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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Smerenda W. de Brancovan Jue Sep 13, 2018 1:21 pm

“Mía es la venganza y la retribución;
A su tiempo su pie resbalará,
Porque el día de su aflicción está cercano,
Y lo que les está preparado se apresura.”
Deuteronomio  32:35


Aquel día no se ocultó como solía hacerlo, tampoco acechó a su objetivo porque eso ya lo había hecho durante el tiempo suficiente, demasiado para ella, pero sabía que no se encontraba ante un simple humano y no podía fiarse demasiado, no quería que el odio la cegara y la hiciera actuar irracionalmente, porque eso podría ser su perdición. Conocía a su enemigo, siempre los conocía antes de acercárseles lo suficiente. Y Aunque no era un humano común no le temía; ella tampoco era un simple humano y había visto muchas cosas terribles, las suficientes para lograr que casi nada la asustase. Sabía que estaba en desventaja, al menos físicamente, pero si todo salía bien su enemigo no estaría lo suficientemente cerca para lastimarla gravemente.

El callejón estaba vació, pero semi-iluminado, algo que le era favorable y aunque era un callejón tenía otras rutas de escape. Ella era ágil, fácilmente podría saltar un muro pequeño, era delgada, podría escaparse por cualquiera de las rendijas que los malandrines usaban para escapar de la policía. Había dejado atrás sus ropajes lindos, estaba ataviada con un atuendo masculino: una camisa blanca y simple de algodón, pantalones a cuadros grises y una chaqueta de doble abotonadura de terciopelo verde esmeralda, su largo y rubio cabello estaba trenzado, lejos de su rostro.  Pero lo mejor de todo estaba en los bolsillos de su chaqueta y pantalones. Una magnífica Francotte Pinfire, una maravilla semi-automática Belga de la más reciente línea, con un cilindro de 5 balas de capacidad y 15 balas de repuesto descansaban en su bolsillo derecho. Por supuesto las balas no eran de cualquier tipo  eran de plata y estaban embebidas con jugo de verbena y ajo y por supuesto, agua bendita, diseñadas para causar daño tanto a vampiros como hombres lobo.  En el bolsillo llevaba una pequeña daga de plomo, que aunque fuera pequeña a simple vista, tenía un poder enorme: en la pequeña arma afilada estaba  un katadesmoi, un antiguo hechizo escrito en Masson que hacía que las heridas infringidas con  el arma sanasen a una tasa increíblemente más lenta de lo normal o que incluso jamás sanasen, dependiendo del grado de la lesión y de la fuerza de quién recibía la herida. Tres estacas elaboradas con madera de Populus tremula, descansaban escondidas a lo largo del callejón. Dos frascos, con agua bendita (lo mucho que pagaba para no tener que entrar a alguna iglesia a recogerla) y de jugo de verbena y ajo  completaban el arsenal.

Ahora sólo había que esperar y confiar en que su magia funcionase. Ya se había encargado esa misma mañana de dibujar los conjuros y runas en el piso, sin embargo esperaba no tener que utilizarlos. La magia se alimenta de la energía y vitalidad de aquel que la conjura y poco a poco podría llegar a consumir la vida de un hechicero si no se era cuidadoso. Mucha magia significaba poca energía y definitivamente ella no quería terminar inconsciente en el piso. Ahora solo quedaba esperar. Apoyó su espalda  en  un muro y se perdió en sus pensamientos mientras esperaba ¿Acaso sabría quién era ella? ¿Acaso sabría por qué ella ansiaba llenarse las manos con su sangre?

Él había terminado con la vida de la única persona que a ella realmente le había importado y él había sido el único que había demostrado amor genuino por ella, aunque nunca lo había amado, ella había sido feliz a su lado. Había sido como una enorme luz entre la oscuridad que trataba de engullirla día a día. Y durante todos estos años, ella había creído que aquella luz se había extinguido por su causa. Siempre pensó que su familia lo había asesinado, para evitar que ella dejase la jaula, porque gracias a él ella había encontrado su valor. El dolor y la culpa la habían consumido y la oscuridad que él había alejado en su corazón había reclamado el territorio con más fuerza después de eso. La culpa había impedido que buscase respuestas y afirmaciones a lo que ella creía era la realidad. Pero después de un tiempo la insana curiosidad había ganado y ella lo había hecho. Había profanado la memoria de un ser de luz obligándolo a regresar del lugar de luz de donde ella supuso que él se encontraba.

Ella en un principio lo creyó difícil, pues los nigromantes como ella solo pueden contactar con los muertos que no estaban en gracia, las almas oscuras del infierno o aquellos que vagaban en el purgatorio; pero cuando ella llamó por él en el cementerio de Montmartre; donde estaba su lugar de descanso, él había respondido. Ella no reparó en como lo había logrado, simplemente lo había hecho y así era como se había enterado de todo; sobre quién era su asesino y lo que había sucedido la noche de su muerte. Ella encontró al asesino, ella y aquellos a los que su dinero compraban lo habían acechado. La culpa se había esfumado, no del todo pues Smerenda aún se preguntaba si ella había llevado a un vampiro hacía lo único importante en su vida. Quería respuestas, pero más que nada ella lo quería muerto y si toda salía de acuerdo al plan lo vería hecho.
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Mensaje por Armagedon Jue Sep 13, 2018 2:12 pm

"No harás injusticia en el juicio,
ni favoreciendo al pobre
ni complaciendo al grande;
con justicia juzgarás a tu prójimo."

(Levítico 19:15)


Como cada noche, la muerte avanzaba inexorable. Su hermano Guerra andaría sembrando la discordia y haciendo que los hombres se matasen entre ellos, aliviando así su carga. Su hermana Deborah llevaría la hambruna y la peste a quienes merecieran una purga, pues todos debían temer el nombre del Señor. Y Victoria acabaría con los herejes, con los incrédulos y los pobres de corazón. Para Armagedón quedaban aquellos que cometían cualquiera de los abominables pecados que tenía en su lista.

Las calles estaban algo vacías, ya había terminado con un asesino y con una arpía que se lucraba vendiendo niñas a viejos lascivos. El sabor de la ira y de la codicia ingeridos con su sangre recorría su paladar, pero sin duda la envidia y la soberbia le sabían más deliciosos que ninguno. Esta vez la sangre no manchaba su camisa, seguía blanca e impoluta, tan sólo su amno derecha era la prueba evidente de su justicia divina, manchada de la sangre de la mujer, que todavía le hedía a miserable proxeneta. Se detuvo en una fuente a lavar sus manos, no soportaba ese olor pegado a la piel. Podía parecer absurdo, pero la Muerte era muy escrupulosa.

Algo en su retaguardia se movió y aguzó los sentidos, ya de por si agudizados en la noche...bien, era sólo un gato callejero, pero la sensación de alerta no disminuía, con lo que Armagedon se escurrió las manos con parsimonia y caminó despacio, pues tenía toda una eternidad de tiempo esperándole, no tenía prisa ninguna. Eran los simples mortales los que deberían hacer mejor uso de su tiempo ya que era limitado y él vendría a arrebatárselo. Se detuvo en los albores del callejón escrutando en la oscuridad, sus ojos azul hielo se tornaban rojizos como los de los gatos cuando no había apenas luz.


- Múestrate. Sé que estás ahí.


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Mensaje por Smerenda W. de Brancovan Mar Sep 18, 2018 2:10 pm

-Creí que pese a toda esta oscuridad podrías verme con esos ojos tuyos de sanguijuela… Aunque si me pongo a pensarlo las sanguijuelas son ciegas- lentamente dio cuatros pasos hacia el alto vampiro, dejando que la luz le iluminase a medias el rostro –sabía que estarías aquí, no me equivoqué, aunque eso no es novedad, casi nunca lo hago-

Decidió ponerse en el lugar del vampiro por un segundo ¿Qué pensaría él al verla allí parada? Estaba completamente segura de que a primeras instancias ella no parecía fuerte, ni amenazadora. Con esa constitución suya estaba segura de que él no la vería como una amenaza, es más estaba segura de que el estaría pensando que ella allí no era más que una cucaracha. Malum simulat inocentes//la maldad se disfraza de inocente. Y ahora ella sentía que su pecho no albergaba nada más que ira en ese momento.

-Me preguntaba si me haría un favor ¿Podría Monsieur arrancarse su podrido corazón de no muerto del pecho y lanzarlo a mis pies? -  ella miró sus manos con atención y después habló con voz fuerte - Sus pies corren al mal, y se apresuran a derramar sangre inocente; sus pensamientos son pensamientos de iniquidad, desolación y destrucción- sabía que él era un fanático religioso así que lanzó aquellas palabras del profeta Isaías como una burla - Usted asesinó a un inocente y exijo una justa retribución. Si no sabe mi nombre entonces  llámeme venganza y estoy aquí para cobrar lo que se debe-
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Mensaje por Armagedon Dom Oct 07, 2018 9:00 am

El cainita se quedó quieto, como una muda estatua de mármol que acecha el devenir de los hombres desde su estático porte. Era cierto que podía verla a oscuras, y mucho antes había escuchado el sonido de su corazón rítmico y vivo, pero le daba la oportunidad de mostrarse a la luz y soltar su alegato antes de que la Muerte decidiera si sus pecados debían ser expiados.

El aura de la mujer era inconfundible, la magia crepitaba sin cesar a su alrededor formando volutas eléctricas. A pesar de que solían decir que los licántropos eran los enemigos naturales de los hijos de Caín, a él le producían más inquietud los hechiceros, jugaban con poderes oscuros y magníficos. Hasta en la biblia se recomendaba alejarse de los herejes y los magos, aquellos que jugaban a ser Dios, que lo desafiaban con sus enormes egos pretendiendo controlar aquello que para la mayoría era incomprensible. Fuera como fuere, no se fiaría jamás de una bruja, su propia hermana era una, y bien que sabía extender la plaga y la muerte, sabía bien de qué eran capaces.


- Lo siento pero mi corazón está donde debe estar y aunque no lo necesite para lo que fue creado, le tengo cariño y prefiero quedármelo. Si quiere que le regalen presentes, búsquese un novio.

Normalmente no era tan pejiguero, ni tan descortés, usualmente pasaba por encima de aquellas trivialidades y se dedicaba con ahínco a lo suyo, pero desde que su hermano lo abandonó para casarse y vivir una vida mortal, estaba atravesando una fase algo rebelde. Estaba enfadado con el mundo, consigo mismo y con todo en general y lo manifestaba con algunas masacres algo innecesarias y el trato brusco con los extraños. De igual modo, no valía la pena detenerse mucho tiempo a razonar con quien pronto sería carne para empanada.

Sus ojos replandecieron en un leve fulgor rojizo, sinónimo de que se acercaba la Muerte a paso lento, inexorable y decidido, pero las siguientes palabras de aquel ínfimo saco de sangre le hicieron detenerse.


- Yo no me equivoco. Eso no es posible, huelo el pecado en la distancia. ¿Esto es una venganza?.- se detuvo a unos pasos de la bruja, podía oler su miedo mezclado con la férrea determinación, había que ser una insensata para ir a buscar a Armagedon con intención de liquidarlo, o bien tener un plan B. Desvió la mirada hacia los tejados de alrededor buscando los cómplices en esa emboscada pero no percibió nada extraño.


Última edición por Armagedon el Mar Oct 09, 2018 4:58 pm, editado 1 vez


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Mensaje por Smerenda W. de Brancovan Lun Oct 08, 2018 12:35 pm

La adrenalina corría por las venas de Smerenda. Sabía que era una situación donde podría salir herida en el mejor de los escenarios y muerta en el peor. Por un momento se preguntó si aquello era lo correcto: tanto tiempo invertido en sus planes, tantas angustias pasadas y todos sus planes podrían terminar en aquel callejón. Pero ya era tarde, además Smerenda era una mujer de palabra. Había prometido vengar aquella muerte y lo haría. Esperaba que la ira y el dolor le dieran el impulso que necesitaba para salir avante.

-Tal parece que no me conoce, así que ni siquiera sabe porque lo busco ¿Cómo se atreve a creer que no es capaz de equivocarse? Solo dios y los imbéciles no se equivocan ni se retractan, así que sabiendo que usted es una abominación que no está viva ni muerta y no dios, entonces señor, sólo nos queda la segunda opción-
Smerenda sintió que una ira atroz la invadía, dio dos pasos más hacía el, intentando apaciguar el impulso de lanzarse sobre el –Hace años usted asesinó a sangre fría, a un inocente, al único ser que me ha importado y yo juré por todos los medios vengar su muerte. Usted se confundió, olió el pecado en él pero probablemente era mi mismo aroma impregnado en él lo que percibió, así pues estoy segura de que yo era su víctima ¿Quiere remediar su falta? Hoy es el día- Smerenda sacó el arma de su bolsillo y apuntó hacía él.

-Esto es, precisamente, una venganza ¿Quiere que le diga cómo sé que fueron sus acciones quienes me arrebataron al hombre con quién iba a casarme? Los que son como yo podemos hablar con los muertos, hacer que nos cuenten sus secretos, pero ¿Sabía que eso no es lo peor que un nigromante puede hacer? Lo peor que podemos hacer no es matar, es invocar a los muertos desde el otro lado y volverlos una marioneta que sólo obedezca nuestros designios, volverlos una burla de lo que fueron… Y eso es lo que planeo hacer con usted- quitó el seguro del arma –Le diré otra cosa que espero que lo atormente por siempre, al matar a ese hombre hizo que por mi causa, numerosas almas buenas viajaron hacia su creador, así pues, al matar a uno también mató a decenas- Smerenda disparó, apuntó directamente al pecho del vampiro esperando que su puntería diera en el blanco, no se engañaba, estaba consciente de que aquello no sería tán fácil y que probablemente con aquella bala sólo había desatado el inicio del fin.


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Mensaje por Armagedon Vie Oct 19, 2018 4:57 pm

Así que de eso se trataba aquella vendetta, la joven había estado prometida a alguien que posiblemente no la mereciera, no sabía quién era el hombre que la había embaucado para tan desafortunada decisión, pero si él lo había finiquitado es porque rebosaría ponzoña pecadora. Quizás fuera adúltero, o avaro, o de los que disfrutaban con la desgracia de los demás. Pero la brujita rubia parecía que no sabía muy bien quien era su idolatrado prometido, mas él la haría salir de tal error.

Se aproximó dos pasos entreabriendo los labios para decirle que era la Muerte y que no se equivocaba, que olía el pecado más rastrero como un perro policía olía la pólvora y que haría bien de fiarse de su palabra. Pero nada de todo eso salió por su boca porque la mujer disparó a bocajarro e impactó con la bala en su pecho, más o menos donde estaba el esternón, pero sin darle al corazón. La sospresa hizo mella en el jinete por unos segundos, su blanca camisa se tiñó de rojo carmesí, un rojo que no le pertenecía, pues su sangre ya no era tal, era la que ingería cuando mataba. El dolor sí era real, podría estar muerto, pero seguía sintiendo dolor como cualquier vivo, sólo que eso no lo mataba. Reculó un paso hacia atrás mirándose el pecho y luego a la bruja. Por un instante el tiempo se detuvo y la sorpresa del vampiro se tornó ira, una muy candente que le quemaba y que nacía de su estómago hacia la cabeza. Normalmente mantenía la calma, incluso cuando todo el mundo gritaba y cundía el caos, pues de poco tenía que temer la Muerte; pero en esa ocasión le dio rabia no haberlo visto, haber caído de ese modo en la trampa de la hechicera.

Sin pensarlo dos veces (pues si lo hubiera pensado habría actuado de forma distinta) se lanzó a por ella con su sobrenatural velocidad, la enganchó del cuello y la estampó contra la pared del callejón, elevándola un palmo sobre el suelo. Sus ojo brillaron rojos en la noche y sus colmillos emergieron, afilados y amenazadores.


- cierto... los nigromantes sois poderosos, podéis esclavizar a un muerto y hacerlo regresar del más allá. - recorrió la piel bajo la oreja de la joven, oliendo su miedo, su magia y el fuego que ardía en su interior.- Pero en este momento deberías rezar lo que sepas, porque para hacer eso el muerto necesita tener alma...y yo no la tengo.

Hincó los dientes con saña, desgarrando la piel y bebiendo de la vena, dejando que la sangre de la hechicera, densa, fuerte, como un asado con exceso de pimienta, invadiera su paladar y le contase de inmediato los retazos más importantes de su vida. En la mente de Armagedon se formaron los recuerdos más importantes que la bruja atesoraba, esos que quedaban impresos en cada gota de sangre. Observó escenas cotidianas, otras en las que la magia estaba presente, sintió la alegría, el miedo, el triunfo y la desolación... y allí estaba, el rostro de quien era velado entre llantos y promesas de venganza. Acabáramos. Ya sabía quién era. Armagedón tenía una memoria portentosa y ese tipo no era el prometido ejemplar que ella creía.

Se separó de la bruja aflojando un poco el agarre, la humana necesitaba respirar. La miró a los ojos, los suyos eran de nuevo azules y helados como un paisaje desierto del polo norte. La bala fue escupida por su cuerpo, haciendo un ruido metálico al caer, beber estando herido era bastante aconsejable para sanar pronto.

- ¿creías conocerlo? siento sacarte de tu error.Tu prometido era un pecador de los que merecían la muerte sin más. Entiendo que no me creas, pero esto será fácil. Llámalo. Invócalo. Oblígalo a decir la verdad, sé que eso se puede hacer... y deja que le pregunte algunas cosas.


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Mensaje por Smerenda W. de Brancovan Dom Oct 21, 2018 5:47 pm

La bala impactó desafortunadamente lejos del corazón del vampiro. Smerenda lo agradecía. Matarlo así de fácil no habría representado emoción y reto alguno, y así como estaban las cosas para Smerenda ese tipo de cacería, de juego macabro donde se arriesga el todo por el todo eran lo único que lograban hacerla sentir algo, lo único que lograba hacer que se sintiera viva, que sintiera la sangre correr por sus venas.

Smerenda observó la confusión del vampiro y aquello la extasió ¿tan arrogante era que no se acababa de creer que alguien como ella estuviese allí para matarlo? Seguro se sorprendería aún más si supiese que ella estaba allí, dispuesta a entregar su vida sólo para honrar la promesa que le había hecho a alguien querido, pero no amado. Esos segundos de confusión permitieron que ella enfundase el arma y colocara sus manos dentro de los bolsillos. Si el vampiro hubiese mantenido la cabeza fría habría notado que Smerenda se quedó de pie, con las manos en los bolsillos, como si estuviese esperando. Eso era lo malo de no saber controlar tus emociones, de sucumbir a la ira irracional. Pero Smerenda lo quería así, loco e irracional. El estúpido estaba haciendo justo lo que Smerenda necesitaba que hiciese. Lo necesitaba cerca, lo más cerca posible.

Ella sintió el golpe,  la roca golpeando su cabeza lo suficientemente fuerte para hacer que un ligero quejido escapase de sus labios rosas, lo suficiente fuerte para que dejase escapar vitales segundos. Antes de que pudiese reaccionar, antes de que pudiese ordenar nuevamente sus pensamientos sintió los colmillos del vampiro en su cuello, afilados, certeros, desgarrado ávidamente a través de su piel y llegando a sus venas. Ella olió su propia sangre, la sintió mojando la nívea camisa blanca que vestía y escuchó al vampiro devorando ávidamente. Smerenda estaba acostumbrada al dolor, pero aquel dolor era de un tipo nuevo. Mordió sus labios con fuerza, hasta hacerlos sangrar y como había aprendido hacía mucho transformó el dolor en ira y la ira en fuerza. Apretó la daga maldita que tenía en el bolsillo, por eso había colocado sus manos allí, aunque eso significara dejar su cuello al descubierto.  

Smerenda sintió como el agarre del vampiro disminuía y sus colmillos abandonaban su cuello ¿Acaso le mostraba empatía, acaso lo que había visto mientras bebía de su vena había ocasionado que le tuviese lástima? Que pena por él, los sentimentalismos matan.

Smerenda sonrío, aún estando con el cuello en carne viva, con la sangre escapando de sus venas y suspendida lejos del suelo completamente a su merced, Smerenda río a carcajadas al escuchar al vampiro - De verdad creíste que lo creía un santo, un dato de interés, vampiro- su voz sonaba un poco más ronca de lo normal, probablemente debido a las heridas - Todos los humanos son pecadores, algunos más, otros menos y a comparación de lo que yo soy él era un santo, dios mismo. Y como el espíritu santo que castigó a los que levantaron la mano contra su hijo, yo vengo a derramar mi ira sobre ti - Smerenda continuó sonriendo ¿De verdad se creía el cuento de ser un maldito purificador?

-Porque los que viven saben que han de morir; pero los muertos nada saben, ni tienen más paga; porque su memoria es puesta en olvido-
Smerenda recitó  aquel versículo de Eclesiástes aún con una sonrisa en el rostro y la mirada fija, en la profunda mirada del vampiro -Tú , tú abominación, no vas a mancillar la dulce memoria que de él conservo, tus ojos no merecen verlo si yo lo invoco. Yo lo he hecho y se todo lo que se debe saber , así que guarda tus mentiras y vomitalas en el infierno cuando te unas a tu amo y señor- haciendo acopio de sus fuerzas y sacando la daga maldita del bolsillo la enterró en el estómago del vampiro, la parte blanda más accesible para Smerenda, así semi sujeta como estaba. La clavó concentrando toda la fuerza que pudo, moviendola de arriba a abajo cuando sintió que esta había atravesado la piel.

Quería causar el mayor daño posible, la herida más grande para hacerlo sangrar, el arma era corta, pero afilada y en el estómago no había huesos que pararan su trayectoria. Eso no lo mataría, estaba segura pero el katadesmoi, la maldición inscrita en la daga haría que el no sanase tan fácilmente como con la bala. Smerenda estaba cansada, sentía frío y aunque sabía que la herida de su cuello no comprometía su vida, si había menguado su energía. Pero ahora tenía una herida y ella una. Ojo por ojo.


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Mensaje por Armagedon Dom Oct 28, 2018 12:10 pm

Supo de inmediato que las palabras de la bruja no eran las de una necia pretenciosa que sólo quería marcarse un farol, su sangre sabía a muerte, esa mujer podía manipularla y doblegarla a su antojo. Era poderosa, desde luego que sí, y el vampiro no se estaba midiendo contra una pusilánime, podría acabar con su no-vida, y de hecho lo había intentado con bastante acierto, de haber atravesado su pecho medio palmo más, igual ahora sería un montón de cenizas.

La mujer hizo un alegato sobre el pecado y los humanos digno de cualquier heroína de fábula, pero a sus ojos seguía siendo una bruja oscura, alguien con el pecado arraigado en lo más profundo de su ser. Sólo que la Muerte por cuestión de practicidad, no iba a por ese tipo de gente, ya que costaban mucho de matar y podía salir escaldado, habiendo miles de millones de humanos a exterminar, podía dejarlos para el final. No, con esa melena rubia y esas bonitas intenciones de defender el honor de la memoria, no lograría engañar al jinete, era malvada y lo pagaría con la vida algún día.

No diría que no estaba avisado, pero aún así no se esperó el movimiento de la mano de la hechicera, que lo atravesó como a un gorrino, hundiendo la daga maldita en sus entrañas resecas y ascendiendo para causar más daño. Cazó su diestra con una movimiento muy veloz y la obligó a sacarla girándola y apuntando a la garganta de la propia Smerenda con el puñal grabado. La sangre brotaba de su estómago abierto y necesitaría de la magia de su hermana Deborah para recuperarase, pero esa condenada mujer iba a pagar por ello. Ahora se encontraba a medio centímetro de la muerte verdadera, el filo de la daga presionaba su piel donde se encontraba el corazón.


- No te haré ese favor... no morirás ahora. No creyendo lo que crees. Vas a sufrir, vas a pagar por lo que has hecho, pero no con la muerte, eso sería demasiado premio para alguien como tú. vas a ver quién era tu querido prometido.

Recordó las palabras del hechizo de sangre que su hermana había creado para conectar con facilidad lo que corría por la vitae de los jinetes, a la de los demás, para que pudieran compartir recuerdos, vivencias etc. Podía tener un efecto secundario nada deseable, y es que no siempre se podía elegir todos los recuerdos que esa sangre pasaría a la cabeza del contrario, sería el principal, el deseado, pero a veces se colaban otros que el cainita no quería revelar.

La mano libre la usó para empaparla en su propia sangre y con otro movimiento rápido cerró los dedos sobre el cuello de la bruja, allí donde la había mordido y donde escapaba sangre en forma de hilos. Al poner en contacto ambas sangres murmuró una palabra.


— Revelatio.

Con ese conjuro atado que llevaba siempre encima por obra y gracia de su hermana, reveló a Smerenda los recuerdos que acababa de visualizar, de su prometido cometiendo los pecados por los cuales Armagedon lo castigó. Sin querer, se colaron también algunos recuerdos propios del jinete, aquellos que le estaban haciendo sangrar el alma esos días, pues su familia se rompía y sólo él quedaba en pie para realizar la Gran Obra. Soltó a la hechicera reculando unos pasos, se sentía más débil de lo que debería, y eso se debía al hechizo que portaba el cuchillo. Sus ojos de color azul pálido ahora asomaron una chispa de rabia, no podía marcharse y no matarla, pero si no lo hacía podría acabar mal para él.

- Ahí lo tienes. Que te aproveche. Nos volveremos a ver.

El vampiro salió del callejón y forzando la máquina, hizo acopio de fortaleza y velocidad para llegar hasta su guarida y curarse de sus heridas. Había miles de noches por delante, no sería la última para ellos dos, tenían una cita apuntada en la lista de San Martín, esa lista negra donde la Muerte se fijaba para acabar con el mal del mundo.


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Mensaje por Smerenda W. de Brancovan Mar Nov 06, 2018 2:24 pm

Ella se sentía cansada, aunque la ira la alimentaba a final de cuentas su cuerpo no era sobrenatural. La pérdida de sangre y los golpes que había recibido al ser estampada contra el muro habían hecho mella en ella. Pero no le dio el gusto de saberlo. No le demostró temor, aun cuando con su fuerza sobrenatural hizo que ella misma se apuntase con la daga maldita. No se resistió, aquello sería inútil, ella no tenía la fuerza física para impedir que el hundiera el puñal que ella aún sujetaba en su corazón. No le asustaba morir, morir es la paz del final, pero estaba llena de coraje pues sabía que aunque herido aquello no garantizaba su muerte y cuando sintió el filo de su propia daga presionando contra su piel, se prometió que haría lo que fuse para llevárselo con ella, algo como hacerlos estallar a ambos.

Pero lo que sucedió la desconcertó por completo ¿No la mataría? ¿Por satán que significaba eso? ¿De qué demonios hablaba? ¿Pagar? Ella ya había pagado y seguía pagando por aquello que hubiese hecho mal, seguía pagando mientras respirara porque su sola existencia era una afrenta a lo bueno y divino ¿La amenazaba con no encontrarlo a él? Ella ya sabía que jamás estarían juntos otra vez, porque el moraba en el paraíso y ella ardería en el infierno por los siglos de los siglos.

Antes de que pudiese decir o hacer algo, la situación nuevamente dio un giro inesperado. Al parecer él sabía un par de trucos baratos. Cuando sintió que colocaba su palma llena de sangre sobre su herida se revolvió incómoda, sabía que iba a hacer él y no lo quería, tampoco quería que su sangre se mezclase con la de ella. Pero todo sucedió de todas formas y pudo ver lo que pasó aquella noche o más bien, lo que él quería que ella creyera. Las imágenes una a una se fueron revelando, en sucesión, como las imágenes que adornan un cuento para infantes. Imágenes de esa noche y también, imágenes de la vida del vampiro, aquello era inevitable, solo los hechiceros poderosos podían controlar que revelar. Smerenda se sintió asqueada, herida y llena de coraje.

Ella se negó a creer lo que vio ¿Pero que ganaba el con engañarla? Su propia mente le hacía esa pregunta, pero ella se empeñaba en negar lo evidente “No es cierto, no es cierto, no es cierto, no es cierto… Él quiere herirme, quiere que crea que me equivoco para que lo deje en paz, quiere engañarme, quiere engañarme” pensaba para sí misma, negándose a creer otra cosa que la que ella consideraba la verdad absoluta.

Smerenda no notó las palabras de despedida del vampiro. Simplemente cayó de rodillas cuando él la soltó para desaparecer con su velocidad sobre humana. Sintió como las lágrimas corrían por sus mejillas mientras las imágenes que él vampiro le había mostrado se repetían en su cabeza. No, él no la había traicionado, él era la única persona en el mundo que jamás la traicionaría –Él lo prometió, él lo prometió, él lo prometió- Susurró para sí misma. Enjuagó sus lágrimas con el dorso de su mano y lanzó un grito lleno de ira y coraje mientras las lágrimas seguían brotando de sus ojos. Gritó hasta que sintió la garganta en sangre viva. Lloró de rodillas hasta que se quedó sin fuerzas.
Estuvo así por minutos, horas. Alguna vez había creído que se había quedado sin lágrimas hace mucho tiempo, que había llorado todas las que uno tenía para llorar en toda una vida en años… Pero allí estaban otra vez.

Nuevamente se enjugó las lágrimas. Tomó la daga maldita que había resbalado desde sus manos hasta el piso. Aún tenía la sangre del vampiro en ella. Inhaló profundamente. Cerró los ojos y reunió la fuerza que le quedaba.

“Amicus Malejicis: Audi vocatio mea
Ego obsecro auxilium tuum invenire ad sanguisuga.
Phasmatos persequi hoste
Phasmatos inveniet Inimicum meum”

Mientras recitaba el hechizo, trazó con su dedo índice los símbolos de las runas Tyr, Rad e Ing, en el piso, usando la sangre del vampiro. Una vez que terminó de recitar las palabras se quedó en silencio y cerró los ojos unos, dos, tres minutos. Cuando los abrió los símbolos y la sangre habían desaparecido y un cuervo negro estaba de pie allí, mirándola atentamente. Había pedido la ayuda de un espíritu y allí estaba el que había respondido a su llamado –Ve, no apartes la vista de aquel que ha ofendido a tu hermana. Cumple con nuestro convenio y tu recompensa estará esperándote. Traiciona a tu hermana y quedarás en el quinto círculo, sumergido por la eternidad en los pantanos del Estigia- El ave levantó el vuelo, perdiéndose en la oscuridad de la noche. Con mucho cuidado Smerenda se puso de pie, aquel último hechizo había consumido gran parte de la energía que le quedaba. Tenía que llegar a su casa y atender sus heridas. Así como estaba era vulnerable y no lograría ninguna cosa de provecho. Él no se iría y gracias a la sangre que había dejado aún si lo hiciera el espíritu lo encontraría para ella. Aquello no se había acabado aún.


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Mensaje por Armagedon Miér Nov 14, 2018 2:55 pm

"Mi corazón está herido,
y seco como la hierba,
Por lo cual me olvido de comer mi pan."
(Salmos 102)


Necesitó mucha magia de su hermana e ingentes cantidades de sangre para sanar la herida emponzoñada. La maldita bruja había imbuído el arma en una maldición que le impedía cicatrizar como estaba establecido para los de su especie. Pasó varios días sufriendo calambres, dolores y esa sensación odiosa de debilidad. Él, la Muerte, sintiéndose como un despojo a merced de una rubia que sabía trucos sucios para acabar con él. Esperaba al menos que hubiera sufrido gran angustia al ver lo que su querido prometido era capaz de hacer cuando estaba vivo, la máscara de virtud que mostraba a todos engañando y mintiendo. ¿Había algo más mezquino que la mentira y la deslealtad a quien decía amar?

Poco sabía Armagedon del amor, pero tenía claro que mentirle a quien quieres es algo feo, sucio y merece castigo. Smerenda no le daba lástima, no más que cualquier otro humano pecador, pero ciertamente comprendía cómo podía sentirse, traicionada, abandonada de algún modo, herida. Porque él también había conocido eso de manos de su querido hermano, a quien profesaba la más absoluta devoción aunque no lo demostrase abiertamente. Aunque fueron sus colmillos los que acabaron con ese hombre, era sus propios pecados los que le habían conducido al cadalso, era un hombre adulto y debía enfrentar las consecuencias de sus actos. Si la bruja lo miraba bien, el vampiro la había protegido de un destino más trágico, de un dolor más humillante, pues no había tenido que quedarse a ver como ese malnacido la hundía moralmente. Pero por otro lado podía entender que incluso le reprochase que le arrebató la oportunidad de venganza. Mala suerte. La Ira también era un pecado, así que la había protegido ya de dos asuntos complejos.

En los días de convalecencia no se la pudo quitar de la cabeza, era una necia tozuda. ¿Acaso no veía que en verdad la había salvado? es más, ya tenía en su cuenta tres salvaciones, porque además la dejó marchar con vida. Y seguro que la muy ingrata estaría diciendo pestes sobre él. Los humanos eran criaturas desconcertantes que podían en ocasiones saturarlo, porque no era capaz de comprenderlos, no podía ponerse en sus zapatos ni mucho menos tolerar sus faltas de autocontrol. La gula, la pereza, la avaricia, la lujuria, la ira… eran todo pecados con nombre de mujer y que podían ser controlados a fuerza de voluntad, pero los humanos preferían dejarse llevar y eso tenía un precio: la muerte. Aquella herida sanaría, el tiempo volvería a correr en los relojes de los pecadores porque Armagedon volvería a la carga, pero Smerenda podía dar por cierto que no aquella no sería la última vez que se vieran.


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