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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Jeremy Legrand Mar Mayo 15, 2018 6:42 am

Recuerdo del primer mensaje :

-Un momento... ¿el pianista?

Jeremy encogió la cabeza sobre sus hombros, apretando sus finos labios y asintiendo repetidamente en silencio ante el mayordomo de la bella y colosal mansión parisina. No era la primera vez que levantaba ese tipo de dudas debido a su aspecto. Y es que, si bien había tratado de que se notara lo más mínimo, para ojos excrutinadores el parche que había cosido a la chaqueta de su traje, a la altura del cuello, brillaba como un faro encendido. Por suerte, el mayordomo entendía que era demasiado tarde como para reemplazar al pianista del evento aristocrático que tenía lugar en la mansión aquella noche.

-Válgame el cielo, pase, y no hable con nadie.-advirtió seriamente, haciéndose a un lado para permitirle entrar por la puerta de servicio y guiándole desde el recibidor, pasando por las cocinas, hacia la parte trasera del gran salón donde bullían los invitados.- Limítese a tocar.

-Sí señor, seré una tumba, ¡le estoy agradecido!-sonrió aliviado, tratando de seguir el paso del mayordomo con su cojera.- No se imagina lo que...

Pero el hombre cerró la puerta después de que el pianista la atravesara, ofreciéndole tan solo una fría y violenta brisa de despedida. Estaba solo en el extremo opuesto del gran salón, donde un sin fin de parejas de la más exquisita aristocracia, no solo parisina sino familias influyentes de todas partes de Europa, se reunían para festejar quién sabe qué, o tal vez era un alarde de poder por parte de los señores de la casa. A Jeremy poco le importaba: él estaba allí por una cosa: el piano y la buena suma de dinero que le valdría tocar allí esa exclusiva noche.

Los invitados aún estaban llegando, por lo que simplemente tomó asiento frente al bello instrumento sin que nadie reparase siquiera en su presencia, frotando su pierna dolorida por la apresurada carrera hasta allí. Entonces alzó su mano, pasándola sobre la cubierta de madera embellecida del piano, acariciándolo como si de un íntimo ritual se tratara. Reveló las teclas que tan bien conocía y se aseguró de que estuviera bien afinado, tocando unos breves acordes. No lo hacía con el tecnicismo de un profesional, sino con el amor y el cariño con el que dos amantes se entregaban el uno al otro. Y es que, cada vez que tocaba, Jeremy sentía que él mismo se entregaba al piano, abría su alma tan firmemente sellada y sentía como si todos los nudos de su cuerpo se desataran, permitiéndole respirar.

Aquello eran solo los preliminares. Entonces, comenzó a tocar.

Música

Pese al ruido de pasos, las conversaciones y risas de la multitud, Jeremy se sentía solo en la habitación con aquél piano. Todos sus movimientos, sus gestos, seguían a la melodía, mezclándola con todo ese mundo interior que nunca compartía con nadie, y que nadie entendería en esa sala donde la música que brotaba del instrumento, de su cuerpo y sus dedos retorciéndose cada vez que presionaba con una pasión ferviente aquellas teclas blancas y negras, no era más que una melodía de fondo para sus banales conversaciones. No importaba que la audiencia fuese sorda y ciega, todos ellos dejaron de existir hasta que estuvo demasiado exhausto para continuar.

Era lo que mejor sabía hacer en esta vida pero eso, después alcanzar aquél climax emocional que hacía vibrar cada uno de sus músculos, no le dejaba sino un sabor agridulce que nunca se iba.

Necesitaba un respiro, un vaso de agua y algo de aire fresco después de dos horas tocando. Se puso en pie apoyándose suavemente en el instrumento, tratando de llamar la atención de los apresurados sirvientes pedir un refrigerio antes de volver al trabajo, pero era imposible para él reclamar adecuadamente la atención de ninguno. Aclarando su garganta seca, dedujo que solo había una opción: mezclarse un minuto, solo un minuto, entre los invitados. Quizás menos. Lo justo y necesario para conseguir lo que buscaba.

Así pues, se encogió como si así pudiera parecer invisible, pasando todo lo discretamente que podía entre los invitados en dirección a las mesas repletas de comida y bebida.  


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Mensaje por Jeremy Legrand Jue Mayo 24, 2018 11:26 am

Ante aquél cumplido tan sincero, sintió un escalofrío difícil de definir, uno que le hizo sonreír antes de responder con humildad.

-Eso lo dice porque todavía no se ha cansado de mí.

"Pero me alegra que tenga tan alta opinión de mi.", quiso añadir, sin atreverse a ello. Tampoco dijo nada ante su siguiente comentario, no lo vio necesario, por lo que únicamente mantuvo una media sonrisa que, aunque con tintes amargos, era sincera. Sabía demasiado bien lo que se sentía al perder a alguien, por lo que también sabía que nada en el mundo podía aliviar el dolor de afrontar la pérdida de las que son, probablemente, las únicas personas que se preocupaban por uno y entregaban su amor incondicional sin esperar absolutamente nada a cambio.

-La altura de mi madre.
-rió suavemente.- Padre siempre tenía que alcanzar por ella las repisas más altas.-se encogió de hombros, tratando de aliviar la carga del ambiente.- Quién sabe, quizás no es tarde para pegar el estirón.-aún con una sonrisa, miró sus manos y alzó una de ellas para observar los delgados y pálidos dedos.- Mi padre era un hombre fuerte, tanto que cuando era niño podía levantarme con un solo brazo. Bueno... tal vez no se necesite ser especialmente fuerte para eso... pero recuerdo que, aún con toda esa fuerza, sus manos eran capaz de los movimientos más precisos y delicados, si la ocasión lo requería. Creo que fue él quien me legó ese regalo. Sin la parte de la fuerza, claro. Necesitaría al menos los dos brazos para levantar a mi hermano del suelo.

Apoyó una mano en la balaustrada, riendo suavemente. Aquella risa, no obstante, se detuvo, sus ojos fijándose en ella, tras sus palabras, tan impactantes para él que le congelaron en el tiempo unos segundos.

"Usted no es un simple pianista, señor Legrand".

-Gracias, señorita van Roosevelt.-pese a su sonrisa, había cierto componente agridulce en su tono.- Aunque más que un alivio, esas palabras son para mi una inquietud, ya que eso es todo lo que sé que soy.

Todo lo que sabía que era, todo lo que conocía... y Dios sabe que si a algo teme un hombre, es a lo desconocido. Incluyendo a quién podría ser.

-Oh, yo... siento si se ha sentido ignorada, yo...-volvió a ponerse nervioso, dedicándole toda su atención para que ella no pensara que la ignoraba o, peor aún, que le estaba aburriendo.- Discúlpeme. No tengo costumbre de compartir una conversación de más de dos palabras con nadie y la falta de práctica es...-carraspeó, ladeando levemente su cuello, buscando una palabra adecuada para describir la situación- Evidente. Creo.


Antes de estropear las cosas como de costumbre, se apresuró a responder a la última "exigencia" de la joven, ensimismado por la facilidad de la que ella parecía disponer a la hora de expresarse tan contundente y, a la vez, tan grácil. Quiso decir algo, lo que fuera, algo ingenioso, como lo que los caballeros de verdad decían con aquél galante desparpajo, como si hubieran nacido para ello... pero él era solo Jeremy Legrand.

-Me gustaría proponer un brindis por nuestra amistad, pero dejé mi copa en la mesa...

No lo digo con intención de comedia, sino porque no sabía qué decir y para él, un silencio era peor que decir una estupidez. Le abrumaba la presencia de la joven ante él, la falta de práctica en cualquier interacción social que se saliera de los saludos protocolarios era demasiado obvia en su torpeza, no solo en la elección de palabras, sino en sus gestos y movimientos. Y cada vez que él mismo se percataba de sus fallos, uno podía podría jurar que se convertía en una tortuga para esconderse en su caparazón como si eso le valiera para enmendar sus errores. Eso, y pensar en otra cosa inmediatamente para tratar de que el error anterior pasara desapercibido. Normalmente, solo terminaba agravándolo.

-Señorita van Roosevelt, ¿puedo invitarla a salir?

Tardó unos segundos en darse cuenta de lo que acababa de decir. El significado, totalmente inocente cuando se planteó aquella pregunta en su mente, era fácilmente malinterpretable y aquello le disparó todas las alarmas.

-¡Es decir...! ¡Quiero decir...! No he podido evitar percatarme de...-señaló con su mano a la ciudad, pegándola a continuación a su cuerpo, tan tenso que parecía que cualquier viento podría partirle en dos.- Es evidente que la fiesta no es de su agrado. He pensado que, tal vez, si le parece correcto, como amigo podría ahorrarle esta tortura y ayudarla a salir sin que nadie se percate. Por la...-tragó saliva, su corazón palpitando tan rápido y con tanta fuerza contra su pecho que podría escaparse en cualquier momento.- Por la puerta de servicio, pasadas las cocinas. No es... en fin... no es bonito, pero es discreto, si alguien quisiera salir de esta fiesta sin ser visto.


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Mensaje por Femke Van Roosevelt Vie Mayo 25, 2018 12:01 pm

Dormía y soñé que la vida era belleza; desperté y advertí que ella es deber. - Immanuel Kant


Sonrió contagiada por su actitud, meneando la cabeza.
- Admirable y ocurrente.- agregó.
En su vida había conocido a muchas personas, a fuerza por los protocolos o las situaciones inevitables cada día, por gusto y elección propia. Él era ambas, lo habían puesto en su camino sus padres y los de él, y parecía estaba ligado a ella con el reencuentro de hoy y como la mayoría de las personas que no contaban con el dinero que ella y los presentes en aquella fiesta tenían, que muchos -incluso ella- malgastaban, que ostentaban -sin ella pertenecer a tal grupo- con malas palabras, falsa modestia y modales exquisitos, él era demasiado inseguro de las cosas buenas que tenía y los demás podían ver, que brillaban como oro entre la arena que barequean los esclavos y nativos en los nuevos continentes. Demasiado sencillo y temeroso de personas como ella para darse el lujo de solo agradecer sin no sentirse merecedor de recibir la verdad.

Parecía ser que emocionarse, que sentirse orgulloso, estaba prohibido para ellos. Femke no pudo evitar preguntarse ¿cuándo había comenzado a ser así?¿quién había creado tales leyes y cómo todos se habían conformado con seguirlas? ¿Cómo sus padres e incluso ella también? Comenzó a pensar que quizás su trabajo estaba siendo muy poco y realmente dirigido a lo que carecía de importancia real.
La gracia que le había hecho su comentario se notaba en su rostro. Si aceptaba que él era bajo, tendría que aceptar que ella igualmente lo era, no podían ser muchos los centímetros que el músico le llevara y aunque su contextura estilizada le daba el porte regio, seguía siendo baja en comparación de otras mujeres que había conocido en su vida. Igual eso no era problema, nunca había hallado algo que le fuera imposible hacer por ser baja, siempre encontraba la forma de alcanzar lo que deseaba, así fuese porque objetos u otros lo hicieran por ella. Porque eso también valía como éxito, ¿verdad?

- Quizás no sea tarde para ambos.- su tono fue divertido, lo miró complice encogiendo los hombros en un suspiro. - Quizás su fuerza no se encuentra en lo externo, quizás se haya manifestado en la manera en que ha vivido, en cómo los honra y no ha desviado su camino, la forma en que ha sobrevivido a lo malo y lo bueno, en no olvidar que su hermano le necesita y que usted es lo único que tiene.- para ella eso era lo importante, no cuántas vigas pudiera cargar un hombre. Considerándose fuerte interiormente, jamás pretendería tratar de competir con un guerrero, pero se sabía tan valiente para descongelar glaciares.

- Que ambos estemos aquí significa que nuestros padres hicieron un buen trabajo.- sus manos se unieron sobre el balcón, como un ruego que miró como sus ojos la luna. Era un gran deseo, ser lo que su padre había querido que fuera.
Guardando silencio le vio de reojo, guiñándole uno de sus orbes marinos. Tenía razón, la tenía. - Y hasta donde yo recuerde no soy más que una baronesa.- y eso solo era un título que no decía nada de lo que realmente era. - No se inquiete, Señor Legrand. Siempre somos algo más cuando estamos solos, cuando estamos con otros y aún así, cada persona, tiene una versión de nosotros diferente.- trató de explicarse.

- Espero ser una buena para usted, así como lo está siendo para mi sin pedir nada a cambio.- con interés lo miró, tenía demasiado en saber lo que respondería a su pregunta escueta.  No era así como se sentía. - No es ignorada como me ha hecho sentir, no es tan grave, - o quizás sí por no satisfacer lo que deseaba saber, - es que siento que hay algo más en las preguntas que deja sin responder. - el semblante ensoñador se borró, pero no fue duro, siguió siendo contemplativo y piadoso.

En algunos momentos lo había llegado a ser, muy evidente, pero no era algo insoportable o que le molestara, en absoluto.- A ser buena compañía no se aprende y si se debe aprender, creo que carece de encanto. No creo que sea un mal conversador, solo es...- consciente de que no debía decirlo por no resaltar lo evidente, lo dijo - tímido y demasiado modesto. - tampoco lo consideraba malo, seguía sintiendo que era adorable.
Así una risilla espontánea salió de sus labios al escuchar el siguiente comentario, cortando cualquier seriedad y solemnidad anterior.

- Yo también me temo.- era verdad, ambos había dejado sus copas casi intactas en el interior del lugar y ninguno deseaba volver por ellas al parecer, menos ella, el solo pensar que en algunos minuto él debía regresar a tocar y ella a escuchar los nuevos infortunios sobre las mujeres de la clase alta en París, después de estar a su lado se le hacía una carga, un imposible.
Pensaba en qué haría cuando regresase el mayordomo y diera con ellos cuando la pregunta del músico la hizo clavar sus ojos en los ajenos.

El sonrojo invadió sus mejillas y aunque no bajó la mirada en busca de alguna explicación racional a su pregunta, era inevitable pensar que el ¿puedo invitarla a salir? iba con la real intención de tener con ella más que una simple amistad. Y eso era algo tan negado para las mujeres que portaban su título y él era apuesto, tenía ese ingrediente secreto de la experiencia, la amabilidad, la sencillez y su gratitud de niña y adolescente que seguro le abriría el corazón de la baronesa, pero a pesar de que su vida muchos la llamarían cuento de hadas, desde pequeña se le explicó que los romances de este tipo de historias no serían para ella. La neerlandesa se quedó en silencio con las mejillas carmín.

Pero aunque la confusión pasó pronto por la en realidad lógica explicación y su corazón volvió a latir lento, poco a poco, ya sin el pudor de ser cortejada, se preguntó si él estaría enamorado o si la había estado alguna vez, si había contemplado la idea de casarse, el amor era un tema que no pasaba invisible para Femke. Ladeó la cabeza, lo que escuchó le pareció lo más amable que podrían hacer por ella en toda la noche y sus ojos se entornaron para demostrarlo en una suave sonrisa. - Le agradezco infinitamente, Señor Legrand.- suspiró profundo, hurgando en sus ojos azules. Ya se soñaba corriendo por los pasillos de la mansión tras él, sonriéndole entre miradas cómplices para abandonar tal fiesta y entregarse a las calles de París, a un café en el primer lugar que se le presentara o la banca de un frondoso jardín, junto a él.

- ¿Pero se imagina lo que sentirán los Faure-Dumont si dejó el lugar sin ninguna explicación?¿El cumpleaños de su heredero?- era el apellido de una de sus amigas parisinas de hace años, había crecido junto a Antoine cuando visitaba Francia y sus padres le escribían cartas a su madre desde la infancia. Estaba irremediablemente atada a la noche. - Lo que piensen de mi reino, mi apellido y familia es una de mis obligaciones y tradiciones como baronesa, lo que sientan mis amigos por mis acciones es una obligación como la mujer que soy.- dijo sin quejarse y con la voz y el semblante lleno de solemnidad. Quizás él no lo entendiera, quizás sí, lo cierto es que era una de las razones por la que a veces quisiera no ser lo que era.


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Mensaje por Jeremy Legrand Vie Mayo 25, 2018 2:37 pm

-Oh Dios mío, yo... yo...

Jeremy no sabía dónde meterse. Si pudiera hacer realidad un deseo, solo uno, desearía dar marcha atrás para reparar el entuerto. En ese momento nadie sabría decir quién estaba más colorado, si la señorita van Roosevelt o el músico. Siempre había tenido esa habilidad para fastidiarlo todo, para ese hombre extraño que toca el piano, distanciándose de todos aún sin pretenderlo. ¡Cómo se le pasaba por la cabeza! ¿Qué estaría pensando ahora mismo de él? No sabía qué era peor, el haberla pedido salir con él, aunque fuera un infortunado accidente carente de toda intención por su parte, o el haber aclarado el malentendido con la idea que deseaba plantearla en realidad: abandonar una reunión social de la creme de la creme, poniéndola en un compromiso y manchando su imagen.

En su cabeza, la intención era clara: volver a las viejas costumbres, ser aquél quien la salvara de su miedo al aburrimiento, de presentarla una alternativa y de tratar de hacerla disfrutar de unos momentos que ella considerase más agradables, sin ninguna intención de por medio. Si bien la señorita van Roosevelt era una joven de cuya conversación sin duda disfrutaba, no se había planteado en ningún momento el cortejarla. La sola idea parecía una broma de mal gusto. Y por supuesto que era una mujer de gran belleza, pero una de las rarezas del pianista era la de ver a la persona antes que a su físico. Eso a él poco le interesaba, y por ello tantos intentos de casamiento habían terminado en completo desastre ante su incapacidad de anteponer la belleza física de una persona a su belleza emocional. Y eso era algo que no podía apreciarse en una sola noche. Y, por supuesto, ¿quién no rompería a reír a carcajada limpia al pensar que la baronesa Femke van Roosevelt podía aceptar a alguien como.... él?

-No debí haber dicho eso, soy un estúpido.-hablaba casi más para si mismo, volteando la mirada, buscando una ruta de escape.- Por favor, no piense que trataba de aprovecharme de su buena fe y su amabilidad, le aseguro que no era mi intención y que desde luego no albergo ningún deseo de cortejarla.-de nuevo, se percató de que había vuelto a meter la pata hasta el fondo, pues esa última frase, dicha sin ningún ápice de mala intención, podía ser fácilmente considerado un grave insulto.- ¡No quería decir...! usted es... yo.... solo quería decir que...-¿qué? no tenía ni idea. O sí. Sabía qué quería decir, en su mente estaba bastante claro hasta hace unos momentos, pero las palabras le fallaban y enredaban todo todavía más.- Tengo... tengo... oh Dios mío... tengo que irme, señorita van Roosevelt, di... d-discúlpeme.

Y aún después de decir eso, se quedó allí plantado, encogido, como si las piernas no le respondieran, o como si esperasen el permiso de ella para empezar a moverse. Poco a poco, sus pies se fueron arrastrando, comenzando a reaccionar.


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Mensaje por Femke Van Roosevelt Dom Mayo 27, 2018 4:49 am

El orgullo nos cuesta más que el hambre, la sed y el frío.
-Thomas Jefferson


La reacción a la declinación de su ayuda fue la que menos esperó y la que más le lastimó los siguientes minutos. Quedó silenciosa y en completa quietud, observando atónita el rostro del caballero, su duda, su vergüenza. Sus palabras. ¿Qué había podido decir para que él reaccionara de aquella manera? La verdad estaba consciente de que era triste, desanimaba a cualquiera que no estuviese acostumbrado, ella si bien soñaba con libertad, llevaba 18 años siendo lo que era y las costumbres y los protocolos habían echado raíces en todo su cuerpo y alma, llegando hasta el centro donde habían hecho de ella un seguro y costumbrista hogar, sufrían cuando a veces se saltaba ciertas reglas, como el cabalgar como una amazona, no tener siempre la presencia de una chaperona, llevar una vestimenta diferente a la habitual, atreverse a tener conversaciones más allá de la formalidad del utilitarismo con personas de una clase más baja, como ahora. Pero eran cosas que a la baronesa jamás se había dignado a querer cambiar, quizás siempre existían excepciones a las reglas y esas eran las suyas, sus manchas negras llenas de valentía y quizás hasta allí llegaba.

Oleadas de pensamientos se mecían desordenadamente agitados en su cabeza, y seguía sin poder llegar a discernir qué era lo que había hecho para esfumar toda la calma que parecían haber logrado crear y conservar juntos los minutos anteriores. No, no lo sabía, lo único que sí tenía claro era que ella sería la única culpable de esa realidad y pensar que lo era fue su mayor castigo.
Lo fue también el silencio que se extendió calándole y congelando su interior. Y cuando por fin se dio una explicación, aunque parecían ser aclaraciones que él mismo se daba para calmarse y que la neerlandesa seguía sin entender, sus manos en el aire intentaban encontrar la forma de acercarse y consolarlo, pero tal como había sentido hace unos minutos, la muralla que él colocaba entre ambos era más clara y evidente ante sus ojos, frenando cualquier intención de tacto.

Las primeras palabras comenzaron aunque extrañas, sin ningún problema, fueron las últimas las que encontraría muy bruscas, haciéndola dar un paso para retroceder, con la aflicción en su rostro. Si bien, nunca la belleza la había desvelado o pretendía resaltar entre la humanidad en busca de ser una divinidad adorada, jamás se había considerado una mujer fea, poco agraciada o poco interesante a la que ningún hombre pensara en cortejar. Eso era triste, al fin y al cabo algún día tendría que hacer una familia, tener una futura baronesa o barón y no desechaba la idea de enamorarse y que la amaran. Aún con toda su confianza en si misma, la idea alcanzó a hacer mella en ella. ¿Por qué le decía aquellas cosas?

La última decisión que el músico decidió tomar fue el cierre que no esperaba, llevó una mano a su pecho sosteniendo su mirada lo más que pudo, pero por fin cedió teniendo que entregarse a la fragilidad que sentía ahora y ya no pudo controlar como se esmeraba en hacer en su vida cuando algo así sucedía.
La distancia que él se alejó y que ella percibió, le pareció del tamaño de un abismo.
Si la primera y última vez que se habían visto, habían demorado doce años para volver a encontrarse, cuánto sería el tiempo que tendría que esperar esta vez. Sin mencionar que el final sería abrupto y que contaba con la plena memoria, atención razonable y disposición para recordarlo hasta su vejez como un inalcanzable, ya no era una niña.
¿Ya todo había terminado?

Dios unos pasos presurosos, anhelantes, extendió su delicada mano, alcanzando a rozar con ella el hombro del músico cuando él comenzó a alejarse. - No...- tuvo que tomar aire, - no se vaya,- susurró - por favor.- se halló pidiendo, suplicando que le diera un poco más de tiempo, sintiéndose una tonta completamente avergonzada con los ojos húmedos por el sentimiento que la embargaba. Jamás había tenido que pedir algo así, pero es que aún pensaba que el Señor Legrand valía la pena, que contar con su apoyo y compañía era un tesoro, que no en vano estaba ante ella después de tanto tiempo.

-No se que fue eso tan malo que dije o hice para no merecer más su compañía. Pero si logre ofenderlo, si lo hice, perdóneme.- dijo agachando la mirada en un último intento por no dejar que parte de su pasado se fuera, habría tomado sus manos incluso, pero no se atrevió, esta vez no. - Déjeme crear más páginas a su lado. Le prometo que no volveré a hacer...- lo que sea que hice, se detuvo cubriendo su rostro con ambas manos por no saber cómo completar la frase y con miedo de empeorarlo todo.

¿Cómo aquella noche maravillosa había tomado ese camino? ¿Cómo era que por no querer estar sola como se había sentido allí dentro, había pedido perdón sin ni siquiera saber porqué debía? ¿Por qué estaba a punto de dejar que las lágrimas se dejaran ver ante él si era un privilegio o quizás una triste escena para el espejo y ella?¿Dónde había ido a parar su orgullo?


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Mensaje por Jeremy Legrand Dom Mayo 27, 2018 10:47 am

Cuando él se giró a petición de aquella mano en su hombro, lo que no esperaba ver fueron aquellos ojos humedecidos. Quedó paralizado, no supo qué hacer, sintiendo como si dentro de él unas garras le cortaran en mil pedazos. Nunca había hecho llorar a nadie. Normalmente ocurría al revés.

Reconoció en su rostro, en sus manos, en cada uno de sus gestos y en el tono entrecortado de sus palabras sus mismos miedos, su temor a causar rechazo. A veces, estaba tan dentro de sus propios muros que olvidaba que podía destruir los de otras personas sin quererlo.

-¿Cómo podría ofenderme, cuando todo lo que ha hecho es brindarme una amabilidad y paciencia que nadie aparte de mi familia me ha ofrecido?-se atrevió a aproximarse a ella, alzando una mano a medio camino del rostro ajeno para que bajara sus manos, pero no llegó a completar su camino.- Y por ello, por tener el privilegio de llamarla amiga, mi mayor temor ha sido hacerla sentir incómoda y causar su rechazo.- sellando sus labios como si el movimiento le costara toda su fuerza de voluntad, su mano rozó suavemente el brazo de la joven, solo un segundo, para pedirle la retirada de su rostro.- La humanidad es una virtud extremadamente rara en las personas. Y, desde la amistad, le aseguro que no tiene la menor idea de cuánto ha significado para mi esta noche que me tratase como a una persona.-era tan difícil expresar lo que sentía en aquél momento, su remordimiento, que ninguna palabra parecía adecuada, ninguna parecía encajar en su idea de una disculpa.- Mi familia no me educó para ser frío, pero el mundo no me educó para ser cercano.

Aquella confesión pesaba tanto en él que tuvo que detenerse a respirar unos segundos, notando sus ojos igualmente humedecidos, con lo cual alzó la vista al oscuro cielo para ocultarlo mientras calmaba aquellas emociones antes de que le dominaran por completo.

-Señorita van Roosevelt, a pesar de solo conocerla de unas pocas horas, puedo decir sin temor a equivocarme que es usted un regalo en forma de la mejor persona que he conocido. Con lo cual puede imaginarse que, para mi vergüenza, no conozco a mucha gente.-buscó la forma de arreglar su mala expresión anterior, esforzándose para que no le temblara la voz en el intento.- Por eso quiero agradecerle, de todo corazón, que me haya dedicado su tiempo con tanta paciencia, y si alguien debe disculparse, soy yo por causar tan terrible malentendido y traerle tal disgusto. Quiero jurarle por todo lo que más quiero que mis intenciones no se acercan siquiera a la idea de verla más allá que como una buena amiga, pero mis motivos son míos y están muy lejos de ser culpa suya. Lo único que le pido es que confíe en mi en este aspecto.

No supo muy bien qué hacer a continuación, cómo seguir. Normalmente, cuando su hermano lloraba él le abrazaba para consolarlo, y esa era la única experiencia con ese tipo de situaciones que tenía. Abrazar a la joven no entraba en su cabeza, por lo que se quedó ahí parado una vez más, debatiéndose sobre acercarse un poco más o no.

-No llore por mi culpa, por favor.-susurró.- No podría perdonármelo.


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Mensaje por Femke Van Roosevelt Lun Mayo 28, 2018 5:47 pm

La amistad es un alma que habita en dos cuerpos;
un corazón que habita en dos almas.

Chiquilla indefensa, inmadura, débil, tonta, frágil, caprichosa, quejumbrosa, enclenque, floja, cobarde, vulnerable, tenue, endeble.

El desfile de sinónimos apareció uno a uno en su mente, haciendo cada uno una larga pausa para que se diera el tiempo de entender bien quién era en aquel momento.
¡No! Ella no era eso, ninguna de aquellas palabras tan lábiles o bueno, quizás sí frágil pero solo en apariencia, a veces tonta por ser algo inocente, caprichosa...eso era inevitable, a pecar por consentida y deseosa de lo mejor la habían enseñado y acostumbrado sus padres, no por nada era hija única, no por nada era baronesa.
Vulnerable. Eso también, sin duda lo era, porque si no, ninguna situación la haría inclinar cabeza, ni comenzar a sollozar como una niña como la de hoy.

¡Qué vergüenza! Qué estaría pensando de ella.
¿Ya se habría ido? ¿La habría dejado para siempre? Se preguntó sin poder abrir los ojos, sin poder retirar las manos de su rostro, estaba segura que si lo hacía rompería a llorar y estaba también convencida de que no era concebible. Por eso se quedó allí, apretando los párpados dejando que sus largas pestañas se bañaran con agua salada. Una cárcel para su tristeza. Se quedó allí, esperando escuchar los perfectos acordes del Señor Legrand volver a retumbar en el salón en cualquier momento, era esto lo que más temía. Ella tendría que volver a ser solo parte del público, uno ajeno a su vida, a sus historias, a su música y melodía, tendría que olvidar aquella parte de su pasado, esta vez por voluntad propia.

Pero su voz le insufló esperanza, haciéndole pestañear debajo de la coraza que eran sus manos en aquel momento. No se había ido. ¿Eso era algo bueno? - Que lo sea, que lo sea, por favor, que lo sea.- se dijo, colocando toda su fe en aquel rezo y toda su atención en las palabras que le decía, dejaría de pensar, para parar  de hundirse más en sus pensamientos derrotistas para saber cuál sería su sentencia.
Lo más importante era si sería la última.
Y si su voz con solo escucharla fue esperanza, sus palabras fueron vida. No había hecho nada que lo ofendiera y la palabra amiga se sellaría con la caricia que sintió en el alma aunque solo rozó su brazo.

Deseaba ser su amigo, como ella deseaba ser la de él. Retirando las manos de su rostro, muy lento, sin atreverse a mirarlo, alcanzó a tomar aire. Pero tuvo que volver a cubrirse. Si bien era un alivio escuchar que no deseaba alejarse de ella, que no lo había lastimado, era demasiado triste lo que le contaba, removía los sentimientos que tenía dentro, le hacían preguntarse una vez más cuánto habría tenido que pasar y aunque el músico la llamaba buena, jamás podría dejar de incluirse entre la palabra mundo. Cuando se atrevió por fin a descubrirse el rostro para demostrar que no era una cobarde y enderezó su cabeza, se encontró con él mirando al cielo mientras dos gotitas corrían por sus propias mejillas.

Pudo observarlo, era la melancolía del que recuerda lo que las situaciones han hecho con él. ¿Eso era dolor?
Limpió a tiempo su rostro, antes de que volvieran a encontrarse sus miradas y el sonrojo en sus mejillas aumentó. Ahora ya le avergonzaba que la viera a los ojos después de mostrarse débil. Con los propios húmedos, notó en él ese deseo de también exteriorizar la tristeza y por ningún motivo deseaba que se encontrara así. Lo escuchó, con los oídos más abiertos y el esmero más indulgente que nunca, dispuesta a entender y así lo hizo llegando a la conclusión que todo no era más que un mal entendido. La baronesa ladeó la cabeza mientras algunas lágrimas más aparecían por sus ojos, dulzura en todo su rostro.

- Gracias por sus palabras. Pero quiero que sepa que usted no tiene porque explicarse, menos a sus motivos y sentimientos, Señor Legrand, no me vea tan vanidosa y engreída como para sentirme una diosa o una mujer irresistible. Conozco mis defectos y busco recibir algo más de las personas. - a pesar de lo rudo y firme del comentario, su voz fue suave como siempre. Hablaba en serio y con el alma. -No sé aún lo que es el amor que mueve al hombre a cortejar a una dama y a una dama aceptar que así sea, menos puedo saber que se siente el amor que mis padres compartieron por tanto tiempo, pero entiendo en lo poco que he visto que ese tipo de sentimiento no se elige, nace o se siente en el primer instantes, también que no solo se trata de eso, yo puedo amarlo a usted como mi amigo y usted puede amarme como su amiga, y que tal unión sea para siempre, como la que me une a mis padres incluso después de la muerte, como la que viven los suyos allí arriba. - miró al cielo en una breve pausa.

- Amistad verdadera. Por lo que escuche y entiendo es lo que ambos deseamos y eso me hace muy feliz, a pesar de estas lágrimas.- limpió sus mejillas con prontitud. - Siéntase afortunado de haberlas visto, muy pocos lo han hecho y por ello, por no ser débil si puedo sentir vanidad. Más bien orgullo. - sonrió restándole importancia al asunto y dejando claro que no era una chiquilla. Se quedó mirándolo fijamente unos segundos, suspirando por la anterior tristeza, por el alma que se sentía sobrecogida por la emoción anterior, la alegría, por la esperanza de nuevo fuerte, por su vergüenza, por tenerlo aún en frente, por la amistad prometida, por una vida difícil duramente vivida.

Por fin se acercó y sin prevenirlo y sin ninguna brusquedad más que la que da la caricia espontánea, lo abrazó, muy fuerte y cálido. Apoyando su cabeza sobre el hombro del músico, encontró refugio, sintiéndose consolada, segura, entre familia. Acarició sus cabellos con afecto queriendo consolarlo. - Si yo pudiera hacer algo para cambiar todo lo malo que le ha sucedido, a usted y a su familia, lo haría sin ninguna duda, Señor Legrand, eso puedo jurarlo y así, así mismo, puedo prometerle, por mi padre, que usted y su hermano de ahora en adelante no estarán nunca más solos. Yo me encargaré de que sea así. - le susurró al oído con una inmensa convicción, allí sellaba su pacto, con él y con ella, con su padre.

No abusó de la confianza, de la cercanía, pero si bien el tiempo del abrazo fue cortó también fue agradable, lo aprovechó al máximo, tanto, que su corazón se sintió bien, calmo de nuevo. Lo necesitaba, la última vez de una caricia tan sincera y cercana había sido al despedirse de su madre en Leeuwarden. Femke se alejó con lentitud y suavidad, reorganizando sus cabellos blancos con una una mano lo miró, acariciando con la otra su mejilla. - Solo no me aleje de su lado y confíe en mi. A su ritmo, pero hágalo, inténtelo sin ningún compromiso... y yo haré lo mismo.- le sonrió una vez más, aún más dulce, sabía que todo en la vida era solo querer y el poder de la intención movía montañas.


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Mensaje por Jeremy Legrand Miér Jun 20, 2018 1:12 pm

Continuaba observando las cristalinas lágrimas brotar de sus ojos y, sin embargo, no veía más tristeza en ellas, sus palabras no hicieron más que confirmarlo y eso le hizo sentir un alivio tan liberador que por un momento le pareció que aprendía a respirar por primera vez. Ante aquellas sentidas y honestas palabras, el músico bajó la cabeza, buscando el valor de contestar y sincerarse de la misma forma que ella lo hacía, algo difícil para alguien como él, tan acostumbrado a guardarse sus pensamientos y sentimientos tras los muros que siempre había intentado levantar para protegerse a sí mismo.

-Yo... tampoco creo saberlo, si le soy totalmente sincero.
-bajó la voz, intentando devolverle la mirada, claramente avergonzado por la confesión.- Y, para seguir siéndolo, tampoco he conocido el amor de una auténtica amistad. En ambos casos, solo he conocido las máscaras de quienes se acercaron a mi o a otros por intereses puramente materiales y egoístas, buscando conseguir algo con falsas sonrisas.

Pero había mentido. O así lo sentía él, con su primera revelación. No obstante, no estaba preparado para hablar de aquella parte de sí mismo de la que tanto se avergonzaba, seguro de que, en el mejor de los casos, ella se sentiría repelida. Era un secreto que ni siquiera sus padres habían conocido, uno que intentaría llevarse a la tumba, a pesar de aquella necesidad de tener alguien a quien confiárselo para aliviar su carga.

-¡No!-se apresuró a asegurar ante sus siguientes palabras, mirándola a los ojos.- Usted no es una niña caprichosa, puedo saberlo con solo mirarla, y por ello no puede dejar de fascinarme. La miro y...-se detuvo un momento, observándola un segundo antes de continuar.- ...pese a su juventud, puedo ver en usted a una persona madura, con principios, y el que se sienta orgullosa de sí misma no significa....

Se silenció, sabiendo que estaba hablando demasiado, dando demasiadas vuelas para tratar de explicarse, como de costumbre. Iba a volver a intentarlo cuando ella cortó su intento antes de que volviera a estropearlo todo, con aquél inesperado abrazo. Al principio tropezó levemente por la sorpresa, pero recuperó rápidamente el equilibrio sin que su torpeza se hubiese notado en demasía. Todo su cuerpo estaba en tensión, paralizado... pero poco a poco se dejó llevar por aquella calidez, sumergiéndose en ella, en su reconfortante caricia, llevado por la necesidad y la agradable sensación de tener a alguien en quien poder apoyarse, a quien llamar amiga. Nadie, mas que su familia, le había dado algo así jamás, y todavía era incapaz de creer que algo así le estaba pasando a él. Respiró profundamente, dejándose llevar por aquellas fuertes emociones, por la sensación de tener a alguien que realmente se preocupaba por él, que le brindaba algo tan preciado para él a cambio de absolutamente nada. Sus ojos se humedecieron sin que él pudiese evitarlo, mientras sus manos, aún temblorosas, se atrevían a devolver aquél abrazo, tratando de imitar los gestos de la joven para intentar entregarla lo mismo que ella le acababa de regalar. No sin timidez y algo de torpeza, una de sus manos se apoyó sobre los cabellos de la cabeza sobre su hombro con toda la suavidad de la que podía hacer gala, su mejilla rozando contra la ajena en el breve tiempo que se prolongó el abrazo, escuchando aquellas palabras y siendo incapaz de responder en aquél instante.

Cuando se separaron, trató de no derrumbarse, conteniendo las emociones que deseaban salir de él en forma de lágrimas, permitiéndose disfrutar de la última caricia que ella le dedicó. Su cuerpo había perdido su tensión poco a poco, ella había logrado derribar momentáneamente parte de sus muros y, a pesar de haberlo disfrutado, de haberse sentido momentáneamente liberado, éstos eran demasiado altos y firmes, tras haberse afianzado con el paso de los años, como para desmoronarse.


-Es... usted.... yo....

No sabía por dónde empezar, qué decir, y supo que si empezaba a hablar volvería a andar en círculos tratando de expresarse. En su lugar, respiró profundamente, buscando las reminiscencias de aquella agradable sensación, dibujando una suave sonrisa en sus labios y asintiendo con total sinceridad y agradecimiento.

-¿Cree que...?-se interrumpió un momento, asaltado por todas las dudas derivadas de la pregunta que quería formular, pero ella le había pedido que lo intentara. No podía traicionar tan pronto su compromiso con ella.- ¿Cree que podríamos....?-¡diablos! era tan complicado que su propio subconsciente le traicionaba y le detenía, como si intentara boicotearse a sí mismo. No iba a permitirlo, no esta vez, debía demostrar que podía cumplir aquella promesa muda. Tomó aire, corrigiendo su postura, intentando mostrarse más decidido.- Señorita Van Roosevelt, me gustaría mucho volver a verla cuando tenga algo de tiempo, si lo considera correcto.

Tras decir aquello, su actitud comenzó a tambalearse, pero trató de mantenerla aunque tuviera esa mirada en sus ojos como si buscara saber si aquél era era un paso en la dirección correcta o debía seguir aprendiendo a "intentarlo". Cada momento que pasaba sin conocer la respuesta, parecía más preocupado.




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Mensaje por Femke Van Roosevelt Miér Jul 11, 2018 12:22 pm

"¿Usted tiene máscaras, Señor Legrand?
Si es así, podría entenderlo.
Si es así, creo que algún día yo también podría llegar a deber tenerlas.
Si es así solo le pido, que juntos, siempre las dejemos en el
perchero al lado de los abrigos y los sombreros."


Lo miraba a los ojos, buscando entenderlo entre la humedad de los suyos.
Dos con desconocimiento de la ciencia del amor que se estudia y vive con los ojos de los amantes.
El de ella se debía a jamás haberse cruzado con aquel como para sentir el impulso de deber seguirlo como a fuego fatuo; o la corazonada -como la imaginaba- de querer conocer a un hombre más allá de una amistad, admiración, su historia y pensamientos, más allá de la curiosidad. Su ignorancia se debía a que quizás como su madre le decía: no era el tiempo de enamorarse o no había llegado el indicado.

Femke no sabía si debía opinar o qué pensaba sobre aquel tema del que algunos libros que leía hablaban, de lo que algunas de sus amigas en la corte neerlandesa, francesa e italiana decían y juraban haber sentido y todo sonaba bien, melodioso cual sonata húngara, pero ¿qué podía saber y decir ella de algo que como su madre le decía sería tan espontáneo y bello que cuando notara tenerlo sería demasiado tarde? ¿qué podía conocer o pensar de algo que no había sentido? Lo mejor era esperar, ser paciente como el consejo de su progenitora y hasta hora había sido sencillo.

¿A qué se debería el desconocimiento del Señor Legrand? La baronesa lo encontraba sencilla e innegablemente adorable, era apuesto y la magia que hacía con sus manos sobre el teclado y sus melodías, era un rasgo que admiraría y quiso que tuviera el hombre al cual entregaría su corazón y vida, eso y su humildad.
Hoy quizás no podría saberlo, o no inmediatamente porque la oscuridad llegó a la conversación.

Una oscuridad triste que le habló de malos amigos, de aquellos de los que su padre muchas veces le había dicho debía cuidarse y los que su madre alejaba con oraciones diarias, los que con gran fortuna jamás había llegado a encontrarse. ¿Tan malos eran? Claro que había conocido y conocía a las personas que buscaban la fresca sombra que daba su título, hospitalidad y dinero, los que a su padre habían merodeado, pero quizás las plegarías de su madre habían funcionado para nunca haberse encariñado o atado a ellos, para que pronto fueran pasajeros en los van Roosevelt y en su propia vida, la rosa, tenía muy buenos amigos.

Pero él no había corrido con su misma suerte, en ningún sentido y le seguía rompiendo el corazón por no ser ajena o indiferente a las injusticias o penas ajenas. - Este es mi único rostro.- Aseguró con suavidad, carente de agresividad alguna. - Aunque...- no estaba segura de decir lo que comenzó a deslizarse en el bonito hilo de voz que tenía. - Recuerdo que una vez un amigo de mi padre dijo en una fiesta algo que quedó rondando en mi cabeza, aunque era una niña.- se encogió de hombros limpiando las lagrimas que quedaban en sus mejillas.

- Él dijo, - miró a la oscuridad, levantó uno de sus dedos y engrosó la voz hasta donde pudo, tomando una actitud más ceremoniosa, cual adulto intelectual adinerado, tomando entre la otra mano una copa invisible como también había sido en su recuerdo del pasado. - El hombre que no tiene máscara o piel alguna para ocultarse del mundo, está perdido, la vida se come y mastica lento al transparente. Así como se quebraría bajo mi bota este fino y frágil cristal, en mil pedazos.- bajó el dedo y quedó en silencio mirando de nuevo al músico con una leve sonrisa.

- Mi padre, luego de que terminara aquella cena, me dijo, mirándome a los ojos como nunca y posando sus manos sobre mis hombros, - los tocó extrañándolo como siempre, siendo vivida la escena, - que se podía vivir sin ellas. Yo...-  soltó una triste sonrisa entre suspiro. - Creo que no es del todo cierto, que tanto mi padre como su amigo tienen razón en sus palabras, pero decidí que quiero mostrarme como soy, ante todos, ante mi rey y mis amigos. Mi madre y los desconocidos. Pero solo pido que por ello no se me castigue, que la vida me lleve a mi tiempo y mi muerte sea digna y me comporte a la altura de ello.- no le importaba morir por hacer las cosas como consideraba o por el camino elegido.

Femke dejó que le viera, que hablara. Bajando la mirada con un sonrojo en sus mejillas, asintió negando el no rotundo que él acababa de darle y que tanto la agraciaba. Era cierto, no lo era.
Y el abrazo, el abrazo fue el cielo porque pudo sentir como paso a paso él se relajaba y tal como ella, se entregaba al consuelo. Le daba afecto y recibía el suyo, con toda la sinceridad de una amistad promisoria, hermosa y duradera. - Lo soy, Señor Legrand, lo soy.- susurró mientras sentía la mejilla del hombre junto a la suya. - Por ejemplo, yo ahora tengo el capricho de que usted sea mi amigo.- curvó mucho más su sonrisa, así de obstinada era.

Sus grandes ojos contemplaron su silencio al terminar el abrazo y sus palabras, respetando su tiempo, asombrosamente era buena para eso o quizás no lo era, ya que encontrando el tiempo como un tesoro de incalculable valor se sentía comprometida a preservar el ajeno como defendía el suyo. Sin embargo fue larga y pausada la espera, latió su corazón con emoción por lo que querría decirle, sus cejas se encontraban alertas junto a su rostro que brilló al escuchar la respuesta en pregunta, como sus dientes blancos entre sus labios, como el azul de sus orbes que solo eran el reflejo del regocijo de su alma.

No pudo reservar un tiempo para la respuesta que fue rápida y estuvo llena de seguridad. - Señor Jeremy,- lo llamó por su nombre aprovechando que ambos se miraban el uno al otro, - estoy de vacaciones en París y mi tiempo es todo suyo. - le dijo orgullosa de que él quisiera verla de nuevo, aliviada, tanto que la tristeza anterior o cualquier confusión se había olvidado, más no las penas del hombre que estaba dispuesta a aliviar, aún quedaba futuro.

Desvió la mirada al interior, tan iluminado, tan ruidoso. Ya no lo quería, pero debía regresar, sabía que en cualquier momento así sería. - Solo dígame, antes de tener que volver allí dentro, ¿cuándo desea que nos encontremos de nuevo? Debo saberlo.- temía que él escapara o que jamás pudiera volver a verlo en una ciudad tan grande.


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