AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Cena de Media Noche [Daniil Stravinsky]
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Cena de Media Noche [Daniil Stravinsky]
Recuerdo del primer mensaje :
Ya todo estaba listo, solo debía esperar que el funesto reloj del salón marcara la media noche, una hora sin duda romántica más aun para una cena. Durante en día la mansión estuvo llena de movimiento de los pocos sirvientes que trabajaban en el lugar, haciendo los últimos preparativos, aunque la dueña de casa estuviese indispuesta a esas horas.
Era sin duda una ocasión importarte, la primera visita formal que recibía en su nuevo hogar. Había invitado a su maestro hace unos días, por lo tanto las cosas debían salir de la mejor forma posible, ya que, cual niña pequeña, quería causarle una buena impresión a quien había sido la primera persona en acogerla cuando llegó a esta ciudad de luces. Tenía mucho que agradecer, esta sería una noche donde las lecciones quedarían de lado para dar paso a una plática más cercana y personal.
- Ahora solo queda esperar – suspiró Carmmine mientras terminaba de peinar su cabello que ahora lucía lleno de rizos perfectamente definidos.
Estaba sin duda nerviosa, y es que no existía un manual de protocolo para preparar una cena para un inmortal. Aunque al oír aquella frase lo primero que se le viene a la mente es la dantesca escena de un vampiro tomando la sangre, y la vida, de un incauto mortal. Pero no, tanto ella como su maestro compartían un grado de ética que les hacía aborrecer ese tipo de actos, y que personalmente a ella le generaba grandes problemas en su consciencia cuando se dejaba llevar por aquellos impulsos.
Era por lo tanto, una cena simbólica. Podrían beber de los finos licores que había mandado a traer días antes y saborear el aroma de los dulces y pasteles que hacía poco había ido a buscar personalmente a la pastelería en el centro de la ciudad. Y es que estos últimos, eran un toque muy personal, una de las pocas cosas que desde que era una joven mortal no habían dejado de gustarle.
En esos pensamientos se perdía cuando escuchó el sonido de un carruaje entrando a su propiedad, resonaba acercándose el sonido de las piedras que adornaban en camino hasta la entrada principal. Sin duda era él, su maestro. Debía apresurarse para abrir las grandes puertas personalmente, ya que de noche los sirvientes tenían prohibida la entrada a la casa principal salvo que la señorita Carmmine ordenara lo contrario.
Bajó corriendo las hermosas escaleras de mármol, haciendo que sus zapatos de tacón dieran aviso de su presencia con el eco que rebotaba en las cálidas paredes. Era un signo de su nerviosismo, parecía una adolescente otra vez.
Era sin duda una ocasión importarte, la primera visita formal que recibía en su nuevo hogar. Había invitado a su maestro hace unos días, por lo tanto las cosas debían salir de la mejor forma posible, ya que, cual niña pequeña, quería causarle una buena impresión a quien había sido la primera persona en acogerla cuando llegó a esta ciudad de luces. Tenía mucho que agradecer, esta sería una noche donde las lecciones quedarían de lado para dar paso a una plática más cercana y personal.
- Ahora solo queda esperar – suspiró Carmmine mientras terminaba de peinar su cabello que ahora lucía lleno de rizos perfectamente definidos.
Estaba sin duda nerviosa, y es que no existía un manual de protocolo para preparar una cena para un inmortal. Aunque al oír aquella frase lo primero que se le viene a la mente es la dantesca escena de un vampiro tomando la sangre, y la vida, de un incauto mortal. Pero no, tanto ella como su maestro compartían un grado de ética que les hacía aborrecer ese tipo de actos, y que personalmente a ella le generaba grandes problemas en su consciencia cuando se dejaba llevar por aquellos impulsos.
Era por lo tanto, una cena simbólica. Podrían beber de los finos licores que había mandado a traer días antes y saborear el aroma de los dulces y pasteles que hacía poco había ido a buscar personalmente a la pastelería en el centro de la ciudad. Y es que estos últimos, eran un toque muy personal, una de las pocas cosas que desde que era una joven mortal no habían dejado de gustarle.
En esos pensamientos se perdía cuando escuchó el sonido de un carruaje entrando a su propiedad, resonaba acercándose el sonido de las piedras que adornaban en camino hasta la entrada principal. Sin duda era él, su maestro. Debía apresurarse para abrir las grandes puertas personalmente, ya que de noche los sirvientes tenían prohibida la entrada a la casa principal salvo que la señorita Carmmine ordenara lo contrario.
Bajó corriendo las hermosas escaleras de mármol, haciendo que sus zapatos de tacón dieran aviso de su presencia con el eco que rebotaba en las cálidas paredes. Era un signo de su nerviosismo, parecía una adolescente otra vez.
Carmmine Von Misson- Vampiro Clase Alta
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Re: Cena de Media Noche [Daniil Stravinsky]
Por un momento quiso frotarse los brazos para reconfortarse un poco a ella misma, pero había un dejo de modales que no podía perder ni siquiera aunque la situación le diera tan licencia, solo quedó con la espalda perfectamente erguida y mirando a su maestro hasta que sintió su acogedora mano respondiendo tácitamente a su pregunta. Tal vez la idea estuviese formulada de una forma demasiado simple, pero decía que era necesario, porque en un momento como aquel no tenía ni la más mínima intención de complicar aún más su existencia con hilos e hilos de ideas que acabaran armando telarañas difíciles de interpretar. No hacía falta, bastaba con los gestos y las miradas cómplices.
Sin olvidar… ¿Era eso lo que no quería? No podía evitar preguntarse si podría ser de otra manera, si por algún truco de magia, pócima u otro artilugio pudiese borrar su memoria ¿Lo haría? ¿Sería capaz de olvidar hasta quien era con tal de perder el dolor de los recuerdos? Aquello era una batalla constante contra la debilidad, contra las pesadillas que la arreciaban constantemente, pero no, tal vez, y solo tal vez, los traumas y el odio serían mucho mejor que sentirse vacía.
Aquello sobre el pasado y el presente se le antojaban fáciles, ya lo sabía porque esa era su tortura, sabía que a causa de quienes la abandonaron en el pasado el caprichoso destino y sus jugadas irónicas le habían regalado este sucio presente en el que vivía, en el que tenía que tomar otras vidas para continuar con la suya y en el perdió la ingenuidad con la que le otorgaba a todos los seres una innata bondad. El mundo no era tan lindo ahora, pero al menos conocía el real y eso era un consuelo.
- Pero si el pasado estuviese lleno de cosas malas, tanto que sigan atormentando el presente, y hubiese una forma de borrarlo – comentó con una leve sonrisa de resignación en los labios - ¿Lo haría usted? – preguntó con un dejo de ingenuidad, secretamente apostándole a una respuesta negativa.
Era sin duda la salida del cobarde, pero tampoco iría por ahí juzgando a quienes quisieran tomarla, menos ella que aun ahora podría verse tentada por dicha opción, todo con tal de que el porvenir fuera una realidad únicamente creada por ella y no por los accidentes que le fueron impuestos por terceros. ¿De eso se trataba la libertad? Nunca podría serlo del todo, porque el bendito destino, azar, o como le llamen, siempre andaría metiendo su brillante nariz en su vida, fuera para bien o para mal.
Suspiró y volvió a coger un trozo de tarta. Se había prometido no caer de nuevo esas cavilaciones, pero acabó en ello de todos modos ¿Sería una especie de enfermedad? Sobreanalizar tanto cada asunto que al momento de darse cuenta de ello ya se ha perdido media vida. Era el pensar, pensar, pensar y luego tal vez actuar. Y si quería cambiar aquello en su vida, solo sería a través de un fuerte remesón que moviera hasta los cimientos su forma de entender y disfrutar la libertad.
Tomó la taza del té, y al primer contacto con la yema de sus dedos se quemó y se separó de inmediato de la pieza de porcelana. Se quedó casi perdida mirando su dedo índice enrojecido, frotándolo con el pulgar para obtener una pequeña sensación de dolor ¿Era una necesidad masoquista? Acabó pasándose el filo de la uña del pulgar, provocándose una herida de casi un centímetro, la cual dejó caer unas cuantas gotas de sangre en el té. No se inmutó en absoluto, y luego dirigió la vista a su maestro, esta vez no esperando ninguna mirada en particular.
Sin olvidar… ¿Era eso lo que no quería? No podía evitar preguntarse si podría ser de otra manera, si por algún truco de magia, pócima u otro artilugio pudiese borrar su memoria ¿Lo haría? ¿Sería capaz de olvidar hasta quien era con tal de perder el dolor de los recuerdos? Aquello era una batalla constante contra la debilidad, contra las pesadillas que la arreciaban constantemente, pero no, tal vez, y solo tal vez, los traumas y el odio serían mucho mejor que sentirse vacía.
Aquello sobre el pasado y el presente se le antojaban fáciles, ya lo sabía porque esa era su tortura, sabía que a causa de quienes la abandonaron en el pasado el caprichoso destino y sus jugadas irónicas le habían regalado este sucio presente en el que vivía, en el que tenía que tomar otras vidas para continuar con la suya y en el perdió la ingenuidad con la que le otorgaba a todos los seres una innata bondad. El mundo no era tan lindo ahora, pero al menos conocía el real y eso era un consuelo.
- Pero si el pasado estuviese lleno de cosas malas, tanto que sigan atormentando el presente, y hubiese una forma de borrarlo – comentó con una leve sonrisa de resignación en los labios - ¿Lo haría usted? – preguntó con un dejo de ingenuidad, secretamente apostándole a una respuesta negativa.
Era sin duda la salida del cobarde, pero tampoco iría por ahí juzgando a quienes quisieran tomarla, menos ella que aun ahora podría verse tentada por dicha opción, todo con tal de que el porvenir fuera una realidad únicamente creada por ella y no por los accidentes que le fueron impuestos por terceros. ¿De eso se trataba la libertad? Nunca podría serlo del todo, porque el bendito destino, azar, o como le llamen, siempre andaría metiendo su brillante nariz en su vida, fuera para bien o para mal.
Suspiró y volvió a coger un trozo de tarta. Se había prometido no caer de nuevo esas cavilaciones, pero acabó en ello de todos modos ¿Sería una especie de enfermedad? Sobreanalizar tanto cada asunto que al momento de darse cuenta de ello ya se ha perdido media vida. Era el pensar, pensar, pensar y luego tal vez actuar. Y si quería cambiar aquello en su vida, solo sería a través de un fuerte remesón que moviera hasta los cimientos su forma de entender y disfrutar la libertad.
Tomó la taza del té, y al primer contacto con la yema de sus dedos se quemó y se separó de inmediato de la pieza de porcelana. Se quedó casi perdida mirando su dedo índice enrojecido, frotándolo con el pulgar para obtener una pequeña sensación de dolor ¿Era una necesidad masoquista? Acabó pasándose el filo de la uña del pulgar, provocándose una herida de casi un centímetro, la cual dejó caer unas cuantas gotas de sangre en el té. No se inmutó en absoluto, y luego dirigió la vista a su maestro, esta vez no esperando ninguna mirada en particular.
Carmmine Von Misson- Vampiro Clase Alta
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Re: Cena de Media Noche [Daniil Stravinsky]
Se quedó en silencio, así nada más, primero observando el contenido de su taza, pero luego, poco a poco levantando la vista para dirigirla a su alumna, a su anfitriona de la noche, alzando ambas cejas, dibujando una sonrisa tímida que se antojaba triste también, sopesando lo que acababa de escuchar, tratando de armar una respuesta en su cabeza que respondiera la cuestión y que le sonara creíble a él, a ambos. Tomó un breve sorbo del líquido hirviendo y luego, con parsimoniosa calma dejó el traste sobre la mesa y carraspeó.
-¿No es, después de todo, el sufrimiento el que nos recuerda que existimos? –soltó finalmente y en cuanto terminó de expulsar esa frase de su boca se dio cuenta de lo terriblemente desesperanzador que sonaba eso, de la fuerte carga emocional y personal que había impregnado en cada letra pronunciada, como si la hubiese dibujado en el aire con sus propias desazones, cada hasta y cada curva de cada letra perforada en el ambiente por algo incontrolable. Rió con amargura-, quiero decir –esta vez miró directo a los ojos a Carmmine, asiéndose de la taza como si ésta amenazara con escaparse, sin importarle el calor que de ella menaba, de algún modo, las quemaduras en sus palmas eran la confirmación gráfica de sus palabras aciagas –no, no cambiaría el pasado, por terrible que parezca, y créeme que hay cosas allí que me atormentan –fue un guiño, uno ligero a su historia personal la cual no estaba dispuesto a contar, nunca, pero sobre todo en aquel instante –pero son los años malos los que nos moldean una personalidad, los que nos enseñan más, los que… -se detuvo y miró un punto intermedio entre ese sitio y la nada, completamente absorto en sus palabras –¿los momentos felices?, son bienvenidos –aunque él creía desconocerlos –pero completamente inútiles, es el sufrimiento y los momentos difíciles los que nos dan las lecciones más valiosas –finalmente regresó su mirada a su pupila -¿o no? –hizo aquella última inflexión sólo para darle un remate a todo lo que estaba diciendo.
Todo lo que había dicho, su discurso infausto, lo había dicho a título personal, demasiado sumergido en la miseria como para poder darle una visión más brillante a su alumna. Acostumbraba, porque decía que otros ya lo habían dicho mejor que él, recordar y citar a muchos autores, tantos que la mayoría de las veces olvidaba el nombre, sin embargo esta vez, como pocas veces, había hablado utilizando sus propias ideas, su propia voz. Por eso sonaba torpe y desordenado, pero incluso en su fárrago se distinguía el poder de alguien que ha discursado desde las entrañas.
Sacudió la cabeza sin borrar esa sonrisa melancólica de su rostro, soltó la taza y aguardó. No sabía a qué, pero aguardó.
-Lo siento –finalmente dijo con la mirada gacha, como un niño que ha sido descubierto tras romper el horrible jarrón de la abuela-, no deberíamos hablar de esto –porque era evidente que ponía mal a ambos, supuso que por eso sus caminos se habían cruzado, porque aunque a cada uno le dolía algo distinto, eran parecidos en ese aspecto. Eso quiso creer, tal vez era sólo la fantasía que quería fabricarse, que después de todo, no deambulaba solo por el mundo, que había otros como él.
Pero incluso aunque eso sonaba alentador, quiso que fuese mentira; miró de soslayo a Carmmine, bajo ninguna circunstancia quería que ella se pareciera a él, jamás le desearía su día a día a nadie, y no se refería a su inmortalidad, sino a la desdicha que lo menguaba de a poco hasta desmoronarlo como un castillo de arena dejado a merced del mar.
-¿No es, después de todo, el sufrimiento el que nos recuerda que existimos? –soltó finalmente y en cuanto terminó de expulsar esa frase de su boca se dio cuenta de lo terriblemente desesperanzador que sonaba eso, de la fuerte carga emocional y personal que había impregnado en cada letra pronunciada, como si la hubiese dibujado en el aire con sus propias desazones, cada hasta y cada curva de cada letra perforada en el ambiente por algo incontrolable. Rió con amargura-, quiero decir –esta vez miró directo a los ojos a Carmmine, asiéndose de la taza como si ésta amenazara con escaparse, sin importarle el calor que de ella menaba, de algún modo, las quemaduras en sus palmas eran la confirmación gráfica de sus palabras aciagas –no, no cambiaría el pasado, por terrible que parezca, y créeme que hay cosas allí que me atormentan –fue un guiño, uno ligero a su historia personal la cual no estaba dispuesto a contar, nunca, pero sobre todo en aquel instante –pero son los años malos los que nos moldean una personalidad, los que nos enseñan más, los que… -se detuvo y miró un punto intermedio entre ese sitio y la nada, completamente absorto en sus palabras –¿los momentos felices?, son bienvenidos –aunque él creía desconocerlos –pero completamente inútiles, es el sufrimiento y los momentos difíciles los que nos dan las lecciones más valiosas –finalmente regresó su mirada a su pupila -¿o no? –hizo aquella última inflexión sólo para darle un remate a todo lo que estaba diciendo.
Todo lo que había dicho, su discurso infausto, lo había dicho a título personal, demasiado sumergido en la miseria como para poder darle una visión más brillante a su alumna. Acostumbraba, porque decía que otros ya lo habían dicho mejor que él, recordar y citar a muchos autores, tantos que la mayoría de las veces olvidaba el nombre, sin embargo esta vez, como pocas veces, había hablado utilizando sus propias ideas, su propia voz. Por eso sonaba torpe y desordenado, pero incluso en su fárrago se distinguía el poder de alguien que ha discursado desde las entrañas.
Sacudió la cabeza sin borrar esa sonrisa melancólica de su rostro, soltó la taza y aguardó. No sabía a qué, pero aguardó.
-Lo siento –finalmente dijo con la mirada gacha, como un niño que ha sido descubierto tras romper el horrible jarrón de la abuela-, no deberíamos hablar de esto –porque era evidente que ponía mal a ambos, supuso que por eso sus caminos se habían cruzado, porque aunque a cada uno le dolía algo distinto, eran parecidos en ese aspecto. Eso quiso creer, tal vez era sólo la fantasía que quería fabricarse, que después de todo, no deambulaba solo por el mundo, que había otros como él.
Pero incluso aunque eso sonaba alentador, quiso que fuese mentira; miró de soslayo a Carmmine, bajo ninguna circunstancia quería que ella se pareciera a él, jamás le desearía su día a día a nadie, y no se refería a su inmortalidad, sino a la desdicha que lo menguaba de a poco hasta desmoronarlo como un castillo de arena dejado a merced del mar.
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Re: Cena de Media Noche [Daniil Stravinsky]
¿Sufrimiento? Había escuchado mil y un veces que el dolor era lo que hacía los humanos sentirse vivos, claro el dolor físico ¿Pero qué quedaba para seres como ellos? Había una única cara del sufrimiento a la que podían sucumbir, la que penetraba más profundamente esa carne fría y muerta que poseían, era lo único que sus almas quebradas en miles de pedazos podrían llegar a temer realmente. A ese dolor que no tenía un lugar especifico aunque muchos lo situaran en el corazón, no, ese era simplemente un órgano con una función vital más, innecesario para ellos, lo que venía a ratificar que ese dolor no podía estar ahí. ¿Acaso había algo más metafísico? Lo que llaman consciencia, alma.
Suspiró y se llevó el índice herido a los labios para embriagarse momentáneamente con el sabor a hierro de su propia sangre, la única que podía beber sin remordimiento alguno, aunque era una lástima que no fuese como ese reptil que vio una vez en la portada de un libro en la inmensa biblioteca de su creador, una serpiente que se comía a si misma para vivir eternamente. No, ellos no podían sobrevivir de ese modo, aunque quizás fuesen animales aun más rastreros que una serpiente.
Las palabras de su maestro hacían eco en su cabeza, resonando una y otra vez, y tal como había pensado alguien como él jamás tomaría aquella salida tan fácil y poco honorable. No se había equivocado, era una persona transparente como el agua, pero a la vez inaccesible como aquella que solo se encuentra pura en las alturas de una montaña. Despertó en el momento en que se detuvo el eco de sus palabras, tal vez estaba preguntando cosas demasiado personales, aunque en parte ese era el fin de aquella cena.
Cuando retomó el hilo de la conversación, y fuera de todos buenos modales, puso los codos sobre la mesa y tomó su rostro entre las manos, mirándolo como quien escucha atento una historia, aunque más bien observándolo y al mismo tiempo abstrayéndose de la realidad presente. ¿De verdad eran tan inútiles los buenos recuerdos? ¿Qué incentivo tendrían las personas, tal incluyéndolos en el término, para seguir viviendo si todo debía ser sufrimiento? El hombre, aun básico, vive a base de estímulos e incentivos, pero en una vida tan amarga no había mérito…
- ¿Ah? – fue lo poco que consiguió salir de los labios cuando escuchó la monosílaba pregunta de su interlocutor – Si lo malo nos diese siempre las lecciones más valiosas, seríamos unos de los seres más sabios de París - dijo despabilando y hablando de forma irónica, casi sin pensar – Es triste – dijo con un amago de sonrisa.
Acabó por cubrirse los ojos, en parte avergonzada por estar sonriendo y en parte para ocultar sus ojos enrojecidos. Estaba enfadada consigo mismo por el comentario que se había escapado de su boca, tanto que apenas escuchó sus palabras posteriores. ¿Cómo pudo haber dicho algo tan cruel…? Y lo que era peor ¿Cómo podría estar sonriendo? Tal vez era la frustración sumada a la desesperanza de todo lo dicho hasta el momento.
Un par de lágrimas cargadas de amargura cayeron sobre la enorme mesa del comedor, mientras la sonrisa aun no conseguía desaparecer de sus mejillas. Jamás se permitía entrar en ese estado frente a otras personas, ya que aquello la hacía sentir aun más patética. ¿Sería esa sensación de familiaridad la que le permitía bajar la guardia frente a él? Solo cerró los ojos con fuerza y trató de secarse con el dorso de la mano, aunque no fuese a recuperar la dignidad perdida, para luego mirarlo ligeramente suplicante, pidiendo con la mirada que la disculpara.
Suspiró y se llevó el índice herido a los labios para embriagarse momentáneamente con el sabor a hierro de su propia sangre, la única que podía beber sin remordimiento alguno, aunque era una lástima que no fuese como ese reptil que vio una vez en la portada de un libro en la inmensa biblioteca de su creador, una serpiente que se comía a si misma para vivir eternamente. No, ellos no podían sobrevivir de ese modo, aunque quizás fuesen animales aun más rastreros que una serpiente.
Las palabras de su maestro hacían eco en su cabeza, resonando una y otra vez, y tal como había pensado alguien como él jamás tomaría aquella salida tan fácil y poco honorable. No se había equivocado, era una persona transparente como el agua, pero a la vez inaccesible como aquella que solo se encuentra pura en las alturas de una montaña. Despertó en el momento en que se detuvo el eco de sus palabras, tal vez estaba preguntando cosas demasiado personales, aunque en parte ese era el fin de aquella cena.
Cuando retomó el hilo de la conversación, y fuera de todos buenos modales, puso los codos sobre la mesa y tomó su rostro entre las manos, mirándolo como quien escucha atento una historia, aunque más bien observándolo y al mismo tiempo abstrayéndose de la realidad presente. ¿De verdad eran tan inútiles los buenos recuerdos? ¿Qué incentivo tendrían las personas, tal incluyéndolos en el término, para seguir viviendo si todo debía ser sufrimiento? El hombre, aun básico, vive a base de estímulos e incentivos, pero en una vida tan amarga no había mérito…
- ¿Ah? – fue lo poco que consiguió salir de los labios cuando escuchó la monosílaba pregunta de su interlocutor – Si lo malo nos diese siempre las lecciones más valiosas, seríamos unos de los seres más sabios de París - dijo despabilando y hablando de forma irónica, casi sin pensar – Es triste – dijo con un amago de sonrisa.
Acabó por cubrirse los ojos, en parte avergonzada por estar sonriendo y en parte para ocultar sus ojos enrojecidos. Estaba enfadada consigo mismo por el comentario que se había escapado de su boca, tanto que apenas escuchó sus palabras posteriores. ¿Cómo pudo haber dicho algo tan cruel…? Y lo que era peor ¿Cómo podría estar sonriendo? Tal vez era la frustración sumada a la desesperanza de todo lo dicho hasta el momento.
Un par de lágrimas cargadas de amargura cayeron sobre la enorme mesa del comedor, mientras la sonrisa aun no conseguía desaparecer de sus mejillas. Jamás se permitía entrar en ese estado frente a otras personas, ya que aquello la hacía sentir aun más patética. ¿Sería esa sensación de familiaridad la que le permitía bajar la guardia frente a él? Solo cerró los ojos con fuerza y trató de secarse con el dorso de la mano, aunque no fuese a recuperar la dignidad perdida, para luego mirarlo ligeramente suplicante, pidiendo con la mirada que la disculpara.
Carmmine Von Misson- Vampiro Clase Alta
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Re: Cena de Media Noche [Daniil Stravinsky]
Su propia diatriba resonaba aún en su cabeza, no se preguntaba en qué momento se había vuelto tan taciturno, no porque lo sabía, porque no recordaba haber sido nunca de otro modo, ni en su vida mortal, pero se cuestionó a qué grado había llegado ya, supuso, que con los años, toda esa pena y esa congoja se habían acumulado, como agua en una presa.
Los hombres se parecen a su dolor, constantemente pensaba. Había aprendido eso como mantra y se lo repetía cada día. Rio al escuchar a su alumna, rio sinceramente divertido no entiendo qué de todo lo dicho era lo que le causaba gracia, tal vez era todo.
-Nos dan lecciones, eso no significa que las aprendamos -porque si había un ser bruto capaz de tropezar con las mismas piedras, ese era el hombre. Poco a poco controló aquella expresión que tal parecía que no venía al caso, una risa cuando se hablaba de tanta amargura. Sacudió la cabeza y dirigió su mirada de nuevo a su alumna, le sonrió, aunque su gesto parecía aún contrariado.
-No sé por qué hablamos de todo esto –fue sincero –aunque debo confesar que eres con la primera que me atrevo a… bueno, a decir toda la sarta de idioteces que dije –su sonrisa se ladeó –eso debe hablar bien de ti –o muy mal de él, pero calló esa segunda parte. Quizá por cómo se habían dado las cosas entre él y su anfitriona sentía esa confianza tan temeraria.
Se sintió un padre negligente que le pasa todos sus traumas y tristezas a su hija, aunque Carmmine parecía también atribulada como él, y aunque no compartían en realidad ningún lazo sanguíneo, realmente eran parecidos. Al percatarse de aquello la volvió a mirar y quiso encontrar una respuesta para las desgracias ajenas, las suyas, ya se había resignado, no tenían solución ya.
-Podríamos sentarnos aquí toda la noche a hablar de nuestras penas, que no son pocas –se atrevió a acotar –o podríamos realmente desear resanarlas –curarse mutuamente las heridas, o aunque sea vendarlas para que no sangraran, por esa velada al menos-, en cualquier caso, creo que esos postres no se comerán solos –señaló todas las tartas faltantes, sólo como broma, sólo para salir de aquel atolladero en el que, sin querer y sin darse cuenta, habían caído ambos.
Notó en ese instante la expresión de su protegida, quiso estirar la mano pero se quedó a la mitad del movimiento y cuando sus ojos se cruzaron, simplemente le sonrió con la mirada. No estaba mal, le dolía verla así, no iba a mentir, pero también eso le daba a entender que había pasado a la siguiente etapa, vulnerarse ante el otro. Y si la conocía como creía ya conocerla, sabía que aquello había significado un sacrificio importante de su parte.
Terminó de hacer lo que intentó hacia un par de segundos, estiró la mano y la posó en la fría mejilla de la chica.
-Está bien –le dijo con voz calmada y suave –vayamos a lo que sigue –ofreció, cualquier cosa que fuese lo que siguiera esa noche.
Los hombres se parecen a su dolor, constantemente pensaba. Había aprendido eso como mantra y se lo repetía cada día. Rio al escuchar a su alumna, rio sinceramente divertido no entiendo qué de todo lo dicho era lo que le causaba gracia, tal vez era todo.
-Nos dan lecciones, eso no significa que las aprendamos -porque si había un ser bruto capaz de tropezar con las mismas piedras, ese era el hombre. Poco a poco controló aquella expresión que tal parecía que no venía al caso, una risa cuando se hablaba de tanta amargura. Sacudió la cabeza y dirigió su mirada de nuevo a su alumna, le sonrió, aunque su gesto parecía aún contrariado.
-No sé por qué hablamos de todo esto –fue sincero –aunque debo confesar que eres con la primera que me atrevo a… bueno, a decir toda la sarta de idioteces que dije –su sonrisa se ladeó –eso debe hablar bien de ti –o muy mal de él, pero calló esa segunda parte. Quizá por cómo se habían dado las cosas entre él y su anfitriona sentía esa confianza tan temeraria.
Se sintió un padre negligente que le pasa todos sus traumas y tristezas a su hija, aunque Carmmine parecía también atribulada como él, y aunque no compartían en realidad ningún lazo sanguíneo, realmente eran parecidos. Al percatarse de aquello la volvió a mirar y quiso encontrar una respuesta para las desgracias ajenas, las suyas, ya se había resignado, no tenían solución ya.
-Podríamos sentarnos aquí toda la noche a hablar de nuestras penas, que no son pocas –se atrevió a acotar –o podríamos realmente desear resanarlas –curarse mutuamente las heridas, o aunque sea vendarlas para que no sangraran, por esa velada al menos-, en cualquier caso, creo que esos postres no se comerán solos –señaló todas las tartas faltantes, sólo como broma, sólo para salir de aquel atolladero en el que, sin querer y sin darse cuenta, habían caído ambos.
Notó en ese instante la expresión de su protegida, quiso estirar la mano pero se quedó a la mitad del movimiento y cuando sus ojos se cruzaron, simplemente le sonrió con la mirada. No estaba mal, le dolía verla así, no iba a mentir, pero también eso le daba a entender que había pasado a la siguiente etapa, vulnerarse ante el otro. Y si la conocía como creía ya conocerla, sabía que aquello había significado un sacrificio importante de su parte.
Terminó de hacer lo que intentó hacia un par de segundos, estiró la mano y la posó en la fría mejilla de la chica.
-Está bien –le dijo con voz calmada y suave –vayamos a lo que sigue –ofreció, cualquier cosa que fuese lo que siguiera esa noche.
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Re: Cena de Media Noche [Daniil Stravinsky]
La risa de su interlocutor fue en parte conciliadora, le hacía pensar que no era la única en… ¿Tan grande era su ego como para que por su cabeza llegase a pasar la idea de que era la única que se sentía miserable en el mundo? A pesar del conocimiento popular que enseñaba y podía ejemplificar que siempre había una persona en un estado peor, solo una persona ridículamente buena o en su defecto un santo podía menospreciar su propio dolor solo por la inmoralidad de creerlo más importante que el de alguien más. Pero ella no era lo uno ni lo otro, mucho menos lo segundo, aunque casi pudiese postularse por falta de… no, eso no venía al caso ahora.
Esta vez escuchó con renovada atención las nuevas palabras de su maestro, pero solo ladeó la cabeza y parpadeó ligeramente perpleja ante que aquello que casi tenía el sabor de un halago. Y tal vez en parte lo era para ella, porque su habilidad para empatizar y conectar a un nivel más profundo con las personas era bastante deplorable, aun para seres de su especie. Quizás por fin estaba avanzando, aunque realmente la sensación de desarrollo fuese apenas perceptible, haciéndole parecer más un estancamiento rebozado de cosas nuevas en las que pensar.
Sus nuevas palabras la bañaron como de una jarra de agua fría se tratase, aunque en el mejor y más amable sentido de la frase, haciéndole desconectar su expresión de lo que realmente sentía que pasaba por su cabeza. Él tenía toda la razón. Lo había pensado muchas veces, había examinado las opciones como quien trata de analizar las posibilidades de movimiento de una pieza de ajedrez, y a pesar de haber evaluado cada una y haber escogido la más viable a sus ojos, jamás tuvo el valor para tomarla, dejando el juego completamente estancado.
Cerró los ojos con fuerza cuando sintió aquel tacto tan frío y familiar a la vez en su mejilla. En ese instante consiguió el valor que le faltaba, y aunque tal vez nada volviese a ser igual luego de hacer que sus heridas sanaran, no podía dejar que éstas siguiesen supurando pesadillas y odio, debía hacerlo por su bien.
Puso con cuidado una mano sobre la ajena y volvió a abrir los ojos para finalmente sonreír, no como si nada hubiese pasado, pero ya sobreponiéndose a las penas expuestas. Separó ambas manos de su rostro, envolviendo suavemente la de su maestro antes de soltarla definitivamente, instante en que se levantó y casi de golpe despejó las tazas y platos utilizados en las tartas, para hacer algo completamente fuera de lugar.
- A veces, en la vida… una persona debe dejar el protocolo de lado – dijo mientras dejaba la tartaleta de fruta completa entre ambos y cogía un par de tenedores del carrito en que antes había traído el té – Para tener una vida más simple y más entretenida – agregó mientras le tendía el utensilio sin mayor ceremonia.
Era eso lo que quería guardar en su memoria. Pasara lo que pasara luego, quería conservar momentos como este, aunque fuese un inútil momento feliz. Probablemente el último que iba a tener antes de cerrar sus heridas a punta del dolor de un hierro al rojo vivo, para en retrospectiva pensar que no todo fue tan malo así que aunque fuera solo un poco, las cosas podían mejorar.
- Aunque sea solo para crear un inútil recuerdo feliz, Daniil – dijo sonriendo mientras atrapaba una de las cerezas que adornaban la fruta sobre aquella suave masa. Y llevándosela a los labios, pero internamente disculpándose con él, aunque no pudiese oírla, porque lo que iba a hacer cuando su maestro saliera de su casa, no podría perdonárselo nadie… ni siquiera ella.
Esta vez escuchó con renovada atención las nuevas palabras de su maestro, pero solo ladeó la cabeza y parpadeó ligeramente perpleja ante que aquello que casi tenía el sabor de un halago. Y tal vez en parte lo era para ella, porque su habilidad para empatizar y conectar a un nivel más profundo con las personas era bastante deplorable, aun para seres de su especie. Quizás por fin estaba avanzando, aunque realmente la sensación de desarrollo fuese apenas perceptible, haciéndole parecer más un estancamiento rebozado de cosas nuevas en las que pensar.
Sus nuevas palabras la bañaron como de una jarra de agua fría se tratase, aunque en el mejor y más amable sentido de la frase, haciéndole desconectar su expresión de lo que realmente sentía que pasaba por su cabeza. Él tenía toda la razón. Lo había pensado muchas veces, había examinado las opciones como quien trata de analizar las posibilidades de movimiento de una pieza de ajedrez, y a pesar de haber evaluado cada una y haber escogido la más viable a sus ojos, jamás tuvo el valor para tomarla, dejando el juego completamente estancado.
Cerró los ojos con fuerza cuando sintió aquel tacto tan frío y familiar a la vez en su mejilla. En ese instante consiguió el valor que le faltaba, y aunque tal vez nada volviese a ser igual luego de hacer que sus heridas sanaran, no podía dejar que éstas siguiesen supurando pesadillas y odio, debía hacerlo por su bien.
Puso con cuidado una mano sobre la ajena y volvió a abrir los ojos para finalmente sonreír, no como si nada hubiese pasado, pero ya sobreponiéndose a las penas expuestas. Separó ambas manos de su rostro, envolviendo suavemente la de su maestro antes de soltarla definitivamente, instante en que se levantó y casi de golpe despejó las tazas y platos utilizados en las tartas, para hacer algo completamente fuera de lugar.
- A veces, en la vida… una persona debe dejar el protocolo de lado – dijo mientras dejaba la tartaleta de fruta completa entre ambos y cogía un par de tenedores del carrito en que antes había traído el té – Para tener una vida más simple y más entretenida – agregó mientras le tendía el utensilio sin mayor ceremonia.
Era eso lo que quería guardar en su memoria. Pasara lo que pasara luego, quería conservar momentos como este, aunque fuese un inútil momento feliz. Probablemente el último que iba a tener antes de cerrar sus heridas a punta del dolor de un hierro al rojo vivo, para en retrospectiva pensar que no todo fue tan malo así que aunque fuera solo un poco, las cosas podían mejorar.
- Aunque sea solo para crear un inútil recuerdo feliz, Daniil – dijo sonriendo mientras atrapaba una de las cerezas que adornaban la fruta sobre aquella suave masa. Y llevándosela a los labios, pero internamente disculpándose con él, aunque no pudiese oírla, porque lo que iba a hacer cuando su maestro saliera de su casa, no podría perdonárselo nadie… ni siquiera ella.
Carmmine Von Misson- Vampiro Clase Alta
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Re: Cena de Media Noche [Daniil Stravinsky]
No entendía, sin embargo, como funcionaba la tristeza, o al menos ese sentimiento sin nombre con el que habían jugado una partida de un juego en un tablero imaginario, yendo y viniendo, hablando y rebatiendo. No era tan iluso como para creer si quiera que aquello pudiese tener una dinámica predeterminada, la experiencia le había enseñado que aquello no se trataba de una ciencia exacta, o de una disciplina si quiera como lo eran las bellas artes. Los sentimientos humanos, o los sentimientos de criaturas como ellos, eran indomables, hacían su aparición inoportunamente, rara vez se ponían de tu lado.
Durante años, durante el tiempo que estuvo en el castillo de su creadora, lucho por deshacerse de todo aquel rasgo que marcó su debilidad cuando era humano, pero en lugar de eso, fue como si todo eso que siempre cargo a cuestas se potenciara, creyera que por su nueva condición sería capaz de cargar con más. No entendía en qué radicaba todo aquello, las razones de su personalidad, de esa forma taciturna de ser; desde que tenía memoria antes de la inmortalidad incluso, había sido de ese modo, quizá no había una explicación.
La miró sin entender muy bien qué sucedía, atento a sus movimientos y luego el tenedor frente a él que tomó en un movimiento suave y continuo mientras un atisbo de risa se dejaba entrever en sus labios.
-En eso… -apuntó al cielo con el tenedor y luego lo clavó en la tarta sin esperar a que se le sirviera una porción en un plato, se llevó aquel trozo de masa con frutas a la boca y degustó con calma dejando que la personalidad de cada elemento se hiciera presente-, tienes razón –finalmente completó y sonrió con gesto indulgente.
Algo en la mirada ajena le recordó a él, a una versión joven de él, a esa que visitó infinidad de veces aquel retorcido árbol a las afueras de Nóvgorod, mismo que se me antojaba para terminar ahí sus días; ese joven Daniil seguía latente dentro de él. Frunció ligeramente el ceño ante el comentario, cerró los ojos relajando su expresión facial y negó con la cabeza un par de veces.
-Sí, dije que son los buenos momentos los que menos nos dan lecciones –aceptó –pero al final, cuando miramos atrás –dejó con parsimoniosa calma el cubierto sobre la mesa y colocó ambas manos sobre la misma, suspiró –si miramos atrás, son esos los que nos hace ver que esto valió la pena, por más turbulento que haya sido el viaje –calló –aunque a algunos nos haya tocado prolongar indefinidamente el viaje –acotó y una risa inoportuna se apoderó de él, no entendía por qué reía tanto en momentos como aquello.
Estiró el brazo sobre la mesa y alcanzó la mano ajena con la suya.
-No importa qué tan feas se pongan las cosas, habrá momentos que todo sea perfecto-, la miró fijamente –soy el menos indicado para decirte esto, parece que mi existencia entera se ha basado en desazones y adversidades, pero he tenido esos momentos de absoluta claridad, y estoy seguro que tú también, puede parecer nimio, insuficiente como para que sea un motivo para continua, pero al menos la idea de volver a encontrar uno de esos momentos nos ayuda a seguir, o a fabricar la ilusión de que así será –confesó, no iba a mentirle, no iba a decirle que las cosas con el tiempo se ponían más fáciles, no tenía la experiencia de su lado como para dar una declaración de aquella índole, pero quería que al menos Carmmine viera todo lo que no se debía hacer en él, que lo tomara como el mal ejemplo que no debía repetir.
Durante años, durante el tiempo que estuvo en el castillo de su creadora, lucho por deshacerse de todo aquel rasgo que marcó su debilidad cuando era humano, pero en lugar de eso, fue como si todo eso que siempre cargo a cuestas se potenciara, creyera que por su nueva condición sería capaz de cargar con más. No entendía en qué radicaba todo aquello, las razones de su personalidad, de esa forma taciturna de ser; desde que tenía memoria antes de la inmortalidad incluso, había sido de ese modo, quizá no había una explicación.
La miró sin entender muy bien qué sucedía, atento a sus movimientos y luego el tenedor frente a él que tomó en un movimiento suave y continuo mientras un atisbo de risa se dejaba entrever en sus labios.
-En eso… -apuntó al cielo con el tenedor y luego lo clavó en la tarta sin esperar a que se le sirviera una porción en un plato, se llevó aquel trozo de masa con frutas a la boca y degustó con calma dejando que la personalidad de cada elemento se hiciera presente-, tienes razón –finalmente completó y sonrió con gesto indulgente.
Algo en la mirada ajena le recordó a él, a una versión joven de él, a esa que visitó infinidad de veces aquel retorcido árbol a las afueras de Nóvgorod, mismo que se me antojaba para terminar ahí sus días; ese joven Daniil seguía latente dentro de él. Frunció ligeramente el ceño ante el comentario, cerró los ojos relajando su expresión facial y negó con la cabeza un par de veces.
-Sí, dije que son los buenos momentos los que menos nos dan lecciones –aceptó –pero al final, cuando miramos atrás –dejó con parsimoniosa calma el cubierto sobre la mesa y colocó ambas manos sobre la misma, suspiró –si miramos atrás, son esos los que nos hace ver que esto valió la pena, por más turbulento que haya sido el viaje –calló –aunque a algunos nos haya tocado prolongar indefinidamente el viaje –acotó y una risa inoportuna se apoderó de él, no entendía por qué reía tanto en momentos como aquello.
Estiró el brazo sobre la mesa y alcanzó la mano ajena con la suya.
-No importa qué tan feas se pongan las cosas, habrá momentos que todo sea perfecto-, la miró fijamente –soy el menos indicado para decirte esto, parece que mi existencia entera se ha basado en desazones y adversidades, pero he tenido esos momentos de absoluta claridad, y estoy seguro que tú también, puede parecer nimio, insuficiente como para que sea un motivo para continua, pero al menos la idea de volver a encontrar uno de esos momentos nos ayuda a seguir, o a fabricar la ilusión de que así será –confesó, no iba a mentirle, no iba a decirle que las cosas con el tiempo se ponían más fáciles, no tenía la experiencia de su lado como para dar una declaración de aquella índole, pero quería que al menos Carmmine viera todo lo que no se debía hacer en él, que lo tomara como el mal ejemplo que no debía repetir.
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Re: Cena de Media Noche [Daniil Stravinsky]
El mero hecho de que correspondiera a aquel gesto de dejar de lado el protocolo ya fue suficiente victoria para Carmmine, porque denotaba tal grado de complicidad, del cual prácticamente no tenía precedentes, ni siquiera en aquella época que pasó en Londres con alguien de quien supuestamente estaba enamorada. ¿Qué lo hacía diferente en esta ocasión? El hecho de que se atreviera bastante, pero jamás lo hubiese siquiera considerado si el contexto no hubiese sido suavemente caldeado por Daniil.
Ladeó el rostro mientras lo escuchaba, intentando entender aquel mar de contradicciones que implicaba el buscar un motivo para vivir, la felicidad era poca, escasa e insuficiente, pero aun así era la vara de medición que permitía decir que valió la pena. Trató de proyectar esas palabras en ella, y no por pesimismo tardó mucho en encontrar algún recuerdo feliz, porque casi todos se resumían a tranquilidad. ¿Sería la tranquilidad el equivalente a la felicidad, al menos en las retorcidas reglas de su mundo? A veces eso era suficiente para sobrevivir, no la felicidad, solo la falta de caos y sobresaltos, que a diferencia de esta última era algo menos escasa.
Se sobresaltó ligeramente cuando de sorpresa sintió aquel frío y marmolado tacto sobre su mano, deshaciendo aquel instante de sobrecogimiento e imprimiéndole aun más confusión. ¿Cómo algo insuficiente en el pasado podría ser suficiente en el futuro, aun considerado su incerteza? Nada le aseguraba a nadie que el destino, o en su defecto el azar, iba a hacerle acreedor de al menos un momento de sacra felicidad. Riesgo. Riesgo. Riesgo. Esa era la palabra. La gente se arriesgaba a seguir viviendo penurias aun sin saber si aquel sacrificio será recompensado ¿No era un mal negocio?
- Ilusiones… - repitió de forma inconsciente – Supongo que es el único fundamento plausible para explicarlo, aunque tampoco creo que se necesite uno, porque a veces somos todo, menos seres racionales – dijo tratando de sonar más conciliadora con el razonamiento de su maestro.
Quería aceptarlo y aplicarlo, pero no podía, o al menos no del todo. Porque su problema de pensar demasiado las cosas y su defecto de tratar de vaticinar todo posible resultado para evitar ser dañada de algún modo, la acosaban constantemente diciéndole que el riesgo no valía la pena, que para vivir de forma más o menos decente si transaba la incierta felicidad por la presente tranquilidad. Era una cobarde. Alguien que pensaba tanto que no conseguía avanzar.
- Creo que hay gente que perdiéndose a ellos mismos consiguen encontrar las ilusiones suficientes – agregó, usando el término ilusiones en lugar de motivos – Supongo que al menos debería intentarlo, aunque tampoco espero estrellarme contra ellas el primer día, tal vez tengan un mejor saber si se fabrican por uno mismo – aunque tenga que mancharse las manos y la consciencia de sangre, omitió, guardando aquella decisión, no por el miedo a que intentasen disuadirla, sino a que razonablemente la juzgaran – Gracias, por todo – concluyó para luego posar la mano libre sobre aquella que cálidamente apresaba la otra. Casi sonaba como una despedida, y técnicamente lo era, pero no quería dar aquella impresión para no preocuparlo.
No era un mero viaje para al autoconocimiento, sino que su vida dependía de que se liberara de aquellas cadenas y lastres. Era egoísta ¡Claro que lo era! Pero nadie más lo haría por ella, o quizás sí pero claramente no tendría el mismo efecto, y el aire nunca acabaría por tener un mejor sabor. Debía mancharse las manos y cercenar parte de la humanidad que le quedaba para construir un ilusorio castillo lo suficientemente fuerte como para soportar el peso de una indefinida existencia. Debía cambiar. Pero nada aseguraba que sería para mejor.
Ladeó el rostro mientras lo escuchaba, intentando entender aquel mar de contradicciones que implicaba el buscar un motivo para vivir, la felicidad era poca, escasa e insuficiente, pero aun así era la vara de medición que permitía decir que valió la pena. Trató de proyectar esas palabras en ella, y no por pesimismo tardó mucho en encontrar algún recuerdo feliz, porque casi todos se resumían a tranquilidad. ¿Sería la tranquilidad el equivalente a la felicidad, al menos en las retorcidas reglas de su mundo? A veces eso era suficiente para sobrevivir, no la felicidad, solo la falta de caos y sobresaltos, que a diferencia de esta última era algo menos escasa.
Se sobresaltó ligeramente cuando de sorpresa sintió aquel frío y marmolado tacto sobre su mano, deshaciendo aquel instante de sobrecogimiento e imprimiéndole aun más confusión. ¿Cómo algo insuficiente en el pasado podría ser suficiente en el futuro, aun considerado su incerteza? Nada le aseguraba a nadie que el destino, o en su defecto el azar, iba a hacerle acreedor de al menos un momento de sacra felicidad. Riesgo. Riesgo. Riesgo. Esa era la palabra. La gente se arriesgaba a seguir viviendo penurias aun sin saber si aquel sacrificio será recompensado ¿No era un mal negocio?
- Ilusiones… - repitió de forma inconsciente – Supongo que es el único fundamento plausible para explicarlo, aunque tampoco creo que se necesite uno, porque a veces somos todo, menos seres racionales – dijo tratando de sonar más conciliadora con el razonamiento de su maestro.
Quería aceptarlo y aplicarlo, pero no podía, o al menos no del todo. Porque su problema de pensar demasiado las cosas y su defecto de tratar de vaticinar todo posible resultado para evitar ser dañada de algún modo, la acosaban constantemente diciéndole que el riesgo no valía la pena, que para vivir de forma más o menos decente si transaba la incierta felicidad por la presente tranquilidad. Era una cobarde. Alguien que pensaba tanto que no conseguía avanzar.
- Creo que hay gente que perdiéndose a ellos mismos consiguen encontrar las ilusiones suficientes – agregó, usando el término ilusiones en lugar de motivos – Supongo que al menos debería intentarlo, aunque tampoco espero estrellarme contra ellas el primer día, tal vez tengan un mejor saber si se fabrican por uno mismo – aunque tenga que mancharse las manos y la consciencia de sangre, omitió, guardando aquella decisión, no por el miedo a que intentasen disuadirla, sino a que razonablemente la juzgaran – Gracias, por todo – concluyó para luego posar la mano libre sobre aquella que cálidamente apresaba la otra. Casi sonaba como una despedida, y técnicamente lo era, pero no quería dar aquella impresión para no preocuparlo.
No era un mero viaje para al autoconocimiento, sino que su vida dependía de que se liberara de aquellas cadenas y lastres. Era egoísta ¡Claro que lo era! Pero nadie más lo haría por ella, o quizás sí pero claramente no tendría el mismo efecto, y el aire nunca acabaría por tener un mejor sabor. Debía mancharse las manos y cercenar parte de la humanidad que le quedaba para construir un ilusorio castillo lo suficientemente fuerte como para soportar el peso de una indefinida existencia. Debía cambiar. Pero nada aseguraba que sería para mejor.
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Re: Cena de Media Noche [Daniil Stravinsky]
Comprendía a un nivel que quizá la misma Carmmine no lograba ver, todo lo que le decía. Historias, circunstancias, efectos diferentes, ahí radicaba el tinte que coloreaba a cada uno y los separaba al final, pero en esencia era lo mismo. Daniil jamás se creyó tan especial como para sentirse único. Por obra de la casualidad, a sus manos llegó, hacía muchos años, el libro del inglés Robert Burton: “The Anatomy of Melancholy”, un libro de medicina en teoría, pero que hablaba en un idioma más complejo cerca del oído del vampiro; hombres que como él vivieron toda su vida en miseria y sólo encontraron sosiego en la muerte.
Miró a su alumna, la miró muy atento a sus palabras aciagas, como antes el libro de Burton, éstas le hablaron en una lengua arcana que de pronto le pareció que sólo él, en el universo, podía entender con tanta claridad. Guardó silencio y parpadeó porque aquello había provocado el efecto de creer a la chica frente a él una visión. No lo era, la mano que tenía atrapada con la suya lo comprobaba.
-Ese es el secreto, creo, es no esperar nada –una sentencia desoladora, nada raro viniendo de él –si algo llega algún día, será una grata sorpresa –aunque eso trataba de balancear lo antes dicho con un atisbo patético de esperanza, en realidad no lo era, su voz, su semblante, sus modos, todo era tan cariacontecido que era imposible dilucidar fe entre tanta penumbra. Daniil no estaba ahí para darle falsas esperanzas, y se reprendió mentalmente de no ser un mejor tutor, pero tampoco podía mentirle, no podía engañarla, ni engañarse a si mismo. Él era un cristal roto, siempre lo había sido, incluso antes de la inmortalidad.
Miró a un lado, a una ventana, la noche reinaba aún, luego pensó que era lógico o él no seguiría en ese lugar y volvió a mirar a Carmmine cuando esta posó una mano sobre la suya propia, observó ese punto y sonrió con timidez para luego alzar el rostro y asentir.
-Todos tenemos cadenas, hay quiénes se jactan de haberlas roto, yo me conformo con sobrellevar el peso que significan –ahí estaba de nuevo siendo él, completamente él, y sin embargo, sentía que con ella podía ser de ese modo. No era alguien que hablara de los males que lo aquejaban, en parte porque consideraba que no eran interesantes, importantes y no quería incordiar a otras personas, y por otro lado, porque era suyo, era su dolor, era personal, pero esa noche, frente a un ser que parecía –en su mirada lo veía- de igual forma herido como él, podía tomarse la libertad de hablar de todo eso; con vaguedad, siempre de ese modo. Daniil no se caracterizaba por ser muy concreto, sobre todo en esos temas.
-No tienes que agradecer –dijo con educación y se puso de pie rompiendo el contacto de las manos –creo que esta noche he aprendido más yo de ti, que viceversa –sonrió con gesto conciliador y avanzó un par de pasos hasta donde había dejado el presente que horas antes ella le había dado-. La cuidaré –señaló con la mirada –no te prometo que yo regaré esta planta, soy muy distraído, pero mi mucama seguro que lo hará –suspiró y miró la puerta –creo que es momento de irme, no queremos que el día me sorprenda a mitad de camino, ¿verdad? –bromeó.
Miró a su alumna, la miró muy atento a sus palabras aciagas, como antes el libro de Burton, éstas le hablaron en una lengua arcana que de pronto le pareció que sólo él, en el universo, podía entender con tanta claridad. Guardó silencio y parpadeó porque aquello había provocado el efecto de creer a la chica frente a él una visión. No lo era, la mano que tenía atrapada con la suya lo comprobaba.
-Ese es el secreto, creo, es no esperar nada –una sentencia desoladora, nada raro viniendo de él –si algo llega algún día, será una grata sorpresa –aunque eso trataba de balancear lo antes dicho con un atisbo patético de esperanza, en realidad no lo era, su voz, su semblante, sus modos, todo era tan cariacontecido que era imposible dilucidar fe entre tanta penumbra. Daniil no estaba ahí para darle falsas esperanzas, y se reprendió mentalmente de no ser un mejor tutor, pero tampoco podía mentirle, no podía engañarla, ni engañarse a si mismo. Él era un cristal roto, siempre lo había sido, incluso antes de la inmortalidad.
Miró a un lado, a una ventana, la noche reinaba aún, luego pensó que era lógico o él no seguiría en ese lugar y volvió a mirar a Carmmine cuando esta posó una mano sobre la suya propia, observó ese punto y sonrió con timidez para luego alzar el rostro y asentir.
-Todos tenemos cadenas, hay quiénes se jactan de haberlas roto, yo me conformo con sobrellevar el peso que significan –ahí estaba de nuevo siendo él, completamente él, y sin embargo, sentía que con ella podía ser de ese modo. No era alguien que hablara de los males que lo aquejaban, en parte porque consideraba que no eran interesantes, importantes y no quería incordiar a otras personas, y por otro lado, porque era suyo, era su dolor, era personal, pero esa noche, frente a un ser que parecía –en su mirada lo veía- de igual forma herido como él, podía tomarse la libertad de hablar de todo eso; con vaguedad, siempre de ese modo. Daniil no se caracterizaba por ser muy concreto, sobre todo en esos temas.
-No tienes que agradecer –dijo con educación y se puso de pie rompiendo el contacto de las manos –creo que esta noche he aprendido más yo de ti, que viceversa –sonrió con gesto conciliador y avanzó un par de pasos hasta donde había dejado el presente que horas antes ella le había dado-. La cuidaré –señaló con la mirada –no te prometo que yo regaré esta planta, soy muy distraído, pero mi mucama seguro que lo hará –suspiró y miró la puerta –creo que es momento de irme, no queremos que el día me sorprenda a mitad de camino, ¿verdad? –bromeó.
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Re: Cena de Media Noche [Daniil Stravinsky]
¿No esperar nada? ¿Realmente se podía vivir así? Al menos de momento ni ella misma que se preciaba de poder ponerse en los escenarios más descabellados posibles, podía imaginarse no esperando nada. Una vida vacía. Aburrida. Pero seguramente tranquila.
Carmmine, en contra de lo que ella misma pudiese pensar, aun no llegaba al fondo del pozo, por lo tanto no conocía ese desesperanzador estado. Tal vez algún día llegase a eso, pero de momento tenía cosas que hacer, cosas que aprender y muchos errores por cometer en la búsqueda de algo que le hiciera llevadera la vida.
Por primera vez, desde que conocía a Daniil, ya no lo vio sobre un pedestal especial, sino que como un par, alguien humilde que según sus propias palabras podría conformarse únicamente con sobrellevar sus miserias. Quizás siempre fue así, pero no fue hasta ahora que la muchacha pelirroja se dio cuenta de ello, cuando se rompió esa barrera de maestro-alumna cubierta de un resistente manto de exacerbado respeto.
Algo incrédula, su mirada no evitó la sorpresa al ver que se levantaba, rompiendo esa indescriptible atmosfera de complicidad. Supuso que entonces ya era hora de partir, y así se lo hicieron saber las palabras de su maestro, que ahora volvía a tomar entre sus manos la modesta maceta con el bambú. No pudo evitar una pequeña risa, y tampoco tuvo tiempo para cubrir sus labios ante su cometario. Al parecer en ello también eran parecidos.
Porque independiente de lo sola que ella creía estar, siempre debía sostenerse en alguien más, tal vez muchas personas, donde cada una era un fragmento de las bases que trataban de mantenerla funcionando, si bien no de la mejor manera, al menos lo suficiente como para sobrevivir. Por eso debía romper con todo para tratar de reconstruir ella misma una plataforma aun más sólida, y que no dependiera de nadie más, para poder encarar mejor su existencia.
- El bambú tiene un alma muy resistente, creo que sobreviviría aun en manos del más despistado – comentó a modo de consuelo. Y es que era cierto, esa planta podía crecer con orgullo aun en condiciones paupérrimas, así que era algo de lo que se podía sacar una excelente lección, aunque por el momento, sería harina de otra tarta – Sí, lo cierto es que perdí por completo la noción del tiempo – ¿Cuánto había pasado? ¿Importaba? Salvo para efectos de que volviese a casa antes de que los imponentes rayos del sol causaran algún daño.
Un suspiro más y se levantó de su silla con la misión de acompañarle a la salida. Volvió a sonreír, no ocultando lo que pasaba por su cabeza, porque pese a todo ello estaba tranquila en tantos sentidos que no valía la pena enumerarlos. Había sido prácticamente como una catarsis, lograda en el momento preciso.
En silencio lo condujo hasta la puerta, parte porque no sabía que decir, y otro tanto porque no quería arruinar lo avanzado con las palabras. Sabía que podría llegar a ser la última vez que lo viese, así que atar cada uno de los recuerdos creados hoy sería como uno de esos momentos que valdrían la pena aunque su futuro se mostrara aun más oscuro.
- Espero que esta no sea la última visita – dijo tratando de sonreír, tratado de que no sonaran como una petición vacía, aunque ni siquiera ella sabía si algún día volvería a habitar este lugar que aun no podía llamar con propiedad, su hogar – Y… de verdad gracias por todo. Quien sabe dónde estaría de no ser por usted, Daniil – agregó, acercándose a dejar un imprudente beso en su mejilla.
En cuanto su maestro cruzara el umbral de la salida, Carmmine con sus propias manos comenzaría a destruir su pasado, su presente y tal vez parte de su futuro. Y aunque tenía un profundo miedo de lo que pasaría luego de que cerrara la puerta, esta vez no se iba a dejar arrastrar por sus temores, sino que los enfrentaría como debió haber hecho hace mucho tiempo atrás.
Carmmine, en contra de lo que ella misma pudiese pensar, aun no llegaba al fondo del pozo, por lo tanto no conocía ese desesperanzador estado. Tal vez algún día llegase a eso, pero de momento tenía cosas que hacer, cosas que aprender y muchos errores por cometer en la búsqueda de algo que le hiciera llevadera la vida.
Por primera vez, desde que conocía a Daniil, ya no lo vio sobre un pedestal especial, sino que como un par, alguien humilde que según sus propias palabras podría conformarse únicamente con sobrellevar sus miserias. Quizás siempre fue así, pero no fue hasta ahora que la muchacha pelirroja se dio cuenta de ello, cuando se rompió esa barrera de maestro-alumna cubierta de un resistente manto de exacerbado respeto.
Algo incrédula, su mirada no evitó la sorpresa al ver que se levantaba, rompiendo esa indescriptible atmosfera de complicidad. Supuso que entonces ya era hora de partir, y así se lo hicieron saber las palabras de su maestro, que ahora volvía a tomar entre sus manos la modesta maceta con el bambú. No pudo evitar una pequeña risa, y tampoco tuvo tiempo para cubrir sus labios ante su cometario. Al parecer en ello también eran parecidos.
Porque independiente de lo sola que ella creía estar, siempre debía sostenerse en alguien más, tal vez muchas personas, donde cada una era un fragmento de las bases que trataban de mantenerla funcionando, si bien no de la mejor manera, al menos lo suficiente como para sobrevivir. Por eso debía romper con todo para tratar de reconstruir ella misma una plataforma aun más sólida, y que no dependiera de nadie más, para poder encarar mejor su existencia.
- El bambú tiene un alma muy resistente, creo que sobreviviría aun en manos del más despistado – comentó a modo de consuelo. Y es que era cierto, esa planta podía crecer con orgullo aun en condiciones paupérrimas, así que era algo de lo que se podía sacar una excelente lección, aunque por el momento, sería harina de otra tarta – Sí, lo cierto es que perdí por completo la noción del tiempo – ¿Cuánto había pasado? ¿Importaba? Salvo para efectos de que volviese a casa antes de que los imponentes rayos del sol causaran algún daño.
Un suspiro más y se levantó de su silla con la misión de acompañarle a la salida. Volvió a sonreír, no ocultando lo que pasaba por su cabeza, porque pese a todo ello estaba tranquila en tantos sentidos que no valía la pena enumerarlos. Había sido prácticamente como una catarsis, lograda en el momento preciso.
En silencio lo condujo hasta la puerta, parte porque no sabía que decir, y otro tanto porque no quería arruinar lo avanzado con las palabras. Sabía que podría llegar a ser la última vez que lo viese, así que atar cada uno de los recuerdos creados hoy sería como uno de esos momentos que valdrían la pena aunque su futuro se mostrara aun más oscuro.
- Espero que esta no sea la última visita – dijo tratando de sonreír, tratado de que no sonaran como una petición vacía, aunque ni siquiera ella sabía si algún día volvería a habitar este lugar que aun no podía llamar con propiedad, su hogar – Y… de verdad gracias por todo. Quien sabe dónde estaría de no ser por usted, Daniil – agregó, acercándose a dejar un imprudente beso en su mejilla.
En cuanto su maestro cruzara el umbral de la salida, Carmmine con sus propias manos comenzaría a destruir su pasado, su presente y tal vez parte de su futuro. Y aunque tenía un profundo miedo de lo que pasaría luego de que cerrara la puerta, esta vez no se iba a dejar arrastrar por sus temores, sino que los enfrentaría como debió haber hecho hace mucho tiempo atrás.
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Re: Cena de Media Noche [Daniil Stravinsky]
Se quedó un momento de pie, mirando la planta solitaria en la pequeña maseta, recordó momentáneamente sus viajes a orientes, hacía un par de siglos, pero eso en realidad resultó intrascendente ante pensamientos y memorias más cercanas, la de la conversación que se había llevado acabo hace apenas unos minutos, que aún no concluía pero que el sol amenazaba con terminarla. Temió dejar a Carmmine en un estado así, él mismo temió por sí mismo, ante una crisis podía tomar la arrebatada determinación de vagar por las calles de París hasta que el día lo alcanzara y terminar ahí con esa existencia que tanto le agobiaba. Sintió una opresión en el pecho que amenazó con asfixiarlo, por ella, por él, por todo lo que se había dicho y luego simplemente asintió ante las palabras ajenas.
-Despistado –susurró y rio, clavó su mirada en su alumna, aunque después de esa noche de sosegada turbulencia, más que una chica a la que debía enseñarle, se había convertido en una mujer que podía hablarle al mismo nivel, claro estaba que el tiempo pesaba más sobre uno que el otro, y Daniil en su afán de salvar al mundo (porque él no podía salvarse) le enseñaría lo que ella estuviera dispuesta a aprender. El vampiro más viejo no sólo tenía cinco siglos a cuestas, sino una sed de conocimiento poco común, voraz y desmedida, y no era receloso de todo aquello que sabía, gustaba de transmitir conocimiento, retribuir algo al mundo-. Despistado, esa es una palabra que me podría definir –su tono de voz fue cándido, parecido a la broma, pero era algo muy cierto y se encaminó a la puerta con Carmmine a un lado. Suspiró y se giró sobre sus talones para tenerla de frente, agradecerle, por la cena, la plática, pero sobre todo, por las lecciones, no cabía duda que aún tenía demasiado por aprender y él jamás estaba conforme, sabía que nunca llegaría a saberlo “todo”, pero eso, querer alcanzar esa meta absurda le daba una motivación para continuar en esa hermosa charada que se llamaba vida.
Negó con la cabeza y fue a decir algo, pero el beso en la mejilla lo tomó desprevenido y rio contrariado, avergonzado porque Carmmine era hermosa y su maravillosa mente no lograba opacar lo evidentemente físico, si acaso, sólo lo resaltaba más y para el viejo médico las mujeres hermosas siempre habían resultado su talón de Aquiles, por decir lo menos. Aguantó el aire y sólo lo soltó cuando ella se separó.
-No, no será la última vez, claro, siempre y cuando tú me invites –sonrió de nuevo-. Gracias a ti –se apresuró a decir-, y espero verte pronto –algo lo obligó a decir aquello, el miedo de la imprudencia conducida por la tristeza, un miedo que él conocía bien, que no quería que la dominara esa noche a ella. Abrió la puerta y salió de la casa, dio un par de pasos pero se detuvo, giró el rostro sopesando la posibilidad de regresar. Apretó tanto la maseta entre sus manos que ésta estuvo a punto de romperse y se reprimió, confió en el buen criterio de la joven y continuó su camino. Regresaría caminando a casa, la noche aún le daba permiso para hacerlo.
-Despistado –susurró y rio, clavó su mirada en su alumna, aunque después de esa noche de sosegada turbulencia, más que una chica a la que debía enseñarle, se había convertido en una mujer que podía hablarle al mismo nivel, claro estaba que el tiempo pesaba más sobre uno que el otro, y Daniil en su afán de salvar al mundo (porque él no podía salvarse) le enseñaría lo que ella estuviera dispuesta a aprender. El vampiro más viejo no sólo tenía cinco siglos a cuestas, sino una sed de conocimiento poco común, voraz y desmedida, y no era receloso de todo aquello que sabía, gustaba de transmitir conocimiento, retribuir algo al mundo-. Despistado, esa es una palabra que me podría definir –su tono de voz fue cándido, parecido a la broma, pero era algo muy cierto y se encaminó a la puerta con Carmmine a un lado. Suspiró y se giró sobre sus talones para tenerla de frente, agradecerle, por la cena, la plática, pero sobre todo, por las lecciones, no cabía duda que aún tenía demasiado por aprender y él jamás estaba conforme, sabía que nunca llegaría a saberlo “todo”, pero eso, querer alcanzar esa meta absurda le daba una motivación para continuar en esa hermosa charada que se llamaba vida.
Negó con la cabeza y fue a decir algo, pero el beso en la mejilla lo tomó desprevenido y rio contrariado, avergonzado porque Carmmine era hermosa y su maravillosa mente no lograba opacar lo evidentemente físico, si acaso, sólo lo resaltaba más y para el viejo médico las mujeres hermosas siempre habían resultado su talón de Aquiles, por decir lo menos. Aguantó el aire y sólo lo soltó cuando ella se separó.
-No, no será la última vez, claro, siempre y cuando tú me invites –sonrió de nuevo-. Gracias a ti –se apresuró a decir-, y espero verte pronto –algo lo obligó a decir aquello, el miedo de la imprudencia conducida por la tristeza, un miedo que él conocía bien, que no quería que la dominara esa noche a ella. Abrió la puerta y salió de la casa, dio un par de pasos pero se detuvo, giró el rostro sopesando la posibilidad de regresar. Apretó tanto la maseta entre sus manos que ésta estuvo a punto de romperse y se reprimió, confió en el buen criterio de la joven y continuó su camino. Regresaría caminando a casa, la noche aún le daba permiso para hacerlo.
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