AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Unforgiven (Threishan)
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Unforgiven (Threishan)
Cuando el sueño no pudo calmar más mi dolor, abrí los ojos y descubrí que el sol aun no se había puesto en París. Me levanté como pude, pero un mareo repentino me hizo caer al suelo. ¿Qué demonios me ocurría? Ayudándome de un taburete cercano, me puse en pie y me tambaleé estúpidamente. Lo cierto es que no me encontraba nada bien. Me llevé la mano a la frente y sentí el sudor frío sobre ella. Tenía fiebre, y lo cierto es que no era un buen momento para enfermar. Al menos, el delirio me distrajo de otros pensamientos desagradables que amenazaban a mi cordura desde el día anterior. Lo único que persistía era el dolor punzante en el vientre. Decidí que era hora de ir al hospital. Lo más probable era que se hubiera infectado mi herida, y eso no me beneficiaba en ningún sentido.
Ayudándome de las paredes, entré en la habitación de Threishan, que estaba sumida en la más completa oscuridad. Entorné la puerta para que no entrara luz, pero sí un poco de claridad para que mis ojos pudieran guiarse. El vampiro yacía en la cama complétamente inmóvil, y si se enteró de mi presencia no lo hizo notar. Casi parecía una estatua, una estátua hermosa en mármol. Volví a sentir escalofríos, y no supe si debidos al miedo o a la fiebre. Necesitaba un poco de dinero si quería que me atendieran en el hospital, y estaba segura de que Threishan tenía suficiente para prestarme un poco, al contrario que yo. Al fin y al cabo él me necesitaba viva en aquel momento. Tomé unas monedas de plata de una bolsa que hallé en su chaqueta, colgada en el armario y me dirigí torpemente al centro de París. El camino fue muy accidentado, pero cuando llegué al hospital no tuve problemas para que me atendieran. Debí de despertar verdadera lástima en el joven guardia que vigilaba la entrada.
Una vez dentro no sé qué ocurrió. Tal vez me desmayé o simplemente estaba tan aturdida que olvidé lo que sucedía. Cuando desperté un médico me observaba atentamente. Me entró el pánico al pensar que debía de haber notado mis poderes, pero recordé que estándo dormida el cosquilleo que me caracterizaba era menos perceptible. El hombre no hizo preguntas sobre cómo me había hecho aquel corte. Solo me explico que había sobrevivido gracias al vendaje improvisado del día anterior, porque aunque la herida no era muy grave, la pérdida de sangre si. Al parecer me habían cosido la herida y me habían cambiado las vendas. No tardé en darle el dinero correspondiente, y antes de irme me obligó a llevarme una especie de medicamento amargo, que al parecer controlaría mi fiebre.
A cada paso que daba hacia mi hogar sentía el cuerpo más pesado. No sabía si estaba preparada para enfrentarme a Threishan y para oir las respuestas a todas las preguntas que me habían surgido durante el día. Me consolaba pensar que me recuperaría pronto y que estaba definitivamente a salvo... o no tanto con el vampiro pisándome los talones. Entré en la casa y me dirigí a mi habitación. No sabía qué hacer, así que salí a la terraza y dejé que el viento gélido me golpeara el rostro. Después... dejé que la puesta de sol me hipnotizara, haciéndome olvidar momentaneamente.
Ayudándome de las paredes, entré en la habitación de Threishan, que estaba sumida en la más completa oscuridad. Entorné la puerta para que no entrara luz, pero sí un poco de claridad para que mis ojos pudieran guiarse. El vampiro yacía en la cama complétamente inmóvil, y si se enteró de mi presencia no lo hizo notar. Casi parecía una estatua, una estátua hermosa en mármol. Volví a sentir escalofríos, y no supe si debidos al miedo o a la fiebre. Necesitaba un poco de dinero si quería que me atendieran en el hospital, y estaba segura de que Threishan tenía suficiente para prestarme un poco, al contrario que yo. Al fin y al cabo él me necesitaba viva en aquel momento. Tomé unas monedas de plata de una bolsa que hallé en su chaqueta, colgada en el armario y me dirigí torpemente al centro de París. El camino fue muy accidentado, pero cuando llegué al hospital no tuve problemas para que me atendieran. Debí de despertar verdadera lástima en el joven guardia que vigilaba la entrada.
Una vez dentro no sé qué ocurrió. Tal vez me desmayé o simplemente estaba tan aturdida que olvidé lo que sucedía. Cuando desperté un médico me observaba atentamente. Me entró el pánico al pensar que debía de haber notado mis poderes, pero recordé que estándo dormida el cosquilleo que me caracterizaba era menos perceptible. El hombre no hizo preguntas sobre cómo me había hecho aquel corte. Solo me explico que había sobrevivido gracias al vendaje improvisado del día anterior, porque aunque la herida no era muy grave, la pérdida de sangre si. Al parecer me habían cosido la herida y me habían cambiado las vendas. No tardé en darle el dinero correspondiente, y antes de irme me obligó a llevarme una especie de medicamento amargo, que al parecer controlaría mi fiebre.
A cada paso que daba hacia mi hogar sentía el cuerpo más pesado. No sabía si estaba preparada para enfrentarme a Threishan y para oir las respuestas a todas las preguntas que me habían surgido durante el día. Me consolaba pensar que me recuperaría pronto y que estaba definitivamente a salvo... o no tanto con el vampiro pisándome los talones. Entré en la casa y me dirigí a mi habitación. No sabía qué hacer, así que salí a la terraza y dejé que el viento gélido me golpeara el rostro. Después... dejé que la puesta de sol me hipnotizara, haciéndome olvidar momentaneamente.
Aishell Demberg- Licántropo Clase Baja
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Fecha de inscripción : 03/02/2010
Re: Unforgiven (Threishan)
(Perdona la extensión...no fue culpa mía xDDD)
Una brisa gélida golpeaba mi rostro mientras yo seguía corriendo, desesperado por huir de él; pero mientras más corría el camino se hacía más y más extenso, llevándome a ningún lado en concreto. Mi respiración agitada y mis sudores hacían denotar mi cansancio, pero no quería ni debía rendirme, no moriría dos veces.
De pronto el escenario cambió por completo... Ahora me encontraba en un gélido bosque nevado, donde altos y robustos pinos se alzaban ante mi, pero ya nadie me perseguía, ni temía por mi vida. Allí solo estaba yo y la profunda naturaleza con su típico manto blanco de invierno, haciéndome sentir cada vez más pequeño ante su inmensidad. No me había dado cuenta de donde estaba hasta llegar a orillas de una bahía... Estaba en Viikki en mi adorada Finlandia. Y dándome cuenta de donde me encontraba, recordé mi cansancio, mi sudor y el fuerte palpitar de mi corazón; me llevé una mano al pecho, y efectivamente, éste latía como cuando estaba realmente vivo...
La idea de volverme a sentir tan propenso al dolor me asustó de nuevo, pero había olvidado cuan cómodo me sentía respirando y con la piel caliente, aquello era como volver a ser lo que había olvidado, era como... como volver a sentir. Caminé por la costa de la bahía, y aquello me pareció tan increíble que me quité los zapatos, para sentir las piedras y la nieve lastimándome mis pies, por el simple hecho de que necesitaba en verdad creer que aquello era real, que yo era humano y que aquella seguía siendo mi tierra añorada. Sonreía como un estúpido, y pateaba las piedras lastimándome los dedos, pero en verdad no me importaba, simplemente deseaba disfrutar.
No muy lejos de mi, pude observar un pequeño muelle de madera, y la sonrisa volvió a dibujarse en mis labios, pues recordaba perfectamente aquel muelle. Fue en ese mismo lugar donde vi a Vithori por última vez, y deseaba que siguiera allí. No dudé en acercarme, pero al llegar allí pude ver a una mujer de cabellos castaños, vestida con un largo y elegante vestido verde de tirantes, cuya tela sedosa se agitaba por el vaivén del viento, meciéndola como a las mismas hojas de los árboles. La mujer giró levemente el rostro y me sonrió, para luego volver su triste mirada de nuevo al horizonte; yo me acerqué con paso lento, pero no pude decirle nada, solo dedicarme a observarla con admiración, preguntándome qué miraba o por qué esperaba allí parada.
Pero cuando quise abrir la boca, ella volvió a mirarme, ahora con el rostro bañado en lágrimas y con la mirada aterrorizada, como si fuera yo alguien a quien temer. Aquello me sobresaltó de tal manera que me sentí incómodo y quise marcharme, en cambio lo que hice fue acercarme y posar una mano en su hombro, mientras bajaba la mirada hasta sus ojos color pardo, pardo como los de... ¡Elideth!. Sí, aquella mujer era Elideth, era ella, no había duda, pero no me hablaba, ni yo pronunciaba una sola palabra, simplemente nos mirábamos, pero no me explicaba por qué me sentía tan culpable de aquellas lágrimas, si en ese momento yo era humano... Entonces ¿por qué lloraba ella?. Bajé la mirada hasta su vientre, donde ella tenía posada ambas manos, y vi entonces que un buen chorro de sangre emanaba de una herida, manchando su vestido y sus manos, y demostrando así el porque de su dolor.
Saqué un pañuelo de mis bolsillos y me llevé las manos hacia su herida, pero cuando quise ayudarla ella ya no era ella, simplemente se había evaporado, dejando un rastro de sangre que llevaba a la bahía, como si su cuerpo hubiese caído a las frías aguas. La busqué con la mirada, me acerqué al final del muelle, miré sobre el agua, pero allí ya no estaba ella.
Sentí un vacío inmenso en el estómago y la desesperación empezaba a florar en mi y quise salir corriendo, pero al girar vi que al final del muelle, justo a lado de un grueso árbol, un hombre vestido completamente de negro me miraba; me acerqué a él y vi que éste lloraba, pero lloraba sangre, su rostro demacrado, terso y blanco como el mismo mármol, estaba manchado por las gruesas gotas de lágrimas que caían de sus ojos. Su perfecto, liso y rubio cabello largo tapaba su rostro, dejándolo en un desconocido para mi, pero cuando me tendió la mano, y vi que en ella sostenía un guardapelo ovalado, mi mano izquierda se precipitó a mi cuello, buscando mi más preciado tesoro... Aquel guardapelo... Lo miré anonadado. Él era Vithori, mi querido Vithori...
Tomé el guardapelo y lo besé, como la última vez. ¿Pero qué era aquello? ¿un sueño o un mal recuerdo?. No lo sabía...
Vithori volvió su oscura mirada hacia mi y yo no supe qué hacer, si ver de nuevo como se marchaba, por mucho que eso doliera, o rogarle que se quedara a mi lado, que siquiera siendo mi maestro, mi amigo, mi compañero. Pero él no dijo nada, el siguió llorando, con la mirada fija en mi. Esperé a que se marchara, esperé a que dijera algo, pero nada sucedía, absolutamente nada, hasta que... El cuerpo de Vithori comenzó a arder por sí solo, provocándole un inmenso y profundo dolor. Tuve que taparme los oídos a causa de sus gritos; tanto era el sufrimiento que caí de rodillas en la nieve cerrando los ojos con fuerza, por no poder soportar ver la inmolación de Vithori, escucharlo sufrir y no poder hacer nada... Aquello no era lo que yo recordaba... aquello era obra de alguien más.
Cuando los gritos y el olor a quemado desapareció, abrí los ojos, encontrándome con un montículo de cenizas en el suelo. Allí yacían los restos de Vithori. Me acerqué un par de pasos, pero un fuerte viento se alzó, esparciendo todas las cenizas por la espesa nieve; una risa distrajo mi atención de nuevo, mientras que buscaba al dueño de aquel sonido desagradable. Y sucedió, un hombre salió de detrás del grueso árbol, riendo con malicia, y sujetándose los cabellos con una mano. Alainn. Aquel hombre al que reconocí de inmediato, con un sentimiento de ira y odio dentro de mi, se acercaba paso a paso, desencajando su cabeza de su cuello, mientras seguía riendo... El odio se apoderó de mi, cegándome por completo, y quise cargar contra él, y cuando lo iba a hacer, algo me paralizó en mi mismo lugar, prohibiéndome moverme. Aquello lo provocaba Alainn, su odiosa mirada y su malévola risa me lo decían; mientras se seguía acercando, ahora ya sosteniendo su cabeza en una mano, privándola de estar sobre su cuello. Se detuvo a pocos centímetros de mi, y rió una vez más, y con su risa, provocó que la nuca me empezara a arder, recorriendo aquel molesto ardor por todo mi cuello, subiendo por un lado por mi cabeza y por el otro bajando por mi columna. El dolor era de tal magnitud que deseaba retorcerme, pero estaba inmovilizado y nada podía hacer. Aquello era como si un hierro puntiagudo hirviendo, gravara sobre mi piel la palabra dolor cientos y cientos de veces... aquella desagradable sensación era indescriptible, y siendo humano como lo era allí, el dolor provocaba la aceleración de los palpitares de mi corazón.
...
Y de repente sucedió... Todo se volvió oscuro... ¡Por fin había muerto!... o eso pesaba yo.
El dolor volvió a mi cuello, haciendo el mismo recorrido sobre mi cabeza y mi columna, provocando esta vez que me retorciera en la cama.
-¡MALDITO SEAS! ¡ASÍ TE ESTÉS PUDRIENDO EN EL INFIERNO!- Me incorporé en la cama gritando aquello tras despertarme. Todo había sido un sueño... un maldito sueño.
Me llevé las manos a la cabeza, hundiendo los dedos en mis cabellos, mientras apoyaba los codos sobre mis rodillas y me aguantaba las ganas de acertar un puñetazo a la pared y terminar destruyendo aquella habitación. Solo un deseo recorría en ese momento mis pensamientos... Solo deseaba volver a matar a Alainn.
Una brisa gélida golpeaba mi rostro mientras yo seguía corriendo, desesperado por huir de él; pero mientras más corría el camino se hacía más y más extenso, llevándome a ningún lado en concreto. Mi respiración agitada y mis sudores hacían denotar mi cansancio, pero no quería ni debía rendirme, no moriría dos veces.
De pronto el escenario cambió por completo... Ahora me encontraba en un gélido bosque nevado, donde altos y robustos pinos se alzaban ante mi, pero ya nadie me perseguía, ni temía por mi vida. Allí solo estaba yo y la profunda naturaleza con su típico manto blanco de invierno, haciéndome sentir cada vez más pequeño ante su inmensidad. No me había dado cuenta de donde estaba hasta llegar a orillas de una bahía... Estaba en Viikki en mi adorada Finlandia. Y dándome cuenta de donde me encontraba, recordé mi cansancio, mi sudor y el fuerte palpitar de mi corazón; me llevé una mano al pecho, y efectivamente, éste latía como cuando estaba realmente vivo...
La idea de volverme a sentir tan propenso al dolor me asustó de nuevo, pero había olvidado cuan cómodo me sentía respirando y con la piel caliente, aquello era como volver a ser lo que había olvidado, era como... como volver a sentir. Caminé por la costa de la bahía, y aquello me pareció tan increíble que me quité los zapatos, para sentir las piedras y la nieve lastimándome mis pies, por el simple hecho de que necesitaba en verdad creer que aquello era real, que yo era humano y que aquella seguía siendo mi tierra añorada. Sonreía como un estúpido, y pateaba las piedras lastimándome los dedos, pero en verdad no me importaba, simplemente deseaba disfrutar.
No muy lejos de mi, pude observar un pequeño muelle de madera, y la sonrisa volvió a dibujarse en mis labios, pues recordaba perfectamente aquel muelle. Fue en ese mismo lugar donde vi a Vithori por última vez, y deseaba que siguiera allí. No dudé en acercarme, pero al llegar allí pude ver a una mujer de cabellos castaños, vestida con un largo y elegante vestido verde de tirantes, cuya tela sedosa se agitaba por el vaivén del viento, meciéndola como a las mismas hojas de los árboles. La mujer giró levemente el rostro y me sonrió, para luego volver su triste mirada de nuevo al horizonte; yo me acerqué con paso lento, pero no pude decirle nada, solo dedicarme a observarla con admiración, preguntándome qué miraba o por qué esperaba allí parada.
Pero cuando quise abrir la boca, ella volvió a mirarme, ahora con el rostro bañado en lágrimas y con la mirada aterrorizada, como si fuera yo alguien a quien temer. Aquello me sobresaltó de tal manera que me sentí incómodo y quise marcharme, en cambio lo que hice fue acercarme y posar una mano en su hombro, mientras bajaba la mirada hasta sus ojos color pardo, pardo como los de... ¡Elideth!. Sí, aquella mujer era Elideth, era ella, no había duda, pero no me hablaba, ni yo pronunciaba una sola palabra, simplemente nos mirábamos, pero no me explicaba por qué me sentía tan culpable de aquellas lágrimas, si en ese momento yo era humano... Entonces ¿por qué lloraba ella?. Bajé la mirada hasta su vientre, donde ella tenía posada ambas manos, y vi entonces que un buen chorro de sangre emanaba de una herida, manchando su vestido y sus manos, y demostrando así el porque de su dolor.
Saqué un pañuelo de mis bolsillos y me llevé las manos hacia su herida, pero cuando quise ayudarla ella ya no era ella, simplemente se había evaporado, dejando un rastro de sangre que llevaba a la bahía, como si su cuerpo hubiese caído a las frías aguas. La busqué con la mirada, me acerqué al final del muelle, miré sobre el agua, pero allí ya no estaba ella.
Sentí un vacío inmenso en el estómago y la desesperación empezaba a florar en mi y quise salir corriendo, pero al girar vi que al final del muelle, justo a lado de un grueso árbol, un hombre vestido completamente de negro me miraba; me acerqué a él y vi que éste lloraba, pero lloraba sangre, su rostro demacrado, terso y blanco como el mismo mármol, estaba manchado por las gruesas gotas de lágrimas que caían de sus ojos. Su perfecto, liso y rubio cabello largo tapaba su rostro, dejándolo en un desconocido para mi, pero cuando me tendió la mano, y vi que en ella sostenía un guardapelo ovalado, mi mano izquierda se precipitó a mi cuello, buscando mi más preciado tesoro... Aquel guardapelo... Lo miré anonadado. Él era Vithori, mi querido Vithori...
Tomé el guardapelo y lo besé, como la última vez. ¿Pero qué era aquello? ¿un sueño o un mal recuerdo?. No lo sabía...
Vithori volvió su oscura mirada hacia mi y yo no supe qué hacer, si ver de nuevo como se marchaba, por mucho que eso doliera, o rogarle que se quedara a mi lado, que siquiera siendo mi maestro, mi amigo, mi compañero. Pero él no dijo nada, el siguió llorando, con la mirada fija en mi. Esperé a que se marchara, esperé a que dijera algo, pero nada sucedía, absolutamente nada, hasta que... El cuerpo de Vithori comenzó a arder por sí solo, provocándole un inmenso y profundo dolor. Tuve que taparme los oídos a causa de sus gritos; tanto era el sufrimiento que caí de rodillas en la nieve cerrando los ojos con fuerza, por no poder soportar ver la inmolación de Vithori, escucharlo sufrir y no poder hacer nada... Aquello no era lo que yo recordaba... aquello era obra de alguien más.
Cuando los gritos y el olor a quemado desapareció, abrí los ojos, encontrándome con un montículo de cenizas en el suelo. Allí yacían los restos de Vithori. Me acerqué un par de pasos, pero un fuerte viento se alzó, esparciendo todas las cenizas por la espesa nieve; una risa distrajo mi atención de nuevo, mientras que buscaba al dueño de aquel sonido desagradable. Y sucedió, un hombre salió de detrás del grueso árbol, riendo con malicia, y sujetándose los cabellos con una mano. Alainn. Aquel hombre al que reconocí de inmediato, con un sentimiento de ira y odio dentro de mi, se acercaba paso a paso, desencajando su cabeza de su cuello, mientras seguía riendo... El odio se apoderó de mi, cegándome por completo, y quise cargar contra él, y cuando lo iba a hacer, algo me paralizó en mi mismo lugar, prohibiéndome moverme. Aquello lo provocaba Alainn, su odiosa mirada y su malévola risa me lo decían; mientras se seguía acercando, ahora ya sosteniendo su cabeza en una mano, privándola de estar sobre su cuello. Se detuvo a pocos centímetros de mi, y rió una vez más, y con su risa, provocó que la nuca me empezara a arder, recorriendo aquel molesto ardor por todo mi cuello, subiendo por un lado por mi cabeza y por el otro bajando por mi columna. El dolor era de tal magnitud que deseaba retorcerme, pero estaba inmovilizado y nada podía hacer. Aquello era como si un hierro puntiagudo hirviendo, gravara sobre mi piel la palabra dolor cientos y cientos de veces... aquella desagradable sensación era indescriptible, y siendo humano como lo era allí, el dolor provocaba la aceleración de los palpitares de mi corazón.
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Y de repente sucedió... Todo se volvió oscuro... ¡Por fin había muerto!... o eso pesaba yo.
El dolor volvió a mi cuello, haciendo el mismo recorrido sobre mi cabeza y mi columna, provocando esta vez que me retorciera en la cama.
-¡MALDITO SEAS! ¡ASÍ TE ESTÉS PUDRIENDO EN EL INFIERNO!- Me incorporé en la cama gritando aquello tras despertarme. Todo había sido un sueño... un maldito sueño.
Me llevé las manos a la cabeza, hundiendo los dedos en mis cabellos, mientras apoyaba los codos sobre mis rodillas y me aguantaba las ganas de acertar un puñetazo a la pared y terminar destruyendo aquella habitación. Solo un deseo recorría en ese momento mis pensamientos... Solo deseaba volver a matar a Alainn.
Última edición por Threishan Veland el Dom Ene 16, 2011 12:33 pm, editado 1 vez
Invitado- Invitado
Re: Unforgiven (Threishan)
De pronto, como si el sol que acababa de desaparecer hiciera llorar al cielo por su ausencia, se puso a llover. A pesar de los truenos y relámpagos, y de la fuerza con la que el agua caía no me di cuenta de nada hasta que tuve la cara y el vestido totalmente empapados y tirité levemente. Me arrastré sintiendo el cuerpo pesado hasta el interior de mi habitación y procuré cambiarme de ropa. El vestido que llevaba estaba ensangrentado y roto donde el médico había cortado para vendarme, coserme y demás, así que lo llevé en la mano una vez cambiada para tirarlo a la basura. Bajé con cuidado los escalones, pero a medio camino unos gritos atronadores resonaron en la casa. Temblé de miedo, pero mis pies reaccionaron y me llevaron hasta la misma puerta de Threishan. No se qué demonios sentí para sacar valor suficiente y abrir la puerta de golpe. ¿Preocupación por él y un pavor incontrolable a la vez? ¿A caso el vampiro me había contagiado su locura?
Threishan me miró con rabia, y creí que me iba a pegar de tan tenso que se veían los músculos de su cuello. Quizás fueran imaginaciones mias, pero antes de que volviera a apartar la vista de mis ojos, un brillo de tranquilidad había cruzado su mirada. Di un paso hacia él sin poder evitar fijarme en la furia que mostraban sus brazos y el resto de su cuerpo, rígido y tembloroso. Me aseguré de que no se movía hacía mi, y avancé hasta estar a su lado como movida por un resorte. Un fuerte cosquilleo invadió mi cuerpo, pero no procedía de mi propio don. Aquello me extrañó . La sangre de Alainn debía de haber dejado de producir ese efecto en Threishan hacía horas. ¿Era posible que la magia de mi primo hubiera sido tan poderosa como para permanecer durante casi un día entero en el sistema del vampiro? No lo sabía.
- ¿Estás bien? ¿Qué... ha ocurrido? - pregunté con la voz rasgada. El dolor no abandonó el semblante de Threishan, y sus manos cubrían la marca de la maldición como si quisiera arrancársela de la piel. Sentí lástima por él.
A pesar de estar muy cerca de Threishan, sin darme cuenta, me había quedado a una distancia prudente, como si eso me diera margen para huir de él si le daba por perseguirme. Las gotas frías de lluvia resbalaron por mi rostro y mojaron levemente el pelo de Threishan cuando hice de tripas corazón y alcé las manos para apartar las suyas de su propia nuca y me agaché para observar el intrincado dibujo que ocultaba. Threishan agarró más fuerte sus propios cabellos impidiéndome ver completamente la marca. Temblé levemente.
-Déjame verla Threishan...- su nombre sonó ácido en mis labios y me dolió la cabeza como si la fiebre volviera a sacudirme, lo que era imposible después de haberme tomado todos los medicamentos que me habían obligado a tomar en el hospital-. no te haré daño...
La mirada de Threishan se clavó en mis ojos, acusadora, y dejé de respirar instantáneamente mientras me alejaba unos pasos y miraba el suelo, incómoda. Asentí con la cabeza levemente comprendiendo que no quería mi ayuda y dejé caer las manos a ambos lados de mi cuerpo, como esperando saber qué es lo que quería que hiciera. Cambié el peso de una pierna a otra y me rodeé con un brazo la cintura sin darme cuenta. Threishan no parecía con intención de hablarme, tan inmerso en si mismo como estaba, así que rebusqué en el ensangrentado vestido que sujetaba, las monedas que me habían sobrado aquella mañana y las deposité en la mesilla de noche de la habitación antes de dirigirme hacia la puerta con un ligero temblor. Bajé las escaleras y tiré el vestido a la chimenéa, apagada en ese instante. Después me apoyé en la encimera de la cocina como si aquello pudiera despertarme de una pesadilla.
Threishan me miró con rabia, y creí que me iba a pegar de tan tenso que se veían los músculos de su cuello. Quizás fueran imaginaciones mias, pero antes de que volviera a apartar la vista de mis ojos, un brillo de tranquilidad había cruzado su mirada. Di un paso hacia él sin poder evitar fijarme en la furia que mostraban sus brazos y el resto de su cuerpo, rígido y tembloroso. Me aseguré de que no se movía hacía mi, y avancé hasta estar a su lado como movida por un resorte. Un fuerte cosquilleo invadió mi cuerpo, pero no procedía de mi propio don. Aquello me extrañó . La sangre de Alainn debía de haber dejado de producir ese efecto en Threishan hacía horas. ¿Era posible que la magia de mi primo hubiera sido tan poderosa como para permanecer durante casi un día entero en el sistema del vampiro? No lo sabía.
- ¿Estás bien? ¿Qué... ha ocurrido? - pregunté con la voz rasgada. El dolor no abandonó el semblante de Threishan, y sus manos cubrían la marca de la maldición como si quisiera arrancársela de la piel. Sentí lástima por él.
A pesar de estar muy cerca de Threishan, sin darme cuenta, me había quedado a una distancia prudente, como si eso me diera margen para huir de él si le daba por perseguirme. Las gotas frías de lluvia resbalaron por mi rostro y mojaron levemente el pelo de Threishan cuando hice de tripas corazón y alcé las manos para apartar las suyas de su propia nuca y me agaché para observar el intrincado dibujo que ocultaba. Threishan agarró más fuerte sus propios cabellos impidiéndome ver completamente la marca. Temblé levemente.
-Déjame verla Threishan...- su nombre sonó ácido en mis labios y me dolió la cabeza como si la fiebre volviera a sacudirme, lo que era imposible después de haberme tomado todos los medicamentos que me habían obligado a tomar en el hospital-. no te haré daño...
La mirada de Threishan se clavó en mis ojos, acusadora, y dejé de respirar instantáneamente mientras me alejaba unos pasos y miraba el suelo, incómoda. Asentí con la cabeza levemente comprendiendo que no quería mi ayuda y dejé caer las manos a ambos lados de mi cuerpo, como esperando saber qué es lo que quería que hiciera. Cambié el peso de una pierna a otra y me rodeé con un brazo la cintura sin darme cuenta. Threishan no parecía con intención de hablarme, tan inmerso en si mismo como estaba, así que rebusqué en el ensangrentado vestido que sujetaba, las monedas que me habían sobrado aquella mañana y las deposité en la mesilla de noche de la habitación antes de dirigirme hacia la puerta con un ligero temblor. Bajé las escaleras y tiré el vestido a la chimenéa, apagada en ese instante. Después me apoyé en la encimera de la cocina como si aquello pudiera despertarme de una pesadilla.
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