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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Jeremy Legrand Mar Mayo 15, 2018 6:42 am

-Un momento... ¿el pianista?

Jeremy encogió la cabeza sobre sus hombros, apretando sus finos labios y asintiendo repetidamente en silencio ante el mayordomo de la bella y colosal mansión parisina. No era la primera vez que levantaba ese tipo de dudas debido a su aspecto. Y es que, si bien había tratado de que se notara lo más mínimo, para ojos excrutinadores el parche que había cosido a la chaqueta de su traje, a la altura del cuello, brillaba como un faro encendido. Por suerte, el mayordomo entendía que era demasiado tarde como para reemplazar al pianista del evento aristocrático que tenía lugar en la mansión aquella noche.

-Válgame el cielo, pase, y no hable con nadie.-advirtió seriamente, haciéndose a un lado para permitirle entrar por la puerta de servicio y guiándole desde el recibidor, pasando por las cocinas, hacia la parte trasera del gran salón donde bullían los invitados.- Limítese a tocar.

-Sí señor, seré una tumba, ¡le estoy agradecido!-sonrió aliviado, tratando de seguir el paso del mayordomo con su cojera.- No se imagina lo que...

Pero el hombre cerró la puerta después de que el pianista la atravesara, ofreciéndole tan solo una fría y violenta brisa de despedida. Estaba solo en el extremo opuesto del gran salón, donde un sin fin de parejas de la más exquisita aristocracia, no solo parisina sino familias influyentes de todas partes de Europa, se reunían para festejar quién sabe qué, o tal vez era un alarde de poder por parte de los señores de la casa. A Jeremy poco le importaba: él estaba allí por una cosa: el piano y la buena suma de dinero que le valdría tocar allí esa exclusiva noche.

Los invitados aún estaban llegando, por lo que simplemente tomó asiento frente al bello instrumento sin que nadie reparase siquiera en su presencia, frotando su pierna dolorida por la apresurada carrera hasta allí. Entonces alzó su mano, pasándola sobre la cubierta de madera embellecida del piano, acariciándolo como si de un íntimo ritual se tratara. Reveló las teclas que tan bien conocía y se aseguró de que estuviera bien afinado, tocando unos breves acordes. No lo hacía con el tecnicismo de un profesional, sino con el amor y el cariño con el que dos amantes se entregaban el uno al otro. Y es que, cada vez que tocaba, Jeremy sentía que él mismo se entregaba al piano, abría su alma tan firmemente sellada y sentía como si todos los nudos de su cuerpo se desataran, permitiéndole respirar.

Aquello eran solo los preliminares. Entonces, comenzó a tocar.

Música

Pese al ruido de pasos, las conversaciones y risas de la multitud, Jeremy se sentía solo en la habitación con aquél piano. Todos sus movimientos, sus gestos, seguían a la melodía, mezclándola con todo ese mundo interior que nunca compartía con nadie, y que nadie entendería en esa sala donde la música que brotaba del instrumento, de su cuerpo y sus dedos retorciéndose cada vez que presionaba con una pasión ferviente aquellas teclas blancas y negras, no era más que una melodía de fondo para sus banales conversaciones. No importaba que la audiencia fuese sorda y ciega, todos ellos dejaron de existir hasta que estuvo demasiado exhausto para continuar.

Era lo que mejor sabía hacer en esta vida pero eso, después alcanzar aquél climax emocional que hacía vibrar cada uno de sus músculos, no le dejaba sino un sabor agridulce que nunca se iba.

Necesitaba un respiro, un vaso de agua y algo de aire fresco después de dos horas tocando. Se puso en pie apoyándose suavemente en el instrumento, tratando de llamar la atención de los apresurados sirvientes pedir un refrigerio antes de volver al trabajo, pero era imposible para él reclamar adecuadamente la atención de ninguno. Aclarando su garganta seca, dedujo que solo había una opción: mezclarse un minuto, solo un minuto, entre los invitados. Quizás menos. Lo justo y necesario para conseguir lo que buscaba.

Así pues, se encogió como si así pudiera parecer invisible, pasando todo lo discretamente que podía entre los invitados en dirección a las mesas repletas de comida y bebida.  
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Mensaje por Femke Van Roosevelt Mar Mayo 15, 2018 10:24 am

"Felicidad, efímera felicidad."


Le encantaban los cumpleaños, era el día en que cada persona daba la vuelta al sol, un día para sentirse especiales con el mejor y más cierto argumento, en el que todos merecían ser consentidos sin ninguna excepción y para los ojos de Femke, cuando más se brillaba y se podía apreciar una luz en las personas difícil de encontrar otros días en el año, excepto en mujeres embarazadas, en los enamorados, bebés y niños, y aún así, eran brillos diferentes, siempre lo eran.
Pero aún en medio de la alegría y el gusto por festejar un natalicio, Femke veía el real trasfondo, muy claramente. Era la forma en que el tiempo decía al hombre que lo velaba de cerca, la oportunidad de ver cuánto se había hecho o dejado de hacer, el momento de reevaluar sin sentidos y comenzar proyectos nuevos, mucho mejores, de renovar esperanzas.
Oportunidades y esperanzas, eran bonitas palabras.

El cumpleaños de Antoine Faure-Dumont, debía ser un evento inigualable a la vez que exclusivo, muchos eran los invitados, pero muchos más los que se habían quedado esperando invitación alguna, ella la había tenido fácil al ser amiga de la hermana del festajado y por supuesto, al poseer el título que tenía.
El gran salón olía a la parafina de las velas que colgaban de los candelabros, a vino y a whisky, a los diversos perfumes y colonias finas que contándola a ella, portaban los invitados, a comida perfectamente seleccionada, a arreglos florares blancos y rosas en grandes macetas griegas con las que habían decidido adornar la habitación.

Olía a jovialidad y a conversaciones banales pero siempre encantadoras, siempre era siempre, era una regla que no podía romperse a no ser que fueses un paría o susurraras temas más oscuros e incomodos tras bambalinas. ¿Y la baronesa? Llevaba sus cabellos recogidos con un broche de flores azules como el tono de su vestido y aunque siempre evitaba los grupos donde no se hallaba nada mejor por hacer que despresar a los demás con comentarios mordaces y destructivos, había caído en uno de ellos sin desearlo. Y para colmo, a la fiesta, en su opinión, le faltaba algo. Vida, lo que nadie podía permitirse en una velada tan festiva e importante, faltaba algo para llenar corazones.

- ¿Supieron lo que le sucedió a Lady Arrive?- susurró alguien en el grupo donde se encontraba y un rostro femenino asintió seguido de los otros tres que la rodeaban. Femke observó en silencio a cada uno de ellos, sabría de quién alejarse en las próximas reuniones en Francia, sabía que las novatadas solo eran un desperdicio cuando no se aprendía de ellas. Mirando a su alrededor, deseo estar en algún otro grupo o en alguno de los balcones, esperó el momento indicado para excusarse y alejarse con prontitud, deseó poder taparse los oídos y no tener que escuchar lo sucedido a la infeliz dama francesa.

Seguía faltando algo...quizás era la oportunidad de escapar de la crueldad nobiliaria.
Pero los tímidos acordes se lo recordaron mientras su corazón comenzó a bailar y sus ojos buscaron con emoción el lugar donde debía hallarse el instrumento, giró dando un poco la espalda al grupo, la mejor excusa para evadirlos podía ser la que no se pensaba, la imprevista. Allí tenía también su oportunidad.
Pendientes sus ojos quedaron al encontrarlo y ver el perfil del pianista, ese que esperaba hoy haría brillar a tan amado instrumento, el que le daría el toque secreto a la velada.
- Fue una completa vergüenza, yo no podía deja de reírme.- volvió a escuchar a uno de sus costados, regresó sus ojos y notó como todos la miraban esperando a que dijera algo.

Los miró pasando saliva, no había nada más que un ¿pueden guardar silencio?, el pianista comenzará a tocar. Pero cómo la música salvaba vidas, salvó la suya y su tiempo, comenzando con una pieza que solo la llevó a una infancia que aunque lejana, le pareció al alcance de las manos.
Sin pronunciar palabra ni dar más interés a nada más, girando de nuevo, miró al hombre sentado frente al piano y la forma en que sus dedos viajaban sobre las teclas como si levitaran, como barcos que se mecen con la mar, como debe tocar un amante a quien ama, viviendo la emoción de cada acorde como él la vivía. Diversión, la de quien disfruta lo que hace fue lo que también apreció en sus movimientos. Parecía mentira que la virtuosidad existiera cuando se hallaba frente a los ojos de los mortales.

Cerró los ojos al fin, dejándose llevar por el recuerdo y pudo oler el aroma del café recién preparado de ese pasado y a dulces de aniz. Se halló en una amplia habitación, rayos de sol como en un día luminoso y la mano de una mujer en una caricia en sus cabellos, como si alguien se los hubiera trenzado. Recordó una cinta rodeando su cintura, mientras ella sonreía inquieta, recordó el sonido de un suelo de madera al contacto con sus pequeños y bajos taconcillos. Pero como toda felicidad, fue efímera y la melodía terminó tal y como recordaba -o imagino- terminaba, aunque no supo cuánto se había quedado congelada en el tiempo, mientras a su espalda los criticones la trataban de rara, mirándola con extrañeza, mientras la vida seguía y las conversaciones avanzaban, tratos se formaban y regalos se entregaban.

Los sonidos de la velada regresaron a sus oídos y con lo en extremo particular de lo que le acababa de pasar, abrió los ojos deseando poder volver al lugar donde la melodía la acaba de llevar, si tan solo se hubiese agarrado fuerte a ese momento o si hubiera visto algo más que sensaciones y sonidos que aunque familiares, parecían aún ajenos. ¿Habría sido un sueño?¿Tendría el pianista la magia para hacerla imaginar lo que acababa su mente y cuerpo de imaginar?¿Y si podía mostrarle el pasado?¿Y si en realidad lo había vivido?
Intentó ser lógica, la magia no existía más que para sacar conejillos blancos de sombreros o cambiar naipes en juegos de cartas.

Dispuesta a saber la verdad o lo que sucedía, siguió con la mirada al músico que se levantaba para alejarse de todos, en realidad los había olvidado. La baronesa tomó dos copas de champagne, burbujeante y recién servidas, lo supo por la frialdad del cristal y la manera en que sus dedos dejaron huellas sobre su la superficie de sus cuellos, avanzando hacía él. Debía preguntarle, debía saber quién era y si en algún momento de su vida lo había conocido, si sabía algo de ella o su familia, si era un mago o solo un humano muy virtuoso.
Lo vio mezclarse entre los invitados, ignoró grupos y personas, en realidad tuvo que seguirlo largo tiempo, tanto que pensó que se iría de ella sin tener respuesta.

- Fue una hermosa tonada.- dijo al llegar por fin a su lado. - ¿Es creación suya?- Mirando su rostro para reconocerlo, no dudó en preguntar ladeando su rostro y ofreciéndole una de las copas de champagne.
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Mensaje por Jeremy Legrand Mar Mayo 15, 2018 11:19 am

Era para él una sensación realmente agobiante el encontrarse rodeado de tal multitud, intentando esquivar y rodear todo lo posible a los grupos y parejas, evitando llamar la atención. La mesa sobre la que se ofrecían las bebidas estaba ya a la vista, haciéndole detenerse un instante para aguardar a que el sirviente que supervisaba que no faltara nada en la mesa se girase para atender a uno de los invitados. El sentir una presencia a su lado, seguida de una voz femenina demasiado cercana, le hizo encogerse sobre sus hombros dando un respingo sorprendido, dando un par de torpes pasos para quedar a una distancia cortés de la dama ante él.

Bajó la mirada instintivamente, pues era tan obvia su nobleza no solo en su cuidada porte y gestos, sino tambien en sus ropas... habiendo crecido entre costuras, tenía aquella habilidad a la hora de reconocer la clase de una persona por su forma de vestir. Se percató del escrutinio al que los ojos azules ajenos le estaban sometiendo y su propia mirada vagó por todo rincón de la habitación sin saber dónde ocultarse, no solo por su timidez, sino porque estaba desobedeciendo la orden directa que el mayordomo le había dado, y eso podría acarrearle consecuencias... pero, por otro lado, sería aún peor volverle la espalda a la joven.

-Gracias...-sonrió con sus labios tensamente apretados, volviendo a divagar su mirada por la sala antes de atreverse a posarla en la chica.- No sabía que nadie estaba escuchando.-¡estúpido, estúpido, estúpido!- ¡Quiero decir...! No pensaba que...-antes de alimentar la sensación de querer que la tierra le tragase en ese momento, reaccionó alargando la mano hacia la copa que se le ofrecía, poniendo sumo cuidado en no rozar ni por asomo los dedos ajenos.- Se lo agradezco, una garganta seca puede acabar en un desliz de teclas, ha salvado la noche de un pianista sediento.-rió, intentando ocultar su nerviosismo, llevándose la bebida a los labios como si necesitara llenar cada espacio en silencio con algún movimiento errático.- ¿Le... le ha gustado de verdad?

No podía evitarlo, estaba tan acostumbrado a que nadie le comentara sobre su trabajo que, cada vez que ocurría, no podía dejar de llenarse de una chispa interna. No obstante, debía volver a poner los pies sobre la tierra y la cabeza en su sitio. No se suponía que debiera mezclarse con los invitados, mucho menos entablar conversación con una distinguida y joven dama.

-Di-disculpe mis modales, señorita. Me llamo Jeremy Legrand.-se presentó, sosteniendo la copa con su zurda y realizando una cortés reverencia inclinando su cabeza.- Si tiene alguna petición, será un placer para mi el complacerla.
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Mensaje por Femke Van Roosevelt Mar Mayo 15, 2018 7:51 pm

"A veces no conoces el verdadero valor de un momento hasta
que se convierte en memoria."-
Dr. Seuss.


El músico debía estar rondando los veinticinco años, o eso fue lo que sus ojos le dijeron cuando pudo detallar más en sus facciones, no era de clase alta y eso lo decían los ropajes que llevaba, también su actitud y movimientos que aunque eran corteses, carecían de ese aire propio de la elite, eso ni hizo más que aumentar el deseo de la baronesa por conocerlo y seguir preguntando. Aunque lo primero que pudo constatar, era que él poco o nada la conocía o recordaba, se sintió algo desanimada pero no se rendiría tan fácilmente.

La baronesa lo contempló serena, tomándose el tiempo necesario y sin prisa, siguiendo la trayectoria de sus ojos cuando evadió su mirada. Al público, a la mesa, a las lamparas, las paredes. Al pensar en que tal vez solo fuera timidez, decidió que lo mejor era seguir detallando en él, esperando a que llegara el momento en que pudiera escuchar su voz y comenzar el camino a las respuestas, porque en su mente esperan por ellas las preguntas dando vueltas incesantes.

Fue así como sus ojos siguieron con el escrutinio al joven, esa observación del que posee calma, del que disfruta con lo que ve y la situación de una manera en que todo termina reflejándose en seguridad. Escucha su voz agradeciendo y sus labios se curvan al asentir, alegre y conforme de que él haya decidido romper el silencio que ninguno se ha atrevido a apagar desde que ella habló. - ¿Por qué no lo escucharía?- le pregunta con extrañeza, aunque es consiente que la gran mayoría de los presentes sigue inmerso en sus conversaciones. - Tontos ellos que se lo han perdido.- mira a su entorno para volver a él.

- Ha sido un momento hermoso y difícil de ignorar.- no mencionó que no es de las que va a una fiesta solo a hablar y hablar sin descanso con los mismos conocidos. Ella disfruta del tipo de encuentro como el que estaba viviendo. - Y quien en realidad debe agradecerle soy yo, señor. Me ha salvado de una conversación poco interesante con su música.- agradeciendo de corazón deja que la copa se deslice entre sus dedos para que cambie de dueño.

Todo en él era curioso, parecía un tierno animalillo asustado, Femke esperó que no fuera por ella, pero también pensó que esos rasgos quizás eran propios de lo que escondía la genialidad, aunque había conocido a otros genios carentes de modestia por completo, esos siempre le habían resultado algo molestos, pero no podía olvidar que había tenido conversaciones cautivadoras con ellos y muchos seguían siendo interesantes ante sus ojos aunque fueran unos completos arrogantes. Amplió la sonrisa y cerrando los ojos, asintió lento. - Sí, me ha gustado y mucho. - demasiado, pero aún teme decir cuál fue el ingrediente secreto de tal gusto, a parte de una ejecución perfecta. Abrió los ojos pra encontrarlo de neuvo frente a ella, él parecía confiable.

Disfrutando de sus modales y la reverencia que le ofreció, susurra su nombre. - Jeremy Legrand.- intenta en el francés que ha utilizado poner la entonación donde imagina iría. - Un placer conocerlo, soy Femke van Roosevelt, baronesa de los Países Bajos. - ahora le tocaba a ella devolver la reverencia e hizo una elegante como haría a cualquier noble con el que se cruzara, hábitos tatuados en la piel. - No tengo ninguna petición en especial, deseo escuchar lo que su creatividad le susurre, yo...- se detuvo aún indecisa de decirlo, - yo solo quiero saber una cosa.- lo miró suplicante, muy fijo. - ¿Usted me conoce, señor?- era una tontería lo sabía, como quien tiene amnesia y no recuerda quién era, así se sentía.
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Mensaje por Jeremy Legrand Miér Mayo 16, 2018 6:13 am

No supo o no encontró las palabras para responder a la primera pregunta de la joven dama, sus labios moviéndose nerviosos intentando hallarlas y terminando con la cabeza aún más encogida entre sus hombros cada segundo que pasaba enfrascado en aquella tarea. Por suerte, la joven le salvó de la situación con aquél desenfadado comentario, haciéndole soltar el aire acumulado en sus pulmones en una tímida y suave risa.

-Es un placer haber sido de ayuda en ese caso.
-sonrió, algo más tranquilo pasada la primera barrera.

Aquella sonrisa, los párpados de sus ojos cerrándose, todo ello parecía acontecer a cámara lenta para Jeremy, abochornado y al mismo tiempo eufórico a su concreta, peculiar y única manera de que su música hubiera agradado a alguien hasta el punto de querer conocerle. Normalmente, como mucho solo era una atracción, puesta en escena para entretener a una multitud ante la cual pasaba desapercibido no solo él, sino las notas cargadas de todo aquello que nunca había sabido describir con palabras.

-No sabe lo feliz que me hace oír eso.

De súbito, algo le ocurrió al pianista. Sus ojos se abrieron de par en par en sorpresa al escuchar el nombre pronunciado por los labios ajenos. De pronto su mente ya no estaba allí, algo la había agarrado con fuerza y la arrastró hacia el pasado, hace exactamente doce años atrás.

Recordaba la escena como si la viviera en ese instante. La elegancia de su padre y su madre no solo al vestir, sino al conversar con la noble pareja que les había invitado a su distinguido hogar para confeccionar un vestido muy especial para su hija de seis años.

Por aquél entonces él tenía 18 años. Nunca había tenido el porte de su padre ni la elegancia de su madre, siendo un chico retraído aunque educado. Se encontraba allí de pie junto a sus padres, en la hermosa sala donde los adultos conversaban tras tomar las medidas a la pequeña. Ella estaba sentada en aquella ornamentada silla contra la pared, sus piernecitas balanceándose sin tocar el suelo y un gesto terriblemente aburrido en su rostro sonrosado. La miró por unos minutos hasta decidirse a separarse de la conversación en la que era solo un mero elemento decorativo, para acercarse a la pequeña Van Roosevelt, sentándose a su lado casualmente.

-Qué aburrido, ¿verdad?-susurró en complicidad a la niña.-¿Salimos de aquí?

Tras pedir permiso para ausentarse con la pequeña, la llevó hacia el salón adjunto, donde se disponía un precioso piano tallado en madera caoba. Allí fue donde tocó aquella misma melodía para entretener a la niña, quien a su vez le mostró orgullosa los pasos de baile que estaba aprendiendo.


Su corazón parecía haber dado un vuelco, sin poder creerse que tuviera delante a la misma niña que trataba de enseñarle a bailar un vals con todo el convencimiento del mundo.

-Siento mucho decirle...-no pudo evitar sonreír por el recuerdo, bajando momentáneamente la mirada antes de atreverse a fijarla en ella.- Que todavía no he aprendido a bailar el vals, señorita Van Roosevelt.
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Mensaje por Femke Van Roosevelt Miér Mayo 16, 2018 4:36 pm

"Déjà vu."


Asintió, la calma era la cuota que podía darle al hombre que tenía frente a ella, aún convencida de que de alguna manera debía agradecer lo que la había hecho vivir y siendo algo que hacía parte de su carácter habitual, lo hizo de buena gana. - Debería ser feliz más seguido, es mi opinión.- en un mundo donde las mujeres tenían derecho a opinar con levedad y sin tanto entusiasmo en temas más trascendentales que la moda o la socialite, se sintió plena de poderlo hacer, él le daba la confianza y había en esos ojos azules y cristalinos algo que la hacía confiar en que no se burlaría o le reprocharía por ser espontánea y sincera.

La reacción a su nombre fue una sorpresa, aunque no supo si había sido buena o mala. Los ojos de él se abrieron de par en par mirándola como si hubiese visto un fantasma. - ¿Está bien?- preguntó colocando una mano con extrema delicadeza sobre el hombro derecho del músico, acercó la otra a su pecho en un mal presentimiento, jamás había recibido una reacción así ante una presentación, siempre era bien recibido el ser quien era. Ahora tenía miedo, esperó que él no saliera corriendo despavorido con su presencia sin por lo menos una respuesta.

Bajó la mano, sabiendo que podría ser mal visto aquel contacto y los chismes corrían. ¿Así se sentirá la locura?¿Deberá volver a preguntar si la conoce? Ya no se encuentra tan segura, lo único que ahora parece cierto es el lugar donde se encuentra, su realidad más mediata, que ambos están frente a frente y que siente en esos ojos que mira una inmensa familiaridad. Lo vio bajar la mirada luego de la pausa a lo que parecía ser la solución al enigma y en su lugar recibió otro.¿Era un invitación a bailar? Porque un vals ni siquiera estaba sonando, si él era el pianista y a su alrededor solo volvían a escucharse las encantadoras risas y charlas entre brindis, ¿por qué le hablaba sobre bailar?...Lo extraño fue lo que sucedió a continuación.

- No es tan difícil, señor. Es como caminar. - sin tener que pensarlo mucho, de manera automática fluyeron las palabras, supo lo que debía decir, como si ya lo hubiese pronunciado en otra vida, en otra piel. ¿Acaso se estaba volviendo loca. - Cuando era niña, escuche a un hombre tocar un piano como nadie, solo como usted lo ha hecho esta noche. - bebió otro poco del champagne sintiendo cómo las burbujas bailaban en su lengua, como si así se fuera la extrañeza, aunque no sabía bien si quería ahuyentarla.

- Acose a mi padre mucho tiempo para que me enseñara y al fin lo hizo.- miró al suelo frunciendo un poco el ceño. - Aunque no soy ni la cuarta parte de buena como usted lo es. - dio la antesala a la pregunta que debía hacer, debía aunque la juzgara de poco cuerda. - Pero no me ha contestado aún...y no sé si esté enloqueciendo, ¿usted me conoce?- insiste, mordiendo su labio inferior, pocas veces se había sentido así, fuera de lugar, de época, de vida.
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Mensaje por Jeremy Legrand Jue Mayo 17, 2018 12:18 pm

No lo recordaba.

Si con el simple posar de su mano en su hombro se le había tragado la tierra, no había ne el mundo persona que pudiera imaginar el bochorno que sintió cuando se dio la mal interpretación de sus palabras. ¿Qué habría pensado de él? ¡Por todos los cielos! ¿No habría pensado que...?

De nuevo no encontró las palabras para arreglar tal catástrofe, pero tuvo algo de bueno en esta ocasión. A juzgar por los comentarios de la joven Van Roosevelt, parecía que sí le recordaba, aunque no fuera tan nítidamente como él lo hacía. ¿o quizás hablaba de otro hombre? Las dudas se mezclaban con la vergüenza en su cabeza, creando una nube que le era difícil despejar.

Tal vez era lo mejor. Que no le recordara. Después de todo, él era solo un pianista venido a menos y ella... bueno... era una Van Roosevelt. Estuvo a punto de negar la última pregunta, tan a punto que incluso en sus labios se había formado ya el "no". Pero su forma de ser, la calidez tanto de su trato como del recuerdo, le hicieron cambiar totalmente su plan de acción en el último segundo.

-Le... le pido disculpas por la confusión. La conozco, pero quizás usted no me recuerde.-sonrió con timidez, animándose a seguir adelante con sus palabras.- Fue hace doce años, sus padres querían regalarle un vestido por su cumpleaños, e hicieron llamar a mi familia para el encargo.-se encogió de hombros, sin saber muy bien por qué, como un acto reflejo implantado en su mente.- La vi tan aburrida que pensé en ayudarla a que el tiempo de espera fuera lo más entretenido posible.-rió suavemente, bajando la mirada.- Yo compartí con usted una canción, y usted compartió conmigo sus pasos de baile.

Selló sus labios, sin saber qué más decir y sin poder evitar ser devorado por el presentimiento de que había creado una situación incómoda para la joven.

-Fue hace mucho tiempo, era solo una niña, no... no se preocupe, de verdad. Siento muchísimo...

Ni siquiera terminó de hablar, bajando la cabeza avergonzado y tratando de buscar una ruta de escape.
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Mensaje por Femke Van Roosevelt Jue Mayo 17, 2018 4:37 pm

"El placer es la flor que florece;
el recuerdo es el perfume que perdura."
- Jean de Boufflers

El velo del olvido fue retirado de su cabeza con una caricia suave al escuchar la palabra vestido y cumpleaños. Dio un nombre a cada una de las cosas que rememoró cuando escuchó la melodía del músico. El primer olor, el café que su padre y el de él habían compartido; el olor a anís, los dulces que su mamá halló para distraerla y se estuviera quieta hasta que tomaran sus medidas para el vestido perfecto: el lazo en su cintura, la herramienta del modista, el metro; la caricia en sus cabellos, su madre haciendo la trenza de la mañana. Fue ella la que ahora abrió los ojos de par en par, mirándolo, allí estaba aquella familiaridad que tanto había buscado encontrar en su cabeza.

Tuvo antojos de llorar por la calidez que sintió en su corazón, los ojos se le humedecieron, pero fue fuerte y su sentimiento, ese tan dulce, se reflejó en su sonrisa al mirarlo mientras terminaba de escuchar sus palabras. Allí estaba el porqué a sus preguntas y a aquel viaje de vuelta al pasado. Fue un gran alivio, no se estaba enloqueciendo y el confort que sintió lo mostró tocando su pecho con ambas manos, algunas gotas de champagne cayeron al suelo, poco le importó que así fuera y pronto se aburrió de tenerla en las manos, dejándola sobre la mesa principal donde descansaba el banquete. Algunos invitados se acercaron, la baronesa los miró, pero no había nada más interesante que él en ese preciso instante, así que facilmente los dejó de lado.

Cautivada Femke se atrevió a por fin volver a romper la distancia, apoyó las manos sobre sus hombros y acercó su rostro al de él unos cuantos centímetros, nada que pudiera escandalizar demasiado a nadie o comprometerlos y sin embargo, no pasaron desapercibidos ante algunos invitados. Ignorando aquello, Femke siguió con su inspección exhaustiva, los amables ojos, la timidez expresiva y adorable, la manera en que la hacía sentir. - ¡Cómo pude ser tan despistada y tonta!- dijo por fin, tocando ahora una de sus mejillas. - Yo lo recuerdo, ahora todo está claro.- sus ojos brillaban, estaba feliz, tanto que podría besar esa mejilla del músico que acababa de acariciar, enfrentando cualquier mirada.

Sin embargo, como toda dama contuvo su emoción y se alejó de nuevo, tampoco deseaba que el señor Legrand pensara que la hija de los nobles van Roosevelt se había convertido en una deshonra para su familia. Meneó la cabeza, no había nada que excusar, ya que la calma acostumbrada volvía y su mente se regocijaba en el pasado feliz, todo estaba más que perfecto. Podría bailar un vals sin música sintiéndose en las nubes. - ¿Por qué se disculpa, Señor Legrand?- le habló con el mayor de los afectos tratando de tranquilizarlo.

- Era una niña cuando lo conocí y usted me cuido, dándome su compañía con la mayor amabilidad del mundo. Le debo que me salve de unos de mis mayores miedos, el aburrimiento.- miró alrededor, ahora ellos, todos en el salón se veían tan sosos, tan insípidos, muchos se preguntarían qué tenía el hombrecillo frente a ella para captar su atención y ella lo tenía claro, ante sus ojos el era como un diamante. - Aún tengo aquel hermoso vestido intacto, es uno de mis tesoros de infancia...Y el de mi madre.- le confesó haciendo memoria del lugar su madre lo tenía debidamente doblado y guardado con recelo.
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Mensaje por Jeremy Legrand Jue Mayo 17, 2018 5:26 pm

No lo vio venir, ni literal ni figurativamente hablando. Ya estaba dejando la copa en la mesa y dando el primer paso, aún con la cabeza  gacha, para alejarse, cuando sintió aquella suave presión sobre sus hombros que le obligó a detenerse en el acto y alzar la mirada para encontrar el rostro ajeno tan cercano que seguro se habría dado cuenta de su agitada respiración en cuanto el retraído pianista se enfrentó a la situación. Estaba tenso, cada músculo de su cuerpo paralizado por aquél súbito acercamiento ante el que no supo cómo reaccionar en un primer momento, sus ojos divagando como si buscaran un lugar donde esconderse del escrutinio de los ajenos.

Pero todavía no se había enfrentado al culmen de la escena, notando la aterciopelada caricia en su mejilla antes de verla venir. Tenía tal nudo en la garganta que ni fue capaz de responder, tampoco es que supiera por qué pedía disculpas la mitad de las veces que lo hacía. Había crecido creyendo las palabras que desde niño le dedicaba el mundo a su alrededor: "Jeremy, eres raro", "Jeremy, el piano es para las chicas", "Jeremy, pareces una espiga mal doblada", "Jeremy..." Todo eso le había hecho crecer en quien era hoy en día, con tal miedo al rechazo, al ridículo y tan poca confianza y amor propio que no sabía aceptar o siquiera asimilar que alguien ajeno a su familia fuera capaz de aquella candidez y cercanía... o ser siquiera merecedor de ella. Alguien como él solo podía desear desaparecer cuando se percató de que muchas miradas le juzgaban entre silencios y cuchicheos.

-Y-yo...

Trató de articular palabra, probando a respirar profundamente y acabando con una respiración entrecortada. Pese a la cálida sensación que el trato de la joven Van Roosevelt le había legado, el frío de las inseguridades pronto fue más pesado.

-N-no... no me debe nada.-sonrió nerviosamente, cerrando los ojos un segundo buscando calmarse.- Yo l-le agradezco enormemente que me recuerde de esa forma y...-haciendo acto de gran valentía por su parte, fijó su mirada más de dos segundos seguidos en la de ella.- ...que me haya regalado unos valiosos minutos de su tiempo. Siento que la fiesta no sea de su agrado, y si pudiera hacer algo por usted...

Los nervios le hacían hablar más de lo adecuado, y al percatarse de ello se interrumpió en el acto. Fue momentos después que unos pasos acelerados y un semblante serio se encargaron de interrumpir cualquier intento por arreglarlo (o estrepitoso fallo).

-¡Señor Legrand!-se trataba del mayordomo, quien parecía haberle divisado haciendo precisamente la única cosa que le había pedido: no mezclarse con los invitados. En un despliegue de modales, el hombre saludó con una perfecta reverencia a la mujer.- ¿Está todo bien, su alteza? Espero que no se sienta ofendida, mis más sinceras disculpas por el atrevimiento de este hombre.-se giró discretamente hacia Jeremy, dirigiéndole una mirada tan fría que quemaba.- Vuelva al piano, señor Legrand.

El susodicho asintió con notable miedo. Miedo por las repercusiones que aquello pudiera tener para su trabajo, miedo de que decidieran no pagarle o contratarle de nuevo, de que extendieran el rumor... Por ello no pronunció palabra alguna, dispuesto a obedecer la orden sin rechistar.

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Mensaje por Femke Van Roosevelt Vie Mayo 18, 2018 12:21 pm

“ La gratitud puede transformar días comunes en "días de acción de gracias",
por lo tanto, puede hacer de la rutina laboral un día con alegría y
de las oportunidades, bendiciones”.
— William Arthur Ward.



La fascinación por su presencia y encuentro parecía no querer terminar, ahora más que nunca deseaba escucharlo, sentarse con él a conversar, beber con calma una copa sin el montón de personas que los rodeaban. Muchos de ellos seguían pendientes de los movimientos de la baronesa pero ella ya estaba acostumbrada desde hace años a que así fuera, ya se sabía que era intocable porque su dueño se suponía que era el rey de su reino, aunque también era cierto que la libertad e independencia para permanecer en casa que se le había dado a su madre y a ella era algo que agradecer al monarca. Aún así sería bueno que no llegara ningún rumor mal intencionado a su corte.

Y si el músico le decía que no le debía nada, ella deseaba ponerse sobre sus hombros las deudas más pesadas del mundo, sabiendo bien porqué, también deseaba hacerlo. Él era a sus ojos, su héroe en aquella velada y el el pasado, no importaba que las palabras quedaran a medias. - Ya lo ha hecho.- respondió cálida. - Mi tiempo es gratis para quien lo quiera disfrutar a mi lado - lo era, aunque le acosara la idea de morir sin vivir lo suficiente, si tenía un propósito no hallaba nada perdido y casi siempre lo había, - y para quien lo merece.- eso también era muy cierto, una de sus leyes de vida y la muestra de la vanidad elitista e inconsciente que la impulsaba.

- Que esté usted aquí, - se corrigió de inmediato, - que estemos, ambos,- alzó levemente los ojos al mirar a su alrededor, aún le parecía mentira y con los hermosos y costosos candelabros de cristal y metal dorado sobre ellos era como un sueño, tan brillante, tan cálido, - que haya elegido aquella pieza, no son más que señas de que debíamos reencontrarnos. - colocó sus ojos de nuevo en él, ladeando la cabeza con una mirada afectuosa. Estaba segura.

Se vio interrumpida en la contemplación del músico por una voz que retumbó en sus oídos cortando el agradable momento, que sonaba angustiada e imperativa. No alcanzó a devolver el saludo ni a negar por completo que el señor Legrand fuera un atrevido, parecía el mayordomo demasiado preocupado por evitarle la compañía del músico y los ojos que los miraban se enfocaron aún más en la escena. Debía ser rápida antes de perderlo, debía ayudarlo de alguna manera. Femke lo miró y levantó la mano con disimulo cuando el mayordomo no la observaba, era un aguarda, esperaba él lo entendiera.

- No debe disculparse, Señor. - cortó la tensión refiriéndose al sirviente. - Al contrario, debo felicitarlo por el exquisito gusto y maravillosa elección de esta noche, estoy segura que los Faure-Dumont deben sentirse orgullosos de tenerlo como mayordomo. - dijo halagadora la baronesa, aunque en parte era verdad que le debía a quien hubiese empleado a Jeremy demasiado. El mayordomo no demoró en suavizar su actitud y sonreír. - No ha sido nada, Excelencia. Me alegra y honra que sea de su agrado.- dijo con el ego consentido, mirando de reojo al músico, Femke asintió con cordialidad.

- Ahora yo deseo hacer un pedido.- tomó de nuevo la copa de champagne y una cucharilla, respirando profundo esperó que todo saliera como deseaba, mordió su labio inferior, guardó la calma mostrando la seguridad de siempre y dio un paso al frente aprovechando que ninguna música ambientaba el salón. Tocó el cristal para llamar la atención de los que no andaban pendientes de la vida ajena y estaban enajenados en sus conversaciones.

Cuando tuvo todos los ojos en ella, se inclinó cortés y encantadora. - Monsieur Antoine. - miró al cumpleañero. - Gracias por haberme invitado, me siento honrada y debe saber que el afecto que guardo por su familia es inmenso y lo contaré a donde vaya así como hablare de vuestra amabilidad y dadivosidad. Feliz cumpleaños y jóvenes años, que sean largos y felices. -  iba bien, todo iba bien, se dijo al ver como todos los invitados asentían ante sus felicitaciones, por ello continuó. - Sé que es el festejado, sin embargo, yo tengo un pedido que espero pueda corresponder y desee hacerlo. Soy una caprichosa cuando me siento feliz. - la coquetería era sutil, pero no desapercibida,menos por un hombre como el francés.

- Dios, Femke, esto te saldrá caro.- pensó mientras continuaba. - Deseo ver sus dotes con el piano y que me deleite con una melodía, cualquiera, la que usted desee regalarme, en mi hogar dicen que todo cumpleañero debe tocar una pieza sin falta el día de su natalicio.- en su familia no existía tal cosa, pero una mentirilla blanca no lastimaba a nadie, a no ser que el heredero Faure- Dumont no supiese tocar un piano. Eso si sería un claro problema.- ¡Salud!- dijo levantando la copa con elegancia hacía el joven francés para cerrar el rito con un sorbo del licor, allí terminaba su espontánea y necesaria locución.

El silencio fue general, pero aún así mantuvo la confianza hasta que comenzó la aceptación general y todos voltearon a ver al festejado, que emocionado ya se alentaba a intentarlo, sus amigos palmeaban su espalda para impulsarlo. Si lo hacía, les daría unos minutos, unos pocos, sin tener actualmente ninguno, le eran suficientes, oro puro.- Regáleme unos minutos más de su tiempo, Señor Legrand, no se preocupe por el pago o las futuras referencias, estoy segura que esta fiesta será un éxito y todos hablaran bien de ella gracias a usted.- le susurró traviesa. Y si no fuera así, ella no lo abandonaría o dejaría a su suerte, no solía ser parte de los ingratos.
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Mensaje por Jeremy Legrand Vie Mayo 18, 2018 2:05 pm

Dicen que el perro no muerde si le golpeas con su hueso favorito. La viva imagen de aquella vulgar frase era en aquél instante el mayordomo, tan encandilado por la astuta elección de palabras de la joven Roosevelt que pareció dispuesto a pasar por alto a Jeremy y al hecho de que le hubiese desobedecido. Y el pianista no podía estar más agradecido, y la mirada que se atrevió a dedicarle a la mujer, aunque fuera por unos momentos, estaba llena de aquél emotivo y absolutamente sincero agradecimiento. No solo le había salvado el cuello aquella noche, sino que además le había hecho una magnífica publicidad ante los demás nobles y aristócratas, quienes sin duda querrían contar con el mismo músico que había hecho a una personalidad como su alteza Van Roosevelt alabar al anfitrión de la fiesta. Liberado por el estrés del momento, alzó una mano y pasó su índice por el cuello de su camisa, respirando como si hubiera pasado una eternidad desde la última vez.

"Regáleme unos minutos más de su tiempo, señor Legrand."

Después de lo que había hecho por él, le daría sin pensárselo todo el tiempo que necesitase aquella noche. Tal vez tenía razón y el caprichoso destino había decidido cruzar una vez más sus caminos por alguna razón que escapaba a su mortal y limitado juicio, pero poco le importaba a Jeremy la razón o el futuro en ese instante. Ni siquiera se inmutó cuando los terribles acordes tocados por unas manos brutas, descuidadas y sin sentimiento o gracia algunos inundaron la sala, haciendo reír al resto de los invitados.

-Señorita Van Roosevelt...-llevó una mano a su corazón, profundamente agradecido, por primera vez sin voz temblorosa o indecisión, sin siquiera apartar la mirada de ella.- Después de...

No se detuvo por timidez o miedo. Se detuvo porque, si bien nunca había sido alguien con un carisma precisamente apabullante, Jeremy parecía sentir cada emoción, por pequeña que fuera, multiplicada por diez. El haber recibido de forma tan desinteresada y cálida tal muestra de amabilidad y afecto le había hecho perder la voz y obligarse a detenerse un segundo para recuperarla.

-Después de lo que ha hecho por mi, regalarle mi tiempo es lo menos que puedo hacer para agradecer su gesto.


Iba a seguir hablando, pero el estallido de risas de los invitados le obligó a silenciarse tras el irrespetuoso (aunque probablemente sin mala intención) comentario del cumpleañero: "¡Cualquiera puede tocar el piano!" rió alegremente, continuando con una melodía, si es que así podía llamarse, que había acabado destinada a hacer reír a la audiencia. No podía negar que, a pesar de la inocencia del comentario, se sintió algo ofendido y en contra de su voluntad, fue parcialmente evidente en un leve gesto de sus finos labios.

Carraspeó, tratando de recuperar la conversación y aislarse de tan desfavorecedor marco. Tampoco podía ocultar la molestia de su pierna después de tanto tiempo en pie, disimulando discretamente para repartir su peso en la otra, lo cual se hacía más complicado al no disponer de su bastón. No importaba, al menos no pretendía que lo hiciera, pues estaba decidido a entregar lo pedido, pero no quería que ella se percatara, siendo todo lo sutil que podía.

De pronto, no supo qué decir, Se encontró una vez más allí, delante de ella, buscando una forma de parecer locuaz, de entretener con el uso de la palabra como era capaz de hacerlo con sus dedos en las teclas de un piano, pero parecía haber sacrificado una fluidez por la otra en su niñez.

-¿Puedo... puedo invitarla a tomar el aire esos minutos?

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Mensaje por Femke Van Roosevelt Sáb Mayo 19, 2018 5:59 am

“Los satisfechos, los felices, no aman;
se duermen en la costumbre.”
-Miguel de Unamuno.


Satisfecha, así se sentía por además de ayudar a Jeremy, ver como la fiesta tomaba un rumbo diferente y más divertido, todos sonreían y un sentido de comicidad y colectividad los había cubierto a todos. Ya no eran las conversaciones de dos o tres, se había acabado el usar la palabra para criticar a alguien o contar el chisme destructivo de la semana o las últimas horas. Solo faltaba que Antoine se sentara e hiciera gala de su talento con el piano. Solo faltaba ver cuánto duraría tanto despliegue de armonía y unidad.
Queriéndolo y sin saber los demás, todos en aquel lugar estaban donde los quería y haciendo lo que ella había deseado y necesitaba, le estaban ayudando a cumplir su más reciente deseo. Pero no era un capricho fútil, era uno que era imperativo cumplir, de todos modos no había sido ella quien había esperado, mucho menos pedido un viaje al pasado que ya se había cubierto de polvo. ¿Cuántas cosas habría olvidado?

Pero aprovecharía cada segundo, lo haría o se dejaría de llamar una van Roosevelt. Por eso cuando el mayordomo se hubo alejado, miró al hombre con complicidad, era un secreto que ambos guardarían y sus ojos se posaron en él a tiempo para ver el bello gesto. El que tocara su corazón y la gratitud en sus ojos eran la viva muestra de que había hecho las cosas bien. ¿Por qué se empeñaban los ricos en ser tan crueles con los que no habían sido en su vida tan afortunados? No lo dude, Señor Legrand, para ella también fue desapercibido si bien o mal tocaba el piano el cumpleañero o si en algo sufrían los oídos y la estética ajenos. El enternecimiento hizo entornar sus ojos para agachar su cabeza cuando él dijo su nombre, parpadeó cuando él se detuvo y lo volvió a tener en el azul de sus pupilas cuando retomó la palabra para continuar.

Desviando la mirada al centro de las sonrisas que espontáneas se escucharon retumbar en el salón, fue consiente de la vergüenza que podía haber originado en el festejado, pero al ver el buen ánimo y la actitud con la que la estaba afrontando, sonrió contagiada por la alegría colectiva. De paso escuchó el comentario que sin reserva ni prudencia lanzó uno de los invitados, de inmediato se borró la sonrisa, guardó silencio frunciendo un poco el ceño apenada, observando al músico notando el descontento en sus labios. ¿Cómo no sentirse ofendido si la música debía ser su razón e impulsor de vida a parte de su sustento? Y aunque ella fuera una noble pertenecía a ellos según muchos, ¿cómo la vería en aquel momento?

Fue bueno que él volviera a hablar. Asintió. - Le tomaré la palabra como a un juramento sagrado. - dijo al entender que si lo tendría un poco más y aunque el tono de exageración era notorio, lo haría. - Usted puede invitarme a dónde desee, Señor Legrand.- respondió de la manera más complice aunque llena de inocencia. Regresó su vista a los invitados, algunos ya hacían fila en un intento de mostrar que tenían mejores dotes que el cumpleañero, quien se apegaba a intentarlo de nuevo. - Dejémoslos intentar rozar la gloria. - terminó con su voz suave para tomarlo del brazo y comenzar a caminar sin prisa rumbo a uno de los balcones más cercanos. Por fortuna la noche era cálida, sin lluvia y los anfitriones contaban con unos de los más amplios miradores de la ciudad, sus vistas eran hermosas y frente a ellos, abedules, arbustos de rosas y la ciudad de París yacía iluminada.

Pero a Femke siempre se le había enseñado a no pasar detalles desapercibidos, por más pequeños que fueran y notó algo diferente en el caminar del músico. ¿Debía preguntar? No. También le habían enseñado que no, debía ser discreta y aunque su memoria hubiese demostrado fallarle con el recuerdo de haberlo conocido a él y a sus padres, ahora que lo hallaba de nuevo parte de su pasado, no lo recordaba con una seña particular o defecto. ¿Qué le habría sucedido? Sin prisa, si prisa, tenían tiempo, no era cierto. - ¿Se encuentra cansado, Señor Legrand? - le indagó sin poder aguantar. Sí, tenían tiempo, aunque ya que era así empezaba a pensar que quizás era muy poco.
El ser humano nunca estaba satisfecho.
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Mensaje por Jeremy Legrand Sáb Mayo 19, 2018 6:30 am

De nuevo le había comido la lengua el gato, pero el cómplice comentario de la joven al menos le hizo más sencillo el pasar por alto los comentarios de la entretenida multitud. Cuando la mano ajena buscó apoyo en su brazo, él solo pudo ofrecérselo de manera torpe y evidentemente poco acostumbrada, por no decir prácticamente carente de cualquier experiencia real. El pánico le invadió cuando su mente comprendió que debía caminar junto a ella, y trató por todos los medios de seguir su ritmo y ocultar su cojera, por mucho dolor que eso le causara. Al principio pareció tener éxito, y eso fue aliciente para no mostrar signos de dolor en sus gestos pese a la punzante sensación que le acompañaba en cada paso. Sin embargo, conforme los segundos pasaban, comenzó a titubear y su pierna se rindió a ser arrastrada de nuevo, aunque trató de ser lo más sutil posible y volver a pretender que nada ocurría, rezando para que ella no se hubiese percatado.

Dio gracias al cielo internamente cuando al fin llegaron al balcón, respirando el liberador aire nocturno y, discretamente, dejando descansar parte de su peso en la balaustrada y sintiendo cierta liberación.

Pero, por supuesto, ella se había dado cuenta.

-¿Qué? ¡No, no! Es... ¿Por qué iba a estarlo? La noche solo acaba de empezar.

Rió nerviosamente, sintiendo la indagadora mirada sobre él, sin atreverse a fijar en ella la propia. Siempre se había avergonzado de sus defectos, en especial los físicos, y aquél era el más evidente de todos, además del más comprometido. No quería hablar de ello, quería fingir que nada ocurría, como si algo así pudiera ignorarse sin más. Su respuesta había sonado tan poco convincente como apresurada, pero intentó seguir adelante pese a todo.

-¿Se quedará un tiempo en París, Señorita Van Roosevelt? ¿O solo está de visita? Si me permite la indiscreción de la pregunta.
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Mensaje por Femke Van Roosevelt Sáb Mayo 19, 2018 11:47 am

“Nobles y plebeyos,
de un mismo barro fueron hechos.”


Sus brazo se unió al de él y caminó mecida, como cuando había sido una niña y la había guiado a esa habitación donde un bello piano esperaba para ser tocado, para consentir a la pequeña baronesa y él no había tenido ningún prejuicio o no para hacerlo. Como si fuera el más deseado y noble lord, se sintió orgullosa de ir de su brazo, más al ver como las puertas del balcón abiertas de par parecían querer recibirlos y la luna, esa luna tan blanca y angelical que hacía brillar sus cabellos como solo ella podía hacerlo, darle la bienvenida como un regalo más de dios por su reencuentro.

Estaba segura que si fuera de día, él habría disfrutado mucho mejor de la vista, pero las siluetas negras de los árboles los acompañaban como complices, curiosos como ella. Lo único que pareció fuera de lugar, fue su silencio después de escuchar la pregunta que le hizo. Ladeando la cabeza supo que era una rápida respuesta y su mirada fue suave, tierna. Claro que no iba a ser capaz de decir que sí, conocía de ante mano lo trabajadores y fuertes que eran los de la clase media y baja, eran ellos los que hacían países progresar con trabajo duro y sacrificios. Él nunca se quejaría.
¿Descansaría bien?¿Comería como se debía?¿Viviría de buena manera? Habían tantas preguntas.

- Sería entendible si está cansado, podría pedir alguna silla o buscar un mejor lugar para que pueda descansar.- le respondió. - Ya lo ha dicho, la noche acaba de empezar y debe estar fuerte, conservar sus fuerzas. ¿Desea algo de cenar? - no dejaría de insistir en velar por su bienestar. Sin embargo...suspiró profundo, no quería ser entrometida y entendía cuando habían secretos, reservas, misterios y en un mundo como la corte, los discretos y pacientes tenían el cielo y el poder en sus manos.
Ella no quería más que el poder de saber sobre él, de conocer cómo había sido su vida, la de sus padres, la magnitud en que las bellas y sofisticadas creaciones de estos habían acaparado el mercado de Francia y el mundo, aunque en el fondo de su corazón sospechaba que no había sido así, que algo había frenado aquel ascenso y éxito, el parche en el abrigo de él era una guía. Así que también le quedaba otro deseo de poder, hacer que él se sintiera mejor.

- No se preocupe, está bien. - Mirando la oscuridad naval que contrastaba con el marfil ensombrecido de una hermosa, redonda y ancha fuente allí abajo, se encogió de hombros. - Aún no lo sé, solo quería descansar, un poco y huí como una cobarde. - lo miró, estaba exagerando. El hecho de huir no fue literal, pero si necesitaba soltar algunas cargas y hace un año que no lo hacía, un año de trabajo constante y duro. - Imagino que eso solo quiere decir que estaré acá un tiempo. - se apresuro a explicar antes de que él no se sintiera confundido, le gustaba que la vieran como una mujer centrada y con un objetivo claro.

Colocó el dedo índice sobre el cuello de su abrigo, sobre ese parche de puntadas perfectas que a no ser porque era de otro color y contrastaba resaltando en la prenda, hubiese pasado desapercibido. - ¿Lo cosió usted?- le parecía adorable si así había sido, pero no le quitaba la desazón de pensar que no había tenido o estaba teniendo una buena vida. Por alguna razón le parecía impensable e insoportable.
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Mensaje por Jeremy Legrand Sáb Mayo 19, 2018 12:45 pm

Fue terrible la vergüenza que sintió en aquél momento, pues lo último que quería era que ella pensara que era débil o que sintiera lástima por él, cosa que parecía estar sucediendo. ¿Qué más pensaría de él? ¿Estaría siendo amable por pena? No quería pensar eso, pero estaba tan acostumbrado a ese tipo de trato que su mente no podía evitar barajar esa probabilidad, pese a lo mucho que Jeremy deseaba creer que la joven Van Roosevelt no era así. Aunque, de nuevo... no podía decir precisamente que la conociera como la palma de su mano.

-Le aseguro que todo está bien Señorita van Roosevelt, no me gustaría que malgastara su tiempo preocupándose por mi.-sonrió levemente, tratando de no dejar dudas sobre su buen estado.-  Esto...-dirigió una breve mirada a su pierna.- Es una tontería, un torpe accidente con las escaleras.-rió suavemente, quitándole toda importancia, sin poder evitar escuchar en su cabeza el sonido de huesos rompiéndose bajo cada golpe propinado por Mist y el sabor de su propia sangre.- Debería haber tenido más cuidado.

Desvió su mirada hacia la ciudad frente a ellos, como si con ello pudiera evitar el juicio ajeno. Lo único que podía pensar era que seguramente la joven van Roosevelt ya se estaba arrepintiendo de los minutos que había pedido con él, y es que Jeremy parecía tener el don de convertir cualquier situación en incómoda. O, al menos, esa era su impresión. Los nervios y el miedo a ser juzgado siempre jugaban malas pasadas.

-No me parece una persona cobarde, señorita van Roosevelt.- fue extremadamente sincero, y su mirada no titubeó ni un solo momento al decir aquello.- Al contrario, creo que uno debe de ser terriblemente valiente para tomar la decisión de alejarse de lo que conoce y abrir la puerta a algo diferente.-perdió sus ojos una vez más en la ciudad, pensando sus siguientes palabras con cuidado.- Esta ciudad es extraña, terrorífica y hermosa. Algo que no todos saben cómo amar. Pero, cuanto más camina uno por sus calles, más tiene la sensación de estar en el camino de vuelta a casa.

Giró de súbito, perturbado por aquél dedo sobre la chaqueta de su traje, señalando el parche. No pudo con la presión, su gesto se desmoronó al instante, su ceño fruncido en una profunda vergüenza y su corazón chocando violentamente contra su pecho. Se apartó un paso, arrastrando su pie y aferrado con una mano a la balaustrada, llevando la otra a cubrir el parche pese a que ya era demasiado tarde.

- Y-y-yo... le pido disculpas, es...-de nuevo, una petición de perdón sin saber por qué, una respuesta emocional tan inculcada en su mente que no podía evitar pronunciar esas palabras.- Era de mi padre y.... no... no quería tirarlo.
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Mensaje por Femke Van Roosevelt Dom Mayo 20, 2018 5:22 am

"Una triste canción."

Esperaba que fuera verdad, que estuviera del todo bien y que ninguna enfermedad o debilidad le aquejara, pero como todo en la vida, la mayoría de cosas y aseveraciones eran solo palabras al viento. Femke no supo qué creer, claro que él no parecía un hombre falso o un aprovechado, sus omisiones y mentiras podían ser por no preocuparla, por no sentirse una carga. Eso lo entendía, aunque le pareciera innecesario, ella podría ayudarlo de cualquier forma por los sencillos y caprichosos hechos de ser parte hermosa de su pasado, por brindarle un momento inesperado e increíble en su regreso a París y por tener el talento que poseía, para la baronesa ningún genio debía estar perdiéndose en la dura vida, debía ser la creación solo un regusto, no también una obligación para poder sobrevivir.

Segura de que no malgastaba su tiempo, lo dejaría hablar, mirando también al lugar donde él miraba para entender cuál era la molestia que lo aquejaba, angustiada frunció el ceño pero lo suavizo cuando escuchó las últimas palabras, colocando una mano sobre su hombro. - Fue un accidente, usted no tuvo la culpa, Señor Legrand.- dijo dulce retirando su mano. - Lo importante es... ¿ha visto un doctor?- preguntó seria y preocupada. - Podría uno de mis galenos más cercanos revisarlo, le aseguro que son muy buenos y encontraremos alguna solución. - solo era que él aceptara y ella lo haría posible.

Las palabras que le dedicaron los labios del músico la hicieron sentir en realidad aliviada, sus ojos no se movieron de los de él y agradeció que la mirase fijamente al decirlas, eso le demostró que estaba seguro de ello y la neerlandesa lo agradeció. Siguió esos ojos hasta la ciudad, aún estaba despierta entre luces de diferentes velas y candelabros, el sonido lejano de una París en movimiento fue un arrullo mientras lo seguía escuchando. - Muchas gracias. -respondió, a veces le era necesario que alguien le dijera lo valiente que podía ser, aunque sabía francés y bueno, era rica.

- Tiene razón, es una ciudad hermosa, y tal cual como lo ha dicho, en cada paso se convierte en un segundo hogar para mi, aunque hasta ahora no me ha parecido terrorífica, ¿por qué lo dice?- preguntó interesada, demasiado, jamás le había sucedido algo que se saliera de lo normal, no mucho, o si así había sido había escapado de su recuerdo y observación. Pero si era así, quizás debía comenzar a mirar con más detenimiento a ver si algo extraño decidía aparecer ante sus ojos. Extraño fue su deseo, más no terrorífico, de eso debería cuidarse.
De la ensoñación con lo poco conocido paso a la reacción de él, completamente inesperada porque no llegaba a imaginar que su pregunta lo hiciera sentir de aquella manera.
Lo vio alejarse con notorio esfuerzo y quiso acercarse a ayudarlo pero él parecía no querer aceptarlo o así lo creyó Femke.

Lo triste se unió al escuchar que su padre había fallecido. Volviendo a fruncir el ceño un poco en un gesto de confusión y pesadumbre dio un paso al frente, solo uno, para buscar la forma de acercarse a él y no irle a perder si decidía salir corriendo asustado de ella, o enojado. - No debe excusarse conmigo por eso, ni por nada.- bajó la mirada, esta vez era ella la avergonzada. - Los objetos o lugares que nos recuerdan a nuestros seres queridos son dignos de desear conservar para siempre. Y es un hermoso y fino abrigo. - apuntó queriendo restarle problema a que estuviera viejo o remendado.

- Lamento si lo he hecho sentir mal, no era mi intención, Señor Legrand. Y lamento mucho que su padre haya fallecido.- en realidad lo lamentaba. - Mi madre, como yo, se sentirá muy triste de saberlo.- siendo una ferviente admiradora y compradora de las prendas que sus padres confeccionaban seguro lo estaría. - ¿Vuestra madre?¿Se encuentra bien?- preguntó sabiendo lo que había sido para la suya perder a su padre, debía sentirse muy sola.
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Mensaje por Jeremy Legrand Dom Mayo 20, 2018 6:07 am

Permitió el paso adelante de ella, sin mostrar desagrado o violencia alguna por aquél gesto, pero no podía negar que se veía acorralado y avergonzado en aquél balcón. Sabía que ella no tenía ninguna mala intención, podía verlo en su mirada, en sus movimientos y en sus suaves y cálidas palabras: era sincera preocupación, y aún así no se veía merecedor de ella.

-Se unió a mi padre hace pocos meses.-debido a toda la presión, al recuerdo reciente de aquella muerte y todo lo que siguió después, sintió que sus ojos se humedecían cada vez más, pero si en algo tenía práctica a esas alturas era en contener las lágrimas.- Por suerte aún me queda mi hermano pequeño, André.-una sonrisa amarga se dibujó en sus finos labios.- Tiene ocho años y ya es así de alto.-rió, tratando de distraerse a si mismo, alzando una mano para indicar la altura de su hermano.- Antes de que diga nada...-alzó ambas manos un segundo, serenándose.- Le agradezco infinitamente su preocupación, señorita Roosevelt, pero créame cuando le digo que todo está bien y que somos felices.

Y allí mismo, en esa misma noche, en ese balcón, se atrevió a mirar a Femke van Roosevelt a los ojos antes de pronunciar la mentira más piadosa que había pronunciado en su vida.

-La muerte, el dolor... son también partes de la vida, nos enseñan cosas que no aprenderíamos de otro modo, con la promesa de que, cuando sea el momento adecuado, pasarán.-mantuvo su sonrisa, asintiendo para sí mismo con la cabeza, como reafirmando su comentario.- Usted es joven, Señorita van Roosevelt, y espero sinceramente que aún no se haya visto en la situación de tener que aprender tempranamente esas lecciones.

En aquél momento, le pareció que él mismo sonaba como su propio padre, tratando de explicarle los altibajos propios de la vida y cómo cincelan a cada persona, perfeccionando sus detalles de la misma forma que un músico perfecciona sus obras maestras. No podía evitar preguntarse: ¿qué pensaría él e la persona que era actualmente? ¿Habría decepcionado sus expectativas?

-Disculpe, no pretendía... yo....-apartó nuevamente la mirada.- No era mi intención aleccionarla o llamarla ignorante, rezo internamente para que no lo interprete de esa forma. -negó con la cabeza, intentando parecer más animado y despreocupado.- Pero por favor, dejemos de hablar de mi toda la noche o terminará saltando del balcón de aburrimiento. ¿Puedo preguntar de qué huye, señorita van Roosevelt? Mi madre solía decir que cuando una persona huye de algo, es porque es difícil sacar sentido a su historia cuando está en mitad de ella. Que necesita de algo que le ayude a descifrar las páginas.

Puede que Jeremy no hablara mucho o que sus palabras casi siempre sonaran tímidas y tambaleantes, pero cuando hablaba de las emociones que llevaban a las personas a ser quienes eran y a actuar en consecuencia, parecía hablar con la misma pasión y sentimiento que cuando sus dedos acariciaban las teclas de un piano. Sus palabras eran música que expresaba aquél mundo interior oculto, poniéndolo al descubierto los instantes justos para ver una pequeña parte de él y perderse en sus bosques frondosos y abstractos.
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Mensaje por Femke Van Roosevelt Lun Mayo 21, 2018 10:33 am

-El destino de los hombres no está hecho de momentos felices,
toda la vida los tiene,
sino de épocas felices.-
Friedrich Nietzsche.

La respuesta hizo que callara. Era una muy mala y triste noticia.
Si podía ser la muerte de su padre aún más sentida, con tal primicia solo se encogió su corazón aún más. Una voz en su interior le reprochó que lo mejor habría sido no haber preguntado, no porque le incomodara lo que él tuviese por decir o los acontecimientos que en su vida habían sucedido, era porque debería estar siendo, cada pregunta de ella, una daga en su corazón. Y no le parecía justo. Pero él no le permitió hablar o decirlo, a cambió de Jeremy esperar un pésame le dio la seguridad de sus ojos, aseverando que todo se encontraba en completo orden en su vida, que era feliz junto a su hermano y ella le creería, si no fuese porque algo en su pecho le decía que no. ¿Cómo le llamaba su madre a eso?...Corazonada.

Pero no se quedaría estancada dándole vueltas a lo que él estaba dispuesto a contarle y a lo que no, sabía bien que era una completa extraña y podía entenderlo. - No sé qué decir, esto es inesperado, es...- abrió sus manos, quedando estás unos segundos en el aire sin saber en realidad qué hacer, se sentía impotente. - Me siento una completa entrometida e insensible al recodarle el pasado que sé es doloroso. No sabe cuánto lamento escuchar sobre el destino de vuestros padres.- volvió a bajar y a unir sus manos a la altura de su regazo. Ahora más que nunca, deseaba ayudarlo, más bien ayudarlos. De alguna manera debía.

- Pero siempre hay que seguir, ¿verdad? Y me alegra saber que no está solo en el mundo.- mirándolo ladeó una sonrisa que invitaba a que se le alegrara. No estaría tan solo como ella cuando su madre falleciera, sola en aquel inmenso castillo en Leeuwarden, sola con sus obligaciones y miedos.
Sin embargo, no se comprometió a quedarse a un lado en cuanto a querer ayudarlo o preocuparse por su vida, si no había un me haré a un lado o un lo olvidaré, podía seguir en su búsqueda. Sí, a veces era muy terca y cuando hallaba imposibles con pequeños espacios solía esmerarse hasta recibir un sí.

Se olvidó de sus pensamientos, Femke no pudo evitar mirarlo y sentirse sobrecogida por sus palabras, él hablaba de la muerte, del dolor, de la vida y las situaciones difíciles, ella incluiría la soledad, pero el creador de melodías hablaba de una manera tan madura que la hizo recordar que sí, él ya era un joven cuando hace doce años se habían conocido.
Le recordó también a su padre y con un respeto velado en su silencio y en sus ojos, sonrió. Sonrisas dulces le robaba el músico a la mujer que prefería la sobriedad y calma en su rostro.

- De nuevo se disculpa por algo que en ningún momento me ha hecho sentir, Señor Legrand.- le respondió con afecto esperando que no se sintiera obligado a sentirse culpable por hablar, por respirar, por pensar, no junto a ella.- Tampoco me aburre escucharlo, quiero saber de usted. Me gusta, habla con sabiduría y con sencillez, es algo que me es difícil de encontrar, creo que incluso en mi.- porque tenía claro que de una completa modestia carecía.

- El tiempo pasa raudo. Ambos sabemos que cuando abra los ojos seré una anciana de cabellos aún más blancos y usted quizás, sin que yo lo desee claro está, estará en solo mi recuerdo y los que lo aman, la vida y el futuro serán de su hermano y nuestros hijos.- le era difícil ser positiva en cuanto al tiempo como un infinito, no lo era, no para ella. - No huyo de nada, todo en casa me gusta y no me quejo de mis obligaciones como baronesa, hay trabajos y vidas mucho más duras. - pero quizás no tan solitarias.

- En realidad quería una pausa, mi idea de vida no es trabajar solamente. Quiero vivir, vivirlo todo, Señor Legrand.- miró la ciudad de nuevo. El mundo parecía muy vasto pero a la vez pequeño, ella era una partícula pequeñita en el universo. Lo bueno, lo malo, lo triste, lo placentero y lo incómodo, lo feo, lo hermoso, lo útil y lo inútil para demostrar que no lo era en realidad, todo deseaba hacerlo suyo, no para siempre, le bastaban instantes. Eso reafirmaba que no era egoísta.

- Lo más difícil que he tenido que vivir ha sido la muerte de mi padre, lo demás han sido lujos y regalos, como usted. - volvió a mirarle, no podía ser desagradecida, la vida la librara de algo así. - Solo que no sé si se puede superar en algún momento la muerte de un ser amado, yo no lo creo. - quizás él podría decirle que sí, aunque por más que hubiese alguien que lo asegurara, ella estaba segura que como Femke van Roosevelt, no podría. A veces hallaba inaguantables las ganas de llorar, a veces sus semanas de encierro no eran suficiente.

- ¿Usted y su hermano cómo han podido? Sin días duros, ¿verdad?- no supo porqué lo había preguntado, estaba acostumbrada a no hablar sobre sus problemas, menos con extraños - o medio extraños- y aunque la situación no era un drama, sintió que estaba mostrando debilidad. Dejó pasar uno, dos, tres segundos sin dejar de verle antes de volver a hablar. - ¿Su hermano toca igual de bien el piano?- consiente de que era muy tarde para cambiar el tema lo intentó, aunque era algo que quería saber.
¿Sería el talento Legrand algo heredado? ¿O una circunstancia?¿Quizás un evento maravilloso?
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Mensaje por Jeremy Legrand Lun Mayo 21, 2018 12:11 pm

-No tiene que decir nada.-sonrió, negando suavemente con la cabeza.- Respiro tranquilo sabiendo que, estén donde estén, vuelven a estar juntos.

Se sintió realmente abrumado, sin decir nada, simplemente escuchando su voz llenar el espacio entre ellos. Nunca nadie le había dicho que quería saber de él y que disfrutaba de su presencia. Era algo hasta el momento impensable, y necesitaría tiempo para acostumbrarse a ello, pues aún con todo seguía pensando en la posibilidad de que únicamente se tratara de que la señorita Van Roosevelt deseaba ser cortés, o que quizás se sintiera obligada a serlo. En la mente de Jeremy no cabía la idea de que realmente alguien disfrutara de su presencia. Seguro que había entendido mal el concepto, no sería la primera vez ni la última.

En el fondo, la envidiaba. Esa libertad de poder decidir alejarse de todo para vivir. La libertad de decir, sin preocuparse por nada, que trabajar no era su ideal de vida. Al fin y al cabo, ella tenía los medios para permitírselo. Ojalá pudiera decir él lo mismo; desde luego desearía no considerar que debía trabajar toda su vida, que el dinero no lo era todo, pero supuso que era más fácil hacerlo cuando se dispone de éste último. Por lo menos, ella admitía que no había sufrido carencias de ese tipo y que lo más complicado había sido...

-Siento oír que también perdió a su padre.-le dio el pésame con sinceridad.- Creo qué sí puede superarse, dependiendo de cómo interpreta la palabra "superar".-puntualizó, volviendo a acercarse levemente a ella para poder hablar en completa confianza, como si compartiera con ella un íntimo secreto, bajando su tono de voz sutilmente.- Superar, para mi, no significa olvidar a los que nos han dejado. Cada día, todo a mi alrededor, incluyendo mi propio reflejo, me recuerda a ellos. Para mi, superar su pérdida significa entender su ausencia como un capítulo, no como un libro entero.-mirándola a los ojos, como si quisiera liberarla con sus palabras de la carga que pudiera sentir, sonrió.- Es entonces cuando puedo pasear de nuevo por el resto de las páginas, recordar el resto de su historia y todo lo que me ha enseñado.-se mantuvo en silencio unos segundos, sin apartar su mirada, leyendo el pálido y perfilado rostro frente a él.- Espero que, algún día, usted también pueda "superar" la ausencia de quienes la amaron. Si necesita hablar de ello y no encuentra a alguien mejor que un simple pianista como yo, sepa que puede contar conmigo.

No respondió adrede a su pregunta sobre su hermano. Conociéndose a sí mismo, sabía que aquella era un intento para cambiar de tema, que ella se habría sentido posiblemente incómoda o avergonzada por la pregunta pronunciada y quería darle una salida si prefería no responder. Pero Jeremy sintió que era importante para ella hablar de aquél tema, por lo que, aún siendo capaz de mantener su mirada, aguardó.
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Mensaje por Femke Van Roosevelt Jue Mayo 24, 2018 10:00 am

Respiro tranquilo sabiendo qué,
estén donde estén, están juntos...

La frase llegó a sus oídos lento y acarició su alma de una manera tan bella y tan delicada que le fue inevitable no sentir admiración por él. Ella también pensaba que si su padre se encontraba bien, nada más importaba, pero en el fondo no era más que una mentira. Ella había sido criada como una niña consentida y lo seguía siendo. ¿Cuánto no quería poder volver a abrazarlo y atarlo para siempre a la tierra con sus reproches por haberlas dejado solas? También se sentiría encantada de que su madre al fallecer se reuniera con él en el paraíso. Sabía, habiéndola encontrado, que miraba los ropajes de su padre con anhelo, que olía la tela buscando en sus hebras su olor, ese que podía tener antes cada mañana, que la había acompañado y al que se había acostumbrado durante más de 50 años. ¿Y cuánto no le dolía hasta el punto de enojarla, saber que también la perdería?
Le gustaría sin duda ser tan dadivosa como lo era el músico.

Pero como hacía siempre que estaba triste, enojada o cansada en sociedad o frente a alguien más que no fuera su espejo, no dejó que su rostro o sus palabras reflejaran la desazón que le daba la muerte. Mejor era que se abrazara a las ramas que le ofrecían lo bueno, a los futuros frutos que prometía la esperanza. ¿Pero no había fruto más agridulce que recordar que su madre podría ver sonreír a su padre solo al Femke perderla? Pasó saliva, el nudo en la garganta que comenzó a formarse la obligó. - Es usted admirable.- respondió segura de ello, cada minuto que pasaba encontraba razones para seguir escuchando al hombre que tenía en frente, ese que muchos subestimarían por la humildad de sus ropas y personalidad, por la timidez de la que estaba hecho su ser.

Guardó absoluto silencio, lo necesitaba y encontró en las palabras que llegaban a sus oídos un refugio donde tomar una pausa mientras calmaba sus emociones, hablar de su padre era inevitablemente difícil y sacaba su tristeza y su recuerdo fácilmente, a veces era necesario reforzar las murallas que le habían enseñado indirectamente y había creado. - Gracias sinceras, Señor Legrand.- una sonrisa suave y triste, de ello iba cargada su gratitud. - Me hubiese gustado que hubiera estado a mi lado para despedirlo, sus palabras hubiesen sido para mi madre y para mi un gran alivio. - de eso no había duda, le había tocado ser a ella quien se ocupara de todo, la casa, la herencia a parte de sus obligaciones como baronesa, los siguientes meses, hasta que su madre estuvo mejor y por fin la joven pudo exteriorizar su tristeza encerrándose días.

Superar...Espejos y recuerdos.
Todo en su casa le recordaba a su padre, incluso su título. Y era verdad, aunque tenía el cabello y la contextura de su madre, al ver sus ojos y la forma de sus labios notaba vívidamente a su padre. Verse cada día en el reflejo, era como si estuviese a su espalda. Elevando la mano la meció en el aire, enmarcando su rostro de manera delicada y grácil. - Muchos dicen, mi madre sobretodo, que tengo sus labios y sus ojos, también su personalidad tan tranquila. - posó la mano sobre el borde del balcón. A veces la tranquilizaba y hacía sentir segura, otras no, temía un día explotar y darse cuenta que toda su calma no era más que un volcán que finge estar dormido.

- Y usted, ¿qué rasgos notorios de ellos tiene?- debía existir alguno. El símil en el que él utilizó un libro como un referente al recuerdo y la ayuda para sobrellevar un duelo, la dejó encantada, barriendo un poco con tristezas e insuflándole fuerzas. Los libros eran para ella no una salida, eran otros mundos que existían a parte del real, un gusto exquisito, una pasión. Él había sido muy acertado y reforzaría su pensamiento verlo sonreír. - Usted no es un simple pianista, Señor Legrand.- se atrevió a afirmar, ladeando su rostro.

Sus ojos brillaban gratos. - Usted se disculpa y yo agradezco, de nuevo debo hacerlo porque me encantaría poder contar con usted cuando me plazca, pero la amistad es reciproca y yo quiero, exijo - era allí donde relucía su título, entre cortesía, encanto en sus labios y rostro, pero plena firmeza dulce en la voz- que usted haga lo mismo.- no olvidaba la pregunta que no había sido contestada y lo miró fijo. - ¿Por qué evade mis preguntas, Señor?- no aguardó, el mejor y más directo camino solía ser sincera. A veces se cansaba de que todo girara a su alrededor.
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