AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Sky starts falling [Eve Heikkinen]
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Sky starts falling [Eve Heikkinen]
La noche, como siempre, era su única verdadera compañera, y amante, su relación con ella, sin embargo, era de amor-odio, como en toda buena pareja. Sus pasos eran notas en una pauta, de minucioso orden que para el ojo inexperto parecían sólo manchas sobre líneas; formando una melodía atonal, desconocida y personal. Tenía muchas cosas en la cabeza, todos los encuentros de los que ya había sido partícipe en esa ciudad y en todo lo que faltaba, por un lado se arrepentía de haber regresado a París, no pensó cuando decidió hacerlo que se vería involucrado en tantos sinsentidos, pero por otro lado creía con fiereza que había sido la decisión más sabia, una ciudad que no lo aburriría, una ciudad que... ¡vaya!, dónde más se hubiera topado con la señorita Noiret y hubiera recibido noticias de ese idiota de Mihai. Sonrió levemente al pensar en su amigo aún como "Mihai" cuando ahora su nombre era Indro, tal vez debería empezar a acostumbrarse al nuevo nombre.
Sin embargo, tenía un presentimiento clavado en el pecho, uno que le decía que el encuentro más importante en París aún no sucedía, que estaba esperando por él a la vuelta de la esquina, era como si esperara por algo que sabía que no iba a pasar, pero una luz tenue y débil a la que prefería no nombrar (pues era "esperanza" y nada más que eso) le hacía creer que la vida, o la inmortalidad, para el caso era lo mismo, aún le tenía una sorpresa, algo grande, algo que lo iba a marcar, no sabía qué era, no sabía si quiera si eran ideas suyas, de un tipo perpetuamente congelado en la crisis de los 40 o algo que había leído en las estrellas, en las que sólo buscaba paz y no respuestas, pero tal vez le habían dado respuestas sin pedir por ellas. Rió, sí, así, solo en la calle comenzó a reír y dobló en una esquina.
El choque de ambos cuerpos provocó un sonido sordo y breve, "paf" amortiguado por las ropas, sin embargo, al buscar a la víctima de su descuido no vio a nadie, pero era imposible porque él aún sentía en el pecho la sensación de otro cuerpo encontrándose con el suyo de forma accidental, agachó la mirada y ahí estaba, con ojos azules que sólo le recordaron a alguien y a algo, al Vóljov congelado, y con cabello rubio y belleza que no parecía terrenal. Freya venida a la tierra, se quedó un momento pasmado como tonto, demasiado concentrado en esa belleza de tierras norteñas, como él, absorto en una fantasía que pasó fugaz frente a sus ojos.
-Lo siento -finalmente pudo decir algo aunque le hubiera gustado decir algo más brillante a esa trillada frase tan usada y desgastada que parecía ya no tener sentido siquiera, extendió su mano y la ayudó a ponerse de pie, alta y esbelta, grácil a pesar que sus ropas no eran finas, era de esa gracia natural e intrínseca, no aprendida a base de lecciones, más bien adquirida por el conocimiento subconsciente de saberse poseedor de una belleza tan sublime. Daniil, a sus 500 años, no había visto rostro más perfecto.
Sin embargo, tenía un presentimiento clavado en el pecho, uno que le decía que el encuentro más importante en París aún no sucedía, que estaba esperando por él a la vuelta de la esquina, era como si esperara por algo que sabía que no iba a pasar, pero una luz tenue y débil a la que prefería no nombrar (pues era "esperanza" y nada más que eso) le hacía creer que la vida, o la inmortalidad, para el caso era lo mismo, aún le tenía una sorpresa, algo grande, algo que lo iba a marcar, no sabía qué era, no sabía si quiera si eran ideas suyas, de un tipo perpetuamente congelado en la crisis de los 40 o algo que había leído en las estrellas, en las que sólo buscaba paz y no respuestas, pero tal vez le habían dado respuestas sin pedir por ellas. Rió, sí, así, solo en la calle comenzó a reír y dobló en una esquina.
El choque de ambos cuerpos provocó un sonido sordo y breve, "paf" amortiguado por las ropas, sin embargo, al buscar a la víctima de su descuido no vio a nadie, pero era imposible porque él aún sentía en el pecho la sensación de otro cuerpo encontrándose con el suyo de forma accidental, agachó la mirada y ahí estaba, con ojos azules que sólo le recordaron a alguien y a algo, al Vóljov congelado, y con cabello rubio y belleza que no parecía terrenal. Freya venida a la tierra, se quedó un momento pasmado como tonto, demasiado concentrado en esa belleza de tierras norteñas, como él, absorto en una fantasía que pasó fugaz frente a sus ojos.
-Lo siento -finalmente pudo decir algo aunque le hubiera gustado decir algo más brillante a esa trillada frase tan usada y desgastada que parecía ya no tener sentido siquiera, extendió su mano y la ayudó a ponerse de pie, alta y esbelta, grácil a pesar que sus ropas no eran finas, era de esa gracia natural e intrínseca, no aprendida a base de lecciones, más bien adquirida por el conocimiento subconsciente de saberse poseedor de una belleza tan sublime. Daniil, a sus 500 años, no había visto rostro más perfecto.
- Sky starts falling:
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Re: Sky starts falling [Eve Heikkinen]
Había salido temprano de aquel pequeño cuarto al que ahora llamaba casa y casi se sentía con la confianza de llamarle hogar, si bien había sido su día libre por la noche tenía que regresar a trabajar y a encerrarse entre las paredes del Burdel. Había estrenado una de esas prendas que ella misma se había confeccionado, la tela seguía sin ser de buena calidad pero al menos había dejado de usar esas prendas roídas que usaba antes de tener una paga segura y fija, por aquella mínima tranquilidad que le daban esos escasos francos al mes valía la pena permanecer en ese lugar donde cualquier hecho inesperado podía suceder, botellas rotas, golpes ciegos, gritos de clientes insatisfechos, etc. Se había desviado un poco del camino, calculando el tiempo que tenia para perderse por las calles parisinas y no llegar tarde a su trabajo.
Caminaba un tanto distraída, con su paso cotidiano que parecía un paso apresurado para la mayoría de las mujeres pero era debido al tamaño de su zancada. Quería imitar a Pablo, aquel muchacho en el que encontró un amigo de forma inesperada, quería consentirse un poco y caer en uno de sus impredecibles antojos pero no lo haría además no tenía algo que se le antojara en particular, tal vez una buena pieza de chocolate amargo que pudiera racionar en la semana, tal vez…
Dobló una de las esquinas, una de tantas que había doblado ese día y chocó de lleno con aquella persona que en primer instancia no pudo mirar, debía ser hombre por la complexión y porque ella fue a parar irremediablemente al suelo. Trató de interponer las manos entre el suelo y ella y lo único que logró fue que pequeñas piedras se le incrustaran en las palmas de su mano. Cerró y apretó los ojos al momento de choque y así permaneció mientras sentía como caía y era frenada por el suelo. Unos segundos después relajó el gesto y los abrió, levantó el rostro para observar al hombre y tal vez reclamarle pero no pudo, al instante no pudo, de pronto se sintió apenada y opacada por aquel personaje, sin saber que decir ni cómo reaccionar.
Escuchó las palabras de hombre con él que había chocado y se sacudió un poco las manos antes de sujetarse de la que le era ofrecida y sin poder evitar notar el tacto gélido de él para luego hacer caso omiso del mismo, tal vez eran figuraciones suyas.
-Gracias- contestó una vez de pie, con ese nudo desconocido, que se le había instalado en la base del estomago, desde que cruzó mirada con aquel hombre. Soltó su mano para observar las propias- Caminaba distraída.- comentó evitando sus ojos, ella no era buena para esa clase de situaciones y a pesar de estar lista a marcharse una parte de ella no quería alejarse del sitio del choque y de aquel hombre, sin embargo dio un paso, dos para continuar su camino.
Caminaba un tanto distraída, con su paso cotidiano que parecía un paso apresurado para la mayoría de las mujeres pero era debido al tamaño de su zancada. Quería imitar a Pablo, aquel muchacho en el que encontró un amigo de forma inesperada, quería consentirse un poco y caer en uno de sus impredecibles antojos pero no lo haría además no tenía algo que se le antojara en particular, tal vez una buena pieza de chocolate amargo que pudiera racionar en la semana, tal vez…
Dobló una de las esquinas, una de tantas que había doblado ese día y chocó de lleno con aquella persona que en primer instancia no pudo mirar, debía ser hombre por la complexión y porque ella fue a parar irremediablemente al suelo. Trató de interponer las manos entre el suelo y ella y lo único que logró fue que pequeñas piedras se le incrustaran en las palmas de su mano. Cerró y apretó los ojos al momento de choque y así permaneció mientras sentía como caía y era frenada por el suelo. Unos segundos después relajó el gesto y los abrió, levantó el rostro para observar al hombre y tal vez reclamarle pero no pudo, al instante no pudo, de pronto se sintió apenada y opacada por aquel personaje, sin saber que decir ni cómo reaccionar.
Escuchó las palabras de hombre con él que había chocado y se sacudió un poco las manos antes de sujetarse de la que le era ofrecida y sin poder evitar notar el tacto gélido de él para luego hacer caso omiso del mismo, tal vez eran figuraciones suyas.
-Gracias- contestó una vez de pie, con ese nudo desconocido, que se le había instalado en la base del estomago, desde que cruzó mirada con aquel hombre. Soltó su mano para observar las propias- Caminaba distraída.- comentó evitando sus ojos, ella no era buena para esa clase de situaciones y a pesar de estar lista a marcharse una parte de ella no quería alejarse del sitio del choque y de aquel hombre, sin embargo dio un paso, dos para continuar su camino.
Última edición por Eve Heikkinen el Dom Jun 12, 2011 9:54 am, editado 1 vez
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Re: Sky starts falling [Eve Heikkinen]
Se quedó completamente hipnotizado por la joven, era tan extraño sentirse así. Mentiría si dijera que no había conocido mujeres hermosas en su estancia en París, porque había corrido con la suerte de toparse a más de una, y más de una, también, que le había arrebatado el corazón de uno u otro modo, pero el impacto inicial del que hablaba Kant, ese pocas veces lo había experimentado de ese modo.
"Lo bello encanta, lo sublime conmueve"
Habría dicho el filósofo prusiano; y era hasta ahora que lo comprendía, había algo en la chica frente a él que sabía, simplemente lo sabía, era importante, algo, no sabía qué. La escuchó hablar con un marcado acento que ya había escuchado con anterioridad, comprobando su procedencia, la misma tierra de Thor y Balder, de Freya, la más hermosa de los dioses.
-No -dijo y se dio cuenta que tenía la garganta seca, cosa que muy pocas veces le pasaba, tragó saliva-, yo venía distraído -una sonrisa, pero esta vez había un dejo de timidez en ella. "Daniil, qué te pasa" se dijo mentalmente, ninguna persona, especialmente las mujeres, lo ponían así, claro que se sonrojaba y adoptaba la actitud de adolescente sonrojado a veces, pero era con el trato, no así de la nada, ella hizo el intento por seguir su camino y algo más fuerte que su cuerpo y su mente unidos los obligó a detenerla.
-Espere -dijo, no sabía para qué, sólo quería seguir viéndola, seguir cerca, aunque no hablaran-, déjeme compensar mi error -inclinó la cabeza como el caballero que era. Se sintió el más idiota de los hombres al pretender que ella podría aceptar, pero ahora las palabras estaban sueltas, habían corrido de su boca a los oídos de la mujer y ya no iban a regresar, se quedó parado, tenso, esperando que su torpeza no fuese tomada como tal, o que al menos la perdonara. Sí, él era el mortal, por irónico que sonara, esperando el perdón de una diosa.
-No -dijo y se dio cuenta que tenía la garganta seca, cosa que muy pocas veces le pasaba, tragó saliva-, yo venía distraído -una sonrisa, pero esta vez había un dejo de timidez en ella. "Daniil, qué te pasa" se dijo mentalmente, ninguna persona, especialmente las mujeres, lo ponían así, claro que se sonrojaba y adoptaba la actitud de adolescente sonrojado a veces, pero era con el trato, no así de la nada, ella hizo el intento por seguir su camino y algo más fuerte que su cuerpo y su mente unidos los obligó a detenerla.
-Espere -dijo, no sabía para qué, sólo quería seguir viéndola, seguir cerca, aunque no hablaran-, déjeme compensar mi error -inclinó la cabeza como el caballero que era. Se sintió el más idiota de los hombres al pretender que ella podría aceptar, pero ahora las palabras estaban sueltas, habían corrido de su boca a los oídos de la mujer y ya no iban a regresar, se quedó parado, tenso, esperando que su torpeza no fuese tomada como tal, o que al menos la perdonara. Sí, él era el mortal, por irónico que sonara, esperando el perdón de una diosa.
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Re: Sky starts falling [Eve Heikkinen]
Ambos iban distraídos, no había ningún culpable más que la casualidad, correspondía la leve sonrisa que le era dedicada con otra igual de tímida y hasta un tanto reservada.
Un tercer paso pero no hubo más, se detuvo ante la petición de que esperara. Sentía la situación como extraña y densa, como si aquella noche solo existiera aquel hombre aunque podía oír perfectamente el rumor parisino de fondo, no podía plasmar siquiera en pensamientos lo que le hacía sentir, no solía ponerse nerviosa, tal vez un poco desde que trabajaba en el burdel pero no cuando conocía a alguien en plena calle. Lo observó confundida y acortó un poco la distancia que los separaba.
-¿Su error? – preguntó respetuosa y el peso que sentía en el estomago se acentuó. El hombre se notaba todo un caballero, la confección de su traje, así como la tela eran finas, “compensar su error” cualquiera podría ver la situación como una buena oportunidad para sacar un poco de provecho para sí pero ella no lo haría.- No tiene nada que compensar, Señor… - observó su rostro y enseguida supo que no era buena idea, no podía evitar mirarlo, y perderse un poco en aquel rostro, así que desvió la mirada, tan sólo unos centímetros sin ser grosera, bajando un poco la misma antes de que aquel hombre la considera demente.- y si así fuera ambos tendríamos algo que compensar al otro.
Ella misma se recriminó su comportamiento, su torpeza, tenía que ser la misma persona de siempre, así que acentuó la sonrisa y mentalmente trató de sacudirse el nerviosismo que la invadía. - No tiene nada de qué preocuparse.
Un tercer paso pero no hubo más, se detuvo ante la petición de que esperara. Sentía la situación como extraña y densa, como si aquella noche solo existiera aquel hombre aunque podía oír perfectamente el rumor parisino de fondo, no podía plasmar siquiera en pensamientos lo que le hacía sentir, no solía ponerse nerviosa, tal vez un poco desde que trabajaba en el burdel pero no cuando conocía a alguien en plena calle. Lo observó confundida y acortó un poco la distancia que los separaba.
-¿Su error? – preguntó respetuosa y el peso que sentía en el estomago se acentuó. El hombre se notaba todo un caballero, la confección de su traje, así como la tela eran finas, “compensar su error” cualquiera podría ver la situación como una buena oportunidad para sacar un poco de provecho para sí pero ella no lo haría.- No tiene nada que compensar, Señor… - observó su rostro y enseguida supo que no era buena idea, no podía evitar mirarlo, y perderse un poco en aquel rostro, así que desvió la mirada, tan sólo unos centímetros sin ser grosera, bajando un poco la misma antes de que aquel hombre la considera demente.- y si así fuera ambos tendríamos algo que compensar al otro.
Ella misma se recriminó su comportamiento, su torpeza, tenía que ser la misma persona de siempre, así que acentuó la sonrisa y mentalmente trató de sacudirse el nerviosismo que la invadía. - No tiene nada de qué preocuparse.
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Re: Sky starts falling [Eve Heikkinen]
Su sonrisa. Se quedó completamente mudo ante esa sonrisa, regalo divino de la diosa más bella. Qué demonios le estaba pasando, carraspeó un poco tratando de recuperar seguridad, pero era como si ésta hubiera decidido abandonarlo por completo, en ese momento, justo cuando más la necesitaba había resultado ser una aliada de poco fiar. Y sin embargo, ahí estaba, su sonrisa, como si fuera lo único que importara en la infinidad de la noche, esa noche de su encuentro fortuito. ¿Eso era?, ¿eso era lo que estaba esperando?, tal vez no volvería a verla pero se sentía privilegiado de haberla visto aunque fuera por una vez, tal vez ese era su gran evento en París.
No, no iba a permitir que se le fuera así de fácil, quería prolongarlo, disfrutar cada segundo, su rostro, estaba seguro, era el de un tonto al que de pronto el gato le devoró la lengua. Sonrió, por dentro el un pobre diablo asustado y nervioso, pero su sonrisa fue la misma de siempre, esa con tono inocente y a la vez encantador, la sonrisa que siempre resultaba exitosa con el sexo opuesto y que ahora sólo buscaba ser la defensa a su repentina debilidad.
-Por favor, debo insistir -se llevó la mano al pecho enfatizando cuánto deseaba compensarla-, fue usted la que cayó -sonrió de nuevo, la miró a los ojos pero de pronto se sintió perdido, se sintió nadando dentro de un río congelado, atrapado por una gruesa capa de hielo, esa era la sensación que una mirada tan azul como aquella le provocó, el aire hizo falta y la desesperación por salir lo abrumó, parpadeó para regresar a la realidad, diciéndose mentalmente no volver a mirarla a los ojos, no estaba listo, no era digno.
Sin más, la tomó de la mano, la alzó y posó un beso en el dorso.
-Doctor Daniil Stravinsky, a su servicio -una reverencia y luego otra sonrisa torpe, pocas veces se presentaba como doctor, pero esta vez, quería a toda costa poder ganarse su confianza, y si alguien inspiraba confianza, ese era un médico.
No, no iba a permitir que se le fuera así de fácil, quería prolongarlo, disfrutar cada segundo, su rostro, estaba seguro, era el de un tonto al que de pronto el gato le devoró la lengua. Sonrió, por dentro el un pobre diablo asustado y nervioso, pero su sonrisa fue la misma de siempre, esa con tono inocente y a la vez encantador, la sonrisa que siempre resultaba exitosa con el sexo opuesto y que ahora sólo buscaba ser la defensa a su repentina debilidad.
-Por favor, debo insistir -se llevó la mano al pecho enfatizando cuánto deseaba compensarla-, fue usted la que cayó -sonrió de nuevo, la miró a los ojos pero de pronto se sintió perdido, se sintió nadando dentro de un río congelado, atrapado por una gruesa capa de hielo, esa era la sensación que una mirada tan azul como aquella le provocó, el aire hizo falta y la desesperación por salir lo abrumó, parpadeó para regresar a la realidad, diciéndose mentalmente no volver a mirarla a los ojos, no estaba listo, no era digno.
Sin más, la tomó de la mano, la alzó y posó un beso en el dorso.
-Doctor Daniil Stravinsky, a su servicio -una reverencia y luego otra sonrisa torpe, pocas veces se presentaba como doctor, pero esta vez, quería a toda costa poder ganarse su confianza, y si alguien inspiraba confianza, ese era un médico.
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Re: Sky starts falling [Eve Heikkinen]
-Tiene razón- rió ante la mención de su caída, pero era imposible que alguien con el porte gallardo de él cayera. No pudo evitar más el contacto visual cuando fue él quien lo busco y pronto optó por romperlo, dio gracias porque así fue, le era imposible sostenerle la mirada a esos ojos cafés y profundos, era como perderse en cada una de las líneas que se dibujaban en el iris y caer en grietas abismales labradas en la tierra por movimientos tectónicos de mucho tiempo atrás.
Sin previo aviso ahí está otra vez su piel fría en contacto con la suya, la tomaba de la mano y posaba en ella un educado y cortes beso, aquel movimiento la tomo por sorpresa y estaba segura de que no la había simulado del todo. No estaba acostumbrada a esas muertas, su clase era honrada y trabajadora pero bastante falta de aquellos modales como parte de la vida cotidiana. Por un momento temió lo peor, no quería presentaciones, no quería nombres, no quería tener que dar su nombre pero era algo inevitable cuando él dio el suyo. Daniil Stravinsky, dicho con una perfecta pronunciación rusa pero eso no era lo que importaba en ese momento sino todo lo que se pudiera desencadenar de ello, aquello era un simple encuentro, jamás volvería ver a Daniil Stravinsky, jamás pero aún así debía ser precavida y su espíritu de salvaguarda pudo más que ella.
-Aino – se presentó, era un nombre común finlandés con el cual había tenido su primer contacto en su infancia con una niña de su misma edad quien se convirtió en su primera “amiga” y una pequeña compañera de juegos junto al puerto, antes de que ella misma perdiera su infancia en cuidar a sus hermanos y encargarse de la casa.- Aino Trentemøller – confirmó añadiendo el único apellido además del suyo propio que se le vino a la cabeza, el apellido de Alvar. De pronto se sintió incomoda consigo misma y al comparar supo que las reacciones que en ella había desatado aquel hombre anterior mente no eran de incomodidad. En el fondo sabía que aquello no era honesto pero tampoco era considerado honesto el lugar en el que laboraba. A pesar de eso sonrió, él no tenía la culpa de sus marañas mentales.- Mucho gusto, Monsieur Stravinsky.
Odiaba el Francés, sólo esperaba el día en que se adaptara por completo a el. - Siempre es útil conocer a un medico.- Ella no era una persona enfermiza, al calor primaveral era fácil acostumbrarse y el frío del invierno parisino no era nada comparado con el de su tierra natal, además jamás iba a poder costear los servicios de un doctor como él que se notaba distinguido y quien seguramente encontraba entre sus pacientes miembros de la realeza.- Muy contadas veces he solicitado de uno. Dos a lo mucho- y parecía que volvía a ser ella, hablando de todo y de cosas insignificantes que a nadie le importaban. Volvió a sonreír, tímida, apenada.
Sin previo aviso ahí está otra vez su piel fría en contacto con la suya, la tomaba de la mano y posaba en ella un educado y cortes beso, aquel movimiento la tomo por sorpresa y estaba segura de que no la había simulado del todo. No estaba acostumbrada a esas muertas, su clase era honrada y trabajadora pero bastante falta de aquellos modales como parte de la vida cotidiana. Por un momento temió lo peor, no quería presentaciones, no quería nombres, no quería tener que dar su nombre pero era algo inevitable cuando él dio el suyo. Daniil Stravinsky, dicho con una perfecta pronunciación rusa pero eso no era lo que importaba en ese momento sino todo lo que se pudiera desencadenar de ello, aquello era un simple encuentro, jamás volvería ver a Daniil Stravinsky, jamás pero aún así debía ser precavida y su espíritu de salvaguarda pudo más que ella.
-Aino – se presentó, era un nombre común finlandés con el cual había tenido su primer contacto en su infancia con una niña de su misma edad quien se convirtió en su primera “amiga” y una pequeña compañera de juegos junto al puerto, antes de que ella misma perdiera su infancia en cuidar a sus hermanos y encargarse de la casa.- Aino Trentemøller – confirmó añadiendo el único apellido además del suyo propio que se le vino a la cabeza, el apellido de Alvar. De pronto se sintió incomoda consigo misma y al comparar supo que las reacciones que en ella había desatado aquel hombre anterior mente no eran de incomodidad. En el fondo sabía que aquello no era honesto pero tampoco era considerado honesto el lugar en el que laboraba. A pesar de eso sonrió, él no tenía la culpa de sus marañas mentales.- Mucho gusto, Monsieur Stravinsky.
Odiaba el Francés, sólo esperaba el día en que se adaptara por completo a el. - Siempre es útil conocer a un medico.- Ella no era una persona enfermiza, al calor primaveral era fácil acostumbrarse y el frío del invierno parisino no era nada comparado con el de su tierra natal, además jamás iba a poder costear los servicios de un doctor como él que se notaba distinguido y quien seguramente encontraba entre sus pacientes miembros de la realeza.- Muy contadas veces he solicitado de uno. Dos a lo mucho- y parecía que volvía a ser ella, hablando de todo y de cosas insignificantes que a nadie le importaban. Volvió a sonreír, tímida, apenada.
Invitado- Invitado
Re: Sky starts falling [Eve Heikkinen]
Aino Trentemøller, Aino Trentemøller... repitió muchas veces en su cabeza, no quería olvidar el nombre, porque el nombre es arquetipo de la cosa y al recordar los sustantivos propios que la nombraban recordaría el rostro perfecto que lo enmarcaba. Sonrió ante el comentario, le gustó que hablara con él, aunque fuese de aquella trivialidad.
-Entonces goza usted de una muy buena salud -era joven, pero no tanto como para que su promedio de visitas fuese tan sólo un par, debía ser fuerte, más de lo que aparentaba-, espero que la próxima vez no sea pronto, pero cuenta usted conmigo -ofreció, porque ese era él, y porque la más mínima esperanza de volverla a ver lo hacía más feliz en ese instante que cualquier otra cosa.
-Aino, es un hermoso nombre -apuntó y luego se dio cuenta que seguían en la misma esquina donde habían chocado, una esquina que, estaba seguro, recordaría por un largo tiempo-, y dígame señorita Trentemøller, ¿cómo me dejará compensarla por mi torpeza? -no importaba que ella hubiera dicho que había sido culpa de ambos en todo caso, quería poder compartir más tiempo a su lado a como diera lugar, estaba aferrado a la idea y encantado a su vez. Poder conocer que había detrás de una mujer tan evidentemente bella, no esperaba que con esas pocas palabras que habían cruzado pudieran desarrollar una amistad o algo parecido pero sí que ese encuentro sembrara la posibilidad de un futuro.
-No sé usted que crea, pero yo no creo en la casualidad de este tipo de encuentros -se atrevió a decir, implicando que había sido el destino y no el azar el que había cruzado sus caminos en una noche tan falta de encanto al principio y que ahora podía ser trascendente.
A pesar de las palabras de las que ya había sido acreedor, de la sonrisa (maravillosa como no recordaba ninguna) notaba en la joven una especie de renuencia, como una barrera invisible pero igual impenetrable. Qué sería, se preguntó.
-Entonces goza usted de una muy buena salud -era joven, pero no tanto como para que su promedio de visitas fuese tan sólo un par, debía ser fuerte, más de lo que aparentaba-, espero que la próxima vez no sea pronto, pero cuenta usted conmigo -ofreció, porque ese era él, y porque la más mínima esperanza de volverla a ver lo hacía más feliz en ese instante que cualquier otra cosa.
-Aino, es un hermoso nombre -apuntó y luego se dio cuenta que seguían en la misma esquina donde habían chocado, una esquina que, estaba seguro, recordaría por un largo tiempo-, y dígame señorita Trentemøller, ¿cómo me dejará compensarla por mi torpeza? -no importaba que ella hubiera dicho que había sido culpa de ambos en todo caso, quería poder compartir más tiempo a su lado a como diera lugar, estaba aferrado a la idea y encantado a su vez. Poder conocer que había detrás de una mujer tan evidentemente bella, no esperaba que con esas pocas palabras que habían cruzado pudieran desarrollar una amistad o algo parecido pero sí que ese encuentro sembrara la posibilidad de un futuro.
-No sé usted que crea, pero yo no creo en la casualidad de este tipo de encuentros -se atrevió a decir, implicando que había sido el destino y no el azar el que había cruzado sus caminos en una noche tan falta de encanto al principio y que ahora podía ser trascendente.
A pesar de las palabras de las que ya había sido acreedor, de la sonrisa (maravillosa como no recordaba ninguna) notaba en la joven una especie de renuencia, como una barrera invisible pero igual impenetrable. Qué sería, se preguntó.
Invitado- Invitado
Re: Sky starts falling [Eve Heikkinen]
Los niños de su condición social que resultaban enfermizos pocas veces lograban librar exitosamente la infancia y con el paso del tiempo el cuerpo se hacía resistente a toda clase de bichos. La sonrisa se tornó tímida y aunque estaba segura que jamás volvería a verlo aceptó en silencio los futuros servicios que le ofrecía.
Le era extraño y hasta un tanto incomodo que le llamara con el apellido de Alvar y por un momento se llenó de nostalgia ¿Por qué había elegido dar ese apellido en especial? Hubiera preferido dar el de su madre antes de casarse. - ¿Dejarle compensar su torpeza?- suspiró por que por unos minutos pensó que el asunto del culpable de aquella colisión estaba aclarado, lo miró torciendo un poco el gesto, no era un gesto grosero más bien juguetón, un gesto que daba a entender que esa batalla la había perdido ella defendiendo la idea de que ambos habían sido los causantes y ganaba él, Daniil Stravinsky, llevándose toda la culpa.- Realmente no lo sé – ambos se notaban tan diferentes, no sólo en apariencia.- sorpréndame, señor Stravinsky.
¿Qué diablos estaba haciendo? Ni ella misma lo sabía aquello no era un plan aunque disimulaba más el nerviosismo que ese caballero le provocaba el peso en el estomago no se marchaba y esas ganas de querer tocar su piel, de permanecer junto a él tampoco. De pronto como si un rayo le devolviera la cordura recordó que ella no había salido a dar un simple paseo, ella se dirigía al trabajo, más temprano que de costumbre pero no podría prolongar el encuentro por siempre. Su voz, varonil y educada la sacaron de sus pensamientos.- Si no es la casualidad sea lo que sea que provocara este encuentro erró de horario y día – dijo con poco de decepción en su voz, unos minutos más y todo acabaría, sentía que unos minutos más no eran suficientes - más tarde tengo un compromiso.- Aquel hombre no necesitaba saber que trabajaba de noche y peor aún que lo hacía en el burdel.
Le era extraño y hasta un tanto incomodo que le llamara con el apellido de Alvar y por un momento se llenó de nostalgia ¿Por qué había elegido dar ese apellido en especial? Hubiera preferido dar el de su madre antes de casarse. - ¿Dejarle compensar su torpeza?- suspiró por que por unos minutos pensó que el asunto del culpable de aquella colisión estaba aclarado, lo miró torciendo un poco el gesto, no era un gesto grosero más bien juguetón, un gesto que daba a entender que esa batalla la había perdido ella defendiendo la idea de que ambos habían sido los causantes y ganaba él, Daniil Stravinsky, llevándose toda la culpa.- Realmente no lo sé – ambos se notaban tan diferentes, no sólo en apariencia.- sorpréndame, señor Stravinsky.
¿Qué diablos estaba haciendo? Ni ella misma lo sabía aquello no era un plan aunque disimulaba más el nerviosismo que ese caballero le provocaba el peso en el estomago no se marchaba y esas ganas de querer tocar su piel, de permanecer junto a él tampoco. De pronto como si un rayo le devolviera la cordura recordó que ella no había salido a dar un simple paseo, ella se dirigía al trabajo, más temprano que de costumbre pero no podría prolongar el encuentro por siempre. Su voz, varonil y educada la sacaron de sus pensamientos.- Si no es la casualidad sea lo que sea que provocara este encuentro erró de horario y día – dijo con poco de decepción en su voz, unos minutos más y todo acabaría, sentía que unos minutos más no eran suficientes - más tarde tengo un compromiso.- Aquel hombre no necesitaba saber que trabajaba de noche y peor aún que lo hacía en el burdel.
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Re: Sky starts falling [Eve Heikkinen]
"Sorpréndame" era la puerta abierta a dar rienda suelta a su imaginación, si por él fuera ahora mismo la llevaba a Italia a comer pasta y luego al tranquilo Mediterráneo a observar las estrellas desde el mismo sitio en que lo hicieron los romanos, pero no, claro que no, no entendía la caprichosa necesidad que de la nada y sin avisar se apoderó de él en referencia a ella. Si su piel no tuviera esa tonalidad vivaz estaría seguro que se trataba de un vampiro que lo había encandilado, ella a él, lo que nunca había sucedido. Pero lo que fuera emoción ahora se convertía en decepción absoluta... tenía un compromiso, ¡claro que lo tenía!, Daniil se reprendió mentalmente por pensar que una mujer tan hermosa no tendría compromisos, ya lo podía ver, un galante caballero nórdico como ella, alto y rubio joven y apuesto, trató de disimular su decepción.
-Si me regala unos minutos, en unos minutos puedo sorprenderla -sonrió de lado, quería creer que podría pero no estaba seguro, la verdad es que sólo buscaba averiguar si esa imagen del galán escandinavo que se había formado en la cabeza sería cierta o si su compromiso se trataba de algo más. Extendió su mano para empezar la noche, por más breve que fuera, haría todo lo que estuviera a su alcance para sorprenderla-. Si quiere más tarde puedo escoltarla a ese compromiso suyo para velar que llegue usted con bien.
-Si me regala unos minutos, en unos minutos puedo sorprenderla -sonrió de lado, quería creer que podría pero no estaba seguro, la verdad es que sólo buscaba averiguar si esa imagen del galán escandinavo que se había formado en la cabeza sería cierta o si su compromiso se trataba de algo más. Extendió su mano para empezar la noche, por más breve que fuera, haría todo lo que estuviera a su alcance para sorprenderla-. Si quiere más tarde puedo escoltarla a ese compromiso suyo para velar que llegue usted con bien.
- Spoiler:
- I'm sorry beautiful, quedó corto, pero es que me dejas sin palabras!
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Re: Sky starts falling [Eve Heikkinen]
-Tiene una cantidad de minutos considerable y cada uno de ellos está noche serán suyos hasta que tenga que marcharme, Señor Stravinsky– correspondió esa sonrisa, magnifica y perfectamente delineada sobre la piel marmoleada de él, con otra sonrisa tímida y por un instante bajo la mirada apenada por sorprenderse a si misma observando tan detenidamente el rostro de ese hombre que tenia escasos minutos de conocer y que sin embargo llamaba su atención y causaba en ella reacciones como ningún otro.
Observó la mano que le era ofrecida y dudo un poco en tomarla, dudó por que el contacto con su piel acrecentaba esa sensación que tenía en la boca del estomago, el contacto con su piel helada le era extraño y fascinante. Al final lo tomó por el brazo entrelazándolos y comenzó a caminar a su lado, quería conservar esa sensación de sentirse protegida por siempre, lo seguiría a donde él quisiera. Ella siguiendo, de nuevo, a un extraño como aquella vez que dejo todo en Finlandia para comenzar ese viaje que la había traído a París, esta vez no dejaría todo, si lo hiciera esta vez no serían la desesperación y hartazgo los motores para hacerlo sino aquel hombre de ojos cafés profundos y penetrantes pero a la vez cálidos en evidente contraste con su piel, pero no lo haría porque estaba segura que era un sueño del cual pronto despertaría para volver a su vida normal. Y ahí estaba la mención a su vida normal y no, él no podía llevarla al lugar de su compromiso, no se lo permitiría, trató de no parecer tensa- Eso lo discutiremos después. Ahora estoy lista para que me sorprenda. – instintivamente se aferró un poco más a él, ya tendría tiempo de pensar cómo salía de esa situación, de esa despedida la que menos deseaba y que sería la más incomoda de todas.
- Spoiler:
- Me sonrojas, Daniil. A mi también me ha salido una respuesta corta pero poco a poco irá fluyendo.
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Re: Sky starts falling [Eve Heikkinen]
El corazón le dio un vuelco cuando ella aceptó, su piel era cálida y era como si la suya propia, de hielo permanente pudiera derretirse ante el contacto de ella. Había tocado a otras mujeres humanas antes pero pocas provocaban esa sensación en su pecho, ese calor ajeno a su condición de vampiro. Sonrió aunque no podía mentirse a si mismo, estaba nervioso y no supo de qué maldito sitio venían aquellos nervios repentinos. Comenzaron a caminar, ahora estaba el reto de sorprenderla, quería poder hacerlo, dar lo mejor que tenía, luchar con todas sus armas, aunque se pregunto: ¿luchas contra qué?
Con ánimo renovado sonrió y la miró de lado.
-Y dígame, ¿cómo prefiere que llame?, ¿señorita Trentemøller o simplemente Aino? -preguntó, él quería referirse a ella por su nombre pero no podía permitirse tal descortesía, llamarla Aino significaba romper la primera barrera, y eso significaba un avance más allá al que podía aspirar en una sola noche, él estaba dispuesto a que lo llamara Daniil, quería de algún modo asegurar algún tipo de confianza que plantara la promesa de volverse a ver.
Si Indro lo viera en ese momento se reiría de él como era su costumbre, tratando de congeniar con una mortal, completamente sobrecogido por su belleza, atontado y débil. Sí, a veces quería ser como su amigo, pero otras tantas disfrutaba de ser como era realmente, y esa noche, al lado de esa mujer eso sería, Daniil Stravinsky, ningún otro, y si quería volver a verlo como él a ella, sabría que lo habría conseguido por méritos propios.
-Si no le molesta -tenía muchas preguntas, pero empezaría por lo básico, era evidente que no era parisina, o que al menos su árbol familiar no echaba raíces en Francia-, ¿de qué lugar viene usted? -para él venía del propio Valhalla, pero no se lo diría, la miró largo rato mientras continuaban caminando, absorto con aquel rostro armonioso, que lo dejaba sin palabras, pero mentalmente se reprendía, no podía quedar como un tonto, no frente a ella.
Tuvo claro a dónde la llevaría, pero quería que fuera sorpresa así que no dijo nada al respecto.
Con ánimo renovado sonrió y la miró de lado.
-Y dígame, ¿cómo prefiere que llame?, ¿señorita Trentemøller o simplemente Aino? -preguntó, él quería referirse a ella por su nombre pero no podía permitirse tal descortesía, llamarla Aino significaba romper la primera barrera, y eso significaba un avance más allá al que podía aspirar en una sola noche, él estaba dispuesto a que lo llamara Daniil, quería de algún modo asegurar algún tipo de confianza que plantara la promesa de volverse a ver.
Si Indro lo viera en ese momento se reiría de él como era su costumbre, tratando de congeniar con una mortal, completamente sobrecogido por su belleza, atontado y débil. Sí, a veces quería ser como su amigo, pero otras tantas disfrutaba de ser como era realmente, y esa noche, al lado de esa mujer eso sería, Daniil Stravinsky, ningún otro, y si quería volver a verlo como él a ella, sabría que lo habría conseguido por méritos propios.
-Si no le molesta -tenía muchas preguntas, pero empezaría por lo básico, era evidente que no era parisina, o que al menos su árbol familiar no echaba raíces en Francia-, ¿de qué lugar viene usted? -para él venía del propio Valhalla, pero no se lo diría, la miró largo rato mientras continuaban caminando, absorto con aquel rostro armonioso, que lo dejaba sin palabras, pero mentalmente se reprendía, no podía quedar como un tonto, no frente a ella.
Tuvo claro a dónde la llevaría, pero quería que fuera sorpresa así que no dijo nada al respecto.
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Re: Sky starts falling [Eve Heikkinen]
Caminar de su brazo le era extraño y a la vez tan natural que ella misma parcia sorprendida, seguramente a la distancia ambos lucirían fuera de lugar, él con su elegante vestimenta y ella con su vestido humilde pero pulcro.
-Aino.- repitió ese nombre ajeno por inercia, la pregunta aunque era bastante obvia la tomo por sorpresa, a decir verdad en ese momento cualquier cosa la tomaría por sorpresa, jamás se había sentido así rodeada de un silencio tan reconfortante y contrastante con los nervios que le invadían pero que al final le daban paz. Sin duda que la llamase “Aino” era la mejor opción, “Señorita Trentemøler” sólo le hacía recordar los ojos claros de aquel que se apellidara así, era incomodo que le llamaran por nombres que en realidad no eran los suyos pero ella misma lo había decidido de esa manera. -si es que a mí también me permite tutearlo- agregó, volviendo su vista hacia él y sonriéndole, aunque en realidad era un gesto cálido que no terminaba por convertirse en sonrisa.
- Soy de Porvoo al sur de Finlandia.- contestó, de niña norte, sur, este u oeste podrían ser la misma dirección, ella solo sabía con esa inocencia infantil donde se encontraba el mar y que algunas veces el territorio ruso estaba detrás, porque por ahí se marchaba su madre cuando tenía por aquellos rumbos, luego cuando salío de esa pequeña ciudad portuaria la geografía europea tomo realidad y sentido. – Usted -comenzó pero al instante aunque un poco apenado corrigió y reformuló lo que deseaba preguntar -“Stravinsky” - se tomó la libertad de pronunciar su apellido ¿sería extranjero? Bien podría ser un autentico francés de raíces rusas.- Hablas un perfecto francés - Nadie era tan pésima como ella hablando francés, tal vez era bastante dura consigo misma pero no había mejorada en nada desde su llegada- ¿eres extranjero?.
¿Cuál sería el destino final para este improvisado encuentro? Una pregunta que parecía de suma importancia por el tiempo del que disponía por su lugar de trabajo pero que pasaba al último de los planos, sin saber por qué aquel hombre le inspiraba confianza.
-Aino.- repitió ese nombre ajeno por inercia, la pregunta aunque era bastante obvia la tomo por sorpresa, a decir verdad en ese momento cualquier cosa la tomaría por sorpresa, jamás se había sentido así rodeada de un silencio tan reconfortante y contrastante con los nervios que le invadían pero que al final le daban paz. Sin duda que la llamase “Aino” era la mejor opción, “Señorita Trentemøler” sólo le hacía recordar los ojos claros de aquel que se apellidara así, era incomodo que le llamaran por nombres que en realidad no eran los suyos pero ella misma lo había decidido de esa manera. -si es que a mí también me permite tutearlo- agregó, volviendo su vista hacia él y sonriéndole, aunque en realidad era un gesto cálido que no terminaba por convertirse en sonrisa.
- Soy de Porvoo al sur de Finlandia.- contestó, de niña norte, sur, este u oeste podrían ser la misma dirección, ella solo sabía con esa inocencia infantil donde se encontraba el mar y que algunas veces el territorio ruso estaba detrás, porque por ahí se marchaba su madre cuando tenía por aquellos rumbos, luego cuando salío de esa pequeña ciudad portuaria la geografía europea tomo realidad y sentido. – Usted -comenzó pero al instante aunque un poco apenado corrigió y reformuló lo que deseaba preguntar -“Stravinsky” - se tomó la libertad de pronunciar su apellido ¿sería extranjero? Bien podría ser un autentico francés de raíces rusas.- Hablas un perfecto francés - Nadie era tan pésima como ella hablando francés, tal vez era bastante dura consigo misma pero no había mejorada en nada desde su llegada- ¿eres extranjero?.
¿Cuál sería el destino final para este improvisado encuentro? Una pregunta que parecía de suma importancia por el tiempo del que disponía por su lugar de trabajo pero que pasaba al último de los planos, sin saber por qué aquel hombre le inspiraba confianza.
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Re: Sky starts falling [Eve Heikkinen]
Se sentía, de pronto y de la nada, un adolescente al que la joven de sus sueños le ha aceptado una invitación, dominó los nervios no supo cómo y siguió caminando, notó en ella nerviosismo, quiso creer que él provocaba esa reacción, pero pronto la idea perdió sentido, como una mujer tan hermosa podría sentirse nerviosa al estar al lado de un tipo tan común y tan corriente como él, seguramente lo tomaba como uno más que se ha deslumbrado por su perfección. Se alegró al escucharla darle permiso de llamarla Aino, era un hermoso nombre, proveniente de otras tierras como la belleza misma de aquella que lo poseía.
-¡Desde luego! –exclamó cuando ella pidió tutearlo también, su nombre, tan raro y tan difícil de pronunciar: Daniil (Daniel debía decirse, con la “e” perezosa), seguro sonaría como nunca salido de su boca. La miró cuando ella lo hizo y le sonrió, decidió que, a pesar de sentirse absolutamente sobrecogido por la joven a su lado, disfrutaría cada instante, pues quien sabe cuándo volvería a tener la oportunidad, quizá jamás, quizá era una mala broma del destino, poner en su camino a esa mujer para que nunca más la volviera a ver.
Cuando dijo su origen una risa se le escapó y desde luego eso hizo que su acompañante lo mirara con duda.
-Porvoo y Nóvgorod, la ciudad de donde soy –se llevó la mano libre al pecho –son relativamente cercanas –claro que sus líneas temporales no lo eran, pero eso no lo aclaró, era una coincidencia extraña pero él, en su necedad, quiso tomarla como una señal-, gracias –dijo al escucharla decir que tenía un buen francés –aún tengo acento eslavo –admitió, era un acento que al hablar cualquier idioma conservaba, casi podía jurar que lo hacía apropósito, para nunca olvidar el sitio del que venía, para no olvidar a la gente que en la nevada Rusia lo acompañó, no olvidar incluso en por qué de muchas cosas, incluso las malas. La pregunta sobre su nacionalidad la había contestado ya sin querer y además, dobló la esquina y estuvo ahí, en el sitio al que quería llegar.
Saint-Denis se erigía frente a ellos en su imponencia gótica, con su único campanario y el silencio sepulcral que la rodeaba, el rosetón al centro y el tono calizo de sus muros, sonrió alzando la mirada, Notre Dame quedaba muy lejos para ir caminando, y siempre estaba vigilada, quería un sitio que fuera sólo para ambos y esta catedral era perfecta. Se giró para verla y al igual que él, estaba atenta a la belleza arquitectónica del lugar, se llevó un índice a la boca, indicando silencio, se deslindó del agarre del brazo sólo para atreverse a tomarla de la mano y con paso rápido pero sigiloso se adentró a la iglesia, no prestó atención a las vidrieras, a los santos de piedra y al altar (algo de culpa por haber renunciado a Dios, tal vez) y caminó pegado a la pared hasta llegar a las escaleras del campanario.
-No hagas ruido –le dijo muy quedo-, el padre que oficia misa aquí es muy gruñón –le dijo en tono travieso, lo conocía porque había sido su paciente ya, no porque asistiera a misa, para empezar había sido criado en la iglesia ortodoxa y no presenciaba una eucaristía desde que era vampiro, sentía que rayaría en el colmo del cinismo si lo hacía.
Ascendieron por la vieja escalera de madera y finalmente estuvieron en el campanario, se podía ver París en su totalidad, relativamente quieto a esa hora, y las estrellas, por eso había buscado un lugar alto, se asomó y se recargó en el marco de la estructura.
-Ven –la invitó-, desde aquí se ve Notre Dame –señaló.
-¡Desde luego! –exclamó cuando ella pidió tutearlo también, su nombre, tan raro y tan difícil de pronunciar: Daniil (Daniel debía decirse, con la “e” perezosa), seguro sonaría como nunca salido de su boca. La miró cuando ella lo hizo y le sonrió, decidió que, a pesar de sentirse absolutamente sobrecogido por la joven a su lado, disfrutaría cada instante, pues quien sabe cuándo volvería a tener la oportunidad, quizá jamás, quizá era una mala broma del destino, poner en su camino a esa mujer para que nunca más la volviera a ver.
Cuando dijo su origen una risa se le escapó y desde luego eso hizo que su acompañante lo mirara con duda.
-Porvoo y Nóvgorod, la ciudad de donde soy –se llevó la mano libre al pecho –son relativamente cercanas –claro que sus líneas temporales no lo eran, pero eso no lo aclaró, era una coincidencia extraña pero él, en su necedad, quiso tomarla como una señal-, gracias –dijo al escucharla decir que tenía un buen francés –aún tengo acento eslavo –admitió, era un acento que al hablar cualquier idioma conservaba, casi podía jurar que lo hacía apropósito, para nunca olvidar el sitio del que venía, para no olvidar a la gente que en la nevada Rusia lo acompañó, no olvidar incluso en por qué de muchas cosas, incluso las malas. La pregunta sobre su nacionalidad la había contestado ya sin querer y además, dobló la esquina y estuvo ahí, en el sitio al que quería llegar.
Saint-Denis se erigía frente a ellos en su imponencia gótica, con su único campanario y el silencio sepulcral que la rodeaba, el rosetón al centro y el tono calizo de sus muros, sonrió alzando la mirada, Notre Dame quedaba muy lejos para ir caminando, y siempre estaba vigilada, quería un sitio que fuera sólo para ambos y esta catedral era perfecta. Se giró para verla y al igual que él, estaba atenta a la belleza arquitectónica del lugar, se llevó un índice a la boca, indicando silencio, se deslindó del agarre del brazo sólo para atreverse a tomarla de la mano y con paso rápido pero sigiloso se adentró a la iglesia, no prestó atención a las vidrieras, a los santos de piedra y al altar (algo de culpa por haber renunciado a Dios, tal vez) y caminó pegado a la pared hasta llegar a las escaleras del campanario.
-No hagas ruido –le dijo muy quedo-, el padre que oficia misa aquí es muy gruñón –le dijo en tono travieso, lo conocía porque había sido su paciente ya, no porque asistiera a misa, para empezar había sido criado en la iglesia ortodoxa y no presenciaba una eucaristía desde que era vampiro, sentía que rayaría en el colmo del cinismo si lo hacía.
Ascendieron por la vieja escalera de madera y finalmente estuvieron en el campanario, se podía ver París en su totalidad, relativamente quieto a esa hora, y las estrellas, por eso había buscado un lugar alto, se asomó y se recargó en el marco de la estructura.
-Ven –la invitó-, desde aquí se ve Notre Dame –señaló.
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Re: Sky starts falling [Eve Heikkinen]
Cuando escuchó su risa estallar ante su pregunta volvió su mirada hacia él llena de duda pero a la vez encandilada por el sonido de su risa que aunque breve era encantadora, abierta (como si se tratara de algo arcaico y oculto que de pronto ve la luz) y espontanea. Sonrió aún más al escuchar el nombre de la ciudad rusa y supo que no se había equivocado, lo observo hacer aquel honorable gesto, “relativamente cercanas” aunque hubiera sido de la mismísima Helsinki (notablemente más cerca que el territorio ruso) es posible que jamás se hubieran encontrado, a no ser de los distintos caminos que los habían conducido a ambos hasta Francia, exactamente a París, en el momento preciso para que ambos doblaran en aquella esquina distraídos… ahí estaba ella con esos argumentos que debatían la casualidad en la que creía y de la que anteriormente su acompañante había renegado.
Continúo siguiéndole el paso, aunque parecía que ninguno quería apresurarlo del todo, ella misma había conseguido lo que parecía imposible que en este caso era disminuir la velocidad de su marcha cotidiana, observó como comenzaron a adentrarse cada vez más en los suburbios de la región norte de la ciudad, cualquiera en sus cinco sentidos hubiera podido advertir todo aquello como una situación de riesgo pero no sería ella quien se alarmara y mucho menos ante la presencia de él, un hombre que le inspiraba tanta confianza y más aún ese peso, ahora agradable en la boca del estomago que le incitaba a permanecer a su lado y seguirlo al fin del mundo si eso fuese necesario. De vez en cuando lo miraba de perfil y así, poniendo mayor atención a sus palabras pudo notar el ligero acento eslavo del que le hablaba, ligero para ella a la que le parecía casi imposible eliminar o suavizar su acento extranjero.
Sin saber cómo, ni en cuanto tiempo fue, al parecer habían llegado a su destino sorpresa, aquella noche se caracterizaba por estar llena de mágicas lagunas de ignorancia y por primera vez no le importaba el cómo ni el por qué de la serie de detalles que comenzaron a suceder teniendo como eje la colisión con el médico oriundo de Nóvgorod. Se detuvieron y ante ellos se erguía una pequeña catedral, sé quedó observándola atónita, fijando su atención en cada detalle de la fachada, a lo largo de su viaje desde Finlandia hasta el lugar en donde se encontraban, nunca había prestado mucha atención a las edificaciones aunque no pasaban del todo desapercibidas debido a los bosquejos de Alvar pero nunca tenían suficiente peso para ella, al contrario de aquella noche donde detalles afilados que parecían labrados en metal resaltaban de los muros ella tan acostumbrada a las construcciones de madera con detalles muchos más suaves. Lo observó a él dedicándole una mira y aquel gesto tan infantil de guardar silencio, asintió sonriente y cómplice de aquella travesura de la cual no sabía del todo su motivo pero que de una u otra manera era especial ya que él la había improvisado para ella. A pesar de que no estaba acostumbrada a ninguna clase de contacto físico y menos con un desconocido le resulto tan natural que la tomara de la mano, se dejó y de puntillas lo siguió hasta la iglesia, entrando como una nueva clase de novios, excéntricos y nocturnos, atravesaron la bóveda sólo iluminados por la tenue y escasa luz que se colgaba por los vitrales, se deslizaron invadiendo el espacio personal el uno del otro con el pretexto de no hacer ruido hasta alcanzar las escaleras, de igual forma subió junto con él, no sin antes tomar aquella advertencia de no hacer ruido, aquel hombre que junto con ella subía por las escaleras no parecía un adolescente era más bien un niño y sin querer ella también volvía a hacerlo, la madera crujía suavemente bajo su paso y las sonrisas se debatían por salir transformadas en pequeñas y sonoras risas.
Poco a poco al llegar al final del trayecto de la escalera un paisaje inigualable se desplegó ante sus ojos, sólo era una pequeña porción que se maximizó cuando muda aceptó su invitación y se acercó hasta donde él se encontraba recargado, un París que jamás había visto, París desde las alturas le daba la bienvenida en su paisaje nocturno con el cielo plagado de estrellas y una que otra luz artificial que emanaba de la ciudad.
-Es hermosa- Fijó la vista en el edificio que le señalaba, la Catedral de Notre Dame, en todo el tiempo que llevaba en París no había tenido el tiempo ni la cabeza para fijarse en ella y aún en ese momento era más importante Saint-Denis y su acompañante.- es una vista hermosa… realmente hermosa.
¿Compensar? ¿Sorprender? Seguramente nadie sabía hacerlo tan bien como el hombre que tenía a su lado, cualquiera hubiera pensado en una cena, un café pero no él.
-Gracias- le miró a los ojos, se lo dijo sinceramente y conmovida, este era un escenario que jamás en su vida hubiera podido imaginar pero que en ese momento él hacia realidad. – Creo que ahora seré yo quien este en deuda contigo por siempre.
Continúo siguiéndole el paso, aunque parecía que ninguno quería apresurarlo del todo, ella misma había conseguido lo que parecía imposible que en este caso era disminuir la velocidad de su marcha cotidiana, observó como comenzaron a adentrarse cada vez más en los suburbios de la región norte de la ciudad, cualquiera en sus cinco sentidos hubiera podido advertir todo aquello como una situación de riesgo pero no sería ella quien se alarmara y mucho menos ante la presencia de él, un hombre que le inspiraba tanta confianza y más aún ese peso, ahora agradable en la boca del estomago que le incitaba a permanecer a su lado y seguirlo al fin del mundo si eso fuese necesario. De vez en cuando lo miraba de perfil y así, poniendo mayor atención a sus palabras pudo notar el ligero acento eslavo del que le hablaba, ligero para ella a la que le parecía casi imposible eliminar o suavizar su acento extranjero.
Sin saber cómo, ni en cuanto tiempo fue, al parecer habían llegado a su destino sorpresa, aquella noche se caracterizaba por estar llena de mágicas lagunas de ignorancia y por primera vez no le importaba el cómo ni el por qué de la serie de detalles que comenzaron a suceder teniendo como eje la colisión con el médico oriundo de Nóvgorod. Se detuvieron y ante ellos se erguía una pequeña catedral, sé quedó observándola atónita, fijando su atención en cada detalle de la fachada, a lo largo de su viaje desde Finlandia hasta el lugar en donde se encontraban, nunca había prestado mucha atención a las edificaciones aunque no pasaban del todo desapercibidas debido a los bosquejos de Alvar pero nunca tenían suficiente peso para ella, al contrario de aquella noche donde detalles afilados que parecían labrados en metal resaltaban de los muros ella tan acostumbrada a las construcciones de madera con detalles muchos más suaves. Lo observó a él dedicándole una mira y aquel gesto tan infantil de guardar silencio, asintió sonriente y cómplice de aquella travesura de la cual no sabía del todo su motivo pero que de una u otra manera era especial ya que él la había improvisado para ella. A pesar de que no estaba acostumbrada a ninguna clase de contacto físico y menos con un desconocido le resulto tan natural que la tomara de la mano, se dejó y de puntillas lo siguió hasta la iglesia, entrando como una nueva clase de novios, excéntricos y nocturnos, atravesaron la bóveda sólo iluminados por la tenue y escasa luz que se colgaba por los vitrales, se deslizaron invadiendo el espacio personal el uno del otro con el pretexto de no hacer ruido hasta alcanzar las escaleras, de igual forma subió junto con él, no sin antes tomar aquella advertencia de no hacer ruido, aquel hombre que junto con ella subía por las escaleras no parecía un adolescente era más bien un niño y sin querer ella también volvía a hacerlo, la madera crujía suavemente bajo su paso y las sonrisas se debatían por salir transformadas en pequeñas y sonoras risas.
Poco a poco al llegar al final del trayecto de la escalera un paisaje inigualable se desplegó ante sus ojos, sólo era una pequeña porción que se maximizó cuando muda aceptó su invitación y se acercó hasta donde él se encontraba recargado, un París que jamás había visto, París desde las alturas le daba la bienvenida en su paisaje nocturno con el cielo plagado de estrellas y una que otra luz artificial que emanaba de la ciudad.
-Es hermosa- Fijó la vista en el edificio que le señalaba, la Catedral de Notre Dame, en todo el tiempo que llevaba en París no había tenido el tiempo ni la cabeza para fijarse en ella y aún en ese momento era más importante Saint-Denis y su acompañante.- es una vista hermosa… realmente hermosa.
¿Compensar? ¿Sorprender? Seguramente nadie sabía hacerlo tan bien como el hombre que tenía a su lado, cualquiera hubiera pensado en una cena, un café pero no él.
-Gracias- le miró a los ojos, se lo dijo sinceramente y conmovida, este era un escenario que jamás en su vida hubiera podido imaginar pero que en ese momento él hacia realidad. – Creo que ahora seré yo quien este en deuda contigo por siempre.
Última edición por Eve Heikkinen el Vie Jun 24, 2011 9:00 pm, editado 1 vez
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Re: Sky starts falling [Eve Heikkinen]
Se quedó ahí, mirando la París de noche, con luces de oro y plata que danzaban ante sus ojos, que se extendían como la gran urbe que era, pensó en la última vez que había estado ahí, más de 200 años atrás, en lo mucho que había crecido la ciudad francesa y en lo mucho que crecería con los años, y él lo vería, él estaría ahí para presenciarlo todo, para seguir sorprendiéndose. Luego miró al cielo, la bóveda celeste salpicada por los pincelazos de un Dios que parecía descuidado pero que al ver la maravilla y el orden celestial, se daba cuenta de lo minucioso de su trabajo, ahí, al lado de una mujer tan bella y mirando ese panorama se sentía diminuto, insignificante, irrelevante incluso, si se iba o se quedaba, eso no detendría el movimiento de los planetas ni la evolución de esa raza a la que alguna vez perteneció, la humana.
La miró cuando ella habló y sonrió ante sus palabras, dichas con sorpresa, al menos lo había conseguido, la había sorprendido como era el trato y eso para él ya era un alivio, no supo de dónde provenía esa necesidad tan bestial y arrolladora de complacer, y de complacer especialmente a esta mujer, desde que tenía memoria había sido así, desinteresado, poniendo al otro primero, gentil y preocupándose por todo, cuando fue convertido no cambió en absoluto, quizá sólo esa etapa que tuvo de profunda depresión, pero incluso en esos días negros no perdió los rasgos de su personalidad, quizá no era un vampiro roto como se definía, quizá ya estaba roto desde antes, antes de la muerte de sus padres y hermana, antes de que le partieran el corazón dos veces, antes de todo, él ya estaba roto; frunció ligeramente el ceño mientras el viento lo despeinó un poco, pensando en eso, pensando en qué punto de su vida se cayó de tal forma que se quebró por dentro, creyó que fue la primera bocanada que había dado al nacer la que lo quebró por dentro, y siempre estuvo así, siempre fue así y ahora que lo analizaba, con Aino a su lado y la vista del París nocturno al frente, con los siglos aplastándolo, con su maldición asfixiándolo y las decisiones erróneas que tomó acechando como perros de la pradera, se daba cuenta que sí, que siempre había cargado a cuestas una sombra de tristeza que no lo había dejado en paz ni cuando su piel tenía ese color tostado de los tártaros, menos ahora que su semblante era el de un muerto vivo.
-Es hermosa –repitió asintiendo y regresando la vista a las estrellas-, no tienes que agradecer y… ya veremos cómo me lo pagas después –dijo con desenfado, al mirar los cuerpos celestes recordó las palabras de Lyuba, una gitana que ya se había cruzado en su camino, que le decía que sus padres y hermana estaban allá arriba, y él, después de dejarla segura en su campamento gitano, fue a orar al monte, como lo hiciera ese que llamaron rey de los judíos, y les pidió perdón, perdón a sus padres, perdón a su dulce hermana, perdón a todos por decepcionarlos, al recordar apretó con fuerza el marco donde estaba recargado, tanto que no la midió y su don como vampiro le ganó, se quedó con trozos de piedra en ambas manos y de inmediato volteó a ver a Aino, no quería que supiera lo que era, que saliera huyendo, que lo dejara ahí como el tonto que era-, creo que este edificio es más viejo de lo que se ve –sonrió y se sacudió las manos, restándole importancia a lo que acababa de suceder.
Hubo silencio una vez más, de soslayo él la miraba, como si fuera un ladrón que no quisiera ser descubierto, como si mirarla fuese un pecado pero la curiosidad le ganara, así la miraba, y su rostro, perfilado con la luz de la luna le pareció más perfecto aún, qué tenía esta mujer que resultaba tan especial, comenzaba a desesperarse al no encontrar la respuesta, después de un rato supuso que era en vano, que la respuesta no la encontraría pronto, o nunca.
-Pero ven –le dijo y la jaló de la mano, la llevó al otro lado del campanario-, mira –señaló –Venus brilla más que las estrellas –le dijo y hasta entonces notó la posición en la que habían quedado, él detrás de ella señalando el planeta, sin embargo, Aino no dijo o hizo nada para impedirlo y a Daniil le gustó la cercanía, así que no se retiró, la notó buscando el punto que él había señalado, sonrió al darse cuenta que no lograba verlo y tomó su mano, estiró su brazo de modo que ambos señalaran el mismo punto-, ahí –le dijo cerca del oído. Qué estaba haciendo, se preguntó, no tenía idea, le había nacido, la necesidad de sentirla así de cerca le había ganado, ni siquiera se dio cuenta cuando tal necesidad lo atacó, pero ahora ya estaba hecho, ahí señalando el planeta que llevaba por nombre el mismo que la diosa del amor romana. Y él, Daniil Stravinsky, médico procedente de Nóvgorod, no creía en las coincidencias, creía en los caminos que se bifurcan como ramas de árboles, y que si han de converger lo harán, como el camino de Aino con el suyo, como las calles de París que esa noche le tendieron una trampa al hacerlo chocar con esa joven que lo mismo era Freya venida a la tierra, que una humilde muchacha con aire ingenuo que encanta.
La miró cuando ella habló y sonrió ante sus palabras, dichas con sorpresa, al menos lo había conseguido, la había sorprendido como era el trato y eso para él ya era un alivio, no supo de dónde provenía esa necesidad tan bestial y arrolladora de complacer, y de complacer especialmente a esta mujer, desde que tenía memoria había sido así, desinteresado, poniendo al otro primero, gentil y preocupándose por todo, cuando fue convertido no cambió en absoluto, quizá sólo esa etapa que tuvo de profunda depresión, pero incluso en esos días negros no perdió los rasgos de su personalidad, quizá no era un vampiro roto como se definía, quizá ya estaba roto desde antes, antes de la muerte de sus padres y hermana, antes de que le partieran el corazón dos veces, antes de todo, él ya estaba roto; frunció ligeramente el ceño mientras el viento lo despeinó un poco, pensando en eso, pensando en qué punto de su vida se cayó de tal forma que se quebró por dentro, creyó que fue la primera bocanada que había dado al nacer la que lo quebró por dentro, y siempre estuvo así, siempre fue así y ahora que lo analizaba, con Aino a su lado y la vista del París nocturno al frente, con los siglos aplastándolo, con su maldición asfixiándolo y las decisiones erróneas que tomó acechando como perros de la pradera, se daba cuenta que sí, que siempre había cargado a cuestas una sombra de tristeza que no lo había dejado en paz ni cuando su piel tenía ese color tostado de los tártaros, menos ahora que su semblante era el de un muerto vivo.
-Es hermosa –repitió asintiendo y regresando la vista a las estrellas-, no tienes que agradecer y… ya veremos cómo me lo pagas después –dijo con desenfado, al mirar los cuerpos celestes recordó las palabras de Lyuba, una gitana que ya se había cruzado en su camino, que le decía que sus padres y hermana estaban allá arriba, y él, después de dejarla segura en su campamento gitano, fue a orar al monte, como lo hiciera ese que llamaron rey de los judíos, y les pidió perdón, perdón a sus padres, perdón a su dulce hermana, perdón a todos por decepcionarlos, al recordar apretó con fuerza el marco donde estaba recargado, tanto que no la midió y su don como vampiro le ganó, se quedó con trozos de piedra en ambas manos y de inmediato volteó a ver a Aino, no quería que supiera lo que era, que saliera huyendo, que lo dejara ahí como el tonto que era-, creo que este edificio es más viejo de lo que se ve –sonrió y se sacudió las manos, restándole importancia a lo que acababa de suceder.
Hubo silencio una vez más, de soslayo él la miraba, como si fuera un ladrón que no quisiera ser descubierto, como si mirarla fuese un pecado pero la curiosidad le ganara, así la miraba, y su rostro, perfilado con la luz de la luna le pareció más perfecto aún, qué tenía esta mujer que resultaba tan especial, comenzaba a desesperarse al no encontrar la respuesta, después de un rato supuso que era en vano, que la respuesta no la encontraría pronto, o nunca.
-Pero ven –le dijo y la jaló de la mano, la llevó al otro lado del campanario-, mira –señaló –Venus brilla más que las estrellas –le dijo y hasta entonces notó la posición en la que habían quedado, él detrás de ella señalando el planeta, sin embargo, Aino no dijo o hizo nada para impedirlo y a Daniil le gustó la cercanía, así que no se retiró, la notó buscando el punto que él había señalado, sonrió al darse cuenta que no lograba verlo y tomó su mano, estiró su brazo de modo que ambos señalaran el mismo punto-, ahí –le dijo cerca del oído. Qué estaba haciendo, se preguntó, no tenía idea, le había nacido, la necesidad de sentirla así de cerca le había ganado, ni siquiera se dio cuenta cuando tal necesidad lo atacó, pero ahora ya estaba hecho, ahí señalando el planeta que llevaba por nombre el mismo que la diosa del amor romana. Y él, Daniil Stravinsky, médico procedente de Nóvgorod, no creía en las coincidencias, creía en los caminos que se bifurcan como ramas de árboles, y que si han de converger lo harán, como el camino de Aino con el suyo, como las calles de París que esa noche le tendieron una trampa al hacerlo chocar con esa joven que lo mismo era Freya venida a la tierra, que una humilde muchacha con aire ingenuo que encanta.
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Re: Sky starts falling [Eve Heikkinen]
Jamás en su vida hubiera pensado ver algo como aquello, ella, Eve Heikkinen una humilde inmigrante en su vida había pensado ver algo como aquello, había recorrido y subido por varías pequeñas colinas antes de llegar, cuando una ciudad se encontraba hundida en un valle, la ciudad se veía pequeña e iluminada por el sol, nada se comparaba con aquel paisaje, desde la mismísima ciudad de París, jamás había estado en una edificación de tal altura, ella acostumbrada al nivel más bajo, el de la gente humilde que pocas veces sube a más de un piso sobre el suelo, aquella que no aspira más que a un techo y cuatro paredes y en su caso, un pequeño rincón en una posada austera del este de la ciudad, un cuarto en el primer piso con la fabulosa vista que puede dar una pared de ladrillo. Era sorprendente tener por primera vez la ciudad a sus pies, con el viento nocturno, fresco y vigoroso, golpeándole el rostro, los brazos, el torso, se sintió como un ave con la necesidad imperativa de dar un saltó y estirar los brazos para alzar el vuelo y prolongar aquella sensación un poco más, idea claramente absurda e irreal.
Antes de su llegada a París había escuchado maravillas de la ciudad luz y sus maravillosos paisajes pero al aterrizar a la realidad y encontrarse en ella, sólo había conocido paisajes caóticos y grises. Cerró un unos instantes los ojos y luego volvió a abrirlos no creyendo lo que estos veían, parpadeo varías veces, a su pesar ya que no quería perderse ni un segundo, todo quería plasmarlo en su memoria, algunas pequeñas hormigas que se movían por las calles iluminadas por luces titilantes, muros y detalles arquitectónicos bañados suavemente por una luz plateada más hermosa aún que aquella ideada por el hombre. Se alegro que ella y su acompañante fueran bañados no por otra que aquella tenue luz de luna y lo miró de reojo, no sin antes inclinar un poco el rostro para poder observar mejor su perfil de por sí marmoreo, gracilmente tallado que se le antojaba terso y cálido a pesar de la noche a la que atribuía el frió tacto de la piel del hombre, curvó sutilmente la comisura de sus labios para no delatarse sonriendo, pensó cuando había sido la ultima vez que había sucedido y en ese momento no pudo recordar ninguna que no le remitiera a su niñez. A pesar de su estado, la voz varonil y pausada del doctor Stravinsky se penetraba su mente y en ella se plasmaba tan nítida y real como las imágenes que tenía ante sus ojos, ella por su lado sólo atinaba a asentir ante sus aseveraciones de un pago próximo que a pesar de la situación y de que estaba segura no sucedería nunca, no ensombrecía el momento ni detenía la forma en que ella grababa en su memoria, el tono y cadencia con la que él hablaba, identificando su voz como única.
El crujir de la piedra, su inminente precipitación y su golpear con el suelo, la sobresaltaron. No dijo nada sobre el incidente, le creyó lo de la antigüedad del muro, por que no quería cuestionarle nada en ese momento aunque observó sus brazos, buscando grandes y voluptuosos musculosos dignos del "hombre más fuerte" del circo pero no los encontró. Dio un paso atrás e inmediatamente sintió el vértigo que no había sentido a la orilla apoyada en el marco. Sintió pequeñas piedras incrustadas en las manos de él cuando la sujetó, sintió la necesidad de limpiarle las palmas de sus manos, pequeñas piedras que con el roce ahora raspaban las propias, se dejó llevar como si un vinculo invisible se hubiera formado entre ellos dos, y dependiera de la palma de sus manos y esas pequeñas heridas imperceptibles que ambos poseían.
Al llegar al otro lado quiso volver a colocarse de nuevo casi en el precipicio pero el vértigo no se lo permitió dio un paso atrás y chocó suavemente con él que había quedado detrás suyo, que le decía "mira" y señalaba, casi quedando en una posición nada lejana de un abrazo, un Venus que aunque ella conocía en ese momento su cerebro no identificaba y sus ojos no veían.
-No logro distinguirlo- titubeó presa de los nervios y enseguida se ruborizó. Aliviada pensó que la luz de ese lado del campanario era más tenue. Ahora el astro era señalado por ella misma con la ayuda de él, manteniendo una cercanía que ahora era más que necesaria y su aliento imprescindible para su piel. Observó cada una de las estrellas cercanas y ninguna brillaba con tal esplendor -Sí, la veo- sonriendo e inmediatamente agregó un poco apenada -No sé mucho sobre el firmamento, estrellas ni de sus constelaciones- suspiro un poco desanimada, había observado el cielo incontables veces pero de muy pocas constelaciones sabía identificar la forma y de la gran mayoría desconocía el nombre. Cambio la posición de su mano para ser ella quien ahora sujetara la mano de su hasta entonces guía -Ahí está la corona boreal- susurró suavemente como si aquello también fuera un secreto y sin soltar su mano, siguió su forma de "U" característica mientras reía satisfecha de su pequeño aporte. Apuntó hacia abajo, hacía la ciudad -El Sena- señalo como cosa obvia, luego apunto un poco más al rato, sin que casi nada de él se alcanzara a ver perdido en la noche -El rió Oise- dijo señalando un afluente del Sena, inviable para sus ojos de noche, aunque imposible deseo subir ahí y observarlo de día.
Antes de su llegada a París había escuchado maravillas de la ciudad luz y sus maravillosos paisajes pero al aterrizar a la realidad y encontrarse en ella, sólo había conocido paisajes caóticos y grises. Cerró un unos instantes los ojos y luego volvió a abrirlos no creyendo lo que estos veían, parpadeo varías veces, a su pesar ya que no quería perderse ni un segundo, todo quería plasmarlo en su memoria, algunas pequeñas hormigas que se movían por las calles iluminadas por luces titilantes, muros y detalles arquitectónicos bañados suavemente por una luz plateada más hermosa aún que aquella ideada por el hombre. Se alegro que ella y su acompañante fueran bañados no por otra que aquella tenue luz de luna y lo miró de reojo, no sin antes inclinar un poco el rostro para poder observar mejor su perfil de por sí marmoreo, gracilmente tallado que se le antojaba terso y cálido a pesar de la noche a la que atribuía el frió tacto de la piel del hombre, curvó sutilmente la comisura de sus labios para no delatarse sonriendo, pensó cuando había sido la ultima vez que había sucedido y en ese momento no pudo recordar ninguna que no le remitiera a su niñez. A pesar de su estado, la voz varonil y pausada del doctor Stravinsky se penetraba su mente y en ella se plasmaba tan nítida y real como las imágenes que tenía ante sus ojos, ella por su lado sólo atinaba a asentir ante sus aseveraciones de un pago próximo que a pesar de la situación y de que estaba segura no sucedería nunca, no ensombrecía el momento ni detenía la forma en que ella grababa en su memoria, el tono y cadencia con la que él hablaba, identificando su voz como única.
El crujir de la piedra, su inminente precipitación y su golpear con el suelo, la sobresaltaron. No dijo nada sobre el incidente, le creyó lo de la antigüedad del muro, por que no quería cuestionarle nada en ese momento aunque observó sus brazos, buscando grandes y voluptuosos musculosos dignos del "hombre más fuerte" del circo pero no los encontró. Dio un paso atrás e inmediatamente sintió el vértigo que no había sentido a la orilla apoyada en el marco. Sintió pequeñas piedras incrustadas en las manos de él cuando la sujetó, sintió la necesidad de limpiarle las palmas de sus manos, pequeñas piedras que con el roce ahora raspaban las propias, se dejó llevar como si un vinculo invisible se hubiera formado entre ellos dos, y dependiera de la palma de sus manos y esas pequeñas heridas imperceptibles que ambos poseían.
Al llegar al otro lado quiso volver a colocarse de nuevo casi en el precipicio pero el vértigo no se lo permitió dio un paso atrás y chocó suavemente con él que había quedado detrás suyo, que le decía "mira" y señalaba, casi quedando en una posición nada lejana de un abrazo, un Venus que aunque ella conocía en ese momento su cerebro no identificaba y sus ojos no veían.
-No logro distinguirlo- titubeó presa de los nervios y enseguida se ruborizó. Aliviada pensó que la luz de ese lado del campanario era más tenue. Ahora el astro era señalado por ella misma con la ayuda de él, manteniendo una cercanía que ahora era más que necesaria y su aliento imprescindible para su piel. Observó cada una de las estrellas cercanas y ninguna brillaba con tal esplendor -Sí, la veo- sonriendo e inmediatamente agregó un poco apenada -No sé mucho sobre el firmamento, estrellas ni de sus constelaciones- suspiro un poco desanimada, había observado el cielo incontables veces pero de muy pocas constelaciones sabía identificar la forma y de la gran mayoría desconocía el nombre. Cambio la posición de su mano para ser ella quien ahora sujetara la mano de su hasta entonces guía -Ahí está la corona boreal- susurró suavemente como si aquello también fuera un secreto y sin soltar su mano, siguió su forma de "U" característica mientras reía satisfecha de su pequeño aporte. Apuntó hacia abajo, hacía la ciudad -El Sena- señalo como cosa obvia, luego apunto un poco más al rato, sin que casi nada de él se alcanzara a ver perdido en la noche -El rió Oise- dijo señalando un afluente del Sena, inviable para sus ojos de noche, aunque imposible deseo subir ahí y observarlo de día.
Invitado- Invitado
Re: Sky starts falling [Eve Heikkinen]
Le gustaba verla, no sabía por qué y estaba harto de preguntarse esas cosas, simplemente le gustaba verla, contemplar su gesto inocente, su mirada ingenua sorprendida por la maravilla de la bóveda celeste y de la ciudad que ante ellos se rendía, como si esa noche, la sencilla Aino y el viejo vampiro fuesen dueños de todo, los reyes del mundo. Los juegos de la luz hacían que ambas figuras lucieran fantasmales, ahí arriba en el campanario de Saint-Denis, un par de espectros jugando a mirar las estrellas porque se han aburrido de deambular por las calles, quizá no eran espectros como tales, pero quizá sí, estaban aburridos de deambular por las calles. La sujetó cuando ella se tambaleó y le sonrió. Le sonrió de un modo que no sabía que era capaz de articular, tan calmo y lleno de paz, era sabido que esa era su expresión, pero esta vez era diferente, aunque no sabía en dónde radicaba la diferencia, y se había prometido no seguir haciéndose preguntas que acababan de a poco con su cordura.
Soltó una risita cómplice cuando ella no podía ubicar el cuerpo celeste más brillante del mapa celestial, Venus, pero con su ayuda pudo hacerlo y se sintió, por ese simple acto, la persona más importante sobre la faz de la tierra, por haberla ayudado a ubicar un planeta en el cielo nocturno. Iba a agregar algo cuando los papeles se cambiaron, ella lo tomaba de la mano a él y soltó un respingo, su corazón dio un vuelco al sentir la tibia piel de su acompañante, su interior se convirtió en un montón de caballos desbocados, trató de normalizar la respiración para que ella no notara el cambio, para no hacerla sentir incómoda y que no huyera porque no quería dejarla ir nunca y observó a donde señalaba, la corona boreal que era su guirnalda de esa noche, de ese par de reyes sin un reino y sin blasón, de una sencilla chica inmigrante y un cansado médico. Ahí, de ese modo, sintió que eran las últimas personas en el universo, y que todo carecía de importancia, excepto ellos dos. Rió, no pudo evitarlo, haciendo que su aliento golpeara con ella.
-Sabes mucho –dijo, su tono fue como el de un adulto que felicita a un niño que ha dicho las capitales de todos los países de Europa sin equivocarse, ella se giró para verlo y Daniil sonrió tanto que incluso se le cerraron los ojos-, pensé que yo te iba a indicar la ubicación de todas las estrellas, pero veo que no es así –añadió sin alejarse, desde ese momento no iba a poder concebir la vida (o su no vida) lejos de ella, de la sensación que ella le daba, de ese sentimiento prevalente de sosiego que tanto anhelaba y que sólo ahora lograba encontrar, de su aroma, de su candor.
La tomó de la mano para no alejarse y se hizo para atrás, haciendo que ella se girara, por ahora el cielo quedaba atrás, en segundo plano, sería sólo el marco para ambos. Se alejó un par de pasos de espaldas, sin soltarla y sin dejarle de sonreír.
-¿Qué te trajo a París? –preguntó en un susurro, quería conocer todo sobre ella pero tampoco quería presionarla, atosigarla con mil preguntas que caen como lluvia de astillas, además, si no preguntaba todo esta vez quedaban cuestiones para encuentros venideros que él se empeñaba a creer que se darían, no importando qué o cómo, la volvería a ver aunque eso le llevara lo que le restaba de inmortalidad-. Aunque debo admitir, me alegro que cualquiera haya sido tu motivo te haya traído hasta acá y nos hayamos encontrado –se tomó ese atrevimiento, de haber podido se hubiera sonrojado como adolescente que se atreve a decirle a la chica de sus sueños cuánto le gusta. Desvió la mirada para no ser descubierto, se dijo mentalmente que era un tonto, y que era absurdo que se sintiera de ese modo, después de tantos años y tantas mujeres, pero algo, algo quizá en las estrellas que habían estado viendo, le dijo que esta vez era diferente.
No entendía, sin embargo, por qué tenía tanto miedo.
Soltó una risita cómplice cuando ella no podía ubicar el cuerpo celeste más brillante del mapa celestial, Venus, pero con su ayuda pudo hacerlo y se sintió, por ese simple acto, la persona más importante sobre la faz de la tierra, por haberla ayudado a ubicar un planeta en el cielo nocturno. Iba a agregar algo cuando los papeles se cambiaron, ella lo tomaba de la mano a él y soltó un respingo, su corazón dio un vuelco al sentir la tibia piel de su acompañante, su interior se convirtió en un montón de caballos desbocados, trató de normalizar la respiración para que ella no notara el cambio, para no hacerla sentir incómoda y que no huyera porque no quería dejarla ir nunca y observó a donde señalaba, la corona boreal que era su guirnalda de esa noche, de ese par de reyes sin un reino y sin blasón, de una sencilla chica inmigrante y un cansado médico. Ahí, de ese modo, sintió que eran las últimas personas en el universo, y que todo carecía de importancia, excepto ellos dos. Rió, no pudo evitarlo, haciendo que su aliento golpeara con ella.
-Sabes mucho –dijo, su tono fue como el de un adulto que felicita a un niño que ha dicho las capitales de todos los países de Europa sin equivocarse, ella se giró para verlo y Daniil sonrió tanto que incluso se le cerraron los ojos-, pensé que yo te iba a indicar la ubicación de todas las estrellas, pero veo que no es así –añadió sin alejarse, desde ese momento no iba a poder concebir la vida (o su no vida) lejos de ella, de la sensación que ella le daba, de ese sentimiento prevalente de sosiego que tanto anhelaba y que sólo ahora lograba encontrar, de su aroma, de su candor.
La tomó de la mano para no alejarse y se hizo para atrás, haciendo que ella se girara, por ahora el cielo quedaba atrás, en segundo plano, sería sólo el marco para ambos. Se alejó un par de pasos de espaldas, sin soltarla y sin dejarle de sonreír.
-¿Qué te trajo a París? –preguntó en un susurro, quería conocer todo sobre ella pero tampoco quería presionarla, atosigarla con mil preguntas que caen como lluvia de astillas, además, si no preguntaba todo esta vez quedaban cuestiones para encuentros venideros que él se empeñaba a creer que se darían, no importando qué o cómo, la volvería a ver aunque eso le llevara lo que le restaba de inmortalidad-. Aunque debo admitir, me alegro que cualquiera haya sido tu motivo te haya traído hasta acá y nos hayamos encontrado –se tomó ese atrevimiento, de haber podido se hubiera sonrojado como adolescente que se atreve a decirle a la chica de sus sueños cuánto le gusta. Desvió la mirada para no ser descubierto, se dijo mentalmente que era un tonto, y que era absurdo que se sintiera de ese modo, después de tantos años y tantas mujeres, pero algo, algo quizá en las estrellas que habían estado viendo, le dijo que esta vez era diferente.
No entendía, sin embargo, por qué tenía tanto miedo.
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Re: Sky starts falling [Eve Heikkinen]
Cuando sus ojos, que sabía cafés oscuros, se cerraron por el gesto tuvo el impulso de tomar su rostro entre sus manos, y sopesar entre las mismas aquella maravillosa aura, cálida y confortable, que rodeaba a aquel hombre, como si en vez de eso fuese un pequeño niño que cree todo lo que sale de la boca de su madre.
-Eres un mentiroso- sonrió avergonzada, más no se apartó en cambio se encogió sobre si, restandole unos cuantos centímetros a su estatura como si con esa postura para ella fuese más fácil esconderse y para él fuese más sencillo e inmediato protegerle - estoy muy lejos de saber mucho.- Estaba segura que él podría señalarle la posición de cada uno de las estrellas y constelación en ese y en el otro hemisferio, él si daba esa sensación de un gran camino recorrido, sin embargo tenía ese halo que no sabía si describir o no como inocencia. Ese era el mismo motivo que le hacía querer morderse la lengua cada vez que le decía "mentiroso", cada vez que recordaba que le había dado como suyo un nombre falso, con esa mentira no sólo estaba manchando a su increíble acompañante sino también la memoria de a aquel que jamás regresaría de entre los muertos. Sostuvo un poco el aliento y se estremeció cuando la jaló hacia sí y el firmamento quedó a sus espaldas. No era digna de estar ahí ¿o tal vez si? ¿qué sabía ella de aquel hombre? Nada y esa nada le golpeaba el pecho como lo hiciera él al doblar aquella esquina, fuera ángel o demonio deseaba saber más de él pero ella misma se había cerrado la posibilidad de tener una conversación sincera con ese hombre que en ese momento sonreía tanto o más que ella.
Su pregunta no le permitió dejar escapar ese suspiro pesado y cargado de remordimiento que hubiera diluido el ambiente que los rodeaba.
-¿Me podrías visualizar como una mujer impulsiva?- preguntó como preludio ideal de su verdadera respuesta -¿Como alguien que acepta invitaciones de extraños que desean reparar alguna falta?- No podía sino recordarse en ese momento, en la pequeña plaza de Porvoo cuando de la mano de un extraño había decidió emprender el viaje que la había conducido hasta París. -Fue así como salí de Porvoo de la mano de un extraño, me alegro que haya sido una buena elección – sin duda una buena decisión que la tenía en ese instante en ese campanario. Sonrió.
-¿Realmente eres médico?- preguntó, no deseaba faltarle el respeto, aunque fuera extraño y súbito ese sentimiento que le embargaba, estaba segura que perduraría por todo el tiempo que le restara de vida aún cuando jamás volviera a verlo o a escuchar de él, de igual manera estaba segura ese: ofenderle, sería el penúltimo de sus propósitos, él último sería lastimarle y una vez más caía en la cuenta de que con cada mentira que le contaba a ese hombre , aquella indeseable acción se encontraba cada vez más cerca, quizá exageraba y para él ella era una de tantas con las que se cruzaba por la calle, una más y aunque ese pensamiento amortiguaba su moral atormentada, no deseaba las timarlo. Así cuando él no la veía, mientras lo escuchaba acortó la distancia que él había puesto entre ellos y pasó sobre él uno, dos pasos, cerró los ojos fuertemente, tratando de quitarse esas ideas de la cabeza, como una niña pequeña que deseaba no ser descubierta por haber roto el único florero de su madre, luego acercándose a lo que parecía un peldaño que sobresalía del suelo se sentó en él, sólo deseo observarle con aquella pobre luz lunar que iluminaba secciones del campanario, clavó sus ojos en él, desde abajo con una mirada suave, cristalina y aprehensiva como si deseara grabarlo así. Tiró casi imperceptiblemente de la mano que aún conservaba sujeta a la suya, como no queriendo incitarlo a que se sentara junto a ella en lo poco que quedaba de ese escalón, quería sentir su cuerpo así de cerca sin parecer descarada, aquello parecía inocente e infantil, sin saber su historia y sin poder hablar por él, para ella que no conoció una infancia normal todo en ese momento parecía un sueño encapsulado en ese trozo de realidad.
-Eres un mentiroso- sonrió avergonzada, más no se apartó en cambio se encogió sobre si, restandole unos cuantos centímetros a su estatura como si con esa postura para ella fuese más fácil esconderse y para él fuese más sencillo e inmediato protegerle - estoy muy lejos de saber mucho.- Estaba segura que él podría señalarle la posición de cada uno de las estrellas y constelación en ese y en el otro hemisferio, él si daba esa sensación de un gran camino recorrido, sin embargo tenía ese halo que no sabía si describir o no como inocencia. Ese era el mismo motivo que le hacía querer morderse la lengua cada vez que le decía "mentiroso", cada vez que recordaba que le había dado como suyo un nombre falso, con esa mentira no sólo estaba manchando a su increíble acompañante sino también la memoria de a aquel que jamás regresaría de entre los muertos. Sostuvo un poco el aliento y se estremeció cuando la jaló hacia sí y el firmamento quedó a sus espaldas. No era digna de estar ahí ¿o tal vez si? ¿qué sabía ella de aquel hombre? Nada y esa nada le golpeaba el pecho como lo hiciera él al doblar aquella esquina, fuera ángel o demonio deseaba saber más de él pero ella misma se había cerrado la posibilidad de tener una conversación sincera con ese hombre que en ese momento sonreía tanto o más que ella.
Su pregunta no le permitió dejar escapar ese suspiro pesado y cargado de remordimiento que hubiera diluido el ambiente que los rodeaba.
-¿Me podrías visualizar como una mujer impulsiva?- preguntó como preludio ideal de su verdadera respuesta -¿Como alguien que acepta invitaciones de extraños que desean reparar alguna falta?- No podía sino recordarse en ese momento, en la pequeña plaza de Porvoo cuando de la mano de un extraño había decidió emprender el viaje que la había conducido hasta París. -Fue así como salí de Porvoo de la mano de un extraño, me alegro que haya sido una buena elección – sin duda una buena decisión que la tenía en ese instante en ese campanario. Sonrió.
-¿Realmente eres médico?- preguntó, no deseaba faltarle el respeto, aunque fuera extraño y súbito ese sentimiento que le embargaba, estaba segura que perduraría por todo el tiempo que le restara de vida aún cuando jamás volviera a verlo o a escuchar de él, de igual manera estaba segura ese: ofenderle, sería el penúltimo de sus propósitos, él último sería lastimarle y una vez más caía en la cuenta de que con cada mentira que le contaba a ese hombre , aquella indeseable acción se encontraba cada vez más cerca, quizá exageraba y para él ella era una de tantas con las que se cruzaba por la calle, una más y aunque ese pensamiento amortiguaba su moral atormentada, no deseaba las timarlo. Así cuando él no la veía, mientras lo escuchaba acortó la distancia que él había puesto entre ellos y pasó sobre él uno, dos pasos, cerró los ojos fuertemente, tratando de quitarse esas ideas de la cabeza, como una niña pequeña que deseaba no ser descubierta por haber roto el único florero de su madre, luego acercándose a lo que parecía un peldaño que sobresalía del suelo se sentó en él, sólo deseo observarle con aquella pobre luz lunar que iluminaba secciones del campanario, clavó sus ojos en él, desde abajo con una mirada suave, cristalina y aprehensiva como si deseara grabarlo así. Tiró casi imperceptiblemente de la mano que aún conservaba sujeta a la suya, como no queriendo incitarlo a que se sentara junto a ella en lo poco que quedaba de ese escalón, quería sentir su cuerpo así de cerca sin parecer descarada, aquello parecía inocente e infantil, sin saber su historia y sin poder hablar por él, para ella que no conoció una infancia normal todo en ese momento parecía un sueño encapsulado en ese trozo de realidad.
Invitado- Invitado
Re: Sky starts falling [Eve Heikkinen]
Una risa sincera se escapó de sus labios cuando escuchó aquel calificativo para referirse a él. “Eres un mentiroso”, nunca antes aquella palabra le había parecido tan adorable aunque dentro, acallado por el sonido de su propia risa, un sentimiento que no era bienvenido esa noche quiso levantarse, y sólo la dulce voz de Aino logró derrotarlo antes de que pudiera ponerse en pie. El sentimiento de eso era, un mentiroso, ¿pero qué iba a decirle?, ¿qué se suponía que tenía que hacer?, no podía de buenas a primeras confesarse como el vampiro que era, porque, aunque le costara aún trabajo articular ese pensamiento en su mente, no quería perderla, quizá esa era su única noche juntos, no quería recordar en ella un gesto de desprecio o de terror, no podría con esa imagen que, estaba seguro, lo azoraría por el resto de su inmortal existencia. Por eso, por eso mismo que mordía la lengua y sólo reía como si esa suave voz le hiciera cosquillas.
-Verás… -comenzó, ahora una sonrisa adornaba su rostro, ocultando a toda costa, sin embargo, sus dientes caninos, no tenía hambre pero el olor de esa mujer lo estaba volviendo loco como ninguno que pudiera recordar, un descuido y podía perder el control-, no sé gran cosa, sólo el nombre y la ubicación de las estrellas –dijo como si eso fuera poca cosa, como si no requiriera de años de estudios y una memoria genial para conseguirlo.
Se quedó atento a ella cuando fue a responder su pregunta, para descubrir qué maravilloso evento fortuito la había llevado a París, aunque al hacer mención de que había llegado ahí por invitación de alguien desvió la mirada para que ella no pudiera descubrirlo con un gesto triste o de decepción. Carraspeó y trató de esbozar una sonrisa, sin mucho éxito.
-Quieres decir que estás esta ciudad con alguien –no era pregunta, era una afirmación que le había partido el corazón articular-, ¿puedo saber si esa persona es tu…? –dejó inconclusa la pregunta por dos motivos, porque no podía terminarla, no quería usar esa palabra que completaba la frase, una que se unía al nombre de Aino, y porque un segundo después que las palabras salieran de su boca se dio cuenta del atrevimiento que estaba cometiendo, quién era él para cuestionarle eso, un desconocido nada más. Sus ojos fueron de un sitio a otro en un aferrado intento de no mirarla a ella. Tarea que resultó imposible cuando ella le volvió a hablar, la pregunta sobre su profesión de algún modo aligeró la carga que antes lo aplastaba, la de saber que ella era esperada por un galante caballero en algún punto de la ciudad luz.
Se giró para verla y siguió con sus ojos el recorrido que su cuerpo hacia, sentándose en aquel sitio como una niña pequeña, luciendo diminuta y sintió una llama en su pecho, un impulsó que murió a manos de su sentido común, quería abrazarla pero no lo hizo, no supo cómo consiguió acallar ese deseo tan poderoso, respiró pesadamente, como si el esfuerzo de abstener de tocarla hubiese implicado un verdadero desgaste físico, y luego miró de soslayo sus manos, que no se soltaban como si desde ese día no pudieran soltarse nunca, estuvieran desde ya unidas para siempre. Sin pedirle permiso se sentó a su lado, el espacio era reducido así que aunque no quisieran, debían estar muy juntos, la verdad era que, al menos por su parte, Daniil agradecía la cercanía.
-Soy médico –asintió-, pero me gusta aprender y leer sobre cualquier cosa –la miró a los ojos, en esa posición la luz era aún más escasa, y sin embargo, podía distinguir cada rasgo de aquella mujer, porque era en imagen todo lo que había leído sobre la belleza; una cualidad subjetiva, pero que no se ponía a duda una vez que te plantabas frente a ella-. ¿A qué te dedicas? –le pareció correcto preguntar, si tenía a su galante caballero esperando por ella en algún sitio o no, no le impediría querer saber lo más posible sobre su acompañante, tenía la necesidad de querer saber. Ese encuentro, estaba seguro, era su gran evento en esa ciudad, comenzaba a creer que el verdadero motivo y la única razón para estar en París, tan lejos de Nóvgorod y tan lejos de todo, tan lejos de la muerte definitiva, tan lejos de los lugares donde había sido feliz; ese sencillo encuentro, tan simple como eso.
-Verás… -comenzó, ahora una sonrisa adornaba su rostro, ocultando a toda costa, sin embargo, sus dientes caninos, no tenía hambre pero el olor de esa mujer lo estaba volviendo loco como ninguno que pudiera recordar, un descuido y podía perder el control-, no sé gran cosa, sólo el nombre y la ubicación de las estrellas –dijo como si eso fuera poca cosa, como si no requiriera de años de estudios y una memoria genial para conseguirlo.
Se quedó atento a ella cuando fue a responder su pregunta, para descubrir qué maravilloso evento fortuito la había llevado a París, aunque al hacer mención de que había llegado ahí por invitación de alguien desvió la mirada para que ella no pudiera descubrirlo con un gesto triste o de decepción. Carraspeó y trató de esbozar una sonrisa, sin mucho éxito.
-Quieres decir que estás esta ciudad con alguien –no era pregunta, era una afirmación que le había partido el corazón articular-, ¿puedo saber si esa persona es tu…? –dejó inconclusa la pregunta por dos motivos, porque no podía terminarla, no quería usar esa palabra que completaba la frase, una que se unía al nombre de Aino, y porque un segundo después que las palabras salieran de su boca se dio cuenta del atrevimiento que estaba cometiendo, quién era él para cuestionarle eso, un desconocido nada más. Sus ojos fueron de un sitio a otro en un aferrado intento de no mirarla a ella. Tarea que resultó imposible cuando ella le volvió a hablar, la pregunta sobre su profesión de algún modo aligeró la carga que antes lo aplastaba, la de saber que ella era esperada por un galante caballero en algún punto de la ciudad luz.
Se giró para verla y siguió con sus ojos el recorrido que su cuerpo hacia, sentándose en aquel sitio como una niña pequeña, luciendo diminuta y sintió una llama en su pecho, un impulsó que murió a manos de su sentido común, quería abrazarla pero no lo hizo, no supo cómo consiguió acallar ese deseo tan poderoso, respiró pesadamente, como si el esfuerzo de abstener de tocarla hubiese implicado un verdadero desgaste físico, y luego miró de soslayo sus manos, que no se soltaban como si desde ese día no pudieran soltarse nunca, estuvieran desde ya unidas para siempre. Sin pedirle permiso se sentó a su lado, el espacio era reducido así que aunque no quisieran, debían estar muy juntos, la verdad era que, al menos por su parte, Daniil agradecía la cercanía.
-Soy médico –asintió-, pero me gusta aprender y leer sobre cualquier cosa –la miró a los ojos, en esa posición la luz era aún más escasa, y sin embargo, podía distinguir cada rasgo de aquella mujer, porque era en imagen todo lo que había leído sobre la belleza; una cualidad subjetiva, pero que no se ponía a duda una vez que te plantabas frente a ella-. ¿A qué te dedicas? –le pareció correcto preguntar, si tenía a su galante caballero esperando por ella en algún sitio o no, no le impediría querer saber lo más posible sobre su acompañante, tenía la necesidad de querer saber. Ese encuentro, estaba seguro, era su gran evento en esa ciudad, comenzaba a creer que el verdadero motivo y la única razón para estar en París, tan lejos de Nóvgorod y tan lejos de todo, tan lejos de la muerte definitiva, tan lejos de los lugares donde había sido feliz; ese sencillo encuentro, tan simple como eso.
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Re: Sky starts falling [Eve Heikkinen]
Su sonrisa aún en la penumbra era hermosa, tímida y reservada, como si sus labios escondiesen algún secreto, ese mismo secreto que parecía querer hablar atraves de la profundidad de sus ojos. Aquel personaje, porque no podía darle una denominación menor debido a su importancia en esa noche, una importancia que estaba segura no se diluiría con el transcurso de los días, había irrumpido en su vida aquella noche como un trueno cuyo sonido se cimbro en su pecho y luego con el subsecuente relámpago que ilumino su vida dándole una nueva visión de París y una nueva visión de sí misma, redescubriendose como alguien que podía sonrojarse por aquella mirada, por aquel gélido contacto, por aquella sensación que se había instalado en el fondo de su estomago.
-No- Aquellas palabras la habían tomado por sorpresa y así mismo, su mirada se ensombreció y no pudo evitar que al escuchar la pregunta aumentara su tristeza, agradeció que su interlocutor, al tener la vista fuera de su alcance, no pudiera verla. Tragó y de pronto la saliva le pareció insuficiente para disolver el nudo que se le había formado en la garganta -No… No estoy con nadie, después de todo llegué sola a París.- concluyó, mordiéndose el interior de los labios para no quebrarse e inmediatamente retomar la compostura perdida, porque ya no tenía caso llorarle a Alvar y mucho menos en ese momento, cuando lo tenía a él, que había sido tan caballeroso, tan mágico, no se lo merecía, ni ella tampoco, tenía que disfrutar, exprimir de aquel momento hasta el último segundo, porque no se repetiría y tenía que guardarlo en su memoria. Le sonrió tímidamente, distrayendo su mirada hacia el entramado que formaba la piedra en el suelo, no respondió la pregunta inconclusa no porque le molestara sino porque no valía la pena ahondar en ello.
Nunca dejó de observarle esos segundos que él tardo en sentarse junto a ella, ni siquiera pestañeo, por un momento sintió como si aquella estructura no fuese de roca maciza y sucumbiera ante su peso y ella se viera atraída a caer sobre su cuerpo por una fuerza imperceptible.
-¿Y cómo es ser médico?- le sonrió tímidamente, evitando voltear su rostro hacia él, no sabía que podía pasar de hacerlo, en su presencia sus reacciones no eran las normales -¿Cómo se siente tener la vida de otra persona en tus manos?- cuestionó sin pensar y cuando termino de formular la pregunta pensó que había sido muy atrevido de su parte, aquella pregunta podía resultarle inquietante ¿qué sabía ella de su trayectoria como médico? –Eres libre y puedes elegir no contestar mis preguntas-sin poder evitarlo sus miradas se cruzaron y no hizo nada por apartar la vista. Era una persona, culta y educada ¿qué estaba haciendo sentada en aquel viejo campanario junto a ella? ¿Qué retorcida partida le estaba jugando el destino? Alguna bastante cruel porque ¿a que se dedicaba? No quería mentirle pero tampoco deseaba revelar su lugar de trabajo, esa casa que podía prestarse a tan malas interpretaciones -Al igual que mi madre, soy costurera, hago cualquier arreglo que se necesite por más pequeño que este sea- no estaba lejos de la realidad, eso solía hacerlo en el burdel, un encaje caído, un corsé desgarrado, era uno de sus deberes la compostura y tener las prendas impecables, ya había probado que su trabajo valía tanto como el de cualquier costurera respetable aunque aún lo hiciera como un trabajo extra sin pago. El tema de su trabajo hizo casi tangible el tiempo que llevaban ahí, quiso sujetar el rostro del galeno pero no había justificación para ello. Notó que sus manos estaban aún unidas y aunque estaba segura que la piel de su rostro tendría una textura menos áspera que la de su mano, se aferró a la sensación que le daba ese roce de piel contra piel, queriendo memorizarla con cada célula en contacto.
Lamentó tener que irse pronto, no tenía forma de medir el tiempo pero por las sombras que dibuja la luz lunar contra los objetos podía deducir que era tarde y unos minutos no afectarían el hecho de que le descontaran la noche, quiso aprovechar cada segundo para conocerlo un poco más. -¿Tienes familia en París?- preguntó -¿Esposa? ¿Hijos?- aquello se escapó de su boca inconscientemente e inmediatamente cerró los ojos al darse cuenta de su error y apretó por instinto la mano de su acompañante.
-No- Aquellas palabras la habían tomado por sorpresa y así mismo, su mirada se ensombreció y no pudo evitar que al escuchar la pregunta aumentara su tristeza, agradeció que su interlocutor, al tener la vista fuera de su alcance, no pudiera verla. Tragó y de pronto la saliva le pareció insuficiente para disolver el nudo que se le había formado en la garganta -No… No estoy con nadie, después de todo llegué sola a París.- concluyó, mordiéndose el interior de los labios para no quebrarse e inmediatamente retomar la compostura perdida, porque ya no tenía caso llorarle a Alvar y mucho menos en ese momento, cuando lo tenía a él, que había sido tan caballeroso, tan mágico, no se lo merecía, ni ella tampoco, tenía que disfrutar, exprimir de aquel momento hasta el último segundo, porque no se repetiría y tenía que guardarlo en su memoria. Le sonrió tímidamente, distrayendo su mirada hacia el entramado que formaba la piedra en el suelo, no respondió la pregunta inconclusa no porque le molestara sino porque no valía la pena ahondar en ello.
Nunca dejó de observarle esos segundos que él tardo en sentarse junto a ella, ni siquiera pestañeo, por un momento sintió como si aquella estructura no fuese de roca maciza y sucumbiera ante su peso y ella se viera atraída a caer sobre su cuerpo por una fuerza imperceptible.
-¿Y cómo es ser médico?- le sonrió tímidamente, evitando voltear su rostro hacia él, no sabía que podía pasar de hacerlo, en su presencia sus reacciones no eran las normales -¿Cómo se siente tener la vida de otra persona en tus manos?- cuestionó sin pensar y cuando termino de formular la pregunta pensó que había sido muy atrevido de su parte, aquella pregunta podía resultarle inquietante ¿qué sabía ella de su trayectoria como médico? –Eres libre y puedes elegir no contestar mis preguntas-sin poder evitarlo sus miradas se cruzaron y no hizo nada por apartar la vista. Era una persona, culta y educada ¿qué estaba haciendo sentada en aquel viejo campanario junto a ella? ¿Qué retorcida partida le estaba jugando el destino? Alguna bastante cruel porque ¿a que se dedicaba? No quería mentirle pero tampoco deseaba revelar su lugar de trabajo, esa casa que podía prestarse a tan malas interpretaciones -Al igual que mi madre, soy costurera, hago cualquier arreglo que se necesite por más pequeño que este sea- no estaba lejos de la realidad, eso solía hacerlo en el burdel, un encaje caído, un corsé desgarrado, era uno de sus deberes la compostura y tener las prendas impecables, ya había probado que su trabajo valía tanto como el de cualquier costurera respetable aunque aún lo hiciera como un trabajo extra sin pago. El tema de su trabajo hizo casi tangible el tiempo que llevaban ahí, quiso sujetar el rostro del galeno pero no había justificación para ello. Notó que sus manos estaban aún unidas y aunque estaba segura que la piel de su rostro tendría una textura menos áspera que la de su mano, se aferró a la sensación que le daba ese roce de piel contra piel, queriendo memorizarla con cada célula en contacto.
Lamentó tener que irse pronto, no tenía forma de medir el tiempo pero por las sombras que dibuja la luz lunar contra los objetos podía deducir que era tarde y unos minutos no afectarían el hecho de que le descontaran la noche, quiso aprovechar cada segundo para conocerlo un poco más. -¿Tienes familia en París?- preguntó -¿Esposa? ¿Hijos?- aquello se escapó de su boca inconscientemente e inmediatamente cerró los ojos al darse cuenta de su error y apretó por instinto la mano de su acompañante.
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