noble, se llevó la mano a la espalda y pude comprobar que aquella diabólica cabeza había conseguido acertarle la espalda a la altura del omoplato.

De repente un resplandor rojizo llamó mi atención, la volva se encontraba de pié frente a un extraño fuego chispeante de tono anaranjado que prendía a un palmo de la hojarasca del bosque, como suspendido en el aire, pero la hechicera, ayudada por la magia de Afrodita no miraba el fuego, su atención se centraba misteriosamente hacia la copa del árbol que la hidra acababa de golpear, y de la cual, caían como lluvia, multitud de hojas desprendidas por la tremenda sacudida. De repente, alzó las manos al aire, y al instante, las hojas que caían balanceándose en el aire, deflagraron convirtiéndose en pequeñas bolas de fuego, la brja bajó los brazos, y las bolas de fuego cayeron como piedras flamígeras sobre la hidra, que al ver tal espectáculo, grito enfurecida.

Freya volvió a aparecer de la nada, elevándose por los aires mientras sacaba con sus dedos dos dagas del chaleco dispuesta a lanzarlas a una de las cuatro cabezas que quedaban, clavo ambas dagas en el cuello de la hidra, pero antes de que volviera a caer sobre el suelo, la hidra furiosa por el último ataque lanzo su afilada  cabeza interceptándola en el aire y lanzándola con sus fauces contra un árbol. El impacto fue brutal, la diosa cayo inconsciente al suelo mientras sangraba.
El norteño alzó su cuerpo, apoyándose en el tronco del árbol, y cargó dos flechas en su arco
-Estate quieto, vas a desangrarte -rugí corriendo hacia la hidra para darle el golpe de gracia -maldito humano terco.
Las flechas sobrevolaron la distancia, clavándolas con tino en el cuello del animal y llamando su atención sobre él de nuevo.
La hidra se giro como un resorte y lanzo una de sus cabezas furiosa para darle alcance, mientras mostraba sus afilados dientes.

Aparecí de la nada colocándose frente a Höor y pillando por sorpresa a la hidra a la que seccioné la cabeza.
Clavé la espada en la pata trasera aprovechando el desconcierto. Y la extraje salvajemente mientras apretaba los dientes, un chorro de sangre salió manchándome la cara.
La hidra reculo salvaje, con las tres últimas cabezas que le quedaban, se tambaleaba furiosa.
Höor volvió a tensar el arco y descargó tres flechas sobre su pecho.
La hidra seguía reculando ferozmente. Golpeé con el acero de nuevo a la hidra, que parecía buscar nerviosa el modo de escapar.
La hidra reculo hacia el bosque dándonos la cara y emitiendo un terrible chillido.

Me giré hacia el norteño que con la espalda apoyada en el tronco sangraba en abundancia.
-puto crio -Gruñí caminando hacia él antes de que se desvaneciera contra mi -Hechicera...

En cuanto la hidra hizo aparición entre la espesura del bosque, en vez de replegarse todos, como era habitual en combate, se desperdigaron. Aunque la reacción fue instintiva, a la vez fue inteligente, porque el oponente era complicado y con tantas cabezas de afilados y enormes dientes al final de sendos largos cuellos, estar todos juntos no haría sino facilitar que la bestia se los tragara a todos, sino con una boca, con otra.
 
Esquivar y atacar debía ser hecho con suma rapidez, algo que los mortales e incluso el cainita, no podrían dominar ni aunque quisieran. Los dioses, por otro lado, disponían de una agilidad sobrehumana similar casi a la del rayo. Obviamente, Thor era el más veloz, pero él estaba lamiéndole las botas a Odín en aquellos instantes y tampoco le necesitaban, ellos sólo se bastaban para acabar con aquel lagarto gigantesco de ojos pequeños.
 
Los árboles resultaban buenos trampolines con sus troncos ligeramente flexibles y sus cortezas fuertes y raíces férreas. Impulsarse con ellos facilitaba las cosas y volvía las acometidas más violentas y certeras si se disponía de buena puntería.
 
Sin embargo, la nórdica se confió y en uno de los intentos por salvarle el culo al griego con su espada llameante, una de las cabezas de la hidra la atrapó al vuelo de una mordida, lanzándola ferozmente contra el suelo a continuación al notar como su sangre le quemaba las encías y la lengua. Freya perdió la consciencia durante unos segundos, pero se levantó a continuación con la herida cerrándose a su espalda de manera mágica. No en vano era una diosa y no una simple humana.
 
Para cuando se colocaba de nuevo en posición de ataque, la bestia reculaba sintiéndose acorralada y la völva corría a socorrer al insensato del conde que, para variar, había actuado sin pensar y ahora parecía no reaccionar a las sacudidas de Ares.
 
–Deja al norteño, griego. Acabemos de una vez con ese bicho. Empieza a molestarme más que a una doncella un guisante en el lecho.–
 
Espetó, aproximándose al moreno y le hizo un gesto con la cabeza para que atacaran los dos a la vez a las cabezas que quedaban.
 
–¡Troyano, tú la de la izquierda!–
 
Gritó en dirección al cainita que se moría por más diversión. Echó la vista atrás, a Afrodita.
 
–Baña en tu sangre la espada del inmortal, diosa.–
 
Se había percatado, durante la caída, la reacción de la hidra a su ponzoña. Nada tenía que ver con la de un vampiro y, de hecho, solía ser buena para muchas cosas. Pero estaba claro que, para los monstruos feos, era veneno. Seguramente surtiría el mismo efecto que el fuego, no porque cauterizara la herida, sino porque mataría el tejido.

En la pelea con la hidra, el norteño resultó herido, quedando tendido en el suelo junto al dios griego. El segundo, queriendo aún derrotar a la bestia, llamó a la völva para que ayudara al guerrero, ya que ella mucho no podía ya hacer en aquella situación. La hechicera corrió a su lado, arrodillándose frente al conde de Akershus. El hombre yacía inconsciente contra el cuerpo de Ares que no dudó en moverlo y dejarlo caer en el regazo de la hechicera.

-¿Qué se supone...?

No terminó la pregunta que ya se había ido dejándola sola con el hombre desvanecido. La morena arrugó la frente, observando al insensato y le intentó examinar la herida sin hurgar demasiado. Rompió la tela para que ésta no se adhiriera a la sangre y luego fuera aún más difícil de retirar.

-Menudo desastre...*

No sé el tiempo que había permanecido inconsciente, peor cuando abrí lso ojos, solo estaba la völva con cara de pocos amigos hurgando mi herida. Enarqué una ceja mirando algo aturdido a mi alrededor.
-¿Dónde cojones han ido? -gruñí.
La voz me sonó ronca, terminó con un quejido pues mi intento por ponerme en pie me llevó de nuevo de bruces al suelo.
-No deben ir a por la hidra, puede llevarlos a un nido -rugí intentando buscar el modo de ponerme en pie pese a los intentos de la hechicera por mantenerme inmóvil.
-Luego soy yo el insensato -me quejé en un deje un tanto cómico que no era mi intención que así resultara.*

El moreno se despertó con mucha energía, nadie diría al verle así que perdía sangre a una velocidad pasmosa. La hechicera le empujó con una mano en el pecho para que volviera a recostarse y se dejara de heroísmos.

-Son dioses, sabrán apañárselas. Tú necesitas que te curen esa herida y reposar. Y sí, eres un insensato. Te lanzas siempre a lo loco, sin pensar en las consecuencias... ¿Qué ocurrirá con la puerta de Hel si te mueres, listo?

Le estaba regañando como lo haría una hermana sabionda, pero poco le importaba, así le salía y así lo soltaba.

-Ahora haz el favor de quedarte quieto y dejar que te mire eso.

Dijo, señalando la herida abierta.*

Enarqué una ceja mirando a la "hechicera sabionda" que ahora en vez de peces de colores veía fantasmas donde no los había. Si cada vez que había estado herido me hubiera quedado quieto reposando muchas de las guerras no se hubieran ganado. Yo no era de esos que permanece quieto pudiendo hacer algo.
Alcé una mano ladeando la sonrisa con picardía, lo que provocó a la völva fruncir el entrecejo.
-Según tu amiga, de mi solo necesita esto adherido a mi cuerpo y bueno, todos sabemos que compartes su forma de ver las cosas, así que quema la herida y sigamos a esos idiotas antes de que acaben muertos y solo tu y yo acabemos en la gruta, lo que implicaría que se cumpliría el sueño y una gran cantidad de piedras en avalancha nos aplastaría.*


Las palabras del conde hicieron que el ceño fruncido de la hechicera se arrugara aún más y cuando éste terminó de soltar todas esas tonterías, le pellizcó los labios con el pulgar y los dedos corazón e índice.

-Cállate de una vez.

Espetó, retirando la mano, aunque como si de un hechizo se tratara, los belfos ajenos quedaron sellados durante varios segundos como castigo por no hacerle caso.

-Primero, Freya no es mi amiga. Yo soy una herramienta para los dioses, igual que lo eres tú. La diferencia reside en que yo lo asumo y tú no. Y segundo, si pensara igual que ella, no intentaría salvarte la vida ahora, energúmeno. ¿Todos los hombres sois igual de idiotas?

Llevó ambas manos a la tela y de un tirón la abrió completamente. Empezó a murmurar una especie de cántico, llevando la diestra a uno de los pequeños sacos del cinto y sacó una pizca de una mezcla de hierbas que sopló suavemente sobre la zona. Si sólo cauterizaba, la cosa acabaría mal, la saliva de la hidra era como la de una cobra y contenía parte del veneno que se ocultaba en los colmillos.*

La mujer rasgó mi camisa con poca delicadeza o lo que otro hubiera interpretado como una pasión desbordante, ladeé la sonrisa porque sabía que si lo decía acabaría convirtiéndome en rana, o pez de colores, a saber.. estas hechiceras eran un tanto bipolares, hoy quería salvar mi vida y mañana mantener mi brazo unido al tronco.
-Eso lo dices porque no conoces a Ulf, yo soy uno de los hombres menos imbéciles -bromeé dejándola hacer con esos polvitos que extendía con calma.
-Asumo lo que soy, lo hice desde el mismo instante en el que sellé el pacto con Hela, asumí lo que era desde niño, no temo a la muerte, ni a los dioses, ni a la gruta, tampoco a la espada, tengo otras cosas más importantes por las que temer y por ellas me pongo en pie.
No pretendía que me comprendiera, podía tildarme de loco, quizás lo estuviera.
-Escucha, si la hidra se retira hasta un nido, si estoy en lo cierto y no son animales que se mantienen solitarios, si no en parejas o manadas, estarán en problemas...*

No lo asumía, la völva lo tenía claro, alguien que asumía lo que era, no se andaba tirando de precipicios para salvar elfas si no era lo que le correspondía. Pero pasaba de discutir con el norteño, porque sabía que era más tozudo que una mula y que jamás reconocería que se equivocaba.

-Si no te curo la herida, el peligro lo atraerás tú. Los demás se arriesgan por asegurar tu llegada hasta la espada, ¿o es que no te has dado cuenta?

Espetó, pasando los dedos por encima de la herida, palpando de modo que era algo más que un roce. Se detuvo un instante al notar un pequeño bulto y sin avisar ni nada, hundió los dedos índice y corazón en la abertura como si fueran unas pinzas y del corte sacaron un trozo de escama de la piel de aquella bestia que lanzó a un lado tras sacudir la mano.

-De nada.

Añadió, apoyando ambas manos en sus rodillas antes de alzarse y sacudirse el polvo de los ropajes.

-¿A qué esperas? Tanto quejarte y ahora te voy a tener que esperar...

Comentó con una leve sonrisa cargada de burla e ironía.*

La miré de soslayo al escuchar su frasecita, después de arrancarme medio trozo de carnaza y abrirme la camisa como una vulgar ramera aún me gastaba bromitas varias y además me llamaba "el tonto inútil" al que los demás tenían que proteger para que llegara sano y salvo para empuñar la espada.
-Vaya, gracias, creo que ahora me siento mucho mejor -dije con un deje de ironía en mi voz.
Moví el brazo un par de veces, tenía que hacerme con unos de esos polvos mágicos, tenía el omóplato completamente insensibilizado, lo que me permitiría usar la espada, infinitamente mejor que le beleño negro que si bien ayudaba a paliar el dolor y seguir luchando aun herido de muerte, no evitaba los efectos del colocón sin embargo con esto no perdías la razón, mi cabeza estaba en su sitio, no la sentía rebotada en absoluto.
-¡Vamos pues!*

Sonrió al verle ejercitar el brazo, convencida de que le había sorprendido con su magia aunque se negara a reconocerlo en voz alta. Todos los norteños eran excesivamente orgullosos y en eso incluso la völva pecaba.

-Han ido hacia allí.

Aseguró, señalando al noreste del bosque, aunque no hacía falta más que ver el destrozo de los árboles para hacerse una idea de hacia dónde se había dirigido la dichosa bestia.

Emprendieron así camino por aquel sendero a la carrera, porque según el conde si su corazonada era cierta, los dioses y Ettore se dirigían a una emboscada. Fenrir había salido al galope detrás de Freya, pero ésta le había prohibido entrometerse y el pobre perro no hacía nada excepto lloriquear observando la batalla.*


Los dos emprendimos a la carrera el tortuoso camino para detener a los dioses ¿quién cojones es tan lerdo de buscar problemas cuando estos salen corriendo? Es la regla número uno, si tocan retirada, mejor dejarlos ir, al menso si no estás seguro de que otro ejército puede encularte si enardecido por la victoria decides correr tras ellos a darles muerte.

No era necesario sacar mis dotes para el rastro, las ramas estaban quebradas por la carrera del titánico animal reptilíano.
La bruja corría, aunque iba quedando ligeramente rezagada lo que me llevó de nuevo a ladear la sonrisa.
-Si soy tu responsabilidad deberías correr más, con mi suerte acabo ensartado por una rama como un conejo -bromeé con cierta sorna viendo como colocaba los ojos en blanco y resoplaba.
No me gustaba ser el niño al que todos debían de proteger, no necesitaba la ayuda de nadie para mantenerme en pie y menos la de la maldita völva que me veía como un inútil o un necio o no se bien que mierda.*

Ella no estaba hecha para correr, lo suyo eran los brebajes, encantamientos, hablar con los muertos. Cuando el norteño se burló de su flaqueza, ésta usó la astucia para responder, ya que de eso sí andaba sobrada.

-Precisamente porque eres mi responsabilidad... debo vigilar tus espaldas...

Contestó con la voz entrecortada por el esfuerzo físico que le implicaba a ella la carrera. No estaba acostumbrada a huir ni a perseguir, cazaba con arco y trampas, para eso no era necesario ir más rápido que andando.

-Deja de presumir y mira al frente.

Dijo, señalando hacia una cueva que se veía a unos metros de distancia y que se asemejaba mucho a la que había aparecido en el sueño que habían compartido ambos.*

Si algo teníamos los dos claro es que acabaríamos entrado.
-¿Las damas primero? -bromeé deteniéndome en la boca de la cueva. Las huellas desaparecían allí -bienvenida al nido de la hidra, puedo hacerle de guía. A la derecha muerte aplastados por rocas, a la izquierda, hidras venenosas que nos devoran ¿alguien imagina mejor final? -bromeé con ese peculiar sentido del humor del que ha enfrentado tantas veces a la muerte que ya tendía a reírse de ella.
-Con suerte interceptamos a estos idiotas antes de ver el final del sueño experimentado en nuestras propias carnes.*

Como si de un fantasma se tratara, en mitad de una de mis súplicas, de aquellas eternas horas que me pasaba añorando lo que un día tuve y me arrebataron, pude ver la silueta de una joven de cabellos oscuros como la noche. Me preguntó que por qué lloraba, mas fui incapaz de articular palabra. El llanto consumía mi voz, tan poco acostumbrada ya a conversar con nadie que no fuera yo misma, hasta había olvidado cómo sonaban las letras al formarse en mi boca. Despegué los labios y únicamente un balbuceo escapó de ellos, perdiéndose a mitad de camino sin alcanzarla. De pronto, desapareció, dejándome nuevamente sola, como llevaba estando los últimos veinte años de mi existencia. Porque venían a traerme comida y agua, pero nadie me dirigía la palabra y hacía ya muchísimo tiempo que había intentado que lo hicieran. Había asumido mi sino y simplemente aguardaba la llegada del día en que se me levantara el castigo, fuera cuando fuera.

Entró entonces una de las mujeres que se encargaba de abastecerme. Venía con el rostro cubierto de modo que únicamente sus ojos se veían. Sabía bien lo que ocultaba aquel pañuelo, yo misma había conocido a aquellas sacrificadas damas devotas de uno de mis supuestos "compañeros". Si no fuera quien soy, si no comprendiera la ofensa que aquello implicaba y si osara tirar de la tela sin ningún miramiento, me encontraría con unos labios cosidos y, al otro lado de aquellos, una boca sin lengua. La fe de algunos mortales rozaba la estupidez, algo que yo comprendía hacía milenios y que, a pesar de todo, aún a día de hoy me seguía sorprendiendo.

Me quedé allí donde estaba, arrodillada, con as manos reposando en el regazo, subiendo y bajando como si acariciara mis muslos De hecho, ni siquiera sabía por qué lo hacía, tal vez por inercia, por hacer algo. Porque estar quieta era un suplicio aún mayor que el de estar encarcelada por los míos. Observé la cesta de fruta fresca, la hogaza de pan y la carne curada que dejó a mi lado, siempre a una distancia prudencial. Se notaba que sabía con quién estaba tratando, de ser uno de mis hermanos, ni siquiera se atrevería a mirarme de lejos. Pero yo no era como ellos, yo distaba mu de su crueldad y furia, y no precisamente porque me faltaran motivos. Pero no había sido ella quien me hiciera prisionera, tampoco tenía voz ni voto en poder sacarme. La cueva estaba protegida con magia y ningún inmortal podría cruzar el umbral.

Hice un gesto con la cabeza con el que pretendía agradecerle, en el mismo silencio que ella me obsequiaba, que se tomara la molestia siquiera de traerme nada. Era una diosa, aún sin alimentarme no podría morir, ella lo sabía. Sin embargo, por el motivo que fuera, alguien allí afuera se compadecía de mí y me la enviaba una vez a la semana. La mujer correspondió al leve asentimiento antes de retirarse, dejándome, una vez más, a solas con mis pensamientos.

Habíamos decidido ir tras la hidra, seguramente empujados por la sed de sangre o porque quizás dejarla libre nunca fue una opción que contemplamos ninguno de los que en pie quedábamos.
Atrás quedó Höor y la volva que se ocuparía de cuidarlo y sanar esa herida que n ole permitía seguir el camino hacía la espada maldita.

Ares iba alardeando de su poder con Freya habiéndonos dejado ligeramente relegados unos pasos atrás a Afodita y a mi. No cabía decir que desde l oque pasó no habíamos entablado conversación ,seguraente pensaría que la odiaba, pero sinceramente ahora mismo, con ella al lado ni siquiera era capaz de concentrarme en sentimiento alguno, deseaba su sangre corriendo por mi organismo.

Escuchaba su incesante latir, fuerte, vigoroso, como un tambor que anuncia guerra y yo no estaba en paz, ni conmigo, ni con ella. Mis ojos adquirieron un tinte rojizo, mi pupila seguía oscura pero el iris azul se impregnaba de un matiz bien distinto, uno que Afrodita conocía y que no tardó en descifrar.
-No tengo hambre -aseguré antes incluso de que lo preguntara -solo necesito...-mis labios se me antojaron resecos, los relamí mientras mi mirada se centraba en la marcada aorta de su cuello -es bastante irónico que aquello que causa mi dolor sea el único modo de aplacarlo, eres mi opio, solo quiero apagar el daño que siento y solo lo consigo contigo..

Fui sincero, o quizás mis palabras podían ser malinterpretada,s no en si con ella como amiga, con sus palabras dulces acariciando mis oídos, si no con su sangre corriendo por mis venas, con su cuerpo sentenciando a muerte al mio y con su boca hundida entre mis labios en un duelo complicado de palabras no dichas, gemidos y moriscos.
-¿cuando? -pedí como un drogara que necesita su dosis.

Puede que lo fuera, mas acaso podía culparme de necesitarla, ella fue mi condena, al menos debía suministrarme aquello que calmaba mi frustración, que borraba de mi mente la imagen de una mujer y un hijo muertos por una guerra que trajeron a mi ciudad los dioses.
Ella llevó a Troya a la destrucción, que menos que arrastrar a un troyano a la misma perdición.
-¿Cuando Afrodita? -pedí

Ares y Freya salieron a toda prisa, ansiando acorralar aquella bestia, seguidos de Fenrir que parecía haber despertado de una cómodo siesta y bostezaba cada pocos pasos largos y pesados de sus enormes patas.

El troyano había quedado rezagado junto a la morena, que no sabía ni por qué iba tras aquellos insensatos cuando su poder de poco serviría con una criatura como aquella. Si bien podía potenciar las fuerzas de otros, era algo innecesario con aquel par de dioses, y dudaba mucho que Ettore deseara que le pusiera la mano encima para nada.

Se detuvo un instante y giró el rostro, encontrándose con la mirada fija del griego que la atravesaba. Le sorprendió que lo hiciera pues desde la noche anterior en el barco parecía intentar rehuirla. Despegó los labios para preguntar algo, pero antes de hacerlo el cainita respondió a un interrogante que Afrodita no formuló.

Arrugó la frente, confusa, hasta que prestó verdadera atención a lo que aquellos orbes le decían. Al movimiento de la lengua al humedecer unos resecos labios, al modo en que aferraba la espada con dedos inquietos. Mentía, sí tenía hambre. Tal vez no hambre como tal, pues no le serviría cualquiera. Por primera vez se dio cuenta de que la quería a ella. No era un deseo puro, obviamente aquello era impensable con el odio que había destilado por ella durante siglos, pero la necesitaba y eso era suficiente por ahora.

Apretó los labios, dirigiendo la vista hacia los árboles caídos, el rastro que dejaba el monstruo de infinitas cabeza a su paso. Regresó de nuevo al rostro del troyano y con un gesto de mentón que le instaba a seguir caminando, contestó a su incesante y ansiosa cuestión.

–Esta noche, cuando paremos a descansar.–

Reanudó el paso tras los dos locos de la guerra, porque aunque ella sintiera el deseo de satisfacer la necesidad del vampiro, de saciarse a sí misma en el encuentro, aquellos no eran ni el lugar ni el momento para hacerlo.

Íbamos caminando por aquel frondoso bosque, el rastro de la hidra era fácil de seguir, no era necesario en absoluto un rastreador como lo podía ser Höor, así que Freya y yo íbamos comentando la jugada, yo me pedía las cabezas que quedaban, las cortaría con mi espada de fuego, ella negaba con la cabeza asegurándome que era un engreído y yo que llevaba un mandoble mas grande entre las piernas, que si quería volver a probarlo.

Le di un azote en el trasero ladeando la sonrisa con cierta picardía.
-También podemos dejar que tu perrito se ocupe de la hidra.
Eché una mirada hacía atrás viendo a los dos tortolitos hablar y antes de que miraran al frente tiré de la cintura de la diosa escondiéndonos tras el gran tronco de un árbol viejo.
-y si..me besas ahora -susurré contra sus labios deslizando mis manos por debajo de su corseé.

La guerrera era una luchadora, enfrentó mis ojos, escasa la distancia entre nuestras bocas y aun así ambos permanecíamos quietos en un duelo de labios entreabiertos y alientos que se buscaban incitando al otro.
Mi diestra se coló por la cinturilla de su pantalón, mis dedos ávidos de mojarse en su elixir recorrieron el monte de venus para separar sus dos montañas llegando al centro de la flor.

Nuestras miradas se tornaron oscuras, sus dientes atraparon mi belfo inferior hasta hacerlo sangrar, gruñí, jadeé mientras hundía mis dos dedos en su centro, moviendolos de forma violenta.
-¿y si...esta noche, tu, yo y mis dedos tenemos un nuevo encuentro.
Su mano aferró mi muñeca, ladeó la sonrisa antes de tirar de mi mano para que dejara de estimularla.
-Vaya, la diosa del amor y la fertilidad no tiene hambre -atajé a decir llevándole los dedos a la boca para relamerlos ante sus ojos – como siempre, exquisita.

Una reverencia basto para hacerla gruñir mientras de nuevo me daba la espalda y sus dorados bucles rozaban su armadura.
Como me ponía esa mujer de fiero carácter y sexo salvaje.

No tardamos en dar con la entrada de un gruta, al parecer allí se había refugiado la alimaña.
-Entremos, matemos a ese bicho antes de que se recuperé y..
A mis espaldas el ruido de pasos rápidos, el norteño y su amiguita llegaban sin resuello.
-No parece que lo hayas cuidado demasiado bien -dije enarcando una ceja al ver llegar a Höor algo pálido seguramente por la urgencia con la que se había levantado.
-Hay que salir de aquí, es un nido de hidras, es una trampa.

La rubia reconocía que ese dios de la guerra griego era divertido. Se lo pasaba bien discutiendo con él para ver cuál de los dos era más fuerte. El ego de Ares no tenía límites y esa sonrisa ladina que se gastaba, estaba convencida que rompía muchos corazones de muchachas tontas y vírgenes. Sin embargo, ella era una deidad y no una cualquiera, sino vikinga, adorada por los norteños, los hombres más fuertes y rudos del planeta.

Enarcó ambas cejas cuando la apartó del sendero, aquel que había creado la hidra con su retirada, y la apegó a su cuerpo, ocultos tras un árbol. La pregunta del contrario la hizo reír brevemente con sorna, pero no se apartó, porque consideraba que cada encuentro con ese inmortal era un reto, un enfrentamiento, y ella era una guerrera.

La inquieta mano del dios del Olimpo se coló entre los muslos de la rubia, separando los labios de su sexo con el índice, acariciándole el clítoris. Los dientes de Freya atraparon el grueso labio inferior ajeno y apretaron, tirando de éste, hasta que le hizo un corte. Perfiló el belfo con la lengua, probando así su sangre y con la diestra atrapó la muñeca foránea para apartarle de su faena.

–La diosa del amor y la fertilidad tiene una hidra que matar.–

Contestó al comentario del griego que como no aceptaba una negativa como respuesta, ya empezaba a buscar la manera de tentarla, lamiéndose los dedos con lascivia frente a su atenta y penetrante mirada.

Se apartó, interponiendo distancia entre ambos y emprendió de nuevo el camino hacia la bestia. Resultó que la cueva estaba a menos de cien metros de allí. Fijó sus orbes en los del moreno y los dos sonrieron, apretando los dedos alrededor de las empuñaduras de sus armas.

–Acabemos con esa serpiente de mil cabezas.–

Pero antes de poder hacer lo que ambos ansiaban, apareció el norteño sin aliento, seguido de la hechicera. El conde aseguraba que aquel lugar era un nido de alimañas y que habían acudido directos a una trampa.

–¿Y cómo sabes tú eso, Cannif?–

Cuestionó la vikinga de manera inquisitiva. ¿De dónde había sacado esa información si todos pisaban por vez primera aquella isla? ¿A caso había sido una visión de la völva? Fijó entonces sus ojos en el rostro de la bruja que se encogía de hombros, señalando a Höor con una de sus manos.

La pregunta de Freya era clara, ¿habíamos visto algo? si, nuestra muerte.

Un sonido me sobresalto, eche mano al arco.
Todos miramos a nuestro alrededor el sonido era el de las rocas desquebrajándose. Notamos como nuestros pies comenzaron a temblar, acompañados del suelo, las paredes y el techo, y pronto comenzaron a caer piedras de mayor o menor tamaño sobre nosotros forzándonos a esquivarlas.
-¿que mierdas pasa? –pregunto Afrodita.
Miramos a nuestro alrededor, y no tardamos en descubrir, como las paredes pedregosas se trasformaban en dos enormes humanoides de piedra y cobraban vida ante nuestros ojos.
Giraron la cabeza bruscamente hacia nosotros, y tras centrar sus pedregosos ojos en sus objetivos, comenzaron a mover un enorme pie tras otro mientras la sala se sacudía salvajemente.
-¡Joder! –gruño Ares tratando de mantenerse en pie.
Aquellos seres nos cuadriplicaban en tamaño, y su pedregosa piel denotaba que iban a ser unos seres difíciles de vencer.

Saque mi arco y colocando con rapidez una flecha dispare tratando de disuadir su ataque.
La flecha reboto contra su piel provocando un fuerte chirrido, cayendo al suelo ante los pies del enorme golem que paso por encima haciéndola añicos, sin parar su brutal avance hacia nosotros.
¡qué magia era esa capaz de animar a unas estatuas!, lo que nos faltaba pensé mientras sacaba mis dos espadas cortas del carcaj.

-¡Hay que salir de aquí! –Grito Freya- ¡o acabaremos sepultados, la estructura no aguantara!
Corrimos hacia el pasadizo por donde habíamos bajado hasta allí, mientras la sala se zarandeaba salvajemente.
-¡cuidado! –le grite a Afrodita que iba la primera, al ver como el techo de las escaleras que subían por el pasadizo se derrumbaba ante nuestros ojos. La diosa se aparto de un salto consiguiendo no quedar atrapada por todo el derrumbe.
-¡perfecto! –protesto Ettore mirándome
-¡Tendremos que seguir hacia delante! –grite mirando la única salida que quedaba abierta en la sala, una puerta frente a nosotros pero flanqueada por los dos golems.
-pero salir por ahí va a ser complicado –susurro la volva mirando a los humanoides de piedra.
-ese no parece ser nuestro único maldito problema –apunto Freya mientras esquivaba una de las piedras que caia del techo.
Los golems se lanzaron al ataque de forma salvaje contra nosotros.

Freya aferro con fuerza su espada, parecía dispuesta a entablar batalla.
El puño de uno de aquellos monstruos se dejo caer sobre Ares, que parecía concentrado en algún conjuro. Ettore interpuso su espada a dos manos parando no sin esfuerzo el ataque, del choque del impresionante arma del inmortal con la piedra de aquella enorme criatura, surgió un fuerte chirrido, acompañada de una chispas y unas pequeñas esquirlas salieron disparadas de la pedregosa piel del golem. Ettore tensaba su rostro y apretaba los dientes tratando de parar la embestida de aquel puño letal.
Del lateral de la sala surgió como un pequeño tornado que golpeo en el pecho del gigante, haciéndolo retroceder ligeramente, mientras la espada de Ettore volvía a quedar libre.
Ares abrió su mano y de la palma de esta cayeron unos pequeños guijarros.

Freya aprovecho la conjetura para lanzarse a la carga con la espada en ristre, y golpear con fuerza el pie de piedra del golem, que ni se inmuto, pese a que al igual que con el anterior choque saltaron chispas.
El otro golem se acerco con furia hacia nosotros, y elevando su terrible rodilla, dejo a nuestra vista un pie que podia aplastarnos sin problemas. El suelo vibraba bajo nuestros pies, la volva me miro antes de tomar el impulso necesario para esquivar con una voltereta a la gran losa que se nos venia encima. Salte hacia tras con rapidez apoyando mis pies con seguridad sobre el pedestal, mientras notaba como todo vibraba, y el techo se agrietaba cada vez mas.
No había tiempo de Luchar, había que salir de allí, tenía que pensar rápido o quedaríamos sepultados en aquel templo.

El golem lanzo de nuevo su puño, esta vez contra Ettore, este interpuso su espada para parar el golpe, pero esta cedió, el mango crujió dejando la hoja a los pies del inmortal, el vampiro perdió el equilibrio y cayó por el impacto arrastrándose de espaldas por el pedregoso suelo, tratando de salir del alcance de la bestia, que desde luego no parecía pretender dejarlo escapar tan fácilmente.
El golem de nuevo alzo el puño rabioso, dispuesto a aplastarlo como si de una mosca se tratase.
Ettore palpo con rapidez a su alrededor, desesperado por buscar algo que interponer ante el inminente golpe. Alargo la mano cogiendo el mango de una gran hacha de guerra llena de polvo y telarañas que reposaba durante siglos en el suelo de la sala, interponiéndola en el último momento consiguiendo salvar así su vida.

Por si la idea de encontrarse con un nido de hidras no fuera suficiente, de repente, los muros de aquella montaña cobraron vida, convirtiéndose en dos gigantes de piedra que no dudaron en acorralar a los seis integrantes del grupo y a Fenrir, que seguía bastante tranquilo para todo lo que ocurría. ¿Qué le pasaba a ese perro? ¿Acaso estaba falto de energía? Con lo que le había visto comer, le extrañaría que lo hubiese digerido todo antes de la próxima luna llena.
 
La hechicera, colocada junto al conde que era con quién había llegado a la gruta, intentando evitar que los dioses de la guerra se metieran en una trampa, no habían hecho sino lograr que en vez de cuatro, fueran seis los atrapados en ella, pues los dos golems custodiaban ahora la única salida que, de hecho, no había sido el lugar de su entrada. Si lograban escapar por ahí, no sabían a dónde irían a parar, aunque fuera donde fuera, seguro que sería mejor que aquella maldita cueva que se caía a pedazos, amenazando con aplastarlos a todos, si no lo hacían antes aquellos gigantescos hombres de piedra con sus pies del doscientos cincuenta.
 
Una de las moles de arenisca alzó su enorme pie, dispuesto a aplastar a los dos mortales, ambos se apartaron como pudieron tras un cruce de miradas, Höor saltando y la völva rodando por el suelo. Se impulsó al final con ambas manos para volver a ponerse de pie, intentando encontrar algo entre sus saquitos de hierbas que pudiera ayudarlos. Pero lo cierto era que no tenía ni idea de cómo demonios ganarle la pelea a una montaña que se movía. -¡¿Cómo demonios vamos a salir de esta, conde?!- Miró al vikingo, pues había sido él el que había insistido en acudir al rescate de tres malditos dioses y un vampiro. Ellos eran ahí los que más tenían que perder, porque sólo tenían una vida y poco poder.

Ettore corrió hacia el golem, que parecía dispuesto a lanzar su otro puño sobre Ares, y saltando sobre el, le dio un fuerte golpe de espada, de nuevo aquel chirrido del choque de piedra y hierro hizo saltar  chispas, el golem retrocedió, dejando así a Ares libre.
El otro golem que nos plantaba cara a nosotros cargo sobre la volva, que de nuevo evito el golpe saltando con una rápida pirueta, cayendo junto a Afrodita con gran destreza.
Freya se puso frente a ella con su maza para soportar la envestida del golem, que no dudo en arremeter contra las dos. Ares se concentro mientras de sus labios salieron unas melodiosas palabras y su cuerpo se envolvió con una luz dorada, apretando los dedos alrededor del mango de una maza  que creció de su mano golpeando  el estomago del golem, que de forma increíble se agrieto ligeramente, consiguiendo detenerlo.
Así no aguantaríamos mucho.

-¡Corred hacia la puerta! –les grite a todos mis compañeros, viendo como el techo se desquebrajaba por detrás de mi, produciendo una humareda de polvo.
Guarde mis dos gemelas en el carcaj, y cogí varias de las piedras que habían caído sobre el altar, y sin pensármelo dos veces, las lance hacia ambos golems, que pronto centraron toda su atención en mi.
-¡corred! –les volví a gritar, al ver cómo me miraban inseguros, al ver a los golems venir hacia mí.
-¡Höor! –grito Freya tratando de alcanzar mi posición.
Afrodita la cogió por la cintura, forzándola a detenerse.
-¡vamos sabe lo que se hace! –grito.
Ares corrió hacia la puerta aprovechando que ambos golems se dirigían hacia mi.

El resto del grupo dudo por un segundo pero tras mi insistencia  lo siguieron, solo la volva parecía reticente, y antes de desaparecer por la puerta clavo sus ojos en los míos por un segundo.
Desvié la mirada, el primer golem había llegado ante mí, lanzando su puño salvajemente. Alce mi cuerpo tomando impulso con los pies y salte sobre su brazo, afianzando mis pies en el, corrí por su pedregoso brazo hasta llegar a su hombro, un fuerte movimiento me hizo resbalar, quedando colgado de él, mientras me sujetaba con ambas manos. El otro golem llego frente a mi, y sin pensárselo trato de golpearme, me deje caer por la espalda del golem, enganchándome a cada saliente que me encontraba con el fin de contrarrestar el golpe de la caída,  pronto oí como el puño del otro golem impactaba en el hombro de la otra bestia.
Caí acuclillado entre los pies de aquellos seres, desde aquí abajo me sentía diminuto.
Me prepare para emprender la carrera, cuando uno de los golems se agacho colocando su brazo justo frente a mi, inpidiendo mi avance, el otro lanzo su puño, salte a un lateral, esquivando por los pelos el golpe.
Mierda, entre la humareda de polvo apenas podia ver la salida, y los golems lanzaban ataque tan precipitadamente contra mi que apenas me daba tiempo a pensar, me sentí completamente acorralado, mientras jadeaba fruto del cansancio.

Seguí esquivando los golpes, mientras notaba como mis piernas me temblaban fruto del esfuerzo.
Una mano aferro mi muñeca, apenas podía ver de quien se trataba, pero tiro de mi sacándome de entre las piernas de aquellos seres.
-¡Höor corre! –oí la voz de la volva soltando mi mano.
-¡Cabezota! –le grite mientras el techo de la sala seguía cayendo en cascada hacia nosotros y los golems nos miraban como si dos ratones acabaran de escaparse del gato.
Estos se dieron la vuelta y corrieron tras nosotros, tratando de evitar también ser sepultados por el derrumbe.

Heith se paro junto a la puerta, al verme cruzar por ella, la volva golpeo con un arranque de energia que salió de su mano, derribando parte de él a su paso, y dejando a los golems prisioneros en aquella sala que se venía abajo.
Uno de los golems luchaba por salir con todas sus fuerzas, introduciendo los brazos y apartando las rocas que le impedían el paso.
-¡No aguantara mucho! –me grito la volva poniéndose a mi altura y clavando sus preciosos ojos en los mios.
-La gruta tampoco lo hará en pie –le conteste sin parar de correr.
Llegamos a una sala rectangular , aquí no había nada roto, ni cadáveres por el lugar, lo cual indicaba que aquí jamás se produjo guerra alguna, nadie había llegado tan lejos.
En las paredes laterales de la sala había dos aberturas

Seguimos corriendo mientras los cascotes del techo caían sobre nosotros, las paredes temblaban  golpeando entre ellas con un fuerte repiqueo. Bordeamos la estancia dirigiéndonos a la apertura por la que salir. Al atravesar el umbral, este se vino abajo, cogí con fuerza a la volva por la cintura, atrayéndola hacia mi, y cubriéndola con mi brazo y parte de mi cuerpo trate de evitar que cualquiera de todas aquellas rocas se le vinieran encima. Cuando el derrumbe nos dio una tregua alce mi cuerpo ligeramente.
-¿estás bien? –le pregunte al ver como se apartaba de mi con suavidad mientras clavaba sus ojos en los míos a escasos centímetros de mi cuerpo.
Heitj asintió en dolorida.
-¡Chicos! –oí la voz de Afrodita en el otro extremo de la ahora cerrada abertura. No saldriamso por ahí.
-¡estamos bien! –Le grite- ¡pero tenéis que salir de aquí! ¡Nos reuniremos fuera! –añadí mirando a la volva que parecía secundar aquello que yo decía.

-¡Vamos Höor! –apunto la volva mientras emprendía la carrera hacia la puerta lateral de la derecha.
La seguí con rapidez. Cada vez era más complicado moverse por allí, el suelo estaba lleno de obstáculos, el techo completamente agrietado se tambaleaba sobre nuestras cabezas mientras lo oíamos desquebrajarse a nuestro paso.
Atravesamos la puerta, llegando a una sala de menor tamaño, allí nos esperaba una sorpresita, uno de los malditos golem, que debía haber conseguido escapar de la otra sala.
Heith y yo nos miramos de soslayo.
-Höor, yo lo distraeré, corre hacia la salida, esto se nos viene encima –me dijo la volva elevando, dispuesta a entablar batalla contra el golem que envestía hacia nosotros -tu has de vivir.
Negué con la cabeza, no pensaba salir de allí sin ella, pero tampoco pensaba perder el tiempo discutiéndolo.

El golem llego a nuestra altura cargando contra nosotros, la volva coloco un escudo espectral en medio y freno la envestida, antes de que el golpe me rozara, mientras sus pies resbalaban por el pedregoso suelo.
-¡corre! –me grito.
Mire la sala con rapidez, no tarde en centrar mí vista en una gran columna, similar a la del piso de arriba pero un poco mas pequeña.
Corrí hacia allí, mientras Heith continuaba ocupándose del golem.
No tenía tiempo que perder, todo se nos vendría encima en cuestión de muy poco tiempo.
La columna estaba casi pegada a la pared. Coloque mi espalda apoyada en la pared, y las piernas en la columna, empuje con fuerza,  pesaba muchísimo, pero tenía que conseguirlo.
-¡Heith! –grite.
Esta me miro de reojo, creo que adivino mi plan con tan solo una mirada, y una sonrisa de satisfacción ilumino su rostro, mientras apretaba los dientes manteniendo el escudo y  comenzaba a lanzar una serie de brutales ataques que hicieron al golem, retroceder hacia mi posición.
Impulse con fuerza las piernas, mientras notaba como la estatua se tambaleaba, solo tendríamos una oportunidad, tenía que conseguirlo.
-¡Ahora! –me grito la volva al tener al golem justo donde queríamos.
Apreté los dientes y aprovechando el tambaleo de la columna . Di un último y fuerte empujón, haciendo a esta ceder y caer con fuerza  sobre el golem que quedo atrapado debajo de ella.
Tome aire por el esfuerzo mientras me ponía en pie, dispuesto a continuar con la carrera hacia la salida.
Al final de la sala, había otra pequeña puerta, que imaginaba llevaría a una sala paralela a la que habíamos dejado a los compañeros.
Corrimos hacia allí mientras veíamos como las paredes se sacudían con fuerza, y pequeños cascotes del techo caían sobre nosotros. Atravesamos la puerta llegando a otra sala cuadrada de pequeño tamaño.

-¡Höor! –oi la voz impaciente de Heith- ¡vamos o nos quedaremos atrapados, esto se derrumba!
Corri de nuevo hacia la puerta de enfrente seguido de la volva
A punto de alcanzarla, una sacudida, nos hizo detenernos, oí el crujido de las paredes, y el techo se desquebrajo de golpe, produciendo un enorme derrumbe sobre nosotros. Lo siguiente que vi fue a la volva abalanzándose sobre mí, con el único propósito de proteger mi vida.
Cayó sobre mí, deteniendo con su cuerpo, la mayoría de las piedras que cayeron sobre nosotros, dejándonos sepultados bajo el derrumbe.
Guarde silencio un tanto mareado por el golpe, mientras parecía que ahí fuera todo había acabado.
Allí debajo de las piedras, no había la menor luz, solo notaba el cuerpo de Heith sobre el mío, con su cabeza apoyada en mi hombro. Su respiración era muy irregular.
-Heith –susurre nervioso. Esperando una respuesta.
-Höor –dijo con la voz entrecortada, notando su aliento en mi cuello- ¿estas bien?

La desesperación me invadió, forcejee tratando de quitar las piedras de encima de ella, apreté los dientes tratando de sacar todas las fuerzas que me quedaban, tenía que sacarla de allí. Note como el canto de las piedras sajaba mi piel, contra mas fuerte empujaba mas se clavaban, pero aun así no conseguía moverlas un ápice.
-Para –dijo casi sin aliento- te harás daño.
Hizo una lenta pausa, creo que para coger algo de resuello.
-solo no podrás moverlo, para por favor.
-Tengo que sacarte

Cada paso que daban, cada acción que llevaban a cabo, sólo les abría la puerta a un lugar peor que el anterior. Höor y la völva, los dos con más posibilidades de no salir vivos de aquella, los que, supuestamente, eran más frágiles en términos globales de eternidad y fuerza, eran los dos que se quedaban atrás enfrentando los problemas, mientras los dioses salían corriendo y arrastraban consigo a Ettore. La insensatez del norteño le iba a salir cara a la hechicera, que negándose a dejarle solo, permaneció a su lado para ayudarle a salir del entuerto en el que se había envuelto. A consecuencia de las decisiones de ambos, terminaron huyendo del último de los golem que creía tenerles, por fin, arrinconados en una sala pequeña, cuando el conde, haciendo palanca con su cuerpo contra la pared, logró empujar una columna hasta hacerla ceder sobre el grandioso cuerpo de aquel gigante-montaña. Habían vencido al coloso, pero la estancia entera se les vino encima, sepultándoles a ambos bajo un montón de rocas.
 
El vikingo intentaba apartar las piedras de encima de la hechicera, que le había cubierto con su cuerpo en un estúpido y banal intento por protegerlo. Pero aunque apartara algunas, se les venían encima otras y cada movimiento por su parte, resultaba más peligroso para los dos. -Para, Höor... sólo no vas a poder…- Su voz sonaba apagada, porque la presión de una de las rocas aplastaba las costillas, amenazando con perforarle el pulmón izquierdo. Lo notaba, sentía el punzante dolor y por ello respiraba poco y muy despacio. Su voz era suave y áspera, un quebrado hilo. -Las piedras se sustentan unas a… unas a otras... si tocas la que no debes, estamos acabados…- Los ojos avellana de la völva se fijaron en los pardos del conde. -Tu afán por salvarnos a todos, será tu muerte...- Le dedicó una leve sonrisa, porque sabía que a ese hombre no le importaba morir por proteger a otros, incluso aunque no los conociera, como había ocurrido con Alea, la elfa.
 
Se aferró con la diestra al hombro izquierdo del moreno para intentar moverse un poco, lo justo para que aquella dichosa roca dejara de clavarse bajo su omóplato. -Ayúdame, por favor...- Pidió, aunque en cuanto ella empezó ese proceso de trepar escasos milímetros, el norteño ya la estaba intentando empujar, acompañando sus movimientos. -Hay un canto presionando mis costillas...- Le explicó la situación para que comprendiera que era delicada y lo que pretendía era cambiar el punto de presión de la piedra, sin que el resto de runas que se iban acumulando encima unas de otras, se vinieran abajo por quitarla y les mataran a ambos.

La völva se movió contra mi cuerpo despacio, tratando de que la punta de la piedra dejara de presionar sus costillas, un mal movimiento y no solo quedaríamos sepultados bajo las piedras sin remedio, si no que además podía perforarse el pulmón.
La acompañé en su movimiento apretando los dientes, el oxígeno, o mejor dicho la ausencia de este tornaba nuestras respiraciones irregulares.
Llevé mi diestra a la carnaza introduciendo la mano por debajo de los engranajes de la armadura, estaba caliente, mojada, no necesité demasiado para comprender que aquel punzante dolor se debía a que la herida tierna se había abierto, me desangraba.

Ladeé la sonrisa sin decir ni media palabra, de hacerlo la völva insistiría en alguna locura que sólo perjudicaría más las cosas de lo jodidas que ya estaban.
-Ves ese pequeño agujero...arriba, deberías tratar de escalar para llegar allí y pedir ayuda.
Mi pierna había quedado atrapada, no podía moverme con facilidad, en ese pequeño boquete residía toda esperanza pero un paso en falso nos llevaría a la muerte.
-¿algunas palabras dulces de despedida que no tengan que ver con los peces de colores? -bromeé como siempre hacía cuando enfrentaba a la muerte.*

El norteño, como siempre, mientras ayudaba en una cosa ya andaba maquinando otra en su cabeza. La hechicera giró como pudo la cabeza, intentando ver la abertura de la que le hablaba el conde, mas cuando volvió a centrar sus orbes en los ajenos, de no ser por el dolor de la espalda se le hubiese reído en la cara.

-¿Cómo pretendes que llegue hasta allí si ni puedo quitarme de encima de ti...?

Arrugó la frente al verle sonreír, seguro que pensando en algo sobre lo que había dicho y que ella no comprendía. Toda una vida recluida en soledad con su padre, no le había dado pie a lo de las segundas en sus frases.

-¿Nada de peces de colores? ¿Y si te hablo de flores?

Respondió con el mismo sentido del humor inoportuno. Apoyó la mano izquierda en el suelo, a un lado del pecho de Höor e intentó de nuevo moverse entre el cuerpo foráneo y la montaña de piedras.*

No funcionaba, elevé de nuevo la mirada hasta esa apertura que se me antojaba demasiado lejana.
-Flores, bien, háblame de flores -dije mientras trataba de soltar mi pierna del agarre de las rocas sin demasiado éxito.
Apreté los dientes para no aullar de dolor, explicar a la völva la situación real solo la asustaría.
-Vas a tener que ser tú la que escale, será más fácil, intenta pegarte mas contra mi cuerpo, de seguro será cálido y agradable- bromeé -y sube a mis hombros, intentaré con las manos empujarte un poco, pero... por esa apertura yo no quepo- "y estoy atrapado" pensé.*

Cuando le escuchó bromear sobre lo de pegarse a su cuerpo, entendió por vez primera, por qué se había reído antes. Le hubiese dado un puñetazo en el estómago de no ser porque no había espacio ni para eso.

-Pues si tengo que escalar, antes deberemos lograr sacarme de aquí...

Aseguró. Llevó el otro brazo a su espalda, a la zona lumbar y con cuidado estuvo palpando, intentando descifrar cómo estaban las cosas ahí atrás.

-Tal vez si tú sujetas las piedras... podría intentar reptar.*

Asentí rodeando su cintura con mis brazos para intentar alcanzar esas piedras de las que hablaba, iba a ciegas, así que ella tendría que guiarme si quería que diera con las rocas que podían venirse sobre ella.
-Creo que es esta ¿no? -la moví ligeramente para ver si notaba menos presión.
Cerré los ojos un instante mareado, no iba a aguanta lúcido demasiado tiempo, tomé una bocanada de aire.
-Hace mucha calor- me excusé -tu cuerpo arde -bromeé ganándome el segundo puñetazo de la noche que no me dio pero que sin duda liberó tensión.
-Vamos, inténtalo...*

Acompañó las manos del conde con una de las suyas para asegurarse que tocaba donde debía y no movía alguna piedra clave que les derrumbaría todo encima.

-Sí, es esa, cuidado no empujes la de la derecha...

En cuanto el moreno tuvo sujeta la piedra, la völva apoyó ambas manos en el suelo y reptó con sumo cuidado, apegándose todo lo que pudo al cuerpo ajeno. Tardó un par de minutos, pero logró salir de allí sin que hubiera derrumbamiento, lo que ya consideró todo un éxito. Giró en una pequeña zona que parecía estable y miró de nuevo la abertura de allí arriba.

-Buff, menuda odisea me espera... Como dé un paso en falso, adiós.*

-Deja de pensar en dar pasos en falso, háblame de esas flores y avanza sin mirar abajo..has de salir y buscar ayuda, mantendré las piedras como pueda para que no se me vengan encima, pero has de darte prisa ¿de acuerdo?
Hasta en estas circunstancias me comportaba como todo el mundo esperaba de mí pese a que el dolor me doblaba en dos y la sangre salía a borbotones, la voz se me quebraba, aunque bien podía ser del esfuerzo que estaba haciendo con los brazos y piernas por mantener todo en su sitio.
Mis músculos estaban tensos, mi pecho subía y bajaba violento y mis ojos se emborronaban de pequeñas manchas marrones cuando trataba de enfocarla.
-Vamos, empieza a subir y deja de pensar en que fracasarás, lo conseguirás.*

-Es muy fácil decirlo cuando si mueres será por mi culpa.

Aseguró ella que se acercó gateando a la pila de rocas y estiró un brazo para intentar tocar las más cercanas. Intentaba comprobar su estabilidad, saber que aguantarían sus movimientos y peso y que no aplastarían al testarudo norteño. Tomó aire en profundidad, cerró los ojos y le rezó a Freya, que ya que estaba fuera, seguro la escuchaba antes que Odín o Thor, descansando en su trono de Asgard. Miró de reojo a Höor y se incorporó.

-Deséame suerte.

Dijo, antes de comenzar a trepar con sumo cuidado, mientras murmuraba nombres de flores que había estudiado para las pócimas.*

Ladeé la sonrisa mientras iba preguntándole por las combinaciones de esas plantas que al parecer usaba para hacer las pócimas, mi voz cada vez iba sonando más apagada, pero ella iba ascendiendo con firmeza, mis ojos se entrecerraban, perdí la noción del tiempo y el hilo de la conversación, mis brazos cedían y con ellos las piedras, sacudí la cabeza al notar que se movían, y volví a tensar lo brazos.
Le faltaba poco por salir de aquel infierno de piedras en el que nos habíamos metido.*

Fue escalando poco a poco, evitando aquellas rocas que al primer contacto se movían. No resultaba fácil y aunque ella era una norteña, lo de trepar no era lo suyo. Después de ver al conde subirse al árbol como un mono cuando apareció la hidra, tenía claro que el indicado para el trabajo era él y no ella. Pero ya estaba casi arriba y se giró una vez más para ver al moreno que ya no le decía nada.

-¿Estás bien ahí abajo? Ya casi estoy...

Dio un paso hacia la derecha y pisó una piedra que se movió y cayó rodando. Sus ojos se abrieron como platos, temiendo que más se unieran al descenso, pero por suerte no ocurrió nada grave y el canto no le dio al vikingo.

-Maldita sea tu idea...

Murmuró en un gruñido, antes de asomarse por el agujero y pedir ayuda. El problema era que no cabía entera, sus caderas no pasaban.*

Escuchaba su voz pero no distinguía exactamente qué me preguntaba, seguramente seguía hablando de flores y de sus mil combinaciones para las distintas pócimas útiles en la hechicería lo que me llevó a ladear la sonrisa mientras mis ojos se cerraban y me vencía el sueño por el desangramiento. Las piedras se vencieron contra mí, pero por suerte quedaron sujetas no se bien cómo mientras yo quedaba sepultado ligeramente entre las mismas con los ojos cerrados y un estado de semi inconsciencia. Dicen que cuando te llega la muerte frente a tus ojos pasa tu vida como en un flashback, ante los míos solo me venían las imágenes de mis hijos corriendo por un basto prado lleno de rojas amapolas y con el lago de fondo pues había llegado la primavera.*

Al otro lado había otra sala, una grande como la primera en la que habían entrado, donde supuestamente esperaban encontrarse a la hidra y les habían recibido aquellos gigantescos e insistentes golems pateadores. Sin embargo, parecía estar vacía y, a diferencia de las otras, muy iluminada, como si el sol atravesara el techo.

-¡Freya, Ares, Afrodita!

Pensó que llamar al vampiro no era oportuno, que puestos a pedir ayuda mejor a los dioses que tendrían más posibilidades de mover montañas y agrandar agujeros. Ella seguía intentando sacar el culo de allí, pero no había manera, no salía.

-Se acabaron los aguacates, amiga...

Se dijo a sí misma, antes de meterse de nuevo hacia dentro para hablar con el norteño.

-¿Cómo va ahí abajo?

Pero no hubo contestación y eso la apremió a clamar de nuevo a los dichosos y vanidosos dioses, que en vez de quedarse a ayudar, habían huido como cobardes.

-¡AYUDA!*

Mis sentidos agudos me permitieron escuchar los gritos de la völva, ella parecía estar en problemas y algo me decía que no sería la única.
Los dioses, a eso que por cierto si llamo y no a mi, también escuchaban sus vocifeos y se apresuraron en ir a su encuentro.
Ares que no escuchaba la voz de su “amigo” se dedico con fuertes ráfagas de energía a derrumbar paredes de piedra dispuesto a dar con ellos mientras Freya le recordaba que si seguía haciendo tal alarde de potencia acabaríamos sepultados por la gruta.
-Esto no es un alarde de potencia -replicó el dios de la guerra -ya sabes que no tengo medida cuando empujo cosas -puntó con picardía mientras yo negaba con la cabeza.

Los dioses eran vanidosos hasta en los momentos que no debían de serlo, el tiempo apremiaba pero estaban tan ocupados en mirarse el ombligo..
-No es por molestar, pero os recuerdo que son humanos, mortales, lo que por si no os habéis parado a pensar...significa que pueden dejar de respirar ¿necesitabas al norteño para empuñar la espada y a la volva para controlarlo y hacerlo posible, bien, pues..

No acabé la frase cuando Freya pareció despertar de su particular tonteo con Ares y empezó a colaborar para dar con ellos con rapidez.
Afrodita hundió sus pardos en mis pupilas color hielo al escuchar mis palabras.
-Los dioses nos usas como meras piezas, olvidáis que sufrimos, sentimos, amamos y odiamos, olvidáis que somos algo mas que figuras de un tablero. Pero bueno...acabo de recordarles la utilidad de las fichas, parecían haberla olvidado y se lo que sucede cuando algo deja de ser útil, divertido..

Fijé mi vista en Afrodita a la que seguramente le carcomía el sentimiento si es que de eso tenía.
-¿puedo preguntar algo?
Esta asintió.
-¿Mi hijo? Se que murió, pero...¿fue al olimpo? Que pasa con el alma de los infantes...

La hechicera pedía auxilio y la diosa griega enseguida giró la cabeza en la dirección de aquel grito. Ares fue el primero en reaccionar, aunque no de la manera más acertada, sino de la suya, obcecada, agresiva y sin medida. Afrodita fue a decirle algo, llegando a alzar ligeramente la mano derecha, pero antes de poder decir algo, únicamente tras despegar los labios, el troyano verbalizó su opinión que fue directa y sin miramientos.

Sabía que tenía razón, ella había sido durante siglos una mujer vanidosa, una deidad que únicamente pensaba en sí misma, pero todo había cambiado tras su gran error con Eris, con Paris, con Helena… La caída de una ciudad, la muerte de miles de fieles, de hombres que lucharon en una cruenta guerra de origen innecesario. Aunque tardó en percatarse de su fallo y asumir la culpa. Pero ahora, ésta, le pesaba como la más grande de las losas sobre los hombros.

Cuando el cainita enfrentó sus ojos, sintió como si una estaca le atravesara el corazón. Ella no moriría por algo así, pero dolía, se clavaba hondo y hacía raíces. Sin embargo no dijo nada, se mantuvo callada, agarrando la tela de sus ropas con la diestra, evitando así llevársela al pecho. No deseaba mostrarse dramática, ni siquiera vulnerable, porque Ettore lo usaría para atacarla luego, aunando esos hechos al odio que sentía por ella. Aunque lo que más le dolió fue la pregunta, porque por primera vez, no vio rencor en la mirada del vampiro, sino una inmensa tristeza. Tomó aire muy despacio antes de hablar en tono suave y bajo.

–Tu hijo está en los Campos Elíseos, igual que tu mujer. El tribunal del inframundo les juzgó como almas puras y tomaron el sendero de los afortunados.–

Según su religión, todos eran enviados ante el tribunal tras cruzar el río Estige en la banca que gobernaba Aqueronte, llevados hasta el palacio del Inframundo, donde eran juzgados. Los afortunados eran guiados por el sendero que daba a los Campos Elíseos, los mediocres eran enviados a la llanura de Asfódelo y los condenados, al Tártaro.

Ya estaba el llorón recordándonos a los dioses lo malos que eramos por haber llevado a Troya a la destrucción.
-como la mitad de Troyanos fueran como tu, yo mismo le hubiera prendido fuego con gusto -aseguré ladeando la sonrisa ante lo que un Ettore envalentonado tiro para delante dispuesto a callarme.
Fue Afrodita la que se interpuso entre los dos titanes, mi sonrisa se ladeo al ver con la facilidad con la que prendía la mecha e instalaba el caos.
Aprende del norteño, griego, porque se queja menos aun sabiendo que su sino pronto lo ligará a la muerte en vida.

Freya apremió a que siguiéramos andando, habíamos quitado las piedras que nos impedían colarnos en esa sala donde debían estar los dos humanos. Nada mas llegamos vimos como el techo se había derrumbado ser ellos, apreté el gesto corriendo hacia el medio cuerpo de la völva.
-Oh, por los dioses del Olimpo, has perdido las piernas -bromeé llevándome un capón de Freya -¿Höor? ¿donde esta?

No escucharlo me impaciento.
-¡Höor! -hundí mi mirada en la de la völva -tu tenias que cuidar de él, porque tu estas viva y por contra no veo su aura -le recriminé ¿donde cojones esta el norteño?
Ese muchacho me caia bien, para mi los humanos eran meras piezas pero esta pieza la quería para mi ejercito o quizás es que me recordaba a lo que un día fui yo mismo..¿no me habría quizás acostado con su madre y seria mio?

Empezamos a quitar las rocas con cuidado de que n ose vencieran sobre el norteño que estaba bajo sepultado, la primera en salir de ahí fue una angustiada hechicera que como el resto esperaba dar con ese suicida vivo al menos.

Los gritos de la hechicera hicieron que los dioses corrieran a ver lo que sucedía, pero antes de poder ir a socorrerla, el troyando tuvo que interrumpirles con su palabrería. Según él no tenían en suficiente estima a los dos mortales que, cabezones como ellos solos, se habían quedado atrás con las dos moles. ¿Qué culpa tenían los dioses de que los humanos se creyeran invencibles? Ignoró al cainita, pasándole por al lado y dirigió sus pasos, raudos, hacia el origen de aquella voz que les llamaba a gritos.

Ares emprendió a golpes el intentar alcanzarles, pero por suerte cambió de táctica por una más prudente. Freya se colocó a su lado y le ayudó a apartar rocas, mientras Fenrir escarbaba por otro lado, intentando llegar al mismo punto que ellos pero con otro método, el perruno.

Tras varios minutos de retirar piedras, al fin dieron con la norteña que parecía atascada en un agujero. El griego hizo una broma sobre su estado y aunque le resultó graciosa, por la situación en la que se encontraban decidió que lo mejor era poner un poco de orden, dándole un capón a Ares.

–Déjate de tonterías. Tenemos que sacarla de ahí y encontrar al conde.–

El dios griego empezó a recriminarle a la völva que ella estuviera allí arriba, viva y el aura del norteño no se percibiera por ellos. La rubia tomó las dos muñecas de la morena y tiró de ella con fuerza, sacándola del boquete en el que estaba encallada.

–Ve a buscar a Höor.–

Espetó con urgencia a la deidad de la guerra que enseguida apartó más rocas para hacer el agujero más grande, logrando así colarse dentro para descender hasta el suelo. El vikingo estaba inconsciente y no parecía respirar. Freya bajó justo después y entre los dos, ayudados por el troyano que les había seguido hasta allí abajo, sacaron el cuerpo inerte del conde para llevarlo a la sala grande donde poder reanimarle. Fue Heith la que con un brazo apegado al costado, como si intentara sujetarse las costillas, se arrodilló junto al mortal y le examinó allí tendido.

–Sálvale la vida o estamos todos jodidos, hechicera.–

En cuanto los dioses lograron sacar al norteño de debajo de aquella pirámide de rocas, lo llevaron con cuidado, pero rápidamente, hasta la sala contigua donde Afrodita permanecía a la espera de no se sabía muy bien qué. La völva corrió a arrodillarse junto al cuerpo inerte del conde y comenzó a examinarle, palpando la zona del pecho por si, como casi le ocurría a ella, se le había fracturado alguna costilla por el peso de las piedras. Ya había visto la herida de la pierna, así que antes de empezar a buscar más lesiones, le pidió al troyano que le hiciera un torniquete por encima del muslo, cerca de la ingle. -No encuentro más problemas que ese… Necesita sangre.- Miró a los allí presentes que no parecían inmutarse.
 
-Yo le puedo dar parte de mi energía vital, pero sin sangre en su cuerpo no servirá de nada.- Aseguró, tomando una de las manos de Höor entre las suyas. Pegó la palma de su diestra a la de la foránea y con la zurda rodeó el dorso, aprisionando suavemente la extremidad con los dedos. Alzó éstas, acercándoselas al rostro y murmuró un encantamiento contra ellas. Las venas de la hechicera parecieron cambiar de color, ya no se veían azuladas, ahora eran de un tono blanquecino brillante, casi como si de ellas fueran a salir los mismísimos rayos del sol, atravesando su piel. El corazón del conde no latía, pero mientras estuviera conectada mediante vigoris, el cerebro no moriría. Ella no podía hacer más, debían ser los dichosos dioses los que movieran el culo y pusieran de su parte. No tenía instrumental a mano para intentar transferirle sangre, tenía aguja, pero no tan gruesa y no tenía tripa para ayudar al traspaso de un cuerpo a otro. La cosa estaba complicada.