AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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¿Se conocen? | Reservado.
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¿Se conocen? | Reservado.
Recuerdo del primer mensaje :
Una bella noche de verano no podía ser desperdiciada así como si nada.
Acostumbraba, entonces, a caminar por el jardín luego de la cena, para tomar aire, despejar la mente e ir a dormir tranquila, en paz.
Serían ya las diez, hacía apenas media hora que había acabado una deliciosa porción de pastel que mi padre logró conseguir más allá de las quejas de algunas mujeres del personal doméstico que aseguraban que aquel hábito de comer la merienda luego de la cena no era del todo... bien visto. ¿Cuál era acaso el problema? ¡El pastel estaba delicioso! Y además creo que lo merecía, al menos eso decía mi padre.
La noche así se fue entre charlas que eran ya como parte de nuestro itinerario.
Durante toda mi vida las noches fueron así. Mis padres jamás me pidieron que me marchase a mi cuarto para darles la posibilidad de hablar, y es que ya a lo último, sólo mi padre y yo éramos quienes hablábamos de cualquier tema que saliera por simple casualidad. Mi madre también hablaba a veces, pero era él quien absorbía mi curiosidad. Comentaba acerca de algún viaje que había hecho de pequeño, de las tías gordas que le daban dulces cuando era sólo un niño y también cabían las fascinantes historias de mi abuelo paterno, a quien yo no había conocido y me lamentaba por ello. A veces, salían a la luz los nombres llenos de polvo de mis parientes lejanos por parte de mi madre, pero sólo porque era mi papá quien mencionaba algunas anécdotas que había vivido con ellos: esas extensas conversaciones que su suegro -o mi abuelo materno- le dedicaba ayudándole a aprender más de la vida, esos consejos que parecían ser muy acertados. También decía que se burlaba de mi abuela, con pequeñas bromitas inocentes, las cuales algunas sonaban poco cortés para ella, pero mi padre jamás desistía.
Y así había sido aquella noche donde ambos Robillard, nos encontrábamos inmersos en nuestras conversaciones, extrañando a mamá pero recordándola con alegría: ya no me angustiaba cuando mencionábamos algunos hechos que habíamos compartido juntas, y por lo visto mi padre tampoco se lamentaba tanto por eso como lo había hecho antes. Podía decir, con toda seguridad, que Suzette, mi mamá, estaba allí entre nosotros, aún sin que yo pudiera ver su mirada. Y ella podía escuchar mi risa. Claro que sí. Y la de mi padre. Y es que eso me había ayudado bastante a la hora de curar las heridas que la marcha de mi madre había hecho en mí, porque sabía que aún estaba con nosotros y que a mi lado quedaba un hombre maravilloso que era capaz de hacerme sonreír y ser feliz. Un hombre que me escuchaba con atención, que captaba cada detalle, que me trataba con dulzura y con calma. Un hombre que explicaba cada cosita con mucha delicadeza y permitía que yo entendiera sus lecciones sin ningún problema. Así era Francois Robillard. Así lo había sido durante toda mi vida. Incluso con mis quince años él acariciaba mi cabello, tomaba mi mano, besaba mis mejillas, inventaba un nuevo apodo y reía conmigo con su mirada llena de brillo porque veía crecer a su chiquilla... Me veía crecer a mí.
Así eran las noches en la finca Robillard, en las afueras de París, en la maravillosa Francia de mil ochocientos. Y las noches de verano eran especiales... mucho más que cualquiera del resto del año.
Recuerdo con claridad lo que sucedió específicamente en esa, cuarenta minutos después de que yo acabara con mi porción de pastel...
Luego de un descanso, quise volver para tomar otro trocito del maravilloso pastel que, sabía, permanecía en la cocina. No quería molestar a Nini, quien se encargaba con esmero de mí siempre, así que fui yo misma a la cocina, dejando a mi padre sólo por unos minutos.
Cuando volví al comedor no lo encontré esperándome. Con el platito en la mano recorrí las dos salas contiguas sin tener éxito. Decidí salir al jardín, segura de encontrarlo allí. Era obvio: él disfrutaba tanto de las noches cálidas como yo. Pero no lo vi. Al menos no al instante de haber salido. El parque era grande y tenía distintas secciones protagonizadas cada una por algo diferente: una fuente de agua, un jardín de rosas, un diminuto estanque, un patio pequeño con una delicada mesa en compañía de sus sillas respectivas, más allá una huerta...
Cuando llegué a una de las esquinas de la residencia, la cual estaba rodeada por una pequeña galería que contenía todo tipo de pequeñas plantas llenas de coloridas flores, lo encontré. Estaba de pie, hasta donde podía ver. Comencé a caminar a paso rápido con mi mano sosteniendo aún el platito y de repente me acerqué a él para abrazarlo con el brazo que tenía desocupado, mientras reía como una niña traviesa. Apenas llegué a hacer eso cuando noté que había alguien que nos hacía compañía, y así llegué a la conclusión de que había interrumpido una conversación que parecía bastante seria, a juzgar por el rostro de ambas personas.
Quien estaba allí era un joven que desconocía, y fue por eso que, aún sin separarme de mi padre me quedé en silencio y mis mejillas al instante se tornaron rosadas. No supe que decir, así que decidí no abrir la boca y esperar a que mi padre decidiera lo que quería que hiciera: quedarme allí o marcharme incluso sin presentarnos.
Una bella noche de verano no podía ser desperdiciada así como si nada.
Acostumbraba, entonces, a caminar por el jardín luego de la cena, para tomar aire, despejar la mente e ir a dormir tranquila, en paz.
Serían ya las diez, hacía apenas media hora que había acabado una deliciosa porción de pastel que mi padre logró conseguir más allá de las quejas de algunas mujeres del personal doméstico que aseguraban que aquel hábito de comer la merienda luego de la cena no era del todo... bien visto. ¿Cuál era acaso el problema? ¡El pastel estaba delicioso! Y además creo que lo merecía, al menos eso decía mi padre.
La noche así se fue entre charlas que eran ya como parte de nuestro itinerario.
Durante toda mi vida las noches fueron así. Mis padres jamás me pidieron que me marchase a mi cuarto para darles la posibilidad de hablar, y es que ya a lo último, sólo mi padre y yo éramos quienes hablábamos de cualquier tema que saliera por simple casualidad. Mi madre también hablaba a veces, pero era él quien absorbía mi curiosidad. Comentaba acerca de algún viaje que había hecho de pequeño, de las tías gordas que le daban dulces cuando era sólo un niño y también cabían las fascinantes historias de mi abuelo paterno, a quien yo no había conocido y me lamentaba por ello. A veces, salían a la luz los nombres llenos de polvo de mis parientes lejanos por parte de mi madre, pero sólo porque era mi papá quien mencionaba algunas anécdotas que había vivido con ellos: esas extensas conversaciones que su suegro -o mi abuelo materno- le dedicaba ayudándole a aprender más de la vida, esos consejos que parecían ser muy acertados. También decía que se burlaba de mi abuela, con pequeñas bromitas inocentes, las cuales algunas sonaban poco cortés para ella, pero mi padre jamás desistía.
Y así había sido aquella noche donde ambos Robillard, nos encontrábamos inmersos en nuestras conversaciones, extrañando a mamá pero recordándola con alegría: ya no me angustiaba cuando mencionábamos algunos hechos que habíamos compartido juntas, y por lo visto mi padre tampoco se lamentaba tanto por eso como lo había hecho antes. Podía decir, con toda seguridad, que Suzette, mi mamá, estaba allí entre nosotros, aún sin que yo pudiera ver su mirada. Y ella podía escuchar mi risa. Claro que sí. Y la de mi padre. Y es que eso me había ayudado bastante a la hora de curar las heridas que la marcha de mi madre había hecho en mí, porque sabía que aún estaba con nosotros y que a mi lado quedaba un hombre maravilloso que era capaz de hacerme sonreír y ser feliz. Un hombre que me escuchaba con atención, que captaba cada detalle, que me trataba con dulzura y con calma. Un hombre que explicaba cada cosita con mucha delicadeza y permitía que yo entendiera sus lecciones sin ningún problema. Así era Francois Robillard. Así lo había sido durante toda mi vida. Incluso con mis quince años él acariciaba mi cabello, tomaba mi mano, besaba mis mejillas, inventaba un nuevo apodo y reía conmigo con su mirada llena de brillo porque veía crecer a su chiquilla... Me veía crecer a mí.
Así eran las noches en la finca Robillard, en las afueras de París, en la maravillosa Francia de mil ochocientos. Y las noches de verano eran especiales... mucho más que cualquiera del resto del año.
Recuerdo con claridad lo que sucedió específicamente en esa, cuarenta minutos después de que yo acabara con mi porción de pastel...
Luego de un descanso, quise volver para tomar otro trocito del maravilloso pastel que, sabía, permanecía en la cocina. No quería molestar a Nini, quien se encargaba con esmero de mí siempre, así que fui yo misma a la cocina, dejando a mi padre sólo por unos minutos.
Cuando volví al comedor no lo encontré esperándome. Con el platito en la mano recorrí las dos salas contiguas sin tener éxito. Decidí salir al jardín, segura de encontrarlo allí. Era obvio: él disfrutaba tanto de las noches cálidas como yo. Pero no lo vi. Al menos no al instante de haber salido. El parque era grande y tenía distintas secciones protagonizadas cada una por algo diferente: una fuente de agua, un jardín de rosas, un diminuto estanque, un patio pequeño con una delicada mesa en compañía de sus sillas respectivas, más allá una huerta...
Cuando llegué a una de las esquinas de la residencia, la cual estaba rodeada por una pequeña galería que contenía todo tipo de pequeñas plantas llenas de coloridas flores, lo encontré. Estaba de pie, hasta donde podía ver. Comencé a caminar a paso rápido con mi mano sosteniendo aún el platito y de repente me acerqué a él para abrazarlo con el brazo que tenía desocupado, mientras reía como una niña traviesa. Apenas llegué a hacer eso cuando noté que había alguien que nos hacía compañía, y así llegué a la conclusión de que había interrumpido una conversación que parecía bastante seria, a juzgar por el rostro de ambas personas.
Quien estaba allí era un joven que desconocía, y fue por eso que, aún sin separarme de mi padre me quedé en silencio y mis mejillas al instante se tornaron rosadas. No supe que decir, así que decidí no abrir la boca y esperar a que mi padre decidiera lo que quería que hiciera: quedarme allí o marcharme incluso sin presentarnos.
Invitado- Invitado
Re: ¿Se conocen? | Reservado.
Me angustié un poco con su negativa.
¿Por qué debía ser tan negativo? ¿No podía, acaso, aceptar mi regalo? ¿Tanto le costaba?
¡Estaba harta de la cortesía del resto del mundo! ¡La cortesía frívola que no hacía más que volver a las personas como personajes creados en serie!
Puse los ojos en blanco. ¡Debía aceptarla! Quizás no se la llevaría esa misma noche, pero estaba segura de que sería suya. Era suya. Le pertenecía desde que la había tomado por primera vez.
Aún así logró hacerme sonreír cuando me aseguró que estábamos unidos. Me mordí el labio inferior y mi mirada se encendió.
¿Se imaginan?
Para una joven de mi edad, que un caballero respetable se volviera mi protector y mi consejero, era como un triunfo. No se trataba de una adquisición cualquiera, burda, sino de un acontecimiento único y digno de quedar en el recuerdo por siempre.
Thibault. Mi amigo. Mi único y verdadero amigo. Mi ángel guardián. El enviado por mi madre. Él era eso y mucho más. Un ser fascinante, un ser que aún no lograba responder a todas mis preguntas, porque reconocía que no lo conocía del todo, admitía que seguía siendo, en el plano protocolar, un desconocido. Pero nuestros corazones estaban unidos y en ese momento creía que era porque éramos compatibles el uno con el otro por una simple simpatía y un mensaje de mi madre entre pesadillas. Pero había algo más. Claro que había algo más. Esa unión de almas, sólo que aún era muy pequeña e ingenua y faltaba demasiado para descubrir muchas cuestiones que quedarían a la luz con el paso del tiempo. Por lo pronto, podía disfrutar de ese lazo que nos unía, de esa amistad y ese cariño tan prematuro.
Desistí, por ese momento, con el tema de la cajita. Estaba impregnada del encanto de aquel maravilloso joven. Sus manos se sentían suaves como aleteo de hada entre las mías. Más tarde notaría la frialdad escalofriante de ellas, pero para ese entonces no era capaz de pensar en otra cosa que en el cariño que sentía por mi nuevo amigo. Mi ángel. Jugué con sus manos, luego de abandonar la cajita sobre un almohadón, un tanto nerviosa, con una sonrisa grabada en el rostro, como si se tratara de un tonto juego de niños.
-Gracias, Thibault -le dije desprendiendo mis manos de las suyas-. Gracias por haber aparecido -reí, absurda-. No sé de dónde vienes, qué sabes de mí y demás cosas. Supongo que eso no es tan bueno, mi padre dice que suelo encariñarme con mucha facilidad y que creo en todo lo que me muestran, pero, ¿cómo no encariñarme con un ángel? Eres de la tropa de mi madre -ahogué una risita tonta-. Creo que... sé que es muy prematuro todo esto pero puedo decir que... creo que... -reí nuevamente- Perdón, es la primera vez que me pongo nerviosa antes de mostrar mis sentimientos -me tapé la cara con ambas manos y luego las dejé descansar sobre mis mejillas para poder mirarlo a los ojos-. Creo que... te quiero -cerré los ojos y sacudí la cabeza mientras seguía con mi ridícula risa-. ¡Oh! -exclamé al congelarme en una expresión de sorpresa- ¡Eres como mi hermano! -sentencié extendiendo mis brazos- ¡El hermano que nunca tuve! ¡Oh! ¡Qué bello y fascinante! Siempre me pregunté cómo se sentiría... -murmuré pensativa.
Me arrodillé en la cama y volví a estirar mis brazos para dejarme caer sobre él en un abrazo.
-¿Tienes hermanos, Thibault? -pregunté con curiosidad aún abrazada a él.
Y de pronto, sentí miedo. ¿Y si él conocía a otras personas? ¡Estúpida de mí! ¡Claro que sí conocía a otros! Pero es que yo lo había visualizado como un ángel sólo destinado para mí y no para pertenecerle a otros, ya sea hermanos, amigos o pareja. Porque él debía estar solo para mí.
Sí. Sentí celos. Me dolía pensar en la idea de saber que su corazón se dividía en varias partes. Que su alma le pertenecía a otras personas.
¿Por qué debía ser tan negativo? ¿No podía, acaso, aceptar mi regalo? ¿Tanto le costaba?
¡Estaba harta de la cortesía del resto del mundo! ¡La cortesía frívola que no hacía más que volver a las personas como personajes creados en serie!
Puse los ojos en blanco. ¡Debía aceptarla! Quizás no se la llevaría esa misma noche, pero estaba segura de que sería suya. Era suya. Le pertenecía desde que la había tomado por primera vez.
Aún así logró hacerme sonreír cuando me aseguró que estábamos unidos. Me mordí el labio inferior y mi mirada se encendió.
¿Se imaginan?
Para una joven de mi edad, que un caballero respetable se volviera mi protector y mi consejero, era como un triunfo. No se trataba de una adquisición cualquiera, burda, sino de un acontecimiento único y digno de quedar en el recuerdo por siempre.
Thibault. Mi amigo. Mi único y verdadero amigo. Mi ángel guardián. El enviado por mi madre. Él era eso y mucho más. Un ser fascinante, un ser que aún no lograba responder a todas mis preguntas, porque reconocía que no lo conocía del todo, admitía que seguía siendo, en el plano protocolar, un desconocido. Pero nuestros corazones estaban unidos y en ese momento creía que era porque éramos compatibles el uno con el otro por una simple simpatía y un mensaje de mi madre entre pesadillas. Pero había algo más. Claro que había algo más. Esa unión de almas, sólo que aún era muy pequeña e ingenua y faltaba demasiado para descubrir muchas cuestiones que quedarían a la luz con el paso del tiempo. Por lo pronto, podía disfrutar de ese lazo que nos unía, de esa amistad y ese cariño tan prematuro.
Desistí, por ese momento, con el tema de la cajita. Estaba impregnada del encanto de aquel maravilloso joven. Sus manos se sentían suaves como aleteo de hada entre las mías. Más tarde notaría la frialdad escalofriante de ellas, pero para ese entonces no era capaz de pensar en otra cosa que en el cariño que sentía por mi nuevo amigo. Mi ángel. Jugué con sus manos, luego de abandonar la cajita sobre un almohadón, un tanto nerviosa, con una sonrisa grabada en el rostro, como si se tratara de un tonto juego de niños.
-Gracias, Thibault -le dije desprendiendo mis manos de las suyas-. Gracias por haber aparecido -reí, absurda-. No sé de dónde vienes, qué sabes de mí y demás cosas. Supongo que eso no es tan bueno, mi padre dice que suelo encariñarme con mucha facilidad y que creo en todo lo que me muestran, pero, ¿cómo no encariñarme con un ángel? Eres de la tropa de mi madre -ahogué una risita tonta-. Creo que... sé que es muy prematuro todo esto pero puedo decir que... creo que... -reí nuevamente- Perdón, es la primera vez que me pongo nerviosa antes de mostrar mis sentimientos -me tapé la cara con ambas manos y luego las dejé descansar sobre mis mejillas para poder mirarlo a los ojos-. Creo que... te quiero -cerré los ojos y sacudí la cabeza mientras seguía con mi ridícula risa-. ¡Oh! -exclamé al congelarme en una expresión de sorpresa- ¡Eres como mi hermano! -sentencié extendiendo mis brazos- ¡El hermano que nunca tuve! ¡Oh! ¡Qué bello y fascinante! Siempre me pregunté cómo se sentiría... -murmuré pensativa.
Me arrodillé en la cama y volví a estirar mis brazos para dejarme caer sobre él en un abrazo.
-¿Tienes hermanos, Thibault? -pregunté con curiosidad aún abrazada a él.
Y de pronto, sentí miedo. ¿Y si él conocía a otras personas? ¡Estúpida de mí! ¡Claro que sí conocía a otros! Pero es que yo lo había visualizado como un ángel sólo destinado para mí y no para pertenecerle a otros, ya sea hermanos, amigos o pareja. Porque él debía estar solo para mí.
Sí. Sentí celos. Me dolía pensar en la idea de saber que su corazón se dividía en varias partes. Que su alma le pertenecía a otras personas.
Invitado- Invitado
Re: ¿Se conocen? | Reservado.
Su pregunta me calo en el alma. Parecido a una aguja atravesándome el corazón, ese que en realidad ya no tenía vida, pero igualmente dolía, demasiado. Sabia que no lo había hecho con intención, imposible, ella no tenía conocimiento alguno, ella no tenía idea de lo triste de mi pasado, del lazo tan fuerte que me unía a su madre, a su familia, a ella misma. La recibí con los brazos abiertos en un gesto mas de cariño, me fundí con ella en ese abrazo repentino y mi mano derecha volvió a posarse sobre su cabello precioso, acariciándolo, sintiendo su sedosidad pasearse por entre mis dedos. Deje que mi cabeza se asentara sobre su cabeza como lo había hecho anteriormente en el jardín, esta vez sin culpa alguna, sin una luna que me reprochara, con la única intención de disfrutar la presencia de Francine.
- Si, los tuve, una hermana en realidad, era tan bella como tu, en realidad es difícil decir quien poseía mas belleza. – Sonreí para mi mismo al recordar a Suzette, sin duda el haberles visto juntas habría sido una imagen digna de admirar, una difícil de borrar, la más extraordinaria de ellas. – Murió, de una terrible enfermedad, no pudimos hacer nada, yo estaba lejos, no pude despedirme. –Hice una pausa, mi mano siguió moviéndose sobre su cabello como si intentara arrullarla de ese modo hasta que se quedara dormida en mis propios brazos. – Pero si te lo preguntas, esto no me entristece, solo hacerlo, pero ahora lo veo mas claro, se que no soy el único que ha sufrido una perdida de esa magnitud, todo el mundo lo hace tarde o temprano, tu por ejemplo, quizás, compartimos una enorme perdida, pero ahora nos tenemos en recompensa. – Mis labios volvieron a curvarse en una sonrisa, era todavía más fácil sonreír cuando ella no me veía, de esa forma no ponía en total evidencia mis mentiras piadosas.
Un sentimiento extraño se volcó en mi interior al recordar lo que había dicho aun antes de su pregunta. “Te quiero”. ¿Cómo era que lograba que con una simple frase de dos silabas se moviera tanto en mi interior? Una frase que sin duda había esperado escuchar desde el momento en que había sabido de su existencia. No podía negarme que un sentimiento magnánimo había empezado a crecer desde apenas ese mismo día, si bien le había querido desde hacia quince años, ahora podía decir que le amaba con todas las fuerzas posibles y podía asegurar que el sentimiento iría creciendo todavía mas hasta casi salírseme del pecho. Yo también Francine, yo también… - Pensé mientras hacia todavía mas fuerte el abrazo, haciéndole saber de ese modo lo mucho que le adoraba. El silencio nos abrazo durante quizás poco mas de quince minutos, las palabras salian sobrando, nuestros cuerpos hablaban por si solos, haciéndose saber mutuamente el cariño que se mantenía presente. Quería permanecer así para siempre, era extraño como un adulto como yo podía sentirse tan seguro en los brazos de una chiquilla. El sonido de las manecillas del reloj sobre la mesita de noche me hizo volver a la realidad. – Es tarde, debo irme… - El reloj marcaba poco mas de las tres de la madrugada, debía dejarla descansar.
- Si, los tuve, una hermana en realidad, era tan bella como tu, en realidad es difícil decir quien poseía mas belleza. – Sonreí para mi mismo al recordar a Suzette, sin duda el haberles visto juntas habría sido una imagen digna de admirar, una difícil de borrar, la más extraordinaria de ellas. – Murió, de una terrible enfermedad, no pudimos hacer nada, yo estaba lejos, no pude despedirme. –Hice una pausa, mi mano siguió moviéndose sobre su cabello como si intentara arrullarla de ese modo hasta que se quedara dormida en mis propios brazos. – Pero si te lo preguntas, esto no me entristece, solo hacerlo, pero ahora lo veo mas claro, se que no soy el único que ha sufrido una perdida de esa magnitud, todo el mundo lo hace tarde o temprano, tu por ejemplo, quizás, compartimos una enorme perdida, pero ahora nos tenemos en recompensa. – Mis labios volvieron a curvarse en una sonrisa, era todavía más fácil sonreír cuando ella no me veía, de esa forma no ponía en total evidencia mis mentiras piadosas.
Un sentimiento extraño se volcó en mi interior al recordar lo que había dicho aun antes de su pregunta. “Te quiero”. ¿Cómo era que lograba que con una simple frase de dos silabas se moviera tanto en mi interior? Una frase que sin duda había esperado escuchar desde el momento en que había sabido de su existencia. No podía negarme que un sentimiento magnánimo había empezado a crecer desde apenas ese mismo día, si bien le había querido desde hacia quince años, ahora podía decir que le amaba con todas las fuerzas posibles y podía asegurar que el sentimiento iría creciendo todavía mas hasta casi salírseme del pecho. Yo también Francine, yo también… - Pensé mientras hacia todavía mas fuerte el abrazo, haciéndole saber de ese modo lo mucho que le adoraba. El silencio nos abrazo durante quizás poco mas de quince minutos, las palabras salian sobrando, nuestros cuerpos hablaban por si solos, haciéndose saber mutuamente el cariño que se mantenía presente. Quería permanecer así para siempre, era extraño como un adulto como yo podía sentirse tan seguro en los brazos de una chiquilla. El sonido de las manecillas del reloj sobre la mesita de noche me hizo volver a la realidad. – Es tarde, debo irme… - El reloj marcaba poco mas de las tres de la madrugada, debía dejarla descansar.
Thibault Colville- Vampiro Clase Alta
- Mensajes : 115
Fecha de inscripción : 04/06/2010
DATOS DEL PERSONAJE
Poderes/Habilidades:
Datos de interés:
Re: ¿Se conocen? | Reservado.
Tantos sentimientos desataba Thibault en mí, y todo en tan poco tiempo...
Su abrazo me hizo sentir comprendida y amada, aunque inconscientemente no comprendía del todo cómo una persona que apenas me conocía podría ser capaz de darme tanto cariño. Aún así, sólo le presté atención a lo que sentía en ese abrazo que deseaba, fuese infinito.
Me sentía en paz. Tranquila. Llena de calma. Encontraba en sus brazos el calor que me faltaba, y ahora no quería abandonar ese hogar que su cariño había formado para mí. Comencé a confiar sin razones aparentes en él, sabía que sería su fiel amiga, que nunca dejaría de seguirlo. Sería su servidora en todo lo que él deseara, y más incluso, porque me devolvía la esencia que mi madre se había llevado con su paso hacia la oscuridad.
Me sentí terriblemente triste con su historia, y quise hablar de ello para ayudarle a ver las cosas de una forma más bonita pero no tuve la capacidad: las palabras no brotaban. Estaba completamente vinculada a él en aquel abrazo y no podía pensar en más nada, debía corresponderle. Lo único que fui capaz de hacer, fue besarle la mejilla a modo de consuelo por la pérdida.
Y luego, acomodándome entre sus brazos, seguí escuchando sus palabras hasta que de pronto, si bien no me dormí, caí en un suave lecho previo al sueño. Las primeras imágenes llenas de confusión comenzaron a florecer en mi mente cuando escuché su voz, lejana, que brotaba por entre las frágiles escenas que se recreaban en mi cabeza.
-No te vayas... -supliqué casi dormida, con una voz que parecía quebrada- Tendré pesadillas... -murmuré y lo abracé más fuerte aún, hasta que entre todas mis palabras logré despertar.
Me separé de él y lo miré con los ojos cansados debido al sueño. Incliné la cabeza hacia un lado y lo observé detenidamente. Suspiré, resignada, y me acosté, finalmente, tapándome con las sábanas. Luego enarqué una ceja y me destapé.
-Debes arroparme y darme un beso, de no ser así dormirás en aquella silla -dije presentando un personaje ofendido, al señalar la incómoda silla de un rincón-. Dime por qué tienes que irte, y luego vete... -asentí con tristeza.
Su abrazo me hizo sentir comprendida y amada, aunque inconscientemente no comprendía del todo cómo una persona que apenas me conocía podría ser capaz de darme tanto cariño. Aún así, sólo le presté atención a lo que sentía en ese abrazo que deseaba, fuese infinito.
Me sentía en paz. Tranquila. Llena de calma. Encontraba en sus brazos el calor que me faltaba, y ahora no quería abandonar ese hogar que su cariño había formado para mí. Comencé a confiar sin razones aparentes en él, sabía que sería su fiel amiga, que nunca dejaría de seguirlo. Sería su servidora en todo lo que él deseara, y más incluso, porque me devolvía la esencia que mi madre se había llevado con su paso hacia la oscuridad.
Me sentí terriblemente triste con su historia, y quise hablar de ello para ayudarle a ver las cosas de una forma más bonita pero no tuve la capacidad: las palabras no brotaban. Estaba completamente vinculada a él en aquel abrazo y no podía pensar en más nada, debía corresponderle. Lo único que fui capaz de hacer, fue besarle la mejilla a modo de consuelo por la pérdida.
Y luego, acomodándome entre sus brazos, seguí escuchando sus palabras hasta que de pronto, si bien no me dormí, caí en un suave lecho previo al sueño. Las primeras imágenes llenas de confusión comenzaron a florecer en mi mente cuando escuché su voz, lejana, que brotaba por entre las frágiles escenas que se recreaban en mi cabeza.
-No te vayas... -supliqué casi dormida, con una voz que parecía quebrada- Tendré pesadillas... -murmuré y lo abracé más fuerte aún, hasta que entre todas mis palabras logré despertar.
Me separé de él y lo miré con los ojos cansados debido al sueño. Incliné la cabeza hacia un lado y lo observé detenidamente. Suspiré, resignada, y me acosté, finalmente, tapándome con las sábanas. Luego enarqué una ceja y me destapé.
-Debes arroparme y darme un beso, de no ser así dormirás en aquella silla -dije presentando un personaje ofendido, al señalar la incómoda silla de un rincón-. Dime por qué tienes que irte, y luego vete... -asentí con tristeza.
Invitado- Invitado
Re: ¿Se conocen? | Reservado.
Me puse de pie y camine hasta su lado, sentándome en la orilla de su cama al otro extremo, donde ella ahora se encontraba recostada, dispuesto a cumplir una vez mas uno mas de sus caprichos de niña. Tome la sabana de color celeste y la subí cubriéndole el cuerpo, dejando tan solo su rostro a mi vista, el cual no dude en acariciar por enésima vez. Mis manos volvieron a pasearse por sus cabellos, acomodándolos a ambos lados de su cuello y permanecí mirándole por algunos instantes, viendo como ella misma luchaba con el sueño que ya la poseía.
- Debo irme por que debes descansar, no querrás tener por la mañana unas ojeras debajo de esos lindos ojos ¿o si? – Pregunte con una sonrisa ligera impregnada en los labios, mientras pellizcaba con cariño su mejilla como si se tratase de una muñeca y temiera que se rompiese en cualquier instante. – No, por supuesto que no lo quieres. – Añadí respondiendo antes de que ella pudiera hacerlo, bastante cansada se le veía, sus parpados visiblemente pesados la delataban. – Yo también debo descansar, mañana será un largo día. – Mas mentiras, nada me esperaba al día que ya había empezado en realidad, la única verdad es que no podía permanecer mas tiempo allí, pocas eran las horas que faltaban para dejar paso a los rayos del sol, lo cual significaba una muerte segura, ninguna escapatoria. Lo que sin duda si debía hacer sin remedio, era buscar un hogar, algún lugar donde habitar durante el tiempo que tenia pensado permanecer en la ciudad. No sabia donde, no tenia ni la menor idea, pero debía hacerlo ya que no podía pasarme la vida deambulando por las calles cuan vagabundo.
Deje escapar un ligero y apenas audible suspiro, sabiendo que había llegado la hora de irme, me incline por encima de ella y deje que mis fríos labios tocaran su delicada frente en un beso de despedida, esperando que la gelidez de mi piel no terminara por arrebatarle el sueño que ya tenia. – Buenas noches Francine… - Le susurre con la intención de no disturbar aquella tranquilidad que la abrazaba y me puse de pie, alejándome con mudos pasos hasta la puerta. - Nos veremos mas pronto de lo que crees.. – Pronuncie casi para mi mismo, dudaba que lo hubiese escuchado. La mire por una ultima vez, deseando que aquella imagen jamás se borrara de mi mente y me dispuse a volver a mi realidad.
- Debo irme por que debes descansar, no querrás tener por la mañana unas ojeras debajo de esos lindos ojos ¿o si? – Pregunte con una sonrisa ligera impregnada en los labios, mientras pellizcaba con cariño su mejilla como si se tratase de una muñeca y temiera que se rompiese en cualquier instante. – No, por supuesto que no lo quieres. – Añadí respondiendo antes de que ella pudiera hacerlo, bastante cansada se le veía, sus parpados visiblemente pesados la delataban. – Yo también debo descansar, mañana será un largo día. – Mas mentiras, nada me esperaba al día que ya había empezado en realidad, la única verdad es que no podía permanecer mas tiempo allí, pocas eran las horas que faltaban para dejar paso a los rayos del sol, lo cual significaba una muerte segura, ninguna escapatoria. Lo que sin duda si debía hacer sin remedio, era buscar un hogar, algún lugar donde habitar durante el tiempo que tenia pensado permanecer en la ciudad. No sabia donde, no tenia ni la menor idea, pero debía hacerlo ya que no podía pasarme la vida deambulando por las calles cuan vagabundo.
Deje escapar un ligero y apenas audible suspiro, sabiendo que había llegado la hora de irme, me incline por encima de ella y deje que mis fríos labios tocaran su delicada frente en un beso de despedida, esperando que la gelidez de mi piel no terminara por arrebatarle el sueño que ya tenia. – Buenas noches Francine… - Le susurre con la intención de no disturbar aquella tranquilidad que la abrazaba y me puse de pie, alejándome con mudos pasos hasta la puerta. - Nos veremos mas pronto de lo que crees.. – Pronuncie casi para mi mismo, dudaba que lo hubiese escuchado. La mire por una ultima vez, deseando que aquella imagen jamás se borrara de mi mente y me dispuse a volver a mi realidad.
Thibault Colville- Vampiro Clase Alta
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