Cena de Media Noche [Daniil Stravinsky]

De pronto se vio corriendo, o a punto de hacerlo, por los pasillos de una casa desconocida, de la mano de su alumna y la escena le pareció tan divertidamente ridícula que comenzó a reír mientras trataba de seguirle el paso a la joven y a la vez empaparse de algo de los al rededores, de lo que tenía tiempo de observar pues avanzaban rápido. Se detuvo cuando ella lo hizo, apenas unos centímetros para no chocar con su anfitriona y justo a tiempo para observar el jardín que se desplegaba frente a él. La miró y asintió, era de su agrado, y ahora con paso más lento se adentraron en terrenos de aquel vergel.

La siguió de cerca hasta que llegaron a aquel juego diseñado para niños pero que, sin embargo, le había encantado que Carmmine tuviera en ese oasis personal en medio de la agitada París. Tomó asiento como se le pidió y esperó a que ella lo hiciera, sin embargo pidió que la esperara y se fue. Ahí sentado en el columpio asió con fuerza las cuerdas que le permitían movilidad y miró la bóveda celeste contando estrellas al azar mientras esperaba, comenzó a balancearse, no pudo evitarlo, pero sin despegar los pies del suelo, apenas un vaivén hasta que vio que Carmmine regresaba y se detuvo, ya se imaginaba lo irrisorio que se veía él a sus aparentes 40 años de ese modo en el columpio.

La observó detenidamente, ella vestía un gesto inocente, casi infantil, acentuado por sus manos en la espalda evidentemente ocultando algo. Se preguntó si así se sentiría ser un padre, nunca lo sabría y nunca se lo había preguntado hasta ese momento. Su expresión era expectante y se mantenía del mismo modo, en el columpio y sujetado de las sogas hasta que finalmente ella descubrió lo que traía.

Alzó ambas cejas y se soltó del columpio para recibir el presente, lo observó por algunos segundos y luego alzó la mirada para cruzar sus ojos con los de su pupila.

-Gracias –dijo sin más, algo trillado, lo sabía, pero qué le iba a hacer, él era un hombre trillado-, es más de lo que tú crees –aclaró cuando ella dijo que no era mucho. Era mucho, más de lo que merecía, sintió, pues no había hecho nada realmente como para merecer una atención así, le agradaban las cosas sencillas, y las plantas, y qué mejor aquella proveniente de oriente-, esto se verá bien en mi escritorio –le sonrió de tal modo que sus ojos quedaron cerrados-, yo… -se quedó pensativo algunos momentos, estaba profundamente conmovido-, yo no tengo un regalo para ti –admitió avergonzado, no lo había considerado y ahora se daba cuenta que no hubiese sido una mala idea en absoluto.

La imagen era curiosa, él sentado en el columpio con la pequeña maceta entre las manos y ella de pie frente a él con expresión indescifrable, aunque Daniil le quiso atribuir agradecimiento.

-Pero siéntate –le pidió después, medio riendo pues él era el invitado, era solamente que requería su compañía ahí a su lado.

Spoiler:

Y luego ella se tomaba aquel atrevimiento de besarlo, Daniil cerró los ojos sólo un segundo, en el momento preciso que los labios de su alumna hacían contacto con su piel. Cuando ella tomó asiento a su lado él se quedó fijo en la maceta entre sus manos observando la planta depositada dentro con inusitado interés. Asintió como una respuesta a una pregunta no formulada, o simplemente le estaba concediendo la razón, aunque estuvo seguro que en aquella noche en el muelle, si no hubiese sido él hubiera sido otro.

-Sólo estuve en el lugar correcto en el momento justo –alzó la mirada y se giró para verla ahí a su lado en el juego infantil, no quería darse importancia que no le correspondía. Cuando ella señaló aquel punto en la glorieta y explicó él simplemente sonrió de lado.

-Pero para ser buenos en algo sólo la práctica nos concede ese don –dijo –nadie nace sabiendo nada -complementó-, en oriente la jardinería es una práctica común para meditar –apuntó luego recordando a los viejos sabios del extremo este, de los que había aprendido algunas cosas, también en parte para que Carmmine no se desanimara, era una terrible pero igualmente hermosa ironía pensar que ellos, siendo lo que eran, podían ser creadores de vida con las manos frías que delataban su naturaleza.

Se quedó pensativo, mirando los botones de clavel a la distancia, seguro que florecerían a pesar de lo deficiente que hubiese sido su colocación en el suelo, si algo debían aprender de la naturaleza era de lo perseverante que podía llegar a ser a veces. Giró la vista hacia la joven cuando ésta volvió a hablar, parpadeó un par de veces sin entender del todo lo que le decía para luego reír al comprender.

-No tienes de qué disculparte –le dejó en claro –al menos puedo decir que una hermosa mujer me ha besado –bromeó guiñándole. Su risa poco a poco fue apagándose y finalmente suspiró, no entendía por qué a veces a la gente le costaba expresarse, y por qué él siendo un vampiro tenía que comportarse frío, cuando no lo era en realidad, su piel podía ser helada, pero por dentro era cálido, aunque demasiado atribulado para poder verlo en ocasiones.

-Antes que tu maestro, o a la par mejor dicho, quiero ser tu amigo –aclaró volviendo a fijar la mirada en el presente que su alumna (y amiga, quería agregar) le había hecho-, así que no debería haber esta… -la miró de nuevo, separó una mano de la maceta y señaló la distancia que había entre ambos –especie de respeto hacia mí, no lo merezco de todos modos –rió ante eso último, siempre era insistente en ese punto, con quien fuera, como médico era normal que la gente le tuviera esa admiración y él con ahínco se encargaba de decir hasta el cansancio que no lo hicieran, lo hacía sentir incómodo recibir una atención como esa.

Entre ambos reinó un silencio, pero estaba lejos de ser incómodo, era más bien reconfortante, aunque tenían poco tiempo de conocerse, en medio de aquel mar de calma en el que navegaban le llegó la sensación de que la conocía de más tiempo, miraba alternadamente la planta en la maceta y el cielo nocturno que los bañaba con la luz mustia de la luna y las estrellas, un cielo convenientemente despejado para servir de marco a esa conversación que parecía mundana pero en los pequeños detalles dejaba claro su importancia para ambos vampiros.

La sintió recargarse en su hombro y ambos se balancearon por el movimiento, cerró los ojos y dibujó una sonrisa inconsciente al sentir la cercanía, entre ambos siempre era el respeto mutuo y eso los obligaba, sin querer, a mantener una distancia ponderable, pero que nadie había pedido, le alegraba que fuera ella quien la rompiera de pronto y sin pedirle permiso, él nunca hubiera adivinado cuándo era el momento correcto de hacerlo, ahora que llegaba, se daba cuenta que daba igual. Escucharla pronunciar su nombre fue un shock diferente, era la primera vez que lo hacía y se sintió bien, un sentimiento cálido y conocido (aunque de momento no pudo nombrarlo) le inundó el pecho, si quedaba alguna duda cuando ella se acercó para posar su cabeza en su hombro, toda incertidumbre se vino abajo con eso último.

-Todo es mutante, incluso las costumbres –suspiró y soltó una risa breve, eligiendo a la perfección sus palabras: “mutante”; que muda sin dejar de ser lo que siempre ha sido –Carmmine –concluyó con firmeza, como si hubiera estado esperando el momento de decirle su nombre, incluso sonó ensayado, como si antes se hubiera puesto de pie en un salón y se hubiera dedicado a decir el nombre de la joven, para que llegado el momento éste fluyera con pronunciación perfecta, quiso regresarle el favor y honor. El nombre es arquetipo de la cosa, dijo un desvergonzado poeta alguna vez.

Con los pies fijos en la tierra comenzó un vaivén en el columpio, apenas perceptible, más como un arrullo, nuevamente ahí estaba, el silencio que era suave y reparador. Miró de reojo a su alumna descansando en su hombro, suponía que eso era lo más parecido al sentimiento de ser padre que iba a ser capaz de experimentar jamás y por ello quería prolongar el momento y guardar el recuerdo celosamente.

-Cuéntame más de este jardín –pidió rompiendo abruptamente el sigilo que ambos guardaban –o de lo que tú quieras –agregó, su tono fue vago y calmo, como si supiera de antemano que con una pregunta tan abierta iba a ser capaz de conocerla mejor, tal vez así era o tal vez sólo era la sensación que quería dar. Sus manos se mantenían firmes sosteniendo la maceta, con tanta fuerza que parecía que estaba temiendo que aquel objeto inanimado en cualquier momento iba a querer escaparse.

Sintió que la había sacado de un profundo sueño y mentalmente se regañó, quizá era mejor de ese modo, ambos con sus propios diálogos internos, midiendo la magnitud de sus actos y palabras, sopesando su vida entera, pero no, sacudió la cabeza borrando esos pensamientos, si estaba ahí esa noche era para llegar a conocerse mejor, en un plano diferente, en otra tesitura de conversación, no como solían hacerlo, él frente a ella hablando de filósofos, estrellas e historias, esta vez era momento de exponer sus pensamientos, de contar sus relatos, posiblemente también soltar algún secreto que estuviera aguardando ahí para ser liberado.

La sintió separarse y la miró de soslayo, aunque ya no había contacto no tuvo la sensación de abandono que creyó tendría una vez que ella decidiera que ya no lo quería como almohada, como si el sencillo acto de hablarse por su nombre hubiera construido entre ambos un lazo mayor y más profundo. Hablarse por su nombre fue el acto simbólico, lo que había pasado era intangible e indefinible, pero trascendental para ambos.

El silencio que ella guardó era obvio indicio de que trató de buscar algo que contarle, sin embargo, había decidido que no, que prefería saber algo sobre él, Daniil rió brevemente, más como un suspiro, y dejó sobre su rostro una sonrisa que parecía nunca abandonarlo.

-Salvar vidas es un negocio de mucho riesgo –se giró para verla –pero satisfactorio, la gente se acerca a ti, te guarda un respeto inmerecido y deposita toda su confianza, es mucha presión pero cuando las cosas salen bien… -su voz se diluyó como tinta en un vaso de agua –cuando las cosas salen bien nada se puede comparar a esa sensación de haberle dado más días a alguien, cuando un ser querido muere, algo muere también dentro de las personas que lo rodeaban, así que no sólo salvo vidas de mis pacientes, sino también de sus familiares y amigos… -platicó, siempre se lo había dicho internamente pero nunca lo había expuesto de ese modo tan tácito, eso de lo que hablaba lo sabía bien porque él mismo sentía que algo grande e importante había muerto en él cuando su familia fue asesinada-, recibir a un recién nacido –continuó –es diferente, no menos satisfactorio, escuchar su llanto, sentir sus pequeñas manos, dárselo a su madre para que lo cargue por primera vez… -de nueva cuenta se detuvo para hacer sus propias reflexiones –es irónico, mi deber es preservar la vida –agachó la mirada –pero debo quitarla para sobrevivir –suspiró y se quedó callado mirando el regalo de su alumna.

-Pero dime… -se recuperó para poder continuar con la conversación –cuando tú eras niña, supongo, tenías sueños, ¿qué querías hacer? –sabía que las oportunidades y posibilidades para una mujer en aquella época eran reducidas pero si provenías de las clases altas el abanico se extendía un poco más, muchas mujeres se decantaban por las bellas artes, otras tantas por el estudio del pensamiento, algunas más, las más osadas, a terrenos dominados por el género masculino, quería saber con qué soñaba Carmmine cuando era pequeña, porque incluso él, con sus años, recordaba a la perfección que desde niño quiso ser doctor.

Boqueó un “ah” casi irónico seguido de una sonrisa triste cuando ella lo llamó valiente. Perseverante era, estaba consciente, pero valiente… eso lo ponía en duda, quizá le habían dicho lo contrario tantas veces en aquella corte herética donde se hizo vampiro que había terminado por creérselo, no había nada valeroso en él, había tomado la más cobarde de las decisiones, incluso antes de ser vampiro había visto salidas fáciles a su melancolía permanente, eso, sabía bien, era todo lo contrario a la valentía. Asintió después con entendimiento, concediéndole la razón.

-Muchos en nuestra condición –usó sus mismas exactas palabras –olvidan lo que fueron, y aunque no lo creas, los envidio –la miró con gesto suspicaz –ser como soy no es sencillo, no termino de ser vampiro y humano ya no soy, eso es seguro, me quedé en una especie de limbo –rió, aunque parecía que lo hacía más para sí mismo, como si riera de una broma privada, a veces creía que al reír de su propia desgracia era indicio de que se estaba volviendo loco.

Había muchas cosas en su existencia que no terminaban de cuadrar y esa que había proferido era una. Quien lo viera pensaría que se trata de un hombre, muy pálido tal vez, pero hombre, un humano cuyo corazón aún bombea sangre y su alma se encuentra intacta, un hombre amable y cándido, pero quien se atreviera a observarlo a los ojos en ellos notaría la realidad, no sólo de su condición como vampiro, sino de su consternado existir y su triste deambular por la vida y no vida. Sacudió la cabeza borrando aquellos pensamientos que, aunque no lo aceptara, eran demasiado recurrentes, puso atención a la respuesta que le brindaba su alumna y supo que había vuelto a tocar un tema sensible. Cerró los ojos y suspiró, supuso que eran las almas más atormentadas las que terminaban como ellos dos, con una sed de sangre más allá de lo humano y los días infinitos en el futuro.

-¿Y ahora? –le preguntó con una sonrisa sincera mientras se giraba a verla-, ¿tienes algún sueño? –la pregunta le vino natural, casi obvia, hecha en un reflejo y sin reflexionarse, aunque le parecía que era aún más interesante que la anterior, y se preguntó lo mismo mentalmente. Cómo un hombre tan desesperanzado como él podía soñar aún, un hombre que ya no era un hombre. ¿Los monstruos podían soñar?, se cuestionó y sin querer apretó las manos que sostenían el regalo, se detuvo el momento previo de provocar daño real en la maceta, no podía permitir dañar aquel presente, no por su valor per se, sino por lo que significaba.

Miró al cielo una vez más, en las estrellas no encontraba indicios del futuro como muchos creían, sólo sosiego que era en realidad lo que más necesitaba.

-Yo, por ejemplo –se decidió a contarle algo para que ella se animara a responder aquella pregunta de carácter tan personar –quiero visitar el nuevo mundo –pensó que, con asentamientos de población tan pequeños aún, el cielo nocturno debía ser más impresionante de lo que se podía ver en la ciudad francesa, más como los llegó a contemplar en los Cárpatos cuando estuvo en esa zona del mapa.

Desde que la había rescatado en el muelle supo que ambos no eran tan diferente, no en lo importante al menos, por eso, después de todo, se había decidido a ayudarla sin imaginarse que a futuro se encontraría con ella de ese modo como esa noche estaban, meciéndose sutilmente en un juego confeccionado para niños, hablando de todo y nada, él con un regalo que ella le había hecho entre las manos y contándose sus sueños.

Sonrió de lado al escuchar su respuesta, tan vaga que podía ser digna de él que acostumbraba a hablar con esa imprecisión cuando no quería dar una respuesta concreta, pero lo que decía inherentemente era apabullante.

-Eso es muy inteligente –la miró girando un poco el rostro para poder contemplarla mejor-, porque, qué seríamos sin sueños, ¿no? –y se dio cuenta de lo que estaba diciendo, había pronunciado esas palabras con total alevosía, qué serían sin sueño, sí, pero hablaba como si ambos aún pudieran ser muertos de maneras sencillas, como si ambos aun poseyeran almas; siempre se había preguntado, cuando hablaba de sueños y demás, si él, siendo lo que era tenía derecho a hacer algo tan profundamente humano como visualizar cosas a futuro, tener fe y eso, soñar.

Rió cuando ella se ofreció para acompañarlo. Ir al nuevo mundo era algo que siempre se había imaginado, haría con su amigo, con su único amigo, y si no lo había concretado era por eso mismo, por la distancia que ahora mismo imperaba entre ambos pero que esperaba dentro de poco la veda acabara. Ir a un sitio que en su nombre lo dice todo era la promesa de empezar de cero, de no tener nombre ni pasado, se alguien nuevo, por eso el nuevo mundo era su santo grial, un sitio al que iría sólo cuando tuviera todos los cabos unidos en Europa.

-Me encantaría que me acompañaras, sería una aventura interesante –la nueva posibilidad de viajar con ella sonaba igualmente encantadora y ahora no la descartaba-, ser como somos nos da bastante tiempo libre –agregó bromeando.

De pronto y de la nada se puso de pie dando un saltito, haciéndolo lucir ridículo, a sus años y con esas actitudes dignas de un infante, luego se giró para verla.

-Si mal no recuerdo dejamos pendientes una serie de postres –rió, aunque el sabor de la comida había perdido su encanto cuando perdió sus días de mortal, le gustaba deleitarse con el aroma, y probarla de vez en cuando, recordándole esos días en los que los rayos del sol lo cobijaban, ofreció su mano para que ella lo imitara y se pusiera de pie para luego ingresar de nuevo a la casa.

Era increíble, si se detenía a pensar, como en tan poco tiempo, en tan sólo unas horas, había conseguido derribar las barreras que en semanas no había conseguido derruir, claro que dicho avance era gracias a Carmmine y no a él que a la fecha, con los siglos a cuestas y la experiencia de su lado, seguía con una terrible incapacidad social en donde reía nerviosamente ante la sola mención de una de sus cualidades, considerando que exageraban. Al ponerse de pie y luego que ella lo imitara comenzó a avanzar, dejándose guiar por su anfitriona aunque ambos iban hombro con hombro y ella asida de su brazo, la miraba de vez en cuando y sonreía porque se sentía cómodo como pocas veces, era un solitario y pocas personas lograban labrar su nombre en su confianza, cierto era que tenía una muy peculiar y especial debilidad por las damas, cosa que él no entendía pues se consideraba un tipo demasiado promedio como para llamar la atención, pero una vez que entablaba una conversación con una, la mujer en cuestión parecía encantada, no era algo que hiciera apropósito, era algo que le venía natural.

-¡Oh!, ¿cocinas? –dijo con algo de sorpresa y broma, soltando una risa contenida y mirando una vez más a su alumna-, interesante, tienes muchas habilidades que yo desconocía… -pausó para tomar aire tras la risa –yo soy malo para la cocina aunque –reflexionó –soy malo para muchas cosas en realidad –dijo con desenfado, como si aceptar ese hecho fuese lo más normal del mundo, porque de hecho no lo atormentaba, tenía muchos demonios pero saberse torpe para muchas áreas no era uno, por eso era, después de todo, su viaje, para aprender y mejorar.

Ingresaron a la casa y luego al salón donde ya estaba dispuesta una mesa que les daba la bienvenida, rompieron el contacto y se sentaron en una esquina de la mesa para quedar más cerca considerando el tamaño de aquel mueble.

-Creo que té estará bien –respondió a la pregunta y sonrió entrelazando las manos sobre la superficie de la mesa-. Inteligente y sabes de repostería, quien sea el afortunado se quedará con una mujer excepcional –desde luego lo decía con algo de broma, aunque en verdad creía que era una mujer excepcional y que merecía ser amada y respetada, no sólo por su habilidad en la repostería, sino por todo, era el paquete completo-, pues bien, veamos si adivino cuáles hiciste tú –miró a su alumna con suspicacia listo para degustar lo que esa noche le tenía preparado.

Sin duda un ejercicio tan mundano como el que iban a llevar a cabo les brindaría un sentimiento de normalidad a sus vidas que eran todo, menos normales. Si algo apreciaba el viejo médico eran ese tipo de detalles, ínfimos y que si no les prestas la atención debida pasan desapercibidos, es en esos pequeños detalles que podía ver la verdadera belleza de la vida, o no vida, en comer pasteles con una chica tan adorable como Carmmine.

Tamborileó con sus dedos sobre la mesa mientras esperaba el té y a su alumna, desde luego. Observó todo a su alrededor, creía que el hogar de un individuo decía mucho sobre éste, sin embargo le costó trabajo poder armar una historia personal con esta casa en particular, quizá porque la conocía le era más complicado, o porque de hecho era difícil de leer; no importaba, Carmmine regresaba con todo dispuesto en una charola, le sonrió agradecido al verla aproximarse a él. Negó con la cabeza cuando ella mostró estar preocupada por haber tardado mucho o no, fue bastante ágil pero estaba de más decirlo.

Observó sus movimientos mientras disponía las tazas y platos enfrente de ellos, estudiándola con atención, sus ligereza al moverse le recordaba la que había visto en la aristocracia alguna vez, porque aunque no le gustara ese ambiente, se había tenido que desenvolver en él por necesidad más que por gusto, y estaba la belleza que su pupila tenía, no estaba seguro si ella estaba verdaderamente consciente de la dimensión de tal virtud de la cual era poseedora, pero era verdad, entornó los ojos un poco para dibujar en su mente cada rasgo que ella poseía.

-Gracias –dijo cuando estuvo todo listo y miró los postres que ella ahora develaba frente a él, cerró los cerró unos momentos para captar el aroma de cada uno de ellos, hacía mucho tiempo desde que el perfume dulce de las frutas y la repostería invadía su sistema respiratorio y se sentía bien, una ráfaga de recuerdos vinieron a él, de cuando era humano y degustaba pasteles y tartas en casa de sus padres, no sabía, hasta ese momento, lo mucho que lo había extrañado, esa sensación parecida a estar en su hogar. Y por hogar, desde luego, se refería a su casa en Nóvgorod, con sus padres y hermana. Abrió los ojos cuando sintió que era peligroso seguir recordando, pero no cabía duda que la memoria era traicionera, no sólo las imágenes tenían ese efecto, los aromas e incluso las texturas también.

Escuchó con atención de qué se trataba cada postre y posaba su mirada en cada una de las tartas cuando eran nombradas, luego las observó todas pensando cuál quería probar primero, levantó la vista para ver a Carmmine y sonrió.

-Podemos empezar por la de chocolate y fresas –dijo como afirmación aunque había un cierto toque de pregunta en su entonación, la combinación de ambos sabores, de sólo imaginarla, le pareció demasiado atrayente como para dejarla pasar como primera opción esa noche, miró a su alumna como un chiquillo expectante. Desde que era vampiro nada le sabía remotamente parecido a la sangre, no podía negar lo que era y lo que lo movía, y era el líquido vital lo único que realmente le llenaba el paladar ahora, sin embargo, cuando se presentaban estas oportunidades le gustaba disfrutarlas, recordar lo que era comer como un simple mortal, saborear la multitud de sabores sobre su lengua, aquellos que distaban del característico gusto a hierro y sal de la sangre.

Ahora le quedaba aquel divertido reto por delante, quería creer que sería capaz de adivinar cuáles de esos postres habían sido obra de su alumna y cuáles no, aunque fallara, sería entretenido y tendría oportunidad de gozar aquel placer tan sencillo, ambos se divertirían y después de todo, ese era el meollo de aquella cena nocturna, cortar por un rato la relación maestro-estudiante y ser simplemente ellos. Cuando se tenían tantos años era fácil olvidar los gustos mundanos, se alegraba haberse topado con esta chica aquella noche, haberla ayudado, y estar esa noche ahí, jugando ese juego que lucía tonto, y tal vez lo era, pero le ayudaba a mantenerse terrenal.

Observó los movimientos de Carmmine con atención desmedida, pero todo era vagamente familiar y eso lo apocaba y lo alegraba en igual medida, lo que sólo lograba confundirlo. Tenía que dejar de ser víctima de sus recuerdos, pero le parecía tarea imposible, no cuando de pronto tuvo aquella regresión en el tiempo. Lo único que logró sacarlo de su estupor fue la actitud dubitativa de su alumna, temiendo no haberse expresado bien, quizá había dicho algo en ruso, causa de de pronto haberse sentido en la humilde casa en Nóvgorod en la que creció, pero al ver que finalmente cortaba un trozo de tarta de fresas con chocolate supo que su ensoñación no se había apoderado de él completamente.

Sonrió en dirección a la chica cuando el plato estuvo frente a él, espero a que ella hiciera lo mismo y tomara asiento para comenzar; volvió a notar que dudaba y no entendía muy bien el por qué. Entornó los ojos tratando de descifrar en su rostro y movimientos aquella actitud, pero simplemente no pudo y supuso que era inútil seguir intentándolo, que tal vez sería mejor preguntar, pero por ahora callaría.

Tomó la pequeña cuchara para postre cuando ella tuvo su plato con su respectiva rebanada, la escuchó y la miró con ambas cejas levantadas, pero no respondió de inmediato. Tomó una porción de tarta y la llevó a su boca, pero desde que la acercó a su rostro el olor volvió a atacarlo con mil recuerdos, simplemente el olor de las fresas le recordaba como nada a su pequeña hermana, que causa de cómo se dieron las cosas, siempre sería eso, su pequeña hermana. Pero no se dejó maniatar por los recuerdos otra vez y en cuanto pudo llevó la cuchara a la boca.

Cerró los ojos en cuanto los sabores empezaron a derretirse en su paladar, casi había olvidado lo bien que sabía todo eso y por ello, estaría siempre agradecido con Carmmine. Así se mantuvo unos segundos, con los ojos cerrados y disfrutando los sabores en su boca, recordando, tratando de no hacerlo, pero no ganando esa batalla. Finalmente abrió los ojos y observó a su alumna para luego reír e ir por una segunda cucharada.

-Felicitaciones al chef –dijo, aún no sabía si había sido obra de ella o no, y tal vez ya no importaba del todo, aunque era divertido-, no te preocupes, si el resto de los postres son la mitad de deliciosos que este, es demasiado –miró la mesa repleta de tartas adornadas, coloridas por la fruta –aunque no creo poder con todo –volvió a reír nervioso y luego se llevó la cuchara a la boca para callarse, para dejar de decir tantas tonterías. Así una o dos veces más hasta que movió los ojos para poder observarla, ver si lo imitaba o sólo estaba atenta a sus movimientos.

-Pareces… -comenzó –distraída –dijo a falta de una mejor palabras, olvidándose del postre que degustaba, dejando la pequeña cuchara de lado, quería saber qué pasaba por la cabeza de su pupila, pero no estaba en él la última decisión. Si ella quería decirle o no, era asunto que atañía a la joven y sólo a ella.

La sensación de la porcelana entre sus dedos, extrañamente lo tranquilizaba, le producía sosiego que tanto necesitaba y anhelaba, pero era mucho más que eso, era lo que Carmmine producía en él, una singular calma. Le sonrió para luego darle un sorbo al té, demasiado caliente para su gusto pero no dijo nada, la lengua sanaría en pocos minutos, luego rodeó la taza con ambas manos en lo que esperaba que se enfriara un poco, que aquel calor del líquido hirviendo quitara un poco, tan sólo un poco el frío que siempre imperaba sobre su cuerpo. Observó los movimientos de su anfitriona sin decir palabra alguna, asintiendo sólo ante sus palabras, no muy seguro de qué responder. En su lugar, se llevó de nuevo la pequeña cuchara para postre con una nueva porción de éste.

La respuesta de Carmmine lo dejó sorprendido por algunos segundos, segundos que sirvieron para que los sabores de la tarta se derritieran en su paladar. Quizá era el azúcar que estaba consumiendo, o las palabras de su alumna, pero algo provocó que una fuerte sensación invadiera su pecho, pero era distinta a lo que siempre lo aquejaba, esta vez no había nada aciago, nada terrible en lo que sentía. Comprendía las palabras que ella había pronunciado, y le hubiese gustado decir algo, un “yo también” hubiese venido bien, pero qué tan cliché y predecible era eso. Sólo estiró el brazo, dejando el pequeño utensilio de metal a un lado y apretó el antebrazo de ella mientras dibujaba una sonrisa tímida en su rostro, una con la que pretendía decirle eso que con palabras no pudo.

Parecía casi ajeno a él el concepto de “un hogar”, pues desde que era lo que negligentemente decidió ser, nada podía ser llamado así. ¿El castillo de la duquesa recién fue transformado?, ¿la compañía de Mihai?, ¿Nóvgorod?, ¿París?, todo se sentía como un lugar para ser y estar, pero nada terminaba por serlo, tenía que formarse la imagen mental de un hogar con los retazos de todo eso, y con los restos de recuerdos tan lejanos que parecían deslavados y polvorientos.

-Crear nuevos recuerdos –repitió pero dejando de lado ese tono dubitativo que creyó escuchar en ella, lo dijo como una afirmación mirando de pronto el líquido turbio y caliente contenido en su taza como si fuera la cosa más interesante del mundo, alzó la vista luego y la miró –sin olvidar lo que alguna vez fuimos, ya lo dijo un escritor… me gustaría recordar qué escritor –río –hay que conocer el pasado para entender el presente y mejorar el futuro –se sintió un padre que le da consejos a una hija, y se sintió bien pero luego regresó a ser él, el que no se cree listo para nada y se pregunto si aquel rol le sentaría bien, no sólo a él, sino a ella, a ambos.

Aunque no se sentía preparado, como solía no sentirse preparado para muchas otras cosas, quiso imaginarse que sí, que le sentaría bien a ambos. Él nunca conoció lo que era sentir ese amor incondicional por un hijo, quizá por eso quería proteger a toda aquella alma vulnerable que se topaba en el camino. Estaba trunco en más de un sentido, roto desde que había nacido, no ser padre era otra faceta más en ese remedo de hombre en el que se había convertido, que siempre fue. Echarle la culpa a los años resultaba fácil, pero sabía que antes de todo, de ese punto de quiebre que lo transformó en un inmortal, ya era perfectible con ningún hombre que hubiese pisado la tierra.

-¿Tú qué dices? –le preguntaba ahora su opinión, aunque parecía sólo una mala muletilla para no hacer notar el repentino (pero demasiado común en él) ataque de melancolía. Por esa noche, por sentirse en casa, por lo agradecido que estaba, por tomar un nuevo papel tal vez, por todo.