AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Sky starts falling [Eve Heikkinen]
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Sky starts falling [Eve Heikkinen]
Recuerdo del primer mensaje :
La noche, como siempre, era su única verdadera compañera, y amante, su relación con ella, sin embargo, era de amor-odio, como en toda buena pareja. Sus pasos eran notas en una pauta, de minucioso orden que para el ojo inexperto parecían sólo manchas sobre líneas; formando una melodía atonal, desconocida y personal. Tenía muchas cosas en la cabeza, todos los encuentros de los que ya había sido partícipe en esa ciudad y en todo lo que faltaba, por un lado se arrepentía de haber regresado a París, no pensó cuando decidió hacerlo que se vería involucrado en tantos sinsentidos, pero por otro lado creía con fiereza que había sido la decisión más sabia, una ciudad que no lo aburriría, una ciudad que... ¡vaya!, dónde más se hubiera topado con la señorita Noiret y hubiera recibido noticias de ese idiota de Mihai. Sonrió levemente al pensar en su amigo aún como "Mihai" cuando ahora su nombre era Indro, tal vez debería empezar a acostumbrarse al nuevo nombre.
Sin embargo, tenía un presentimiento clavado en el pecho, uno que le decía que el encuentro más importante en París aún no sucedía, que estaba esperando por él a la vuelta de la esquina, era como si esperara por algo que sabía que no iba a pasar, pero una luz tenue y débil a la que prefería no nombrar (pues era "esperanza" y nada más que eso) le hacía creer que la vida, o la inmortalidad, para el caso era lo mismo, aún le tenía una sorpresa, algo grande, algo que lo iba a marcar, no sabía qué era, no sabía si quiera si eran ideas suyas, de un tipo perpetuamente congelado en la crisis de los 40 o algo que había leído en las estrellas, en las que sólo buscaba paz y no respuestas, pero tal vez le habían dado respuestas sin pedir por ellas. Rió, sí, así, solo en la calle comenzó a reír y dobló en una esquina.
El choque de ambos cuerpos provocó un sonido sordo y breve, "paf" amortiguado por las ropas, sin embargo, al buscar a la víctima de su descuido no vio a nadie, pero era imposible porque él aún sentía en el pecho la sensación de otro cuerpo encontrándose con el suyo de forma accidental, agachó la mirada y ahí estaba, con ojos azules que sólo le recordaron a alguien y a algo, al Vóljov congelado, y con cabello rubio y belleza que no parecía terrenal. Freya venida a la tierra, se quedó un momento pasmado como tonto, demasiado concentrado en esa belleza de tierras norteñas, como él, absorto en una fantasía que pasó fugaz frente a sus ojos.
-Lo siento -finalmente pudo decir algo aunque le hubiera gustado decir algo más brillante a esa trillada frase tan usada y desgastada que parecía ya no tener sentido siquiera, extendió su mano y la ayudó a ponerse de pie, alta y esbelta, grácil a pesar que sus ropas no eran finas, era de esa gracia natural e intrínseca, no aprendida a base de lecciones, más bien adquirida por el conocimiento subconsciente de saberse poseedor de una belleza tan sublime. Daniil, a sus 500 años, no había visto rostro más perfecto.
Sin embargo, tenía un presentimiento clavado en el pecho, uno que le decía que el encuentro más importante en París aún no sucedía, que estaba esperando por él a la vuelta de la esquina, era como si esperara por algo que sabía que no iba a pasar, pero una luz tenue y débil a la que prefería no nombrar (pues era "esperanza" y nada más que eso) le hacía creer que la vida, o la inmortalidad, para el caso era lo mismo, aún le tenía una sorpresa, algo grande, algo que lo iba a marcar, no sabía qué era, no sabía si quiera si eran ideas suyas, de un tipo perpetuamente congelado en la crisis de los 40 o algo que había leído en las estrellas, en las que sólo buscaba paz y no respuestas, pero tal vez le habían dado respuestas sin pedir por ellas. Rió, sí, así, solo en la calle comenzó a reír y dobló en una esquina.
El choque de ambos cuerpos provocó un sonido sordo y breve, "paf" amortiguado por las ropas, sin embargo, al buscar a la víctima de su descuido no vio a nadie, pero era imposible porque él aún sentía en el pecho la sensación de otro cuerpo encontrándose con el suyo de forma accidental, agachó la mirada y ahí estaba, con ojos azules que sólo le recordaron a alguien y a algo, al Vóljov congelado, y con cabello rubio y belleza que no parecía terrenal. Freya venida a la tierra, se quedó un momento pasmado como tonto, demasiado concentrado en esa belleza de tierras norteñas, como él, absorto en una fantasía que pasó fugaz frente a sus ojos.
-Lo siento -finalmente pudo decir algo aunque le hubiera gustado decir algo más brillante a esa trillada frase tan usada y desgastada que parecía ya no tener sentido siquiera, extendió su mano y la ayudó a ponerse de pie, alta y esbelta, grácil a pesar que sus ropas no eran finas, era de esa gracia natural e intrínseca, no aprendida a base de lecciones, más bien adquirida por el conocimiento subconsciente de saberse poseedor de una belleza tan sublime. Daniil, a sus 500 años, no había visto rostro más perfecto.
- Sky starts falling:
Invitado- Invitado
Re: Sky starts falling [Eve Heikkinen]
¿Es que acaso Aino era poseedora de una magia de la que ni ella estaba consciente?, una tal y tan grande que lograba derretir el témpano en el que el corazón de Daniil se había convertido al paso de los años. ¿Qué había de distinto en esta chica?, su gesto dulce, o su voz cándida, qué era, qué de todo el perfecto cuadro era lo que marcaba la diferencia, porque mujeres bellas se había topado a lo largo de su travesía a través de las fronteras y el tiempo, sin embargo, Aino era distinta, lo sabía, lo sentía en algún sitio intangible de su interior. Los dos sentados ahí, en aquel campanario al que se habían escabullido de contrabando como niños que son cómplices en una travesura. Esa era su pequeña aventura, su gran trastada, algo que con el tiempo iba a ser sólo de ellos dos y de nadie más, porque quien sabe si se volverían a ver, pero guardaría el recuerdo de esa noche como algo que les pertenece a ellos, sólo a ellos.
Cuando respondió con un llano no quiso sonreír, pero se contuvo porque pensó que sería demasiado obvio sonreír ante la declaración de su soltería, sólo asintió y con las palabras que continuaron algo le dijo que había mucho más allá de lo que ella quería contar, pero no la presionaría, si no le contaba le gustaba creer que quedarían cosas por ser dichas en encuentros venideros, porque también deseaba pensar aquello, que se verían luego, otro día, otra noche como esa, aunque la realidad era incierta.
Mentiría si dijera que la pregunta que continuó lo había tomado por sorpresa, no era así, siempre se la formulaban y su semblante, sin embargo, no cambiaba, la mirada ensombrecida al pensar en la gran ironía que eso representaba en su vida, el mal chiste que era, el matar para vivir y consagrar esa vida a preservar la misma. A veces ni siquiera tenía sentido, pero muchas cosas en su vida carecían de éste. Supuso que había tardado mucho en responder ante la aclaración subsiguiente, la miró y sonrió, trató de hacerlo, sobreponerse al rudo golpe que era enfrentarse a su realidad, eso era lo que hacía siempre en todo caso, salir avante porque no había de otra.
-No, está bien –cabeceó relajando el cuerpo-, es una profesión satisfactoria, no te voy a mentir –comenzó, y claro, no le iba a mentir, esa era la verdad, eso era lo que él era, más que vampiro y más que cualquier otra cosa, era médico y amaba con pasión desenfrenada a lo que se dedicaba –es complicado, no siempre puedes salvar la vida de las personas, pero cuando lo consigues… -su voz se desvaneció en un fade out eterno, estaba de más completar la frase, e incluso se antojaba tarea imposible, ninguna palabra creada por el hombre podía describir la satisfacción de salvar una vida.
-Oh, vaya –esta vez su sonrisa fue mejor hecha, más luminosa y menos triste-, costurera, quizá algún día pueda hacer uso de tus servicios, tengo muchas prendas descocidas que necesitan arreglo –dijo como si eso abriera la puerta a posibles encuentro a posteriori, era la verdad, tenía mucha ropa desgastada, pero mucha de ella había pasado de moda hacía décadas sino es que siglos, aunque la oportunidad de arreglarla y regalarla a gente menos afortunada sonaba bien, o incluso, con esos trozos de tela confeccionar algo más acorde a la época, no para él, sino para esa misma gente que no tenía que vestir durante los crudos inviernos de la caprichosa Europa.
Lo que sí lo tomó por sorpresa fue el atrevimiento de las preguntas que siguieron, aunque estaba todo menos ofendido. En su mente comenzó a maquinar historias inverosímiles, todo un arco de por qué le preguntaba eso, porque estaba interesada en él, ¿tal vez?, no, eso ni él se lo podía creer, esa chica era perfecta y él, bueno… no.
-No –negó con la cabeza riendo con sorna –no –repitió para darse cuenta de lo que estaba diciendo –yo… estoy solo –y las palabras retumbaron en su cabeza como la campana que tenían de frente en ese campanario. Solo, ese era él, solo deambulando como alma en pena por el mundo, solo porque él y sólo él se cerraba a la posibilidad de amar, creyéndose incapaz de hacerlo, pero si en realidad lo era, ¿qué era ese líquido hirviendo en su pecho que lo quemaba de adentro para afuera ante el simple contacto de aquella mano casta?. La miró tragando saliva y luego la unión de sus manos-. Ni esposa, ni hijos, supongo que lo único que tengo es mi carrera –su tono era de broma, tal vez para aligerar lo terrible de sus palabras.
Cuando respondió con un llano no quiso sonreír, pero se contuvo porque pensó que sería demasiado obvio sonreír ante la declaración de su soltería, sólo asintió y con las palabras que continuaron algo le dijo que había mucho más allá de lo que ella quería contar, pero no la presionaría, si no le contaba le gustaba creer que quedarían cosas por ser dichas en encuentros venideros, porque también deseaba pensar aquello, que se verían luego, otro día, otra noche como esa, aunque la realidad era incierta.
Mentiría si dijera que la pregunta que continuó lo había tomado por sorpresa, no era así, siempre se la formulaban y su semblante, sin embargo, no cambiaba, la mirada ensombrecida al pensar en la gran ironía que eso representaba en su vida, el mal chiste que era, el matar para vivir y consagrar esa vida a preservar la misma. A veces ni siquiera tenía sentido, pero muchas cosas en su vida carecían de éste. Supuso que había tardado mucho en responder ante la aclaración subsiguiente, la miró y sonrió, trató de hacerlo, sobreponerse al rudo golpe que era enfrentarse a su realidad, eso era lo que hacía siempre en todo caso, salir avante porque no había de otra.
-No, está bien –cabeceó relajando el cuerpo-, es una profesión satisfactoria, no te voy a mentir –comenzó, y claro, no le iba a mentir, esa era la verdad, eso era lo que él era, más que vampiro y más que cualquier otra cosa, era médico y amaba con pasión desenfrenada a lo que se dedicaba –es complicado, no siempre puedes salvar la vida de las personas, pero cuando lo consigues… -su voz se desvaneció en un fade out eterno, estaba de más completar la frase, e incluso se antojaba tarea imposible, ninguna palabra creada por el hombre podía describir la satisfacción de salvar una vida.
-Oh, vaya –esta vez su sonrisa fue mejor hecha, más luminosa y menos triste-, costurera, quizá algún día pueda hacer uso de tus servicios, tengo muchas prendas descocidas que necesitan arreglo –dijo como si eso abriera la puerta a posibles encuentro a posteriori, era la verdad, tenía mucha ropa desgastada, pero mucha de ella había pasado de moda hacía décadas sino es que siglos, aunque la oportunidad de arreglarla y regalarla a gente menos afortunada sonaba bien, o incluso, con esos trozos de tela confeccionar algo más acorde a la época, no para él, sino para esa misma gente que no tenía que vestir durante los crudos inviernos de la caprichosa Europa.
Lo que sí lo tomó por sorpresa fue el atrevimiento de las preguntas que siguieron, aunque estaba todo menos ofendido. En su mente comenzó a maquinar historias inverosímiles, todo un arco de por qué le preguntaba eso, porque estaba interesada en él, ¿tal vez?, no, eso ni él se lo podía creer, esa chica era perfecta y él, bueno… no.
-No –negó con la cabeza riendo con sorna –no –repitió para darse cuenta de lo que estaba diciendo –yo… estoy solo –y las palabras retumbaron en su cabeza como la campana que tenían de frente en ese campanario. Solo, ese era él, solo deambulando como alma en pena por el mundo, solo porque él y sólo él se cerraba a la posibilidad de amar, creyéndose incapaz de hacerlo, pero si en realidad lo era, ¿qué era ese líquido hirviendo en su pecho que lo quemaba de adentro para afuera ante el simple contacto de aquella mano casta?. La miró tragando saliva y luego la unión de sus manos-. Ni esposa, ni hijos, supongo que lo único que tengo es mi carrera –su tono era de broma, tal vez para aligerar lo terrible de sus palabras.
Invitado- Invitado
Re: Sky starts falling [Eve Heikkinen]
En ese instante no tuvo más remedio que admirarle por esa pasión que detonaban sus palabras que se perdían en ese silencio prolongado hasta su extinción, seguramente no podía ponerle palabras a esa emoción que sentía al ejercer su profesión. Sonrió, si eso podía decirse de un gesto que no había parado de hacer toda la noche.
-Cuando gustes- comentó genuinamente aunque no fuera cierto -Podría componer esa ropa- se tomó la libertad de acariciar el cuello de su abrigo y sentir la textura y grosor de la lana, imaginarse la aguja traspasar la tela y el sonido del hilo al rasgarla. De nuevo contuvo el deseo de tocar su rostro, ahora sentía que con eso podía tocar la nobleza que expresaba atraves de su mirada, de cada pequeño y tenue surco que cruzaba su rostro, como si aquella cualidad en su piel se tornara corpórea. Sonrió tímidamente y escuchó la respuesta a esas preguntas imprudentes que habían salido de su boca.
-Lo siento- la soledad era una de esas situaciones que no le deseaba a nadie pero por otro lado, no lo lamentaba, era toda una agradable sorpresa pero estúpidamente lo consideraba una oportunidad, se mentía por un instante y le gustaba créelo así, engañándose mientras un leve estupor se apoderaba de sus mejillas -No quise importunarte con la preguntas- Sus fuerzas flaqueaban y sólo deseaba abrazarlo y quitar de su risa aquel tono tan impregnado de ironía. Sentía su boca seca, sin capacidad de tragar saliva. De igual forma para ella en ese momento sólo existía su trabajo y la supervivencia aunque en ambos le sonó a un argumento sin fundamento.
Ese hombre debía ser un mago de aquellos que juegan con cartas y atraviesan con espadas a personas encerradas en cajas, debía serlo porque le estaba destajando el corazón; un brujo porque poseía un don extraño que contorsionaba el tiempo y volvía cada minuto eterno y casi tangible para poder tomarlo con las manos y conservarlo, sin ser pesado, liviano y ágil, parecía transcurrir en una dulce y tormentosa pero frenética carrera en su contra.
-Creo que es hora de que nos marchemos- Soltó de forma pesada conteniendo un suspiro pero sin poder ocultar su gesto de tristeza. Observando el cielo para hacer mayor énfasis del paso del tiempo como si apenas lo hubiera notado, lo cual no era cierto, siempre lo había tenido presente deseando un poco más, deseando con toda sus fuerzas que se detuviera -No quisiera irme; créeme, cuando te digo que jamás olvidaré esta noche- agregó, al comenzar a separarse de su contacto cuerpo a cuerpo. Dolía como quien se quita un vendaje impregnado de sangre seca en contacto con una herida fresca.
Quiso convertirse en su acompañante durante todo lo que restaba de la noche, tal vez llegar a robarle unas horas bajo la luz del día y jugar como lo habían estado haciendo con actitudes infantiles pero ahora se acercaba el momento en el que ella tendría que huir de él sin decirle más y sin saber por qué le dolía, Daniil Stravinsky sería como un espejismo, un oasis en aquella tierra hostil, uno de esos que son creados por la mente y jamás llegas a ellos, aquellos en los que la sensación que ofrece una fresca sombra sobre la piel o el dulce sabor del agua cristalina que invade tu boca quitando la sed, no son sólo más que una treta del cansancio y un cuerpo al límite, agonizante. Se acercaba la hora jugar a las escondidas, de dejar al castaño de ojos profundos contando segundos, enumerándolos por siempre y a ella le tocaba correr por las calles serpenteantes, correr y perder el camino de vuelta para jamás volver a encontrarle.
Se incorporó e inconscientemente, como un reflejo, sacudió el polvo de su falda para ello soltó la mano del médico, aquello le resultó un acto funesto, sin remedio, sin forma de recobrar ese agarre que no sabía en qué momento se había creado, se le antojaba atrevido recuperarlo y ella no podía tomarse esas libertades de forma consciente con un extraño, actos que ni siquiera llegó a pensar, mucho menos a realizar aquel día en el que conoció a aquel extranjero de ojos color hielo en su pueblo natal.
-¿Me acompañarás de nuevo al centro?- preguntó aunque creía saber de antemano la respuesta. Sabía que la despedida sería súbita pero no debía ser en ese campanario, no debía manchar ese lugar, ese hermoso recuerdo.
-Cuando gustes- comentó genuinamente aunque no fuera cierto -Podría componer esa ropa- se tomó la libertad de acariciar el cuello de su abrigo y sentir la textura y grosor de la lana, imaginarse la aguja traspasar la tela y el sonido del hilo al rasgarla. De nuevo contuvo el deseo de tocar su rostro, ahora sentía que con eso podía tocar la nobleza que expresaba atraves de su mirada, de cada pequeño y tenue surco que cruzaba su rostro, como si aquella cualidad en su piel se tornara corpórea. Sonrió tímidamente y escuchó la respuesta a esas preguntas imprudentes que habían salido de su boca.
-Lo siento- la soledad era una de esas situaciones que no le deseaba a nadie pero por otro lado, no lo lamentaba, era toda una agradable sorpresa pero estúpidamente lo consideraba una oportunidad, se mentía por un instante y le gustaba créelo así, engañándose mientras un leve estupor se apoderaba de sus mejillas -No quise importunarte con la preguntas- Sus fuerzas flaqueaban y sólo deseaba abrazarlo y quitar de su risa aquel tono tan impregnado de ironía. Sentía su boca seca, sin capacidad de tragar saliva. De igual forma para ella en ese momento sólo existía su trabajo y la supervivencia aunque en ambos le sonó a un argumento sin fundamento.
Ese hombre debía ser un mago de aquellos que juegan con cartas y atraviesan con espadas a personas encerradas en cajas, debía serlo porque le estaba destajando el corazón; un brujo porque poseía un don extraño que contorsionaba el tiempo y volvía cada minuto eterno y casi tangible para poder tomarlo con las manos y conservarlo, sin ser pesado, liviano y ágil, parecía transcurrir en una dulce y tormentosa pero frenética carrera en su contra.
-Creo que es hora de que nos marchemos- Soltó de forma pesada conteniendo un suspiro pero sin poder ocultar su gesto de tristeza. Observando el cielo para hacer mayor énfasis del paso del tiempo como si apenas lo hubiera notado, lo cual no era cierto, siempre lo había tenido presente deseando un poco más, deseando con toda sus fuerzas que se detuviera -No quisiera irme; créeme, cuando te digo que jamás olvidaré esta noche- agregó, al comenzar a separarse de su contacto cuerpo a cuerpo. Dolía como quien se quita un vendaje impregnado de sangre seca en contacto con una herida fresca.
Quiso convertirse en su acompañante durante todo lo que restaba de la noche, tal vez llegar a robarle unas horas bajo la luz del día y jugar como lo habían estado haciendo con actitudes infantiles pero ahora se acercaba el momento en el que ella tendría que huir de él sin decirle más y sin saber por qué le dolía, Daniil Stravinsky sería como un espejismo, un oasis en aquella tierra hostil, uno de esos que son creados por la mente y jamás llegas a ellos, aquellos en los que la sensación que ofrece una fresca sombra sobre la piel o el dulce sabor del agua cristalina que invade tu boca quitando la sed, no son sólo más que una treta del cansancio y un cuerpo al límite, agonizante. Se acercaba la hora jugar a las escondidas, de dejar al castaño de ojos profundos contando segundos, enumerándolos por siempre y a ella le tocaba correr por las calles serpenteantes, correr y perder el camino de vuelta para jamás volver a encontrarle.
Se incorporó e inconscientemente, como un reflejo, sacudió el polvo de su falda para ello soltó la mano del médico, aquello le resultó un acto funesto, sin remedio, sin forma de recobrar ese agarre que no sabía en qué momento se había creado, se le antojaba atrevido recuperarlo y ella no podía tomarse esas libertades de forma consciente con un extraño, actos que ni siquiera llegó a pensar, mucho menos a realizar aquel día en el que conoció a aquel extranjero de ojos color hielo en su pueblo natal.
-¿Me acompañarás de nuevo al centro?- preguntó aunque creía saber de antemano la respuesta. Sabía que la despedida sería súbita pero no debía ser en ese campanario, no debía manchar ese lugar, ese hermoso recuerdo.
Invitado- Invitado
Re: Sky starts falling [Eve Heikkinen]
Muy pocas veces en su vida y en su eternidad había tenido momentos de rotunda claridad, esa noche en ese campanario de imponencia gótica supo, por la rareza del fenómeno, que había tenido uno de esos extraños instantes en los que la bruma se dispersa frente a él como Moisés abriendo el Mar Rojo. Ese era su gran evento, el eje rector de su razón en París; no supo cómo, no supo qué, pero sí supo que eso era, que ese era el motivo de toda su loca cruzada en aquel país que cada vez le parecía más extraño y ajeno. La miró como un espectador en una obra de teatro, un tercero forastero, parte de un público que está a nada de aplaudir tan pronto el telón caiga. Quiso decírselo, pero, ¿cómo hacerlo sin sonar a un loco?, supuso que no había manera de conseguir tal cosa, de todos modos de pronto sintió la lengua entumecida, como si en un acto de autopreservación él mismo se impidiera articular la descabellada declaración que tenía y quería hacer.
Luego sólo desvió la mirada al notar su mano tocando aquella prenda suya, miró la mano como si de un ser mitológico se tratara, qué hacía que Aino quisiera acercarse a él, qué torcido renglón de quien estuviera escribiendo su patética historia provocaba tal acontecimiento, quizá era la ignorancia, el que ella no supiera el monstruo que él era y de pronto, de la nada, se sintió un completo fracaso, un Ícaro desventurado que se atreve a acercarse al sol, al que sus alas se rompen, se derriten frente a la fuerza del astro rey, y cae inevitablemente. Se dio cuenta que había estado reteniendo la respiración al observar el movimiento que aquella mujer, de un momento a otro comenzó a creerse en serio que se trataba de Freya, y él un pobre diablo, indigno del Valhalla.
Se hizo para atrás sin querer, asustadizo como cervatillo sin la protección de sus padres, como un animal francamente herido (porque lo era); lo que realmente invadió su pecho en aquel instante que quebró por completo el ambiente de tranquilidad en el que navegaban, fue sentirse indigno de una mujer como ella, estarle mintiendo respecto a su naturaleza le supo a tierra y a sangre, como cuando se es niño y te involucras en peleas absurdas, el contrincante te golpea, te abre un labio y caes al suelo tragando polvo, experimentó ese mismo exacto sabor. Y no le gustó.
-No –la sencilla palabra monosílaba surgió de su boca como un quejido doloroso, desvió la mirada, sus ojos se clavaron en el firmamento nocturno como si las estrellas pudieran plantar en su cerebro las palabras adecuadas-. No hay problema, un hombre de mi edad… ¿soltero? –se recompuso, sonrió de medio lado y dijo como una especie de broma. Después de todo de eso se trataba su vida, su existencia entera, recomponerse ante los embates, aunque estuvo seguro en ese instante que le llegaría su tiempo, una batalla la cual no podría conquistar.
Otra vez sus ojos vagaron por los rincones del campanario, y sus pensamientos por los altiplanos de su historia. Demasiado larga y aburrida como para ser contada. La voz de Aino lo despertó de aquel estupor y la observó como si le hubiera hablado en otro idioma. Su corazón cayó en picada hasta quedar en el fondo de un pozo de agua obscura y turbia. Se iba, y aunque en un plano superficial toda esa velada supo que ese momento llegaría, el niño que era dentro comenzó a llorar desconsolado ante la sola idea de que eso iba a pasar, no quería imaginarse el sentimiento tosco que lo iba a invadir una vez que ella diera media vuelta y se marchara.
Ese era su gran evento, no podía dejarlo escapar así como si nada, sin embargo, no tenía más opción. No tenía absolutamente nada a lo cual asirse y retenerla, para ella, el instante mismo que lo abandonara, él se convertiría en un recuerdo inmediato, borroso quizá, una anécdota, cuando para él ese sencillo encuentro significaba absolutamente todo. Todo, una totalidad irrefutable.
-Claro –asintió torpe y se puso de pie sintiendo el batir de miles de pares de alas de miles de mariposas en su estómago, una sensación que creía olvidada, que creyó jamás volvería a experimentar, ese frenesí pueril casi puro, pero demasiado apasionado para ser completamente casto. Cuando sus manos perdieron el contacto, se sintió completamente abandonado. La tristeza lo maniató sin darle oportunidad alguna, quiso tomarla de nuevo de la mano, frunció el ceño y agachó la cabeza con cualquier pretexto para ocultar su mirada, para ensombrecerla y que no viera aquel gesto tan aciago que lo invadió-. ¿Me dejarías llevarte hasta ese sitio al que vas? –preguntó precipitado, aventándose sin medir consecuencias y se dio cuenta de lo risible que su ofrecimiento había sonado-, no quisiera que pudiera pasarte algo, las noches en París son algo… sórdidas –a falta de una mejor palabra; dijo aquello como quien patalea en el agua cuando se está ahogando, un pretexto tonto para una oferta aún más tonta.
Alzó la mirada para encontrarse con aquello ojos que, como ya se lo había dicho antes, le recordaban la tundra rusa, donde pasó su ya lejana infancia, quería, sin embargo, que su respuesta fuese afirmativa, así tendría un anclaje, un sitio al cual acudir como donjuán mal hecho, un lugar que podía visitar para buscarla.
Luego sólo desvió la mirada al notar su mano tocando aquella prenda suya, miró la mano como si de un ser mitológico se tratara, qué hacía que Aino quisiera acercarse a él, qué torcido renglón de quien estuviera escribiendo su patética historia provocaba tal acontecimiento, quizá era la ignorancia, el que ella no supiera el monstruo que él era y de pronto, de la nada, se sintió un completo fracaso, un Ícaro desventurado que se atreve a acercarse al sol, al que sus alas se rompen, se derriten frente a la fuerza del astro rey, y cae inevitablemente. Se dio cuenta que había estado reteniendo la respiración al observar el movimiento que aquella mujer, de un momento a otro comenzó a creerse en serio que se trataba de Freya, y él un pobre diablo, indigno del Valhalla.
Se hizo para atrás sin querer, asustadizo como cervatillo sin la protección de sus padres, como un animal francamente herido (porque lo era); lo que realmente invadió su pecho en aquel instante que quebró por completo el ambiente de tranquilidad en el que navegaban, fue sentirse indigno de una mujer como ella, estarle mintiendo respecto a su naturaleza le supo a tierra y a sangre, como cuando se es niño y te involucras en peleas absurdas, el contrincante te golpea, te abre un labio y caes al suelo tragando polvo, experimentó ese mismo exacto sabor. Y no le gustó.
-No –la sencilla palabra monosílaba surgió de su boca como un quejido doloroso, desvió la mirada, sus ojos se clavaron en el firmamento nocturno como si las estrellas pudieran plantar en su cerebro las palabras adecuadas-. No hay problema, un hombre de mi edad… ¿soltero? –se recompuso, sonrió de medio lado y dijo como una especie de broma. Después de todo de eso se trataba su vida, su existencia entera, recomponerse ante los embates, aunque estuvo seguro en ese instante que le llegaría su tiempo, una batalla la cual no podría conquistar.
Otra vez sus ojos vagaron por los rincones del campanario, y sus pensamientos por los altiplanos de su historia. Demasiado larga y aburrida como para ser contada. La voz de Aino lo despertó de aquel estupor y la observó como si le hubiera hablado en otro idioma. Su corazón cayó en picada hasta quedar en el fondo de un pozo de agua obscura y turbia. Se iba, y aunque en un plano superficial toda esa velada supo que ese momento llegaría, el niño que era dentro comenzó a llorar desconsolado ante la sola idea de que eso iba a pasar, no quería imaginarse el sentimiento tosco que lo iba a invadir una vez que ella diera media vuelta y se marchara.
Ese era su gran evento, no podía dejarlo escapar así como si nada, sin embargo, no tenía más opción. No tenía absolutamente nada a lo cual asirse y retenerla, para ella, el instante mismo que lo abandonara, él se convertiría en un recuerdo inmediato, borroso quizá, una anécdota, cuando para él ese sencillo encuentro significaba absolutamente todo. Todo, una totalidad irrefutable.
-Claro –asintió torpe y se puso de pie sintiendo el batir de miles de pares de alas de miles de mariposas en su estómago, una sensación que creía olvidada, que creyó jamás volvería a experimentar, ese frenesí pueril casi puro, pero demasiado apasionado para ser completamente casto. Cuando sus manos perdieron el contacto, se sintió completamente abandonado. La tristeza lo maniató sin darle oportunidad alguna, quiso tomarla de nuevo de la mano, frunció el ceño y agachó la cabeza con cualquier pretexto para ocultar su mirada, para ensombrecerla y que no viera aquel gesto tan aciago que lo invadió-. ¿Me dejarías llevarte hasta ese sitio al que vas? –preguntó precipitado, aventándose sin medir consecuencias y se dio cuenta de lo risible que su ofrecimiento había sonado-, no quisiera que pudiera pasarte algo, las noches en París son algo… sórdidas –a falta de una mejor palabra; dijo aquello como quien patalea en el agua cuando se está ahogando, un pretexto tonto para una oferta aún más tonta.
Alzó la mirada para encontrarse con aquello ojos que, como ya se lo había dicho antes, le recordaban la tundra rusa, donde pasó su ya lejana infancia, quería, sin embargo, que su respuesta fuese afirmativa, así tendría un anclaje, un sitio al cual acudir como donjuán mal hecho, un lugar que podía visitar para buscarla.
Invitado- Invitado
Re: Sky starts falling [Eve Heikkinen]
Le escuchaba vagamente, había llegado a ese punto donde las palabras llegaban pesadas y distorsionadas a sus oídos, tal vez era un acto de negación o un efecto derivado del instinto de supervivencia, porque estaba segura que al separarse de Daniil Stravinsky, al decirle “Adiós”, aunque este se tratase de una despedida muda y traicionera, una parte de ella moriría en ese momento.
Asintió cuando se ofreció a acompañarle, en ese instante no pudo dedicarle una sonrisa de inmediato porque dolía, le hacía daño el pensar que no volvería a verle y ocultarle a él que aquello era el fin de su historia, de ese pequeño cuento de hadas, porque por más inexplicable que pareciera sus ojos comenzaban a sentirse pesados y a llenarse de lagrimas, comenzaba a sentir su ausencia y regresaba a ella ese sentimiento desolador de perdida, una parte de sí, una gran parte de sí deseaba que se quedara con ella cada minuto de su existencia, dio gracias a la penumbra del lugar, a las escaleras que no permitían mirarlo de frente y que le daban tiempo para controlar ese arrebato infantil, por que si él la veía con los ojos llenos de lagrimas no tendría respuesta para sus preguntas, respuestas coherentes y creíbles, parecería una demente. Mantenía la frente en alto porque de lo contrario las lagrimas resbalarían por sus mejillas o caerían, trazando una línea recta, directamente al suelo . Bajaron en silencio, los juegos se habían acabado y habían dado paso a una profundamente triste marcha fúnebre.
El pánico no la invadió hasta llegar al final de la escalera de aquella antigua edificación, aprovechó, que se adelantará con el motivo de asegurarse de que no hubiera nadie que pudiera reprenderles, para limpiarse los ojos de las lagrimas que no habían alzando a secarse o reabsorberse durante su descenso. Lo observó alejarse, clavó la vista en su espalda, quería que todo acabara en ese preciso momento ¿de qué artes se había valido para provocar todo eso en ella? Todo era tan distinto a lo que conocía, hasta hace un par de horas la necesidad por alguien resultaba de un trato constante que requería tiempo y no de aquella forma tan arrebatadora de sentir que tu alma embona y se engancha de manera perfecta a la de otra persona. Lo alcanzó en la misma puerta que habían usado para colarse en aquel lugar.
Al salir y recorrer el pequeño rellano que interponía entre Saint Denis y la calle, la luz de la luna los baño completamente, permitiendo que pudieran ser visibles cada uno de sus rasgos y gestos, al caminar a su lado lo observó tratando de grabar en su memoria su rostro, sus gestos aunque faltando unos pocos pasos para llegar a la acera, un graznido de un ave le asustó y rompió su concentración, tuvo la impresión de haberlo oído antes pero al buscar a su alrededor, no pudo vislumbrar ni siquiera una silueta en las sombras que se formaban en la calle.
-¿Eres así con todo el mundo o sólo con las damiselas que pueden correr algún peligro en las sórdidas noches parisinas?- preguntó recordando las palabras con las que había formulado su ofrecimiento, sin poder soportar más ese silencio conocedor del final, que pesadamente se colocaba sobre ellos mientras se dirigían de regreso al centro. Se acercó un poco más a él, acoplando ambos andares y no pudo evitar rodear su brazo con el propio.
¿Cómo podría dejarlo? ¿De que treta se valdría para huir sin dar una sola explicación? Aún no lo sabía y la posibilidad de hundirse en más mentiras le resultaba aterradora. Se sentía nerviosa y un ligero temblor se apoderó de ella, temblor del cual culpo al frío y sirvió del pretexto perfecto para acercarse un poco más a él y aspirar profundamente su aroma con vehemencia.
Al aproximarse al centro podía verse más movimiento aunque nada comparado con el transito que había de día. A lo lejos vio un pequeño bar, en el que ella no se atrevería a entrar sola pero en ese momento teniendo a su lado a Daniil, vio en este una oportunidad única.
-Tengo la boca seca- le dijo al acercarse el lugar, nada fuera de la realidad, sentía su boca pastosa por los nervios. Aún teniéndolo sujeto por el brazo lo empujó hacia la entrada del lugar en el que ambos parecían fuera de lugar, se acercaron a la barra y dejó que el ordenara con el pretexto de ir al tocador. Quiso llevarse algo de él consigo pero se dio cuenta que no podría llevarse nada más que su recuerdo, el recuerdo de esa sonrisa taimada y su mirada profunda y reservada. –No deseo dejarte ni por un momento- se atrevió a decir antes de abandonarlo en aquel lugar, cómo la ultima confesión de un moribundo al sacerdote que le oficia los santos óleos.
Sentía su vista clavada sobre su nuca, era sólo una sensación tal vez fabricada por el deseo y la añoranza que en ese preciso momento ya le embargaban. Volteó y sin poder verlo con claridad le dedico una sonrisa y se perdió por el pasillo que conducía a los sanitarios. Los pasó de largo y se dirigió a la pequeña cocina del lugar, la atravesó frenética y antes de salir por la puerta trasera alcanzó a detener a un cansado muchacho de servicio que con aire somnoliento se encontraba sacando la basura del lugar.
-Por favor, pregunta en la barra por Daniil Stravinsky y dile que me he marchado- le dijo y puso su mano un par de monedas, no era mucho pero la tarea que le encomendaba no tenía mayor grado de dificultad. El muchacho a pesar de la imagen débil que proyectaba parecía confiable. -Por favor- suplicó. Lo último que deseaba en este mundo era que se quedara preocupado pero no podía permitirle dejarle en el lugar exacto donde trabajaba: el burdel.
Temiendo que si se quedaba cayera en la tentación de verle unos segundos más, se alejó del lugar lo más rápido que le fue posible sin importarle perder el aliento, tal vez así asfixiaría al sentimiento desolador que había sentido al dejar el campanario de Saint-Denis y que en ese momento volvía a ella. Huyó en dirección al burdel aunque aquel lugar era el último en el que deseaba estar en ese momento, estaba segura que regresaría a sus labores como un muerto en vida.
Jamás olvidaría esa noche, se quedaría grabada junto con su acompañante como uno de los recuerdos más dulces y tristes de su vida. Un sueño tangible del que realmente le había dolido despertar.
Asintió cuando se ofreció a acompañarle, en ese instante no pudo dedicarle una sonrisa de inmediato porque dolía, le hacía daño el pensar que no volvería a verle y ocultarle a él que aquello era el fin de su historia, de ese pequeño cuento de hadas, porque por más inexplicable que pareciera sus ojos comenzaban a sentirse pesados y a llenarse de lagrimas, comenzaba a sentir su ausencia y regresaba a ella ese sentimiento desolador de perdida, una parte de sí, una gran parte de sí deseaba que se quedara con ella cada minuto de su existencia, dio gracias a la penumbra del lugar, a las escaleras que no permitían mirarlo de frente y que le daban tiempo para controlar ese arrebato infantil, por que si él la veía con los ojos llenos de lagrimas no tendría respuesta para sus preguntas, respuestas coherentes y creíbles, parecería una demente. Mantenía la frente en alto porque de lo contrario las lagrimas resbalarían por sus mejillas o caerían, trazando una línea recta, directamente al suelo . Bajaron en silencio, los juegos se habían acabado y habían dado paso a una profundamente triste marcha fúnebre.
El pánico no la invadió hasta llegar al final de la escalera de aquella antigua edificación, aprovechó, que se adelantará con el motivo de asegurarse de que no hubiera nadie que pudiera reprenderles, para limpiarse los ojos de las lagrimas que no habían alzando a secarse o reabsorberse durante su descenso. Lo observó alejarse, clavó la vista en su espalda, quería que todo acabara en ese preciso momento ¿de qué artes se había valido para provocar todo eso en ella? Todo era tan distinto a lo que conocía, hasta hace un par de horas la necesidad por alguien resultaba de un trato constante que requería tiempo y no de aquella forma tan arrebatadora de sentir que tu alma embona y se engancha de manera perfecta a la de otra persona. Lo alcanzó en la misma puerta que habían usado para colarse en aquel lugar.
Al salir y recorrer el pequeño rellano que interponía entre Saint Denis y la calle, la luz de la luna los baño completamente, permitiendo que pudieran ser visibles cada uno de sus rasgos y gestos, al caminar a su lado lo observó tratando de grabar en su memoria su rostro, sus gestos aunque faltando unos pocos pasos para llegar a la acera, un graznido de un ave le asustó y rompió su concentración, tuvo la impresión de haberlo oído antes pero al buscar a su alrededor, no pudo vislumbrar ni siquiera una silueta en las sombras que se formaban en la calle.
-¿Eres así con todo el mundo o sólo con las damiselas que pueden correr algún peligro en las sórdidas noches parisinas?- preguntó recordando las palabras con las que había formulado su ofrecimiento, sin poder soportar más ese silencio conocedor del final, que pesadamente se colocaba sobre ellos mientras se dirigían de regreso al centro. Se acercó un poco más a él, acoplando ambos andares y no pudo evitar rodear su brazo con el propio.
¿Cómo podría dejarlo? ¿De que treta se valdría para huir sin dar una sola explicación? Aún no lo sabía y la posibilidad de hundirse en más mentiras le resultaba aterradora. Se sentía nerviosa y un ligero temblor se apoderó de ella, temblor del cual culpo al frío y sirvió del pretexto perfecto para acercarse un poco más a él y aspirar profundamente su aroma con vehemencia.
Al aproximarse al centro podía verse más movimiento aunque nada comparado con el transito que había de día. A lo lejos vio un pequeño bar, en el que ella no se atrevería a entrar sola pero en ese momento teniendo a su lado a Daniil, vio en este una oportunidad única.
-Tengo la boca seca- le dijo al acercarse el lugar, nada fuera de la realidad, sentía su boca pastosa por los nervios. Aún teniéndolo sujeto por el brazo lo empujó hacia la entrada del lugar en el que ambos parecían fuera de lugar, se acercaron a la barra y dejó que el ordenara con el pretexto de ir al tocador. Quiso llevarse algo de él consigo pero se dio cuenta que no podría llevarse nada más que su recuerdo, el recuerdo de esa sonrisa taimada y su mirada profunda y reservada. –No deseo dejarte ni por un momento- se atrevió a decir antes de abandonarlo en aquel lugar, cómo la ultima confesión de un moribundo al sacerdote que le oficia los santos óleos.
Sentía su vista clavada sobre su nuca, era sólo una sensación tal vez fabricada por el deseo y la añoranza que en ese preciso momento ya le embargaban. Volteó y sin poder verlo con claridad le dedico una sonrisa y se perdió por el pasillo que conducía a los sanitarios. Los pasó de largo y se dirigió a la pequeña cocina del lugar, la atravesó frenética y antes de salir por la puerta trasera alcanzó a detener a un cansado muchacho de servicio que con aire somnoliento se encontraba sacando la basura del lugar.
-Por favor, pregunta en la barra por Daniil Stravinsky y dile que me he marchado- le dijo y puso su mano un par de monedas, no era mucho pero la tarea que le encomendaba no tenía mayor grado de dificultad. El muchacho a pesar de la imagen débil que proyectaba parecía confiable. -Por favor- suplicó. Lo último que deseaba en este mundo era que se quedara preocupado pero no podía permitirle dejarle en el lugar exacto donde trabajaba: el burdel.
Temiendo que si se quedaba cayera en la tentación de verle unos segundos más, se alejó del lugar lo más rápido que le fue posible sin importarle perder el aliento, tal vez así asfixiaría al sentimiento desolador que había sentido al dejar el campanario de Saint-Denis y que en ese momento volvía a ella. Huyó en dirección al burdel aunque aquel lugar era el último en el que deseaba estar en ese momento, estaba segura que regresaría a sus labores como un muerto en vida.
Jamás olvidaría esa noche, se quedaría grabada junto con su acompañante como uno de los recuerdos más dulces y tristes de su vida. Un sueño tangible del que realmente le había dolido despertar.
Invitado- Invitado
Re: Sky starts falling [Eve Heikkinen]
El aire tenía electricidad, como la calma previa a la tormenta, Daniil se sentía intranquilo, descolocado, pero no podía nombrar con exactitud lo que sentía y qué lo tenía de aquel modo, la penumbra reinante le impedía ver con claridad a Aino, a pesar de las propias habilidades inherentes a su raza, descendió por las escaleras con paso austero, muy lento, prolongando lo más que se pudiera ese momento, el momento de estar juntos, porque después… quién sabe. El mañana era incierto, una interrogante, y no quería imaginarse ese futuro cercano sin ella, no sabía de dónde provenía esa necesidad por su presencia, pero era como si con el simple hecho de estar ahí, él en automático se convirtiera en una mejor persona. «En una mejor versión de mí» se dijo a sí mismo y cuando menos se dio cuenta ya estaban abajo, cada vez más cerca del momento de despedirse, por eso quería acompañarla a ese sitio al que se dirigiera, para asirse a un punto en el mapa, tener un pretexto, sonar menos patético cuando fuera a buscarla.
Sin más opciones comenzó a caminar seguro que sería capaz de seguirla al mismo infierno si eso ella le pidiera. Se arrojaría del mismo campanario donde observaron las estrellas si eso ella le pidiera. Mataría legiones, construiría imperios si eso ella le pidiera. Haría caer del cielo las estrellas, derrocaría monarcas, detendría el tiempo con las manos desnudas, todo si ella diera la orden, no sabía de qué sitio provenía esa necesidad por complacerla, no sabía por qué ella, y nadie más. No sabía, y no le interesaba saberlo.
Tuvo que voltear al cielo cuando el sonido de un ave considerablemente grande opacó por un momento el sonido de las voces parisinas y luego se giró para ver a su acompañante. Cada vez que la veía tenía el mismo impacto; se dice que conforme se ve una y otra vez una obra, ésta va pareciendo más común, menos hermosa, esto no sucedía con ella, cada vez era igual, cada vez la veía del mismo modo, absolutamente deslumbrado por su belleza. Rió a penas, tímido y torpe.
-Soy amable siempre –se excuso y dirigió la vista al frente –pero quiero asegurarme que nada malo te pasará, a ti menos que a nadie –«no sé por qué», quiso agregar pero no lo hizo, se limitó a sonreír, aunque en sus ojos se delataba la tristeza y la sintió pegar su cuerpo al suyo como resultado del frío, le gustó la sensación, trató de memorizarla para sobrevivir con el recuerdo, porque no estaba seguro que la volvería a ver y eso lo iba a matar de a poco. Una muerte lenta, es a final de cuentas muerte.
Caminando así como iban se dio cuenta que ellos dos, de ese modo, simplemente parecía tener sentido. No se explicaba los motivos, a penas se conocían pero si debía llorar como un niñato contando la tragedia de su vida (que era grande porque él la quería ver grande) debía ser con ella, ella, con su poder divino de diosa escandinava, tenía el poder de expiar todas sus culpas. Frente a ella se quebraría, si Aino misma lo dejaba, frente a ella decidiría que la soledad, después de todo, no era el camino a tomar. La necesitaba en su vida como el aire que respiraba.
Pensando en todo eso fue tomado por sorpresa cuando ella dijo tener sed y conducirlo a una taberna, él sólo se dejó llevar por ella, era el títere en sus manos de hábil titiritero y se sentó en la barra, asintió cuando ella avisó que iría al baño y sonrió ante sus palabras sin saber que sería lo último que escucharía, se quedó observando el punto por el que había desaparecido como si fuese la cosa más interesante en el universo.
¿Entonces qué?, ¿continuarían la velada en ese sitio?, la idea le agradaba, sin embargo, no pidió nada al tabernero, algo no estaba bien, algo había cambiado.
-¿Daniil Stravinsky? –una voz joven dijo entre la multitud.
-Soy yo.
-La señorita… emh –el joven hizo gesto de estar pensando –la rubia, ella me dijo que le avisara que se ha ido.
-Gracias.
Porque claro, era todo demasiado bueno, era todo un cuento idílico que había aprendido con crecer que no existían, porque cómo él, un viejo, aburrido y rutinario doctor iba a poder si quiera a soñar con alguien como ella. Quiso creer, para que fuese menos doloroso, que aunque desde un principio ella planeó ese final, no lo había hecho para burlarse de él, sino al contrario, para no desairarlo de entrada, y le agradeció, así sin palabras, la oportunidad que le brindó de estar en su presencia. Pidió finalmente un whisky en la barra, lamentó no poderse embriagar, pues desde que era vampiro el alcohol hacía poca mella en su persona.
Y si había una mujer por la que valía la pena perder la consciencia a manos de Baco, esa era ella, Freya que había descendido del Valhalla. Su gran evento, seguía convencido de ello, aferrado a la idea al grado de parecer absurdo.
Sin más opciones comenzó a caminar seguro que sería capaz de seguirla al mismo infierno si eso ella le pidiera. Se arrojaría del mismo campanario donde observaron las estrellas si eso ella le pidiera. Mataría legiones, construiría imperios si eso ella le pidiera. Haría caer del cielo las estrellas, derrocaría monarcas, detendría el tiempo con las manos desnudas, todo si ella diera la orden, no sabía de qué sitio provenía esa necesidad por complacerla, no sabía por qué ella, y nadie más. No sabía, y no le interesaba saberlo.
Tuvo que voltear al cielo cuando el sonido de un ave considerablemente grande opacó por un momento el sonido de las voces parisinas y luego se giró para ver a su acompañante. Cada vez que la veía tenía el mismo impacto; se dice que conforme se ve una y otra vez una obra, ésta va pareciendo más común, menos hermosa, esto no sucedía con ella, cada vez era igual, cada vez la veía del mismo modo, absolutamente deslumbrado por su belleza. Rió a penas, tímido y torpe.
-Soy amable siempre –se excuso y dirigió la vista al frente –pero quiero asegurarme que nada malo te pasará, a ti menos que a nadie –«no sé por qué», quiso agregar pero no lo hizo, se limitó a sonreír, aunque en sus ojos se delataba la tristeza y la sintió pegar su cuerpo al suyo como resultado del frío, le gustó la sensación, trató de memorizarla para sobrevivir con el recuerdo, porque no estaba seguro que la volvería a ver y eso lo iba a matar de a poco. Una muerte lenta, es a final de cuentas muerte.
Caminando así como iban se dio cuenta que ellos dos, de ese modo, simplemente parecía tener sentido. No se explicaba los motivos, a penas se conocían pero si debía llorar como un niñato contando la tragedia de su vida (que era grande porque él la quería ver grande) debía ser con ella, ella, con su poder divino de diosa escandinava, tenía el poder de expiar todas sus culpas. Frente a ella se quebraría, si Aino misma lo dejaba, frente a ella decidiría que la soledad, después de todo, no era el camino a tomar. La necesitaba en su vida como el aire que respiraba.
Pensando en todo eso fue tomado por sorpresa cuando ella dijo tener sed y conducirlo a una taberna, él sólo se dejó llevar por ella, era el títere en sus manos de hábil titiritero y se sentó en la barra, asintió cuando ella avisó que iría al baño y sonrió ante sus palabras sin saber que sería lo último que escucharía, se quedó observando el punto por el que había desaparecido como si fuese la cosa más interesante en el universo.
¿Entonces qué?, ¿continuarían la velada en ese sitio?, la idea le agradaba, sin embargo, no pidió nada al tabernero, algo no estaba bien, algo había cambiado.
-¿Daniil Stravinsky? –una voz joven dijo entre la multitud.
-Soy yo.
-La señorita… emh –el joven hizo gesto de estar pensando –la rubia, ella me dijo que le avisara que se ha ido.
-Gracias.
Porque claro, era todo demasiado bueno, era todo un cuento idílico que había aprendido con crecer que no existían, porque cómo él, un viejo, aburrido y rutinario doctor iba a poder si quiera a soñar con alguien como ella. Quiso creer, para que fuese menos doloroso, que aunque desde un principio ella planeó ese final, no lo había hecho para burlarse de él, sino al contrario, para no desairarlo de entrada, y le agradeció, así sin palabras, la oportunidad que le brindó de estar en su presencia. Pidió finalmente un whisky en la barra, lamentó no poderse embriagar, pues desde que era vampiro el alcohol hacía poca mella en su persona.
Y si había una mujer por la que valía la pena perder la consciencia a manos de Baco, esa era ella, Freya que había descendido del Valhalla. Su gran evento, seguía convencido de ello, aferrado a la idea al grado de parecer absurdo.
Who am I supposed to be?,
I can't be sure that the next one will see me.
And if the sky starts falling on the street outside
the only thing that satisfies,
if the sky starts falling on the heads outside
the only thing that keeps me alive.
If you see her again, be sure to say hello,
be sure to send my love,
did she seem like before?,
could you seem above it all,
be sure to send my love.
Wake up, waking up to see,
it's a sign
that what will be will be.
And if the sky starts falling on the street outside
the only thing that satisfies,
tf the sky starts falling on the heads outside,
the only thing that keeps me alive.
I swear I heard her call, call my name,
I swear I heard her call, can I move on.
If you see her again, be sure to say hello,
be sure to send my love,
did she seem like before?,
can't you see above it all,
be sure to send my love.
I swear I heard her call, call my name,
I swear I heard her call, can I move on.
Did she call herself a friend?,
don't call on me again, don't call on me again,
did she seem like before?,
did she seem above it all?,
be sure to send my love.
-Doves, "Sky Starts Falling"
I can't be sure that the next one will see me.
And if the sky starts falling on the street outside
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If you see her again, be sure to say hello,
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