Entre encajes y sueños de porcelana. { Dianne Bentrim } - PRIVADO -

Poco después de que yo llegase al clímax, sentí como Duncan se venía en mí, con un grito tan sobrecogedor que no pude evitar asustarme levemente. No debía olvidar que, después de todo, él no era humano, y seguramente en esos momentos perdía el control, como nos pasaba a la gran mayoría, fuéramos vampiros o licántropos, como era su caso. Lo cierto era que mi respiración se encontraba agitada por ambos factores, tanto por su grito (que más que grito yo encontraba más parecido a un rugido) como por el "ejercicio" que acabábamos de realizar.

Salió de mí, dejándose caer de lado contra la cama, pero yo aún permanecía atada al cabecero, de modo que, aunque deseaba poder recostarme y recuperarme un poco de lo sucedido, lo más que podía hacer era apoyarme contra la madera del mueble. Duncan pareció darse cuenta de mi situación, pues liberó de nuevo mis manos de sus ataduras y me recostó contra él, de tal forma que yo sentía el latido de su corazón contra mi pecho. Eso me produjo una sensación de nostalgia, pues no pude evitar recordar los tiempos en los que mi corazón también latía.

Acaricié su pecho cuando él puso mi mano sobre este, mientras que él hacía lo propio conmigo, regalándome suaves caricias que me calmaban poco a poco; mi respiración comenzaba a estabilizarse, mientras que yo recostaba mi cabeza contra su pecho y clavaba la mirada en el techo de la estancia, soñando con un futuro más próspero que lo que estaba siendo mi presente, y de lo que había sido mi pasado. Tal vez en varios meses pudiera dejar el burdel y conseguir una vivienda, y con algo de suerte, verme con el director de la Ópera y conseguir un trabajo como soprano, lo que llevaba queriendo hacer desde que tenía memoria. Se acabaría el sexo con desconocidos medio borrachos, el tener que complacer a alguien en la cama sin buscar mi propio goce... comencé a fantasear con mi próximo estilo de vida, el cual veía de mucha mejor calidad que el actual, casi como si fuese perfecto, aunque no poseyera las fortunas que muchos de mi raza ostentaban.

-Creo que puedo decir que nunca he estado mejor-respondí a su pregunta en un susurro, sin dejar de pensar en mis planes para dentro de unos años, cada cual un tanto más fantasioso que el anterior. Ese defecto era algo innato en mí, solía ser un poco fantasiosa, lo cual acababa provocándome numerosas desilusiones.

Y en efecto, pues había un factor con el que no había contado: había creído que mi "vínculo" por llamarlo de algún modo, con Duncan, terminaría cuando yo saliese del burdel, pero al parecer estaba dispuesto a tomarme como amante. No era una mala propuesta, pues obtendría dinero, el cual necesitaba urgentemente, y para que negarlo, placer.
-Yo también creo eso, monsieur, pero creo que aún falta algo de tiempo hasta que pueda dejar este sitio; mi hogar es este burdel.

Escuché sus palabras en silencio, analizando los pros y los contras de las distintas opciones que ahora aparecían ante mí. Ciertamente me había resignado a una existencia miserable como prostituta, sisando de los jornales de mis clientes para poder ahorrar una suma que me permitiese dejar aquella profesión, que me permitiese ser dueña de mi propia vida.

Ahora tenía una opción rápida: convertirme en la concubina de aquel hombre, dejando así el burdel y pudiendo ascender un poco en la escala social: no era lo mismo una cortesana que una "querida", ambas estaban mal vistas, pero la primera poseía una condición mucho más marginal que la segunda. Era un paso hacia adelante en mi existencia, la cual últimamente solo había medrado hacia abajo, convirtiéndome por momentos en una persona más propia de los grupos marginales que de las clases bajas, que tampoco eran gran cosa.

Lógicamente querría poder vivir en un futuro como esos otros vampiros que habitaban en mansiones y vivían con desahogo, moviéndose en círculos de la alta sociedad. La prueba de que yo me veía repudiada del trato con ellos era notoria en el hecho de que muchos me miraban con verdadero asco al enterarse de la profesión que me veía obligada a desempeñar.

No debía olvidar que ya poseía una pequeña suma de dinero, ahorrada en los días de trabajo como cortesana en aquel burdel. Tal vez fuera un oficio degradante, pero me aportaba beneficios, los cuales necesitaba sin demora. Sin embargo, si aceptaba la propuesta de Duncan, significaría que me vería obligada a abandonar el burdel, y no disponía del dinero suficiente como para adquirir una vivienda acorde con mis necesidades: había que tener en cuenta de que la casa que adquiriera debería ser oscura a más no poder, para evitar que entrase en contacto con el sol.

Barajé la opción de trasladarme a los sótanos de la Ópera, que conocía al dedillo tras mis numerosas incursiones por estos, cuando me colaba en el Teatro para ver las representaciones. No era una mala idea, pero me las iba a desear para encontrar en esos pasadizos llenos de humedad un lugar que pudiera hacer medianamente habitable.
Estaba claro que si iba a aceptar ser la concubina de Duncan, tendría que sacar dinero de donde fuera.

Así divagaba yo, mientras él comenzaba a vestirse. Tan perdida estaba en mis pensamientos que no me percaté de que mis manos, de forma inconsciente, se habían apoderado de sus pantalones. Se los devolví con la mirada un tanto ausente, aún sospesando ambas posibilidades.
Mientras mi consciencia iba y venía entre mis pensamientos y la realidad, pude escuchar como Duncan aseguraba que, pese a mi aspecto un tanto aniñado, poseía el alma de una mujer. Eso me alegró, viendo que al menos uno de mis clientes no pensaba que se había acostado con una chiquilla inocente.

Agaché la mirada, de nuevo arropada entre las sábanas, mientras reflexionaba para mis adentros: ya estaba harta de ser una simple cortesana, no perdería nada por hacerme la amante de un hombre; si no funcionaba siempre podría volver al burdel. Al menos, por una temporada, no sería una chica de "dominio público" y no tendría que acostarme con cualquier bruto que quisiera desquitarse montando a una fulana tras otra.

Era tal mi debate interno que sollocé levemente, movida por la incertidumbre y la indecisión. Creí que él no me habría escuchado, pero me equivocaba, pues se acercó de nuevo a mí, creyendo que estaba presionada o con más ganas de "cama".
-No es eso monsieur-dije con calma-Es solo que me encuentro en un verdadero aprieto: no me importaría en lo más mínimo ser su concubina, pero me temo que, si he de dejar el burdel, no tengo a donde dirigirme. Y no creo que le apetezca visitarme en los sótanos de la Ópera, pues es el único lugar donde podría instalarme sin que el sol me redujese a un montoncito de cenizas. Aunque suene raro viniendo de alguien como yo, soy pobre, y no poseo más que lo puesto: un vestido andrajoso, más los compartidos por todas las cortesanas de este lugar.
Quiero que sepa que acepto su propuesta, pero lamento decirle que no podrá visitarme en una buena temporada, a no ser que sea en este hediondo lugar. A no ser...-musité.

Una idea comenzaba a brotar en mi cabeza: actuar por una vez como un vampiro y robar la suma de dinero necesaria para conseguir una residencia aceptable. Sabía que iba en contra de mis principios de conseguir todo honradamente, pero ya estaba harta de ser una miserable cortesana que vivía con lo puesto. No aspiraba a grandes mansiones ni lujosos vestidos, solo quería una casa de mi propiedad, donde poder instalarme tranquilamente.

Respondí a su primera pregunta con un mudo asentimiento, llena de verdadera vergüenza. Tal vez me viera como a una mentirosa que le contaba una de sus mentiras para poder adquirir algo más de capital, tal vez impulsada por un gesto egoísta o codicioso. Muchas personas ya habían creído que yo era así, por lo que no me supondría una novedad que él fuera de esa misma opinión.

-A no ser que me cuele en un banco y consiga el dinero-musité, como respuesta a su siguiente interrogación. ¿Acaso se creía que pensaba robarle? Si me viese forzada a ello, jamás robaría a alguien con quien tuviera algún tipo de relación, era una cuestión de principios: no me gustaba traicionar a la gente que comenzaba a mostrarme su confianza-No es que me agrade conseguirlo de ese modo, pero sería la única opción para que yo pudiera conseguir una modesta vivienda lejos de este lugar.

Duncan de nuevo se sentó a mi lado, besando mis manos y volviendo a colocar las suyas sobre mi cuerpo, como hizo anteriormente. Yo escuchaba sus palabras en silencio, con la vista baja en un gesto de humildad.
-Usted no sabe lo que es esta existencia-musité cuando comentó que yo tenía que esconderme del sol para sobrevivir-No sabe lo que es tener que resguardarte en el lugar más oscuro que puedas encontrar cuando notas que el sol está a punto de salir. Muchas veces escucho el bullicio diurno de la ciudad desde mis escondites; me lleno de nostalgia por poder vivir aunque solo sea una vez, un día de sol, como los que recuerdo de mi pasado. Es horrible ser una criatura de la noche, no sé si me puede comprender. Supongo que su raza tendrá también ciertos problemas...

Sus labios crearon un camino de besos desde mi clavícula hasta mi barbilla, mientras que de nuevo me sentaba sobre sus piernas, dejando escapar un leve suspiro, recordando las sensaciones que acababa de experimentar con más claridad de la que podría haberme imaginado. Su comentario sobre que siempre que quisiera podría obtener placer era algo que esperaba, algo que ya había supuesto, pero una duda me asaltó. ¿Pensaba instalarme en su casa? ¿Y si ya tenía esposa? No es que me sintiera celosa, sino violenta, no me apetecía ser el motivo de una disputa en un matrimonio. Era incapaz de imaginar una excusa para que, de buenas a primeras, una jovencita de aspecto inocente que en nada cuadraba con lo que era, apareciera deambulando por los pasillos a la caída de la noche.

A su siguiente pregunta podía contestar sin necesidad de analizar los sucesos vividos: no me llevaba especialmente bien con las demás cortesanas debido a que no hacía mucha vida social con ellas (pues esos actos de confraternización se hacían durante el día, cuando yo me encontraba encerrada en el ático del burdel, evitando cualquier rayo de luz solar) y a que muchas veces mi aspecto puro e inocente lograba quitarles a algunos clientes dispuestos a pagar sumas cuantiosas.
-No le voy a mentir-musité ahogando un suspiro por su toque-No es que sea especialmente querida por mis compañeras.

La última pregunta formulada disipó mis últimas dudas: obviamente él estaba interesado en que yo me marchase con él, y para ser sincera, el trato me parecía más favorable por momentos.
-Sí monsieur-dije mirándole a los ojos, debido a que me tenía sujeta por el pelo de tal forma que no podía agachar la cabeza-Le he entendido. Haré lo que me dice.
No sabía que sucedería a partir de ahora, donde viviría o que condición adoptaría. Tendría una residencia nueva, una mejor posición social y placer siempre que quisiera; esos detalles me movieron a romper todos los lazos que me ataban a aquel burdel, que tampoco eran muchos.

De nuevo mi respiración volvía a verse alterada, gracias a sus caricias y besos, que volvían a inflamar mis pasiones como anter hubiera hecho. Duncan conseguía que me viera totalmente entregada a él cuando me tocaba de esa forma, conseguía subyugarme de modo que era capaz de hacer todo cuanto él me pidiera, por muy descabellada que en otro momento pudiera considerar su petición.

Su comentario sobre mis modales no me preocupaba en lo más mínimo; sabía de sobras como comportarme, pues a pesar de mi humildad no había dejado de lado los modales; además me eran necesarios cuando me colaba en la Ópera, haciéndome pasar por una joven acomodada. No me costaría comportarme, era consciente de que sería lo que menos trabajo me costaría.
-No se preocupe monsieur, sabré estar a la altura de las circunstancias. Soy capaz de adaptarme como un camaleón.

Lo que más me preocupaba sería el trato con su mujer. Me daría corte mirarla a la cara, por el simple motivo de mi estancia en su residencia. Podría hacerme pasar por una nueva empleada, una cocinera, tal vez, o quizás como cantante particular. Siempre podía hacer como si hubiera sido sacada de un teatro de poca monta y ahora me dedicara a ser su soprano privada. Estaba segura de que mi imaginación, tan desbordante en ocasiones, podría ayudarme a salir airosa de cualquier contratiempo que se me pusiera por delante.

Entre los brazos de Duncan, esbocé una mueca al escuchar que se veía privado de la luna. La noche era un momento realmente hermoso; yo las había amado desde pequeña, la noche ocultaba una música que siempre escuchaba cuando me sentía triste o desconsolada, la cual me reconfortaba y me animaba a seguir luchando por conseguir mis metas; y entonces, inspirada por la luna, daba mis mejores creaciones musicales. Tan solo de pensar en el hecho de no poder contemplar a aquel astro de plata me llenaba de tristeza.
-Cada uno de nosotros tenemos nuestra propia cruz, pues.-musité.

Mi mano se situaba sobre su miembro, el cual yo acariciaba sobre sus pantalones, mientras intercambiábamos aquellas palabras y yo divagaba en mis pensamientos, analizando mi existencia hasta el día de hoy. Había sido feliz en el pasado, mucho más de lo que podría esperar, pero mis años como inmortal habían sido una pesadilla, todos ellos pasados en soledad, aislada de los demás por mi condición. Mi raza era una raza proclibe a la relación, a tener tratos con otros vampiros, o humanos incluso, los que en mi caso se habían reducido a fornicados nocturnos con los humanos y miradas de despecho por parte de los vampiros. Anhelaba encontrar un compañero que compartiese sus horas conmigo, que me hiciera compañía de vez en cuando. Estaba harta de soledad.
Tal vez Duncan pudiera ser en parte ese compañero soñando (no me refería a un compañero sentimental, ni mucho menos, sino a alguien en quien confiar, alguien que te ayudase en tus peores momentos), a pesar de ser de una raza muy diferente a la mía.
Para que iba a negarlo, había sido un ser solitario desde mi renacer, pasando las horas con los recuerdos de una infancia perdida tras las llamas de un incendio que destruyó toda una ciudad; mis días se habían deslizado uno tras otro acompañados por los fantasmas de mi pasado, los cuales me torturaban con sus recuerdos de viejos sueños que jamás podrían cumplirse. Era el fracaso personificado.

Aquellos pensamientos provocaron que la fina barrera que contenía mis lágrimas se quebrase, rodando estas por mis mejillas, para mi gran vergüenza. A Duncan no le pasaron desapercividas, de modo que, controlando mi voz, intenté contestarle.
-No me pasa nada, son solo recuerdos-musité-Es lo que tiene haber tenido demasiado tiempo para pensar en el pasado, luego este no te deja en paz.
Me complació en parte saber que sería la primera chica a la que tomaría como concubina, por el simple hecho de que seguramente habría habido otras candidatas, pero las habría rechazado. Era halagador enterarse de que eras la primera mujer a la que llevaría a su casa y con la que estaría, además de con su esposa.
Conteniendo las demás lágrimas, mordí mis labios para acallar mis sollozos, quedándome más tranquila al poco rato.

Nunca supuse que un hombre lobo tendría tanto aguante; aunque tal vez era una idiotez por mi parte el haberme supuesto otra cosa; por mucho que pareciese humano no lo era; por lo que no podía esperar que sus límites fueran los propios que los de esa raza.

Lo que jamás imaginé era que fuesen tan hábiles en la cama, o tal vez fuera una cualidad propia de Duncan, eso ya lo desconocía. Me dejé hacer, dejé que tomase mi cuerpo mientras que yo me rendía al placer, estimulada por sus caricias y embestidas, mientras mis manos se aferraban a las sábanas revueltas como si fueran mi único asidero en aquel lugar.

Mis gemidos eran contenidos, pero aún así resonaban con fuerza, escapando entre mis labios como si fueran pequeñas aves que encuentran la salida de la jaula. Al llegar al clímax, estos se redoblaron en intensidad, si es que era posible, logrando que en la estancia resonasen con más claridad de lo que habitualmente sonaban. Era casi como si estuviese cantando, aunque de un modo muy poco convencional.
Cuando él terminó y me acurruqué a su lado, cerré los ojos, tratando de normalizar mi respiración. Y entonces...


El sonido de unas voces un tanto exaltadas me hizo volver a la realidad: las imágenes aún daban vueltas en mi cabeza, girando como si fueran un torbellino. ¿Qué me había pasado?
Seguramente sería una de esas visiones que a veces me asaltaban cuando tocaba a una persona; esas imágenes siempre me mostraban un futuro que podría suceder, aunque no con seguridad. Ignoraba las voces todavía, pensando en lo que acabab de ver, leyendo entre rayas, por decirlo de algún modo. Había visto algo que me resultaría muy útil a la hora de marcharme: había visto la ayuda que necesitaba para poder entrevistarme con el director del teatro. Si conseguía aprovechar ese pequeño resquicio que ante mí se abría, quizás pudiese abandonar el burdel cuanto antes.

Duncan hizo gesto de marcharse, pero yo no estaba dispuesta a perder semejante oportunidad. Apartando a la gente que se interponía en mi camino, llegué hasta él, agarrándole por el brazo.
-¡Espere un segundo monsieur!-dije con los ojos abiertos por la necesidad de decirle lo que se me acababa de pasar por la cabeza-¡Espere!

Ni corta ni perezosa, lo arrastré por los pasillos del burdel, hacia los pisos superiores que eran donde yo habitaba. A aquellos que se interponían en mi camino les lanzaba un rugido que poco tenía de humano, lo que lograba quitármelos de delante.
Finalmente entramos en mi dormitorio, cuya puerta cerré, apra acto seguido arrodillarme ante el hombre, que me miró sorprendido.

-Por favor-dije con un hilo de voz-Escúcheme, se lo suplico. He vivido muchos años en la miseria, deseando salir de ella de alguna manera. A veces tengo visiones del futuro, y he visto que usted puede ayudarme...-clavé mis ojos en los suyos, con determinación-¡Hable de mí al director de la Ópera! Le daré lo que quiera, el poco diero que poseo, mi propia existencia sirviéndole...

Vi como la sorpresa inical de sus ojos fue desvaneciéndose poco a poco, tal vez convencido por mis súplicas. No era habitual ver a alguien como yo de rodillas, con la cabeza postrada, pidiéndo por favor que hablasen de ella a alguien, ofreciendo dinero incluso.

Escuché las palabras con una expresión un tanto asustada... no dudaba de mi talento, y estaba segura de que mi voz le agradaría... pese a todo, sabía de sobras lo que me estaba jugando en esos mismos momentos; sabía de sobras lo que me esperaba de no conseguir deleitarle con mi voz.

Tal vez era un poco irónico que alguien cuya vida es tan miserable como era la mía, se viera reticente a convertirse en la esclava, por decirlo de algún modo, de aquel hombre. Sabía lo suficiente sobre los licántropos como para conocer su longevidad, de modo que si me veía obligada a servirle, iba a ser por más tiempo del que tal vez pudiera soportar sin enloquecer de rabia por mi vida sin sentido.

Aún estaba a tiempo, podía decirle que no había sido más que un error, y despedirme de él con una disculpa. Claro que entonces me resignaba a seguir siendo una cortesana durante más tiempo del que querría.

Recordé que mi padre siempre me dijo que era útil y necesario correr algunos riesgos; en ocasiones podríamos acabar peor que al principio, pero en otras las cosas podrían comenzar a irnos mejor.
-Acepto-musité con un hilo de voz, sabiendo que ahora mismo todo mi futuro dependía de mi voz. Esperaba que no me fallase, que no me abandonase ahora que más la necesitaba; siempre había tenido un buen registro, ¿por qué ahora no podría cantar como siempre había hecho?

Me puse de pie, manteniendo una expresión serena, pero en mi interior rugía el miedo. Pese a todo, aspiré con fuerza, alcé el rostro hacia el de él y, apretando mis manos con fuerza, comencé a cantar Der Halle Rache.

La expresión de mi rostro no podía ser más aterrada y desconcertada a un tiempo. Todo mi cuerpo temblaba ante la situación que estaba viviendo, que parecía sacada de una de mis peores pesadillas. ¿Tan mala era mi voz? ¿Tan mal cantaba? ¿Tal vez la música había dejado de fluir por mis venas, como antaño hacía?

No lo sabía, lo único que tenía claro era que mi vida iba a volverse miserable, miserable de verdad: dejaría el burdel para ser una esclava. Desde luego, lo mío no era mejorar, eso estaba claro.
Para rematar, no se parecía en nada a lo sucedido en mi visión... en ella Duncan era un correcto caballero, el cual me trataba con amabilidad dentro de lo esperado. Ahora estaba viéndolo todo sin el velo idealizado otorgado por mi mente fantasiosa.

Estaba perdida, condenada por mi impetuosidad y deseos de escapar. Debería haber cometido crímenes horribles en el pasado, del que apenas tenía recuerdos, para recibir semejante castigo, o tal vez estaba maldita por haber abrazado la inmortalidad. Ahora iba a odiar mi existencia casi eterna cada segundo que pasase, deseando encontrar una vía de escapatoria.

-No es posible...-musité, de todas formas-Fui entrenada en mi niñez, pulí mi voz mediante mucho sacrificio... ¡no puede haber sido en vano!

Como un animal acorralado me arrinconé contra la pared; seguramente era la viva imagen del espanto, con los ojos abiertos en una mirada asustada y suplicante, e intentando hacerme invisible contra la madera sobre la que me apoyaba.

-Por favor, no-imploré, mientras él se sentaba sobre una silla y me guiaba hacia él, con el horror aún sobre mis facciones-Ha de ser un error, se lo aseguro, ¡esto no puede estar pasando!

No lloraba por vergüenza, pero sentía picor en mis ojos, señal de que las lágrimas saldrían en cualquier momento. No las dejé fluir; las retuve a la fuerza. No podía llorar por algo que yo misma había provocado; conocía los riesgos que mi petición traían, y los había aceptado. No podía más que resignarme a ser una puta por el resto de mis días.

Ese pensamiento hizo que algo cambiase en mi interior, como si alguien hubiera rasgado un tejido o algo similar. Siempre había soñado con un futuro mejor, lo que me impulsaba a seguir viviendo, con la esperanza de hacerlo realidad. Ahora esos sueños jamás se cumplirían, y yo me encontraba perdida y sin un punto de referencia que encauzase el trascurrir de mi eternidad.

Derrotada y completamente desesperanzada, con la cabeza gacha y mis ojos fijos en mis pies, me acerqué a él y, con mis hábiles y expertas manos me deshice de sus pantalones, para luego hacer lo propio con mi vestido.

En mi mente no dejaban de surgir preguntas ante aquella revelación que no esperaba recibir. ¿Había rumores sobre mí? ¿Qué se susurraría por las calles de París sobre mi persona? Al parecer no deberían ser malos del todo, pues Duncan había acudido a este antro de mala muerte para comprobar si era yo... a lo mejor mi destino estaba a punto de cambiar y yo lograría remontar mi existencia por un camino más apropiado y llevadero.

-¿La dueña nos estaba siguiendo?-musité en un susurro-No comprendo que motivos puede tener para ello, aunque si esos rumores que usted ha dicho son ciertos, supongo que tendrá sospechas sobre cualquier tentativa de escape por mi parte...

Pero ya me daba igual lo que esa mujer tramase sobre mí, me importaba menos que una mota de polvo que baila en medio de un rayo de sol: iba a marcharme de este antro, iba a dejar la profesión de una vez por todas... era algo con lo que llevaba soñando gran parte de mi existencia.
-¿Se acabó todo esto?-repuse haciendo un gesto que abarcó toda la estancia-¿El tener que entregarme a borrachos hediondos y bestias?
Era una pregunta algo estúpida, pero tenía mis motivos; era la vida que prácticamente había llevado todos esos años, y que ahora tocaba a su fin, llenándome de energía renovada y nuevas esperanzas sobre un futuro mejor. Ya no tendría que agachar la cabeza, ya no tendría que ocultar mi trabajo a nadie.

-Es muy amable ofreciéndome su ayuda y su residencia, pero no quiero ser un estorbo-repuse poniéndome en pie, y dándole una leve patada al vestido, con una especie de vengativo placer, viendo como quedaba parcialmente oculto bajo mi cama. No me hacía especial ilusión ir por la ciudad únicamente vestida con mis prendas interiores y un abrigo, pero estaba dispuesta a todo por huir.

Abrí con rapidez un pequeño armario donde guardaba mis escasas posesiones, y rescaté de su interior los únicos objetos de valor que poseía: el guardapelo de mi madre y una bolsa que contenía algunas monedas que había logrado sisar a algunos clientes.
-Yo estoy dispuesta a irme en cuanto usted considere oportuno-dije con firmeza-Pero no creo que cruzar el burdel sea tarea fácil; las chicas me reconocerían.

No pude evitar fruncir el ceño mientras que Duncan se disponía a tomarme, una situación por la que se podría decir, que había pasado antes, debido a lo que había visto antes, cuando mi mano rozó la suya en la entrada del burdel.

Sin embargo, había algo distinto entre la Dianne de aquella visión (que aunque fuera soñada no había dejado de ser yo, de alguna forma) y la Dianne que ahora estaba en aquel dormitorio, echada contra la cama y dejando que un hombre se dispusiera a poseerla. Y esa diferencia era que yo ya no me consideraba una prostituta, por lo que no tenía que estar pasando por algo similar.

Sin embargo, tenía algo de miedo a que mi reticencia a negarme a acostarme con él le hiciera denegar su oferta y dejarme allí, pudriéndome en mi propia miseria.
Así pues, me dejé hacer, respondí a sus besos y le devolví las caricias, pero no me sentía del todo convencida, era como si lo que estuviera haciendo no fuese lo correcto.

No debía olvidar sus últimas palabras, que si esperaba que él le hablase de mí al director de la Ópera, tendría que complacerle. Así pues me resigné; Duncan sería mi último cliente, y el hombre que me sacaría de aquel mundo para abrirme las puertas de mi futuro.
-Está bien-musité-Le entregaré a usted mis servicios como a mi último cliente...

Dichas estas palabras, mordí su cuello con fiereza, mientras mis hábiles manos comenzaban a trazar la ruta apropiada por su cuerpo.