Encuentro fortuito ... (Pierrot)

¿De que forma es en la que realmente un hombre logra ganarse el corazón de una mujer? Es decir, ganárselo realmente. ¿Cuál es el verdadero secreto? ¿Palabras bonitas? ¿Caricias? ¿Regalos? No, las palabras no eran lo de Pierrot, definitivamente no. Y de las caricias ni hablar, demasiado utópico para su situación. Quizás por eso se encontraba ahí, en esa tienda de antigüedades, su última alternativa era un obsequio. Y bueno, si se tenía en cuenta la escasa situación económica del muchacho, era bastante lógico que hubiese optado por una tienda de segunda mano, no le alcanzaría para más, aunque hubiese dado todo por poder comprar algún bonito regalo de más categoría. Un collar de perlas tal vez, o diamantes, las mujeres adoran los diamantes, o al menos eso era lo que el había escuchado en algunas ocasiones. Pero era demasiado, de haber querido comprar algo como eso habría tenido que vender su alma al diablo y realmente dudaba que el mismo diablo pudiese pagarle tanto por ella.

Llevaba ya más de una hora en aquel local, se había tomado el tiempo necesario para recorrerlo entero. Cada esquina, cada estante y cada vitrina, ninguna se había salvado de ser recorrida por sus ojos azules deseosos de al fin encontrar el obsequio adecuado, el perfecto. Pero, ¿qué clase de obsequio podría dársele a una mujer que ya poseía todo? ¿Qué objeto podía obtener y que no fuese opacado con la belleza que esa mujer en cuestión poseía y no se viera insignificante a su lado? Si que la tenía difícil…

Aunque finalmente pareció encontrar el candidato perfecto. Un reloj en forma de pulsera que yacía dentro de una vitrina de cristal brillo ante sus ojos, supo que era el indicado, sobre todo por que en el no figuraba ninguna etiqueta que indicara el precio, lo que le dio a pensar que o era muy barato o era demasiado caro. Decidió probar suerte y lo pidió al encargado, mismo que lo tomo con cuidado, quitándolo del mostrador y llevándolo directo hasta la caja. El dependiente lo metió en una cajita de regalo, no muy convencido del comprador de tal articulo. Le había bastado darle una mirada al muchacho para dudar en pensar que realmente contaba con la plata necesaria para cubrir el precio del reloj. Cuando le indico la cantidad a pagar, comprobó sus sospechas y su rostro dibujo una mueca de disgusto que dejo entrever el mal genio que poseía. – Solo son cinco francos… - Pierrot no podía creer que por esa mísera cantidad estuviese a punto de perder el obsequio, por que era tan bello que seria demasiada buena suerte de su parte si lo encontraba al día siguiente que volviera con la cantidad que le pedían. El empleado negó con la cabeza, seguro de sus palabras e incluso se dispuso a desenvolver el artículo de la caja en la que lo había metido. Pero ninguno de los dos contaba con la mujer que acababa de llegar al mostrador.

Una rubia abogada por un extraño. ¿Habese visto semejante escena? La cara de Pierrot y la del dependiente fue prácticamente la misma, de sorpresa absoluta, aunque Pierrot sumaba la vergüenza y la intriga del por que le había ayudado. Finalmente el obsequio fue suyo gracias a la abogacía de la mujer, quien luego de pagar sus propias cosas, salio de la tienda a paso rápido, sin decir nada y sin darle la oportunidad de darle al menos las gracias. Pierrot despertó del trance en le que lo había sumido tan inesperada situación y luego de dar las gracias a su vendedor, se apresuro a alcanzar a la dama que yacía fuera de la tienda, cubriéndose de la lluvia que aun se hacia presente. – No se que ha sido eso que ha pasado allá adentro, pero se lo agradezco, no debía… - Quiso poder decir que se lo pagaría en ese instante, pero en sus bolsillos no había ni una minima moneda. - …yo.., le pagare, aunque no tengo idea de quien sea usted…Soy Pierrot. – La torpeza atropellaba a sus palabras y la fluidez de estas, lo embarazoso de ser siempre “rescatado” por otras personas no había logrado dejar de ser vergonzoso para el.

Aún cuando no lo expreso, estuvo de acuerdo con lo que la joven decía: el dependiente de ese negocio era un mezquino y podía asegurarlo aun cuando había sido la primera vez que le había tratado, suficiente para no querer volver…a menos de que fuese necesario.

La vergüenza no terminaba de desaparecer, cuando se le sumo una nueva, aunque esta vez iba cargada de intriga. Se le había hecho una invitación. ¿A cenar?, ¿con una mujer como ella? A la joven se le notaba la buena cuna en la que seguramente había nacido y crecido, nada que ver a lo que Pierrot estaba acostumbrado. Dudo un segundo y mientras le devolvía una mirada confusa se imagino la escena tan descabellada: el sentado en una de esas enormes mesas hechas de las maderas mas finas, en una de esas mansiones de magnánimas dimensiones que suelen tener un sin fin de habitaciones y un sin fin de criados, gente humilde como el. La sola idea lograba incluso perturbarlo. Pierrot jamás había pisado un lugar así, el único había sido la casa donde actualmente trabajaba, misma donde habitaba esa mujer, la ahora dueña de ese reloj en forma de pulsera que llevaba envuelto entre las manos.

No supo por que, pero respondió y no fue una negativa lo que dio a la dama que amablemente le ofrecía el acompañarle. Quizás en parte había sido por que sentía que si no podía pagarle de otro modo, quizás con algo de compañía se veía menos endeudado, quizás la mujer rubia que tenia al lado no tenia a nadie mas con quien compartir una cena, quizás estaba tan sola como el lo estaba en este mundo. Una sonrisa por parte del muchacho fue el si definitivo. Incluso se aventuro a tomar de la mano a la dama para ayudarle a entrar a su carruaje que aguardaba a la puerta del negocio de antigüedades. Pierrot guardo el reloj en el bolsillo de sus gastados pantalones para de evitar que se viera arruinado por la lluvia que ya le tenia empapada la melena ligeramente despeinada y posteriormente subió para hacerle compañía y emprender el viaje hacia la residencia de su acompañante.

Se sintió extraño ahí dentro, también era la primera vez que se subía a uno de esos. Sin duda muchas cosas significaban primeras veces para Pierrot, la mayoría de las cosas.