Extraña alianza [Gianella Massone]

Había salido esa noche en busca de algo de diversión. Después de todo el día encerrada necesitaba distraerme.

Me puse un vestido granate, con corsé anudado en la parte delantera y zapatos de tacón alto a juego. Dejé mi pelo suelto, largo hasta la cintura. Me maquillé los ojos, pintándolos de negro. Me miré en el espejo y sonreí.

Anduve perdida por las calles de Paris, notando las miradas de los transeúntes, estaba acostumbrada a ello. La belleza inmortal siempre resultaba atractiva lo que me hacía más fácil alimentarme a diario.

Me introduje en el laberinto de callejones notando cada uno de los olores que por ellos flotaban. Primaba el olor a alcohol pero había restos de perfume barato y sudor.
Continué caminando tranquilamente hasta la esquina más cercana, quedando en medio de un cruce de callejones oscuros. De uno de ellos percibí sonidos que no encajaban con el silencio general de esas horas. Entré en él y dejé que mis instintos me guiaran. Lo que antes solo eran sonidos en la lejanía ahora se iban convirtiendo en golpes y quejas de dolor.

De un salto subí grácilmente a un tejado desde el que pude contemplar la escena. Tres vampiros jóvenes atacaban a un licántropo… parecía hembra, pero no podía estar segura. No habrían pasado ni diez años desde la creación de los tres atacantes. Eran rápidos pero no sabían usar sus poderes y sus tácticas de caza dejaban mucho que desear. La loba hacía lo que podía y peleaba con fuerza e inteligencia pero los neófitos la ganaban en número y le estaban causando problemas.

Las noches eran completamente impredecibles en Paris. La mayoría de los simples humanos no sabía que convivían con criaturas adictas a la sangre que sólo se dejaban ver por las noches, con personas aparentemente normas hasta que las noches de luna llena liberaban su verdadera forma, y con congéneres que pueden cambiar libremente a diversos animales.

Eso iba para los humanos que tenían una vida aparentemente común. En cuanto a los mismos sobrenaturales, había que luchar por sobrevivir cada día sin importar en donde se estuviera. No importaba la clase social, ni la nacionalidad, ni mucho menos la edad. Una simple palabra, o el mero hecho de ser de una raza determinada provocaba constantes roces que no pocas veces se traducían en peleas que los comunes y corrientes no podían notar; y si lo notaban, se hacían parte inevitablemente de aquel conflicto, cayendo en un "silencio" eterno.

Pero esta vez fue la clásica rivalidad entre licántropos y vampiros la que estaba causando problemas, precisamente causándole problemas a la italiana de pelo negro. Tres vampiros eran sus enemigos de turno, los cuales con sus ataques casi impredecibles producto de su descontrol hacían que cada movimiento evasivo exitoso fuera casi un milagro. Aún así Gianella era capaz de contraatacar y detener al menos por unos cuantos segundos a cada monstruo, los cuales parecían buscar pelea no sólo por la enemistad natural, sino que querían el líquido vital; esto a juzgar por los colmillos completamente salidos de los tres. La loba se distanció unos metros para verlos a los tres en aquel oscuro callejón, pero un pestañeo fue movimiento suficiente para perder a uno de ellos de vista. Rápidamente se volteó y ese fue el peor error que le condenó. Todo sucedió demasiado rápido: una patada en el estómago que le hizo retroceder y en unos segundos ya estaba apresada por los dos vampiros que sí se veían y que, sin perder el tiempo clavaron sus colmillos a ambos lados del cuello de la licántropa, succionando con desesperación ante el quejido ahogado de la víctima que con todas sus fuerzas sobrehumanas trataba de liberarse. Pero eso no se quedó allí: el tercer vampiro que había desaparecido apareció frente a ella y le mordió a la altura de la vena yugular, dejando un río de sangre correr por cuerpo y suelo.

En ese momento, el ímpetu por escapar disminuyó a la misma velocidad que la sangre era drenada por aquellos tres locos que gruñían de júbilo por estar bebiendo de su enemigo natural. Los colores empezaron a hacerse todos negros, los olores empezaron a desaparecer, y los sonidos dejaron de escucharse. Los ojos azules de la loba se ennegrecieron y lentamente dejaban de cumplir su función. Realmente estaba en problemas, y no tenía a nadie que pudiera evitar ese resultado, o al menos eso pensaba ella.

Lo único que sintió en los segundos siguientes fue una cuarta presencia, un cuarto olor tan molesto como los otros tres y se maldijo una vez más. Era un vampiro y, a juzgar por su voz, una mujer. Suspiró de haber podido pero tenía tres pares de colmillos comiéndole su depósito principal de sangre en su cuello. Los notó algo intimidados por la confianza que despedía la voz de la nueva chupasangre, a pesar de que ésta no manifestaba supuestamente malas intenciones, al menos no evidentemente.

Su cuerpo cayó al suelo y de inmediato una mano fue al cuello, como si la mera presión pudiera acelerar el proceso de regeneración que se había iniciado desde el instante en que su piel fue perforada, proceso que no había conseguido sus frutos a causa del constante asedio de las piezas dentales en su carne. Aún en su estado actual, logró ponerse de pie y apoyarse en la pared a duras penas: veía extremadamente borroso y cada pestañeo era un paso más al desmayo, pero en esos momentos agradeció internamente (muy en contra de su filosofía) el ser licántropo, ya que si hubiera sido humana ya estaría con el corazón sin latirle; aunque de haber sido humana no habría tenido problemas con esos vampiros....¿o si?

Frunció el ceño y gruñió al notar que la nueva integrante a la "fiesta" en los callejones era tan o más arrogante que los vampiros normales, pero tuvo que detenerse al seco por las molestias que le seguían sacudiendo. ¿Su territorio? ¿Qué se creía? Si no tuviera tan poca sangre ya le hubiera enseñado una cosa o dos igual que a los otros enemigos, pero en vistas a que la desventaja numérica era evidente, prefirió restarse estratégicamente a la causa. Le miró de reojo y luego a sus actuales tres contrincantes ya satisfechos de su sed de sangre, pero ahora completamente hambrientos de muerte.

En unos cuantos movimientos veloces combinados con fuerza y precisión la vampira se deshizo de sus oponentes, lo que no provocó la reacción tan ensayada en el común de la gente de dar las gracias como si estuvieran ante el mismísimo dios en que ellos creían o aterrorizarse creyendo que serían la próxima víctima y dejarían de ver la luz del sol. Gianella no creía en nada de eso, sólo había resentimiento, y uno muy profundo hacia la mujer de caminar rimbombante. Ese mismo resentimiento era el que le mantenía con el dolor generalizado de su cuerpo y con la poca sangre que le quedaba ardiendo, pero parecía que ésta se perdía tan rápido como si se evaporara, lo que dejaba a la loba en una situación extremadamente crítica.

Cayó de rodillas sorpresivamente sin dejar de tocarse el cuello , presionándolo con todas sus fuerzas para que la regeneración por arte de magia fuera más rápida, pero sólo conseguía tensarse y estresarse más ante su inminente final que podía ser tanto como por causa de las mordidas anteriormente recibidas como por esa vampira que se seguía acercando con una sensación de ser totalmente impredecible. Le miró a los ojos con furia y se puso de pie con un esfuerzo tan sobrehumano como su habilidad, colocándose en lo que se podría decir que era una posición de combate, lista para enfrentar sus según ella últimos instantes de vida, jadeando con los ojos entrecerrados que demostraban una seguridad y una terquedad a toda prueba.

- Si quieres pelea... te la...daré... - murmuró liberando el aire de sus pulmones con un soplido en el que parecía írsele toda su vida, y maldijo a su cuerpo internamente porque volvió a caer, pero alcanzó a apoyar una de sus manos débilmente para no golpearse la cabeza y no hacer más humillante ese momento. - No voy...no voy...a...huir.... - dijo más para ella que para su acompañante, y le volvió a mirar, incorporándose una vez más lista para pelear, aunque su cuerpo claramente estuviera al borde del colapso absoluto.