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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Smerenda W. de Brancovan Jue Oct 04, 2018 12:59 pm

Recuerdo del primer mensaje :

Huir de su casa a mitad de la noche se había vuelto costumbre para Smerenda. Desde aquel suceso desagradable con su madre hacía 5 años se sentía como una intrusa en la casa de la familia de su madre. En realidad se sentía fuera de lugar en cualquier parte. Mientras que sus familiares maternos la trataban de la mejor forma posible sabía que aquello no era más que por mero interés, jamás la habían amado de verdad y a escondidas la culpaban por que su madre terminase de perder la razón y la "respetable"  alta sociedad parisina los tratase como parias ahora. En Rumanía su situación no era diferente. Al principio había creído que su abuela la había amado de verdad, que la apreciaba inconmensurablemente por ser su única familiar sanguínea con vida. Pero a lo largo de los años había comenzado a darse cuenta de que un ser como su abuela jamás sería capaz de amarla a ella, mucho menos porque al verla veía lo que había perdido. También para los Brancovan era una simple pieza de ajedrez. No estaba destina a ser una pieza de un tablero social si no algo mucho más macabro.

Aunque con los Brancovan Smerenda tenía un poco más de libertad para ser quién era, para dejar fluir su "magia",  temía profundamente a su sádica abuela y lo que ella podría hacerle si algún día decidía que Smerenda ya no le era necesaria. Así que pese a ser una heredera inmensamente rica vivía atemorizada, terriblemente infeliz, amargada, llena de rencor, terriblemente sola y obsesionada con la idea de volverse más fuerte, para finalmente algún día ya no sentir temor. Había pocas cosas que hacían realmente feliz a Smerenda y una de ellas era escapar de la agobiante casa de su familia materna y huir hacía el faro. El castillo de Brancovan  estaba en medio de la nada, justo en el corazón de los montes Cárpatos, con solo kilómetros y kilómetros de bosques  y unas que otra mísera aldea al rededor, así que cuando comenzaba la temporada en París y su familia materna la hacía volver a Francia, realmente disfrutaba del bullicio de las calles y sobre todo del mar. Le encantaba quedarse allí hasta el amanecer, observando al faro iluminar el camino a los barcos. Imaginaba que era ella quien huía en uno de esos barcos a nuevas tierras llenas de aventuras, que podía ser libre y feliz, ser por una sola vez ella misma sin temor a nada.

Smerenda tenía 15 años, así que también, muy oculta dentro de su corazón tenía la ilusión de encontrar alguien  a quien llamar amigo o camarada, alguien con quién ya no se sintiese tan terriblemente sola, alguien con quién contar en caso de que necesitase ayuda. Mientras aquello sucedía se conformaba con huir al faro y ver el mar, e imaginar la vida que ella deseaba tener pero que en el fondo sabía que jamás tendría. Aquella noche el mar estaba en calma, la brisa templada de verano era deliciosa y el mar parecía arrullar a Smerenda con su suave rumor. Como siempre se encontraba oculta entre las hierbas altas que rodeaban al faro. Sabía que con aquella oscuridad y tan bien oculta como estaba era imposible que alguien la viese, con el sonido alto de las olas golpeando la costa era imposible que nadie la escuchase. Smerenda no era estúpida, sabía que ser una chica joven y salir a lugares como el faro a mitad de la noche no era una buena idea. No por el peligro que representaban los humanos, a los que Smerenda consideraba poco más que animales, si no por las otras criaturas que salían de sus escondites cuando el sol se ocultaba, así que siempre tomaba precauciones y llevaba consigo cosas que pudiese servirle. Una daga de plata y un poco de ajenjo nunca estaban de más.

Aquella noche nadie se había acercado y Smerenda dormitaba entre la yerba, envuelta en su capa de lana. Un sonido alto, parecido a un grito alto que provenía de algún lugar a su derecha la hizo sobresaltarse. Con cuidado, haciendo el menor ruido posible intentó levantarse y ver si le era posible observar algo. Quizás esa fuese una acción estúpida pero a final de cuentas Smerenda era una simple adolescente que jamás se había topado con una situación así. Debido a la oscuridad en un principio le fue imposible apreciar nada, pero cuando la luz del faro iluminó brevemente esa zona de la playa Smerenda pudo verlo todo. Lo que parecía ser un hombre alto,  de cabellos oscuros sostenía en sus brazos a una mujer de cabello oscuro que parecía tener la cabeza en un ángulo extraño ¿amantes? Cuando la luz del faro iluminó nuevamente esa zona, pudo ver claramente como del desgarrado cuello de la mujer brotaba sangre, suficiente para  manchar sus ropas y que una gotas cayeran en la arena -Vampiro- susurró débilmente Smerenda en susurro segura de que nadie la escuchaba. Aquella escena no le causaba repulsión, tampoco la atemorizaba, a lo largo de los años había visto más sangre y cuerpos con heridas peores, así que aquello no la conmocionaba. Smerenda apretó con fuerza las manos en puños, enterrándose las uñas en las palmas cuando sintió aquella picazón particular por su piel. Jamás había visto a un vampiro alimentándose ¿Cómo eran sus colmillos? ¿Era cierto que sus ojos brillaban con una luz rojiza mientras bebían? la curiosidad la mataba pero sabía que acercarse era peligroso y ella no era estúpida, no estaba entre sus planes morir aún.



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Mensaje por Smerenda W. de Brancovan Sáb Dic 01, 2018 11:50 am

Todo tiene un costo en esta vida. La magia lo tiene para quién la práctica. Se alimenta de las emociones y la propia energía vital de los hechiceros y brujos que la practican. Así que saber controlarse, conocer sus propios límites es indispensable para todos los practicantes de la magia. Así que cuando Smerenda regresó, cuando lo conexión con el recuerdo no pudo ser sostenida por más tiempo y se rompió ella se sintió confusa y débil. Durante un momento olvidó donde se encontraba y con quién. Por un momento el mundo fue únicamente blancura y luz. Cerró los ojos concentrándose en respirar lentamente. Cuando se sintió lo suficientemente tranquila, volvió a abrir los ojos, aún sentía que sus manos temblaban y que su mente estaba algo confusa y su corazón solo se volvió a acelerar cuando sintió como Dante posaba sus fríos labios en su frente.

Smerenda no sabía que hacer o cómo reaccionar ante eso. Abrió la boca pero ninguna palabra salió de ella porque la verdad era que no había pensado en nada bueno que decir. Era como si de golpe, hubiese olvidado como hablar, como pronunciar palabra alguna a pesar de que hablaba con fluidez varios idiomas. Las fuertes manos de Dante sostenían las suyas y eso solo parecía aumentar su confusión, su sorpresa. Cuando posó la vista en el rostro del vampiro, pudo observar como el rostro de él parecía estar iluminado con algo que bien podría parecer felicidad. Ella se sintió orgullosa de sí misma, de al fin poder haber hecho algo bueno. Por un momento la euforia de Dante pareció contagiarla y por primera vez en su vida se sintió agradecida de tener las habilidades que ostentaba. Por primera vez dejó de considerar a sus dones como una maldición y se preguntó si sería posible emplearlas para hacer algo bueno por los demás y no sólo para sembrar el terror y con él ganar respeto y poder.

-Yo estoy en paz Dante, más de lo que quizás lo he estado o estaré nunca- Smerenda suspiró y una sonrisa de dibujó en su rostro –No tienes que pagarme algo porque no me debes nada. Me has dado paz y esperanza, algo que creí que jamás volvería a sentir en esta vida. Lo único que quiero a cambio es que honres tu palabra y que te quedes conmigo. Dante… Estando a tu lado yo ya no tengo miedo, también me has dado valor- en cuanto la sensación de euforia pasó Smerenda sintió como el cansancio comenzaba a intentar consumirla.

Se había esforzado mucho. Si bien ella misma consideraba que era una hechicera diestra para alguien de su edad sabía que estaba lejos de ser invencible. Había abusado de su poder. Entre el hechizo para limpiar los cadáveres, las salvaguardas que había colocado para proteger el cuartucho y despistar a cualquiera que siguiese su rastro y la ilusión que había creado para Dante, comenzaba a sentirse consumida. También debía sumar el hecho de que no había dormido nada la noche anterior y que su última comida había sido casi hace doce horas.

-¿Cuándo crees que comenzarán a buscarnos Dante? ¿Cuándo se darán cuenta de que el barco nunca llegó a puerto?- susurró Smerenda cuando escuchó la risa de lo que parecían ser los primeros visitantes de la playa y se dio cuenta de que en ese momento los engranes del destino comenzaban a girar, de que con la llegada del sol también podrían llegar sus problemas –Me pregunto si ya se dieron cuenta de que no estoy en esa casa ¿Me habrán buscado las doncellas en el desván, en la despensa o en la biblioteca? ¿Se estarán peleando por decidir quién bajará a buscarme al sótano? Eso sitio siempre les dio miedo, por eso yo me ocultaba allí- Smerenda soltó las manos de Dante y se sentó en el piso sucio, apoyando la espalda contra la pared y cerró los ojos -¿Crees que debería cambiarme el nombre? Supongo que si vamos a viajar deberías llamarme por otro nombre. Smerenda seguro que llama mucho la atención y aunque me gusta mucho porque mi padre eligió para mi… Creo que sería más seguro si lo dejo atrás junto con todo lo demás. Me gustaría ser una persona nueva- ella se dio cuenta de que estaba divagando, hablando cosas sin sentido, haciendo comentarios dispersos.

Pero no quería quedarse dormida y hablaba como para esquivar la somnolencia que la invadía. Intentó abrir los ojos, pero sentía los párpados pesados como rocas, así que dejó de intentarlo -¿Qué tal si me llamas Zuzanna o Mihaela? ¿Qué tal Ileana o Nicoleta o Alina? ¿Cómo me llamarías tú? ¿Hay algún nombre femenino que te guste?- Smerenda bostezó, se acercó al hombro de Dante y apoyó su cabeza en él –Dante ¿Eras un soldado? Dijiste que te habías dedicado a proteger a tu pueblo… Si eras un soldado significa que seguro eres un diestro combatiente, eso es bueno, porque yo soy un asco cuidando de misma, además soy débil y tampoco soy alta como otras damas- Ella guardó silencio, esperando que su comentario no incomodase a Dante, si él no quería o no podía responder, hablar de su pasado, estaba bien. El pasado se deja atrás. Eso es lo que la gente siempre decía.
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Mensaje por Dante Lun Dic 03, 2018 3:55 pm

Los seres mágicos no pertenecían al mundo del vampiro, bien había conocido poderosos hechiceros , magia negra plagada de maldad que ocultaba la luz y el color que los hechiceros blancos ocultaban a una sociedad que señalaba a la magia como el mal reencarnado. La inquisición se encargaba de “limpiar” y eliminar a aquellos que sin pedirlo , nacieron con ese don inusual que marcaría el resto de sus vidas.

La sensación no podía describirla, después de años entre sombras, alguien tan pura como el mismo sol acababa de otorgarle el mejor regalo que no esperaría jamás, volver a sentir la calidez, el calor humano y no sólo como protagonista el astro Sol, sintió el amor y cariño de una madre a su hija, la caricia infinita de amor verdadero incondicional…un gesto que ninguno de los dos esperaba, menos ella recordase y se alegró de que ambos disfrutasen de ese momento de intimidad y único que estaba completa y seguro que jamás olvidarían.

- En este mismo momento, o ya llevan horas intentando descifrar cuál es nuestro paradero, no temas, aquí no vendrá nadie…seguramente te busquen en el puerto, es predecible si tanto deseabas marchar de este lugar -susurró a media voz con total convicción, no iba a ocurrirle nada, no cuando se lo había prometido y él siempre lo cumplía -Alina es corto y no complicado, un nombre común -intentó infundirle ánimo y fuerza, el esfuerzo por mostrarle su deseo la había agotado y una punzada de culpabilidad, de temor por haber vuelto a dañar a alguien que pudiese importarle mínimamente volvió a invadirle. Odiaba esa sensación, siempre voló libre y ahora… ahora estaba tan en deuda con ella que no podía simplemente dejarlo pasar.

-Fui soldado de la guardia de Pompeya, no era tan buen combatiente que mi hermano…por esa razón me dieron una segunda oportunidad; la que yo le di… se esfumó como toda la ciudad, hombre, mujer, niño, animal…bienes materiales y el recuerdo intacto bajo la tierra cubriendo la ceniza -su tono de voz fue bajando a medida que relataba la experiencia vivida, seguía incomodándole hablar de sí mismo pero ella, ella acababa de abrir su alma por completo, confiaba en él… -Deberías descansar, velaré tu sueño y partiremos al anochecer, tomaremos un navío hasta perdernos y olvidar París, dentro de dos días dejarás de ser la repudiada Smerenda de Branconvan, no, no recuerdo todo el nombre completo… Alina te queda mejor, para mí siempre serás… Alina -la obligó a apoyar la cabeza rubia en el pecho no latente del vampiro y dejó que su sueño le venciese.

Las horas pasarían, volverían en sus propios pasos hasta el puerto donde un nuevo comienzo escribiría el inicio de ambos, los dos comenzaban entre promesas. Él veló su sueño, reconfortándola con leves caricias, no recordaba cuando fue la última vez que alguien durmió entre sus brazos ¿nunca quizás? Nadie significó tanto para compartir sus temores, su vida de humano, sus inquietudes…alguien que le aceptase tal y como era, un ser de la noche que sólo le importaba una cosa…no olvidar.


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Mensaje por Smerenda W. de Brancovan Mar Dic 04, 2018 3:04 pm

Mentiría si no aceptaba que estaba un poco asustada. Aunque en verdad, por irracional que sonase ya que acababa de conocerlo, se sentía confiada y segura en compañía de Dante, no podía evitar sentirse un poco ansiosa. Estaba tan cerca de la libertad y lo que era mejor, estaría al lado de Dante ¿Hacía cuanto que no se sentía segura, protegida y acompañada? Sabía que tiempo atrás había gozado de todas esas cosas, pero había sido muy joven, así que ahora eso solo eran fragmentos de recuerdos y sensaciones que cada vez se habían desvanecido más y más. Pero ahora era distinto. Alguna vez había llegado a la conclusión de que había perdido la capacidad de confiar y bajar la guardia, de relajarse. Pero la presencia del vampiro había cambiado todo eso. Por primera vez Smerenda se sintió como una dama joven y relajada y no como una anciana cargando al mundo como Atlas.

-No me hace gracias la idea de que nos sigan. Pero confío en ti Dante- Smerenda dejó que el cansancio se apoderase lentamente de ella y dejó de pelear contra la somnolencia que la invadía -Sé que estaremos bien, y me siento más segura al saber que fuiste un guerrero. Ya sabes lo que dicen, una vez guerrero siempre lo eres. Dante, no deberías pensar en el pasado, desde esta noche seremos nuevos, con vidas nuevas. No te pido que olvides a tu pasado, jamás haría eso, pero te prometo que me esforzaré por hacer que tengas nuevos recuerdos felices. Recuperaremos nuestra humanidad Dante, te lo juro- Smerenda se dejó guiar hasta el pecho del vampiro sin oposición alguna, quién sabe si alguna vez tendría la oportunidad de hacer algo similar alguna vez así que decidió que se dejaría llevar por el momento.

-Alina me gusta, me gusta mucho. Quiero que Alina sea feliz de ahora en adelante- bostezó nuevamente y cerró los ojos -Tendremos que ir al cementerio a recoger mis “ahorros” también quiero despedirme… Necesito despedirme- Con un suspiró dejó que el sueño la tomase, se encontraba a gusto entre los brazos de Dante ¿Quién diría que un vampiro podría resultar tan cálido? Smerenda pudo sentir las suaves caricias que Dante le dirigía hasta que el sueño fue demasiado profundo para estar consiente de algo, pero estuvo segura de haberse quedado dormida con una sonrisa en el rostro. Se limitó a orarle a cualquier dios que pudiera escucharla, a implorar para que sus planes se pudiesen consolidar.

No supo durante cuánto tiempo durmió. Fueron horas pero se sintieron como días. Por primera vez en mucho tiempo logró dormir de forma pacífica, sin que las pesadillas atormentasen su descanso. Deseaba no abrir los ojos jamás, quedarse atrapada en ese pacífico momento por siempre. Pero sabía que eso no sería posible. El Tiempo apremiaba y debían moverse. Poco a poco comenzó a ser consciente de lo que la rodeaba, las olas agitadas golpeando furiosamente la costa - ¿Qué hora es? ¿Ya anocheció?- preguntó con desgana en voz suave, aún rehusándose a abrir los ojos. Sintió a Dante aún cerca de ella, así que volvió a sepultar su rostro en el pecho de Dante –No quiero irme, ojalá pudiera quedarme así por siempre-
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Mensaje por Dante Lun Dic 10, 2018 9:42 am

De verdad quería creerla, imaginar que esa promesa se cumpliría pero sabía que para él ya era tarde, murió aquella noche cuando el Vesubio desató el caos, él también se cubrió de hirviente ceniza, su corazón se detuvo como los de los demás y su humanidad…quedó sepultada entre los de su propio hogar. La humanidad desapareció en cuanto abrió los ojos y se encontró solo, en medio del desastre, los gritos y lamentos cesaron…dejando paso al silencio.

Y fue el silencio lo que volvió a invadir su espacio acompañado de la respiración de Smerenda que cayó rendida presa del cansancio entre el esfuerzo y las emociones. Era extraño pero aún podía sentir el sol acariciar su piel nívea, quemarle pero sin hacerlo estallar en polvo y ceniza…qué ironía, así se convertiría tarde o temprano, ese sería su final escrito e impredecible. No le temía a la muerte, no le temió ni vivo y mucho menos muerto, se había acostumbrado a una no vida en la que esconderse por el día era parte de su rutina, la vida de noche era aún más intensa en la que podía encontrarse aunque lo creyese imposible, seres como ella.

La observó dormir, él no recordaba esa sensación…otra totalmente olvidada, despertar y sentirse pleno, relajado. Los ojos de Smerenda se abrieron y él no se inmutó, siguió observándola en completo silencio hasta que lanzó una pregunta afirmativa, el sol se había puesto y era hora de retomar el camino para dejar todo atrás. Se incorporó asintiendo con la cabeza, sacudiéndose el polvo de la ropa y dejar que Smerenda se adecentase para salir del lugar, no sin antes asegurarse de que se encontraban solos y nadie vigilaba. El calor corporal y las auras podía sentirlas a cierta distancia y ella, dejar que el sol volviese a penetrar en la madera vieja , anulando el hechizo.

-No podemos quedarnos aquí por siempre, además te aburriría estar abrazada a un muerto -bromeó encaminándose por el camino más frondoso, tardarían en llegar si hubiesen callejeado por la zona norte pero era mejor prevenir -En cuanto no haya peligro, cuando encuentres tu lugar y yo el mío…tendremos que separar nuestros pasos, Alina pero…con una condición -se detuvo en medio del camino, alzando su dedo meñique -Volveremos a vernos, tú tendrás tu casa , esa de la que bromeabas tendrías y yo no pararé de decirte lo hermosa que estás -su gesto era serio pero sus ojos sonreían, una sonrisa que se había esfumado por lo importante de esa promesa, unió los meñiques y apretó ligeramente -Siempre cumplo mis promesas, ahora vamos a por tus cosas…el tiempo apremia -

Permanecer en París era una caza y muerte segura, cuanto antes se alejasen de allí…antes encontrarían la paz, sus pasos… su propia libertad, una tan desconocida para ambos que casi podían saborearla.

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Mensaje por Smerenda W. de Brancovan Sáb Dic 15, 2018 7:01 pm

Alguna vez, hace mucho tiempo había leído en un libro que la vida no debía ser medida en años, si no en instantes y momentos que marcaban  de alguna forma la existencia de una persona. Siguiendo ese razonamiento, aunque ella hubiese estado al lado de Dante por algunas horas, había vivido años a su lado, pues habían pasado demasiadas cosas que habían marcado su existencia. Siendo más precisos, durante esas horas habían pasado tantas cosas que Smerenda Waivady, heredera de la casa Real de Brancovan había muerto y en su lugar Alina había nacido.

Cuando despertó por completo, aún entre los brazos de Dante, se sentía renovada y ligera. Aquello no era sólo el efecto de una buena noche de sueño. En realidad se sentía diferente desde el interior. Sabía que si se veía a un espejo su rostro, sus ojos oscuros, su cabello rubio, todo seguiría luciendo igual, pero se sentía llena de sentimientos que la ya muerta Smerenda jamás habría logrado albergar. Esperanza, felicidad, alegría y toda clase de buenas sensaciones la llenaban hasta rebosar y ocupaban los lugares donde antes solo había habido miedo, ira y coraje.

De muy mala gana se movió del regazo de Dante y lo imitó, sacudiendo sus ropajes y siguió su ejemplo, caminando hacia la noche, hacía su nueva vida -Jamás me podría aburrirme de ti y mucho menos de estar entre tus brazos - un sonrojo furioso se apoderó de sus mejillas al darse cuenta de cómo había sonado la que había soltado sin pensar -Lo que quiero decir es que eres alguien agradable y que... Me gusta estar contigo- dijo en voz suave, tratando se controlar el sonrojo en sus mejillas que esperaba que él no hubiese notado mientras seguía avanzando detrás de Dante.

Ella se detuvo cuando el lo hizo y lo observó atentamente, procesando cada una de sus palabras, lo observó unir sus meñiques ¿Acaso ese era alguna especie de rito para sellar promesas? -Pero yo no quiero que separemos nuestros caminos jamás, quiero estar siempre a tu lado Dante- susurró ella mientras sintió una opresión en el pecho - ¿Qué pasará si te vas y entonces te olvidas de mí y yo no vuelvo a verte? - reprimió las lágrimas que sentía acumularse en sus ojos al sólo imaginar que aquel escenario se volviese la realidad - No podría soportar perderte y entonces yo también me perdería y Smerenda volvería - pensó con dolor, pero evitó decirle esas palabras a Dante pues  no quería que el se sintiese presionado y agobiado con sus exigencias y miedos. Ella había aprendido que siempre había que aprovechar lo bueno, por corto que fuese, porque si no la oportunidad podía no presentarse jamás.

Suspiró pesadamente y volvió a recomponer su expresión, segura de que Dante no había notado la sombra de dolor que había nublado su rostro durante algunos segundos - Tendremos que atravesar la ciudad. Las cosas están en la tumba de mi padre. No quisiera tener que ir pero... - escuchó a su estómago gruñir con fuerza y se recordó que a diferencia de Dante ella tenía necesidades humanas que requerían de dinero para ser satisfechas - gracias por hacer esto por mi Dante, ni todas las joyas del mundo pagarían lo que haz hecho- avanzó un poco más rápido y tomó la mano de Dante, aferrandola con fuerza - vamos, entre más rápido estemos lejos, más pronto seremos libres- ella sonrió y miró al basto mar y al horizonte oscuro que parecía inmenso e imponente. Sintió el viento en el rostro, agitando su cabello. Estaba hambrienta, sedienta y cansada, pero nada de eso importaba, porque ahora no estaba sola. Ella volvió a sonreír y apretó con más fuerza la mano de Dante. Aquella noche, su vida comenzaría
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