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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Anya S. Srêcko Sáb Abr 23, 2011 1:28 pm

En los círculos sociales de la realeza y las clases altas existe una premisa universalmente conocida y al mismo tiempo callada por todos, nada es lo que parece, las verdades como tales no existen, las verdades solo son verdades a medias, eso es algo que se debe tener en cuenta si se quiere sobrevivir en ese mundo, debes aprender a fingir, a ser cauteloso y a comprender ese tipo de verdades. Entre las verdades a medias estaba la de mi dichoso prometido, era obvio que mi santa madre se había encargado de conseguirme el mejor partido posible, pero ¿quién era? ¿dónde estaba? Llevaba varios meses en Paris, misma ciudad donde se suponía que aquel hombre se encontraba, pero no daba señal alguna. Miles de preguntas al respecto se agolpaban en mi mente, sin ninguna certeza más que aquellas que podía procurarme yo misma. Por eso decidí hacer algo con respecto a aquella incertidumbre, pero para ello no tuve demasiadas opciones, más que recurrir a mi hermano y confidente, Alois, un par de cartas, y conseguí que me prometiera que averiguaría con mi madre algo sobre mi misterioso prometido.

Esperé y esperé, con bastante impaciencia y llena de ansias alguna noticia de mi hermano, esa carta se demoró lo que a mí me parecieron siglos, necesitaba algo de información o aquella maldita espera me volvería loca, quería saber quién era aquel hombre para buscar la mejor forma de librarme del compromiso y mantener mi libertad, pues aquello era lo único que me interesaba. Cuando aquella carta por fin llegó supe de inmediato que marcaría un quiebre en lo que había sido mi estadía en Paris… Prácticamente destrocé el sobre, ansiosa de leer la información ahí plasmada. Vi la perfecta caligrafía de mi hermano, pero se notaba que había escrito a la rápida.

Querida Any:

Espero que te encuentres bien y que sigas siendo prudente como te he aconsejado. Me ha sido difícil poder procurarte la información que deseas, nuestra madre se encuentra renuente a hablar del tema, dice que la espera servirá para que cultives la paciencia, que todo se sabrá a su debido tiempo, y que espera que sepas valorar el futuro esposo que te ha conseguido. Ya sabes cómo es ella y los sermones que da.
Aunque busqué entre las cosas de nuestra madre, no logré encontrar el nombre de tu prometido, sin embargo encontré una dirección que te remitiré al final de esta misiva, lamento no poder brindarte más información respecto a él. Espero que este dato te sea de utilidad, pero por favor pequeña no hagas ninguna locura. Mantenme informado de lo que ocurre.

Te quiere y te desea lo mejor,
Tu hermano Alois.


Rebusqué en la carta la dirección, más no la encontré, sin embargó vi un pequeño trozo de papel a mis pies, lo tomé entre mis manos. En ese papel yacía la clave para comenzar a develar una de las verdades a media, era un primer paso. Me esmeré en arreglarme, me puse mi mejor vestido, no iba permitir que aquel hombre me viese así como así después de todo tenía mi orgullo, mientras mi mente comenzó a maquinar con rapidez un plan a seguir, no había demasiado que pensar, iría a aquel lugar a conocer a mi prometido, para eso debía escabullirme de mi guardia y de mis sirvientas para poder salir de hotel, aquello era de esas cosas que debía hacer sola. La tarea no fue nada difícil, mi carruaje estaba fuera. Le entregué la dirección al chofer, quien me quedó mirando contrariado –Lo siento, mademoiselle, se me ha prohibido llevarla a cualquier sitio de la ciudad sin su escolta- se excusó el pobre hombre, le dediqué una mirada de esas que de haber podido matar ya lo hubiesen hecho. Golpeteé el suelo con el pie con aire impaciente –No le estoy pidiendo explicaciones, le estoy ordenando que me lleve, es un asunto de vital importancia- dije tendiéndole una bolsita con monedas, lo que hizo que cambiase inmediatamente su actitud, abriéndome la puerta del carruaje y ayudándome a subir en él.

El carruaje se alejó lentamente del hotel en dirección al sur, o al menos eso me pareció a mí, anhelaba encontrar las respuestas que necesitaba para sentirme algo más en paz, el viaje se me hizo eterno. No podía sino mirar a través de las venas con expresión ansiosa, el sonido de las ruedas deslizándose por las calles, cuando ya comenzaba a perder la esperanza de llegar el carruaje se detuvo frente a la reja, luego de que el cochero hablara con el guardia se vio obligado a abrirme apresuradamente la puerta del carruaje y ayudarme a bajar. No pude ocultar mi sorpresa al ver en la mansión que se alzaba ante mí a la distancia, comprendí que mi reacción de sorpresa era estúpida, aquello era de lo más esperable considerando que era obra de mi madre. Me acerqué a hablar con el guardia –Soy la señorita Anya Srêcko, y necesito hablar con urgencia el señor de esta mansión- exigí con impaciencia, no estaba de ánimo para seguir esperando, no escuché el montón de explicaciones que el hombre intentaba darme, me crucé de brazos –No me moveré de aquí mientras no hable con él, estoy segura que le interesará, vengo a hablar con mi prometido- le advertí poniéndole mala cara, me dispuse a esperar. El hombre no tuvo más opción que ir en busca de su patrón para que solucionara aquel inconveniente, me volví a subir al carruaje manteniendo la puerta abierta para seguir mirando en dirección a la entrada de la mansión. Me preguntaba qué ocurriría si la verdades a media de convertirían al fin en verdades enteras, pero algo me decía que las cosas no serían tan fáciles, mis sentidos estaban alerta…


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Mensaje por Lucien Greymark Lun Abr 25, 2011 2:54 pm

La mañana había comenzado con buen pie, nada más abrir los ojos en mi cama de sabanas blancas supe que haría un día esplendido. El sol entraba a raudales por la ventana, seguramente abierta por una de las mujeres del servicio, sabían que me gustaba despertarme con las primeras luces, cuando aun el lago se veía teñido de un color rojizo, la verdad es que no podía quejarme de esas buenas mujeres, a pesar de todo lo duro que trabajaban siempre encontraban momentos para hacer que me sintiese mejor, ¿Cómo no iba a recompensarlas? Mucha gente me había llamado excéntrico, por no decir loco, al pagar a los criados más de lo que estaba estipulado en la costumbre, y que, ¿por qué no hacerlo? Ellos conseguían que nuestras vidas fuesen mucho más sencillas lo menos que podíamos hacer era ayudarles a que su vida fuese igual de cómoda, o al menos intentarlo. La nobleza no consistía en el simple hecho de tener tierras y sirvientes, significaba poder hacer por el resto del mundo algo que, de por sí solos, no eran capaces de hacer, y para mí era un deber y un placer conseguir que todas esas familias tuviesen un futuro, una forma de poder vivir sin problemas por la política o la persecución, hacia que en cierto modo las utopías fuesen posibles.

Me levante de la cama y fui hasta el armario ropero, donde me vestí con comodidad pero siempre con la calidad suficiente para recibir visitas si es que se daban, es decir, unos pantalones oscuros acompañados de camisa de lino blanca y una chaqueta azul que no abotone del todo. Salí de mi habitación de camino hacia el salón principal, desde donde podría desayunar antes de ir a mi despacho y trabajar, lo único que echaba en falta era la presencia de Erin. Mi hija adoptiva se había pasado la noche fuera, quería despedirse de Yareth antes de marcharse a Inglaterra, y me gustaba ese chico para ella, por alguna razón siempre estaba feliz cuando hablaba sobre él. Me alegraba de que por fin hubiese encontrado a alguien que le ayudase con el pasado. Nada más acabar el desayuno fui hacia el ala oeste de la casa, donde un enorme salón se abría hacia las ventanas de la terraza, ese era mi despacho y biblioteca privada, un lugar para mí solo, donde mis pensamientos podían vagar de forma constante. Mis pensamientos se derivaron hacia Dominique… ¿Estaba ella al tanto de lo que ocurría? Si era así debía saber cuál era su punto de vista al respecto y si estaba dispuesta a asumir las consecuencias de esas decisiones, por mucho que hubiese crecido, quizás no estuviese preparada para tomar esa decisión.

Una llamada a la puerta capto mi atención cuando me disponía a escribir una carta a la princesa, invitándola a pasar una temporada en la residencia si lo que deseaba era tranquilidad y tiempo para pensar, o para mantenerse a salvo de ese hombre. Di mi permiso al solicitante para que pasara, y dio paso al mi secretario Balwer, un hombre que a pesar de su corpulencia resultaba inusitadamente rápido, además de tener una mente muy ágil para los negocios y la contabilidad, mucho me temo que sin él las cosas habrían sido demasiado complicadas. - ¿Vienes a darme los informes de cuentas? Creía que todo estaba en orden desde la compra. – En cuanto alce la vista de la carta improvisada vi que algo no iba bien, se frotaba las manos con nerviosismo y sus ojos medio saltones miraban a todos lados a la vez como si temiese que alguien armado fuese a salir en cualquier momento, cuando por fin fue capaz de hablar su incomodidad era palpable. – Mi señor, emm… Me gustaría hacerle una pregunta si no le importa. – Levanté una ceja con gesto interrogante, Balwer nunca me pedía permiso para hablar, nunca lo había necesitado. - ¿Hay una… Condesa Greymark? – Mis ojos se abrieron como platos, ¿Qué clase de pregunta era esa? - ¿Disculpa? – Fue lo único que me salió, nadie de mi actual vida sabía que había estado casado salvo Erin, y a ella no se le iría la lengua con algo como eso, sabia que Alyssa era un tema a parte de todo lo que se podía comentar. – Por favor señor discúlpeme no pretendía ofenderle, es solo que… Bueno su prometida esta aquí…

- ¿Mi QUE? – Dije alzando la voz sin poder evitarlo, aunque más que enfado era incredulidad lo que denotaba, ¿prometida? Como es posible que pensase que podía estar prometido si hacía años que no tenía una relación con ninguna mujer, por lo menos no una que llevase a la vida pública y ahora de repente se suponía que venía una mujer aquí a decir que era mi esposa… “¿Es que me he perdido algo?” Blawer estaba más nervioso si cavia, como si aquella expresión denotase que había cometido un terrible error. Se apresuro a añadir que la echaría de inmediato de las tierras por haberse atrevido a algo así, pero lo detuve enseguida, ¿Qué podía ganar una chica mintiendo con algo así? Evidentemente cualquiera diría que era una simple caza fortunas, pero Balwer aseguraba haber venido en carroza. – Dejadla pasar, quiero saber a qué viene todo este escándalo, si hace fala que salga, ya me ocupare yo personalmente. – Y sin más se marcho corriendo a cumplir. "Por lo visto no será una mañana tan buena como pensaba.” Cerré todos los documentos y fui hace la terraza de la ,mansión al pie del lago, allí sería el mejor lugar para hablar con esa misteriosa dama y ver si es que el mundo no se había vuelto loco del todo.
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Mensaje por Anya S. Srêcko Jue Mayo 05, 2011 9:49 pm

¿Cuántas dudas se agolpaban en mi mente en aquel crucial momento? Me quedé sentada en el carruaje con mil y un pensamientos acosándome, dando vueltas en mi cabeza, no tenía nada con que apartarlos de mi mente, nada que lograra distraerme de ellas, así que agudicé la vista para fijarme en lo que estaba a mi alrededor, en lo que me permitía aquella posición. Pero faltaba poco para develar la verdad, para conocerlo finalmente, para verlo a los ojos y saber que debería hacer para huir de aquel futuro impuesto. Si por mí fuese, viviría libre como un pajarito, sin ataduras de ningún tipo, yendo de un lado para otro sin tener que dar explicaciones a nadie, pero aquello era casi imposible, mis deseos eran bastante incomprendidos por la sociedad de la época, sobretodo para las clases más altas, conservadoras y doble estándar. En esas donde los mismos hombres que van de día por la calle con la cabeza en alto juzgando a todo el mundo, por las noches se revuelcan con amantes y cortesanas, mujeres insatisfechas que miran por sobre el hombro al resto mientras se saben engañadas. No… eso no era para mi, yo no viviría para y por otro, no cumpliría con aquel compromiso obligado.

Si bien en Viena había sido capaz de fingir ser una típica mujer de clase alta, estaba segura de no querer seguir con aquello, era un alma libre, demasiado extemporánea para la época, aunque el mundo actual parecía estar mutando, a base brujos y criaturas nocturnas, pero aquel era otro asunto. Quizás huía de aquel compromiso por que temía al rechazo, era una loba. ¿Un hombre normal podría comprender aquello? ¿Sería mi prometido un hombre normal? No sabía que esperar en un mundo convulsionado por seres sobrenaturales. No, no era miedo, desde siempre había sido distinta a lo que mis padres esperaban de mi, cada cual en mi familia tenia una opinión distinta sobre mi, demasiado rebelde decía mi madre, que tenía un carácter demasiado fuerte para una mujer decía mi padre, mi abuela se abstenía de decir cualquier cosa sobre mi demasiado ocupada admirando las habilidades de mi hermana, para Alois era solo una fase, mientras que para Maksim era solo cría mimada.

Respiré profundo, y estuve metida en mis pensamientos durante bastante tiempo, me perdí en el espacio-tiempo, hasta que divisé al hombre volver y acercarse con paso firme, mi corazón se aceleró, quería tener alguna maldita certeza en la nebulosa en la cual me encontrado hasta entonces. Si por mi fuese hubiese bajado de un salto desde el carruaje y lo hubiese enfrentado directamente, pero sabía que era mejor actuar con mesura, así que esperé que él se acercara, sin moverme siquiera de mi posición. Vi su corpulenta figura asomarse en la puerta, lo miré alzando una ceja en una expresión algo impaciente que parecía preguntar “¿Y…?”, el hombre se dirigió a mi –Lamento haberla hecho esperar, señorita... El Conde Greymark la espera en la terraza, sígame por favor- dijo educadamente, aunque era obvio que mi miraba algo receloso, se lo notaba algo nervioso, me sorprendió un poco la información que inconcientemente le había otorgado, así que mi prometido era un conde, mi madre se había superado a si misma por lo visto. –Anya, Anya Svetlana Srêcko- le repetí mi nombre para que no volviese a olvidarlo, el hombre se apresuró a tenderme su mano para que descendiera del vehículo, lo hice con la gracia y delicadeza de una princesa, mientras yo intentaba determinar si había oído antes ese apellido.

Caminé siguiendo a aquel hombre para ver al fin a mi futuro esposo, ¿cómo podría explicar lo que sentía en aquel momento? Las ansias, los nervios, la rabia, todo se arremolinaba en mi interior, esperaba poder controlarme y no arrasar con todo como un huracán, avancé hasta que pude divisarlo en la distancia, mi corazón se desbocaba. La respuesta a la pregunta que rondaba en mi mente, llegó a esta como una inspiración divina impulsada por la suave brisa, como no había recordado que aquel apellido era el del conde de mi propia nación, era el conde del Sacro Imperio Romano Germánico. Estábamos cerca, al fin luego de meses de espera, lo pude ver apenas, fui presentada por el hombre que se mantenía ocultando mi menuda figura –La señorita Anya Srêcko, señor- dijo dando un paso al costado para dejarlo verme, le hice una reverencia, era guapo sin duda, aunque algo mayor para mi. Di unos pasos hacia él –Encantada de conocerlo al fin, conde Greymark. He esperado con ansias este momento- lo saludé tendiéndole mi mano. Lo miré a los ojos como desafiándolo, mostrándome segura de mi misma –¿Cree usted que podríamos conversar a solas? Supongo que tenemos bastante que hablar sobre... nuestro compromiso, ¿no?- dije demostrando que yo no era de esas personas que se andaban con rodeos, no señor, yo iba directo al grano, sobretodo si era algo que consideraba de vital importancia como aquel tema –Esperaba conocerlo antes, aunque no pensaba tener que ser yo quien lo buscara- añadí como una critica directa hacia él, pero sin dejar de sonreirle encantadoramente, esperando su reacción.


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Mensaje por Lucien Greymark Sáb Mayo 14, 2011 1:24 pm

Mientras caminaba por los largos pasillos de la casa solo podía pensar en la cantidad de cosas que me había dicho Balwer. ¿De verdad una joven había venido aquí asegurando ser mi esposa? ¿Qué clase de broma pesada era? Durante un breve momento me permití pensar en Alyssa, rara vez lo hacía desde que había muerto, era una norma autoimpuesta que tenía sobre mí mismo, no porque recordarla fuese algo malo, era más bien todo lo contrario. En realidad lo que de verdad me daba miedo de pensar en ella de nuevo era darme cuenta de cuanto la echaba de menos, de cuanto seguía culpando por lo que había pasado, y sobre todo, el impulso que me daba de meterme un bala de plata en la sien como castigo por todo lo que le había hecho. “¿En serio eres tan estúpido como para pensar que puede ser ella? Despierta de una vez… parece que aquello no hubiese sido cosa tuya.” Esa vocecita siempre salía, acusándome con su dedo de hierro por la muerte de la única mujer que realmente había significado mi vida.

La terraza de la mansión estaba impecable, la llegada de la primavera sorprendía muchísimo en el sur del país, sobretodo porque los cerezos del patio central relucían como nunca con sus flores abiertas y despejadas, dejando un pequeño rastro del aroma de sus flores. Una mesa de jardín ya estaba despejada y acomodada a la sombre de uno de aquellos árboles, Balwer como siempre era previsor con todo y había avisado al servicio de una invitada muy poco habitual. Una botella de vino descansaba con dos copas en la mesa y no se veía ni un alma. Sin embargo me olía que ya todos los miembros de la casa estaban enterados de la naturaleza de esa visita. Balwer podía ser muy discreto sí, pero me temo que el resto de los residentes que trabajaban allí no podían gozar del mismo talento. Me apoye en la baranda de piedra, decorada con aquellas esculturas de ángeles en su plenitud, una decoración muy similar a la del imperio, enmarcada por el rio que fluía pausada y lentamente. En aquel momento, con aquella tranquilidad, nadie diría que mi cerebro iba a mil por hora, haciéndose cientos de preguntas. ¿Sería la chica una espía? ¿Era solo una cazafortunas? ¿Una loca escapada de un sanatorio mental? Las posibilidades eran tantas que ahora mismo me resultaba imposible calcularlas, hasta que oí ese sonido de fondo, como de una gran puerta cerrándose sobre sus goznes. “Ya ha llegado.”

Aún estaba de espaldas a la puerta cuando escuche las palabras de Balwer. - La señorita Anya Srecko señor. – Se equivocaba en algo, no era una señorita común y corriente. Al principio pensé que se trataba de alguna amiga que Erin había traído a casa, últimamente lo hacía, pero ese olor no era de un humano y en cuanto lo percibí de cerca lo supe, era un lobo. Me di la vuelta preparado para enfrentarme a esto, un suceso que no había estado en mis previsiones iniciales. No sabía porque me había dado la impresión inicial de que la chica seria humana. Voltee la cabeza mientras la joven hacia una reverencia respetuosa, casi tanto como irrespetuosa era la cara que se me había quedado a mí. Aquella joven era rubia, con ojos claros y cuerpo esbelto, no como el de una chica joven sino como el de una mujer de menos de veinte, y lo más aterrador de todo: se parecía a ella. “Imposible… Alyssa está muerta.” Ciertamente así era, la chica se parecía eso no se podía negar, pero no era Alyssa, solo un reflejo similar a un recuerdo. - Ojala pudiese decir lo mismo sonorita Srecko. Discúlpeme pero esto me ha cogido completamente desprevenido. – Un eufemismo un tanto suave para decir que aún no me lo creía y esperaba que se notase en mi voz. Tome su mano respondiendo a su saludo, no me sorprendía que mis hombres se hubiesen acobardado con ella, parecía una mujer con mucho genio y me miraba como si no le importase lo mas mínimo mi condición como conde. Ese tipo de actitud supondría un insulto para la mayoría de la gente noble, aunque no se si eso es exactamente lo que pretendía con su actitud.

– Gracias Balwer, puedes retirarte. – Su solicitud me resulto intrigante, parecía completamente convencida de que estábamos comprometidos de alguna manera, pero por lo visto todavía no se había dado cuenta de que yo no era tan propenso a pensar lo mismo. En cuanto el servicio se retiró las preguntas comenzaron. – ¿Así que eso del compromiso es cierto? Y yo que pensaba que solo era una excusa barata para entrar aquí a hacer lo que quiera que tuvieses pensado. – Me di la vuelta y me senté en una de las sillas de la terraza. – Lamento decepcionaros mi lady, pero yo no estoy comprometido con nadie. No sé de donde habrá sacado esa idea pero le aseguro que no tengo pretensiones ni ideas de compromiso. Debe de tratarse de un error. – Y encima con reproches como si hubiese sido mi obligación acercarme a una mujer que no conocía de nada para preguntarle cuando fijábamos la fecha de boda. “Ahora mismo gana la teoría de loca fugada del hospital.” En momentos como estos era precisamente cuando un hombre de mi edad decía: que juventud esta. Lástima que mi cuerpo no correspondiese a mi edad. En cualquier caso, me veía con una bomba entre las manos. – Le diría que puede sentarse pero pude que me sacase los ojos por ello también. De todas maneras le agradecería que dejase ese tono de crítica e irreverencia y diese alguna explicación. – Si había algo que no soportaba era la descortesía, es posible que la confianza así existiese entre conocidos pero nosotros no lo éramos, y no se lo pasaría simplemente porque así lo desease ella.

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Mensaje por Anya S. Srêcko Sáb Mayo 28, 2011 8:18 pm

El son de mi corazón parecía mezclarse con el sonido de mis pasos, ¿o era al reves? Poco importaba en ese momento si era de una forma o de la otra, habían cosas más importantes en mi cabeza, me preguntaba en que acabaría aquel dichoso juego, porque en eso se había convertido todo aquello, en un juego, en una lucha de voluntades entre mi madre y yo, en la cual yo no estaba dispuesta rendirme sin salirme con la mía. Decir que era testaruda y voluntariosa era poco a decir verdad, y mi familia lo sabía, aunque estaba convencida que ellos no estaban dispuestos a lidiar con eso, quizás porque a su parecer hasta el momento aun me había mostrado juiciosa, aunque solo fueran apariencias, pero estaba harta de fingir, estaba harta de preocuparme como hacía mi madre por el que diran. En un país distinto no tenía porque fingir, podía ser yo por muy escandaloso que ello fuese, me daba igual lo que mis arrebatos produjesen, ya estaba cansada de las sorpresas, de no saber las cosas de una vez, de estar destinada a acatar los designios de mis padres cuando lo único que siempre había anhelado era un poco de libertad y por sobretodo estaba harta de la falta de sinceridad y de transparencia, ¿acaso no podíamos dejarnos de malditos juegos y hacer las cosas de una vez como se debía?

Llevaba meses en un país que no era el mío, sola y sin saber qué hacer, manteniendo una lucha con una entidad invisible, si lo que mi madre quería con eso era doblegar mi espíritu y lograr un cambio en mi carácter, no lo estaba logrando, ni lo iba a lograr, estaba segura que Alois era el único que sabía lo inútil de aquella batalla que intentaban emprender. En ese mundo de verdades a medias yo estaba yendo contra la corriente para poder develarlas por mi cuenta, pero ¿estaba dispuesta a soportar lo que develar esas verdades significaba? Ciertamente creía estarlo, más no estaba preparada para lo que mis sentidos agudizados me hicieron notar, él también era un lobo, no me esperaba aquello, pensaba que de seguro sería un humano, un hombre común y corriente, aunque fue bastante ingenuo de mi parte pensar que mi madre dejaría algo así al azar. ¿Qué me esperaba? La verdad había imaginado diversos escenarios, algún viejo millonario o algún jovencito guapo pero tonto, pero mi madre había pensado en todo, aquel hombre era sin duda perfecto para los planes de mi madre. Lo analicé con la mirada, podía resultarme algo interesante, más no tenía tiempo para perder en esas cosas. La expresión de mi prometido me daba a entender que él no tenía ni la más mínima idea de lo que yo hablaba –No sabe cuando cuanto lamento oír aquello, conde Greymark. La verdad esperaba encontrarme con una situación distinta- dije con expresión seria, hablándole con sinceridad mientras él respondía mi saludo.

Su expresión lo decía todo de seguro pensaba que yo estaba loca o era alguna especie de desesperada cazafortunas, no lo culpaba, sino tenía idea de aquello era obvio que pesara así, pero una duda me quedó dando vueltas en la cabeza, si Lucian no sabía nada de aquello ¿con quién mi madre había acordado aquel dichoso compromiso? Aun así no me sentó bien el hecho de que desconfiara de mis palabras, alcé una ceja –Míreme, conde, ¿cree usted que tendría la necesidad de artimañas tan básicas para entrar aquí? No se equivoque conmigo, que todo cuanto le he dicho y le diré será verdad. Estoy harta de las mentiras y de aparentar- dije abriendo los brazos para que viera mi vestimenta, un vestido exquisitamente trabajado, que obviamente no demasiadas personas podrían costear, y obviamente a pesar de mi actitud irreverente y desfachatada era notorio que era una mujer educada. Escuché todo lo que él me dijo en un silencio casi desafiante, ignorando sus últimos comentarios, si esperaba que le pidiera disculpas podría esperarlas cruzado de brazos pues estas no llegarían. Me quedé pensativa unos minutos antes de empezar a hablar –¡Oh! Me pide usted imposibles, me es difícil explicarle algo que yo apenas entiendo, ha sido mi santa madre quien ha concertado esta descabellada unión, y no creo que le gustaría llamarla a ella mentirosa una vez que sepa quién es- le comenté mientras caminaba frente a él sin quitarle la vista de encima, haciendo gala de una retorica envidiable, que sin duda podría hacerle olvidar cualquier idea que pudiese llegar a tener que dudase de mi cordira. Era cierto que yo no sabía mucho más que él del asunto del compromiso –No piense que estoy aquí por su fortuna, como usted puede ver no la necesito. Siendo usted conde del Sacro Imperio Romano Germánico debe haber oído más de alguna vez el apellido Srêcko, mi padre Adrian Srêcko es un rico burgués, hay quien dice que su fortuna es una de las más grandes del imperio, supongo con eso podría usted desechar esa idea- le sonreí de lado, en una mueca de autosuficiencia que rara vez era vista en una mujer.

Me mostré ante él segura de mi misma, segura de mis palabras y de que cuanto le decía era solo la verdad –Si eso aun no es suficiente, puedo hablarle de la familia de mi madre, soy nieta de la última Gran Duquesa del Imperio Ruso, Anastasia Kozlova, miembro de un antiguo linaje de la realeza de su país. De seguro la ha oído nombrar, fue muy conocida por el poder que concentró y por ser una gran bruja, lamentablemente esto mismo le hizo perder el titulo. Espero que eso sea suficiente para usted- me detuve ante él a una distancia prudente, no era tan estúpida como para desafiarlo directamente, después de todo era uno de un lobo y era un miembro de la realeza. Sacudí el cabello con delicadeza, mostrándome femenina –Como ya le dije no se mucho más, mi madre me envió a París para que conociera a mi prometido, pero dijo que eso sería en el momento adecuado. Pero me cansé de esperar, mi hermano me ha ayudado. Quiero solucionar este asunto pronto- hablaba suavemente di unos pasos más hacia él y puse sobre la mesa la carta de mi hermano y la dirección para que la leyera –No se preocupe, no quiero casarme con usted, quiero ser libre. Pero aun así tenía que conocerlo. La verdad me alivia saber que usted tampoco lo desea, pero creo que lo mejor es zanjar este asunto de la mejor manera posible- le expliqué terminando con ello por fin mi discurso, la verdad me sentía aliviada de al fin haber sacado fuera todo eso, y esperaba curiosa la respuesta que el conde tendría a mis palabras.


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Mensaje por Lucien Greymark Mar Jun 07, 2011 3:11 pm

¿Casualidad? Lo dudaba muchísimo. Durante muchísimo tiempo, en aquellos años en los que pensaba que lo más complicado que podía ocurrir en mi vida era hacer un mal cálculo de las ventas y que mi profesor pensase que había tomado por alumno a un idiota, en esos tiempo, sí que habría existido la posibilidad de que pensase en los acontecimientos como algo casual, algo que por la ley del azar y la suerte simplemente se daba a conocer. Ahora tenía una opinión muy distinta. Las casualidades en realidad solo eran extraños disfraces para simular una situación extrañamente beneficiosa, y si pretendían que me creyese que de entre todas las personas del mundo que se podían haber presentado a mi puerta diciendo las mismas cosas que ella casualmente se presentaba una que además era licántropo, es que estaban completamente mal de la cabeza. Por su expresión deduje que ella también se había dado cuenta, y que además se sorprendida tanto como yo, eso significaba dos cosas, que esto no era un plan como había pensado al principio, y que además ella no era un cachorro recién convertido, sino alguien que sabía diferenciar. ¿Qué demonios ocurría? Por un momento sentí la tentación de gritarle a los cuatro vientos, ponerme a exigir respuestas como era debido. Sin embargo, y a pesar de mis evidentes ganas de saber, fui capaz de contenerme y mantener el rostro sereno.

- No se ofenda Anya. ¿Me permite llamarla así? – Dije con tono un tanto sarcástico, si ella había podido entrar aquí como un huracán y ponerse a decir que estábamos prometidos yo podía tomarme el lujo de tratarla con familiaridad, después de todo era mi prometida según ella. - Pero yo no esperaba encontrarme ninguna situación simplemente. - Sincera, directa, un tanto ruda… Es cierto que no parecía la típica noble, ni mucho menos una dama estirada. Parecía exactamente una persona traslucida y no solo eso, mis sentidos me daban muchas más pistas, entre los delicados pliegues del perfume que usaba se podía apreciar su frustración, su rebeldía, olores que se mantenían controlados, que estaba como regidos por una mente amueblada y sin duda culta, pero al mismo tiempo también salvaje, rebelde y provocadora, una combinación curiosa y sin duda me hubiese llamado la atención desde un inicio si el comienzo no hubiese sido tan violento. – No, supongo que no tendrías necesidad de algo así para entrar. Especialmente porque podrías haber despedazado fácilmente a los humanos que guardan las puertas. ¿O me equivoco?- Dije levantando una ceja en gesto interrogante. Es cierto que la vestimenta tampoco era de una persona que necesitase de dinero, pero creí mas importante resaltar ese pequeño detalle.

En cierto modo podía entenderla, debía de ser muy frustrante estar en un lugar desconocido para ti supuestamente por que estas preparándote para contraer matrimonio con alguien que ni siquiera conoces, y que al mismo tiempo no se toma la molestia de intentar conocerte antes de la susodicha boda. Por un momento, y con esos ojos azul verdoso mirándome tan fijamente, pensé que realmente se me hiciese un agujero en cráneo, y su respuesta no esclareció mucho tampoco, una madre que había concertado un matrimonio y que sin duda debía de ser alguien importante para poder orquestar algo así. – Oh, entiendo… - Adrian Srecko, ya decía yo que el apellido de esa mujer me sonaba. No era ningún secreto que posiblemente Srecko era uno de los hombres más ricos del Imperio, no tenía sangre de noble cierto, pero su imperio personal de comercio le había convertido en una pieza crucial en la economía de las grandes esferas del reino, una esfera en la que la mayoría de sus miembros matarían por tener esa clase de apoyo financiero. – Así que eres hija del magnate Srecko, debo admitir que tu padre es un hombre de mucho talento, pues ha conseguido equipararse a la mayoría de los nobles en fortuna. Incluso es posible que me supere a mí. Pero sigue siendo humano verdad… - Como todo humano, la codicia era un punto que resultaba imposible de esquivar para ellos. – Sin embargo eso no explica cómo estamos en esta situación tan comprometedora para ambos. – Esa sonrisa resultaba extraña, desafiante y en cierto modo con bastante orgullo de serlo.

Sus siguientes palabras ya fueron el completo mazazo de agua fría. – La tragedia de los condes de Kozlova. Sí, tengo entendido que tu familia materna cayó en desgracia hace bastante tiempo, una lástima que tu abuela no supiese contener esa parte de sí misma. – Dios mío una bruja en la familia. ¿Es que había alguna cosa que esta mujer no pudiese hacer para sorprender? Y de seguro su abuela no había sido la última con ese don, me apostaría un brazo a ello. Sus gestos resultaban intrigantes, tan pronto como se mostraba como una joven rebelde y destartalada cambia drásticamente hasta llegar a una dama elegante y correcta. Curioso… - Que consuelo saberlo. – Dije en cuanto menciono que no quería casarse conmigo. Cogí la carta delicadamente con los dedos, sin apartar la vista de aquellos ojos hipnóticos, dos estanques verdes. Leí la carta con rapidez y por fin todo tenía sentido, ¿Cómo había sido tan idiota? Aquel plan apestaba a ella, era como si la pieza más grande del puzle hubiese encajado de pronto. – Zorra… - Dije en un susurro apenas audible. – Ya se quien está detrás de esto… Es nada más y nada menos que Shanon Owen. La reina. - Quien si no ella podría tener potestad para orquestar el matrimonio de un conde, y además teniendo la coronación tan cerca aquel acto era comprensible.

Doble la carta y se la entregue nuevamente, había permanecido en silencio un par de minutos y ahora venía mi turno de hablar, aunque ojala no tuviese que hacerlo. – La reina celebra su coronación en dos semanas, y que mejor forma de empezar a gobernar que tener al hombre más rico del Imperio de su parte. Desde el principio ha querido asegurarse de que tu padre estaba en su bando, por eso le ha concedido este matrimonio a tu madre. – Un matrimonio con un conde colocaría de nuevo a la familia Kozlova en una posición de poder después de perder su título, una oportunidad de volver a la realeza y la alta sociedad. – Y para colmo así consigue mantenerme controlado. ¿Tienes idea de la clase de ser que es esa mujer? Te aseguro que no se parece en nada a ti y a mí. Es una raza maldita, oscura y condenada a vagar por el mundo como muertos. – Shanon sabía que no podía controlarme, no directamente, pero si me casaba con alguien con poder como la hija de Srecko y luego la rechazaba, podía asegurarse de que no tuviese una aprobación de nadie de la corte. Una maniobra mucho más inteligente de lo que esperaba de ella. – Siento que te hayas visto involucrada en este juego, pero me temo que de momento no puedo hacer nada al respecto. No obstante, si e aseguro que mi deseo no es casarme y que no pretendo hacerlo. – Me levante del sillón y fui hasta la baranda del jardín, aun intentando pensar una forma de salir de esto. – La coronación es dentro de un par de semanas. Allí me asegurare de que las cosas sean como deben. Mientras tanto Anya, eres bienvenida aquí si lo deseas, al menos para no tener que preocuparte de tu alojamiento y también para mantener unas apariencias que te mantengan al margen de los ojos de tu familia. Te prometo que nadie te molestara.
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Mensaje por Anya S. Srêcko Sáb Jul 02, 2011 6:22 pm

Juegos curiosos, poco a poco comenzaba a notar que aquello parecía demasiado bien orquestado incluso para mi madre, la situación daba giros que yo no me esperaba. Seguía sorprendida, demasiado sorprendida a decir verdad, era imposible no estarlo, cuando salí del hotel para dirigirme a aquel lugar, lo hice a ciegas, sin tener ni la más mínima idea de a donde me dirigía, sin saber ni el nombre, ni el rango de mi dichoso prometido, todo era una nebulosa, todo era penumbra y oscuridad. Cuando finalmente la verdad se develó, me sentí cegada, abrumada por la información, pero era buena fingiendo, ¿no era lo que había hecho durante toda mi vida? Había fingido, había mentido, había intentado ser quien no era, pero siempre mi carácter había prevalecido, fuerte constante, arrasador, sin que nadie llegase a aplacarlo, era lo no se esperaba de una mujer de clase alta, no quería aprender a coser, ni a bordar, tampoco había querido aprender a tocar piano, aunque después se había convertido en mi vía de escape, ni mucho menos aprender poesía para deleitar a un hombre. ¿Por qué tenía que aprender todas esas artes que se suponían eran femeninas, si lo que quería era algo totalmente distinto? Desde siempre la rebeldía brotó por cada uno de mis poros, muchas veces cuando pequeña envidié la libertad de un hombre, me hubiese gustado ser un militar y ser protagonista de un millón de historias interesantes, en cambio estaba relegada a mi hogar, sin poder estudiar más allá de lo necesario para hacer feliz a un hombre. Todos siempre dijeron que por mi carácter hubiese sido un excelente abogado, de no ser por un solo detalle… era una mujer.

Por más que lo intentase no era demasiado buena aplacando mi carácter, y aunque ahora intentaba que no se notase mi sorpresa, pero era obvio que él lo notaba. A pesar de que muchas dudas se había despejado, otras tantas habían surgido, múltiples y de diversa índole, ¿mi padre estaría enterado de los por menores de aquel compromiso? No, sin lugar a duda. Nunca hubiese permitido que yo tuviese un prometido que superase al de su princesita. ¿Cómo tomaría mi madre mi arrebato? La verdad, ya no me interesaba tanto su opinión, estaba demasiado lejos para ser gravitante. Alcé una ceja al oírlo llamarme por mi nombre directamente, estaba clara que con mi actitud me había ganado eso y mucho más, pero no dejaba de parecerme algo extraño –No tengo problema que me llame así conde, siempre y cuando me permita llamarlo por su nombre- aclaré siguiendo con la misma actitud casi desafiante. Ladeé la cabeza mirándolo con cierta expresión de fastidio –No se equivoque, para mi esto tampoco es más fácil- me quejé poniéndome en cierto modo a la defensiva, porque después de todo había sido yo quien había sufrido la larga espera. Me permití esbozar una sonrisa un tanto cómplice, luego de sus palabras relativas a acabar con los humanos –No se equivoca, podría hacerlo, así como cualquiera de nosotros, pero mi llegada ha sido lo suficientemente dramática sin necesidad de recurrir a la violencia, ¿no cree?- le pregunté bromeando, extrañamente ya me encontraba lo suficientemente en confianza como para atreverme a bromear, después de todo seguía viva después de todas mis impertinencias.

Estaba segura de que mis palabras habían vuelto a sorprenderlo, supongo que no se había esperado que fuese alguien tan ‘importante’, así como no había esperado nada de lo que yo le había dicho antes. En cierto modo siempre me había encantado sorprender a la gente con mis palabras, era bastante divertido y me permitía fijarme en cada una de las reacciones de quien tenía en frente. Me quedé pensativa luego de sus palabras, tardando un poco en volver a hablarle, aunque si es pensaba que podía llegar a dejarme callada se equivocaba –Si, él ha sido un visionario en los negocios, por eso ha sido muy criticado y alabado a la vez. Y si puede equipararse a la fortuna de varios nobles e incluso superarlos en el poder que tiene de hecho sobre la población, pero… Se equivoca en algo, hay seres que perdieron su humanidad hace mucho, que son incluso más codiciosos que los mortales- le respondí con una sonrisa resuelta, hablando con total sinceridad como había sido hasta ese momento, ¿qué sacaba en ese momento con guardarme mi opinión? De todas formas era mejor que aquel hombre supiese como pensaba. Ciertamente él tenía razón en sus palabras, pero ignoraba el hecho que la codicia no era privativa de los humanos. Solté una risita y sonreí socarronamente –No lo explica, porque como ya le he dicho ha sido mi madre quien ha orquestado todo esto, si hubiese sido él… No sería yo quien está frente a usted, claramente sería mi hermana Ivanka- le expliqué agitando una mano para restarle importancia, como si fuese lo más natural del mundo, sin dar mayores explicaciones, pero dejando claras las divisiones existentes en la familia.

Lo miré visiblemente desafiante e hice una mueca de desagrado, si bien mi relación con mi abuela no era de las mejores, todo lo de su caída en desgracia poco había tenido que ver con ella –No se equivoque, lo ocurrido no fue su culpa, fue un hombre que no supo callar su secreto quien condenó a nuestra familia. Las mujeres de mi familia tienen una característica inconfundible… el carácter, la fuerza y la cautela, que es lo que obviamente yo he dejado algo de lado- sonreí de lado y solté una suave carcajada, me causaba gracia eso, ¿por qué no debería ser yo la más cuidadosa? En mi afán por obtener libertad estaba dejando algunas cosas importantes de lado, la cautela era una de ellas. O quizás era que sabía cuando ser cautelosa, pero aun así, estaba segura de que en cierto modo me arriesgaba demasiado, mis palabras podían condenarme, pero no temía a eso. –Estando de acuerdo en el punto trascendental de no querer casarnos, supongo que será más fácil llegar a otro tipo de acuerdos para solucionar este… molesto asunto- dije con naturalidad, sonriendo algo más relajada y menos a la defensiva, al parecer las cosas estaban saliendo algo mejor de lo que yo había presupuestado, obviamente era ventajoso para lo que yo quería. Mis pensamientos vagaban alegres por aquel escenario ideal, por lo que me sorprendí cuando él llamó a alguien zorra, ¿me llamaba a mi zorra? -¿Quién cre…?- estuve a punto de quejarme, a punto de estallar cual volcán en erupción, pero se refería a otra persona. ¿La reina? ¿Qué tenía que ver la reina? Me demoré un poco en llegar a comprenderlo, ahora era yo quien me encontraba asombrada.

Era cierto que había pensado que aquel plan parecía demasiado perfecto para mi madre, pero pensar que aquello era una jugada de la reina, era demasiado, de partida ¿Por qué comprometerme a mí con el conde Greymark? No lo comprendía, quizás porque no quería comprenderlo del todo. Bah, pero olvidaba algo, yo no era importante para aquel plan por mí misma, sino que por la familia a la cual pertenecía –¿En serio piensa eso? Porque eso sería…- pregunté entre alarmada y molesta, soltando un pequeño gruñido, no me gustaba aquella idea, me hacía sentir como una pieza de un ajedrez gigante, movida por el arbitrio de otra persona y odiaba eso, lo que yo quería era precisamente lo contrario, quería la libertad de la que carecía. Seguí escuchándolo con atención, asintiendo –Esos que vagan por el mundo en un limbo entre la vida y la muerte… Vampiro, lo sé- dije con un dejo de asco en mi voz, ¿ósea que era uno de esos seres asqueroso el que osaba intentar regir mi vida? ¿Aquello era una mala broma? Comenzaba a temblar de la ira que comenzaba a sentir –Pero… ¡Hay que hacer algo! ¡No podemos permitir semejante ultraje!- nuevamente comencé a caminar de un lado a otro, nuevamente me convertía en un huracán capaz de cualquier cosa, no quería permitir que jugasen conmigo. Suspiré agitada –Si, supongo que vivir acá será la mejor opción mientras ideamos algo, gracias por el ofrecimiento. Pero no me pienso quedar de brazos cruzados- dije de forma tan decidida, que no daban ganas de contradecir mis palabras, respiré profundamente una y otra vez, pero aun así me era difícil tranquilizarme. –Mis sirvientes y mi cosas se encuentran en el Hotel des Arenes- añadí yendo junto a él y apoyándome en la baranda de la terraza a su lado, con expresión cansada y algo abatida, como si repentinamente me faltasen fuerzas.


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Mensaje por Lucien Greymark Mar Jul 12, 2011 3:46 pm

Excéntrica. ¿De qué otra forma se podía describir esta situación? Aunque para ser honesto, lo que más me había sorprendido no era la situación, sino la persona que había sido el foco central de ella. Desde que tenía memoria había conocido a todo tipo de mujeres, desde la clase más baja hasta las reinas, y todas tenían absolutamente el mismo rasgo… y es que no eran ellas mismas. Había echo falta tiempo, confianza, incluso la intimidad que solo podía ofrecer ciertas situaciones para verlas como eran, y sin embargo, allí estaba ella, de pie delante de mí, imponente, sin dar su brazo a torcer, cabezota y directa. Era la primera vez en mi vida, bueno mejor dicho la segunda vez, en que una mujer me había sorprendido de semejante manera, y me había dejado completamente sin habla, sin ninguna respuesta ingeniosa que pudiese salir de mi voz, una que estuviese llevada por la lógica. ¿Desde cuándo la lógica jugaba un papel importante en este tipo de cosas? A veces me autoengañaba pensando que ciertamente podía controlarlo todo cuando no era así.

Anya era una forma de romper con todos mis esquemas, no intentaba adularme ni impresionarme, llegaba y como toda persona directa había expuesto una situación que la disgustaba con el pretexto de poder hallar una solución, aunque fuese mediante métodos no muy sociables. Aquella idea y situación hizo que me saliese una pequeña sonrisa, ¿Por qué no serían todas las mujeres así de espontaneas? Desde luego si todas se comportasen como ella los hombres una de dos: o acabaríamos relegados a un mundo en el que ellas mandasen y no al revés, o acabaríamos en un manicomio, una idea tan tentadora como asustadiza. Una sonrisa un tanto sarcástica se me asomo a la cara cuando la vi contestar de esa manera, es cierto que no esperaba que me gritase por llamarla por su nombre pero… el que esperase llamarme por mi nombre me resultaba interesante, todavía no tenía claro si ponerme a gritarle o seguir manteniendo una actitud relajada ante su desparpajo. – Es lo más justo, puedes llamarme Lucian si lo deseas. Al fin y al cabo… somos pareja. – Dije en cierto tono sarcástico intentando quitarle un poco de hierro al asunto, este tema había empezado con demasiado ímpetu, con demasiada hostilidad reprimida por la falta de comprensión de y por el obvio desprecio hacia la toma de decisiones de la madre de Anya. – Oh sí… te aseguro que cuando vinieron a decirme que estabas aquí casi se le salía el corazón por la boca a mi ayudante. Antes de que el día acabe te apuesto lo que quieras a que ya estarán escogiéndonos tarta.

En realidad la palabra concreta para definir al padre de Anya era “envidiado”. Desde que se había introducido en la mayoría de los negocios de importación y exportación del Imperio mucha gente había recurrido a él a pesar de su desagrado, y ha sido lo bastante listo como para poder aprovechar la situación y tragarse el orgullo cuando le criticaban por la espalda y decían que no se merecía lo que tenía. – Lo lamento si te he ofendido, no pretendía decir que tu padre fuese un monstruo ni nada por el estilo. Es más respeto mucho lo que ha conseguido, es un hombre que ha demostrado que no se necesita ser noble para ser importante. Ojala todos los humanos tuviesen ese concepto. – ¿Era impresión mía o es que se negaba a quedarse callada a un comentario mío? En realidad me daba la impresión de que más que luchar contra mi estaba luchando contra su madre. - ¿Crees que por rebatirme todo lo que digo tienes más razón? Me he dado cuenta de que eres incapaz de callarte tu opinión, y no me malinterpretes, eso es bueno, me gusta que la gente diga lo que piensa, pero deberías ser consciente de que no todo el mundo piensa como yo. – No es que no apreciase esa faceta, es más me resultaba muy interesante, pero de vez en cuando la discreción también ayudaba, aunque aún no se diese cuenta.

El comentario sobre su hermana me pillo un tanto desprevenido. ¿Por qué su hermana? ¿Es que había algo especial en ella? – Tu hermana… es la favorita por lo que veo. Aunque parece que tu madre no es de la misma opinión. O eso, es que piensa que yo no soy gran cosa. – No me importaba la verdad, todo el mundo sabia que a pesar de ser uno de los hombres mas ricos del Imperio mi reputación no era lo que se dice la mejor en la corte, se me tenía en cuenta por supuesto, pero mis ideas no siempre eran las más apoyadas. Me habría sorprendido que así fuese. En cuanto a su familia… bueno no es que quisiese decírselo así, pero en realidad su abuela si que había tenido algo de culpa, y era el confiar en alguien como para contarle algo como una seria de poderes antinaturales. – Déjame que te diga una cosa, en la corte imperial existe un viejo dicho: “En el juego de tronos o ganas o mueres. No hay término medio.”

El asunto de averiguar que Shanon tenía algo que ver con esto solo empeoraba la situación, no quería casarme, ni tampoco tenía pensado hacerlo, pero debía actuar de la mejor manera posible si quería que las cosas fuesen según lo previsto y para eso debía ir a la coronación y ocuparme de que todo estuviese como debía. – Conozco a Shanon, no personalmente claro, pero conozco lo que es capaz de hacer, y teniendo en cuenta que su predecesora tuvo ciertos inconvenientes por mi causa no me sorprendería que hubiese decidido atajar ese problema desde el principio y así ahorrárselo. – Y yo que había pensado que ella sería más manejable que Alessandra, un error que no pensaba cometer por segunda vez. Su sentimiento de ofensa por los vampiros me alegraba, eso significaba que al menos no estaba dispuesto a dejarse llevar por uno, lo cual era un punto a favor. – En fin ya hablaremos de eso con más detalle, lo primero es instalarte. ¡¡Balwer!! – Mi ayudante no tardo demasiado en llegar, con una expresión un tanto sorprendida por vernos juntos como estábamos en la baranda del jardín. Otra cosa con la que deleitar al resto de la gente que trabajaba en la casa.

– ¿Que desea señor? – Como siempre correcto y educado, sin dar a entender nada de lo que veía o pensaba. – La señorita Srecko se quedara en la mansión una temporada, por favor condúcela a una de las habitaciones de invitados del segundo piso. - En ese momento vino la peor parte, pues Balwer sabía que aún quedaban dos habitaciones en esa planta. - ¿La que está al lado de la suya señor, o de la de Lady Erin? – Moví una mano como sin darle importancia, la habitación era lo de menos, además tenía la impresión de que Anya no dudaría en dar su opinión sobre la que más le gustaba, ya empezaba a entender como pensaba. – Anya, voy a ocuparme de que todas tus pertenencias lleguen aquí, puedes pedir lo que necesites, en cuanto acabes de instalarte podemos seguir hablando. – En cuanto nos despedimos fui directamente a mi despacho, necesitaba unos minutos de intimidad para pensar. ¿Por qué me había pasado esto? ¿Era casualidad de que fuese licántropo o había otro motivo de por medio? En realidad no es eso lo que me preocupaba… En cuanto entre en el despacho no pude sentarme, sino que directamente fui hasta el armario que había detrás del escritorio. Saque la lleve que siempre llevaba colgada al cuello y lo abrí.

Spoiler:

Alli estaba… su retrato, inamovible como siempre. “Soy un idiota ¿verdad? Todo este tiempo creyendo que lo había superado… y todo para equivocarme ahora.” Alyssa me miraba desde el cuadro, tal y como la recordaba. No recuerdo cuanto tiempo me quede allí de pie mirando, siempre me pasaba con ella pero… también me ha pasado con otra persona, y eso hacía que me sintiese pero que con plata en el cuerpo.

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Mensaje por Anya S. Srêcko Miér Jul 20, 2011 9:50 pm

Estaba a la defensiva, eso era obvio ¿Cuál era mi razón? Una muy sencilla, desde pequeña me había sentido en una constante lucha contra el mundo, era una lucha personal, pues quien todo lo tiene no posee demasiadas razones por las cuales luchar contra todo ¿no? No muchas, es cierto, pero aquello no quiere decir que no existan, ni que no sean válidas. Había luchado desde siempre por una sola razón, ser yo misma, eso implicaba también tener la libertad suficiente para tomar mis propias decisiones. Eso solo se había incrementado luego de esa noche hace tantos años, ¿cómo una adolescente condenada a convertirse en lobo en las noches de luna llena podría encontrar su lugar en el mundo? Era difícil, pero lo había conseguido a fuerza de rebeldía, pero aun así era algo que debía mantenerse y no era fácil, todo resultaba una lucha, las crítica de todos no había hecho esperar, porque no paraba de contestar a lo que decían, para Maksim era un fastidio, adoraba tener la última palabra en todo y yo no estaba dispuesta a otorgársela, él no comprendía como una mujer osaba no callarse. ¿Sabría él acaso lo que era que todos esperasen que viviese para complacerlos? No había nada peor que todos pretendiesen ejercer su voluntad sobre uno, que todos esperasen de mi cosas que poco tenían que ver conmigo…

Sacudí el cabello, algo distraída por el momento, tenía demasiado en la cabeza, que comenzaba a dolerme, las cosas pasaban demasiado rápidas para mi gusto y se retorcían de un modo insufrible, hubiese parecido una cruel broma del destino, si es que hubiese creído en él, antes, si alguien me hubiese dicho que estaba prometida habría deseado que desapareciera de mi vista antes de que se me ocurrieran unas ingeniosas formas de hacerlo desaparecer, la idea era tan descabellada como mucho de lo que parecía hacerse cada vez más presente en su vida. Ese tipo de cosas le pasa a otras personas, a mi no, –A mí no- lo dije sin darme cuenta en apenas un susurro que luego esperé él no hubiese escuchado, quizás si insistía en repetir eso muchas veces terminaría convirtiendose en realidad, bastante poco probable, especialmente cuando resonaban mis pies tocando el suelo de aquel lugar que pronto descubriría sería una casa, una mansión o una cárcel. Sonreí de lado, evitando que se notase lo atontada que me sentía –Si, se supone que lo somos- dije rodando los ojo, intentando tomármelo con cierto humor, era difícil. Se suponía que estaba obligada acá, pero de alguna forma no lo sentía así, ¿será porque siempre podría transformarme y salir a correr en una noche de luna llena? La maldición que significaba para algunos podía convertirse en una ventaja si sabía utilizarla.

Mi expresión se transformó en inescrutable, no quería que se notase lo que pensaba, porque si, podía ser un libro abierto si así lo quería, así como podía caer en el más absoluto de los ostracismos, sobre todo si sentía que no me comprendían. Y negué con la cabeza e hice una muequita –No, por favor, te aseguro que mi madre ha de tener toda la planificación de la boda lista- dije medio en broma, medio en serio, aunque no era algo demasiado gracioso, mi madre era capaz de cualquier cosa, así como de empujarme a esto. Mi familia era un tema complejo en sí mismo, las relaciones entre todos los miembros, me encogí de hombros –No me has ofendido, solo dije que lo que pensaba. Se lo importante que es mi padre y lo cercano que es a la gente- dije intentando dejar aquel tema atrás, que se alejara, ya que era algo incomodo. Miré hacía el jardín, como si algo en aquel lugar cobrase un repentino interés para mi, su voz me llegó como si estuviese lejos, su crítica a mi desfachatez al hablar con él –Lo sé, pero yo sé cuando puedo decir lo que pienso y cuando no- se me escapó mientras seguía sin mirarlo, me mordí el labio inferior ¿Por qué le había dicho eso? Y lo que era más alarmante ¿por qué creía que podía decirle lo que se me venía en gana? La verdad… no tenia no idea.

Ladeé la cabeza para mirarlo cuando hablamos de mi hermana –Ella es la nena de papá, yo la consentida de mamá, tiene su lógica ¿no crees? Bah, seguro mi madre esta fascinada por el buen partido que me ha conseguido- comenté entre risas, un mechón de cabello caía sobre mis ojos, por lo que debí acomodarlo tras la oreja. Había cosas mejores de las cuales preocuparse que de su familia –He oído ese dicho, de ser así no nos queda otra opción más que jugar y ganar- una sonrisa confiada adornó mi rostro, era capaz de muchas cosas, especialmente si eso me acercaba un poco más a mi libertad, me balaceé sobre mis pies pensativamente –Me da igual si es la reina o el Papa, no pienso ser peón de nadie, mucho menos de un sucio chupasangre. Suficiente tengo con mi madre- me quejé cruzando los brazos sobre mi pecho, hablando de forma más tajante, no iba a dejar de pensar eso –Está bien- dije luego de oírlo llamar a su asistente.

Antes de seguir a Balwer hice algo que necesitaba, lo miré a los ojos en cierto modo más calmada luego de desentrañar todo aquel lío y di unos pasos hasta quedar muy cerca de él –Lamento haber aparecido de este modo en tu vida, Lucian. En serio, ni yo me esperaba todo esto- le susurré suavemente, como se verdaderamente se tratase de un secreto, yo no era del tipo de personas que pedía disculpas así como así, pero estaba segura de que en aquel momento mi prometido las merecía. No era tan mala educada como a ratos parecía, después de todo comprendía que no era su culpa, y debía admitir que él se había comportado muy bien conmigo después de todo e incluso pensaba igual que yo en algunas cosas, me estaba facilitando bastante las cosas. Le hice una reverencia antes de seguir al hombre que me guiaría a mis nuevos aposentos –Danke- dije apenas audible antes de alejarme finalmente. Dentro de la mansión comencé a fijarme sin quererlo en cada mínimo detalle, después de todo de ahora en adelante viviría en aquel lugar, dejaría mi elegante habitación en el Hotel des Arenes, para volver a la comodidad de un ¿hogar? ¿Podría llegar a verlo así?. Tenía una idea taladrando en mi mente, ahora realmente sentía el peso de estar prometida, mi futuro esposo tenía un rostro, un nombre y estaba bajo ese mismo techo.

Fui conducida hasta el segundo piso de aquella elegante residencia, mientras noté que quizás lo mejor sería comenzar a bajar un poco la guardia, después de todos ¿no estábamos de mismo lado? Por alguna razón sabía que aquel licántropo era de confianza. Con cada paso que me alejaba de Lucian la idea parecía asentarse más en mi mente, pero una cosa era pensarlo y otra distinta era llevarla a cabo con él al frente, porque estaba segura que tendería a seguir llevándole la contraria, a veces me era inevitable. Balwer abrió una puerta ante mí para que viese la habitación, fruncí el ceño, ya que no era para nada de mi gusto –Puede elegir cual habitación desea- dijo antes de salir y abrir la puerta de la otra habitación, mientras yo caminaba por ahí mirando y tocando todo, desde la cama hasta los pequeños detalles de la habitación –Que cortinas más feas- murmuré tocándolas, antes de repetir el proceso en la siguiente habitación, que me gustó mucho más, se me notó en el rostro, era un libro abierto en ese momento -¿Esta será entonces, señorita Srêcko?- me preguntó el hombre, a lo que yo solo asentí, comenzando a mover algunas cosas –Haremos traer sus cosas y a su personal, si me disculpa…- dice él antes de retirarse y vi como la puerta se cierra tras de él. Me quedé ahí sentada a los pies de la cama, dejándome caer hacia atrás pensando en todo lo ocurrido, reviviéndolo una y otra vez en mi mente, repentinamente me sentía cansada, sabía que no era momento de dormir, pero no pude evitar cerrar los ojos solo un momento…

Demasiado ruido y yo sólo quería seguir con los ojos cerrados, pero nadie hablaba y nadie estaba conmigo, ¿de dónde había salido entonces todo eso? Ahora mi espalda recostada contra el colchón era la respuesta y de algún modo supe que no era un sueño, mi buena concepción del tiempo me hacía darme cuenta que no había pasado mucho desde que entré en esa habitación. Todo en mi me molestaba, la ropa picaba pese a que nunca antes lo había hecho, los zapatos se sentían incómodos aún cuando habían sido hechos a mi medida, tan llena de impedimentos pero al mismo tiempo preguntándome si él sería capaz de entender lo que yo sentía. Él, Lucian, tenía que comenzar a llamarlo por su nombre, él ya tenía una cara con detalles, tenía gestos, movimientos y vida, él no era el producto de mi imaginación o de lo que parecía la venganza de mi propia familia. Sentada otra vez en el borde de la cama miré hacia el piso, piedra bien trabajaba era lo que lo cubría totalmente, me quité los zapatos y puse un silla contra la puerta, sabía que si alguien venía golpearía antes de entrar pero tenía que hacerlo o no podría estar tranquila, estaba frío pero aún así era mejor, quería sentir cada detalle en mi piel, lo más cercano a poder correr sobre un bosque lleno de agujas de pino, de esas que me recordaban que cada paso dado tenía que ser con mucho cuidado.


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Anya S. Srêcko
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