¿Me has descubierto? ---> Pierrot

Pierrot sonreía, lo hacia sinceramente y con el alma, desde lo mas hondo de ella. Le sonreía a Letizia, la cocinera de mayor edad que trabajaba en la hacienda de su patrona. Letizia era una señora regordeta, de estatuara mediana y cabellos ondulados y entrecanos, no era muy mayor, pero parecía que la vida le había sido dura, se notaba en su rostro y en sus manos maltratadas y resecas, probablemente por el trabajo arduo que había efectuado en esa residencia durante los últimos diez años; era viuda y solo tenía a una hija: Régine, una rubia preciosa a la que le había conseguido empleo ahí mismo como mucama. Justo ahora se encontraban tomando un descanso, eran las ocho de la noche y a esas horas todo el trabajo estaba prácticamente realizado, tanto el de ella, como el de Pierrot. Ambos habían hecho muy buena amistad desde la llegada de Pierrot a la casa, la señora se había portado muy bien con el, incluso ya habían sido varias las ocasiones en las que le había dicho que le gustaba para yerno. Pierrot había reído por la idea, la verdad es que no estaba en sus planes el contraer matrimonio y no por falta de creencias, si no por falta de interés sentimental, no se podía negar que Régine era una joven muy hermosa, bastaba mirar los ojos azules que tenia y que parecían hipnotizar a quien los mirara, o verle la cabellera rubia y tupida, larga hasta debajo de la cintura o si no de escucharle hablar o cantar, le encantaba cantar, siempre podía vérsele haciéndolo en su hora de trabajo, alegrando a los demás. Sin duda Régine era una excelente opción para esposa, no solo para Pierrot, si no para cualquiera en realidad, pero Pierrot solo sonreía cuando Letizia le hacia ese comentario, no se atrevía a decir nada al respecto, ni un “si” que lo comprometiera, ni un “no” que pudiera herir los sentimientos de la señora o de su hija, quien por cierto, parecía no desagradarle Pierrot en absoluto.

Justo ahora se encontraban ambos fuera de la casa, sentados en una pequeña banca de madera. Letizia se había sentado ahí primero con la intención de esperar a su hija quien aun no terminaba sus quehaceres, luego de que ella terminase saldría a su encuentro e irían juntas al mercado por algunas cosas que necesitaban. Luego había llegado Pierrot a hacerle compañía, se había sentado a su lado y ahora estaban ahí, charlando de todo y nada a la vez mientras Letizia le ofrecía galletas horneadas que ella misma había hecho. – Esta niña ya se esta tardando. – Exclamo un poco desesperada, pues era verdad que Régine estuviera aplazando mucho su ida al mercado y la noche había caído.
- Tranquila Letizia, seguramente ya esta por terminar, no seas desesperada.
- ¿Desesperada?, muchacho no dirías eso si tuvieras mi edad, ya me duelen las piernas de tanto estar sentada. – Se puso de pie y se estiro con disimulo. – Lo que deberías hacer es ir a buscarla y apurarla, esa niña es tan fantasiosa que no dudo que este por ahí, sentada en algún sitio soñando despierta.

Pierrot rió por el comentario de su amiga, luego se llevo a la boca el último pedacito de galleta que tenia en la mano, lo mastico hasta pasárselo y una vez que lo hizo se puso de pie y le hizo caso a Letizia, entro a la residencia en busca de su hija. Busco primero en la cocina creyendo que tal vez ya había terminado y ahora había ido a buscar a su madre pero no estaba ahí, pregunto al resto de los empleados y nadie le había visto, finalmente se decidió por ir a revisar las habitaciones que era donde comúnmente trabajaba cambiando la ropa de las camas, pero tampoco había resto de ella. Se dio media vuelta dispuesto a regresar y avisarle a su madre que no había tenido suerte al buscarla, pero entonces recordó que a veces ella iba al sótano a guardar ropa vieja o a buscar algunas cosas necesarias. Se dirigió hasta ahí con pasos agigantados, abriendo de golpe la puerta, sin molestarse el tocarla siquiera. Al entrar lo primero que vio fue a una mujer de espaldas y a otra sobre el piso, pero lo que mas lo impacto fue darse cuenta de que era lo que ahí estaba ocurriendo, aunque no lo entendiera del todo. La mujer que estaba de espaldas era ni más ni menos que Alessandra, su patrona, la misma por la cual a veces no podía conciliar el sueño, la misma que había logrado cautivarlo desde esa primera vez que la había visto. Alessandra se había girado rápidamente al escuchar la puerta abrirse de golpe y le había mirado, tenia la boca entreabierta y de ella chorreaba sangre, la misma sangre que se vertía sobre el cuello de Régine que yacía inerte sobre el piso. Los ojos de Pierrot se abrieron como platos, se imagino lo peor. – ¿Qué es lo que esta haciendo? – Pregunto sin expresión en el rostro, pues la imagen había logrado impactarlo lo suficiente como para dejarlo atónito. Se había quedado pasmado, inmóvil en el marco de la puerta, hasta que al fin reacciono y corrió con pasos agigantados hacia la muchacha que yacía en el piso. Se dejo caer de rodillas a su lado y la tomo entre sus brazos, acerco su rostro al de ella, lo analizo, luego acerco su rostro a su pecho para ver si estaba respirando, no hubo ningún indicio de vida. Alzo la vista y clavo su mirada rabiosa y confusa en Alessandra, acusándola con la mirada de algo que era obvio, pero no por eso coherente. – ¿Fue usted?, ¿usted hizo esto? – Pierrot jamás se habría atrevido a acusar de algo así a su patrona, a la que tanto adoraba (aunque ella no lo supiera), pero todo apuntaba a que ella era la culpable, especialmente su boca ensangrentada.