AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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¡Nos casamos! // Privado - Guerra
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¡Nos casamos! // Privado - Guerra
Las cosas no habías salido, exactamente, como habían imaginado, porque al final no habría testigos y Guerra no tenía el apoyo de su hermano. La española se sentía culpable hasta cierto punto, pero sabía que ambos estaban haciendo lo correcto al casarse, porque ambos eran devotos creyentes y, por encima de todas las cosas, estaban enamorados. Tener el consentimiento de Dios era importante para ellos, además de un motivo para celebrar que se querían.
La sorpresa llegó cuando el jinete se presentó a la mañana siguiente de su supuesta despedida de solteros con dos pasajes en la mano que les llevarían en tren hasta Roma. Allí era donde el castaño había nacido y donde pasó sus primeros años de vida. Además, era considerada la ciudad del amor porque era su palíndromo. Estrella había saltado sobre el italiano y se lo había comido a besos toda ilusionada, antes de subir los dos corriendo a preparar las maletas para el viaje. Eso pospondría unos días la ceremonia, pero merecería la pena de todas, todas.
Tenían un camarote privado en el vagón previo al de cola, alejados de los olores del restaurante y con la privacidad que daba que uno de los laterales diera al cargamento del equipaje. Se pasaron las horas cubriéndose de caricias, compartiendo sonrisas y haciendo temblar los raíles. No podían negar lo que eran, dos adolescentes locos de amor que se dejaban llevar por las ganas de poseerse a cada instante del día. La lujuria no podía ser considerada un pecado cuando no dejaban de lado obligaciones, no hacían daño a nadie y, encima, se hacía porque se querían.
Sonó la campanita que avisaba de una nueva parada y el revisor pasó haciendo resonar su áspera voz por el pasillo de vagones, exclamando que la siguiente parada era la de su destino, al fin llegaban a Roma.
Entre risas, la española le daba flojos pellizcos a las manos de Guerra porque éste se empeñaba en hacerlo una última vez antes de bajarse y, para que fuera diferente, sugería que fuera en el baño. -No seas tonto, que se nos pasará el tiempo y perderemos la oportunidad de bajar del tren…- Aún así le llenó el rostro de besos, mientras con ambas manos le acariciaba la barba. -Cuando lleguemos al hotel, ¿de acuerdo? No quiero que se nos pase la parada.- Rozó la nariz ajena con la propia en un gesto muy lobuno y con una dulce sonrisa, convenció al jinete.
La sorpresa llegó cuando el jinete se presentó a la mañana siguiente de su supuesta despedida de solteros con dos pasajes en la mano que les llevarían en tren hasta Roma. Allí era donde el castaño había nacido y donde pasó sus primeros años de vida. Además, era considerada la ciudad del amor porque era su palíndromo. Estrella había saltado sobre el italiano y se lo había comido a besos toda ilusionada, antes de subir los dos corriendo a preparar las maletas para el viaje. Eso pospondría unos días la ceremonia, pero merecería la pena de todas, todas.
Tenían un camarote privado en el vagón previo al de cola, alejados de los olores del restaurante y con la privacidad que daba que uno de los laterales diera al cargamento del equipaje. Se pasaron las horas cubriéndose de caricias, compartiendo sonrisas y haciendo temblar los raíles. No podían negar lo que eran, dos adolescentes locos de amor que se dejaban llevar por las ganas de poseerse a cada instante del día. La lujuria no podía ser considerada un pecado cuando no dejaban de lado obligaciones, no hacían daño a nadie y, encima, se hacía porque se querían.
Sonó la campanita que avisaba de una nueva parada y el revisor pasó haciendo resonar su áspera voz por el pasillo de vagones, exclamando que la siguiente parada era la de su destino, al fin llegaban a Roma.
Entre risas, la española le daba flojos pellizcos a las manos de Guerra porque éste se empeñaba en hacerlo una última vez antes de bajarse y, para que fuera diferente, sugería que fuera en el baño. -No seas tonto, que se nos pasará el tiempo y perderemos la oportunidad de bajar del tren…- Aún así le llenó el rostro de besos, mientras con ambas manos le acariciaba la barba. -Cuando lleguemos al hotel, ¿de acuerdo? No quiero que se nos pase la parada.- Rozó la nariz ajena con la propia en un gesto muy lobuno y con una dulce sonrisa, convenció al jinete.
Estrella Díaz- Humano Clase Alta
- Mensajes : 240
Fecha de inscripción : 12/11/2014
Edad : 31
Re: ¡Nos casamos! // Privado - Guerra
Me costaba dejarla ir y con lo caliente que tenía la verga por los roces de nuestros cuerpos mientras nos habíamos estado besando y acariciando. Dudaba mucho que no me fuera en un par de minutos, pero mi preciosa esposa había decidido que me iba a dejar con las ganas porque teníamos que bajar.
Habíamos llegado a Roma, habíamos decidido casarnos allí porque era el lugar que me vio nacer y porque ambos creíamos en dios y su obra y si en algún lugar este podía bendecir nuestra union sería allí.
Le di un azote en las nalgas poniéndome en pie y cogiendo el equipaje con la diestra rodeé su cintura con la zurda saliendo hacía el pasillo para poder apearnos en cuanto el tren se detuviera, nuestro plan era pasar la noche en Roma, en el hotel que mi futura esposa tenía reservado e ir después a Verona que aun quedando bastante lejos podríamos llegar antes de que anocheciera.*
El lobo se mostraba, como siempre, impaciente y con ganas de jugar hasta que el sol se pusiera y volviera a emerger de nuevo. Estrella le conocía bien a aquellas alturas y aunque a sí misma le costara, intentaba poner algo de cordura en la pareja. Además, estaba sumamente emocionada con la idea de casarse, así que eso ayudaba a ponerse en marcha a pesar de la impaciencia por comerse a besos con Guerra.
Cogieron un carruaje que les llevó desde la estación hasta el hotel, haciendo un pequeño recorrido por la ciudad que dejó a la española maravillada. Recogieron su reserva, dejaron el equipaje que les subirían a la habitación y salieron a dar un paseo por una Roma anocheciendo. El color anaranjado del cielo convertía la capital en un paisaje aún más bonito y cogidos de la mano fueron a echar una moneda a la Fontana di Trevi para pedir un deseo, algo en lo que se había empeñado la enfermera, aunque el jinete rechinara un poco los dientes porque él lo que quería era lanzarse sobre la cama para comérsela a ella.*
Lo que había que hacer por las mujeres, mi preciosa prometida se había empeñado en que le enseñara Roma, ella no dejaba de reírse porque yo más pulpo que lobo no podía dejar de tocarla en cada esquina, mis ganas de ella eran bárbaras y Estrella me daba manotazos para después besarme profundamente sin poder borrar esa sonrisa de felicidad de su cara.
Acabamos frente a la fuente de Trevi, allí se podía pedir un deseo, así que tomé una de las plateadas monedas que llevaba en mi bolsillo y se la tendí a la enfermera.
-Tengo todo cuanto deseo, nunca pensé que podría ser tan feliz, así que lo único que puedo pedir es que esto dure para siempre...¿que vas tú a pedir?
Quizás no acababa de entender que en esa frase se encerraba algo más que una mera frase, ella era humana, yo licano, ella envejecía al doble de velocidad que yo y a mi la idea de perderla me suponía un dolor imposible de asumir en esta vida o las venideras.
-Va tira la monedita a ver si así puedo hacer el salto del tigre en la cama de una vez por todas.*
La española cogió la moneda, encerrándola en su mano durante unos segundos y se llevó los dedos de ésta hecha un puño hacia los labios para susurrarle unas palabras y depositar un beso. Alzó la vista, encontrándose con los pardos del italiano y entonces fueron sus belfos los que rozó con los propios.
-No se puede decir el deseo en voz alta o podría no cumplirse...
Le regañó entre risas y lanzó la pieza de plata al agua cristalina de la fuente. Sonrió, observándola hundirse poco a poco, dejando atrás unas ondas que crecían y desaparecían, igual que el metal cuando alcanzó el fondo, fundiéndose con un manto de monedas de otras personas. Estrella había pedido algo parecido, más o menos, puesto que sabía cuál era la misión del jinete y los peligros que ésta entrañaba, así que había deseado que saliera ileso de todas sus gestas y que cuando falleciera, lo hiciera de viejo.
Se abrazó de lado al lobo y giró la cara hasta ocultarla en el pecho ajeno, rozando allí la nariz.
-¿Vamos al hotel y pedimos servicio de habitaciones?*
Habíamos llegado a Roma, habíamos decidido casarnos allí porque era el lugar que me vio nacer y porque ambos creíamos en dios y su obra y si en algún lugar este podía bendecir nuestra union sería allí.
Le di un azote en las nalgas poniéndome en pie y cogiendo el equipaje con la diestra rodeé su cintura con la zurda saliendo hacía el pasillo para poder apearnos en cuanto el tren se detuviera, nuestro plan era pasar la noche en Roma, en el hotel que mi futura esposa tenía reservado e ir después a Verona que aun quedando bastante lejos podríamos llegar antes de que anocheciera.*
El lobo se mostraba, como siempre, impaciente y con ganas de jugar hasta que el sol se pusiera y volviera a emerger de nuevo. Estrella le conocía bien a aquellas alturas y aunque a sí misma le costara, intentaba poner algo de cordura en la pareja. Además, estaba sumamente emocionada con la idea de casarse, así que eso ayudaba a ponerse en marcha a pesar de la impaciencia por comerse a besos con Guerra.
Cogieron un carruaje que les llevó desde la estación hasta el hotel, haciendo un pequeño recorrido por la ciudad que dejó a la española maravillada. Recogieron su reserva, dejaron el equipaje que les subirían a la habitación y salieron a dar un paseo por una Roma anocheciendo. El color anaranjado del cielo convertía la capital en un paisaje aún más bonito y cogidos de la mano fueron a echar una moneda a la Fontana di Trevi para pedir un deseo, algo en lo que se había empeñado la enfermera, aunque el jinete rechinara un poco los dientes porque él lo que quería era lanzarse sobre la cama para comérsela a ella.*
Lo que había que hacer por las mujeres, mi preciosa prometida se había empeñado en que le enseñara Roma, ella no dejaba de reírse porque yo más pulpo que lobo no podía dejar de tocarla en cada esquina, mis ganas de ella eran bárbaras y Estrella me daba manotazos para después besarme profundamente sin poder borrar esa sonrisa de felicidad de su cara.
Acabamos frente a la fuente de Trevi, allí se podía pedir un deseo, así que tomé una de las plateadas monedas que llevaba en mi bolsillo y se la tendí a la enfermera.
-Tengo todo cuanto deseo, nunca pensé que podría ser tan feliz, así que lo único que puedo pedir es que esto dure para siempre...¿que vas tú a pedir?
Quizás no acababa de entender que en esa frase se encerraba algo más que una mera frase, ella era humana, yo licano, ella envejecía al doble de velocidad que yo y a mi la idea de perderla me suponía un dolor imposible de asumir en esta vida o las venideras.
-Va tira la monedita a ver si así puedo hacer el salto del tigre en la cama de una vez por todas.*
La española cogió la moneda, encerrándola en su mano durante unos segundos y se llevó los dedos de ésta hecha un puño hacia los labios para susurrarle unas palabras y depositar un beso. Alzó la vista, encontrándose con los pardos del italiano y entonces fueron sus belfos los que rozó con los propios.
-No se puede decir el deseo en voz alta o podría no cumplirse...
Le regañó entre risas y lanzó la pieza de plata al agua cristalina de la fuente. Sonrió, observándola hundirse poco a poco, dejando atrás unas ondas que crecían y desaparecían, igual que el metal cuando alcanzó el fondo, fundiéndose con un manto de monedas de otras personas. Estrella había pedido algo parecido, más o menos, puesto que sabía cuál era la misión del jinete y los peligros que ésta entrañaba, así que había deseado que saliera ileso de todas sus gestas y que cuando falleciera, lo hiciera de viejo.
Se abrazó de lado al lobo y giró la cara hasta ocultarla en el pecho ajeno, rozando allí la nariz.
-¿Vamos al hotel y pedimos servicio de habitaciones?*
Guerra- Licántropo Clase Alta
- Mensajes : 186
Fecha de inscripción : 09/11/2017
Re: ¡Nos casamos! // Privado - Guerra
Negué con la cabeza y saqué un candado de mi chaleco con el nombre de ambos puesto.
-No podemos ir al hotel sin antes dejar este candado en el puente Milvio, allí todas las parejas se comprometen a un amor eterno, así que ¿por qué no damos un paseo hasta allí y encadenamos nuestro amor?
Me eche a reír por la cara que puso, no es que yo fuera muy detallista, más bien todo lo contrario, era rudo y zafio, pero quería que este viaje fuera único, especial para ambos y creo ese gesto representaba que estaba muy dispuesto a cumplir los votos que adquiriríamos en la capilla de Verona, el para siempre.*
En cuanto vio al castaño negar y luego rebuscar algo en el pequeño bolsillo del chaleco, Estrella se apartó un poco con el ceño fruncido y la mirada fija en aquella mano. Las palabras que dijo el jinete a continuación la sorprendieron enormemente y así como sus ojos se abrieron de pronto, también se dibujó una amplia sonrisa en sus labios de nuevo.
-¡Qué cursi!
Bromeó, porque para cursi ella y los dos lo sabían, pero le había encantado el detalle y se delataba por todos los poros de la piel y ese color sonrosado de sus mejillas. Entrelazó los dedos de la mano libre ajena con los de la propia y tiró de él, aún sin saber ni dónde quedaba ese supuesto puente.
-¡Venga, vamos! Tenemos que encadenarnos, digo encadenar nuestro amor.
Rio por lo bajo, sin importarle la escena que estaban montando y la cantidad de miradas que les seguían los pasos.*
De la mano paseamos por una Roma llena de luz, Estrella tenía muchos proyectos en París, nos habían montado un colegio en la parte baja de la casa y muchos habían sido los padres interesados en preguntar si podían llevar allí a sus hijos, vivíamos en un barrio exclusivo y la idea de tener un lugar mas familiar y pequeño que los típicos colegios llenos de niños hasta arriba motivaba mucho a los padres.
Estrella había rechazado cada propuesta, porque su idea era más que ganar dinero poder dar educación a niños en riesgo de exclusión, para eso lo hicimos, para sus niños del orfanato... así que las cosas nos estaban funcionando muy bien. Cada vez pasaba más tiempo en nuestra casa y aunque no había abandonado a mis hermanos, me costaba cada vez más dejar sola a la enfermera.*
No sabía si era por la ciudad en sí o por el hecho de estarla descubriendo con Guerra, pero a la española, Roma, le estaba pareciendo la ciudad más hermosa del mundo. Todo era muy distinto a París, no sólo la arquitectura, sino las gentes mismo. El paseo se alargó un poco entre risas, caricias y besos.
Una vez colocado el candado y caminado un rato cerca del grandioso y espectacular Coliseo, regresaron al hotel para cenar y disfrutar de la última noche como solteros. Al parecer era tradición celebrarla, aunque para ellos, Estrella esperaba que las cosas no cambiaran, excepto porque tendrían el consentimiento de Dios y su ansiada bendición.*
-No podemos ir al hotel sin antes dejar este candado en el puente Milvio, allí todas las parejas se comprometen a un amor eterno, así que ¿por qué no damos un paseo hasta allí y encadenamos nuestro amor?
Me eche a reír por la cara que puso, no es que yo fuera muy detallista, más bien todo lo contrario, era rudo y zafio, pero quería que este viaje fuera único, especial para ambos y creo ese gesto representaba que estaba muy dispuesto a cumplir los votos que adquiriríamos en la capilla de Verona, el para siempre.*
En cuanto vio al castaño negar y luego rebuscar algo en el pequeño bolsillo del chaleco, Estrella se apartó un poco con el ceño fruncido y la mirada fija en aquella mano. Las palabras que dijo el jinete a continuación la sorprendieron enormemente y así como sus ojos se abrieron de pronto, también se dibujó una amplia sonrisa en sus labios de nuevo.
-¡Qué cursi!
Bromeó, porque para cursi ella y los dos lo sabían, pero le había encantado el detalle y se delataba por todos los poros de la piel y ese color sonrosado de sus mejillas. Entrelazó los dedos de la mano libre ajena con los de la propia y tiró de él, aún sin saber ni dónde quedaba ese supuesto puente.
-¡Venga, vamos! Tenemos que encadenarnos, digo encadenar nuestro amor.
Rio por lo bajo, sin importarle la escena que estaban montando y la cantidad de miradas que les seguían los pasos.*
De la mano paseamos por una Roma llena de luz, Estrella tenía muchos proyectos en París, nos habían montado un colegio en la parte baja de la casa y muchos habían sido los padres interesados en preguntar si podían llevar allí a sus hijos, vivíamos en un barrio exclusivo y la idea de tener un lugar mas familiar y pequeño que los típicos colegios llenos de niños hasta arriba motivaba mucho a los padres.
Estrella había rechazado cada propuesta, porque su idea era más que ganar dinero poder dar educación a niños en riesgo de exclusión, para eso lo hicimos, para sus niños del orfanato... así que las cosas nos estaban funcionando muy bien. Cada vez pasaba más tiempo en nuestra casa y aunque no había abandonado a mis hermanos, me costaba cada vez más dejar sola a la enfermera.*
No sabía si era por la ciudad en sí o por el hecho de estarla descubriendo con Guerra, pero a la española, Roma, le estaba pareciendo la ciudad más hermosa del mundo. Todo era muy distinto a París, no sólo la arquitectura, sino las gentes mismo. El paseo se alargó un poco entre risas, caricias y besos.
Una vez colocado el candado y caminado un rato cerca del grandioso y espectacular Coliseo, regresaron al hotel para cenar y disfrutar de la última noche como solteros. Al parecer era tradición celebrarla, aunque para ellos, Estrella esperaba que las cosas no cambiaran, excepto porque tendrían el consentimiento de Dios y su ansiada bendición.*
Estrella Díaz- Humano Clase Alta
- Mensajes : 240
Fecha de inscripción : 12/11/2014
Edad : 31
Re: ¡Nos casamos! // Privado - Guerra
Tras un paseo llegamos al hotel, en todo el camino no había dejado de besarla, de morder y lamer su mandíbula, el deseo oprimía mis pantalones y la enfermera era consciente porque se reía encendida sintiendo en la parte alta de sus nalgas mi bulto.
-Mañana estaremos casados -susurré en su oido dejando un mordisco en la ternilla -voy a hacerte feliz -aseguré.
Dios iba a darnos su bendición, lo único que yo necesitaba pues mis hermanos habían renunciado a mi felicidad anclados a la misión una que yo no iba a abandonar, era consciente de que era el azote de Dios.
Pedimos champán y algo de comer en recepción, nos lo subirían directamente a la habitación y así, devorándonos ascendimos por las escaleras con risas cómplices y miradas encendidas.
Su espalda chocó contra la puerta, jadeé contra sus labios introduciendo dentro de su boca mi lengua, lamiendo la ajena, acariciando el paladar y contando sus muelas en una batalla sin fin dentro y fuera de nuestras bocas.
Por mis venas corría desaforada mi sangre, corriente nerviosa que henchía de placer mi polla.
-Abre -susurré, alzándola de las nalgas de un tirón sin poder dejar de besarla.
Sus manos se enredaron a mi pelo, tirando de mis mechones negros atrayéndome contra sus labios, moriéndolos mientras con la diestra buscaba el pomo de la puerta.*
El jinete no tardó en recorrer el cuerpo de la española con sus manos, apretando firmemente los dedos por allí donde pasaron. La ropa subía, se arrugaba y exponía los muslos de la enfermera que de un salto se abrazó a la cintura y el cuello del castaño para dejar que sus cuerpos se apegaran por completo.
Se devoraron a besos y mordiscos, sin tregua, sólo una pausa que interpuso Guerra para pedirle a ella que abriera la puerta. Estrella llevó la mano hacia atrás, la izquierda, pero no alcanzaba el pomo para hacerlo girar, no sin despegarse más del torso del lobo, cosa que no quería hacer. Se quejó contra la boca ajena y el castaño pareció comprender el motivo de la frustración de ella porque se encargó de hacer ceder la puerta para que ambos entraran, al fin, en el dormitorio.
Los labios de la morena bajaron a rozar el cuello del licántropo, llenándolo de besos, lamidas y suaves mordidas mientras él se encaminaba hacia la cama y, de manera inesperada, la arrancaba de sus brazos para empujarla y que cayera sentada sobre el colchón, jadeando y con las piernas y brazos separados, pareciendo casi una especie de araña.
-¿Guerra?
Preguntó la española, viendo los orbes ambarinos de su prometido, llenos de deseo y hambre.*
Ladeé la cabeza ligeramente contemplándola con los ojos en un intenso amarillo radioactivo, mi mirada descendió por aquel curvilíneo cuerpo centrándose ahora en su sexo, el vestido había quedado arrugado y le quedaba alzado viéndose por completo el muslo y ligeramente aquellas bragas negras que se gastaba la enfermera.
Me relamí los labios escuchando como me llamaba, aunque era como si no la oyera.
-¿quiero hacer algo distinto? -pedí con la voz ronca mientras la española no acababa de comprender lo que le estaba diciendo.
Rasgué las sábanas y sin pedir permiso deslicé sus bragas despacio por sus piernas hasta que el encaje acabó en el suelo. Tomé una de las cintas de tela y até su tobillo al palo del dosel de la cama e hice exactamente con el otro dejándola abierta de piernas, expuesta.
Me dejé caer posando en el suelo mis rodillas mientras, ahora sí, disfrutaba de las vistas de su coño abierto, del clítoris inflamado ansioso por recibir mi lengua.*
-Mañana estaremos casados -susurré en su oido dejando un mordisco en la ternilla -voy a hacerte feliz -aseguré.
Dios iba a darnos su bendición, lo único que yo necesitaba pues mis hermanos habían renunciado a mi felicidad anclados a la misión una que yo no iba a abandonar, era consciente de que era el azote de Dios.
Pedimos champán y algo de comer en recepción, nos lo subirían directamente a la habitación y así, devorándonos ascendimos por las escaleras con risas cómplices y miradas encendidas.
Su espalda chocó contra la puerta, jadeé contra sus labios introduciendo dentro de su boca mi lengua, lamiendo la ajena, acariciando el paladar y contando sus muelas en una batalla sin fin dentro y fuera de nuestras bocas.
Por mis venas corría desaforada mi sangre, corriente nerviosa que henchía de placer mi polla.
-Abre -susurré, alzándola de las nalgas de un tirón sin poder dejar de besarla.
Sus manos se enredaron a mi pelo, tirando de mis mechones negros atrayéndome contra sus labios, moriéndolos mientras con la diestra buscaba el pomo de la puerta.*
El jinete no tardó en recorrer el cuerpo de la española con sus manos, apretando firmemente los dedos por allí donde pasaron. La ropa subía, se arrugaba y exponía los muslos de la enfermera que de un salto se abrazó a la cintura y el cuello del castaño para dejar que sus cuerpos se apegaran por completo.
Se devoraron a besos y mordiscos, sin tregua, sólo una pausa que interpuso Guerra para pedirle a ella que abriera la puerta. Estrella llevó la mano hacia atrás, la izquierda, pero no alcanzaba el pomo para hacerlo girar, no sin despegarse más del torso del lobo, cosa que no quería hacer. Se quejó contra la boca ajena y el castaño pareció comprender el motivo de la frustración de ella porque se encargó de hacer ceder la puerta para que ambos entraran, al fin, en el dormitorio.
Los labios de la morena bajaron a rozar el cuello del licántropo, llenándolo de besos, lamidas y suaves mordidas mientras él se encaminaba hacia la cama y, de manera inesperada, la arrancaba de sus brazos para empujarla y que cayera sentada sobre el colchón, jadeando y con las piernas y brazos separados, pareciendo casi una especie de araña.
-¿Guerra?
Preguntó la española, viendo los orbes ambarinos de su prometido, llenos de deseo y hambre.*
Ladeé la cabeza ligeramente contemplándola con los ojos en un intenso amarillo radioactivo, mi mirada descendió por aquel curvilíneo cuerpo centrándose ahora en su sexo, el vestido había quedado arrugado y le quedaba alzado viéndose por completo el muslo y ligeramente aquellas bragas negras que se gastaba la enfermera.
Me relamí los labios escuchando como me llamaba, aunque era como si no la oyera.
-¿quiero hacer algo distinto? -pedí con la voz ronca mientras la española no acababa de comprender lo que le estaba diciendo.
Rasgué las sábanas y sin pedir permiso deslicé sus bragas despacio por sus piernas hasta que el encaje acabó en el suelo. Tomé una de las cintas de tela y até su tobillo al palo del dosel de la cama e hice exactamente con el otro dejándola abierta de piernas, expuesta.
Me dejé caer posando en el suelo mis rodillas mientras, ahora sí, disfrutaba de las vistas de su coño abierto, del clítoris inflamado ansioso por recibir mi lengua.*
Guerra- Licántropo Clase Alta
- Mensajes : 186
Fecha de inscripción : 09/11/2017
Re: ¡Nos casamos! // Privado - Guerra
El ceño de la española se frunció cuando el lobo le respondió con una pregunta que no llegó a entender. ¿Por qué cuestionaba si él mismo deseaba hacer algo diferente? La mirada de Estrella siguió uno a uno los movimientos ajenos, dejándose hacer, confiando plenamente en que, fuera lo que fuera que se pasaba por la cabeza del jinete, él deseaba complacerla al tiempo que se complacía a él.
Le vio atarle los tobillos, obligando a sus pies a separarse aún más de lo que estaban y la morena parpadeó cuando se dejó caer de rodillas al suelo y observó sin tocarla.
-¿Sólo vas a mirar?
Quiso saber ella, tirando de una pierna y luego de la otra. De repente sentía vergüenza y la temperatura de su cuerpo empezó a crecer más de la cuenta. Normalmente, el italiano era de atacar sin miramientos y, sin embargo, ahora se había puesto a observar en silencio. ¿Por qué?*
Ladeé la sonrisa, estaba encendido pero como buen depredador que era sabía que todo ataque tenía sus tiempos, tiempo que no tardaría en llegar.
-Tu coño me gusta mucho -aseguré deslizando mis dedos por su centro, abriendo los labios para recoger los fluidos bañando con ellos la yema de mis dedos sin dejar de mirarlo -ufffff.
Jugué con su botón, rozándolo y pellizcándolo complacido por como Estrella arqueaba su espalda, gemía y el no poder cerrar las piernas la dejaba mucho ms cachonda, débil ante mi.
Escuché fuera los pasos del camarero tirando del carrito hacia nuestra habitación, ladeé la sonrisa poniéndome en pie incluso antes de que llamara a la puerta y sin dejar que lo hiciera salí fuera de la habitación despeinado y acalorado, le di una buena propina y yo mismo metí el carro con el champán, el chocolate y las fresas en la habitación.
-Ummm -susurré cogiendo uno de esos frutos mordiéndolo, sintiendo el jugo resbalar por mis labios -está delicioso -me lamí los dedos con el sabor de su coño mirándola con los ojos ambarinos.*
El lobo se tomó su tiempo en admirarla así, expuesta, de piernas abiertas y avergonzada. Sin embargo, también la excitaba, ¿cómo no hacerlo cuando el hombre al que amaba la miraba con tanto deseo? Los muslos le temblaban con cada roce de aquellos dedos, toda ella vibraba y se empapaba, mojando las yemas ajenas en el proceso.
Ella no escuchó los pasos de nadie, así que cuando el jinete se levantó y le dio la espalda, el rostro de Estrella se convirtió en un poema cargado de sorpresa.
-¿A dónde vas?
La puerta se cerró tras el italiano y ella, asustada y presa del pánico porque no comprendía nada, se encorvó para intentar desatarse uno de los tobillos. Quería ir tras él, que no la dejara. Pero antes de que lograra aflojar siquiera aquella atadura, Guerra regresó al interior de la estancia con la bandeja y la comida.
-¡Me asustaste!
Giró la cabeza buscando lo que fuera y sólo localizó uno de los almohadones que no dudó en agarrar y lanzarle a la cara.
-¡Tonto!*
Me acerqué a la cama con la botella de champán que descorché frente a la impaciente española, di un trago, estaba helado y burbujeaba, delicioso y se la tendí para que pudiera ir bebiendo.
-Enhorabuena, amor -susurré con picardía dejándome caer de nuevo en el lecho de frente a su centro.
Llevé mi boca ahora si sin miramiento a su centro, hundí allí mi lengua repasando cada pliegue entre jadeos, con los labios fríos del alcohol, mordiendo su botón, gruñendo.
La española gemía hundiendo sus dedos en mi pelo, atrayéndome contra su coño ardiendo, sus caderas bailaban alzándose de las sábanas completamente ida y sólo de vez en cuando paraba para embriagarse de champán mientras me miraba perdido entre sus piernas.*
Le vio atarle los tobillos, obligando a sus pies a separarse aún más de lo que estaban y la morena parpadeó cuando se dejó caer de rodillas al suelo y observó sin tocarla.
-¿Sólo vas a mirar?
Quiso saber ella, tirando de una pierna y luego de la otra. De repente sentía vergüenza y la temperatura de su cuerpo empezó a crecer más de la cuenta. Normalmente, el italiano era de atacar sin miramientos y, sin embargo, ahora se había puesto a observar en silencio. ¿Por qué?*
Ladeé la sonrisa, estaba encendido pero como buen depredador que era sabía que todo ataque tenía sus tiempos, tiempo que no tardaría en llegar.
-Tu coño me gusta mucho -aseguré deslizando mis dedos por su centro, abriendo los labios para recoger los fluidos bañando con ellos la yema de mis dedos sin dejar de mirarlo -ufffff.
Jugué con su botón, rozándolo y pellizcándolo complacido por como Estrella arqueaba su espalda, gemía y el no poder cerrar las piernas la dejaba mucho ms cachonda, débil ante mi.
Escuché fuera los pasos del camarero tirando del carrito hacia nuestra habitación, ladeé la sonrisa poniéndome en pie incluso antes de que llamara a la puerta y sin dejar que lo hiciera salí fuera de la habitación despeinado y acalorado, le di una buena propina y yo mismo metí el carro con el champán, el chocolate y las fresas en la habitación.
-Ummm -susurré cogiendo uno de esos frutos mordiéndolo, sintiendo el jugo resbalar por mis labios -está delicioso -me lamí los dedos con el sabor de su coño mirándola con los ojos ambarinos.*
El lobo se tomó su tiempo en admirarla así, expuesta, de piernas abiertas y avergonzada. Sin embargo, también la excitaba, ¿cómo no hacerlo cuando el hombre al que amaba la miraba con tanto deseo? Los muslos le temblaban con cada roce de aquellos dedos, toda ella vibraba y se empapaba, mojando las yemas ajenas en el proceso.
Ella no escuchó los pasos de nadie, así que cuando el jinete se levantó y le dio la espalda, el rostro de Estrella se convirtió en un poema cargado de sorpresa.
-¿A dónde vas?
La puerta se cerró tras el italiano y ella, asustada y presa del pánico porque no comprendía nada, se encorvó para intentar desatarse uno de los tobillos. Quería ir tras él, que no la dejara. Pero antes de que lograra aflojar siquiera aquella atadura, Guerra regresó al interior de la estancia con la bandeja y la comida.
-¡Me asustaste!
Giró la cabeza buscando lo que fuera y sólo localizó uno de los almohadones que no dudó en agarrar y lanzarle a la cara.
-¡Tonto!*
Me acerqué a la cama con la botella de champán que descorché frente a la impaciente española, di un trago, estaba helado y burbujeaba, delicioso y se la tendí para que pudiera ir bebiendo.
-Enhorabuena, amor -susurré con picardía dejándome caer de nuevo en el lecho de frente a su centro.
Llevé mi boca ahora si sin miramiento a su centro, hundí allí mi lengua repasando cada pliegue entre jadeos, con los labios fríos del alcohol, mordiendo su botón, gruñendo.
La española gemía hundiendo sus dedos en mi pelo, atrayéndome contra su coño ardiendo, sus caderas bailaban alzándose de las sábanas completamente ida y sólo de vez en cuando paraba para embriagarse de champán mientras me miraba perdido entre sus piernas.*
Estrella Díaz- Humano Clase Alta
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