AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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La elegida | Privado
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La elegida | Privado
Llevaban ya dos semanas así, Etel –la nueva alumna de Slavik- llegaba temprano en la mañana y se iba muy tarde con la noche ya entrada. El resto del alumnado estaba revolucionado, hablaban por lo bajo y se quejaban de que una recién llegada se hubiera ganado ya el favor del profesor Smarag, que una muchacha a la que nadie conocía estuviera participando en la selección de bailarines más importante de París los enojaba porque no se les había dado la misma oportunidad a ellos. Slavik los entendía, él mismo había sido joven y celoso de sus compañeros en el pasado, pero no le gustaban los problemas entre alumnos y todos lo sabían bien, por eso callaban cuando lo veían llegar.
Esa mañana Slavik Smarag había llegado al teatro porque era el primer reconocimiento de escena. Como él sólo había presentado a una alumna a concurso, Etel, le tocaba probar en la primera etapa del día y él lo prefería, pues habría menos profesores viendo qué presentaba su muchachita. Ah, pero Etel no llegaba y Slavik se impacientaba…
Mientras Marie Grijón –una profesora de danzas a la que Slavik prefería ni mirar- probaba a su alumno, él caminaba de un lado al otro entre las butacas, luego por los pasillos, esperando la llegada de Etel… No podía entretenerse admirando el lugar pues a alguien como él –un ruso que había bailado en los mejores teatros del mundo- el recinto le parecía normal, sin mucho que destacar. ¿Dónde estaría esa muchacha? El tiempo se les agotaba, pronto el muchacho dejaría de bailar para dejarle paso a la alumna de Francis Leraux y luego ya sería el turno de ellos, de Slavik y su maravillosa Etel. Así había comenzado a pensar en ella, como maravillosa, pero se cuidaba de no demostrar nada, no le veía el sentido, era algo que solo podía traerle problemas.
Un muy impaciente Slavik trepó por el costado del escenario para ahorrarse dar vueltas hasta los camerinos, prefería ir directamente. Algo en el salto que dio le hizo anhelar su forma animal, esa que hacía tiempo que no liberaba, pero de deshizo del pensamiento porque no lo conduciría a nada, en esos momentos sus prioridades eran otras.
-¡Etel! –exclamó al verla llegar, por lo menos la había hallado a mitad de camino sin tener que salir del lugar-. Vamos, al camerino, te ayudaré a vestirte, muchacha. ¿Has visto la hora?
La tomó de la mano y la condujo hasta una habitación pequeña y carente de lujos, ingresaron y él trabó la puerta con la única silla que había. Slavik se plantó detrás de ella y comenzó a ayudarle con la ropa. A decir verdad, Etel nunca llegaba tarde, siempre lo hacía a tiempo pero eso no bastaba para él que prefería estar siempre media hora antes en los lugares. No la juzgaba, había alquilado una habitación en un hostal muy lejos del centro y todo el tiempo se le iba en viaje -incluso a veces caminaba hasta la academia de baile-, ¿cómo podía exigirle más si él notaba que lo estaba dando todo?
-Etel, creo que deberíamos rever la situación de tu hospedaje. Si vamos a tomarnos esto con seriedad vamos a tener que hacer algunos ajustes. Pero lo hablaremos luego, ya casi es tu turno para probar el escenario y yo necesito verte allí arriba sin preocuparme por nada más que tus movimientos.
Involuntariamente la mano de Slavik rozó la suavidad del cabello de su alumna y la piel se le erizó porque, pese a que debía tener la mente concentrada en el concurso al que ambos aspiraban, no pudo evitar imaginar cómo sería enterrar sus dedos en la profundidad de su pelo, ¿cómo sería sostener su cabeza en la palma de su mano? Probablemente nunca lo sabría, pero se permitió acariciar con sus yemas las puntas del cabello de la mujer.
Esa mañana Slavik Smarag había llegado al teatro porque era el primer reconocimiento de escena. Como él sólo había presentado a una alumna a concurso, Etel, le tocaba probar en la primera etapa del día y él lo prefería, pues habría menos profesores viendo qué presentaba su muchachita. Ah, pero Etel no llegaba y Slavik se impacientaba…
Mientras Marie Grijón –una profesora de danzas a la que Slavik prefería ni mirar- probaba a su alumno, él caminaba de un lado al otro entre las butacas, luego por los pasillos, esperando la llegada de Etel… No podía entretenerse admirando el lugar pues a alguien como él –un ruso que había bailado en los mejores teatros del mundo- el recinto le parecía normal, sin mucho que destacar. ¿Dónde estaría esa muchacha? El tiempo se les agotaba, pronto el muchacho dejaría de bailar para dejarle paso a la alumna de Francis Leraux y luego ya sería el turno de ellos, de Slavik y su maravillosa Etel. Así había comenzado a pensar en ella, como maravillosa, pero se cuidaba de no demostrar nada, no le veía el sentido, era algo que solo podía traerle problemas.
Un muy impaciente Slavik trepó por el costado del escenario para ahorrarse dar vueltas hasta los camerinos, prefería ir directamente. Algo en el salto que dio le hizo anhelar su forma animal, esa que hacía tiempo que no liberaba, pero de deshizo del pensamiento porque no lo conduciría a nada, en esos momentos sus prioridades eran otras.
-¡Etel! –exclamó al verla llegar, por lo menos la había hallado a mitad de camino sin tener que salir del lugar-. Vamos, al camerino, te ayudaré a vestirte, muchacha. ¿Has visto la hora?
La tomó de la mano y la condujo hasta una habitación pequeña y carente de lujos, ingresaron y él trabó la puerta con la única silla que había. Slavik se plantó detrás de ella y comenzó a ayudarle con la ropa. A decir verdad, Etel nunca llegaba tarde, siempre lo hacía a tiempo pero eso no bastaba para él que prefería estar siempre media hora antes en los lugares. No la juzgaba, había alquilado una habitación en un hostal muy lejos del centro y todo el tiempo se le iba en viaje -incluso a veces caminaba hasta la academia de baile-, ¿cómo podía exigirle más si él notaba que lo estaba dando todo?
-Etel, creo que deberíamos rever la situación de tu hospedaje. Si vamos a tomarnos esto con seriedad vamos a tener que hacer algunos ajustes. Pero lo hablaremos luego, ya casi es tu turno para probar el escenario y yo necesito verte allí arriba sin preocuparme por nada más que tus movimientos.
Involuntariamente la mano de Slavik rozó la suavidad del cabello de su alumna y la piel se le erizó porque, pese a que debía tener la mente concentrada en el concurso al que ambos aspiraban, no pudo evitar imaginar cómo sería enterrar sus dedos en la profundidad de su pelo, ¿cómo sería sostener su cabeza en la palma de su mano? Probablemente nunca lo sabría, pero se permitió acariciar con sus yemas las puntas del cabello de la mujer.
Slavik Smarag- Cambiante Clase Media
- Mensajes : 20
Fecha de inscripción : 22/10/2017
Re: La elegida | Privado
Etel no durmió mucho aquella noche, puesto que los nervios no la dejaron conciliar el sueño hasta casi entrada la madrugada. Cuando los primeros rayos de sol atravesaron los huecos entre las cortinas de su habitación, la joven entreabrió los ojos y se desperezó debajo de las sábanas. No se levantó de inmediato, sino que permaneció unos preciosos minutos tumbada boca arriba con las piernas dobladas y balanceándolas de un lado a otro. Aunque no tenía reloj, sabía que disponía de tiempo suficiente desde el amanecer para prepararse, por lo que se lo tomó con calma.
Se aseó a conciencia usando la jofaina que había en su habitación. Aunque a Etel le hubiera gustado que el agua estuviera fresca, la encontró demasiado templada como para conseguir despejarse del todo. Se conformó por el momento, pero se prometió que pediría agua fría para la mañana siguiente. Se cepilló el cabello y dejó que cayera suelto en su espalda; eligió un vestido sencillo de color malva y unos zapatos de cordones, sin tacones altos que le impidieran andar a un buen ritmo, y salió de la habitación de su hotel.
Ella no se entretuvo en el camino, pero éste no se lo puso fácil. Primero se encontró con aglomeraciones en las calles debido a los vendedores ambulantes; después tuvo que cruzar la plaza donde, cada mañana, se organizaba el mercado, lo que le hizo dar un rodeo que terminó desorientándola. Etel gastó más tiempo en el camino del que tenía previsto, pero las campanas de una iglesia frente a la que pasó le hicieron saber que todavía no llegaba tarde. No demasiado, al menos.
Cuando, finalmente, vio las puertas del teatro al final de la calle, la joven corrió lo que quedaba de trecho hasta alcanzarlas. Dentro se podía escuchar la música de un piano solitario que provenía del escenario, e inmediatamente supo que las demostraciones habían empezado ya. Buscó los pasillos de los camerinos y se adentró en busca de su maestro —puesto que sabía que ya estaría allí—, pero fue él quien la encontró primero.
—Maestro Smarag —saludó casi sin aliento—. No es tarde, ¿cierto? Quería haber llegado antes, pero se me ha complicado el camino. Dígame que aún puedo salir.
Parecía que sí, puesto que Slavik la condujo hasta una habitación pequeña y atrancó la puerta antes de ponerse tras ella. Comenzó a soltarle el vestido, un gesto que a Etel le pilló desprevenida y la hizo quedarse quieta, como si estuviera tallada en piedra. Fueron apenas unos segundos tras los cuales volvió en sí y colaboró para vestirse con la falda ligera con la que bailaría.
—¿Qué clase de ajustes? ¿Hay algún problema con el lugar donde me hospedo ahora?
Por suerte, la falda era fácil de poner —al contrario que los vestidos que solía llevar—, con lo que enseguida pudo dedicarse a recoger su melena en un moño detrás de la cabeza. Lo apretó bien y lo sujetó con unas horquillas que sacó de su bolsito.
—¿Cree que estoy bien, maestro? —preguntó, colocándose erguida frente a él.
La música fuera cesó; esa era la señal de que el turno de Etel había llegado. La joven respiró hondo y parpadeó un par de veces antes de mirar a Slavik. Después asintió en silencio, haciéndole saber que estaba lista.
Se aseó a conciencia usando la jofaina que había en su habitación. Aunque a Etel le hubiera gustado que el agua estuviera fresca, la encontró demasiado templada como para conseguir despejarse del todo. Se conformó por el momento, pero se prometió que pediría agua fría para la mañana siguiente. Se cepilló el cabello y dejó que cayera suelto en su espalda; eligió un vestido sencillo de color malva y unos zapatos de cordones, sin tacones altos que le impidieran andar a un buen ritmo, y salió de la habitación de su hotel.
Ella no se entretuvo en el camino, pero éste no se lo puso fácil. Primero se encontró con aglomeraciones en las calles debido a los vendedores ambulantes; después tuvo que cruzar la plaza donde, cada mañana, se organizaba el mercado, lo que le hizo dar un rodeo que terminó desorientándola. Etel gastó más tiempo en el camino del que tenía previsto, pero las campanas de una iglesia frente a la que pasó le hicieron saber que todavía no llegaba tarde. No demasiado, al menos.
Cuando, finalmente, vio las puertas del teatro al final de la calle, la joven corrió lo que quedaba de trecho hasta alcanzarlas. Dentro se podía escuchar la música de un piano solitario que provenía del escenario, e inmediatamente supo que las demostraciones habían empezado ya. Buscó los pasillos de los camerinos y se adentró en busca de su maestro —puesto que sabía que ya estaría allí—, pero fue él quien la encontró primero.
—Maestro Smarag —saludó casi sin aliento—. No es tarde, ¿cierto? Quería haber llegado antes, pero se me ha complicado el camino. Dígame que aún puedo salir.
Parecía que sí, puesto que Slavik la condujo hasta una habitación pequeña y atrancó la puerta antes de ponerse tras ella. Comenzó a soltarle el vestido, un gesto que a Etel le pilló desprevenida y la hizo quedarse quieta, como si estuviera tallada en piedra. Fueron apenas unos segundos tras los cuales volvió en sí y colaboró para vestirse con la falda ligera con la que bailaría.
—¿Qué clase de ajustes? ¿Hay algún problema con el lugar donde me hospedo ahora?
Por suerte, la falda era fácil de poner —al contrario que los vestidos que solía llevar—, con lo que enseguida pudo dedicarse a recoger su melena en un moño detrás de la cabeza. Lo apretó bien y lo sujetó con unas horquillas que sacó de su bolsito.
—¿Cree que estoy bien, maestro? —preguntó, colocándose erguida frente a él.
La música fuera cesó; esa era la señal de que el turno de Etel había llegado. La joven respiró hondo y parpadeó un par de veces antes de mirar a Slavik. Después asintió en silencio, haciéndole saber que estaba lista.
Etel Bognár- Humano Clase Media
- Mensajes : 28
Fecha de inscripción : 15/10/2017
Re: La elegida | Privado
No podrían seguir avanzando si ella vivía tan lejos, era tiempo perdido, tiempo que necesitaban para pulir detalles, para perfeccionar técnicas. Slavik no tenía dudas de que pasaría con buen puntaje aquella muestra, pero ¿y luego qué? Había que seguir trabajando, no podían quedarse con lo ya alcanzado, no si querían arrebatar para sí aquella oportunidad. Etel debería mudarse más cerca de la academia de baile, él no veía otra salida. Así podría descansar mejor y trabajar más, Slavik estaba poniendo mucho de sí en ella –que era su proyecto personal, sin dudas- y quería obtener así lo mejor para ambos. Pero, como ya le había dicho, no era momento para hablar de aquello. Mejor hacerlo luego de la presentación y tras oír la devolución de los hombres que la puntuarían.
-Ya hablaremos sobre eso, no es momento ahora –le respondió, con la cabeza más pendiente de lo que a continuación ocurriría-. ¿Estás lista entonces? Vamos.
Le hizo una seña para dejarle el paso y él salió tras ella, acompañando la caminata de su alumna con la mano en su espalda. Estaba hermosa, sí, pero para Slavik eso no era lo único que importaba, tampoco era lo único que mirarían los críticos cuando la tuviesen bailando frente a ellos.
-No te preocupes por nada –le dijo cuándo la dejó al costado del escenario, él debía bajar para observarla junto a sus colegas-. Estás hermosa, refinada. Eres precisa, tienes buen oído y la postura de tus hombros ha mejorado considerablemente –le dijo todo eso para darle seguridad, para que se sintiese la dueña de aquel escenario-: relaja el pecho, estás más que capacitada para esto. Te esperaré abajo, Etel.
Apretó su mano en señal de apoyo y descendió por el costado para ocupar su lugar en las filas centrales de butacas, justo donde se encontraban sus colegas que con ojo crítico observaban a los bailarines que se presentaban ese día lleno de nervios y de sueños.
-A continuación Etel Bognár, discípula del maestro Slavik Smarag, de veinte años de edad –dijo uno de ellos a modo de presentación, mientras los demás tomaban nota.
La música comenzó a sonar y Slavik no apartó la mirada de su joven alumna. Sí que era una muchacha sumamente decidida, sabía lo que quería y lo había demostrado desde el primer momento, si estaba nerviosa no se le notaba ni siquiera en su aura, de hecho juraría que estaba inmensamente feliz en esos momentos. Alumnas así eran las que enorgullecían al maestro Smarag.
-Ya hablaremos sobre eso, no es momento ahora –le respondió, con la cabeza más pendiente de lo que a continuación ocurriría-. ¿Estás lista entonces? Vamos.
Le hizo una seña para dejarle el paso y él salió tras ella, acompañando la caminata de su alumna con la mano en su espalda. Estaba hermosa, sí, pero para Slavik eso no era lo único que importaba, tampoco era lo único que mirarían los críticos cuando la tuviesen bailando frente a ellos.
-No te preocupes por nada –le dijo cuándo la dejó al costado del escenario, él debía bajar para observarla junto a sus colegas-. Estás hermosa, refinada. Eres precisa, tienes buen oído y la postura de tus hombros ha mejorado considerablemente –le dijo todo eso para darle seguridad, para que se sintiese la dueña de aquel escenario-: relaja el pecho, estás más que capacitada para esto. Te esperaré abajo, Etel.
Apretó su mano en señal de apoyo y descendió por el costado para ocupar su lugar en las filas centrales de butacas, justo donde se encontraban sus colegas que con ojo crítico observaban a los bailarines que se presentaban ese día lleno de nervios y de sueños.
-A continuación Etel Bognár, discípula del maestro Slavik Smarag, de veinte años de edad –dijo uno de ellos a modo de presentación, mientras los demás tomaban nota.
La música comenzó a sonar y Slavik no apartó la mirada de su joven alumna. Sí que era una muchacha sumamente decidida, sabía lo que quería y lo había demostrado desde el primer momento, si estaba nerviosa no se le notaba ni siquiera en su aura, de hecho juraría que estaba inmensamente feliz en esos momentos. Alumnas así eran las que enorgullecían al maestro Smarag.
Slavik Smarag- Cambiante Clase Media
- Mensajes : 20
Fecha de inscripción : 22/10/2017
Re: La elegida | Privado
Estaba lista. Podía hacerlo. Eso era lo que Etel se repetía constantemente mientras caminaba por el pasillo de camino al escenario. Siempre había sido una mujer con mucha confianza en sí misma, sobre todo en lo referente a la danza. Tenía muy presente la carrera profesional de sus padres y estaba convencida de que ella había heredado lo mejor de ambos, haciéndola única. Lo cierto era que Etel se tenía en demasiada buena estima, y si bien no era, para nada, un lastre en el ballet, tampoco era tan buena como ella se creía. Esa confianza, no obstante, le hacía dar lo mejor de sí misma sobre el escenario, porque si algo había aprendido de su madre era que todo requería un esfuerzo.
—Luego lo veo, maestro —se despidió.
No apartó los ojos de la espalda de Slavik mientras bajaba los escalones del escenario. Un cosquilleo le recorrió el estómago y tuvo que tomar aire para calmarse. Era tan delicado cuando se movía, tan armonioso, que Etel se había quedado mirándolo en más de una ocasión, abstraída. Bailar con él se volvía un verdadero placer, por eso disfrutaba tanto cuando le tocaba hacerlo; le encantaba la forma que tenía de sujetarla, y odiaba cuando se emparejaba con otras compañeras durante las clases. Sonrió. Era ella, y no las estúpidas de sus compañeras, la que estaba allí en ese momento, siendo observada por el jurado y, sobre todo, por Slavik Smarag.
Cuando escuchó su nombre salió con paso decidido pero delicado. Se colocó en el centro y miró a los jueces antes de saludarlos con una profunda reverencia. Después, se colocó en posición y esperó a que las primeras notas comenzaran a sonar. Comenzó moviendo el tronco y los brazos; los pies, perezosos, siguieron los movimientos, lentos al principio, pero que poco a poco, y en la medida en que la música avanzaba, se fueron volviendo cada vez más briosos.
Tuvo fallos, pero esperó que fueran imperceptibles —para ella, de hecho, lo eran— y no dejó de bailar hasta que la última nota cruzó el aire hasta sus oídos. No hubo aplausos, así que se quedó en la posición final unos pocos segundos, que creyó suficientes, y, tras saludar de nuevo, volvió a meterse tras bambalinas. El jurado anunció a la siguiente joven —que pasó junto a ella acompañada de su maestra— mientras Etel dejaba el escenario en busca de Slavik.
—¡Maestro Smarag! —lo llamó en cuanto lo vio, alzando la mano para llamar su atención—. ¿Han dicho algo? ¿Qué les ha parecido? —preguntó, refiriéndose al jurado—. ¿Y usted? ¿Cree que lo he hecho bien? Sé que en el segundo salto he caído mal y se ha notado; he puesto el pie en una forma que no era, pero era eso o caerme al suelo.
No estaba segura de querer escuchar las críticas de Slavik, aunque sabía que sería algo inevitable. El resto de participantes estaban a su alrededor, aparentemente concentrados en sus asuntos, pero no era conveniente que los escucharan.
—¿Podríamos ir al camerino? Tengo sed y me gustaría descansar.
—Luego lo veo, maestro —se despidió.
No apartó los ojos de la espalda de Slavik mientras bajaba los escalones del escenario. Un cosquilleo le recorrió el estómago y tuvo que tomar aire para calmarse. Era tan delicado cuando se movía, tan armonioso, que Etel se había quedado mirándolo en más de una ocasión, abstraída. Bailar con él se volvía un verdadero placer, por eso disfrutaba tanto cuando le tocaba hacerlo; le encantaba la forma que tenía de sujetarla, y odiaba cuando se emparejaba con otras compañeras durante las clases. Sonrió. Era ella, y no las estúpidas de sus compañeras, la que estaba allí en ese momento, siendo observada por el jurado y, sobre todo, por Slavik Smarag.
Cuando escuchó su nombre salió con paso decidido pero delicado. Se colocó en el centro y miró a los jueces antes de saludarlos con una profunda reverencia. Después, se colocó en posición y esperó a que las primeras notas comenzaran a sonar. Comenzó moviendo el tronco y los brazos; los pies, perezosos, siguieron los movimientos, lentos al principio, pero que poco a poco, y en la medida en que la música avanzaba, se fueron volviendo cada vez más briosos.
Tuvo fallos, pero esperó que fueran imperceptibles —para ella, de hecho, lo eran— y no dejó de bailar hasta que la última nota cruzó el aire hasta sus oídos. No hubo aplausos, así que se quedó en la posición final unos pocos segundos, que creyó suficientes, y, tras saludar de nuevo, volvió a meterse tras bambalinas. El jurado anunció a la siguiente joven —que pasó junto a ella acompañada de su maestra— mientras Etel dejaba el escenario en busca de Slavik.
—¡Maestro Smarag! —lo llamó en cuanto lo vio, alzando la mano para llamar su atención—. ¿Han dicho algo? ¿Qué les ha parecido? —preguntó, refiriéndose al jurado—. ¿Y usted? ¿Cree que lo he hecho bien? Sé que en el segundo salto he caído mal y se ha notado; he puesto el pie en una forma que no era, pero era eso o caerme al suelo.
No estaba segura de querer escuchar las críticas de Slavik, aunque sabía que sería algo inevitable. El resto de participantes estaban a su alrededor, aparentemente concentrados en sus asuntos, pero no era conveniente que los escucharan.
—¿Podríamos ir al camerino? Tengo sed y me gustaría descansar.
Etel Bognár- Humano Clase Media
- Mensajes : 28
Fecha de inscripción : 15/10/2017
Re: La elegida | Privado
Hubo algunos momentos de la rutina en la que Slavik contuvo el aliento. Estaba orgulloso de los cambios que ya evidenciaba su discípula, había llegado a él con una buena base –no podía negarlo-, pero ahora estaba creciendo y tomando nuevos desafíos que la hacían inolvidable. Sí, así la calificaría él si ocupase esa mañana una de las butacas de los jueces: Etel Bognár, la inolvidable discípula de Slavik Smarag.
En cuanto terminó de bailar, Slavik le salió al encuentro. Le tendió la mano con cortesía y se acercó a ella para darle un beso de felicitaciones en la frente. Luego de hacerlo, el maestro bajó la mirada hasta el pie izquierdo de Etel pues ella había bajado mal de uno de los saltos y temía que se le hubiese resentido el tobillo.
-Sí, noté la mala caída. ¿Estás bien? ¿Has sentido algún mal impacto? Bueno, ya lo veremos cuando volvamos al camerino a que te cambies –resolvió y caminó hacia los jueces, pero a unos metros de ellos se detuvo y le habló a ella otra vez-: Aguárdame aquí, me darán tu puntuación por escrito con la resolución, luego de eso podremos volver juntos.
Se acercó a sus colegas y aguardó a que terminase la presentación de la bailarina a la que observaban, por respeto. Luego de eso uno de los hombres se incorporó al verlo y le sonrió con una felicitación –Slavik lo conocía y aunque no los unía una amistad, sí el respeto-, tras eso le entregó un sobre grueso y se despidió con un apretón de manos, el trabajo de los críticos continuaría el resto del día, eran muchos los bailarines que se presentaban.
-Me ha felicitado, pero aún así no podemos aventurarnos a conjeturar nada –le comentó a su alumna mientras se guardaba el sobre en un bolsillo interior de su chaqueta liviana-. Vamos, Etel.
Se encaminaron hacia el camerino, muchos eran los bailarines y profesores que rondaban por allí y Slavik le pasó el brazo por la espalda a la muchacha no solo con ánimo de guiarla, sino también en actitud protectora. Aquel mundo era muy competitivo, había visto desde bailarines lastimar a colegas hasta maestros queriéndole robar alumnos con futuro prometedor a otros. Etel era su discípula, necesitaba que eso le quedase claro a todos.
Quería abrir el sobre, pero a Slavik le gustaba dominarse, llevar cautivo su espíritu, y sabía que podría aguantar unos minutos más con la incertidumbre, solo para demostrarse que tenía una determinación poderosa. Le sirvió un vaso de agua fresca a la muchacha, se lo tendió y se sentó para abrir así el sobre, por fin. Afortunadamente eran buenas noticias, no excelentes, pero sí buenas.
-Son buenas noticias: veintitrés puntos sobre treinta. Hemos pasado a la siguiente muestra que será en dos semanas y… -volvió a leer lo que ponía el papel-. Y debes presentarte en una representación con un partener –la miró a los ojos.
Iba a tener que buscarle un compañero que pudiese hacerla brillar sin pecar de egoísta, entendiendo que el momento era de Etel. Tarea difícil, cualquiera teniendo oportunidad de bailar ante tan selecto jurado querría aprovechar para destacar, además ella no tenía amigos allí todavía… lo único que se le ocurría era bailar él mismo con ella, pero no se lo mencionaría de momento, ya podría ocurrírsele otra cosa, pero el tiempo comenzaba a correr.
-Muéstrame tu tobillo, Etel. Me ha preocupado tu pisada, no fue algo groseramente notorio, aunque sí te debe haber valido algunos puntos, pero yo lo he visto y no me ha gustado, temo que se te resienta. ¿Tienes dolor? –puso una rodilla en el piso para examinar de cerca el pie de la muchacha.
En cuanto terminó de bailar, Slavik le salió al encuentro. Le tendió la mano con cortesía y se acercó a ella para darle un beso de felicitaciones en la frente. Luego de hacerlo, el maestro bajó la mirada hasta el pie izquierdo de Etel pues ella había bajado mal de uno de los saltos y temía que se le hubiese resentido el tobillo.
-Sí, noté la mala caída. ¿Estás bien? ¿Has sentido algún mal impacto? Bueno, ya lo veremos cuando volvamos al camerino a que te cambies –resolvió y caminó hacia los jueces, pero a unos metros de ellos se detuvo y le habló a ella otra vez-: Aguárdame aquí, me darán tu puntuación por escrito con la resolución, luego de eso podremos volver juntos.
Se acercó a sus colegas y aguardó a que terminase la presentación de la bailarina a la que observaban, por respeto. Luego de eso uno de los hombres se incorporó al verlo y le sonrió con una felicitación –Slavik lo conocía y aunque no los unía una amistad, sí el respeto-, tras eso le entregó un sobre grueso y se despidió con un apretón de manos, el trabajo de los críticos continuaría el resto del día, eran muchos los bailarines que se presentaban.
-Me ha felicitado, pero aún así no podemos aventurarnos a conjeturar nada –le comentó a su alumna mientras se guardaba el sobre en un bolsillo interior de su chaqueta liviana-. Vamos, Etel.
Se encaminaron hacia el camerino, muchos eran los bailarines y profesores que rondaban por allí y Slavik le pasó el brazo por la espalda a la muchacha no solo con ánimo de guiarla, sino también en actitud protectora. Aquel mundo era muy competitivo, había visto desde bailarines lastimar a colegas hasta maestros queriéndole robar alumnos con futuro prometedor a otros. Etel era su discípula, necesitaba que eso le quedase claro a todos.
Quería abrir el sobre, pero a Slavik le gustaba dominarse, llevar cautivo su espíritu, y sabía que podría aguantar unos minutos más con la incertidumbre, solo para demostrarse que tenía una determinación poderosa. Le sirvió un vaso de agua fresca a la muchacha, se lo tendió y se sentó para abrir así el sobre, por fin. Afortunadamente eran buenas noticias, no excelentes, pero sí buenas.
-Son buenas noticias: veintitrés puntos sobre treinta. Hemos pasado a la siguiente muestra que será en dos semanas y… -volvió a leer lo que ponía el papel-. Y debes presentarte en una representación con un partener –la miró a los ojos.
Iba a tener que buscarle un compañero que pudiese hacerla brillar sin pecar de egoísta, entendiendo que el momento era de Etel. Tarea difícil, cualquiera teniendo oportunidad de bailar ante tan selecto jurado querría aprovechar para destacar, además ella no tenía amigos allí todavía… lo único que se le ocurría era bailar él mismo con ella, pero no se lo mencionaría de momento, ya podría ocurrírsele otra cosa, pero el tiempo comenzaba a correr.
-Muéstrame tu tobillo, Etel. Me ha preocupado tu pisada, no fue algo groseramente notorio, aunque sí te debe haber valido algunos puntos, pero yo lo he visto y no me ha gustado, temo que se te resienta. ¿Tienes dolor? –puso una rodilla en el piso para examinar de cerca el pie de la muchacha.
Slavik Smarag- Cambiante Clase Media
- Mensajes : 20
Fecha de inscripción : 22/10/2017
Re: La elegida | Privado
Etel vio cómo Slavik se acercaba al jurado para recibir el sobre que guardaba su puntuación. Ella sabía que, a pesar de los fallos, lo había hecho bien y se merecía una buena valoración. No obstante, una punzada de nerviosismo le azotó el vientre, estableciéndose ahí sin moverse ni un ápice. ¿Qué pasaría si el jurado no la valoraba lo suficientemente bien? Las faltas no habían sido muchas, pero sí notorias, y el ojo crítico de los que allí estaban era tan agudo que podrían detectar hasta un mechón de pelo mal peinado.
Creyó que el maestro abriría el sobre cuando llegara junto a ella, pero, para su desesperación, lo guardó en el bolsillo de su chaqueta y la instó a que fueran al camerino. Etel se moría por saber la puntuación que había obtenido, pero no se atrevía a presionar a su maestro. Él sabía qué debía hacer, era el que más experiencia tenía de los dos, así que se mordió la lengua y lo siguió por el pasillo hasta que ambos llegaron a su estancia privada.
Etel buscó el sofá simple y viejo que había allí y se sentó. El tobillo no le dolía demasiado, sólo le molestaba, pero la articulació estaba todavía caliente y no se podía confiar.
—¿Usted qué puntuación me daría, maestro? —preguntó aceptando el vaso de agua—. Séame sincero, por favor. Me ve a diario y tiene con qué comparar. Ellos sólo me han visto esta vez, así que no pueden saber si he avanzado o no.
Bebió un trago largo y mantuvo el vaso entre las manos, esperando, pero Slavik sacó el sobre y lo abrió antes de darle una respuesta. La joven lo miró expectante y conteniendo el aliento. ¿Veintitrés puntos, nada más? El gesto de Etel fue de clara decepción, pero enseguida lo cambió a uno neutro y bajó la vista hacia el vaso. Sabía que se merecía mucho más, pero se guardó esa opinión. Estaba claro que no tenían ni las más remota idea de ballet.
—Ahora no me duele, pero al pisar me molesta un poco —contestó—. Si giro el pie hacia afuera me da pinchazos en el tobillo, como si estuvieran tirando de él hacia arriba, pero si lo giro para adentro no. ¿Cree que es grave?
Le tendió el pie y dejó que él hiciera lo que creyera oportuno para analizar la lesión. Quizá no podría bailar en uno o dos días, y lo cierto era que no tenían tiempo que perder. Además, tenía que empezar a practicar cuanto antes con su nuevo compañero, del que aún no sabía su identidad, y eso la tenía preocupada. Etel no bailaba bien con cualquiera, y no porque los demás fueran malos; se volvía muy meticulosa y perfeccionista cuando se calzaba las zapatillas de ballet, y eso era algo que no todos sus compañeros toleraban demasiado bien.
—Profesor —lo llamó para captar su atención—. ¿Ha pensado con quién me pondrá de pareja para la siguiente presentación? —Bebió otro sorbo de agua y se acomodó apoyando la espalda en el respaldo—. Jerôme es el mejor, a mi parecer, pero creo que no le gusto. Siempre me agarra mal y termino tropezando; prefiere bailar con Amandine, con ella hace buena pareja.
Aunque Etel no la más querida entre los alumnos del profesor Smarag, el dúo que formaban Jerôme y Amandine era el que más ojeriza le tenían. Siempre intentaban dejarla mal cuando Slavik estaba cerca, o intentaban brillar cuando estaban siendo analizados meticulosamente. No, Etel no quería bailar con Jerôme porque sabía que no iba a conseguir nada bueno, al contrario.
—Sé que el maestro es usted, pero, si pudiera elegir, no querría a Jerô... ¡Ay! —se quejó cuando Slavik tocó el empeine—. Me duele ahí.
Creyó que el maestro abriría el sobre cuando llegara junto a ella, pero, para su desesperación, lo guardó en el bolsillo de su chaqueta y la instó a que fueran al camerino. Etel se moría por saber la puntuación que había obtenido, pero no se atrevía a presionar a su maestro. Él sabía qué debía hacer, era el que más experiencia tenía de los dos, así que se mordió la lengua y lo siguió por el pasillo hasta que ambos llegaron a su estancia privada.
Etel buscó el sofá simple y viejo que había allí y se sentó. El tobillo no le dolía demasiado, sólo le molestaba, pero la articulació estaba todavía caliente y no se podía confiar.
—¿Usted qué puntuación me daría, maestro? —preguntó aceptando el vaso de agua—. Séame sincero, por favor. Me ve a diario y tiene con qué comparar. Ellos sólo me han visto esta vez, así que no pueden saber si he avanzado o no.
Bebió un trago largo y mantuvo el vaso entre las manos, esperando, pero Slavik sacó el sobre y lo abrió antes de darle una respuesta. La joven lo miró expectante y conteniendo el aliento. ¿Veintitrés puntos, nada más? El gesto de Etel fue de clara decepción, pero enseguida lo cambió a uno neutro y bajó la vista hacia el vaso. Sabía que se merecía mucho más, pero se guardó esa opinión. Estaba claro que no tenían ni las más remota idea de ballet.
—Ahora no me duele, pero al pisar me molesta un poco —contestó—. Si giro el pie hacia afuera me da pinchazos en el tobillo, como si estuvieran tirando de él hacia arriba, pero si lo giro para adentro no. ¿Cree que es grave?
Le tendió el pie y dejó que él hiciera lo que creyera oportuno para analizar la lesión. Quizá no podría bailar en uno o dos días, y lo cierto era que no tenían tiempo que perder. Además, tenía que empezar a practicar cuanto antes con su nuevo compañero, del que aún no sabía su identidad, y eso la tenía preocupada. Etel no bailaba bien con cualquiera, y no porque los demás fueran malos; se volvía muy meticulosa y perfeccionista cuando se calzaba las zapatillas de ballet, y eso era algo que no todos sus compañeros toleraban demasiado bien.
—Profesor —lo llamó para captar su atención—. ¿Ha pensado con quién me pondrá de pareja para la siguiente presentación? —Bebió otro sorbo de agua y se acomodó apoyando la espalda en el respaldo—. Jerôme es el mejor, a mi parecer, pero creo que no le gusto. Siempre me agarra mal y termino tropezando; prefiere bailar con Amandine, con ella hace buena pareja.
Aunque Etel no la más querida entre los alumnos del profesor Smarag, el dúo que formaban Jerôme y Amandine era el que más ojeriza le tenían. Siempre intentaban dejarla mal cuando Slavik estaba cerca, o intentaban brillar cuando estaban siendo analizados meticulosamente. No, Etel no quería bailar con Jerôme porque sabía que no iba a conseguir nada bueno, al contrario.
—Sé que el maestro es usted, pero, si pudiera elegir, no querría a Jerô... ¡Ay! —se quejó cuando Slavik tocó el empeine—. Me duele ahí.
Etel Bognár- Humano Clase Media
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Fecha de inscripción : 15/10/2017
Re: La elegida | Privado
No era solo por su aura, tampoco por lo que percibía de ella gracias a su sobrenaturalidad, quizás tuviese que ver mucho su edad real porque los sesenta y cuatro años que había vivido le habían enseñado mucho… pero sin dudas se debía a su capacidad de observación, sí, por eso sabía que ella era sumamente orgullosa y que no se mostraba a él como realmente era. En Etel había un gran dominio de sí, pero Slavik había pasado las últimas semanas observándola -a ella y a cada detalle de sus movimientos-, por eso sabía que la puntuación la había sorprendido para mal, porque tenía mayor concepto de sí misma del que debería. Ya trabajarían eso también.
-Me ha parecido una puntuación justa. El número refleja lo que has hecho hoy, si quieres mejor calificación deberás pasar más horas bailando. Para mí ha sido un siete y medio, Etel. Has avanzado mucho –le aseguró y le sostuvo el rostro por el mentón para que sus miradas se encontrasen-, pero ellos no tienen como saberlo, solo yo he visto eso, muchacha.
Slavik, aún inclinado delante de ella para masajear su tobillo, frotó las palmas de sus manos para calentarlas, no quería seguir tocándola con manos frías pues podía ser malo para su pie. Una vez que las tuvo calientes, Slavik comenzó un masaje que consistía en estirar y contraer el empeine, tal vez eso le provocase dolor, pero tenía que hacerlo para poder saber qué le había ocurrido.
-Parece un endurecimiento muscular, ¿te duele? Voy a ponerte una venda. No es grave, pero quiero que trates de moverlo lo menos posible durante los próximos dos días porque necesita descanso –dijo, apenado por tener que perder dos jornadas de ensayo, pero no iba a arriesgarse.
Se estiró hasta alcanzar una de las vendas que siempre llevaba y la desplegó para poder ajustarla al pie de Etel. Antes de proceder, acarició el empeine de la muchacha y se sorprendió de haber hecho algo así. La miró, como si quisiera disculparse, aunque no era algo malo… Se justificó al instante, pensando que lo había hecho porque pies como ese -tan dócil, tan fuerte, tan hacendoso- eran los más bellos. Smarag le había dedicado toda su vida a la danza y por eso hallaba belleza en esas pequeñas cosas.
-No he pensado en él como tu compañero –le confió, volviendo sobre lo que el futuro les deparaba, prefería hablar de aquello o acabaría acariciando su pierna también-. ¿Con quién te gustaría bailar? –preguntó, pero no la dejó responder-: Creo que bailarás conmigo, soy quien sabe las rutinas, quien te ha visto desde el primer día… Mañana mismo enviaré una misiva para que me den autorización para ser partener y tutor a la vez.
Terminó el vendaje apretado y se puso en pie, dispuesto a acomodar todas las cosas para poder irse rápidamente. No habían sacado demasiadas cosas, pero Slavik conocía ese mundillo y sabía que si olvidaban algo allí no lo recuperarían. La competencia se respiraba en el aire.
-No volverás a ese hostal en el que vives, Etel. Le pediré a los señores Hayes que pasen por allí y salden cualquier deuda que tengas, también puedes usar estos dos días para buscar tus cosas… tienes hoy y mañana para acomodarte en la academia, pues ahora vivirás allí. No podemos perder tiempo, Etel. ¿Quieres ganar? Porque si lo quieres de verdad todavía queda mucho que hacer.
-Me ha parecido una puntuación justa. El número refleja lo que has hecho hoy, si quieres mejor calificación deberás pasar más horas bailando. Para mí ha sido un siete y medio, Etel. Has avanzado mucho –le aseguró y le sostuvo el rostro por el mentón para que sus miradas se encontrasen-, pero ellos no tienen como saberlo, solo yo he visto eso, muchacha.
Slavik, aún inclinado delante de ella para masajear su tobillo, frotó las palmas de sus manos para calentarlas, no quería seguir tocándola con manos frías pues podía ser malo para su pie. Una vez que las tuvo calientes, Slavik comenzó un masaje que consistía en estirar y contraer el empeine, tal vez eso le provocase dolor, pero tenía que hacerlo para poder saber qué le había ocurrido.
-Parece un endurecimiento muscular, ¿te duele? Voy a ponerte una venda. No es grave, pero quiero que trates de moverlo lo menos posible durante los próximos dos días porque necesita descanso –dijo, apenado por tener que perder dos jornadas de ensayo, pero no iba a arriesgarse.
Se estiró hasta alcanzar una de las vendas que siempre llevaba y la desplegó para poder ajustarla al pie de Etel. Antes de proceder, acarició el empeine de la muchacha y se sorprendió de haber hecho algo así. La miró, como si quisiera disculparse, aunque no era algo malo… Se justificó al instante, pensando que lo había hecho porque pies como ese -tan dócil, tan fuerte, tan hacendoso- eran los más bellos. Smarag le había dedicado toda su vida a la danza y por eso hallaba belleza en esas pequeñas cosas.
-No he pensado en él como tu compañero –le confió, volviendo sobre lo que el futuro les deparaba, prefería hablar de aquello o acabaría acariciando su pierna también-. ¿Con quién te gustaría bailar? –preguntó, pero no la dejó responder-: Creo que bailarás conmigo, soy quien sabe las rutinas, quien te ha visto desde el primer día… Mañana mismo enviaré una misiva para que me den autorización para ser partener y tutor a la vez.
Terminó el vendaje apretado y se puso en pie, dispuesto a acomodar todas las cosas para poder irse rápidamente. No habían sacado demasiadas cosas, pero Slavik conocía ese mundillo y sabía que si olvidaban algo allí no lo recuperarían. La competencia se respiraba en el aire.
-No volverás a ese hostal en el que vives, Etel. Le pediré a los señores Hayes que pasen por allí y salden cualquier deuda que tengas, también puedes usar estos dos días para buscar tus cosas… tienes hoy y mañana para acomodarte en la academia, pues ahora vivirás allí. No podemos perder tiempo, Etel. ¿Quieres ganar? Porque si lo quieres de verdad todavía queda mucho que hacer.
Slavik Smarag- Cambiante Clase Media
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Fecha de inscripción : 22/10/2017
Re: La elegida | Privado
Asintió y aceptó en silencio la crítica de Slavik. Etel, por supuesto, no estaba de acuerdo, ni con él ni con el jurado, pero de nada serviría discutir su opinión. La nota ya estaba dada, y aquellos que la habían puntuado no iban ni siquiera a escucharla, así que, ¿para qué malgastar saliva en algo que no tenía salida? Pensó que su maestro la apoyaría, que le diría que tampoco estaba de acuerdo y que merecía mucho más, pero se confundió. No pasaba nada, jugar el papel de humilde siempre se le había dado bien.
—Me duele —contestó, aguantando la respiración—, pero creo que con dos días se pasará. Espero.
A juzgar por cómo le dolía, no estaba segura de que en dos días pudiera volver a mover el pie con la soltura y elasticidad con la que lo había hecho hasta entonces, pero tenía que intentarlo. Durante los próximos días, descansaría todo lo que pudiera para poder estar lista lo antes posible; si perdían muchos días, no llegarían a tiempo para el siguiente examen.
Abrió los labios para contestar a su pregunta, pero no le dio tiempo. Quería haberle dicho que ninguno de sus compañeros le gustaba, que todos la miraban de reojo y juzgándola, quizá por las extraordinarias circunstancias en las que había llegado, pero la respuesta que le dio Slavik la dejó muda. No ocultó su cara de sorpresa, con sus enormes ojos abiertos de par en par y el corazón desbocado de la emoción.
—¿Con usted? —preguntó cuando le volvió la voz—. ¿Cree que le dejarán?
¡Era perfecto! Slavik la conocía mejor que ella misma, sabía bien cómo se movía, cuáles eran sus puntos débiles y cómo contrarrestarlos. Además, quería verla llegar lejos, él mismo lo había dicho, así que no la eclipsaría ni la haría caer en el escenario; intentaría corregir los errores que pudiera tener, estaba segura, no como Jerôme.
—¿En la academia? Pero maestro, ahí vive usted.
Por primera vez, no comprendió lo que él quiso decirle hasta que formuló la pregunta ella misma. Su cara se demudó para pasar a ser como una manzana madura. Etel nunca había vivido sola con un hombre puesto que su madre la había acompañado siempre, así que la idea de compartir un hogar con él le dio miedo, no podía negarlo.
—¿Los señores Hayes viven allí también?
Esperaba que sí. De esa manera, al menos, habría una mujer en la casa en la que apoyarse, llegado el caso.
—Me duele —contestó, aguantando la respiración—, pero creo que con dos días se pasará. Espero.
A juzgar por cómo le dolía, no estaba segura de que en dos días pudiera volver a mover el pie con la soltura y elasticidad con la que lo había hecho hasta entonces, pero tenía que intentarlo. Durante los próximos días, descansaría todo lo que pudiera para poder estar lista lo antes posible; si perdían muchos días, no llegarían a tiempo para el siguiente examen.
Abrió los labios para contestar a su pregunta, pero no le dio tiempo. Quería haberle dicho que ninguno de sus compañeros le gustaba, que todos la miraban de reojo y juzgándola, quizá por las extraordinarias circunstancias en las que había llegado, pero la respuesta que le dio Slavik la dejó muda. No ocultó su cara de sorpresa, con sus enormes ojos abiertos de par en par y el corazón desbocado de la emoción.
—¿Con usted? —preguntó cuando le volvió la voz—. ¿Cree que le dejarán?
¡Era perfecto! Slavik la conocía mejor que ella misma, sabía bien cómo se movía, cuáles eran sus puntos débiles y cómo contrarrestarlos. Además, quería verla llegar lejos, él mismo lo había dicho, así que no la eclipsaría ni la haría caer en el escenario; intentaría corregir los errores que pudiera tener, estaba segura, no como Jerôme.
—¿En la academia? Pero maestro, ahí vive usted.
Por primera vez, no comprendió lo que él quiso decirle hasta que formuló la pregunta ella misma. Su cara se demudó para pasar a ser como una manzana madura. Etel nunca había vivido sola con un hombre puesto que su madre la había acompañado siempre, así que la idea de compartir un hogar con él le dio miedo, no podía negarlo.
—¿Los señores Hayes viven allí también?
Esperaba que sí. De esa manera, al menos, habría una mujer en la casa en la que apoyarse, llegado el caso.
Etel Bognár- Humano Clase Media
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Fecha de inscripción : 15/10/2017
Re: La elegida | Privado
¿Había sido muy duro con la muchacha? No lo creía, por el contrario sentía que había sido justo y sincero. ¿Qué más podía pedir alguien que estaba comenzando en el mundo del baile? La sinceridad y la justicia eran lo mejor que podía pasarle a Etel, aunque ella no lo entendiese o no quiera verlo así, de esa forma tan transparente y poco disfrazada.
-Vamos, niña –dijo y con un brazo sostuvo las pertenencias de ambos mientras que con el otro, el derecho, la sostuvo por la cintura pegándola a él para servirle de apoyo-. Pediremos que algún cochero nos alcance, no debes apoyar ese pie al menos por lo que resta del día.
Mientras salían por el pasillo, Slavik suspiraba ante la catarata de preguntas que la joven soltó. ¿Tan difícil era para ella simplemente confiar en que él, su maestro, sabía bien lo que hacía?
-Sí, yo bailaré contigo. Claro que me aceptarán, Etel. ¿Te parezco demasiado viejo? –se rió-. Los señores Hayes viven detrás de la academia, yo vivo arriba y tú vivirás en ella. ¿Es eso un problema? ¿Quieres que le escriba a tu familia? Si te deja más tranquila puede ser solo hasta que la competencia acabe, luego de eso podrás hacer lo que desees.
Si no estaba equivocado ella le había pedido que fuese su maestro solo durante lo que durase la competición, ese gran desafío, ¿qué pasaría luego? Slavik sintió una extraña sensación de pena. Le gustaba ella, era una gran bailarina, tenaz y detallista. Le hubiera gustado contar con más tiempo para pulirla… querría proponérselo, aunque eso de rogarle a los alumnos que se quedasen junto a él, bajo su ala, nunca se le había dado demasiado bien. Debido a su longevidad, había visto pasar a muchas personas y se había acostumbrado a no apegarse demasiado a ellas.
-Etel, si quieres ganar debes confiar en mí y en mi experiencia. ¿De verdad crees que te expondría de esa forma? Soy un buen hombre, no te haría pasar por un momento incómodo jamás. Te propongo que vivas en la academia porque sé que tu reputación no se verá afectada, descuida –le dijo para tranquilizarla y, sin saber bien porqué lo hacía, le besó dulcemente la sien. Lo hizo dos veces y le hubiera gustado hacerlo una tercera, pero no, ya estaba bien así.
Llegaron a la escalinata y allí le hicieron señas a un carruaje que esperaba. Por algunas monedas el hombre aceptó llevarlos a la academia y Slavik ayudó a su alumna a subir.
-Vamos, niña –dijo y con un brazo sostuvo las pertenencias de ambos mientras que con el otro, el derecho, la sostuvo por la cintura pegándola a él para servirle de apoyo-. Pediremos que algún cochero nos alcance, no debes apoyar ese pie al menos por lo que resta del día.
Mientras salían por el pasillo, Slavik suspiraba ante la catarata de preguntas que la joven soltó. ¿Tan difícil era para ella simplemente confiar en que él, su maestro, sabía bien lo que hacía?
-Sí, yo bailaré contigo. Claro que me aceptarán, Etel. ¿Te parezco demasiado viejo? –se rió-. Los señores Hayes viven detrás de la academia, yo vivo arriba y tú vivirás en ella. ¿Es eso un problema? ¿Quieres que le escriba a tu familia? Si te deja más tranquila puede ser solo hasta que la competencia acabe, luego de eso podrás hacer lo que desees.
Si no estaba equivocado ella le había pedido que fuese su maestro solo durante lo que durase la competición, ese gran desafío, ¿qué pasaría luego? Slavik sintió una extraña sensación de pena. Le gustaba ella, era una gran bailarina, tenaz y detallista. Le hubiera gustado contar con más tiempo para pulirla… querría proponérselo, aunque eso de rogarle a los alumnos que se quedasen junto a él, bajo su ala, nunca se le había dado demasiado bien. Debido a su longevidad, había visto pasar a muchas personas y se había acostumbrado a no apegarse demasiado a ellas.
-Etel, si quieres ganar debes confiar en mí y en mi experiencia. ¿De verdad crees que te expondría de esa forma? Soy un buen hombre, no te haría pasar por un momento incómodo jamás. Te propongo que vivas en la academia porque sé que tu reputación no se verá afectada, descuida –le dijo para tranquilizarla y, sin saber bien porqué lo hacía, le besó dulcemente la sien. Lo hizo dos veces y le hubiera gustado hacerlo una tercera, pero no, ya estaba bien así.
Llegaron a la escalinata y allí le hicieron señas a un carruaje que esperaba. Por algunas monedas el hombre aceptó llevarlos a la academia y Slavik ayudó a su alumna a subir.
Slavik Smarag- Cambiante Clase Media
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Fecha de inscripción : 22/10/2017
Re: La elegida | Privado
Qué vergüenza sintió en aquel momento. Sus dudas, que tan inocentemente había puesto en palabras, habían sido malentendidas por su maestro, que ahora la cuestionaba mientras la llevaba sujeta por la cintura.
—N-no, no quería decir eso, maestro —contestó, tartamudeando ligeramente por el apuro—. Usted es joven y, además, baila muy bien. Mis dudas surgen porque es usted mi maestro, y nunca antes ha ocurrido que un maestro sea el partener de un candidato, creo. Corríjame si me equivoco.
No se atrevía a levantar la vista para mirarlo porque quería evitar el contacto visual a toda costa. Se sentía vulnerable en ese momento —y no sólo porque necesitara la ayuda de Slavik para caminar— y eso era algo que ella odiaba profundamente.
—No es un problema, señor. Confío en usted, siempre demuestra que es, efectivamente, un buen hombre, pero también le pido que me entienda a mí —dijo, mirándolo esta vez—. Soy una mujer soltera en una tierra extranjera que vive en un hostal a las afueras de la ciudad. La gente que no le conozca puede pensar cualquier cosa de mí si saben que estoy viviendo sola con usted.
Quiso decirle que no era necesario escribir a su familia, pero el frío de la noche le azotó el rostro y se calló. Se sujetó el abrigo con una mano mientras la otra se aferraba con fuerza al cuerpo de Slavik, soltándose sólo cuando el coche se paró frente a ellos dos. Con ayuda de su maestro, subió primero y se sentó en el otro extremo del banco, dejando sitio a su lado para el hombre. Aprovechó la intimidad del carruaje para subir el pie herido al banco contrario, manteniéndolo así en alto.
—No es necesario que escriba a mi familia, de hecho, creo que es mejor que no lo haga —confesó cuando el coche se puso en marcha—. No creo que mi madre apruebe el hecho de que fuera a vivir sola con un hombre que no sea mi esposo, por muy bueno que éste diga ser. Tampoco yo le estoy contando toda la verdad en mis cartas —confesó, mirándose las manos, claramente culpable—, pero si le digo que paso más de una hora al día caminando sola por la calle se espantará, eso sin contar con que dentro de poco necesitaré encontrar un empleo para poder seguir viviendo aquí, y sabe Dios qué cosas se imaginará ella que soy capaz de hacer.
Si vivía en la propia academia, podría ahorrar el dinero del alquiler de la habitación para pagar su parte de los alimentos que necesitaría, o bien podía limpiar la academia y la casa del maestro Smarag para compensar el espacio y los recursos que estaría ocupando. En realidad, vivir con él era una ventaja, porque podía hacer muchas cosas a cambio de su generosidad.
—Gracias por dejarme vivir con usted —dijo—, aunque sólo sea hasta que termine la competencia. Si me descalifican antes de la prueba final creo que no me quedará mucho más que hacer en París, así que supongo que podré volver a Hungría con mi familia —reflexionó en voz alta, aunque en realidad eran pensamientos sólo para ella—; si gano, en cambio, creo que ese será el momento en el que realmente pueda hacer lo que quiera. ¿No cree?
Lo miró un momento antes de volver su vista hacia la ventanilla. Ya no habló más durante el viaje, sino que se dedicó a mirar las luces que, intermitentemente, alumbraban el interior del vehículo. Cuando éste se detuvo, Etel supo que ya habían llegado; reconocía la fachada que había enfrente del edificio de la academia, así que esperó a que el cochero abriera la puerta para poder bajar.
—Necesitaré ayuda, si no no podré evitar apoyar el pie —avisó antes de que su maestro descendiera.
—N-no, no quería decir eso, maestro —contestó, tartamudeando ligeramente por el apuro—. Usted es joven y, además, baila muy bien. Mis dudas surgen porque es usted mi maestro, y nunca antes ha ocurrido que un maestro sea el partener de un candidato, creo. Corríjame si me equivoco.
No se atrevía a levantar la vista para mirarlo porque quería evitar el contacto visual a toda costa. Se sentía vulnerable en ese momento —y no sólo porque necesitara la ayuda de Slavik para caminar— y eso era algo que ella odiaba profundamente.
—No es un problema, señor. Confío en usted, siempre demuestra que es, efectivamente, un buen hombre, pero también le pido que me entienda a mí —dijo, mirándolo esta vez—. Soy una mujer soltera en una tierra extranjera que vive en un hostal a las afueras de la ciudad. La gente que no le conozca puede pensar cualquier cosa de mí si saben que estoy viviendo sola con usted.
Quiso decirle que no era necesario escribir a su familia, pero el frío de la noche le azotó el rostro y se calló. Se sujetó el abrigo con una mano mientras la otra se aferraba con fuerza al cuerpo de Slavik, soltándose sólo cuando el coche se paró frente a ellos dos. Con ayuda de su maestro, subió primero y se sentó en el otro extremo del banco, dejando sitio a su lado para el hombre. Aprovechó la intimidad del carruaje para subir el pie herido al banco contrario, manteniéndolo así en alto.
—No es necesario que escriba a mi familia, de hecho, creo que es mejor que no lo haga —confesó cuando el coche se puso en marcha—. No creo que mi madre apruebe el hecho de que fuera a vivir sola con un hombre que no sea mi esposo, por muy bueno que éste diga ser. Tampoco yo le estoy contando toda la verdad en mis cartas —confesó, mirándose las manos, claramente culpable—, pero si le digo que paso más de una hora al día caminando sola por la calle se espantará, eso sin contar con que dentro de poco necesitaré encontrar un empleo para poder seguir viviendo aquí, y sabe Dios qué cosas se imaginará ella que soy capaz de hacer.
Si vivía en la propia academia, podría ahorrar el dinero del alquiler de la habitación para pagar su parte de los alimentos que necesitaría, o bien podía limpiar la academia y la casa del maestro Smarag para compensar el espacio y los recursos que estaría ocupando. En realidad, vivir con él era una ventaja, porque podía hacer muchas cosas a cambio de su generosidad.
—Gracias por dejarme vivir con usted —dijo—, aunque sólo sea hasta que termine la competencia. Si me descalifican antes de la prueba final creo que no me quedará mucho más que hacer en París, así que supongo que podré volver a Hungría con mi familia —reflexionó en voz alta, aunque en realidad eran pensamientos sólo para ella—; si gano, en cambio, creo que ese será el momento en el que realmente pueda hacer lo que quiera. ¿No cree?
Lo miró un momento antes de volver su vista hacia la ventanilla. Ya no habló más durante el viaje, sino que se dedicó a mirar las luces que, intermitentemente, alumbraban el interior del vehículo. Cuando éste se detuvo, Etel supo que ya habían llegado; reconocía la fachada que había enfrente del edificio de la academia, así que esperó a que el cochero abriera la puerta para poder bajar.
—Necesitaré ayuda, si no no podré evitar apoyar el pie —avisó antes de que su maestro descendiera.
Etel Bognár- Humano Clase Media
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Fecha de inscripción : 15/10/2017
Re: La elegida | Privado
Una mujer soltera en tierra extranjera… Sí, claro que lo entendía, pero para Slavik era mucho más importante lograr el objetivo de ganar la competencia que darle entidad a cualquier habladuría infundada que pudiese darse. Se conocía bien y por eso no le era necesario conocerla del todo a ella, Slavik sabía bien qué clase de hombre era… jamás mezclaría las cosas, no le daría momentos incómodos a la muchacha por muy bonita que ella fuera. Lo primordial para él eran las competencias, la danza lo era todo en su vida, lo único que tenía.
Se acomodó a su lado en el carruaje y cerró los ojos un momento. Estaba cansado, pero el día acababa de comenzar. Tenía muchísimos años más que su alumna, ya no recordaba lo que era deber explicaciones a los padres.
-Bien, maneja eso como te parezca mejor. Solo trata de dejar tranquila a tu madre, después de todo aquí no hay problema alguno, nada tiene de qué preocuparse.
Estaba haciendo lo correcto al despegarse del asunto. La muchacha no le había pedido ayuda, por el contrario, Etel no hacía más que esforzarse en demostrar lo independiente y resolutiva que era. Bien, era mejor así, Slavik no se entrometería en sus asuntos, que buscase un empleo, un novio y una casa si así lo quería, solo importaba que sacara el tiempo suficiente para sus prácticas.
No. De solo pensarlo Slavik sentía trepar por su pecho un malestar que no sabía identificar, mucho menos denominar.
-Nada de trabajar, tampoco de muchachos que te cortejen… Debes tener tu mente puesta en esta meta, Etel. Una vez que ganemos podrás hacer lo que te dé la gana, pero no ahora –le respondió-. Entiendo que necesites dinero para tus gastos, ya nos ocuparemos de eso, encontraremos algo que puedas hacer y que no te lleve demasiado tiempo.
No se ofreció a darle él mismo un préstamo porque la juzgó demasiado orgullosa como para aceptar algo de ese tenor.
No tardaron en llegar a la academia de baile, Slavik descendió primero y le pagó al cochero. Luego regresó en busca de su alumna y la ayudó a bajar.
Conocía de memoria ese lugar, era su hogar, pero cuando ingresaron él lo observó todo con ojos nuevos, intentando ver lo que ella vería ahora que viviría allí una temporada. Esperaba que se sintiera cómoda, porque la confianza era vital en lo que estaban por hacer juntos.
Se acomodó a su lado en el carruaje y cerró los ojos un momento. Estaba cansado, pero el día acababa de comenzar. Tenía muchísimos años más que su alumna, ya no recordaba lo que era deber explicaciones a los padres.
-Bien, maneja eso como te parezca mejor. Solo trata de dejar tranquila a tu madre, después de todo aquí no hay problema alguno, nada tiene de qué preocuparse.
Estaba haciendo lo correcto al despegarse del asunto. La muchacha no le había pedido ayuda, por el contrario, Etel no hacía más que esforzarse en demostrar lo independiente y resolutiva que era. Bien, era mejor así, Slavik no se entrometería en sus asuntos, que buscase un empleo, un novio y una casa si así lo quería, solo importaba que sacara el tiempo suficiente para sus prácticas.
No. De solo pensarlo Slavik sentía trepar por su pecho un malestar que no sabía identificar, mucho menos denominar.
-Nada de trabajar, tampoco de muchachos que te cortejen… Debes tener tu mente puesta en esta meta, Etel. Una vez que ganemos podrás hacer lo que te dé la gana, pero no ahora –le respondió-. Entiendo que necesites dinero para tus gastos, ya nos ocuparemos de eso, encontraremos algo que puedas hacer y que no te lleve demasiado tiempo.
No se ofreció a darle él mismo un préstamo porque la juzgó demasiado orgullosa como para aceptar algo de ese tenor.
No tardaron en llegar a la academia de baile, Slavik descendió primero y le pagó al cochero. Luego regresó en busca de su alumna y la ayudó a bajar.
Conocía de memoria ese lugar, era su hogar, pero cuando ingresaron él lo observó todo con ojos nuevos, intentando ver lo que ella vería ahora que viviría allí una temporada. Esperaba que se sintiera cómoda, porque la confianza era vital en lo que estaban por hacer juntos.
TEMA FINALIZADO
Slavik Smarag- Cambiante Clase Media
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Fecha de inscripción : 22/10/2017
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