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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Invitado Lun Jun 14, 2010 12:51 pm

Una bella noche de verano no podía ser desperdiciada así como si nada.
Acostumbraba, entonces, a caminar por el jardín luego de la cena, para tomar aire, despejar la mente e ir a dormir tranquila, en paz.
Serían ya las diez, hacía apenas media hora que había acabado una deliciosa porción de pastel que mi padre logró conseguir más allá de las quejas de algunas mujeres del personal doméstico que aseguraban que aquel hábito de comer la merienda luego de la cena no era del todo... bien visto. ¿Cuál era acaso el problema? ¡El pastel estaba delicioso! Y además creo que lo merecía, al menos eso decía mi padre.
La noche así se fue entre charlas que eran ya como parte de nuestro itinerario.
Durante toda mi vida las noches fueron así. Mis padres jamás me pidieron que me marchase a mi cuarto para darles la posibilidad de hablar, y es que ya a lo último, sólo mi padre y yo éramos quienes hablábamos de cualquier tema que saliera por simple casualidad. Mi madre también hablaba a veces, pero era él quien absorbía mi curiosidad. Comentaba acerca de algún viaje que había hecho de pequeño, de las tías gordas que le daban dulces cuando era sólo un niño y también cabían las fascinantes historias de mi abuelo paterno, a quien yo no había conocido y me lamentaba por ello. A veces, salían a la luz los nombres llenos de polvo de mis parientes lejanos por parte de mi madre, pero sólo porque era mi papá quien mencionaba algunas anécdotas que había vivido con ellos: esas extensas conversaciones que su suegro -o mi abuelo materno- le dedicaba ayudándole a aprender más de la vida, esos consejos que parecían ser muy acertados. También decía que se burlaba de mi abuela, con pequeñas bromitas inocentes, las cuales algunas sonaban poco cortés para ella, pero mi padre jamás desistía.
Y así había sido aquella noche donde ambos Robillard, nos encontrábamos inmersos en nuestras conversaciones, extrañando a mamá pero recordándola con alegría: ya no me angustiaba cuando mencionábamos algunos hechos que habíamos compartido juntas, y por lo visto mi padre tampoco se lamentaba tanto por eso como lo había hecho antes. Podía decir, con toda seguridad, que Suzette, mi mamá, estaba allí entre nosotros, aún sin que yo pudiera ver su mirada. Y ella podía escuchar mi risa. Claro que sí. Y la de mi padre. Y es que eso me había ayudado bastante a la hora de curar las heridas que la marcha de mi madre había hecho en mí, porque sabía que aún estaba con nosotros y que a mi lado quedaba un hombre maravilloso que era capaz de hacerme sonreír y ser feliz. Un hombre que me escuchaba con atención, que captaba cada detalle, que me trataba con dulzura y con calma. Un hombre que explicaba cada cosita con mucha delicadeza y permitía que yo entendiera sus lecciones sin ningún problema. Así era Francois Robillard. Así lo había sido durante toda mi vida. Incluso con mis quince años él acariciaba mi cabello, tomaba mi mano, besaba mis mejillas, inventaba un nuevo apodo y reía conmigo con su mirada llena de brillo porque veía crecer a su chiquilla... Me veía crecer a mí.
Así eran las noches en la finca Robillard, en las afueras de París, en la maravillosa Francia de mil ochocientos. Y las noches de verano eran especiales... mucho más que cualquiera del resto del año.
Recuerdo con claridad lo que sucedió específicamente en esa, cuarenta minutos después de que yo acabara con mi porción de pastel...
Luego de un descanso, quise volver para tomar otro trocito del maravilloso pastel que, sabía, permanecía en la cocina. No quería molestar a Nini, quien se encargaba con esmero de mí siempre, así que fui yo misma a la cocina, dejando a mi padre sólo por unos minutos.
Cuando volví al comedor no lo encontré esperándome. Con el platito en la mano recorrí las dos salas contiguas sin tener éxito. Decidí salir al jardín, segura de encontrarlo allí. Era obvio: él disfrutaba tanto de las noches cálidas como yo. Pero no lo vi. Al menos no al instante de haber salido. El parque era grande y tenía distintas secciones protagonizadas cada una por algo diferente: una fuente de agua, un jardín de rosas, un diminuto estanque, un patio pequeño con una delicada mesa en compañía de sus sillas respectivas, más allá una huerta...
Cuando llegué a una de las esquinas de la residencia, la cual estaba rodeada por una pequeña galería que contenía todo tipo de pequeñas plantas llenas de coloridas flores, lo encontré. Estaba de pie, hasta donde podía ver. Comencé a caminar a paso rápido con mi mano sosteniendo aún el platito y de repente me acerqué a él para abrazarlo con el brazo que tenía desocupado, mientras reía como una niña traviesa. Apenas llegué a hacer eso cuando noté que había alguien que nos hacía compañía, y así llegué a la conclusión de que había interrumpido una conversación que parecía bastante seria, a juzgar por el rostro de ambas personas.
Quien estaba allí era un joven que desconocía, y fue por eso que, aún sin separarme de mi padre me quedé en silencio y mis mejillas al instante se tornaron rosadas. No supe que decir, así que decidí no abrir la boca y esperar a que mi padre decidiera lo que quería que hiciera: quedarme allí o marcharme incluso sin presentarnos.
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Mensaje por Thibault Colville Lun Jun 14, 2010 11:11 pm

Estaba de vuelta. Lo había hecho, había vuelto a Paris, mi ciudad natal, ese lugar que me traía tantos y tan buenos recuerdos. Poco había cambiado en diecinueve años de ausencia, quizás alguno que otro edificio lo habían remodelado o le habían hecho algún otro cambio notorio, pero en si la bella Paris seguía manteniéndose idéntica, ni ella ni yo habíamos cambiado, aunque claro, dada mi condición yo llevaba las de ganar. Seguía siendo el mismo joven de veintitrés años, pálido, de semblante serio y seguramente elegante a la vista de quienes me viesen, mi físico parecía tener tregua con el diablo y en cierta forma debo decir que me preocupaba el encontrarme a alguien que me conociera de antes, simplemente no habría razones coherentes y sensatas para explicar que mi apariencia juvenil siguiera siendo la misma, sin una arruga, sin una sola cana, al contrario, mucho mas vigoroso.

También debía admitir que no todo en Paris era bueno para mi, también estaban los malos recuerdos, esos que dolían, que latigaban mi mente al solo invocarlos: Mi familia, ya no tenia a nadie. Mis padres habían muerto hacia apenas algunos años victimas de enfermedades despiadadas que no habían sido tratadas a tiempo y les había tomado por sorpresa y yo, yo ni siquiera había tenido la oportunidad de volver a verles, de decirles que aun existo. Eso era algo que jamás terminaría de reprocharme, de perdonarme, jamás, así como jamás me perdonaría el haber abandonado a mi hermana. Pensar en ella me llenaba de una mezcla de sentimientos donde claramente reinaban dos: venganza, por que justamente esa era la razón de mi regreso a Paris y no me iría sin ella y tristeza, por que por mas que vengara la muerte de Suzette, ella jamás regresaría, jamás volvería a ver esa sonrisa y sus ojos verdes brillar de amor.

Presione la quijada con fuerza mientras caminaba por un solo y tétrico callejón en una de las zonas de peor fama en la ciudad, donde los burdeles y cantinas hacían acto de presencia por donde levantaras la vista. Pude ver a lo lejos un trío de mujeres con vestimenta cargada de erotismo, las tres con la plena intención de vender su cuerpo, algunas por necesidad, otras por mero gusto ya. Un vagabundo pasó frente a mí haciendo que su olor fétido pegara de lleno en mi nariz, se giro y pude darme cuenta del estado etílico en el que se encontraba, vocifero un par de palabrotas al viento las cuales ni el mismo sabia a quien iban dirigidas y me dejo claro la carencia de dientes que yacía en su boca.

Pero yo seguí caminando, mis pasos no fallarían, tampoco mi sentido de orientación, esa noche llegaría a mi destino, tarde o temprano, prisa no tenia, quería darme el lujo de pensar antes de actuar ya que bien era sabido que el que obra con la cabeza caliente nunca su cometido sale como esperaba. La venganza había que tomarse con calma, disfrutarla, saborearla como el platillo exquisito que era.

Pocos minutos después había llegado, mi sentido del olfato era también algo que debía agradecer, era aun mejor que la de un sabueso. Las luces de la finca Robillard aun se encontraban encendidas, lleve mi mano al bolsillo de mi pantalón y de el saque mi reloj de mano, abrí la tapa con delicadeza y me di cuenta que eran poco mas de las diez. Unas siluetas llamaron mi atención en el interior, con un poco de suerte ni siquiera seria necesario el irrumpir en la vivienda de manera forzosa. Nuevamente me deje guiar por mi olfato dándome cuenta de que allí a apenas unos cuantos metros se encontraba un humano. Guarde mi reloj en su lugar original y avance de manera serena hasta donde provenía tal aroma, mis pasos no hacían eco, mis movimientos apenas eran notorios.

La suerte me sonreía y yo a ella, allí de espaldas se encontraba Francois, tan apacible que sentí indignación la cual por supuesto no demostraría. ¿Cómo era posible que luego de haber acabado con la vida de mi hermana pudiera estar así, tan sereno? ¿Acaso la conciencia no tenia cavidad en su vida? Ni siquiera sabia por que me hacia tales preguntas ante lo obvio, un monstruo como el carecía de ello, esa era la única explicación a todo.

De pronto la paciencia la había perdido y sentí urgencia de actuar de una vez, con un par de movimientos rápidos estuve junto a el, me pose frente a sus ojos y le permití que contemplara el rostro que alguna vez le había estudiado esa mirada fría. Su aspecto era más viejo, las canas se empezaban a hacer acto de presencia en sus cabellos negros y por primera vez en la vida le vi un eco de temor en la mirada. Permanecí en silencio durante unos instantes esperando que fuera el quien rompiera el mutismo por el cual nos habíamos visto envueltos, pero nuevamente mi paciencia fue poca y fui yo quien lo hizo.
- Juraría por ese semblante que no te produce el mínimo gusto el volver a verme Francois Por favor, hazme saber que estoy equivocado, he viajado desde Inglaterra con la unica intencion de encontrarnos. – Mi voz era serena pero con una clara nota de ironía entre las palabras. Le mantuve la mirada sin pestañear una sola vez y cuando estuve dispuesto a dar un paso mas al frente acortando la distancia entre nosotros alguien irrumpió al instante yendo hacia el, tomándolo del brazo.

Todo indicio de ironía y valentía desapareció de mi rostro al verla, era ella, tenia que ser ella. Dios…se parecía tanto, eran idénticas. Francine…al fin mis ojos la conocían, los mismos que ahora la miraban fijamente con la única intención de grabarme en la mente esa imagen y jamás borrarla. Fui yo quien se sintió cobarde esta vez.



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Mensaje por Invitado Mar Jun 15, 2010 4:59 am

Permanecí unos instantes inmóvil con la mirada fija en lo que parecía ser nuestro invitado. Era fascinantemente misterioso. Su mirada tenía cierto grado de peculiaridad, sentimientos encontrados como una neblina: angustia, temor, tristeza, recuerdos oscuros, dolor. Su gesto era severo más no vil. Más allá de toda emoción reflejada en sus ojos, su rostro se notaba naturalmente calmo, como si tuviera toda una eternidad para esperar... algo. Cuando su mirada se posó sobre mí no pude sentirme más atraída. No sólo por su belleza, sino por esa misteriosa emoción que me producía: sentía que había un lazo muy importante allí, no sabía en ese entonces si era entre nosotros o entre ellos dos o quizás entre los tres, pero algo nos unía, razones o tal vez historias entrelazadas en determinado punto. De repente quise saber quién era, de dónde había salido, por qué estaba allí, qué era capaz de hacer como para haber congelado ese momento en tan sólo unos segundos con su mera presencia. De repente, sí, sentí curiosidad. Como cuando ves un gran pórtico que jamás habías notado y necesitas entrar allí y descubrir lo que hay dentro, para tocarlo, para comprenderlo, para memorizarlo. Curiosidad de tantas cosas que hicieron que varios segundos se sintieran como una eternidad.
Me atreví a respirar nuevamente, como para cortar con la tensión en el aire. Mi mirada estaba fija en aquél joven pero tuve la necesidad de reparar en mi padre quien parecía tan atónito como yo, pero, sin saber cómo hizo para salir de tal encanto, vi como se reponía de todo ello y su mirada comenzaba a mostrarse calma, sin posibilidad de aturdirse en algún momento. Esta vez me encontraba mirándolo, pidiéndole explicaciones o al menos esperando a que me pidiera que me marchase de una vez, como para encontrar alguna excusa para dejar de pensar en ese hombre que tanta intriga me inspiraba.
-¿Papá...? -murmuré al mismo tiempo que desviaba la mirada nuevamente a tan extraño personaje.
-Hija -comenzó a hablar casi sin piedad, rompiendo con cualquier hechizo, con esa tranquilidad y seguridad de siempre, con su voz fuerte-, te presento a monsieur Thibault... -su voz se fue apagando al instante y creo que hasta pude notar cierta diversión en el tono de sus murmullos, y era como si su mirada fuera recobrando un brillo casi burlesco- Oh, monsieur, ¿cómo era su apellido? ¿Es como creo yo recordarlo? -preguntó con una extraña complicidad- En fin, le presento a mi hija Francine Robillard -me tomó del brazo con suavidad para que yo acabara dando dos pasos al frente, acercándome a él. Estaba nerviosa así que puse un poco de resistencia, reí nerviosa y volví al reparo de mi padre-. Hija, el señor ha venido para quedarse unos días, así que compórtate con él y atiéndelo como... lo haría tu madre -pidió con una sonrisa tierna mientras acariciaba mis cabellos-. Tú sabes hacerlo, sé que lo harás muy bien -pausa. Se fijó en él-. Y bien, monsieur, puede si quiere acompañar a mi hija quien lo guiará a su cuarto y mañana ella misma se encargará de despertarlo al primer rayo de sol -volvió a hablarme:- ¿Sabes, Francine? El señor Thibault disfruta tanto del sol como tú -me sonrió y comenzó a dar unos pasos hacia el interior de la casa. Antes de entrar volvió a mirar al joven fijamente, como con un mensaje en la mirada que yo no pude descifrar en ese entonces-.
Con el tiempo pude descubrir lo inteligente que era mi padre, su capacidad para captar todo en sólo segundos, y su rapidez mental como para idear un plan exquisito en el cual me incluía, sabiendo los sentimientos de aquél caballero que se encontraba a mi lado. ¿Sería acaso, el nuevo huésped, capaz de hacerme algo? Y comprendí entonces que, tomaría medidas con respecto a eso, no sin antes permitirnos el honor de conocernos.
Una vez que estuvimos solos volví a fijarme en él y me quedé unos instantes atónita sin poder enunciar palabra alguna.
-Bienvenido... -dije con un hilo de voz- Yo me encargaré de... como mi padre pidió -no podía pensar lo que decía, simplemente echaba palabras al aire. De repente, la cucharita que se encontraba sobre el plato resbaló y cayó haciendo un ruido metálico que me sobresaltó. Tuve que tomar el plato fuertemente para no dejarlo caer también-. ¡Estúpida! -susurré esperando que el tal Thibault no escuchara. Quise hacer las cosas bien así que deposité el plato en la parecita de la galería- Y bien, ¿ya quiere ir a su cuarto o prefiere que lo deje aquí un rato? -dije de repente sin saber cómo surgieron palabras tan seguras- Oh, quizás quiera un poco de pastel o tal vez desee otra cosa, podemos ofrecerle lo que necesite, si quiere puedo hacerle compañía -la última sílaba de la última palabra se escuchó notablemente más suave que las demás. ¿Qué estaba diciendo?-. O puedo marcharme y dejarlo en paz de una vez por todas -asentí y cerré ambas manos en un puño. Por alguna extraña razón no me moví de allí aún cuando lo lógico hubiese sido hacer una reverencia, y entrar al interior de la casa para solicitarle al mayordomo que se encargara de atenderlo como era debido-.
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Mensaje por Thibault Colville Miér Jun 16, 2010 1:28 am

Puedo decir sin equivocarme que Francois había desaparecido del mundo en cuanto mi mirada de poso sobre Francine. Por supuesto que era ella, y no lo sabia precisamente por que el mismo desgraciado lo había hecho saber a mis oídos, era por que esos ojos, esa mirada era inconfundible. Sin poder evitarlo y de manera irremediable mi mente viajo años atrás y fue como ver a Suzette aun con vida, incluso su voz, su voz era tan parecida, era la viva imagen de mi adorada hermana. Por un momento me sentí desarmado, vulnerable ante la presencia de aquella joven por la cual corría mi propia sangre, no podía hacer nada ante sus ojos, me sentía cobarde de tener que hacer algo vil y cruel ante ella, aun cuando el maldito que tenia por padre lo mereciera. Escuchar su voz me arrastro de nuevo a la realidad y con ella a mi deseo de venganza la cual tenia que aprender a domar al menos por esa noche.

Mi semblante no cambio, permaneció serio, irrefutable ante su presencia lo cual era magníficamente difícil puesto que no tenia mas deseos que decirle la verdad, de decirle quien era yo, que la amaba por el simple hecho de ser el fruto de la gran mujer que había sido mas que una hermana para mi. Pero no podía…o quizás si, pero no debía, no esa noche, no bajo tales circunstancias. Aun cuando ya no le miraba pude sentir su mirada posarse sobre mi, insistente, tanto que tuve que luchar para no hacer lo mismo yo. Se me hizo un nudo en la garganta al escuchar las hirientes palabras que Francois había osado a mencionar sin el mínimo pudor, pero fue precisamente eso lo que me obligo a darme cuenta que mis teorías tenían fundamento. El había asesinado a mi hermana, no tenía la menor duda, por eso estaba aquí, en Paris, para descubrirlo y para hacerle pagar el doble de ser posible.

En mi mano derecha se formo un puño que de haber sido humano habría casi roto mis propios huesos al escucharle hacer mención a Suzette, nada paso por mi mente en ese instante mas que acortar la poca distancia que se interponía entre nosotros y colocar mis duras manos alrededor de su cuello hasta ver como se retorciera suplicando por su maldita y falsa vida. Pero una vez más me contuve, no podía dañar a los ojos de Francine con tan macabra escena y mucho menos siendo su padre a quien tanto adoraba…aun cuando no lo mereciera.

Calle, aun cuando miles de palabras de agolparon en mi pecho sin poder al fin encontrar una salida al exterior, las trague junto con mi sed de venganza y simplemente deje que se alejara, sin mas. Una nota de odio se dejo ver en mis ojos cristalinos sin apartarle la mirada un segundo mientras se alejaba hasta al fin perderlo de vista, mas no de la mira. Y de nuevo la dulce voz se hacia presente haciendo contraste con tan crueles sentimientos, gire mi rostro con cautela, ver aquellos ojos verdes me desarmaban y me hacían temer cada vez mas ante la idea de tener que romper la burbuja en la Francine había vivido por estos cortos pero eternos años. Por un segundo no supe que hacer, estaba ahí frente a la que podría haber llamado ‘sobrina’ pero yo tan solo permanecía de pie frente a ella, mudo. Deseos de abrazarle no me faltaron si de confesarlo, pero a quien engañaba, para Francine no existía mas pariente materno en el mundo, yo tan estaba muerto en su vida, como en la de todos los demás.

- Se parece mucho a su madre. – Se me escapo de los labios sin poder detenerlo, imposible negarme el sentimiento que me unía a aquella dulce criatura. – La conocí antes de que usted viera el primer rayo de luz, era en ese entonces tan solo un adolescente, poco mas de su edad tenia a decir verdad, es un placer para mi el conocerle al fin. – Me costaba el hablarle y no entendía el por que, quizás aun para un difunto corazón como el mío aun tenia repercusión todo tipo de sentimientos, incluso podría haber jurado el escucharlo latir nuevamente por la sola idea de tener a Francine al fin a mi lado, después de tanto tiempo, luego de tanta espera. La seriedad jamás mi rostro abandono aun cuando le había visto actuar torpemente al dejar caer al piso la cucharita y levantarla, por una décima de segundo una ligera y escasa sonrisa quiso hacer acto de aparición en mis fríos labios, pero no se lo negué con firmeza.



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Mensaje por Invitado Miér Jun 16, 2010 4:50 am

Seguido de mis palabras, el joven hizo un comentario que sin dudas me había parecía extraño en exceso. Enarqué una ceja, incrédula. ¿Él acaso había conocido a mi madre? No sabía qué sentimiento debía embargarme del todo. Por un lado, supe que mi corazón saltaba de alegría, como cada vez que la nombraban con esa mirada llena de sentimientos puros. Sí, así era ella, tan perfecta que era capaz de sacarle una sonrisa a todos. Y él, con su comentario hacia mi madre, me hacía feliz a mí. Ahora bien, ¿cómo podría haberla conocido? ¿Cuántos años tenía? ¿Unos veinte? Quizás unos años más, veintitres, o tal vez veinticinco. ¿Podía recordar a mi madre entonces? Se suponía que él la habría conocido de pequeño, pero habló como si hubiese sido su confidente. Sus sentimientos desbordaron claramente entre sus palabras. Era algo de nostalgia, tristeza, recuerdos amargos abrazados con algunos de miel y oro. Se parece mucho a su madre. Pocas palabras que me llamaron la atención. Pero no pude pensar mucho más en su edad y cosas por el estilo, porque él seguía fascinándome incluso con esa inexpresión digna de alguna deidad griega imparcial. Y sus palabras... ¡Oh! ¡Tan bellas palabras! Me había asegurado que me parecía a ella. Así pues, luego de mi gesto lleno de sorpresa no pude más que reír con alegría sin disimular absolutamente nada. Mis ojos tomaron un brillo distinto y mis mejillas recibieron otra capa de pétalos rosados. Era un honor parecerme a ella al menos en pequeños detalles.
-Gracias -contesté llena de emoción, ignorando las demás palabras que antes habían hecho tanto eco en mi mente-. Es realmente grato escuchar que alguien me diga eso -comenté algo avergonzada-, ella era una persona magnífica y espero que, de alguna forma, pueda llegar a tener una pizca de su carácter -borré mi sonrisa gradualmente, no con angustia sino con la emoción que se iba disipando-. Todos la amábamos -comenté algo perdida en mis pensamientos-. Bueno -retomé como despertando-, aún la amamos. Ella está aquí con nosotros. Lo sé. Mi padre también lo sabe -le aseguré asintiendo con la cabeza-. Desde que se dio cuenta de ello, ya no es más infeliz, ahora puede estar tranquilo y no sufrir más por su ausencia -suspiré-. Soy una tonta -admití con una sonrisa en mi rostro, mientras gesticulaba con ambas manos, algo nerviosa-. Debo aprender a controlar mis comentarios, creo que me he excedido. Usted debe estar cansado y yo aquí, que lo único que falta es que le cuente anécdotas familiares -reí y me mordí el labio inferior-. De todas formas, quiero que sepa que es un honor tenerlo aquí sabiendo entonces que era usted conocido de mi madre. Espero no ser muy atrevida si, algún día, le pido que me cuente algo de ella, algún recuerdo suyo que yo quizás desconozca -pedí llena de confianza-. Claro que ahora no es necesario, va a terminar hartándose de mí, no es la intención, debe usted saberlo, yo sólo quería... -me detuve abruptamente ya que un torrente de palabras cayeron de mis labios sin decoro alguno-. Disculpe.
¡No quería que se hartara de mí! Realmente, ahora que lo conocía, era duro pensar que podría cansarse de mi compañía. Debía comportarme para que no se marchara. Ahora, ¿por qué no podía permitir que hiciera eso? No lo sabía. Sólo quería que se quedara. Era fascinante, lleno de misterio, y eso sí, me asustaba un poquito. Aún así, me sentía en una extraña comodidad a su lado, era como que estaba contenida, no entendía por qué: apenas lo conocía y ya podía hablarle por horas de cualquier tema, incluso sin casi conocer su voz. Tenía algo extraño que debía capturar y entender. Me sentía cómoda y hasta resguardada a su lado. Para ese entonces, adjudiqué todos esos sentimientos al simple hecho de la energía que una persona bondadosa podía ofrecer naturalmente. Estaba segura de que era de alma muy noble.
-¿Quiere ir ya a su cuarto? -pregunté con algo de angustia en la mirada: tendría que esperar hasta mañana para volver a escuchar su comentario acerca de mi madre- Si prefiere quedarse aquí lo dejaré solo -bajé la mirada-.

*Luego coloreo el texto.
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Mensaje por Thibault Colville Miér Jun 16, 2010 7:46 pm

Por primera vez le vi sonreír y supe que no había duda, no me había equivocado al pensar que ella y Suzette eran simplemente muy parecidas. Tenía sus mismos ojos, su mismo cabello, pero la sonrisa, esa misma sonrisa que hacia adicto a ella a cualquiera. Pero yo me mantuve apacible ante la situación, el hecho de que ella o yo habláremos de mi hermana no lograba disturbar mi tranquilidad, no traía tristeza a mi ser, por el contrario, extrañamente traía paz y alegría a mi inerte corazón. Saber que Suzette había sido amada al menos por su hija me llenaba de dicha, por que entonces venia a mi el anhelo de creer que no había sido del todo infeliz al lado de un hombre tal vil como lo era Francois. Quien sabe que tanto hubo que soportar mi hermana a manos de ese canalla y yo lejos, sin poder defenderla, sin poder salir a su rescate cuantas veces hubiesen sido necesarias. Pero es muy bien conocido el dicho que la gente suele repetir “el hubiera no existe”, pero si el presente. Suzette se había ido, pero Francine estaba aquí y yo no cometería los mismos errores, no me iría esta vez, la protegería de quien osara al menos en pensar dañarla. No me di cuenta de que cada diez segundos yo parecía ausentarme en pensamientos, nuevamente volví a la realidad gracias al sonido de su dulce y calida voz.

- Me temo señorita Francine que usted y su madre son idénticas, pocas son las diferencias que podrían encontrarse entre una y otra. - No me cansaría de repetirlo, aunque podría ser hasta cierto punto malo para mi. No podía confundirme, Francine y Suzette eran muy parecidas, pero una había muerto y no podía confundirme, debía aceptarlo. Pensar en su muerte si era algo que me provocaba tristeza, me gustaba mas la idea de pensar que aun vivía, de andaba por ahí en alguno de los inmensos jardines de esa residencia, danzando solo solía hacerlo cada que estaba feliz por algo. Pero no era así, debía entenderlo, debía grabármelo de una vez. Decidí que eran suficientes tristes recuerdos por el día de hoy.

- El honor de estar aquí es completamente mío señorita Robillard, no tiene usted idea de lo mucho que espere por volver a este hogar, años… - Aunque ella no tenía idea de cuantos ni de lo frustrante que había sido el tener que mantenerme lejos. – Creo que me vendría bien la habitación si esta de acuerdo. – Temí que pensara que no deseaba hablar con ella como sus propias palabras me habían hecho saber, pero no era eso, sencillamente no sabia que decir, era poco lo que podía hablar con ella ya que de lo contrario tendría que revelarle mi secreto, nuestro parentesco, nuestros lazos. Algo imposible, al menos por ahora.

No me ha molestado en absoluto su presencia, al contrario, ha sido un honor, pero tal y como usted ha dicho, estoy un poco..cansado, ha sido un largo viaje, dormir un poco me vendría bien. - ¿Hasta cuando dejaría de mentir? No era necesario recordar hace cuantos años que mi naturaleza no me permitía dormir, soñar también había sido algo de lo que había sido privado al menos de la forma en que lo haria un humano, alguien normal. Le dirigí una ultima mirada antes intentando cambiar un poco al menos mi semblante frío y quizás distante para hacerle saber de esa manera también que no me molestaba su presencia y que si le pedía que me llevara a la habitación no era por intentar huir de su mirada. Quería pero no podía seguir allí, temía tener un arranque de ira a la media noche e ir en busca de Francois y despedazarlo ahí mismo, temía que esa imagen que ahora Francine se había creado de mi se viera saboteada por un acto perverso como ese. Por otra parte no podía engañarme, era demasiado arriesgado el permanecer esa noche en casa. ¿Qué haría por la mañana, cuando los primeros rayos del sol se hicieran paso ante nosotros? No, debía irme. Avance unos pasos y luego gire esperando que fuera ella quien me condujera al interior como era debido.



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Mensaje por Invitado Miér Jun 16, 2010 8:42 pm

Noté la forma en la que sus pensamientos se hilaban en su mente. Sabía que pensaba en muchas cosas como yo lo hacía, entre las palabras del otro, ambos en una realidad compartida y a la vez en un distinta, la realidad de nuestra mente, nuestros recuerdos y demás. No obstante, sus palabras resultaron ser tan encantadoras como el silencio que encubría tantas tormentas mentales. Había algo único en él que jamás había visto, pero no podría determinarlo en aquel momento. Sabía que era un hombre bondadoso lleno de sentimientos -los cuales se reflejaban a la perfección en su mirada-, pero claro, adjudicaba todo el hechizo a tanto misterio que lo encapsulaba. Era un joven que había aparecido de la nada, con esa mirada cristalina que permitía entrever tantas cosas, un joven que no tenía mucho que decir pero que escondía más de lo que yo creía que guardaba en su corazón. No podría explicarlo a la perfección jamás. Se trataba de una unión, un lazo inmediato. Una mirada y muchos sentimientos. Quería conocerlo más y ver su sonrisa. Quería ser su confidente, ser su amiga. ¡Lo veía tan solitario! Y eso que no negaba la posibilidad de que estuviese comprometido con alguna bella muchacha, y ante tales pensamientos, no pude reprimir una sonrisa torcida: ¿acaso estaría comprometido? Comprendí lo dichosa que me sentiría, sin razón alguna, de saber que no estaba solo en el mundo, de que tenía gente que lo quería, y yo deseaba estar en ese entorno, acabar con el hechizo o mejor aún, dejar que se volviese perpetuo de alguna loca manera.
Todos los pensamientos se esfumaron nuevamente cuando escuché su afirmación acerca del cansancio y demás. Le dediqué más atención que nunca, con una mirada seria. Por dentro reía, porque me sentía como una niñita a la que le prometen un paseo para el día siguiente y no se siente capaz de soportar las horas que le separan de ello. Yo quería saber más de él o aunque sea especular dejándome guiar por su misteriosa mirada. Era como un acertijo y yo quería buscarle las miles de respuestas probables.
Sonreí con amabilidad y luego me adelanté unos pasos. -Por aquí -le señalé mientras caminaba hacia el interior de la casa-.
Atravesamos varias salas para llegar a las escaleras que conducían al piso superior donde se encontraban los cuartos.
De repente, unas dos habitaciones antes de llegar a la gran sala, mi padre apareció como si fuese un fantasma. Intenté ahogar un grito al dar un pequeño salto en el lugar. Respiré con calma cuando vi que era él y luego le dediqué una mirada severa.
-Estaba por ir a buscarlos, noté que estaban tardando más de lo esperado -comentó con calma mirando al joven-. Francine, sabes que no puedes quedarte sola afuera a estas horas -dijo con paciencia y luego volvió a fijarse en nuestro invitado con una disculpa en la mirada-. Tampoco quiero subestimarlo, monsieur, sé que de suceder cualquier cosa usted estaría dispuesto a defender a mi niña, pero es que ella debe aprender a comportarse y comprender que no puede estar sola. ¿Quién sabe lo que hay allí afuera? -se le dibujó una sonrisa torcida- Uno nunca sabe lo que se puede encontrar.
-¿Hay bestias allí afuera? -indagué divertida rodeando a mi padre- Una terrible bestia a punto de atacarme -comenté pensativa, casi preocupada-. ¡Pero es que tú no lo comprendes! -exclamé entre risas- Yo puedo contra cualquier ser detestable salido del mismísimo infierno -expliqué y luego envolví con mis brazos a mi padre, colocando ambas manos en su pecho, como atrapándolo-.
-Oh, tú eres tan solo una muñequita de cristal. Mi muñequita de cristal, Francine. No es cuestión de ir por la vida asustado por cualquier cosa que ni siquiera estamos seguros de su existencia, pero es que eres tan hermosa, mi bella Francine, nadie podría resistirse a clavar sus garras en tu tersa piel. El mismo diablo, quien es sabio y paciente por la experiencia, podría enloquecer hechizado por tu mirada o por la misma crueldad, el egoísmo, la necesidad de torturarte con ideas horribles, y atacarte -describió-.
Seguido de eso tomó mis manos y deshizo el abrazo. Me dio un beso en la frente.
-No existen tales cosas, hija, no debes creer en ellas porque aquí estoy yo, para cuidarte, como hace unos instantes cuando solicité que no te quedaras afuera. Y tu madre, desde el eterno paraíso celestial, está cuidándote de cualquier bestia, cuya existencia no es segura, que piense con atacarte -fijó su mirada en el tercero que observaba la escena, parecía como si hubiese sido olvidado-. ¿No cree en eso, Thibault? -preguntó con un tono adulto- ¿No cree que los seres muertos que nos aman, están cuidando de nosotros de cualquier evento sanguinario que pueda acabar con nosotros? -elevó la voz- Yo estoy seguro de eso -concluyó-. De hecho usted ha conocido a mi esposa, sabe que ella jamás permitiría que nada le sucediera a su hija...
-Ni a su esposo -completé yo la frase con una sonrisa llena de esperanza, porque sabía que mi madre no nos abandonaría-.
-Claro que no, pequeña -aseguró y se separó de mí-. Pero qué desconsiderados somos, Francine. ¡El joven muere de cansancio! Si seguimos hablando los rayos inundarán el lugar, y tú sabes lo difícil que es dormir con el sol hiriéndonos los ojos -dijo con un tono metafórico-.
Mi humor había mejorado con las palabras de mi padre, así que sonreí más de lo que había sonreído con anterioridad y enérgicamente me decidí a continuar con el deber que me habían encargado.
-Bien, señor, acompáñeme entonces -solicité-.

Ya en el piso superior, nos adentramos en el mismo pasillo donde se encontraba mi cuarto y le indiqué que el suyo sería el contiguo al mío.
-Será mejor que duerma aquí. Hay muchas habitaciones a lo largo de la casa, por lo cual es mejor que repose cerca de nuestros cuartos para solicitar lo que le haga falta en cualquier momento. Ese de allí es mi cuarto -aclaré-. Estoy a su disposición -sonreí asintiendo con la cabeza. Me adelanté para abrir la puerta y con la mano le pedi que ingresara-. Solicite cuantas cosas necesite. Le deseo dulces sueños -dije y eché una risilla tonta al aire ya que era extraño decirle eso a un adulto-.
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Mensaje por Thibault Colville Vie Jun 18, 2010 10:26 pm

Le seguí en cuanto la vi avanzar con pequeños pasos los cuales apenas se hacían sonoros a oídos humanos, nítidos para una criatura como yo. Su andar era delicado dando mas la impresión que se trataba de una muñeca, que de una humana; pequeña y frágil. Fue extraño el sentirme ligeramente aliviado al ser liberado de sus ojos, no por que no me gustara, si no por que cada que fijaba su vista en mi me sentía vulnerable, temía que en cualquier instante no pudiera aguantar mas dando rienda suelta a mis mas recónditos secretos, esos que debían permanecer en el baúl bajo llave…al menos por ahora. No, no podía revelarle la verdad. Justo en ese instante tuve un torbellino de sentimientos encontrados: por una parte deseaba hablarle, deseaba ganarme su corazón ya que tanto me había hecho falta en todos estos años de ausencia, quería llegar a ser su confidente, quizás de la misma manera en que había sido para Suzette, quería protegerla, ser su apoyo cuando llegara la hora de hacerle ver la bestia que tenia por padre y se sintiera herida, ser yo quien le diera esperanzas, ser yo quien le dijera que el mundo continuaría para ella, que apenas empieza. Pero una voz interna me decía lo contrario: ¿Era de verdad conveniente el dejar que Francine se encariñara con alguien como yo?.... ¿con “algo” como yo? Por que eso era, ni siquiera podía presumir de poseer humanidad, era también un monstruo como su padre, quizás tan vil como el…

¿Qué debía hacer? ¿Qué era lo correcto? Dos preguntas que no tuve oportunidad de responder en mi mente en el momento en que la figura de Francois apareció ante nosotros, una vez mas deseando que Francine no estuviera ahí. Sus palabras eran ponzoña de la mas pura, un trago de ella podía hacerme daño, un frasco entero podía intoxicarme pero Francois se dedicaba a esparcirla sin pudor alguno jamás reparando en la cantidad desorbitarte que dejaba salir de ese veneno vil, tentando cada vez mas mi paciencia que se deterioraba con el transcurso de sus crudas palabras.

Sentí rabia al ver como osaba a tratarla con tal descaro luego del enorme dolor que debía haberle causado con la muerte de su madre, por que el la había asesinado, cada vez tenia menos dudas de ello. Y Francine, tan inocente..tan pura, ignorando todo; lo tomaba de la cintura como si fuese el mejor de los padres, tal escena lograba llenarme de enojo el cual contuve amortiguándolo tan solo con una ligera presión de mandíbula. Permanecí en silencio una vez más muy a mi pesar. No, no era cobardía, tan solo debía esperar a que Francine fuera a su habitación y Francois seria todo mío.

Un golpe bajo fue el escuchar lo que decía sobre las bestias en el exterior, era la segunda vez que Francois hacia mención a algo así, ¿acaso sospecharía de mi naturaleza? Quizás no era tan idiota del todo, después de todo mi apariencia no era algo que podía dejarse de lado.

Me sentí aliviado de que fuera Francine quien rompiera la tensión que se había hecho presente entre las miradas de Francois y mías, era la única forma en la que podía demostrarle lo mucho que lo despreciaba sin que ella se diera cuenta. Le dirigí una ultima mirada llena de advertencia y luego la desvíe para seguir a Francine hasta la habitación que seria supuestamente donde pasaría la noche. Permanecí mudo el resto del trayecto, incluso al darme ella las indicaciones y no me gusto mucho la idea de que estuviese cerca su cuarto del mío ya que eso complicaba las cosas.

- ¿Señorita Francine? – La llame antes de que saliera por completo de la habitación. – Gracias, es usted muy amable. – Le agradecí con sinceridad la forma de tratarme aunque a sus ojos fuese tan solo un extraño. Desvíe la mirada y entre por completo a la habitación la cual era relativamente grande y de buen gusto, parecía haber permanecido vacía por bastante tiempo. Al lado de la cama perfectamente tendida yacía una mesita de noche y sobre ella una fotografía que logro que un nudo en la garganta empezara a formárseme. La tome con mi mano derecha y la alce tan solo para asegurarme de que mis ojos no mentían. Suzette me miraba desde un pedazo de papel en color sepia, tan sonriente que no pude dejar de hacer lo mismo. Alce la vista una vez mas cuando la teoría de que esa habitación había permanecido a mi hermana pudiera ser cierta, quizás Francois no había podido soportar del todo la culpabilidad de haberla asesinado al punto de tener que mudar de cuarto. Cobarde…
- ¿Como murió su madre Francine? – En ocasiones toda sensibilidad desaparecía de mi, tal y como en esta ocasión, jamás me detuve a pensar en si le hacia daño el responder a esa pregunta. Pero quería escuchar la falsa versión, quería ver que mentira era la que había osado a inventar Francois con el único fin de lavarse las manos frente a su propia hija.



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Mensaje por Invitado Vie Jun 18, 2010 11:31 pm

Le sonreí respondiendo a sus palabras de agradecimiento.
Me gustaba servir de algo en la casa, me sentía como mi madre quien siempre se encargaba de todos los huéspedes anteriormente alojados. Supongo que, de todas formas, ella jamás había tenido la posibilidad de atender a un caballero tan encantador como aquel que había entrado en la habitación indicada por mí. Ahogué una pícara risilla: ¿caballero encantador? ¿Qué me sucedía? Oh! Había sido hechizada por lo fascinante que parecía. No me gustaba como hombre ni tampoco me había enamorado, pero había cierta atracción imposible de negar. Él simplemente era como un imán. Estaba segura de que soñaría con tal personaje esa misma noche, quizás se tratase de un sueño donde él tuviera alas o algo así, algo de fantasía, algo irreal. Quizás se trataba de poder descubrir la causa del misterio que me inspiraba. No sabía por qué, qué tenía para ser así de extraño y maravilloso para mí. Era como si me hubiese encontrado en el laberinto vegetal un hada pequeña llena de luz: no podría resistirme a tomarla con ambas manos y acariciarle las alas. Con Thibault era igual. Se trataba del fenómeno que yo quería descubrir más allá de lo visual. Quería preguntarle qué tenía para ser tan especial, por qué con una sola mirada había llegado a intrigarme tanto.
Hice una pequeña reverencia, un tanto exagerada y decidí comenzar con mi marcha hacia mi cuarto.
De repente, luego de un silencio que me permitió dar no más de siete pasos, llegó una pregunta.
Me detuve en seco pero no giré a mirarlo a los ojos. Pensé la respuesta. Y es que el hecho de haber aceptado que mi madre estaba mejor donde se encontrase entonces, no significaba que yo no me sintiera sola a veces. Yo quería que volviera después de todo. Quería despertar y darme cuenta de que todo había sido un sueño, de que ella estaba allí, abriendo las cortinas de mi cuarto, confundiéndose entre los rayos del sol, con una sonrisa aún más brillante. Una caricia, un beso, el deseo de un buen día.
Se me llenaron los ojos de lágrimas cuando tantos recuerdos invadieron mi mente.
Supe que Thibault no había tenido la intención de lastimarme, así que respiré lentamente, mientras reprimía mis lágrimas y di la vuelta para encontrarme con él.
Le sonreí con calma.
-Causas naturales -pausa, tomé aire-, según el médico, algún fallo cardíaco posiblemente. No se pudo hacer nada -negué lentamente con la cabeza-. Mi padre la encontró tendida en el suelo de mi habitación -una lágrima rebelde resbaló por mi mejilla-. Yo estaba en el jardín, bastante lejos... -crucé mis brazos sobre mi pecho- Me pregunto qué hubiera sucedido si yo... qué hubiera sucedido de estar yo allí con ella -levanté la mirada para encontrarme con la suya-. Quizás podría haberle ayudado -me sequé el rostro con brusquedad-. Disculpe. Disculpe. Disculpe... No era mi intención. Yo... usted no merece esta escena inoportuna. Disculpe.
Me lamenté por ello: ¿qué pensaría el unicornio hechizado del simple corcel herido?
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Mensaje por Thibault Colville Lun Jun 21, 2010 2:13 am

Efectivamente, no podía haber sido más estupido. Realmente había ocasiones en las que las esperanzas de aun poseer algo de humanidad en mi ser no tenían cavidad en mi vida, en las que no cabía duda de que ese corazón que yacía incrustado en mi pecho no era mas que un adorno mas, algo seco, algo muerto, inservible. Había sido inhumano, había sido cruel y vil al formular tal pregunta, debí haberme detenido a pensar en como ella iba a sentirse al hablar de algo como aquello, puesto que si aun a mi podía dolerme, a ella con mas razón siendo su hija y habiéndole perdido a tan corta edad. Y nuevamente actúe como un imbecil, quedándome ahí de pie como una estatua marmolea, sin movimiento alguno, sujetando son fuerza la fotografía de Suzette y viendo sin hacer nada como el frágil y níveo rostro de Francine se llenaba de lagrimas, esas que yo mismo acababa de provocar por mi falta de sensatez.

Abrí la boca para decir algo sin en realidad tener idea de que decir, puesto que sabia que nada que yo dijera haría que su dolor disminuyera, la ausencia estaba, ahí en su pecho, en su vida, en la mía. Suzette se había ido y no regresaría, era cruel pero teníamos que aceptarlo, teníamos quizás no resignarnos, pero si acostumbrarnos a no verla nunca mas.
La saliva corrió por mi garganta en un intento de disminuir la pena que estaba sintiendo, una terribles ganas de acercarme y abrazarle me consumían, no había nada que deseara más en el mundo en esos instantes, pero nuevamente la pregunta volvió a surgir en mi cabeza: ¿Debía hacerlo? ¿No seria mejor tan solo…mantener una distancia? El debate en mi interior no parecía tener fin.

Finalmente desvíe la mirada para colocar con cuidado la fotografía de mi fallecida hermana en su lugar original, cruce la habitación con pasos apenas sonoros de los mortales, con movimientos tan gráciles que cualquiera se habría sentido fascinado, ese era el karma de nosotros los no-muertos, ser tan perfectos a los ojos de los mortales y tan defectuosos a los de los nuestros. Me acerque con cautela sin que la pena en mi interior disminuyera un poco y olvidándome por completo de mí anterior duda simplemente alce la mano colocándola bajo la barbilla del perfecto rostro de Francine, tocando por primera vez su piel y no pudiendo evitar con ello una exquisita sensación inexplicable, simplemente extraordinaria. Le mire fijamente a los ojos color verde intenso que no hicieron mas que volver a hacerme sentir vulnerable, ¿es que jamás dejaría de sentir eso ante su mirada? La saliva nuevamente bajo por mi garganta.
- No fue culpa suya… - Murmure intentando amortiguar de esa manera lo duro que había sido anteriormente. – Quizás el destino estaba escrito de esa manera, quizás ni usted ni yo habríamos podido hacer algo de haber querido. Pero Francine, si de algo estoy convencido es que las cosas no ocurren tan solo por que si, quizás perdimos a Suzette, pero algo grande debe estar por venir para usted en recompensa, no debe dejarse doblegar, no debería llorar… - Alce la mano hasta su mejilla limpiando con delicadeza la humedad allí acumulada. - ..por que sus ojos no deben estar empañados para cuando esto llegue y usted pueda verlo con claridad. – Si, me costaba realmente decir ese tipo de cosas, era obvio que el destino de Suzette no era la muerte, había sido Francois quien habia escrito en su historia tal suceso, había sido el quien había arrancado las paginas de su libro, dejando incompleta esa maravillosa historia, haciendo añicos parte de esa obra de arte.



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Mensaje por Invitado Lun Jun 21, 2010 1:06 pm

Y más allá de todo, mis intentos fueron en vano: no podía detener mi llanto.
Me sentía estúpida, ridícula y culpable por tener que hacerle pasar tal momento a nuestro invitado. Él no merecía esa escena sin sentido, no tenía por qué soportar mis lágrimas, mis palabras, mi angustia. Y yo tampoco tenía que soportarlo. Debía ser fuerte. Tenía que sacarme todo sentimiento doloroso de mi pecho y destruirlo. Tenía que vivir sin ella, sólo con su recuerdo. Eso mismo: debía vivir. Sin miedos, sin dolor, sin recuerdos, sin tristezas. Tenía que vivir sin mi madre. Con su recuerdo: el mejor de los recuerdos. Su sonrisa, su mirada, sus caricias, su amor. Nadie merecía sufrir por algo que era totalmente normal, algo que ya se sabía desde el comienzo.
No me produjo ningún sentimiento de enojo el ver como Thibault no reaccionaba ante mis acciones. De hecho, ni siquiera era capaz de notar que se encontraba allí, inmóvil, como si poco le importara mi llanto. De todas formas, era incapaz de notarlo más que nada por el solo hecho de tener tanta angustia abrazada a mi mente sin dejarme pensar en otras cosas. Lo único que podía visualizar eran los recuerdos de mi madre, y el sentimiento de lo mucho que me hacía falta. La necesitaba más que a nadie. Quería hablarle, abrazarla, sentir sus caricias...
Y de repente un escalofrío recorrió todo mi cuerpo. El joven que había hecho la pregunta inoportuna se encontraba frente a mí, con su mano alzando mi rostro. Lo miré detenidamente a los ojos y volví a quedar hipnotizada. Pero lo que había desatado tantos sentimientos en mí había sido el hecho de sentir su piel. Olvidé todos los recuerdos de mi madre y mi necesidad de sentir sus caricias se borraron al instante. ¿Para qué quería una caricia de mi madre si tenía a aquel caballero rozando mi piel? Era absurdo. Era muy extraño. No tuve más necesidad de ella porque él me bastaba. Había sido extraño, era como si mi madre le hubiera obligado al joven a que se acercara a mí e intentara consolarme con un suave contacto con mi rostro. Parecía ser la respuesta de mi madre para mí, a través de Thibault. Una brisa de aire cálido y tranquilizador. Escuché sus palabras sin prestarle mucha más atención que la que le dedicaba a su piel en contacto con la mía. Aún así lo intenté: busqué la manera de encontrarle sentido a sus palabras, y en el último instante casi lo había comprendido. O no, pero al menos había sido capaz de sentir su voz. ¿El destino? Quizás, pero se trataba de un destino cruel.
La siguiente acción, esa caricia a modo de calmante para mis lágrimas y todas mis emociones, en lugar de tranquilizarme me llevó a una demencia jamás vivida. No pude retener un suspiro en cuanto sentí su piel borrando mis lágrimas. Y volví a analizar su mirada. Tenía tanta tristeza en ella, tanto dolor y a la vez esa loca necesidad de poder ayudar y demostrar cariño y protección, que no pude comprenderlo del todo. ¿Por qué escondía tantos sentimientos en su mirada? Me hacía crear millones de hipótesis en tan solo unos pocos segundos, y tantas ideas abrumando mi mente hicieron que terminara más confundida que antes y así me vi obligada a parpadear como si el contacto visual me mostrara una verdad imposible de aceptar. Y todo en un segundo desapareció. Todas esas hipótesis, esa sensación al ver su mirada, esa idea que dibujaba a Thibault como un alma en sufrimiento... Todo desapareció. Menos una cosa: necesidad. Necesidad de algo. No sabía por qué, simplemente debía hacerlo.
Lo abracé de repente, sin siquiera darle tiempo a notar mi acción y sin siquiera darme por enterada yo misma de lo que estaba haciendo. Mis brazos se entrelazaron alrededor de su cuello. Fue un abrazo fuerte, lleno de sentimientos. La necesidad de sentirme protegida y de estar bajo el amparo de alguien. Bajo su amparo.
Aún así todo se trató de segundos. No más de veinte. Quizás veinte segundos fueron demasiado, pero a mí me pareció muy poco para calmar mi dolor pero mucho como para advertir mi falta.
Me alejé de él con las mejillas carmesí y mi mirada preocupada. Mis lágrimas no se atrevieron a volver. Llevé ambas manos detrás de mi espalda y bajé el rostro como si estuviera en penitencia. Solté mis brazos y comencé a jugar con mis manos, con mi mirada fija en ellas. Levanté la vista por un segundo y luego me moví hacia un lado.
-Fui una tonta -dije en voz muy baja, sabiendo que él escucharía eso-. A veces -comencé a explicarle- no puedo reprimir ciertos sentimientos y de ellos brotan estas acciones que carecen de toda cortesía -le dije rápidamente-.
Caminé a paso rápido por la habitación y me detuve justo al lado del retrato de mi madre.
Alcé la vista, un tanto perpleja debido a mis pensamientos. No lo había notado en ese entonces, pero parecía como si mi mente hubiese guardado el dato para recordarlo después. Mi mente representó sus palabras: quizás perdimos a Suzette, pero algo grande...
Levanté la mano sosteniéndola en el aire como para detener su voz que hacía eco en mi mente.
-¿Usted perdió a mi madre? -pregunté con un hilo de voz- ¿Tanto llegó a conocerla? -reí, incrédula- Podría decirme como era ella con todos -dije tímidamente-. Como era ella con... usted, por ejemplo -propuse-. O no. Mejor no. Déjelo así. He cometido muchas faltas hoy, ya he superado el límite -negué agitando mis dos manos-. Debe dormir y yo también -crucé nuevamente la habitación-. Y mañana vendré por usted y lo guiaré hasta el jardín -aseguré-. En verano desayunamos en el jardín -aclaré cambiando de tema-.
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Mensaje por Thibault Colville Jue Jul 01, 2010 7:12 pm

Tanta fragilidad me resultaba encantadora. Verla en ese estado, tan vulnerable, con las mejillas rosadas y empapadas no trajo a mi mas que unas ganas incontenibles de querer abrazarle de una vez por todas. Nada deseaba mas en el mundo que poder gritarle la verdad, abrirle los ojos aun cuando con ello rompiera su mundo de cristal de un solo golpe. Pero nuevamente fui incapaz.

Me aleje de ella luego de haber apartado algunas de sus lagrimas, lo cual no sirvió de mucho ya que era como querer hacer parar un río con ambas manos, el dolor permanecería y por ende las lagrimas, eso era de ley, quizás lo que si debía hacer era aprender a ser un poco mas sensible la próxima vez, intentar sacar a flote esa casi extinta humanidad que debía rondar por ahí, en algún lado del interior de este cuerpo sin vida real. Pero entonces su acto me dejo estupefacto, en segundos me vi rodeado de sus brazos, aferrados en un intento de sentir consuelo, ese que no podía darle yo por la mas entupidas de las razones: no era lo correcto. Me quede de pie, con los ojos ligeramente mas abiertos de lo normal a causa de la sorpresa que me había producido el inesperado abrazo que Francine me había dado y mi cuerpo se tenso mas que nunca cuando mi naturaleza de vampiro empezaba a aflorar muy a mi pesar. Tener a Francine en esa cercanía no implicaba solo el no saber que hacer respecto a sus sentimientos, el no poder ser en ese instante la persona que le consolara; también implicaba peligro. El aroma de su piel rozándome la nariz era sencillamente exquisito, abrumador, tanto que me obligo a cerrar los ojos momentáneamente en un intento de controlarme. No podía dañarla, no podía ser yo el causante del dolor de esa niña que pronto quedaría desvalida en el momento en que toda la verdad saliera a la luz, por que confiaba en que al saber la verdad de la muerte de Suzette, Francine no querría estar mas con Francois, eso era lo prudente, eso era lo que el merecía, y mucho mas. Así que no podía yo, su propio tío sucumbir ante la tentación y herirla, no cuando mi único y principal motivo de estar en Paris era el protegerla, el guiarla por un camino de felicidad. No podía ser yo quien empañara su visión cuando aquello grande que le esperara y que yo mismo había mencionado segundos antes hiciera acto de presencia.

Agradecí con el alma que fuera ella quien se alejara de mi, no habría tenido excusa alguna para hacerlo yo. ¿Y hacerle pensar que me era desagradable su presencia, su cercanía? No, no era tampoco eso lo que quería. Respire tranquilo al verme libre de su aroma –al menos no tan cercano- y desvíe la mirada mientras interiormente intentaba volver a la normalidad.

Mi vista volvió a fijarse en su mirada color esmeralda al escuchar tales cuestionamientos. Tan observadora como su madre, todavía mas curiosa que ella. Habría estado dispuesto a responder a sus preguntas, podría haberlo hecho sin problema, aunque claro, siempre modulando la realidad de las cosas por obvias razones, pero fue ella misma quien desistió de escucharlas anunciando una repentina despedida.
Pobre Francine, no tenia idea de la clase de ser que tenia frente a ella, en su ingenuidad aun creía que dormiría en esa habitación a un costado de la suya, aun creía que por la mañana siguiente yo saldría, le daría los buenos días y le acompañaría hasta el jardín para tomar el te en una taza que seguramente seria de la mejor porcelana hecha en el País. ¿Cuantas mas desilusiones tendría que vivir aquella chiquilla? Desafortunadamente no era posible evitárselas, no era posible el cumplir todo eso que ella esperaba.
- Buenas noches Francine... – Fue todo lo que me limite a decir agradeciendo que ella no tuviera el don de leer las mentes ya que de lo contrario habría sido inútil tanta discreción.

Me deje caer sobre la cama perfectamente tendida en cuanto me vi solo en la habitación, al fin pudiendo relajar mi cuerpo por completo, y así con la vista fija en el techo me pregunte que diablos era lo que estaba haciendo. ¿Por qué me era ahora tan difícil el lograr mis cometidos? Francois estaba a tan solo escasos metros de mi, dudaba que hubiera podido conciliar el sueño luego de nuestro encuentro, tanta paz no era posible que tuviera cavidad en su mente luego de tantos cargos de conciencia. Pero sin embargo no podía..no podía ir y asesinarlo como lo habría hecho en diferentes circunstancias, no con Francine ahí, escuchando, durmiendo.

Perdí la noción del tiempo mientras permanecía sobre la cama y pude darme cuenta gracias al reloj en la mesita de noche de que habían transcurrido ya hora desde la partida de Francine, seguramente ella ya estaría durmiendo. Me erguí sabiendo que no podía esperar más, debía irme, debía dejar enfriar mi mente para planear de una mejor manera mi próximo encuentro con Francois, el que seria el definitivo.

Cuando salí de la habitación procure hacer el menor ruido posible al cerrar la puerta, mucho mas al caminar a través del pasillo, aunque esto no era algo difícil de lograr dada mi condición de vampiro, mis movimientos podían ser tan sigilosos como los de un felino y pasar desapercibidos con facilidad. Me detuve frente a la puerta de roble donde sabia que detrás se encontraba Francine, seguramente en el mas profundo de sus sueños los cuales no disturbaría por supuesto, por lo que decidí seguir mi camino llegando sin problema alguno hasta el jardín. La luna me miraba desde el cielo, recriminándome el hecho de estar huyendo como si se tratase de un vil criminal.




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Mensaje por Invitado Jue Jul 01, 2010 8:38 pm

La decepción fue el sentimiento predominante en ese momento. Él había accedido a que me marchara y yo... yo no quería irme.
Sabía que no eran malas sus intenciones, por el contrario, todo lo que hacía era para que yo pudiera dormir y mañana despertar renovada, porque sería otro día, un día tranquilo con los más bellos recuerdos de mi madre. Pero no quería irme. Quería estar con él, a su lado, para acabar con mis intrigas, para saber si en verdad era lo que parecía ser: un hombre maravilloso, de gran corazón, con un alma pura, de mirada transparente, sueños dulces... Pero no me lo permitiría, al menos no esa noche, y desconocía el por qué, pero estaba segura de que jamás terminaría de conocer sus secretos.
Me quedé inmóvil frente a él más de diez segundos a partir de su última palabra. Una situación equivalente a esa hubiera sido una Francine desquiciada agarrándose del marco de la puerta mientras él me lanzaba hacia afuera. Pero había sido bien educada, mis padres se habían encargado de que fuera una dama respetable, así que simplemente, ya sin expresión alguna en el rostro -probablemente por el cansancio- me mantuve allí, con los pies clavados en el mismo lugar, mirándolo, suplicándole mentalmente que retomara la conversación y me suplicara para quedarme en su habitación, sentada en el exquisito sillón azulado, escuchando sus anécdotas, sus historias, sus bromas... Y él seguía allí, como esperando a que me retirase y al fin lo dejara solo.
Lo hice. Sin saludos, sin reverencias, me fui. Cerré la puerta con cuidado y entré a mi habitación.
En ella, lo primero que hice, fue apoyarme contra la puerta. Suspiré y cerré los ojos. Tan sólo un parpadeo. Y todo seguía igual. Estaba en mi cuarto. En mi cuarto frío.
Me acosté en mi cama, boca abajo, y ahogué un grito de desesperación entre los almohadones. No se trataba de un grito de enojo, angustia, locura o algo así, sino que... ¡No podía ese hombre dejarme con tal intriga! ¿Cómo era posible ser tan misterioso y no responder ni siquiera sin quererlo una de mis preguntas? Era imposible. Quería que amaneciera en ese instante, quería salir afuera y tomar un té bajo los rayos de sol con él, y hacerle miles de preguntas y escuchar sus miles de respuestas. Hacerme su amiga. Conocer un poco más acerca de su vida. Entrar en ella. Y podía imaginar lo que sucedería luego: seríamos los amigos más unidos de París, y él me engalanaría con regalos y me llevaría a ver operas. Y sería feliz al conocer la noticia de que estaba a punto de contraer matrimonio, y haría lo posible para ser amigo de mi prometido. Y yo sería feliz cuidando a sus hijos con su esposa. ¡Sólo eso! ¿Por qué él no quería lo mismo? Clavé mis uñas en los almohadones nombrados anteriormente. ¡Debería esperar tanto! ¿Por qué las relaciones se daban con tanta lentitud?
Minutos más tarde, me civilicé. Me senté en mi cama y acomodé mis cabellos -que habían formado un peinado un tanto ridículo-. Suspiré nuevamente. Me decidí y comencé a cambiarme. Mientras lo hacía, me preguntaba por qué Nini no había ido a verme o a ayudarme con el tema del huésped. Me extrañaba, porque ella siempre permanecía detrás mío, y se preocupaba por cualquier cosa, incluso ella peinaba mis cabellos antes de irme a dormir, pero esa noche no. No esa noche. ¿Por qué? Bueno, aunque después de todo, no me desgarraba las vestiduras por ello. Me sentía libre, tranquila, yo y mis pensamientos. Yo y mis recuerdos con el tal monsieur Thibault.
Me acosté como una persona normal, en la cama, y para mi sorpresa, me dormí al instante. Pensaba que no podría hacerlo luego de todo lo sucedido, pero en menos de diez minutos ya estaba sumida en mis sueños...

Había visto a mi madre. Yo estaba en el jardín, corriendo bajo el sol. No era la misma Francine que tenía los ojos cerrados en su cama, sino que se trataba de Francine, la pequeña Francine, de unos seis años. Mi mamá me miraba por la ventana de mi cuarto. Sonreía. Estaba maravillada viendo a su niña, a su única niña siendo feliz. Y yo me detuve allí, de repente, con la boca entreabierta dejando correr el aire agitado, con las mejillas rosadas, las manos inquietas. Le saludé y le dediqué una gran sonrisa. Y comenzó la carrera. Entré de pronto en la casa y me encontré con mi padre, quien estaba en un rincón de la sala. Se le había caído una pequeña botellita al suelo y ésta se había hecho añicos, el líquido era transparente y destilaba un aroma amargo que sabía a muerte -ironías inconscientes-. Lo miré perpleja y sentí un golpe en el techo que provenía de la habitación de arriba. Eso desvió mi atención. "¿Quieres ir a ver lo que ha sucedido, Francine?" preguntó mi padre. Asentí y subí las escaleras velozmente. Llegué a mi cuarto y me encontré con mi madre tendida en el suelo. Sus labios aún conservaban un color rosado, pero lo que llamaba mi atención era cómo brotaba la sangre desde su muñeca. No entendía el por qué, y es que además no había en ella ninguna herida o corte, sólo sangre, como si brotase de sus poros. La pequeña Francine cerró ambas manos haciendo de ellas dos puños y la miró como con cierta demencia como si hubiera algo allí demasiado tentador. Giró la cabeza, prestando atención al pasillo: sintió unos pasos. Lentamente salió de la habitación, y vio -o vi o vimos- a Thibault. Tan magnífico como lo había conocido. Francine, la pequeña, o yo en la inocencia de mi sueño, sonrió y corrió a sus brazos. Él la levantó del suelo con suavidad, y una vez la pequeña en sus brazos, desvió la mirada hacia la puerta de mi habitación. Y allí estaba, la mujer que había visto aparentemente muerta, sonriente. Se acercó a ambos y besó la mejilla del hombre mientras acariciaba los cabellos de la niña. Entre ellos se notaba cierta unión que iba más allá de cualquier cosa, una unión vieja, lejana.
Y desperté. La Francine del presente había despertado. Me encontraba un poco aturdida, no entendía nada, y sólo pude sacudir la cabeza y cerrar los ojos. Estaba un tanto fatigada y mareada. Abrí los ojos de repente cuando sentí un sonido que sonaba más a susurro que a otra cosa, que provenía del pasillo. No pude identificarlo, pero me alarmó.
-¿Mamá? -pregunté asustada- ¿Qué te ha sucedido? -indagué aún con mi mente en los recuerdos del sueño.
Me mantuve inmóvil, en el silencio y la oscuridad, tan sólo unos minutos. Salí de mi cama y me abrigué con un fino saco de lino. Abrí la puerta y no había nadie. Comencé a perderme entre los pasillos, caminando gradualmente más rápido. Bajé las escaleras corriendo -tal como la niña- y llegué a la sala. Mis pies sintieron el frío suelo y un escalofrío recorrió mi cuerpo. Me detuve. Todo desierto. La luna que se asomaba por la ventana se reflejaba en un espejo. Se veía hermosa.
-¿Mamá...?
Los primeros cinco pasos fueron lentos, y los siguientes se desataron en una carrera veloz. Salí al jardín. Estaba bastante iluminado debido a las antorchas, y hasta donde la luz llegaba, no se veía nada extraño.
Me interné en la oscuridad.
-¿Mamá? Mamá... Madre, no... no te... no te vayas -dije con angustia en la voz-.
Corrí varios minutos en una dirección desconocida, y de repente, la luna iluminó la figura de un hombre.
Thibault.
Aumenté la velocidad y de repente caí. Detuve la respiración unos instantes.
Sin levantar la cabeza dije: -No te vayas.
Sentí la seguridad, la confianza, la necesidad de pedírselo.
Siempre había sido víctima de las pesadillas. Siempre. Y mi madre había estado allí. Luego de ello se encargó mi padre, pero no era lo mismo, a pesar de que su mirada resultaba ser más dulce que la de ella. Pero aquel hombre desconocido estaba ahí. Y yo supe que él sabría qué hacer, porque llevaba grabado en su mejilla el beso de mi madre.
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Mensaje por Thibault Colville Jue Jul 01, 2010 10:14 pm

Permanecí mirando la luna. Parecía no entenderme, por mas que le diera mis razones, por mas que le dijera mis motivos, ella seguía mirándome, como diciéndome que no eran mas que excusas, pretextos para abandonar mi destino. Debía admitir que quizás tenia algo de razón, la luna con su inmensa sabiduría debía tenerla. Lo que no podía siquiera debatir era el hecho de que Francine era mi destino, lo era, era mi sobrina, era parte de mi pasado, hacía apenas unos instantes que acababa de entrar en mi presente e indiscutiblemente la quería en mi futuro. El problema es que no sabía como lidiar con ello. ¿Cómo era que un vampiro llegaba y le confesaba su naturaleza a su propia sobrina? No había podido hacerlo siquiera con mis padres…¡con mi propia hermana!

Eso…eso era justamente lo que me tenía así y pensar que mi única preocupación al viajar de Inglaterra a Paris había sido el decidir como mataría a Francois. Pero es que no había tenido en cuenta cual seria mi reacción al encontrarme con ella, no había siquiera imaginado lo hermosa que seria, no había pasado por mi mente el imaginar como serian sus ojos, su forma de hablar…su sonrisa. Todo me había cautivado, todo en ella era perfecto. Que difícil tener que negarme a dejarla entrar en mi vida, que difícil era tener que huir de la manera en que lo haría sin siquiera despedirme, sin siquiera hacerle saber que deseaba mas que nunca el volver a verla, pero lo mas difícil era el dejarla seguramente con la imagen de un hombre frío y poco sensible, dicen que la primera impresión es la que cuenta, ¿Qué estaría pensando ella de mi en estos instantes?

Mi pie dio un paso al frente con la plena decisión de abandonar de una vez la residencia, no tenia caso permanecer ahí si no estaba dispuesto a llevar a cabo mis planes, ¿para que seguir perturbándome con miles de cuestionamientos? Ahora debía buscar un techo en el cual refugiarme de la dura mirada que la luna no dejaba de dedicarme, de sus reproches, de sus ojos acusadores. No un hogar, un refugio.

Hundí ambas manos en los bolsillos de mi pantalón mientras mis pasos fueron mas decididos que nunca, pero apenas había dado unos cuatro cuando una voz irrumpió impidiéndome seguir. Quede petrificado.

Una suplica. Eso era lo que había parecido las palabras de Francine, pidiéndome que me quedara, que no me fuera, que no la dejara. ¿Cómo podía negarme a aquello dicho de aquella forma? ¿Podía ser tan cruel? ¿Tan frío como para dejarla ahí, tirada en el piso siguiendo simplemente mi camino? No, claro que no podía. Inmediatamente saque mis manos de los bolsillos y fui hacia ella poniéndola de pie. – Francine…- Mi voz debía denotar dolor al verla de aquella manera, por que eso era lo que me producía verla sufrir, no lo toleraba, era como ver sufrir a mi hermana junto con ella, a mis padres incluso, ella era mucho mas que todos ellos, ella era ahora lo único que amaba en este mundo. La note intranquila, agitada, como si acabara de despertar de la peor de las pesadillas, algo me decia que eso habia sido justamente lo que habia ocurrido, era lo mas logico. Y no pude contenerme mas, no pude seguir negandome, era debil, en ocasiones vaya que lo era. Coloque mi mano tras su espalda de manera delicada y la atraje hacia mi, recargandola sobre mi pecho, esperando que eso sirviera para calmar su dolor, esa desesperación que se veia impresa en su joven rostro.

Tranquila… - Le susurre mientras acariciaba su cabello y dejaba que mi barbilla se asentara de manera suave sobre su cabeza. Cerre los ojos y deje escapar un suspiro, uno lleno de alivio tal vez, por que al fin hacia algo que deseaba, sin pensar en lo que vendria después. Alce la vista a la luna y note como su mirada habia cambiado, me sonreia, me felicitaba por atreverme. - Todo va a estar bien, estoy contigo…



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Mensaje por Invitado Jue Jul 01, 2010 10:47 pm

Y él se entregó.
Ese era el sentimiento que transmitía, porque quizás no había sido así en el comienzo, pero cuando sentí su cuerpo cerca del mío pude comprender que se había entregado a algo que no quería. Y quizás pudo haber sido un tanto doloroso saberlo, entender que él estaba allí por un capricho mío y no porque lo deseaba. Como en el sueño, la pequeña Francine se había acercado a él para sólo corresponderle, no por un sentimiento puro.
Fue entonces que me embargó una tristeza y un dolor jamás experimentado. Porque aún así no era mío. ¡Oh! ¿Mío? ¿Qué quería decir con eso? ¿Lo quería para mí? ¿Así aún apenas unas horas de haberlo conocido? Necesitaba de él, porque mi madre en cierto modo me había indicado que era lo que yo buscaba en ese entonces. Sí, lo quería para mí. Sus abrazos y sus palabras. No quería que se marchara, que me abandonara, porque él en mi sueño había sido mi redención, y debía serlo en la realidad.
Lo abracé fuerte como una niña abrazada a su padre. No lloré, sólo me tomé mi tiempo para memorizar su fragancia, porque posiblemente eso terminaría siendo el secreto. Su fragancia. En mi memoria. En mis manos. En mi rostro. En mis cabellos. En mi corazón.
-No te vayas... -volví a susurrar.
No terminaba de entender qué me sucedía con aquel hombre, pero lo empezaba a tomar como algún ángel guardián enviado por mi madre, aún cuando no lo conociera del todo. Aún cuando mis sentimientos hacia él no estuvieran del todo claro. Lo sentía mío, como la persona que se encargaba de mantenerme en pie. Como la persona con la fuerza suficiente para equivaler al amor de mi madre.
-No me dejes... -supliqué.
No quise separarme de él, no estaba dispuesta a hacerlo. Se trataba de un oasis, donde yo podría beber por siempre sin carecer jamás de él. Estaba mi padre, a quien amaba por sobre todas las cosas, pero me sentía sola.
-Eres la única persona capaz de cubrir el espacio que dejó mi madre, sólo tú puedes calmarme como ella solía hacerlo -expliqué como una niña-. No me dejes. Si debes marcharte entonces déjame que vaya contigo, sólo por esta noche, por esta noche... -tomé aire y alejé a las lágrimas- Tuve un sueño horrible, fue horrible, no quiero volver a mi habitación. Ella... ella murió allí. Su ausencia se siente en esa habitación, porque fue cuando nos dejó, a mí y a mi padre -dije con pena, porque mi padre se veía triste también por su partida-. Lo vi en el sueño, ¿sabes? Ella dejó que me sostuvieras, ella lo hizo, estás aquí por ella, ¿verdad? -me separé apenas unos centímetros y lo miré a los ojos- Seguramente te quiso mucho, como en el sueño...
No podía dejar a un lado la pesadilla aquella. Claro que había interpretado todo mal, o bien no pude notar las cosas más importantes. Sólo me interesaba el hecho de saber que ella lo había enviado para mí, y yo no podría dejarlo ir, así como tampoco podría desligarme de aquellas imágenes horribles llenas de tanto significado imposible de ver con mis inocentes ojos.
No estaba tranquila, lo necesitaba. Allí. No me movería de ese lugar aunque una lluvia de estrellas ardientes cayeran en el jardín.
La paz tenía su fragancia.
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Mensaje por Thibault Colville Vie Jul 02, 2010 12:18 am

Cuanto daño le había hecho Francois a Francine al arrebatarle a su madre de la manera mas vil, peor aun el haberle ocultado que el mismo era el asesino y haberle hecho creer que había muerto de causas naturales; incluso podía asegurar que seguramente había llegado ella a culparse de tal suceso, seguramente había creído mas de una vez que habría podido hacer algo para impedir que Suzette muriera. Pero no habría podido, si Francois lo tenia decidido difícilmente creía que Francine habría podido actuar impidiendo su muerte. Y ahora ella se sentía sola, desprotegida, herida, todo eso me lo demostraba con la forma en que se aferraba a mi cuerpo, la manera en que me hablaba, el timbre de su voz sonaba roto, dándome la apariencia de una niña llorando por su desfortuna, clamando por aquello que le ha sido arrebatado. Me rompía el alma escuchar todo lo que me decía, aun mas la forma en que lo hacia, como una suplica, un ruego al que no podía negarme, simplemente no podía, no era tan vil.

Me dejo bastante sorprendido su mención sobre el sueño que acababa de tener, no pude evitar el que mis ojos se abrieran un poco ante la verdadera sorpresa que me acarreaba el saber aquello. ¿Era de verdad posible que Suzette se hubiera comunicado con su propia hija a través de un sueño? ¿Era posible que la misma Suzette supiera ahora desde donde quiera que se encontrara que yo estaba aquí? Me gustaba creer que era posible y estaba seguro que a Francine le gustaría pensarlo aun más, por que de esa manera no se sentiría abandonada por ella, sabría que la cuida, que la ronda aun cuando no sea visible a nuestros ojos. Sin embargo no podía dejar de sentir sorpresa ante eso.

- Quise a tu madre mucho más de lo que imaginas Francine, ella fue una especie de luz para mí, me sentí perdido cuando tal luz se extinguió, fue como quedarme ciego entre las penumbras, sin saber a donde dirigirme, fue como perder los ojos mismos. – Toda formalidad habia desaparecido como por arte de magia, ahora me atrevía incluso a tutearla. Le acaricie un mechón de cabello acomodándolo tras su oreja de manera delicada. - Suzette es irremplazable, no puedo yo ser quien ocupe su lugar, eso deberías saberlo. – Negué levemente con la cabeza. – Pero no voy a abandonarte, no estas sola Francine, aun cuando sea un extraño para ti, hace mucho que se de tu existencia, por eso es que deseaba este encuentro mas que nada, por eso es que no pienso dejarte sola. – Di un paso al frente y nuevamente la atraje hacia mi. Su mirada volví a hacerme sentir vulnerable y luego de ese abrazo podía considerarme adicto a su piel, a su cercanía, aun cuando tuviera que estar luchando contra mi naturaleza de vampiro al sentir ese aroma exquisito invadirme el olfato. Dejaría de respirar de ser necesario, pero no me alejaría.

- No puedo llevarte conmigo, es impropio… - ¿Qué otra excusa podía poner ante aquello? ¿Que otra que resultara creíble? Ni siquiera tenia un hogar, un techo que ofrecerle. – Que pensaría tu padre… - Casi tuve que morderme la lengua al mencionar tal cosa, estaba de sobra decir que poco me importaba lo que ese mal nacido opinara, algún día me llevaría a Francine, algún día la libraría de sus garras. - Algun dia lo hare...te lo prometo.




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Mensaje por Invitado Vie Jul 02, 2010 11:03 am

En ese momento lo dejé pasar, pero al tiempo, me preguntaría qué clase de relación había tenido con mi madre. La cuestión era que en mi personalidad se destacaba la inocencia y la ingenuidad, solía preguntarme las cosas muchas veces, pero siempre con una mirada superficial, jamás había podido llegar hasta el fondo de todo, me podían las miradas, las sonrisas, las lágrimas, las caricias o la indiferencia, esas cosas resultaban ser más convincentes que un análisis de la situación, de las palabras, de las mentiras o las verdades. También es cierto que cuando algo me agradaba, algo que probablemente no fuera real, quedaba satisfecha con ello, como saber que Thibault había tenido una gran relación con mi madre, no necesitaba saber el por qué, simplemente me bastaba con creerlo. Pero no podría ignorar mucho más la relación entre su edad, la edad de mi madre y el cariño aparentemente mutuo. ¡Thibault describía todo como si hubiesen sido amigos íntimos! Y lo normal hubiese sido su admiración hacia mi madre por ser ésta una gran mujer, mientras que ella lo hubiera visto como a un encantador niño pequeño.
De todas formas, en aquel momento, nada de eso había salido a la luz. Me contentaba con ver cómo mi madre había sido amada por otros, eso me llenaba de orgullo: ser la hija de una mujer que todos admiraban, respetaban y amaban.
Sonreí en cuanto supe que no me dejaría sola. Eso sí que me llenaba de vida. Saber que él me cuidaría y estaría conmigo, por el simple hecho de haber sido enviado por mi madre. Sí. Eso creía. Sabía que él era un regalo suyo, y que ella confiaba en aquel hombre. Ahora tenía dos razones para vivir: mi padre y Thibault. Mi madre estaba allí y siempre lo estaría, pero su ausencia no se sentiría tanto.
Lo abracé una vez más, pero me separé súbitamente cuando escuché que no podía llevarme con él.
Quizás le hubiera parecido gracioso, cómico el hecho de ver como mi rostro se transformaba en el de una niña caprichosa que no obtenía su pequeño carousel. ¡Pero en verdad estaba triste! No era capricho. ¿Cómo volvería a mi cuarto, con esas terribles imágenes, con el recuerdo de mi madre muerta, sin él? No podría simplemente hacer de cuenta que todo iba en marcha gracias a su estúpida promesa, cuando después de todo lo único que hacía era romperla al mismo instante.
-Pero debes hacerlo ahora -dije con voz ausente-. Ahora es cuando te necesito -reí-. ¿Mi padre? ¡Oh! Mi padre se vería encantado con eso, sé que confía en tí. Él sabe que tú tenías una buena relación con mi madre, ¿verdad? Sabe entonces que tú me harás bien -expliqué entre súplicas-. Él debe tenerte mucho aprecio, porque si contigo me siento segura como con mi madre, mi padre debe sentirse seguro contigo. Y no es tan terrible como supones, no es como los demás padres. Es mi padre. Mi padre ejemplar. Él pondría las estrellas sobre mis cabellos si eso lograse mi felicidad. Y mi felicidad ahora es estar a tu lado, porque... estoy bien contigo. Eres mi amigo, ¿no? Fuiste amigo de mi madre, pues entonces eres mi amigo, y el amigo de mi padre.
Con un movimiento dubitativo me acerqué y besé su mejilla, para convencerlo.
-No quiero estar sola en mi habitación, sé que puedes comprenderme. ¿Por qué tienes que irte? -indagué con fastidio- ¡Recién has llegado! ¿Para qué viniste sino? -lo miré con cansancio, y suspiré, ¿quién era yo para convencerlo? ¡Era un hombre!- De acuerdo, pero, al menos... ¿podrías acompañarme de vuelta a casa y quedarte conmigo hasta que me haya dormido? Mi madre hacía eso... tú serías el único capaz de lograrlo como ella.
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Mensaje por Thibault Colville Miér Jul 07, 2010 1:46 am

Una niña, eso era lo que era Francine, pero una que no hacia mas que inspirar una sonrisa y deseos de cuidarle, tal y como ella lo deseaba. ¿Cómo iba a poder negarme a las cosas que me pedía? Imposible, de ahora en adelante sus peticiones serian como órdenes para mí, lo sabia, estaba seguro de ello, aunque no me convenía del todo que ella se enterara del tema. Por primera vez la línea recta que formaban mis labios a causa de la continua seriedad en la que me veía hundido se deformo hasta al fin tornarse en una leve pero sincera sonrisa. Un dato histórico. ¿Cuándo había sido la última vez que había sonreído? Tanto como para ni siquiera recordarlo.

Preferí ignorar su mención acerca de Francois en ese instante, lo que menos quería era arruinar el momento con la desagradable presencia de la venganza, una dama a la que no olvidaría, pero a la que dejaría de lado cada vez que fuese necesario por Francine, podía esperar, mi niña estaría primero siempre.
- Me basta con ser tu amigo Francine, solo espero ser merecedor de tal privilegio, nunca podré ser como Suzette, ella es irremplazable, pero puedo intentar ser alguien digno de ti. – Mi mano se alargo y toco su mejilla de manera cariñosa, mis labios volvieron a curvarse en una sutil sonrisa. – Eres un poco malcriada ¿sabes? Pero no por eso menos encantadora, de hecho creo que ese es justamente parte de tu encanto, solo no abuses de el, seria hacer trampa, yo no tengo una buena carta a mi favor. – Avance a su lado a paso firme mientras, mis pies hacían crujir la madera bajo nosotros, mientras mi brazo se entrelazaba con el suyo de manera delicada hasta al fin tomarla a modo de escolta.

El trayecto hasta su habitación fue corto y silencioso, en el interior la residencia Robillard se encontraba ya sumida en un intenso silencio total, la servidumbre estaría durmiendo ya, Francois seguramente aun se debatiría en pensamientos, casi podía asegurarlo, después de todo nuestro repentino encuentro debía tener consecuencias en su mente vil, en verdad deseaba tener razón en ese aspecto, me llenaba de dicha el saberlo perturbado.

La puerta de la habitación de Francine se abrió dejándome ver por primera vez su interior, recordando su propia mención que me había hecho saber que esa habitación había pertenecido a mi difunta hermana. Avance a través de ella sin decir palabra alguna, totalmente hipnotizado por un objeto que había captado mi total atención: una pequeña cajita musical que yacía sobre la peinadora, una que yo mismo le había obsequiado a mi adorada hermana. Toda sonrisa se borro de mi rostro en cuanto la tuve en mis manos, intacta, idéntica a como cuando la había adquirido en uno de sus cumpleaños. Mi sentimentalismo me obligo a abrirla reconociendo al instante la melodía que en segundos había inundado la habitación, igual que el dolor inundaba mi pecho. Un suspiro escapo de mi boca a causa del sufrir que me provocaban todos esos recuerdos. – Suzette amaba esta cajita…



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Mensaje por Invitado Miér Jul 07, 2010 5:47 pm

Me hizo muy feliz al aceptar acompañarme.
Sí, solía ser un tanto caprichosa, debido a mis padres que me criaron en una cajita donde sólo podía encontrar lujo y a su vez por mi carácter. Siempre que quería algo lo obtenía aunque sea por mis propios medios o sino, si aquello no valía la pena, no seguía por él.
La cuestión es que Thibault, mi nuevo tesoro adquirido, mi amigo, mi protector, sí valía la pena, porque ¿cómo podría yo seguir con mi camino habiéndolo conocido?
Estaba segura de que todo eso se debía a la voluntad de mi madre quien, desde el paraíso, lo supervisaba todo. Y yo me veía en la obligación de llegar a la felicidad por medio de aquel ángel que me acompañaba ahora hacia mi cuarto.
Me preguntaba hasta dónde se llegaría con todo lo que estaba sucediendo, cuál era la finalidad que mi madre buscaba con esa estrategia.

Entramos a mi cuarto, en el cual predominaba el color azul. En cada rincón se encontraba un sin fin de objetos lujosos, de todos tamaños, texturas, tonalidades y demás. Aún así se trataba de una habitación con mucho espacio.
Me quedé a unos pasos de la puerta cuando Thibault se encaminó directamente hacia un punto del dormitorio. No sabía muy bien qué había captado su atención, así que me mantuve allí en ese mismo lugar, esperando alguna explicación.
Comprendí lo que sucedía en el mismo instante en el que mi cuarto se sumió en una eterna melodía. La melodía de aquella cajita de música que le había pertenecido a mi madre y que luego había pasado a ser de mi propiedad.
La melodía sonó a polvo. Hacía rato que no le prestaba atención al pequeño objeto. Pero una vez que el silencioso hechizo se quebró, pude sentir las notas musicales, pesadas y oscuras, llenas de partículas grises, rozar mi piel. Una melodía celestial, casi interpretada por los mismos ángeles. Descubrí el verdadero sonido del corazón de mi madre.
Cerré los ojos y comencé a dar varios pasitos por mi habitación. Una pequeña y suave coreografía a partir del arrullo de un conjunto de engranajes. Mis brazos se movían al perfecto compás hasta que llegué frente al joven, me detuve y abrí mis ojos.
-No sabía que la habías visto con anterioridad -dije con una inconsciente sonrisa en el rostro-.
Le quité la cajita. La cerré. Otra vez el silencio que nos hería la piel.
Volví a mi cama. Así con mi saco puesto, me tapé con las sábanas e invité a Thibault a que se sentara en ella.
-O si quieres puedes traer la silla que hay allí -le señalé-.
Sucedieron unos cuantos minutos más de silencio, que a pesar de toda especulación, ninguno tuvo por rey la paz. Creo que ambos estábamos inmersos en pensamientos pesados por los recuerdos que habían sido dulces pero que resultaban amargos al mezclarse con tanto final. Con tanta vida con final.
-Yo también amo esta cajita -llamé la atención mientras mi mirada se posaba en el objeto en particular, que descansaba en silencio entre mis manos. Sonreí como cuando de súbito aparece un recuerdo, levanté el rostro y lo miré-. Las pocas veces que vi a mi madre enojada fueron cuando yo intentaba tomarla -la solté, dejándola sobre mis piernas, como acto reflejo-. No le gustaba que la tomara porque decía que la iba a romper y que... "no es una cajita común y silvestre. No encontrarás otra por allí, Francine" -cité intentando imitar la voz de mi madre cuando daba sermones-. Mi padre me cuenta que, de pequeña, intentaba distraerlos a los dos para luego trepar por los sillones y llegar hasta el "altar de la cajita". Cuando crecí un poco más y mi madre me prometió que sería mía si la cuidaba, entonces comencé a tratarla con un poco más de respeto. No lo recuerdo muy bien, pero me han contado que varias veces golpeé a los hijos de nuestras familias conocidas que ambicionaban con escuchar su melodía -reí mientras me tapaba la boca con una mano-. Y cuando cumplí ocho años, fue mía -afirmé con recelo y emoción en la mirada-. ¡Imagínate mi felicidad! Mamá me dijo que no abusara de ella, porque la cajita contenía el alma de alguien muy importante y que yo no podía jugar con esas cosas -pausa reflexiva; risa explosiva-. El resto de la tarde lo dedicó a la explicación de lo que es el alma. Era una niña un poco tonta y me costaba entender algunas cosas -suspiré-. Aún no sé el alma de quién contiene, supongo que nunca lo sabré: nunca más volví a jugar con ella -se me encendió la mirada y ahogué una risilla torpe-. ¿Jugar con ella? Creerás que estoy loca. Lo cierto es que nunca le hice caso a mi madre cuando la cajita se volvió mía. Abusé del alma de esa persona, sin importarme sus sentimientos. Justificaba mi desobediencia diciendo que jugaba con ella. Eso le bastó a mi madre quien me observó toda la tarde siguiente mientras yo disfrutaba de un alma que no me pertenecía. Nunca más me regañó por ello. Creo que terminó comprendiéndolo, aunque para mí en ese entonces se trataba de una mentira piadosa, que luego, cuando crecí, comprendí que se trataba de una verdad: cada vez que abría la cajita el mundo se transformaba, pero no sólo para mí sino para mi madre. Así aprendí sus pasos de danza -incliné la cabeza-. El alma de un tercero, de un desconocido, incluso la excusa, la mentira que justificaba algo que mi madre pedía, terminó uniéndonos en un juego que se hacía de a tres y no de a dos. No era nuestro secreto porque no intentábamos mantenerlo escondido, se trataba de un pequeño tesoro que resguardábamos en nuestras manos, como si fuera un hada herida -junté mis manos dejando un pequeño hueco entre ellas-.
Tomé la cajita de nuevo y la levanté hasta poder observarla bien. Suspiré.
-Supongo que el dueño de dicha alma descansó en paz cuando dejé de despertarla súbitamente, todos los días, para que me viera danzar. Mi madre murió y comprendí que no podría unirme más a ella: ¿de qué me servía el alma de un desconocido si no podía conservar el alma de mi madre?
Desvié la mirada del objeto en cuestión y miré a Thibault. Me acerqué a él, aún sin salir de mi cama y tomé una de sus manos para depositar el tesoro en ella.
-Es tuya -sentencié sin mucha expresión facial pero con voz encendida-. Pero sigue siendo mía. Ahora tiene a quienes unir -sonreí-. Nos unirá a ambos, y la conservarás tú.
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Mensaje por Thibault Colville Jue Jul 08, 2010 2:21 pm

Mientras mas conocía a Francine mas despertaba en mí el deseo de conocerle aun mas, mientras mas le escuchaba hablar de aquella manera, mas mis oídos se declaraban adictos a sus palabras; mientras mas mis ojos le veían, mas bella y única la encontraba. Por que así era como debía ser la hija de Suzette: única, extraordinaria. Sin duda mi hermana había hecho un trabajo estupendo como madre, le había infundido los mejores valores, le había enseñado a ser encantadora a los ojos de quien la viese, a desear incluso no dejar de verla, Suzette había sido la mejor de las madres, una ejemplar, si, solo ella, me negaba a pensar que Francois pudiese haber contribuido a tal cosa, un ser tan despiadado y vil, no podía ser posible, incluso era demasiado increíble que la pequeña y adorable Francine llevara su sangre. Verla danzar al compás de la melodía en la habitación fue un gran espectáculo para mis ojos de vampiro, uno que no debía compararse incluso con alguna de las mejores obras expuestas en Francia y yo era el afortunado, el único espectador en primer fila disfrutando de el, de no haberme sentido tan triste en esos instantes habría incluso aplaudido haciéndole saber lo maravillado que me tenia su sola presencia.

La seguí y me senté en el borde de la cama que ya estaba levemente destendida, a su lado, como el protector que había empezado a ser para ella. Escuche con atención cada una de las palabras que su suave y dulce voz hacia llegar a mis oídos, sonreí un par de veces al escuchar sus anécdotas y me llene de nostalgia una vez mas ante la mención que se refería a un alma encerrada en ese pequeño artefacto musical. Suzette no se había equivocado, mi alma la había perdido hace tiempo, la había dejado con ella, con mis padres, con los míos, con las únicas personas que había amado sin cordura alguna. Sentí deseos feroces de poder hablarle de eso a Francine, poder decirle toda la verdad, decirle quien era yo, que no era un extraño, que llevaba mi sangre, que yo llevaba su apellido, que compartíamos mucho mas que aquella habitación de tonos azules que nos rodeaba, que era yo el muerto cuya alma había estado encerrada en la pequeña caja y ahora me liberaba finalmente de ello. No pude. Una vez más, no pude.

Sus anécdotas referentes a su infancia me hizo haber deseado disfrutarla en ese aspecto, seguramente a los ocho años debía haber sido todavía mas encantadora de lo que ahora era; mi mente creo la fantasía donde yo la llevaba de la mano, atravesando un jardín y ella zafándose con trampas, corriendo, aventurándose al enorme jardín que había justo afuera de su residencia. Todo habría sido maravilloso…

Permanecí absorto ante el obsequio que Francine me hacia. Uno demasiado valioso sin duda, demasiado como para poder aceptarlo. Esa caja le pertenecía, no era yo el mas indicado para tenerla, no me la merecía luego de haber abandonado a los míos, de no haber enfrentado mi realidad o buscando una solución, sin duda mi peor error había sido el desaparecer, ¡cuanta culpa me invadía el recordarlo!. – No. – Respondí con la voz mas grave de lo normal a causa del nudo que se había formado y agolpado traicioneramente en mi garganta. – No puedo, es tuya Francine, es un obsequio de tu madre. ¿Habría querido ella que le tuviese un extraño? – Eso era a pesar que querer lo contrario, un extraño, uno que después de quince años aparecía en su vida con el único deseo que venganza, de asesinar a su padre, a ese que tanto amaba. Y ella lo ignoraba, me creía un ángel, un ser divino, alguien…bueno. La cruda verdad ni siquiera se cruzaba por la ingenua y tierna mente de Francine, ni siquiera se imaginaba el peligro que corría en este instante al solo tenerme a mi lado. Pero no iba a herirla, aun cuando su aroma fuera exquisito a mi olfato, aun cuando su piel fuera la cosa mas apetitosa, aun cuando su belleza me deslumbrara, no iba a herirla, prefería morir antes, prefería ser yo mismo quien se enfrentara cara a cara al a los imponentes y mortales rayos del sol. Lo haría sin pensarlo.

- Ya estamos unidos Francine, tu madre fue la culpable de ello, no el pequeño artefacto, no dependo de una caja para estar a tu lado, lo estaré, siempre que tú lo quieras. – Promesas tras promesas. ¿Hacia mal con hacerlas? Vida no me faltaría para cumplirlas, tenía toda la eternidad sonriéndome, alentándome a llevarlo a cabo. – Francine consérvala, por favor. – Le devolví la caja poniéndola en sus manos, aprovechando el movimiento para dejar mis manos sobre las de ella, mis ojos se posaron en sus delicados dedos, tan frágil que parecía a simple vista, tan vulnerable ante la vida, no solo físicamente, también por su forma de ser, por sus sentimientos tan puros que no iban acorde a la vil realidad afuera, en el mundo lleno de bestias. Mis manos se movieron con cariño por entre las suyas, incluso ignorando que quizás sentiría la gelidez de estas, habría algún pretexto para ello, pero quería permanecer así al menos por ese instante. – Esta noche quedara grabada en mi mente de por vida, tu.




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