AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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The Unforgiven | Privado
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The Unforgiven | Privado
La tortura daba inicio cuando el Sol desaparecía en el horizonte. La noche le daba paso a los fantasmas que traía la oscuridad. La residencia de Brida en París era enorme, fastuosa, pero triste, muy triste. Solo se escuchaba el cuchicheo o los pasos de algún sirviente, pero solía permanecer muda hasta que la vampiresa despertaba. Cuando ella abría sus ojos y emergía de la habitación, siempre enfundada en su bata de seda negra, el hogar se animaba un poco, pues comenzaba la actividad. Ella impartía órdenes, y los ruidos de la vajilla o de un piano lejano le daban algo de vida. Pero se respiraba angustia. La angustia de la madre que lloraba a su hijo, impotente por no poder rescatarlo del calvario que vivía, ese que ella podía sentir en carne propia. Brida intentaba no mostrarse afectada, pero todos conocían su pesar. Su séquito de sirvientes, en su mayoría sobrenaturales, la acompañaban desde hacía años, lo mismo que sus esclavos de sangre. No era una mujer que se gastara en disimular demasiado su tristeza, pero hacía un enorme esfuerzo para que no la vieran débil.
No podía perdonarse el error cometido. Jamás lograría desempolvarse de la culpa. Ella había confiado ciegamente, y había terminado condenando a su propio hijo. Fernán era víctima de su propia imprudencia, y estaba pagando con el dolor de su alma por ella. Había días que la encontraban más fuerte, y en los que decidía no utilizar la clarividencia para llegar a ese calabozo donde lo tenían encerrado y lo torturaban. Pero eran los menos. La mayor parte de sus noches, las pasaba yendo hasta su pequeño para mirarlo y escucharlo, quebrada, herida; pero sabía que ese era su castigo por no haber tomado los suficientes recaudos. También sabía que era la forma de acompañarlo, porque tenía la certeza de que él sabía que ella estaba, de alguna forma, con él. A Brida le parecía imposible la resistencia de su hijo, que hacía años se mantenía bajo el yugo de la Inquisición y no cedía un céntimo. No la traicionaría. Le urgía rescatarlo, pero debía ser inteligente y no hacerlo correr aún más riesgos.
Bebió una copa de vino, acompañada de Antonella, que tocaba el violín para ella. La muchacha le entregaba su sangre, a cambio de que la vampiresa le pagara sus estudios. Era una de las esclavas de sangre predilectas, porque tenía la mirada sabia de aquellos que han sufrido mucho. Una infancia muy difícil, repleta de necesidades y carencias, y ahora se encontraba en el medio del lujo sin perder la humildad. No era como los otros artistas, tan ególatras, que se creían merecedores del mundo por tener un talento. Antonella era una chiquilla sabia y agradecida, y eso Brida lo recompensaba muy bien.
—Toca una más, por favor —le susurró, con el rostro bañado en lágrimas. La copa de vino era mecida suavemente, tenía los ojos cerrados. Estaba junto a Fernán, que se encontraba en un ataque de ira, ya que hacía muchos días que no le daban sangre. Ella conocía aquella desesperación.
La joven siguió tocando una melodía de su autoría, con cierto dramatismo. Una doncella ingresó con una nota entre las manos, interrumpiendo tanto la pieza como el momento de Brida, que se enjugó el llanto antes de tomar el escrito entre sus manos. Leyó detenidamente el nombre de quien la visitaba, y tras cavilar unos segundos, tomó la decisión.
—Que pase —dijo, con cierta resignación. La doncella se retiró rápidamente. —Lo mejor será que vuelvas a tus aposentos y descanses —comentó, poniéndose de pie y mirando a Antonella. La muchacha guardó el instrumento, hizo una reverencia, y se fue rápidamente. A los pocos segundos, la puerta del estudio volvió a sonar. —Adelante —otorgó el permiso, antes de mojarse los labios con vino.
No podía perdonarse el error cometido. Jamás lograría desempolvarse de la culpa. Ella había confiado ciegamente, y había terminado condenando a su propio hijo. Fernán era víctima de su propia imprudencia, y estaba pagando con el dolor de su alma por ella. Había días que la encontraban más fuerte, y en los que decidía no utilizar la clarividencia para llegar a ese calabozo donde lo tenían encerrado y lo torturaban. Pero eran los menos. La mayor parte de sus noches, las pasaba yendo hasta su pequeño para mirarlo y escucharlo, quebrada, herida; pero sabía que ese era su castigo por no haber tomado los suficientes recaudos. También sabía que era la forma de acompañarlo, porque tenía la certeza de que él sabía que ella estaba, de alguna forma, con él. A Brida le parecía imposible la resistencia de su hijo, que hacía años se mantenía bajo el yugo de la Inquisición y no cedía un céntimo. No la traicionaría. Le urgía rescatarlo, pero debía ser inteligente y no hacerlo correr aún más riesgos.
Bebió una copa de vino, acompañada de Antonella, que tocaba el violín para ella. La muchacha le entregaba su sangre, a cambio de que la vampiresa le pagara sus estudios. Era una de las esclavas de sangre predilectas, porque tenía la mirada sabia de aquellos que han sufrido mucho. Una infancia muy difícil, repleta de necesidades y carencias, y ahora se encontraba en el medio del lujo sin perder la humildad. No era como los otros artistas, tan ególatras, que se creían merecedores del mundo por tener un talento. Antonella era una chiquilla sabia y agradecida, y eso Brida lo recompensaba muy bien.
—Toca una más, por favor —le susurró, con el rostro bañado en lágrimas. La copa de vino era mecida suavemente, tenía los ojos cerrados. Estaba junto a Fernán, que se encontraba en un ataque de ira, ya que hacía muchos días que no le daban sangre. Ella conocía aquella desesperación.
La joven siguió tocando una melodía de su autoría, con cierto dramatismo. Una doncella ingresó con una nota entre las manos, interrumpiendo tanto la pieza como el momento de Brida, que se enjugó el llanto antes de tomar el escrito entre sus manos. Leyó detenidamente el nombre de quien la visitaba, y tras cavilar unos segundos, tomó la decisión.
—Que pase —dijo, con cierta resignación. La doncella se retiró rápidamente. —Lo mejor será que vuelvas a tus aposentos y descanses —comentó, poniéndose de pie y mirando a Antonella. La muchacha guardó el instrumento, hizo una reverencia, y se fue rápidamente. A los pocos segundos, la puerta del estudio volvió a sonar. —Adelante —otorgó el permiso, antes de mojarse los labios con vino.
Brida- Vampiro Clase Alta
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Fecha de inscripción : 23/06/2017
Re: The Unforgiven | Privado
Fue nada más pasar por la puerta principal de la enorme vivienda que el músico sintió aquella inexplicable sensación en el pecho. El ambiente era pesado, tanto que parecía hacerle encoger hasta ser poco más que una mancha en un agónico, frío y silencioso vacío. Aquella casa, pese a la soberbia decoración y el perfecto estado en el que se mantenía, daba la sensación de estar muerta. Los pasos de los criados se escuchaban a través de los pasillos, pero a pesar de la actividad, su semblante rígido y su mudo contemplar no hacía sino alimentar aquella sensación.
Le hicieron esperar en el recibidor de la mansión, dejándole solo unos minutos mientras avisaban a la señora de la casa de su llegada. Jeremy no sabía mucho de ella, por no decir nada en absoluto. Después de la recomendación y halagos de su alteza neerlandesa Femke Van Roosevelt, se había extendido el rumor de su virtud con el piano y, pese a la humildad, timidez y particular extravagancia del músico, esos rumores le habían valido para recibir varias ofertas de trabajo y, más interesante todavía, una invitación de la misteriosa señora de aquella fría casa. Por supuesto, había preguntado sobre ella al mensajero, quien fue bastante escueto en sus palabras. Lo único que sabía de aquella mujer, era que se trataba de una amante del arte y que solía actuar de mecenas para varios músicos.
Para Jeremy, aquella era una oportunidad que no podía dejar pasar. Necesitaba el dinero urgentemente y, si conseguía unos ingresos regulares, tal vez podría convencer a la ex-institutriz de André, la Señora Morlett, de regresar para educar al pequeño de 8 años. Pero no podía evitar estar nervioso, y el pesado ambiente que se respiraba no le ayudaba en absoluto. Sus finos y pálidos dedos se tensaban sobre su bastón, esperando el regreso de la criada. Se miró en el ornamentado espejo a su derecha, asegurándose de que su corbata estuviera colocada correctamente y que no hubiera ninguna arruga en la chaqueta de su traje. Aquella noche era demasiado importante para él como para echarla a perder por una mala imagen.
-La señora le atenderá ahora. Adelante, por favor.
Dio un pequeño respingo cuando la voz de la criada inundó el recibidor, aferrando con más fuerza su bastón. No se atrevió a hablar, parecía como si su voz pudiera quebrantar alguna norma no escrita del lugar, mezclando el respeto y el miedo en la misma copa. Solo asintió, curvando sus finos labios en una nerviosa sonrisa, caminando con ayuda de su bastón, intentando ocultar su cojera en la medida de lo posible.
Se atrevió a musitar un "gracias" a media voz cuando llegaron al final del camino, pero la sirvienta únicamente cerró la puerta a su paso, dejándole a solas con la imponente figura que reposaba dentro de la oscura y bella sala. Jeremy entendió al instante que la belleza de aquella mujer no provenía de su físico, eso nunca había sido un detonante de su fascinación o interés. Su presencia era hipnótica, como una musa misteriosa en una pintura renacentista. Se sintió atrapado en aquél magnetismo sobrenatural, sin saber su fuente, sin saber por qué. Aunque fuera ciego, sordo y mudo, solo su mera presencia era intoxicante.
No se atrevía a hablar, le parecía una terrible falta de respeto romper el silencio y la solemnidad que inundaba la sala con sus temblorosas palabras, pero se obligó a sí mismo a reaccionar con una respetuosa y educada reverencia y una cortés aunque inevitablemente nerviosa presentación.
-Bu...-carraspeó.- Buenas noches, señorita Brida.-por algún motivo, el simple hecho de fijar su mirada en ella más de dos segundos seguidos parecía una tarea titánica.- Mi nombre es Jeremy Legrand.-su mirada divagó al hermoso piano que descansaba en la sala, junto a ella. Acercarse un solo paso sin permiso le pareció un crimen impensable.- Le agradezco de todo corazón su invitación e interés.
Le hicieron esperar en el recibidor de la mansión, dejándole solo unos minutos mientras avisaban a la señora de la casa de su llegada. Jeremy no sabía mucho de ella, por no decir nada en absoluto. Después de la recomendación y halagos de su alteza neerlandesa Femke Van Roosevelt, se había extendido el rumor de su virtud con el piano y, pese a la humildad, timidez y particular extravagancia del músico, esos rumores le habían valido para recibir varias ofertas de trabajo y, más interesante todavía, una invitación de la misteriosa señora de aquella fría casa. Por supuesto, había preguntado sobre ella al mensajero, quien fue bastante escueto en sus palabras. Lo único que sabía de aquella mujer, era que se trataba de una amante del arte y que solía actuar de mecenas para varios músicos.
Para Jeremy, aquella era una oportunidad que no podía dejar pasar. Necesitaba el dinero urgentemente y, si conseguía unos ingresos regulares, tal vez podría convencer a la ex-institutriz de André, la Señora Morlett, de regresar para educar al pequeño de 8 años. Pero no podía evitar estar nervioso, y el pesado ambiente que se respiraba no le ayudaba en absoluto. Sus finos y pálidos dedos se tensaban sobre su bastón, esperando el regreso de la criada. Se miró en el ornamentado espejo a su derecha, asegurándose de que su corbata estuviera colocada correctamente y que no hubiera ninguna arruga en la chaqueta de su traje. Aquella noche era demasiado importante para él como para echarla a perder por una mala imagen.
-La señora le atenderá ahora. Adelante, por favor.
Dio un pequeño respingo cuando la voz de la criada inundó el recibidor, aferrando con más fuerza su bastón. No se atrevió a hablar, parecía como si su voz pudiera quebrantar alguna norma no escrita del lugar, mezclando el respeto y el miedo en la misma copa. Solo asintió, curvando sus finos labios en una nerviosa sonrisa, caminando con ayuda de su bastón, intentando ocultar su cojera en la medida de lo posible.
Se atrevió a musitar un "gracias" a media voz cuando llegaron al final del camino, pero la sirvienta únicamente cerró la puerta a su paso, dejándole a solas con la imponente figura que reposaba dentro de la oscura y bella sala. Jeremy entendió al instante que la belleza de aquella mujer no provenía de su físico, eso nunca había sido un detonante de su fascinación o interés. Su presencia era hipnótica, como una musa misteriosa en una pintura renacentista. Se sintió atrapado en aquél magnetismo sobrenatural, sin saber su fuente, sin saber por qué. Aunque fuera ciego, sordo y mudo, solo su mera presencia era intoxicante.
No se atrevía a hablar, le parecía una terrible falta de respeto romper el silencio y la solemnidad que inundaba la sala con sus temblorosas palabras, pero se obligó a sí mismo a reaccionar con una respetuosa y educada reverencia y una cortés aunque inevitablemente nerviosa presentación.
-Bu...-carraspeó.- Buenas noches, señorita Brida.-por algún motivo, el simple hecho de fijar su mirada en ella más de dos segundos seguidos parecía una tarea titánica.- Mi nombre es Jeremy Legrand.-su mirada divagó al hermoso piano que descansaba en la sala, junto a ella. Acercarse un solo paso sin permiso le pareció un crimen impensable.- Le agradezco de todo corazón su invitación e interés.
Jeremy Legrand- Humano Clase Media
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Fecha de inscripción : 12/05/2018
Re: The Unforgiven | Privado
Como amante del arte que era, dedicaba gran parte de su tiempo a amadrinar artistas. La fortuna que había amasado a lo largo de tantos años, le permitía que una importante parte de sus riquezas, fueran puestas a disposición para fomentar las carreras de diversos artistas que se cruzaban en su camino. Algunos recurrían a ella porque llegaba a sus oídos el rumor de sus acciones, pero la mayoría eran elegidos por el ojo entrenado de Brida. Con Jeremy Legrand había sido éste segundo caso. La vampiresa había recibido muchas buenas referencias sobre él, despertando su infinita curiosidad. Valía la pena intentarlo. Averiguó su dirección y le envió una misiva invitándolo a su residencia, debido al interés que había suscitado la cantidad de recomendaciones.
Sumida en su angustia como estaba, había olvidado por completo la cita. Algo ofuscada por su mala memoria, forzó una sonrisa muy suave cuando lo vio ingresar a la sala. Sin embargo, percibió en él, el agradable aroma de la vida y un aura clara, que le indicó de la clase de ser que se trataba. Un humano simple, con el alma sensible de aquellos que hacen arte. Se puso de pie y se acercó a su invitado para extenderle la mano.
—Mucho gusto, Monsieur Legrand —la voz de Brida era grave, pero cadenciosa y agradable al oído. —Para mí es un verdadero placer recibirlo. Estaba ansiosa por ello —mintió. Sin embargo, comenzaba a sentirse a gusto en la presencia del artista. —No quiero que se sienta presionado, pero he recibido candorosas referencias sobre su talento —bromeó, y la sonrisa otrora forzada, se convirtió en una más cordial y sincera. Brida era una dama y una gran anfitriona.
—Tome asiento, por favor —le indicó el sillón de tres cuerpos, de terciopelo verde musgo, que estaba ubicado frente a una mesa ratona. Brida, por su parte, se ubicó en uno individual. — ¿Gusta beber algo? Puede pedirle a Lucille lo que desee. Una bebida, un refrigerio. Ella se lo traerá inmediatamente —Lucille se había ubicado, silenciosamente, junto a ellos. La muchacha tenía la capacidad de pasar desapercibida, y a la mujer eso le encantaba. No soportaba a los empleados ruidosos o poco discretos. Aquella jovencita parecía flotar, aunque era una humana común y corriente.
—A mí tráeme más vino, querida —cuando la doncella se retiró, Brida esperó unos segundos para retomar la conversación con el pianista. —Monsieur Legrand, me gustaría conocerlo, saber de usted, de su vida, de sus motivaciones, y por qué ha tomado la decisión de aceptar mi invitación —para la vampiresa el talento nunca era suficiente. Le gustaba conocer a las personas con las que iba a compartir su tiempo y sus recursos.
El arte, para ella, era mucho más que saber hacer algo bien. Le gustaban aquellos que tenían el fuego sagrado, esa pasión en sus almas que los hacía enfrentar cualquier adversidad, que tenían la personalidad suficiente para salir adelante. Si bien su ayuda era casi total, llegar a ella era tan sólo el camino inicial. A partir de su beneplácito, los que aceptaban estar a su lado, debían ganarse el lugar. Instruirse era fundamental. No le gustaba que se durmieran en los laureles, que creyeran merecerse más de lo que tenían. Brida era una educadora de artistas, además de su mecenas.
Sumida en su angustia como estaba, había olvidado por completo la cita. Algo ofuscada por su mala memoria, forzó una sonrisa muy suave cuando lo vio ingresar a la sala. Sin embargo, percibió en él, el agradable aroma de la vida y un aura clara, que le indicó de la clase de ser que se trataba. Un humano simple, con el alma sensible de aquellos que hacen arte. Se puso de pie y se acercó a su invitado para extenderle la mano.
—Mucho gusto, Monsieur Legrand —la voz de Brida era grave, pero cadenciosa y agradable al oído. —Para mí es un verdadero placer recibirlo. Estaba ansiosa por ello —mintió. Sin embargo, comenzaba a sentirse a gusto en la presencia del artista. —No quiero que se sienta presionado, pero he recibido candorosas referencias sobre su talento —bromeó, y la sonrisa otrora forzada, se convirtió en una más cordial y sincera. Brida era una dama y una gran anfitriona.
—Tome asiento, por favor —le indicó el sillón de tres cuerpos, de terciopelo verde musgo, que estaba ubicado frente a una mesa ratona. Brida, por su parte, se ubicó en uno individual. — ¿Gusta beber algo? Puede pedirle a Lucille lo que desee. Una bebida, un refrigerio. Ella se lo traerá inmediatamente —Lucille se había ubicado, silenciosamente, junto a ellos. La muchacha tenía la capacidad de pasar desapercibida, y a la mujer eso le encantaba. No soportaba a los empleados ruidosos o poco discretos. Aquella jovencita parecía flotar, aunque era una humana común y corriente.
—A mí tráeme más vino, querida —cuando la doncella se retiró, Brida esperó unos segundos para retomar la conversación con el pianista. —Monsieur Legrand, me gustaría conocerlo, saber de usted, de su vida, de sus motivaciones, y por qué ha tomado la decisión de aceptar mi invitación —para la vampiresa el talento nunca era suficiente. Le gustaba conocer a las personas con las que iba a compartir su tiempo y sus recursos.
El arte, para ella, era mucho más que saber hacer algo bien. Le gustaban aquellos que tenían el fuego sagrado, esa pasión en sus almas que los hacía enfrentar cualquier adversidad, que tenían la personalidad suficiente para salir adelante. Si bien su ayuda era casi total, llegar a ella era tan sólo el camino inicial. A partir de su beneplácito, los que aceptaban estar a su lado, debían ganarse el lugar. Instruirse era fundamental. No le gustaba que se durmieran en los laureles, que creyeran merecerse más de lo que tenían. Brida era una educadora de artistas, además de su mecenas.
Brida- Vampiro Clase Alta
- Mensajes : 14
Fecha de inscripción : 23/06/2017
Re: The Unforgiven | Privado
Extendió una mano para tomar la de la mujer, tratando por todos los medios que no se notara que su diestra temblaba reflejando su nerviosismo y tensión, aunque no lo logró totalmente, en especial cuando se inclinó para besar respetuosa y educadamente aquella pálida y fría mano. Jeremy conocía bien el procedimiento formal, la mayoría de las reglas sociales, pero no gozaba del carisma y mucho menos la gracilidad de movimientos de los hombres que solían rondar los grandes salones de la alta sociedad. Él era muy consciente de este hecho, y eso solo le hacía preocuparse demasiado, pensando cada uno de sus pasos con gran precaución con toda la intención de no ofender de ninguna forma a la mujer de tan apabullante presencia que tenía delante.
-Estoy seguro de que exageran.-sonrió, inclinando la cabeza con genuina humildad, algo extraño de encontrar. Ante la invitación de la anfitriona, avanzó hacia el sofá señalado, tratando de que su cojera se notase lo menos posible, dejando su bastón a un lado y tomando asiento casi encogido sobre si mismo, sintiendo el peso de la situación sobre él, intimidado sin poder evitarlo. Miró a la criada, la cual parecía haber estado allí todo ese tiempo sin que él se hubiera percatado de su figura.- So-solo un poco de agua, si es tan amable.
Para ser sinceros, Jeremy no había esperado una entrevista de aquél calibre. La imponente mujer parecía querer ahondar en su historia, en la cadena de sucesos que le habían llevado a presentarse ante ella con una invitación en la mano. Y eso era un gran problema, pues si había una cosa de la que jeremy jamás hablaba, esa cosa era él mismo.
-Bueno, y-yo... ¿q-quién conoce realmente su propia historia?-respondió con voz algo temblorosa, insegura, manteniendo una nerviosa sonrisa.- Cier-ciertamente, no tiene ningún sentido cuando estás en mitad de ella.
Sabía bien que aquello no le iba a librar de responder, pero sencillamente, aquello no se le daba bien. Necesitaba el dinero desesperadamente, y aquella era una oportunidad que no volvería a repetirse, pero era como si tuviera unas garras cerradas en torno a su garganta. Si había una sola cosa que le quedaba, que podía decir que era solo suya, era su historia y los secretos que iban con ella. No deseaba entregarlo, no así, en una habitación fría, frente a una mujer a la que, probablemente, no le importaba en absoluto y, aunque así fuera, dudaba de saber expresarse de forma que pudiera transmitirle todo de forma efectiva, sin que ella le tachara de extraño, lamentable o decepcionante.
Sin embargo, la alternativa era clara: marcharse por donde había venido. La lucha interna duró largos segundos, durante los cuales el pianista no parecía encontrarse en aquella habitación, viajando a algún lugar dentro de él, ante una vieja puerta cerrada con varias llaves que comenzó a abrir con notable resignación y esfuerzo.
-La primera vez que toqué un piano, fue cuando tenía siete años.-no pudo evitar sonreír ante el recuerdo.- Sonaba terrible, pero no lo hice por deseo de tocar una bonita melodía, sino por... necesidad.-sus ojos la miraron, aunque no se atrevieron a detenerse en aquellos ojos más de un segundo. Llevó ambos puños cerrados a su pecho, gesticulando con sus manos con una expresividad de la que solo alguien más entrenado en los sentimientos que en la palabra podría hacer gala.- Necesitaba sacar lo que tenía dentro de mi, lo que me... lo que devoraba por dentro y que no podía contar a nadie más. Desde ese día, se convirtió en mi fiel confidente. No importaba el problema, o cómo me sentía, me ayudaba a deshacer los nudos dentro de mi, si... si sabe lo que quiero decir.
No sabía emplear las palabras para expresarse con la precisión deseada pero, cuanto más pensaba en ello, más se convencía de que lo que quería expresar era imposible hacerlo con palabras.
La chica del servicio regresó, silenciosa como una sombra, en aquél momento, entregándoles a su anfitriona una copa de rojo vino y a él una de agua que no tardó demasiado en tomar entre sus finos dedos, dando un trago tembloroso para depositar el recipiente de nuevo en la mesa antes de que la tensión le hiciera derramar su contenido.
-He aceptado su invitación porque sería una falta de respeto no hacerlo.-respondió con sinceridad.- Pero entendería perfectamente que usted se sintiera... decepcionada. No estoy seguro de qué es lo que espera de mi...
No había mentido, pero sí ocultaba la verdad. ¿Qué iba a decir? ¿Que estaba allí porque necesitaba el dinero desesperadamente? No solo sería poco inteligente por su parte, sino además terriblemente vergonzoso.
-Estoy seguro de que exageran.-sonrió, inclinando la cabeza con genuina humildad, algo extraño de encontrar. Ante la invitación de la anfitriona, avanzó hacia el sofá señalado, tratando de que su cojera se notase lo menos posible, dejando su bastón a un lado y tomando asiento casi encogido sobre si mismo, sintiendo el peso de la situación sobre él, intimidado sin poder evitarlo. Miró a la criada, la cual parecía haber estado allí todo ese tiempo sin que él se hubiera percatado de su figura.- So-solo un poco de agua, si es tan amable.
Para ser sinceros, Jeremy no había esperado una entrevista de aquél calibre. La imponente mujer parecía querer ahondar en su historia, en la cadena de sucesos que le habían llevado a presentarse ante ella con una invitación en la mano. Y eso era un gran problema, pues si había una cosa de la que jeremy jamás hablaba, esa cosa era él mismo.
-Bueno, y-yo... ¿q-quién conoce realmente su propia historia?-respondió con voz algo temblorosa, insegura, manteniendo una nerviosa sonrisa.- Cier-ciertamente, no tiene ningún sentido cuando estás en mitad de ella.
Sabía bien que aquello no le iba a librar de responder, pero sencillamente, aquello no se le daba bien. Necesitaba el dinero desesperadamente, y aquella era una oportunidad que no volvería a repetirse, pero era como si tuviera unas garras cerradas en torno a su garganta. Si había una sola cosa que le quedaba, que podía decir que era solo suya, era su historia y los secretos que iban con ella. No deseaba entregarlo, no así, en una habitación fría, frente a una mujer a la que, probablemente, no le importaba en absoluto y, aunque así fuera, dudaba de saber expresarse de forma que pudiera transmitirle todo de forma efectiva, sin que ella le tachara de extraño, lamentable o decepcionante.
Sin embargo, la alternativa era clara: marcharse por donde había venido. La lucha interna duró largos segundos, durante los cuales el pianista no parecía encontrarse en aquella habitación, viajando a algún lugar dentro de él, ante una vieja puerta cerrada con varias llaves que comenzó a abrir con notable resignación y esfuerzo.
-La primera vez que toqué un piano, fue cuando tenía siete años.-no pudo evitar sonreír ante el recuerdo.- Sonaba terrible, pero no lo hice por deseo de tocar una bonita melodía, sino por... necesidad.-sus ojos la miraron, aunque no se atrevieron a detenerse en aquellos ojos más de un segundo. Llevó ambos puños cerrados a su pecho, gesticulando con sus manos con una expresividad de la que solo alguien más entrenado en los sentimientos que en la palabra podría hacer gala.- Necesitaba sacar lo que tenía dentro de mi, lo que me... lo que devoraba por dentro y que no podía contar a nadie más. Desde ese día, se convirtió en mi fiel confidente. No importaba el problema, o cómo me sentía, me ayudaba a deshacer los nudos dentro de mi, si... si sabe lo que quiero decir.
No sabía emplear las palabras para expresarse con la precisión deseada pero, cuanto más pensaba en ello, más se convencía de que lo que quería expresar era imposible hacerlo con palabras.
La chica del servicio regresó, silenciosa como una sombra, en aquél momento, entregándoles a su anfitriona una copa de rojo vino y a él una de agua que no tardó demasiado en tomar entre sus finos dedos, dando un trago tembloroso para depositar el recipiente de nuevo en la mesa antes de que la tensión le hiciera derramar su contenido.
-He aceptado su invitación porque sería una falta de respeto no hacerlo.-respondió con sinceridad.- Pero entendería perfectamente que usted se sintiera... decepcionada. No estoy seguro de qué es lo que espera de mi...
No había mentido, pero sí ocultaba la verdad. ¿Qué iba a decir? ¿Que estaba allí porque necesitaba el dinero desesperadamente? No solo sería poco inteligente por su parte, sino además terriblemente vergonzoso.
Jeremy Legrand- Humano Clase Media
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Fecha de inscripción : 12/05/2018
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