AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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La corrupción se viste de gala [Lázsló]
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La corrupción se viste de gala [Lázsló]
Las nubes se arrebujaban como motas de algodón, surcaba el firmamento movidas por el hálito veraniego. Cargado de fresca brisa que cálida se vuelve según el día y la hora. Aquella mañana en particular había acompañado a sus sirvientes a las calles más transitadas de París, donde los puestos y cajas de frutas y hierbas bastas ocupaban la mayor parte del empedrado. El olor del pan horneado se arrastraba con la brisa guiando a los hambrientos aun mejor que un camino señalado. Vestía como cualquier otro, andaba y sonreía pues si bien su vida era visitar las calles en pocas ocasiones lograba hacerlo en compañía de sus iguales. Las morras y sirvientas que su tío trataba como inferiores y que a él le parecían bellos seres que con dicha habían nacido donde la escases de dinero les permitió encontrar la humildad.
Escucho en la lejanía insulsas provenientes de aquel que debía bajo su yugo ejercer la justicia más aquel como otros días resaltaba por su escases y el abuso y la corrupción se vestían con sus prendas más ostentosas retando con zumba a los justos. La gente comenzó a congregarse entorno a aquellos que sobre corceles sujetaban las bridas intentando abrirse paso entre el gentío. Ofensas y estrafalarias palabras tañeron las calles antes cálidas y tranquilas. Los caballos piafaban y de las cujas de los jinetes asomaban las lanzas y espadas que hacían zumbar sobre las cabezas de los desdichados que creyéndose una multitud pretendían detenerles el paso.
Se abrió paso recibiendo empujones y codazos y observo con aire de impotencia la escena que frente a sus ojos tenía lugar. Sangrienta masacre de moral, el dogal sujetaba sus manos y sus pies intentaban aferrarse al suelo mientras los caballos no por menos prominentes y musculosos halaban de ellos amenazando con golpear sus rostros con sus casquillos y herraduras de verse en la necesidad de retroceder. Se abrió paso al escuchar el llanto del pequeño que junto con una de sus sirvientas, como decía su tío y no el, eran arrastrados por sendos y colosos animales.
-¡Adele!- exclamo, abriéndose paso hasta llegar junto a ella. Impensable era creer que dicha mujer hubiese cometido un crimen tan atroz para ser tratada de aquella manera. La mujer a su vez le volteo a ver con el rostro enjuagado en lágrimas y las muñecas del color del arrebol indicándole que a punto estaban ya de comenzar a verter como ríos de cristalina agua la sangre que por sus venas corría. Y en su rostro fue tangible la molestia y descontento que aquella escena causaba en su ser. Irreverente que hijos de Dios e iguales se comportaran como poco menos que animales.
-¡deténgase en este momento!- bramo a los cielos caminando con esfuerzo a un lado del adusto hombre que sujetaba las riendas del animal. La gente tras de él amenazaba con arrojarlo bajo los cascos del caballo pues entre el enojo y el revuelo incapaces eran ya de mantener un orden, a un lado de el cayo un hombre que pronto chillo al ser pateado por el animal y aquella acción se le atribuyo a su jinete. Enardecida estaba la multitud y justicia de su propia mano deseaban probar -¡por amor de Dios, alto!- y tras de eso un golpe seco que lo obligo a caer al suelo y ser pisoteado por el gentío mientras sus labios probaban su propia sangre que vertiginosa caía desde su nariz.
Escucho en la lejanía insulsas provenientes de aquel que debía bajo su yugo ejercer la justicia más aquel como otros días resaltaba por su escases y el abuso y la corrupción se vestían con sus prendas más ostentosas retando con zumba a los justos. La gente comenzó a congregarse entorno a aquellos que sobre corceles sujetaban las bridas intentando abrirse paso entre el gentío. Ofensas y estrafalarias palabras tañeron las calles antes cálidas y tranquilas. Los caballos piafaban y de las cujas de los jinetes asomaban las lanzas y espadas que hacían zumbar sobre las cabezas de los desdichados que creyéndose una multitud pretendían detenerles el paso.
Se abrió paso recibiendo empujones y codazos y observo con aire de impotencia la escena que frente a sus ojos tenía lugar. Sangrienta masacre de moral, el dogal sujetaba sus manos y sus pies intentaban aferrarse al suelo mientras los caballos no por menos prominentes y musculosos halaban de ellos amenazando con golpear sus rostros con sus casquillos y herraduras de verse en la necesidad de retroceder. Se abrió paso al escuchar el llanto del pequeño que junto con una de sus sirvientas, como decía su tío y no el, eran arrastrados por sendos y colosos animales.
-¡Adele!- exclamo, abriéndose paso hasta llegar junto a ella. Impensable era creer que dicha mujer hubiese cometido un crimen tan atroz para ser tratada de aquella manera. La mujer a su vez le volteo a ver con el rostro enjuagado en lágrimas y las muñecas del color del arrebol indicándole que a punto estaban ya de comenzar a verter como ríos de cristalina agua la sangre que por sus venas corría. Y en su rostro fue tangible la molestia y descontento que aquella escena causaba en su ser. Irreverente que hijos de Dios e iguales se comportaran como poco menos que animales.
-¡deténgase en este momento!- bramo a los cielos caminando con esfuerzo a un lado del adusto hombre que sujetaba las riendas del animal. La gente tras de él amenazaba con arrojarlo bajo los cascos del caballo pues entre el enojo y el revuelo incapaces eran ya de mantener un orden, a un lado de el cayo un hombre que pronto chillo al ser pateado por el animal y aquella acción se le atribuyo a su jinete. Enardecida estaba la multitud y justicia de su propia mano deseaban probar -¡por amor de Dios, alto!- y tras de eso un golpe seco que lo obligo a caer al suelo y ser pisoteado por el gentío mientras sus labios probaban su propia sangre que vertiginosa caía desde su nariz.
Cyrille Vezier- Humano Clase Alta
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Re: La corrupción se viste de gala [Lázsló]
Entre sus manos llevaba tres melocotones, uno para él y dos para regalar a algún par de niños que se topara por ahí y se vieran igual o peor que él, los acababa de robar de un puesto por lo que iba con paso apresurado y sin mirar atrás hasta que notó que gente lo rebasaba corriendo, se detuvo a observar cuando a su lado pasó un viejo conocido de las calles.
-¡László!, ¡László! –exclamó el otro -¿qué haces ahí parado?, hay unos gendarmes a caballo que se quieren llevar a alguien… -dijo y siguió su camino corriendo para llegar a tiempo a la revuelta, el chico se quedó unos segundos pensando en lo que acababa de escuchar para soltar la fruta y seguir a su amigo, corriendo también.
Al llegar al lugar de los hechos notó el gentío que se arremolinaba, dio uno o dos saltos para poder ver, tarea que le resultó inútil, bufó y empezó a empujar gente para abrirse paso, muchos lo volteaban a ver y solos se hacían a un lado, era bien conocido entre la gente que, como él, se había criado en los escalones más bajos de la sociedad, y era bien sabido de sus intenciones idealistas y su agresiva forma de tratar de conseguir esos ideales, si alguien podía plantarse frente a los policías a caballo, ese él, que a pesar de su juventud era más temerario que hombres que le doblaban la edad.
Se quedó un momento atento, mirando a la mujer en el suelo, siguiendo el trazado de la cuerda hasta ver al jinete que se asía a ella con fuerza, comprendió lo que pasaba, iba a actuar cuando escuchó que alguien intervenía, su mirada se desvío a esa figura emergente, iba vestido sencillamente pero no pudo evitar notar que las telas de sus ropas no eran nada parecido a la de las suyas y su gente, arqueó una ceja esperando ver qué hacía cuando después de proferir un par de palabras cayó también, tomó aquello como la venia para actuar. Dio un paso al frente aunque fue más bien empujado para hacerlo, pues atrás de él la muchedumbre parecía empujarse unos contra otros sin razón.
-¡Hey! –señaló con el índice a uno de los jinetes-, ¿qué creen que están haciendo? –su voz, alta y rabiosa por un momento fue lo único que se escuchó, aunque el ruido de las voces desordenadas regresó un segundo después-, ¡suéltenla! –se agachó al lado de la mujer para tratar de aflojar el agarre, a su costado estaba aquel que intentó hacer algo y ahora sólo sangraba de la nariz-. ¡Atrás! –gritó a la gente que amenazaba con pisarlos, se puso de pie y extendió los brazos-, ¿qué hacen ahí parados?, esta gente cree que por tener permiso de Su Majestad… –aquello último lo había dicho con tono claramente de burla – …pueden humillarnos así, tomen una piedra y saquémoslos de aquí –señaló a los jinetes, estaba incitando, como era su costumbre, a propinar justicia por mano propia, no le importaba saber los detalles, sólo quería a esa gente, a la representación de la autoridad, alejada de su territorio, pues inconscientemente relacionaba en un chasquido cualquier figura de poder con maldad intrínseca-, ¡somos más!, ¡ellos deben temernos a nosotros! –tanto multitud como policías se quedaron por un momento atentos al discurso de aquel joven de insignificante apariencia pero palabras incendiarias.
-¡László!, ¡László! –exclamó el otro -¿qué haces ahí parado?, hay unos gendarmes a caballo que se quieren llevar a alguien… -dijo y siguió su camino corriendo para llegar a tiempo a la revuelta, el chico se quedó unos segundos pensando en lo que acababa de escuchar para soltar la fruta y seguir a su amigo, corriendo también.
Al llegar al lugar de los hechos notó el gentío que se arremolinaba, dio uno o dos saltos para poder ver, tarea que le resultó inútil, bufó y empezó a empujar gente para abrirse paso, muchos lo volteaban a ver y solos se hacían a un lado, era bien conocido entre la gente que, como él, se había criado en los escalones más bajos de la sociedad, y era bien sabido de sus intenciones idealistas y su agresiva forma de tratar de conseguir esos ideales, si alguien podía plantarse frente a los policías a caballo, ese él, que a pesar de su juventud era más temerario que hombres que le doblaban la edad.
Se quedó un momento atento, mirando a la mujer en el suelo, siguiendo el trazado de la cuerda hasta ver al jinete que se asía a ella con fuerza, comprendió lo que pasaba, iba a actuar cuando escuchó que alguien intervenía, su mirada se desvío a esa figura emergente, iba vestido sencillamente pero no pudo evitar notar que las telas de sus ropas no eran nada parecido a la de las suyas y su gente, arqueó una ceja esperando ver qué hacía cuando después de proferir un par de palabras cayó también, tomó aquello como la venia para actuar. Dio un paso al frente aunque fue más bien empujado para hacerlo, pues atrás de él la muchedumbre parecía empujarse unos contra otros sin razón.
-¡Hey! –señaló con el índice a uno de los jinetes-, ¿qué creen que están haciendo? –su voz, alta y rabiosa por un momento fue lo único que se escuchó, aunque el ruido de las voces desordenadas regresó un segundo después-, ¡suéltenla! –se agachó al lado de la mujer para tratar de aflojar el agarre, a su costado estaba aquel que intentó hacer algo y ahora sólo sangraba de la nariz-. ¡Atrás! –gritó a la gente que amenazaba con pisarlos, se puso de pie y extendió los brazos-, ¿qué hacen ahí parados?, esta gente cree que por tener permiso de Su Majestad… –aquello último lo había dicho con tono claramente de burla – …pueden humillarnos así, tomen una piedra y saquémoslos de aquí –señaló a los jinetes, estaba incitando, como era su costumbre, a propinar justicia por mano propia, no le importaba saber los detalles, sólo quería a esa gente, a la representación de la autoridad, alejada de su territorio, pues inconscientemente relacionaba en un chasquido cualquier figura de poder con maldad intrínseca-, ¡somos más!, ¡ellos deben temernos a nosotros! –tanto multitud como policías se quedaron por un momento atentos al discurso de aquel joven de insignificante apariencia pero palabras incendiarias.
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Re: La corrupción se viste de gala [Lázsló]
La voz victoriosa y pomposa que resonó por encima de las voces y murmullos de la multitud encontró alojamiento en su interior en un lugar entre el desconcierto, el asombro y la repulsión. Bien se le había enseñado a no juzgar a las personas y dejar dicha labor a aquel que desde los cielos logra observarlo todo y comprender más allá del acto mismo su principio, él por otro lado no era ningún juez ni profeta para pretender deducir por lo que sus ojos veían lo que realmente era y se escondía. Tambaleante se levanto con una mano sobre el rostro para contener los hilachos de escarlatina sangre que como en una carrera intentaban perecer por su mentón unos antes que otros, intentaba contener la sangre y esta encontraba camino entre sus dedos desapareciendo donde la tela censuraba su pecho.
Observo con mirada inconforme al joven que a un lado de el pretendía armar una güerilla en aquel preciso lugar aquello no los volvería mejores personas que las que montadas en corceles intentaban aun abrirse camino y desaparecer en dirección desconocida para entregar a aquellos delincuentes que sin haber cometido un crimen mayor que nacer en cuna humilde condenados serian como impíos y ladrones –hablas como si una tropa quisieras comandar- susurro con el metálico sabor de su sangre compungiendo su rostro, un sabor inusual que no estaba acostumbrado a degustar –ellos no son tu ejercito- se postro a un lado de Adele quien con gesto alarmante y apresurado comenzó a limpiar la sangre de su rostro con dilección y cuidado. No solo el sobrino de su señor sino aquel que hacía de su estancia en aquella casa más amena y gratificante con lacrimosas y alegres sonatas que según el día y su estado emocional retumbaban en cada habitación del lugar.
-mi niño…es que su tío se enojara. Detenga esta riña y déjenos ir con dignidad- y mientras aquella palabras emergieron de labios de la mujer sus manos recorrieron una y mil veces su rostro en un intento de limpiar la sangre que se encontraba ahora esparcida por su piel -¡no digas tonterías! Los inocentes no son sometidos a juicios- ni en los cielos ni en la tierra. Sus manos se aferraron al dogal que oprimía con osco gesto barbárico las manos de tan delicado ser y tirando de estas con fuerza no logro sino quemar las palmas de sus manos en un inútil intento de liberarla. Difícil era su labor moviéndose para no ser aplastado bajo los casquillos de los caballos, esquivando los puños enfurecidos de la multitud y tratando por cualquier medio liberar a su amiga y conocida.
Un lastimero grito de dolor afloro de los labios del jinete, el causante cayo a sus pies, una roca de buen tamaño había golpeado su rostro abriendo en algún punto oculto por su cabello la piel. Nadie estaba libre de pecado y sin embargo ellos pretendían hacerse mejores por medio de lo que a sus ojos era juzgable, reprochable y condenable. Observo en derredor agachándose para esquivar una segunda piedra arrojada en aquella dirección -¡los van a lastimar!- su voz ahilada se extinguió apenas nació y pereció ante el suelo sobre el cual postraba sus pies. Perdido estaba en aquel laberinto sin inicio ni fin con vueltas que dirigían solo a la violencia y al hombre primitivo.
El hombre bajo de su corcel con un tosco salto que lo planto en el suelo como a una estatua, blandía su lanza en dirección a aquel que había osado enardecer a la multitud en su contra y aprovechando la distracción comenzó a rebuscar un cuchillo con que cortar el dogal.
Observo con mirada inconforme al joven que a un lado de el pretendía armar una güerilla en aquel preciso lugar aquello no los volvería mejores personas que las que montadas en corceles intentaban aun abrirse camino y desaparecer en dirección desconocida para entregar a aquellos delincuentes que sin haber cometido un crimen mayor que nacer en cuna humilde condenados serian como impíos y ladrones –hablas como si una tropa quisieras comandar- susurro con el metálico sabor de su sangre compungiendo su rostro, un sabor inusual que no estaba acostumbrado a degustar –ellos no son tu ejercito- se postro a un lado de Adele quien con gesto alarmante y apresurado comenzó a limpiar la sangre de su rostro con dilección y cuidado. No solo el sobrino de su señor sino aquel que hacía de su estancia en aquella casa más amena y gratificante con lacrimosas y alegres sonatas que según el día y su estado emocional retumbaban en cada habitación del lugar.
-mi niño…es que su tío se enojara. Detenga esta riña y déjenos ir con dignidad- y mientras aquella palabras emergieron de labios de la mujer sus manos recorrieron una y mil veces su rostro en un intento de limpiar la sangre que se encontraba ahora esparcida por su piel -¡no digas tonterías! Los inocentes no son sometidos a juicios- ni en los cielos ni en la tierra. Sus manos se aferraron al dogal que oprimía con osco gesto barbárico las manos de tan delicado ser y tirando de estas con fuerza no logro sino quemar las palmas de sus manos en un inútil intento de liberarla. Difícil era su labor moviéndose para no ser aplastado bajo los casquillos de los caballos, esquivando los puños enfurecidos de la multitud y tratando por cualquier medio liberar a su amiga y conocida.
Un lastimero grito de dolor afloro de los labios del jinete, el causante cayo a sus pies, una roca de buen tamaño había golpeado su rostro abriendo en algún punto oculto por su cabello la piel. Nadie estaba libre de pecado y sin embargo ellos pretendían hacerse mejores por medio de lo que a sus ojos era juzgable, reprochable y condenable. Observo en derredor agachándose para esquivar una segunda piedra arrojada en aquella dirección -¡los van a lastimar!- su voz ahilada se extinguió apenas nació y pereció ante el suelo sobre el cual postraba sus pies. Perdido estaba en aquel laberinto sin inicio ni fin con vueltas que dirigían solo a la violencia y al hombre primitivo.
El hombre bajo de su corcel con un tosco salto que lo planto en el suelo como a una estatua, blandía su lanza en dirección a aquel que había osado enardecer a la multitud en su contra y aprovechando la distracción comenzó a rebuscar un cuchillo con que cortar el dogal.
Cyrille Vezier- Humano Clase Alta
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Re: La corrupción se viste de gala [Lázsló]
Con gritos y alzando sus puños flacuchos como antenas al cielo, László seguía incentivando a la gente, tenía demasiada ira contenida y buscaba a cada momento poder sacarla, el problema era que una vez que abría una compuerta para ese fin, el enojo y la furia salían a raudales, de su boca y sus manos, profiriendo insultos y consignas y propinando golpes y empujones. Miró al chico que antes estaba tirado, lucía tan consternado como cualquiera que no perteneciera a ese lugar, y la sangre en su rostro lucía completamente fuera de lugar, sus ropas finas y su tez perfecta no encajaban ahí, por un segundo, al observarlo así, sonrió de lado para luego mirarlo con furia.
-No son mi ejercito –afirmó usando las mismas palabras que el otro-, pero tampoco somos tus sirvientes –lo empujó, no tan fuerte como para tirarlo pero sí lo suficiente para hacerlo a un lado, después lo ignoró otra vez y siguió incentivando a la gente-. ¡Nos tratan peor que basura! –gritó el momento previo a que el silbido en el aire cruzara por encima de las cabezas de todos, la primera piedra había salido disparada y había dado en el blanco.
-Ellos harían lo mismo con nosotros –se giró y dijo con tono severo cuando escuchó a aquel que consideraba un intruso más decir que los lastimarían, según László, esas figuras de autoridad merecían eso y más -¿por qué nos habríamos de tentar el corazón si ellos no lo harían? –lo señaló con el índice y lo miró con ese par de ojos color cielo afilados como dagas, iba a decir algo más, agregar algún insulto, decirle lo mucho que odiaba a los de su clase. Tenía tantas cosas que decir que al final nunca decía nada, como si una multitud, como la que se arremolinaba ese día en esas calles, tratara de salir por una puerta estrecha y al final nadie pudiera hacerlo, de ese modo sus ideas parecían trabajar en su cerebro, más cuando estaba frente a policías y gente de las clases privilegiadas, podía escupirles en la cara sin sentirse culpable, de ese tamaño era su desprecio. No pudo, sin embargo, continuar pues cuando lo notó tenía la punta de una lanza en el hueco que se formaba en su cuello y el pecho, donde el esternón comienza.
Soltó una carcajada y miró retador a aquel que lo amenazaba.
-¡Mátame! –dijo temerario, alzando los brazos indicando que ni las manos metería y no borró esa sonrisa socarrona de su rostro-, si lo haces, ellos se encargarían de ti –creía firmemente que si moría de aquel modo absurdo al menos su muerte significaría algo, incentivaría a la gente, sabía que aquel policía, aquel peón de ese juego corrupto, no lo iba a hacer, no en frente de tantos ojos. Dio un vistazo a la escena enrarecida, digna de un cuadro de Hieronymus Bosch, a los rostros de los que, como él, no conocían otra cosa que la miseria y el mal trato, también vio a ese que aunque lucía más pulcro y educado había demostrado no querer presenciar una escena tan grotesca como lo que estaba a punto de suceder, o estaba sucediendo, mejor dicho, y luego al policía que lo amenazaba con una lanza, su mirada, a pesar de todo, denotaba miedo, porque no era más que un hombre que seguía órdenes, pero László siempre admiraría a aquellos que aunque tuvieran que seguir una orden de un amo o de la misma corona, declinaran las armas y se unieran al pueblo, pues después de todo, todos venían de un mismo origen, sus métodos podían ser provocadores y subversivos, pero sus ideales eran no sólo claros, sino también nobles, sólo creía que al fuego, con fuego debía combatirse.
-No son mi ejercito –afirmó usando las mismas palabras que el otro-, pero tampoco somos tus sirvientes –lo empujó, no tan fuerte como para tirarlo pero sí lo suficiente para hacerlo a un lado, después lo ignoró otra vez y siguió incentivando a la gente-. ¡Nos tratan peor que basura! –gritó el momento previo a que el silbido en el aire cruzara por encima de las cabezas de todos, la primera piedra había salido disparada y había dado en el blanco.
-Ellos harían lo mismo con nosotros –se giró y dijo con tono severo cuando escuchó a aquel que consideraba un intruso más decir que los lastimarían, según László, esas figuras de autoridad merecían eso y más -¿por qué nos habríamos de tentar el corazón si ellos no lo harían? –lo señaló con el índice y lo miró con ese par de ojos color cielo afilados como dagas, iba a decir algo más, agregar algún insulto, decirle lo mucho que odiaba a los de su clase. Tenía tantas cosas que decir que al final nunca decía nada, como si una multitud, como la que se arremolinaba ese día en esas calles, tratara de salir por una puerta estrecha y al final nadie pudiera hacerlo, de ese modo sus ideas parecían trabajar en su cerebro, más cuando estaba frente a policías y gente de las clases privilegiadas, podía escupirles en la cara sin sentirse culpable, de ese tamaño era su desprecio. No pudo, sin embargo, continuar pues cuando lo notó tenía la punta de una lanza en el hueco que se formaba en su cuello y el pecho, donde el esternón comienza.
Soltó una carcajada y miró retador a aquel que lo amenazaba.
-¡Mátame! –dijo temerario, alzando los brazos indicando que ni las manos metería y no borró esa sonrisa socarrona de su rostro-, si lo haces, ellos se encargarían de ti –creía firmemente que si moría de aquel modo absurdo al menos su muerte significaría algo, incentivaría a la gente, sabía que aquel policía, aquel peón de ese juego corrupto, no lo iba a hacer, no en frente de tantos ojos. Dio un vistazo a la escena enrarecida, digna de un cuadro de Hieronymus Bosch, a los rostros de los que, como él, no conocían otra cosa que la miseria y el mal trato, también vio a ese que aunque lucía más pulcro y educado había demostrado no querer presenciar una escena tan grotesca como lo que estaba a punto de suceder, o estaba sucediendo, mejor dicho, y luego al policía que lo amenazaba con una lanza, su mirada, a pesar de todo, denotaba miedo, porque no era más que un hombre que seguía órdenes, pero László siempre admiraría a aquellos que aunque tuvieran que seguir una orden de un amo o de la misma corona, declinaran las armas y se unieran al pueblo, pues después de todo, todos venían de un mismo origen, sus métodos podían ser provocadores y subversivos, pero sus ideales eran no sólo claros, sino también nobles, sólo creía que al fuego, con fuego debía combatirse.
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Re: La corrupción se viste de gala [Lázsló]
Trastabillo ante aquel gesto de tangible violencia en su contra y sin embargo nada hizo para detener o frenar aquel impulso y su cuerpo sin más fue a dar a donde debía ir a dar. Alzó la mirada antes serena rebosante ahora de inconformidad –porque no somos como ellos, tan cegado estas con tu odio que no lo logras ver. El poder de las masas no yace en la violencia- alzó la voz más no lo suficiente para entonar el alalí, no esperaba un cambio abrupto de tan insurrecto ser de forma que la única salida factible para aquellos inocentes que yacían aun condenados al suelo era que el mismo tomase las riendas de la situación.
Aprovecho el descuido del adusto hombre de bajar a escarmentar a aquel pillo para rebuscar en su montura algún cuchillo o jifero con que desatar las cuerdas de la humillación. Tan mal estaba la humanidad que los hombres debían cometer aquellos actos de jerarquización para asentar su poderío y pavonearse ante los demás, tan mal estaba la humanidad que el pueblo se negaba a la paz y unos cuantos poseían aquello que decían repudiar en cada palabra pronunciada al cielo, manaban de sus labios como veneno que intoxicaba a los demás. Negó, si Dios no había perdido su fe en las personas no debía hacerlo tampoco él pues a fin de cuentas pertenecía a ellos más que nadie.
Encontró una daga escondida en la montura con falta de cuidado, el mango sobresalía por un costado y la punta era visible de haberse visto de otro ángulo. Sacó el arma de su escondite y con rapidez se dirigió con Adele y el pequeño que antes asustado se había entregado ya a su fatal destino –desata las cuerdas y ve a casa, llévalo también a él y dale algo de comer. Ahí no los encontraran- susurro cerca del oído de la mujer quien con acciones presurosas sujeto entre sus manos la daga para comenzar a cortar aquel osco agarre que amenazaba con cortarle la circulación, si no es que lo había hecho ya.
Cyrille se levanto aturdido aun por la rapidez con que sucedían las cosas, acostumbrado estaba el a recapacitar cada una de sus acciones antes de cometerlas, sus actos yacían sustentados en la biblia y el buen hacer y ahora, en un momento de verdadera necesidad su cerebro no lograba encontrar el hilo invisible que todo lo unía. El aire cargado de guerra e injurias le era difícil de respirar. El hombre que había enardecido a la multitud se encontraba ahora expuesto al filo de la lanza sujeta por aquel que había recibido la pedrada. La ley de Dios le negaba todo acto de violencia ¿cómo entonces liberar al incitador?
Trepó al caballo con esfuerzo y torpeza, Adele y el pequeño se habían marchado ya, esperaba, a algún lugar seguro y quedarse en aquel lugar no hubiese sido una opción ni por un segundo. Golpeo con suavidad las costillas del animal para hacerlo avanzar con rapidez en dirección al hombre que amenazaba con atravesar al otro. Su idea esque se moviese por el temor de ser aplastado y si no resultaba, trago en seco, no quería cargar con una muerte sobre su espalda -¡cuidado!- bramó para asegurarse de no aplastarlo, ni a él ni a nadie más.
Aprovecho el descuido del adusto hombre de bajar a escarmentar a aquel pillo para rebuscar en su montura algún cuchillo o jifero con que desatar las cuerdas de la humillación. Tan mal estaba la humanidad que los hombres debían cometer aquellos actos de jerarquización para asentar su poderío y pavonearse ante los demás, tan mal estaba la humanidad que el pueblo se negaba a la paz y unos cuantos poseían aquello que decían repudiar en cada palabra pronunciada al cielo, manaban de sus labios como veneno que intoxicaba a los demás. Negó, si Dios no había perdido su fe en las personas no debía hacerlo tampoco él pues a fin de cuentas pertenecía a ellos más que nadie.
Encontró una daga escondida en la montura con falta de cuidado, el mango sobresalía por un costado y la punta era visible de haberse visto de otro ángulo. Sacó el arma de su escondite y con rapidez se dirigió con Adele y el pequeño que antes asustado se había entregado ya a su fatal destino –desata las cuerdas y ve a casa, llévalo también a él y dale algo de comer. Ahí no los encontraran- susurro cerca del oído de la mujer quien con acciones presurosas sujeto entre sus manos la daga para comenzar a cortar aquel osco agarre que amenazaba con cortarle la circulación, si no es que lo había hecho ya.
Cyrille se levanto aturdido aun por la rapidez con que sucedían las cosas, acostumbrado estaba el a recapacitar cada una de sus acciones antes de cometerlas, sus actos yacían sustentados en la biblia y el buen hacer y ahora, en un momento de verdadera necesidad su cerebro no lograba encontrar el hilo invisible que todo lo unía. El aire cargado de guerra e injurias le era difícil de respirar. El hombre que había enardecido a la multitud se encontraba ahora expuesto al filo de la lanza sujeta por aquel que había recibido la pedrada. La ley de Dios le negaba todo acto de violencia ¿cómo entonces liberar al incitador?
Trepó al caballo con esfuerzo y torpeza, Adele y el pequeño se habían marchado ya, esperaba, a algún lugar seguro y quedarse en aquel lugar no hubiese sido una opción ni por un segundo. Golpeo con suavidad las costillas del animal para hacerlo avanzar con rapidez en dirección al hombre que amenazaba con atravesar al otro. Su idea esque se moviese por el temor de ser aplastado y si no resultaba, trago en seco, no quería cargar con una muerte sobre su espalda -¡cuidado!- bramó para asegurarse de no aplastarlo, ni a él ni a nadie más.
Cyrille Vezier- Humano Clase Alta
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Re: La corrupción se viste de gala [Lázsló]
El otro, aquel que parecía no pertenecer al sórdido mundo de las calles dijo algo, algo que László no quiso escuchar, simplemente lo ignoró, porque siempre hacía eso, escuchaba lo que quería, para hacer lo que le placiera, o lo que creía correcto. En esencia sus ideales eran nobles, el problema venía cuando los quería llevar a cabo de ese modo tan arrojado, y cuando no aceptaba otro método que no fuera el suyo. Era el puño o nada.
Su concentración ahora estaba en la lanza que apuntaba directo a su cuello, en como sonreír más retadoramente posible, con los brazos abiertos, completamente entregado a una causa sin pies ni cabeza, incitando al resto a ejercer justicia por mano propia porque para él no había otro tipo de ley. Movió los ojos para ver lo que sucedía a su alrededor, la gente con sus rostros enrarecidos, una mezcla de temor y furia, y no podía culparlo si la corona y la autoridad, hambrientos de poder, se olvidaban de ellos y los relegaban al olvido, y ahí mismo, en la revuelta, aquel joven que liberaba a la mujer y al chiquillo, aunque sus ropas le dijeran lo contrario, no resultaba ser tan malo. Ese era otro de sus grandes problemas, juzgaba sólo por la forma de vestir, no veía en escala de grises, todo era blanco y negro para él, si se era rico y afortunado por ende y en automático se llevaba consigo una maldad intrínseca, y viceversa, no podía concebir que hubiera gente adinerada de buen corazón y gente como él que robaba y mataba sólo por el placer de hacerlo, gente que caería en la categoría de maldad sin ningún problema.
Regresó la mirada al gendarme que parecía demasiado nervioso como para sostener la lanza con firmeza, quizá asustado de lo que László mismo había advertido, si le hacía algo, la multitud enardecida se encargaría de él.
-¡Vamos! –retó una vez más aventando ligeramente el cuerpo hacia adelante para que el filo tocara su tatuada piel, pero el policía dio un paso hacia atrás confirmando sus sospechas, comenzó a reír, a burlarse descaradamente de su atacante, y la risa por sobre las voces y los gritos terminó por darle el toque de absurdez a la escena. Pero ahí no acabaría, claro, escuchó un relinchido y cuando giró la vista vio a un caballo venir hacia él, y hacia aquel que sostenía la lanza.
-¡¿Qué haces?! –alcanzó a gritar antes de dar un brinco a un lado para evitar que las herraduras del animal le rompieran la cara, pudo ver que aquel que cabalgaba era el mismo que momentos antes había liberado a los falsamente acusados. La gente se disipó también, todos corrieron en todas direcciones para no ser alcanzados por aquel corcel endemoniado.
Por fortuna para él, el alboroto provocó que no estuviera más a merced de la lanza y el lancero, se puso de pie rápidamente y se sacudió la ropa sólo por hacerlo, pues más mugrosa ésta no podía estar y giró la cabeza buscando al policía y al jinete que, no sabía si a propósito o no, le había salvado la vida; porque podía ser todo lo provocador, salvaje e impetuoso que él quisiera, pero también sabía ser agradecido, porque esa era otra ley de la calle.
Su concentración ahora estaba en la lanza que apuntaba directo a su cuello, en como sonreír más retadoramente posible, con los brazos abiertos, completamente entregado a una causa sin pies ni cabeza, incitando al resto a ejercer justicia por mano propia porque para él no había otro tipo de ley. Movió los ojos para ver lo que sucedía a su alrededor, la gente con sus rostros enrarecidos, una mezcla de temor y furia, y no podía culparlo si la corona y la autoridad, hambrientos de poder, se olvidaban de ellos y los relegaban al olvido, y ahí mismo, en la revuelta, aquel joven que liberaba a la mujer y al chiquillo, aunque sus ropas le dijeran lo contrario, no resultaba ser tan malo. Ese era otro de sus grandes problemas, juzgaba sólo por la forma de vestir, no veía en escala de grises, todo era blanco y negro para él, si se era rico y afortunado por ende y en automático se llevaba consigo una maldad intrínseca, y viceversa, no podía concebir que hubiera gente adinerada de buen corazón y gente como él que robaba y mataba sólo por el placer de hacerlo, gente que caería en la categoría de maldad sin ningún problema.
Regresó la mirada al gendarme que parecía demasiado nervioso como para sostener la lanza con firmeza, quizá asustado de lo que László mismo había advertido, si le hacía algo, la multitud enardecida se encargaría de él.
-¡Vamos! –retó una vez más aventando ligeramente el cuerpo hacia adelante para que el filo tocara su tatuada piel, pero el policía dio un paso hacia atrás confirmando sus sospechas, comenzó a reír, a burlarse descaradamente de su atacante, y la risa por sobre las voces y los gritos terminó por darle el toque de absurdez a la escena. Pero ahí no acabaría, claro, escuchó un relinchido y cuando giró la vista vio a un caballo venir hacia él, y hacia aquel que sostenía la lanza.
-¡¿Qué haces?! –alcanzó a gritar antes de dar un brinco a un lado para evitar que las herraduras del animal le rompieran la cara, pudo ver que aquel que cabalgaba era el mismo que momentos antes había liberado a los falsamente acusados. La gente se disipó también, todos corrieron en todas direcciones para no ser alcanzados por aquel corcel endemoniado.
Por fortuna para él, el alboroto provocó que no estuviera más a merced de la lanza y el lancero, se puso de pie rápidamente y se sacudió la ropa sólo por hacerlo, pues más mugrosa ésta no podía estar y giró la cabeza buscando al policía y al jinete que, no sabía si a propósito o no, le había salvado la vida; porque podía ser todo lo provocador, salvaje e impetuoso que él quisiera, pero también sabía ser agradecido, porque esa era otra ley de la calle.
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Re: La corrupción se viste de gala [Lázsló]
Ambos hombres se apartaron del camino no estipulado, o quizás fijado por Cyrille, que el caballo estaba a punto de seguir. Más no solo ellos se alejaron del brioso corcel, las personas antes enardecidas huían ahora del lugar porque cualquier dirección podía ser tomada por el animal para huir de aquella escena de masacre moral ¿Con qué ojos debía ver un siervo del señor aquella escena? Nadie en su sano o enfermo juicio debía ser capaz de permitir tal atrocidad y sin embargo gritar a viva voz por una revolución le parecía casi tan dramático como lanzarse bajo los casquillos de los caballos para impedir su andar. Ambas acciones llevaban un bien mayor más la muerte y la violencia no serían jamás la mejor solución.
-¡no lo se!- exclamo intentando maniobrar con el corcel pues no era su intensión llevar a cuestas a algún desdichado que se cruzara en el camino del animal. Sujeto entre sus enrojecidas manos las riendas que domaban al brioso ser y tirando de estas con suavidad detuvo su andar y su aproximado trote. Quizás aquellas clases de equitación a la que sus padres le habían obligado a asistir en antaño rendían ahora sus frutos pues en su momento le había parecido un extraño conocimiento que no le serviría sino para dar largos caminos por los huertos cuando en verdad le parecía de mayor provecho caminar.
Bajo con torpeza y rapidez, observando en derredor en búsqueda del jinete pues seguramente no estaría feliz de haber sido hurtado ¿Hurtado? ¡Jamás! Cyrille no robaba y en su vida planeaba hacerlo, antes morir de hambre que restarle los bienes, si bien superfluos, a alguien más que con esfuerzo y dedicación se había acido de ellos. Comenzó a avanzar con rapidez, un andar que se volvió un suave trote y pronto adquirió el la acción de correr, sus piernas se movían tambaleantes sobre el suelo y su rostro ahora aterrado buscaba refugio entre los demás rostros olvidados de la comunidad. Había cometido un acto tan impúdico que seguramente ahora debería rezar una decena de rosarios y algo más.
Palpo su nariz mientras se abría paso entre la gente que comenzaba a disiparse y quizás por primera vez fue consciente del dolor que le causaba -¡hey tu!- escucho gritar a sus espaldas y el hombre que antes había empuñado su lanza en contra del revolucionario lo apuntaba ahora con determinación y enojo. No lo pensó dos veces, ni siquiera lo pensó una vez, sus piernas comenzaron nuevamente a correr entre aquellas calles diminutas y callejuelas que hacían lucir a aquel lugar como un laberinto de paredes de piedra laja y suelos pedregosos ¿Por dónde andar ahora? Relamió sus labios que parecían don tierras en sequia ¿No sería más fácil indicar su posición social y vocación? ¿Qué diría la iglesia al saber que uno de aquellos mandamases de la ley había perseguido a un monaguillo por las calles parisinas? No, no planeaba usar eso como medio de escape pues los demás involucrados no poseían esos medios que la cuna alta le otorgaba a él.
Estaba huyendo, huía ahora por su libertad cuando antes había luchado por la de otros.
-¡no lo se!- exclamo intentando maniobrar con el corcel pues no era su intensión llevar a cuestas a algún desdichado que se cruzara en el camino del animal. Sujeto entre sus enrojecidas manos las riendas que domaban al brioso ser y tirando de estas con suavidad detuvo su andar y su aproximado trote. Quizás aquellas clases de equitación a la que sus padres le habían obligado a asistir en antaño rendían ahora sus frutos pues en su momento le había parecido un extraño conocimiento que no le serviría sino para dar largos caminos por los huertos cuando en verdad le parecía de mayor provecho caminar.
Bajo con torpeza y rapidez, observando en derredor en búsqueda del jinete pues seguramente no estaría feliz de haber sido hurtado ¿Hurtado? ¡Jamás! Cyrille no robaba y en su vida planeaba hacerlo, antes morir de hambre que restarle los bienes, si bien superfluos, a alguien más que con esfuerzo y dedicación se había acido de ellos. Comenzó a avanzar con rapidez, un andar que se volvió un suave trote y pronto adquirió el la acción de correr, sus piernas se movían tambaleantes sobre el suelo y su rostro ahora aterrado buscaba refugio entre los demás rostros olvidados de la comunidad. Había cometido un acto tan impúdico que seguramente ahora debería rezar una decena de rosarios y algo más.
Palpo su nariz mientras se abría paso entre la gente que comenzaba a disiparse y quizás por primera vez fue consciente del dolor que le causaba -¡hey tu!- escucho gritar a sus espaldas y el hombre que antes había empuñado su lanza en contra del revolucionario lo apuntaba ahora con determinación y enojo. No lo pensó dos veces, ni siquiera lo pensó una vez, sus piernas comenzaron nuevamente a correr entre aquellas calles diminutas y callejuelas que hacían lucir a aquel lugar como un laberinto de paredes de piedra laja y suelos pedregosos ¿Por dónde andar ahora? Relamió sus labios que parecían don tierras en sequia ¿No sería más fácil indicar su posición social y vocación? ¿Qué diría la iglesia al saber que uno de aquellos mandamases de la ley había perseguido a un monaguillo por las calles parisinas? No, no planeaba usar eso como medio de escape pues los demás involucrados no poseían esos medios que la cuna alta le otorgaba a él.
Estaba huyendo, huía ahora por su libertad cuando antes había luchado por la de otros.
Cyrille Vezier- Humano Clase Alta
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Re: La corrupción se viste de gala [Lázsló]
Mientras buscaba al alocado jinete emergente vio al que antes le apuntó con la lanza y no quiso averiguar nada, pues seguro lo arrestaría por ofender a la autoridad y quién sabe de qué otras cosas lo acusarían con tal de refundirlo de una vez por todas en la cárcel, ya se imaginaba al juez que en más de una ocasión le había dicho con hastío “¿otra vez tú?”, incluso creía que ya comenzaba a caerle bien al viejo hombre de peluca cana; ir a la cárcel no implicaba problema para él, pues la conocía y seguro sus amigos reclusos lo recibirían bien, pero esa tarde no estaba de humor. Emprendió la carrera perdiéndose entre puestos y calles estrechas, las cuáles conocía bien, ese que lo había salvado de ser atravesado por una alabarda se las tendría que arreglar solo.
-Es un niño rico –musitó László pensando en su salvador, como si esa sola cualidad, de la cual el pobre hombre referido ni siquiera tenía la culpa fuera suficiente motivo para no ser merecedor de su ayuda.
Se quedó quieto en una calle aledaña al mercado, una calle estrecha y empinada, empedrada y tan pequeña que era imposible que un caballo, mucho menos un carruaje pudiera transitar por ahí, pegó la espalda a una fría pared, pudo sentir no sólo la temperatura, sino la textura de la misma causa de su delgada y desgastada ropa y observó al sujeto de nariz sangrando corriendo seguido del necio policía con la pica. Giró los ojos, ese chico jamás conseguiría salir airoso de esa, si tan solo de verlo correr se veía a leguas que nunca había huido de nada en su vida.
-Niño rico –bufó repitiendo el adjetivo y se quedó atento, cuando el que huía pasó junto a la calle estrecha que servía de escondite para László, éste lo jaló con fuerza del brazo para que se uniera a él en ese sitio, antes de que el otro pudiera reaccionar si quiera y preguntar qué estaba pasando, con el índice en la boca, László le indicó silencio y miró de nuevo a la calle, el gendarme miraba a todos lados buscando al objetivo de su cacería, pero parecía que había desaparecido como tragado por la tierra.
-No son precisamente brillantes –László habló con un tono contenido, aún corrían peligro y no quería que lo escucharan, aunque por ahora parecían estar seguros, desde luego hablaba de los policías en general-, pero tienes suerte, este en particular parece ser el más idiota de todos –miró a su repentino acompañante y le sonrió de lado, retador aunque no era su intención, era simplemente la forma en cómo sonreía.
-No es nada –señaló su nariz, pero se refería a la del otro, que había dejado de sangrar pero había dejado un caminito carmesí en su rostro, se lo decía con conocimiento de causa, porque si de algo sabía, era de heridas, mismas que él muchas veces se tenía que curar a sí mismo-, pero sería bueno que te atendieras –añadió, porque sabía también que no todos eran como él, que no todos eran tan resistentes al daño físico.
-Gracias, no muchos de los de tu clase –dijo eso último con desprecio, no podía evitarlo, era la clase privilegiada la que le había arrebatado todo, o eso creía él al menos –hubieran hecho lo que tú hiciste –sin embargo con eso último aceptaba, aunque no tácitamente, que no todos eran tan malos como él quería verlos.
-Es un niño rico –musitó László pensando en su salvador, como si esa sola cualidad, de la cual el pobre hombre referido ni siquiera tenía la culpa fuera suficiente motivo para no ser merecedor de su ayuda.
Se quedó quieto en una calle aledaña al mercado, una calle estrecha y empinada, empedrada y tan pequeña que era imposible que un caballo, mucho menos un carruaje pudiera transitar por ahí, pegó la espalda a una fría pared, pudo sentir no sólo la temperatura, sino la textura de la misma causa de su delgada y desgastada ropa y observó al sujeto de nariz sangrando corriendo seguido del necio policía con la pica. Giró los ojos, ese chico jamás conseguiría salir airoso de esa, si tan solo de verlo correr se veía a leguas que nunca había huido de nada en su vida.
-Niño rico –bufó repitiendo el adjetivo y se quedó atento, cuando el que huía pasó junto a la calle estrecha que servía de escondite para László, éste lo jaló con fuerza del brazo para que se uniera a él en ese sitio, antes de que el otro pudiera reaccionar si quiera y preguntar qué estaba pasando, con el índice en la boca, László le indicó silencio y miró de nuevo a la calle, el gendarme miraba a todos lados buscando al objetivo de su cacería, pero parecía que había desaparecido como tragado por la tierra.
-No son precisamente brillantes –László habló con un tono contenido, aún corrían peligro y no quería que lo escucharan, aunque por ahora parecían estar seguros, desde luego hablaba de los policías en general-, pero tienes suerte, este en particular parece ser el más idiota de todos –miró a su repentino acompañante y le sonrió de lado, retador aunque no era su intención, era simplemente la forma en cómo sonreía.
-No es nada –señaló su nariz, pero se refería a la del otro, que había dejado de sangrar pero había dejado un caminito carmesí en su rostro, se lo decía con conocimiento de causa, porque si de algo sabía, era de heridas, mismas que él muchas veces se tenía que curar a sí mismo-, pero sería bueno que te atendieras –añadió, porque sabía también que no todos eran como él, que no todos eran tan resistentes al daño físico.
-Gracias, no muchos de los de tu clase –dijo eso último con desprecio, no podía evitarlo, era la clase privilegiada la que le había arrebatado todo, o eso creía él al menos –hubieran hecho lo que tú hiciste –sin embargo con eso último aceptaba, aunque no tácitamente, que no todos eran tan malos como él quería verlos.
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Re: La corrupción se viste de gala [Lázsló]
Avanzaba con vertiginosidad y torpeza entre las calles parisianas, enfocándose solo en donde sus pies iban a dar pues de cometer un movimiento en falso y terminar de bruces al suelo sus reflejos no le permitirían ponerse en pie y seguir la carrera, carrera que parecía por ahora ir ganando y en la cual no sabía cuánto más lograría mantenerse a la cabeza. Comenzó a pensar en lo que debería hacer de ser apresado, no conocía a muchas personas de aquel lugar, pues aunque en varias ocasiones había deseado acompañar al párroco a predicar con aquellos corderos descarriados la posibilidad había sido descartada en cuanto se había planteado al aire.
Una mano ajena sujeto su brazo e incapaz de negarse ante el brutal jalón termino en medio de dos estrechas paredes que le parecieron un refugio digno de la ocasión. Por un segundo pensó que aquella mano no existía y que aquella fuerza que le había guiado a aquel lugar no se debía sino a algún ángel guardián que le habían enviado desde los cielos para no perecer ante la injusticia humana. Sin embargo sus pensamientos se vieron suplidos por una realidad que le golpeo la cara con brutalidad. Se olvido algunos segundos de respirar.
Escucho sus palabras observándole con asombro y seriedad ¿brillantes? No había sido brillante ubicarse a un lado de un jinete enfurecido que con facilidad le habría deformado el rostro de haber podido, no había sido brillante liberar a dos presuntos culpables, no había sido brillante tomar prestado, porque y a fin de cuentas lo había regresado, el caballo de aquel jinete y definitivamente no era brillante hacer que el pueblo se alzara enardecido en contra de algunos cuantos que acataban solo ordenes de aquellos a quienes solo Dios debería juzgar. Definitivamente aquel hombre no era el único escaso de brillantez sin embargo el único que había obrado en contra de la bondad y la justicia.
Se llevo una mano a la nariz pasando por alto aquella sonrisa altiva e irónica que surcaba de forma socarrona los labios del rebelde y ahora salvador –no creo que sea muy difícil desinfectar- susurro sin planear atenderse con algún médico o especialista pues seguramente en casa Adele le aguardaba ya con un cuenco de agua y gasas con que socorrerle. Se preguntaba si ella y el niño habían acatado lo que le había pedido, en su casa no faltaba nunca comida y agua, su tío siquiera se percataría de su ausencia o de la presencia de un extraño y no mentía ni creía errar al asegurar que en aquel lugar jamás les buscarían. No solo por su apellido pero por la imagen pública que su tío se había forjado ¿Sería acaso capas de ayudar a dos culpables? Indudablemente la respuesta era no.
Si bien su rostro se había suavizado conforme el extraño había comenzado a hablar su ceño se frunció y sus cejas tupidas se unieron en un gesto gracioso e inusual y aun de aquella manera a su rostro le fue imposible reflejar con totalidad la molestia que comenzaba a sentir, quizás, porque tampoco la molestia era absoluta. Inspiro profundamente negando –pensé que un hombre que luchaba por el pueblo podía comprender mejor ¿repartir a las personas por clases? Aunque mi apellido crezca en cuna de oro mi alma se siente a gusto en las calles- asevero sin titubeo ni revuelo.
-aun así…- le indico asomando parte del rostro para asegurarse de aquel adusto hombre no patrullase ya los alrededores –gracias por haberme salvado de ese…- su lengua regreso el injurio que hasta a punto de emerger de sus labios y lo trago como una sopa espesa y de mal sabor –hombre- finalizo, creyendo no haber adjetivo más propio aunque desviado de la realidad -¿te has lastimado tu en medio de la riña?- le cuestiono recordando como la piedra había zumbado en su propio oído y con aquella latente vena de la solidaridad pensó en ayudarlo como a los demás.
Una mano ajena sujeto su brazo e incapaz de negarse ante el brutal jalón termino en medio de dos estrechas paredes que le parecieron un refugio digno de la ocasión. Por un segundo pensó que aquella mano no existía y que aquella fuerza que le había guiado a aquel lugar no se debía sino a algún ángel guardián que le habían enviado desde los cielos para no perecer ante la injusticia humana. Sin embargo sus pensamientos se vieron suplidos por una realidad que le golpeo la cara con brutalidad. Se olvido algunos segundos de respirar.
Escucho sus palabras observándole con asombro y seriedad ¿brillantes? No había sido brillante ubicarse a un lado de un jinete enfurecido que con facilidad le habría deformado el rostro de haber podido, no había sido brillante liberar a dos presuntos culpables, no había sido brillante tomar prestado, porque y a fin de cuentas lo había regresado, el caballo de aquel jinete y definitivamente no era brillante hacer que el pueblo se alzara enardecido en contra de algunos cuantos que acataban solo ordenes de aquellos a quienes solo Dios debería juzgar. Definitivamente aquel hombre no era el único escaso de brillantez sin embargo el único que había obrado en contra de la bondad y la justicia.
Se llevo una mano a la nariz pasando por alto aquella sonrisa altiva e irónica que surcaba de forma socarrona los labios del rebelde y ahora salvador –no creo que sea muy difícil desinfectar- susurro sin planear atenderse con algún médico o especialista pues seguramente en casa Adele le aguardaba ya con un cuenco de agua y gasas con que socorrerle. Se preguntaba si ella y el niño habían acatado lo que le había pedido, en su casa no faltaba nunca comida y agua, su tío siquiera se percataría de su ausencia o de la presencia de un extraño y no mentía ni creía errar al asegurar que en aquel lugar jamás les buscarían. No solo por su apellido pero por la imagen pública que su tío se había forjado ¿Sería acaso capas de ayudar a dos culpables? Indudablemente la respuesta era no.
Si bien su rostro se había suavizado conforme el extraño había comenzado a hablar su ceño se frunció y sus cejas tupidas se unieron en un gesto gracioso e inusual y aun de aquella manera a su rostro le fue imposible reflejar con totalidad la molestia que comenzaba a sentir, quizás, porque tampoco la molestia era absoluta. Inspiro profundamente negando –pensé que un hombre que luchaba por el pueblo podía comprender mejor ¿repartir a las personas por clases? Aunque mi apellido crezca en cuna de oro mi alma se siente a gusto en las calles- asevero sin titubeo ni revuelo.
-aun así…- le indico asomando parte del rostro para asegurarse de aquel adusto hombre no patrullase ya los alrededores –gracias por haberme salvado de ese…- su lengua regreso el injurio que hasta a punto de emerger de sus labios y lo trago como una sopa espesa y de mal sabor –hombre- finalizo, creyendo no haber adjetivo más propio aunque desviado de la realidad -¿te has lastimado tu en medio de la riña?- le cuestiono recordando como la piedra había zumbado en su propio oído y con aquella latente vena de la solidaridad pensó en ayudarlo como a los demás.
Cyrille Vezier- Humano Clase Alta
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Re: La corrupción se viste de gala [Lázsló]
A ojos de László, aquel muchacho lucía demasiado delicado, virtud que se acentuaba al estar rodeado del burdo ambiente de aquel barrio, como si él estuviera a colores en medio de un paisaje sepia, descolorido y sobre todo, desesperanzado, lo observó unos segundos más, la sangre era como una rasgadura a una pintura muy valiosa, por alguna razón creía que ese chico de ropa fina y modales que delataban su origen nunca había sangrado, no ese modo, no por esa razón.
Torció el gesto cuando lo escuchó hablar, se contuvo de darle un segundo empujón, un acto de autocontrol que su interlocutor no tenía idea del gran esfuerzo que para László significaba, pues si de algo pecaba, era de levantar el puño antes de usar las palabras, no lo hizo porque suponía, en su lógica lineal que ya había tenido suficiente castigo ese día (porque ser rico era un crimen que debía ser castigado), y porque si ejecutaba aquella acción el otro se estamparía contra la pared y lo podía lastimar en serio, tampoco quería eso; así que mantuvo las manos quietas a sus costados.
-Lucho por el pueblo –afirmó y lo señaló en ese punto donde los ojos se separan, se acercó tanto que el otro tuvo que hacerse para atrás hasta que su espalda estuvo pegada al muro-, los defiendo de los tuyos –espetó –que nos explotan, que se creen nuestros dueños –bajó la mano pero clavó sus ojos claros en los del pobre muchacho al que de pronto salvaba y luego amenazaba de esa forma-. No conozco a nadie de los tuyos... –dijo pero se interrumpió, pronunció aquellas palabras como si fueran unos apestados, un grupo de personas con lepra, hablaba con tanta pasión de eso porque toda su vida había escuchado a la clase privilegiada referirse así a los que eran como él, sacudió la cabeza y cerró los puños tan fuerte que sintió las uñas mugrosas clavarse en su carne –no conozco a nadie de los tuyos que nos tenga una pizca de respeto –hizo con la mano un ademán, con el índice y pulgar señaló una distancia cortísima –creen que somos animales de carga, pero incluso los bueyes tienen más nobleza que muchos de ustedes –bufó al terminar su breve pero acalorado discurso y desvió la mirada a un costado.
Así estuvo unos segundos sin mirarlo hasta que escuchó su voz de nuevo y boqueó algo pero no dijo nada, a pesar de todo lo que le estaba diciendo aquel chico se preocupaba por él, si estaba bien e íntegro, primero lo observó con expresión plana y poco a poco se fue dibujando una sonrisa en su rostro, una de expresión más suave, casi amigable. Quizá este sujeto era la excepción a la regla de la siempre hablaba la gente.
-Estoy bien –dijo –estoy acostumbrado –porque golpes y algunas raspaduras sí tenía, pero nada que antes no se hubiera presentado, tanto era así que extrañaba la sensación del ardor de la carne viva cuando, por alguna razón, no sufría de heridas. Sacudió las manos en su pantalón roído y estiró una con los dedos tan rectos que se curvaban un poco hacía atrás-, soy László, gracias por todo –hablo con tono monótono y severo, como un soldado, porque de cierto modo era uno, de un ejército desordenado y sin ley-, creo que deberías regresar a tu casa, un sitio como este no es para alguien como tú –su tono fue más reflexivo esta vez y asomó la cabeza como antes lo hiciera su acompañante, miró un lado y luego al otro –ya no hay de qué preocuparse, son parásitos… sólo hacen su trabajo cuando luce fácil, jamás buscan a un fugitivo por más de diez minutos –habló con seguridad, porque lo sabía bien, alguien que había huido tantas veces de la ley conocía bien sus movimientos, tiempos y modos.
Torció el gesto cuando lo escuchó hablar, se contuvo de darle un segundo empujón, un acto de autocontrol que su interlocutor no tenía idea del gran esfuerzo que para László significaba, pues si de algo pecaba, era de levantar el puño antes de usar las palabras, no lo hizo porque suponía, en su lógica lineal que ya había tenido suficiente castigo ese día (porque ser rico era un crimen que debía ser castigado), y porque si ejecutaba aquella acción el otro se estamparía contra la pared y lo podía lastimar en serio, tampoco quería eso; así que mantuvo las manos quietas a sus costados.
-Lucho por el pueblo –afirmó y lo señaló en ese punto donde los ojos se separan, se acercó tanto que el otro tuvo que hacerse para atrás hasta que su espalda estuvo pegada al muro-, los defiendo de los tuyos –espetó –que nos explotan, que se creen nuestros dueños –bajó la mano pero clavó sus ojos claros en los del pobre muchacho al que de pronto salvaba y luego amenazaba de esa forma-. No conozco a nadie de los tuyos... –dijo pero se interrumpió, pronunció aquellas palabras como si fueran unos apestados, un grupo de personas con lepra, hablaba con tanta pasión de eso porque toda su vida había escuchado a la clase privilegiada referirse así a los que eran como él, sacudió la cabeza y cerró los puños tan fuerte que sintió las uñas mugrosas clavarse en su carne –no conozco a nadie de los tuyos que nos tenga una pizca de respeto –hizo con la mano un ademán, con el índice y pulgar señaló una distancia cortísima –creen que somos animales de carga, pero incluso los bueyes tienen más nobleza que muchos de ustedes –bufó al terminar su breve pero acalorado discurso y desvió la mirada a un costado.
Así estuvo unos segundos sin mirarlo hasta que escuchó su voz de nuevo y boqueó algo pero no dijo nada, a pesar de todo lo que le estaba diciendo aquel chico se preocupaba por él, si estaba bien e íntegro, primero lo observó con expresión plana y poco a poco se fue dibujando una sonrisa en su rostro, una de expresión más suave, casi amigable. Quizá este sujeto era la excepción a la regla de la siempre hablaba la gente.
-Estoy bien –dijo –estoy acostumbrado –porque golpes y algunas raspaduras sí tenía, pero nada que antes no se hubiera presentado, tanto era así que extrañaba la sensación del ardor de la carne viva cuando, por alguna razón, no sufría de heridas. Sacudió las manos en su pantalón roído y estiró una con los dedos tan rectos que se curvaban un poco hacía atrás-, soy László, gracias por todo –hablo con tono monótono y severo, como un soldado, porque de cierto modo era uno, de un ejército desordenado y sin ley-, creo que deberías regresar a tu casa, un sitio como este no es para alguien como tú –su tono fue más reflexivo esta vez y asomó la cabeza como antes lo hiciera su acompañante, miró un lado y luego al otro –ya no hay de qué preocuparse, son parásitos… sólo hacen su trabajo cuando luce fácil, jamás buscan a un fugitivo por más de diez minutos –habló con seguridad, porque lo sabía bien, alguien que había huido tantas veces de la ley conocía bien sus movimientos, tiempos y modos.
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Re: La corrupción se viste de gala [Lázsló]
Retrocedió cuando le vio acercarse, negado como siempre a aquella proximidad con las personas de la cual había carecido durante su estancia en la abadía, porque el alma podía arropar el cuerpo ajeno sin necesidad de tocarlo. Y mientras sus palabras abofeteaban su rostro y el dolor en su interior crecía por cuestiones ajenas a las heridas sobre la piel su mente se remonto a tiempos lejanos cuando sus padres aun vivían y su hogar no era aquel. Recordaba la primera vez que junto con Teva había asistido a las calles más humildes de su natal, allá donde los suelos eran de barro y las casas de piedras y tablas, donde las ropas del cuerpo se despegaban y lamian los suelos sobre los cuales andaban. Le pareció similar aquella escena a la otra, los niños y mujeres alejándose de el como si llevase consigo alguna peste extraña, los hombres mirándole con severidad como si esperasen de él lo peor y no podía culparlos ni antes ni ahora pues los motivos que los llevaban a pensar aquellos eran lo mismo y bien conocidos. Más él, él no era sus padres, él no era la clase privilegiada, él no sabía qué hacer.
Y como si aquel discurso no fuese contra “los suyos” sino contra el mismo su rostro se ensombreció y su mirada conoció lugar allá en el suelo sobre el cual jamás se posaba con algo que quizás se asemejaba a la vergüenza –lo lamento- susurro con una vez tan ahilada que se extinguió sobre sus labios al contacto con el aire. Debía suponer que algo fatal había ocurrido con él para que aquella imagen deplorable creciera en sus pensamientos e ideales, un gesto tan ruin y una vida tan miserable que se había fundido a él y el oído para con los suyos seria su legado, uno que también lo arropaba a él aun cuando no buscaba sino pertenecer a los suyos. La puerta sin embargo le era cerrada sin oportunidad a la explicación y la ceguera, ante los actos que lo ataban a quienes lo negaban, era total.
-posiblemente tengas razón- susurro observando su mano por unos instantes, aquella que parecía llevar odio por sino. Y fue sino hasta aquel instante que se percato que su espalda seguía estrecha contra la pared y su respiración tan suave y escondida que parecía no existir bajo las prendas que censuraban su pecho aparentemente inmóvil, como si en los recuerdos hubiese olvidado respirar. Se irguió con rapidez alejando su cuerpo de aquella barda y sujeto la mano ajena con la propia en un gesto de cordialidad que le parecía más bien contradictorio ante lo que acababa de argumentar. Quizás en su interior la repugnancia ante su tacto no crecía como debía hacerlo dentro del mismo László.
Un fugitivo, sonrió de forma ausente asintiendo –son personas, como tú y como yo que tienen familia y necesitan alimentarlas, son…solo personas- pronunciaba en voz alta quizás para convencerse a sí mismo que aquel hombre que había intentado llevarse a Adelé necesitaba hacerlo por algún motivo desconocido para todos los demás. Ladeo el rostro permitiendo a todos aquellos sentimientos de opacos colores rodar por sus pensamientos y caer, estamparse sobre el suelo y desaparecer. Avanzó con paso seguro aunque torpe hasta salir de su escondite ¿qué no era un sitio para él? El único lugar que conocía desde que había llegado a París aunque, parecía, el mismo que lo desconocía. Ignoro aquel gesto de gratitud sonriendo con amplitud –gracias por haberme salvado- pronuncio, la primera frase que emergió armoniosa y alta desde su pecho –que tengas un buen día- exclamó girando sobre sus tobillos para comenzar a andar porque ¿qué más que aquello le podía decir? Cualquier otra palabra incitaría a una respuesta o una cuestión y no deseaba otra cosa que alejarse de aquellos ojos severos que le atravesaban y condenaban por un pecado en el que había nacido más no fomentado “Quizás, Cyrille, es esto una prueba que no has logrado superar. Quizás, en verdad, debía hacerle frente a sus palabras y enseñarle la verdad sin embargo estoy huyendo”
Y como si aquel discurso no fuese contra “los suyos” sino contra el mismo su rostro se ensombreció y su mirada conoció lugar allá en el suelo sobre el cual jamás se posaba con algo que quizás se asemejaba a la vergüenza –lo lamento- susurro con una vez tan ahilada que se extinguió sobre sus labios al contacto con el aire. Debía suponer que algo fatal había ocurrido con él para que aquella imagen deplorable creciera en sus pensamientos e ideales, un gesto tan ruin y una vida tan miserable que se había fundido a él y el oído para con los suyos seria su legado, uno que también lo arropaba a él aun cuando no buscaba sino pertenecer a los suyos. La puerta sin embargo le era cerrada sin oportunidad a la explicación y la ceguera, ante los actos que lo ataban a quienes lo negaban, era total.
-posiblemente tengas razón- susurro observando su mano por unos instantes, aquella que parecía llevar odio por sino. Y fue sino hasta aquel instante que se percato que su espalda seguía estrecha contra la pared y su respiración tan suave y escondida que parecía no existir bajo las prendas que censuraban su pecho aparentemente inmóvil, como si en los recuerdos hubiese olvidado respirar. Se irguió con rapidez alejando su cuerpo de aquella barda y sujeto la mano ajena con la propia en un gesto de cordialidad que le parecía más bien contradictorio ante lo que acababa de argumentar. Quizás en su interior la repugnancia ante su tacto no crecía como debía hacerlo dentro del mismo László.
Un fugitivo, sonrió de forma ausente asintiendo –son personas, como tú y como yo que tienen familia y necesitan alimentarlas, son…solo personas- pronunciaba en voz alta quizás para convencerse a sí mismo que aquel hombre que había intentado llevarse a Adelé necesitaba hacerlo por algún motivo desconocido para todos los demás. Ladeo el rostro permitiendo a todos aquellos sentimientos de opacos colores rodar por sus pensamientos y caer, estamparse sobre el suelo y desaparecer. Avanzó con paso seguro aunque torpe hasta salir de su escondite ¿qué no era un sitio para él? El único lugar que conocía desde que había llegado a París aunque, parecía, el mismo que lo desconocía. Ignoro aquel gesto de gratitud sonriendo con amplitud –gracias por haberme salvado- pronuncio, la primera frase que emergió armoniosa y alta desde su pecho –que tengas un buen día- exclamó girando sobre sus tobillos para comenzar a andar porque ¿qué más que aquello le podía decir? Cualquier otra palabra incitaría a una respuesta o una cuestión y no deseaba otra cosa que alejarse de aquellos ojos severos que le atravesaban y condenaban por un pecado en el que había nacido más no fomentado “Quizás, Cyrille, es esto una prueba que no has logrado superar. Quizás, en verdad, debía hacerle frente a sus palabras y enseñarle la verdad sin embargo estoy huyendo”
“…de cierto os digo, que difícilmente entrará un rico en el reino de los cielos. Otra vez os digo, que es más fácil pasar un camello por el ojo de una aguja, que entrar un rico en el reino de Dios.” (Mt:19:23-24)
Cyrille Vezier- Humano Clase Alta
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Re: La corrupción se viste de gala [Lázsló]
Cuando sus manos se juntaron en aquel gesto tan convencional fue como una tregua, un gesto que resultaba ajeno para László que rara vez estiraba la mano de aquel modo, que rara vez no usaba esa misma mano para propinar un golpe al mentón de algún pobre diablo que se cruzara en su camino. Definitivamente no era un hombre de normas sociales y cuando por azares del destino llevaba a cabo una por voluntad propia se sentía raro.
-No lo lamentes –fue lo primero que dijo –en todo caso no es tu culpa –dijo sin mirarlo, no parecía él, y no parecía, sobre todo, el mismo que antes lo amenazó y amedrentó –no toda al menos –se giro para verlo con una media sonrisa, era el remate perfecto para lo que estaba diciendo, regresando a ser el mismo chiquillo sin ley y sin vergüenza que siempre era-, como sea hoy ayudaste al débil, no puedes ser tan malo –esas eran cosas que no muchas personas están dispuestas a decir en voz alta y en la cara del involucrado, claro, no los sujetos atados a la sociedad y a las convenciones de ésta, pero ese no era el caso con el joven vagabundo que hablaba sin pensar, que pensaba no muy a menudo a decir verdad, decía que prefería actuar aunque eso le acarreara problemas constantemente. Simplemente asintió cuando el otro insinuó que tal vez tenía razón, László escuchaba siempre lo que quería escuchar y aquella vez asumió que le estaban dando la razón sin cuestionarlo si quiera.
-Una cosa he de admirarte –regresó su mirada al otro chico cuando éste habló sobre los policías y su calidad de personas –el empeño que pones al querer justificarlos –señaló un punto en la nada, el punto donde creía los gendarmes habían desaparecido, para él no había nada que los amparara, eran cerdos que se alimentaban de la desgracia ajena, peones sin valor al servicio de Su Majestad, tipos que habían vendido sus almas a cambio de unos cuantos francos; suspiró y bajo los delgaduchos brazos, escondió las manos en los bolsillos y simplemente cabeceó cuando el otro se despidió, supuso que ahí acababa todo, un anticlimático final para una bizarra aventura.
Lo observó dar un par de pasos y quiso imitarlo, largarse de ahí y comer algo porque su estómago ya se lo estaba pidiendo, pero algo lo detuvo, bufó para sí mismo, estaba perdiendo la poca cordura que le quedaba, supuso.
-Hey –lo llamó con voz suficiente para ser escuchado pero no llamar la atención de la demás gente-, niño rico… -mantenía su misma posición, manos en los bolsillos y mentón levantado, como el joven pendenciero que era-, no estoy seguro de que comas en tu casa hecha de oro, pero si quieres… -señaló con el pulgar por encima de su hombro –puedes acompañarme a comer, conozco un sitio… -no aclaró qué clase de sitio, porque seguro si lo decía el otro no aceptaría, no, no lo iba a llevar a una taberna de mala muerte como las que acostumbraba, tampoco era tan obtuso, pero sí a un local que servía comida a precios accesibles en esa misma zona, no se podían esperar grandes lujos de un sitio como ese, algo que por cierto el otro seguramente no conocía ni de lejos. Se encogió de hombros y le sonrió, creyó que era buen método de afianzar la tregua y también quería asegurarse que lo vieran con él, si andaba por ahí solo era víctima fácil de ladronzuelos de bajo perfil, después de todo el niño rico se había portado bien, no merecía salir de ahí sin esa fina ropa y con más golpes de los que ya tenía.
-No lo lamentes –fue lo primero que dijo –en todo caso no es tu culpa –dijo sin mirarlo, no parecía él, y no parecía, sobre todo, el mismo que antes lo amenazó y amedrentó –no toda al menos –se giro para verlo con una media sonrisa, era el remate perfecto para lo que estaba diciendo, regresando a ser el mismo chiquillo sin ley y sin vergüenza que siempre era-, como sea hoy ayudaste al débil, no puedes ser tan malo –esas eran cosas que no muchas personas están dispuestas a decir en voz alta y en la cara del involucrado, claro, no los sujetos atados a la sociedad y a las convenciones de ésta, pero ese no era el caso con el joven vagabundo que hablaba sin pensar, que pensaba no muy a menudo a decir verdad, decía que prefería actuar aunque eso le acarreara problemas constantemente. Simplemente asintió cuando el otro insinuó que tal vez tenía razón, László escuchaba siempre lo que quería escuchar y aquella vez asumió que le estaban dando la razón sin cuestionarlo si quiera.
-Una cosa he de admirarte –regresó su mirada al otro chico cuando éste habló sobre los policías y su calidad de personas –el empeño que pones al querer justificarlos –señaló un punto en la nada, el punto donde creía los gendarmes habían desaparecido, para él no había nada que los amparara, eran cerdos que se alimentaban de la desgracia ajena, peones sin valor al servicio de Su Majestad, tipos que habían vendido sus almas a cambio de unos cuantos francos; suspiró y bajo los delgaduchos brazos, escondió las manos en los bolsillos y simplemente cabeceó cuando el otro se despidió, supuso que ahí acababa todo, un anticlimático final para una bizarra aventura.
Lo observó dar un par de pasos y quiso imitarlo, largarse de ahí y comer algo porque su estómago ya se lo estaba pidiendo, pero algo lo detuvo, bufó para sí mismo, estaba perdiendo la poca cordura que le quedaba, supuso.
-Hey –lo llamó con voz suficiente para ser escuchado pero no llamar la atención de la demás gente-, niño rico… -mantenía su misma posición, manos en los bolsillos y mentón levantado, como el joven pendenciero que era-, no estoy seguro de que comas en tu casa hecha de oro, pero si quieres… -señaló con el pulgar por encima de su hombro –puedes acompañarme a comer, conozco un sitio… -no aclaró qué clase de sitio, porque seguro si lo decía el otro no aceptaría, no, no lo iba a llevar a una taberna de mala muerte como las que acostumbraba, tampoco era tan obtuso, pero sí a un local que servía comida a precios accesibles en esa misma zona, no se podían esperar grandes lujos de un sitio como ese, algo que por cierto el otro seguramente no conocía ni de lejos. Se encogió de hombros y le sonrió, creyó que era buen método de afianzar la tregua y también quería asegurarse que lo vieran con él, si andaba por ahí solo era víctima fácil de ladronzuelos de bajo perfil, después de todo el niño rico se había portado bien, no merecía salir de ahí sin esa fina ropa y con más golpes de los que ya tenía.
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Re: La corrupción se viste de gala [Lázsló]
Parpadeo en repetidas ocasiones para constatar que aquel joven que se alzaba frente a él fuese el mismo de instantes atrás. Y conforme las palabras emergían de sus labios comenzaba a dudarlo aun más ¿El mismo que le había orillado a desear atravesar la pared? Aquel que lo había ofendido y humillado, el mismo que había escupido sobre su rostro hirientes palabras que había tenido que tragar. La confusión encontró vivienda en su pecho y su corazón pareció inflarse, hincharse en el desconcierto de la contrariedad con la que el joven decidía actuar ¿era acaso que había cambiado de parecer de un instante a otro? Negó para sus adentros auto flagelándose por dudar sobre aquella alma y no la propia ¿no poseían todos la capacidad de raciocinio y libre albedrio?
-No los estoy justificando, todas las personas cometemos errores- asevero sin a atreverse a mirarlo, por miedo quizás a encontrar nuevamente a aquel joven de mirada endurecida e inflexibles palabras que a momentos le resultaba más aterrador que los mismos sirvientes de la corona. Prefirió dejarse guiar por el sonido de sus palabras e imaginar el mismo los gestos que su rostro debería hacer para ir acorde a su humor, o por lo menos, el que su voz le indicaba poseía en aquel instante. Si tan solo el supiera que le era tan difícil comprenderlos a ellos como lo era ahora comprenderlo a él y aquello no indicaba que no se alegrara de saberse aceptado. ¿Quién no podía preferir aquellas palabras antes que las ofensas?
Avanzaba ya por el empedrado dubitativo por donde seguir entre aquellas calles que desconocía pretendiendo conocer. Recordaba aun su primera caminata en París allá donde las personas son ciegas y mudas en presencia del sol y ante el baño de luna se vuelven suripantas y estafadores, objetos de pecado y pecadores, recordaba aun haber salido huyendo de aquel lugar con el susurro de Satán sobre su oído y el sabor del averno en su cuello. Giro sobre sus talones al escuchar al extraño hablar, lo volteo a ver aun cuando sus adjetivos seguían siendo denigrantes y con atención escucho lo que comenzó a contarle. ¿Casa de oro decía él? Y no estaba seguro de que tan equivocado podía estar.
Sus ojos de almendra se iluminaron y una amplia sonrisa deformo sus sonrosados labios de infante otorgando a aquel rostro aun ensangrentado un halo de alegría y niñez que no a esa edad debía un hombre aun poseer –¡será un placer!- asevero en un grito que estallo sobre su pecho y taño los cielos unos instantes, un grito que se desvaneció y ahogo en medio de su rostro. Si usualmente solía permanecer los días enteros entre las calles las comidas las hacía siempre en soledad, en aquella basta mesa que su tío había comprado y que albergaría fácilmente a todos sus sirvientes y empleados. Sin embargo ellos mismos se negaban a compartir sus alimentos en aquella mesa consagrada y cuando no pasaba las comidas en soledad solía hacerlo en aquellos lugares de albergue y cuidado, orfanatos y hospitales en su mayoría.
De modo que, aquella primera vez, le hacía sentir dichoso y agradecido. Se movió sin moverse, retorciéndose en su lugar como solían hacerlo los ansiosos caballos antes de cabalgar, como si estuviese a punto de salir corriendo -¿y por donde debemos andar? – le cuestiono observando en derredor, quizás irían a uno de esos bares donde los hombres solían ir a matar el tiempo, no había puesto pie nunca en alguno de esos lugares. Posiblemente se trataba de un puesto humilde ubicado dentro o fuera de alguna casa podría inclusive ser un restaurant que apenas comenzaba o uno grande y humilde que poseía una amplia clientela. Y sin importarle cual estaba a punto de conocer una parte de la vida en las calles desconocida hasta aquel instante. Miro con intriga a László aguardando, una dirección para comenzar a andar -me llamo Cyrille, por cierto- le informo aguardando, sin demasiada esperanza, que dejara de decirle así niño rico.
-No los estoy justificando, todas las personas cometemos errores- asevero sin a atreverse a mirarlo, por miedo quizás a encontrar nuevamente a aquel joven de mirada endurecida e inflexibles palabras que a momentos le resultaba más aterrador que los mismos sirvientes de la corona. Prefirió dejarse guiar por el sonido de sus palabras e imaginar el mismo los gestos que su rostro debería hacer para ir acorde a su humor, o por lo menos, el que su voz le indicaba poseía en aquel instante. Si tan solo el supiera que le era tan difícil comprenderlos a ellos como lo era ahora comprenderlo a él y aquello no indicaba que no se alegrara de saberse aceptado. ¿Quién no podía preferir aquellas palabras antes que las ofensas?
Avanzaba ya por el empedrado dubitativo por donde seguir entre aquellas calles que desconocía pretendiendo conocer. Recordaba aun su primera caminata en París allá donde las personas son ciegas y mudas en presencia del sol y ante el baño de luna se vuelven suripantas y estafadores, objetos de pecado y pecadores, recordaba aun haber salido huyendo de aquel lugar con el susurro de Satán sobre su oído y el sabor del averno en su cuello. Giro sobre sus talones al escuchar al extraño hablar, lo volteo a ver aun cuando sus adjetivos seguían siendo denigrantes y con atención escucho lo que comenzó a contarle. ¿Casa de oro decía él? Y no estaba seguro de que tan equivocado podía estar.
Sus ojos de almendra se iluminaron y una amplia sonrisa deformo sus sonrosados labios de infante otorgando a aquel rostro aun ensangrentado un halo de alegría y niñez que no a esa edad debía un hombre aun poseer –¡será un placer!- asevero en un grito que estallo sobre su pecho y taño los cielos unos instantes, un grito que se desvaneció y ahogo en medio de su rostro. Si usualmente solía permanecer los días enteros entre las calles las comidas las hacía siempre en soledad, en aquella basta mesa que su tío había comprado y que albergaría fácilmente a todos sus sirvientes y empleados. Sin embargo ellos mismos se negaban a compartir sus alimentos en aquella mesa consagrada y cuando no pasaba las comidas en soledad solía hacerlo en aquellos lugares de albergue y cuidado, orfanatos y hospitales en su mayoría.
De modo que, aquella primera vez, le hacía sentir dichoso y agradecido. Se movió sin moverse, retorciéndose en su lugar como solían hacerlo los ansiosos caballos antes de cabalgar, como si estuviese a punto de salir corriendo -¿y por donde debemos andar? – le cuestiono observando en derredor, quizás irían a uno de esos bares donde los hombres solían ir a matar el tiempo, no había puesto pie nunca en alguno de esos lugares. Posiblemente se trataba de un puesto humilde ubicado dentro o fuera de alguna casa podría inclusive ser un restaurant que apenas comenzaba o uno grande y humilde que poseía una amplia clientela. Y sin importarle cual estaba a punto de conocer una parte de la vida en las calles desconocida hasta aquel instante. Miro con intriga a László aguardando, una dirección para comenzar a andar -me llamo Cyrille, por cierto- le informo aguardando, sin demasiada esperanza, que dejara de decirle así niño rico.
Cyrille Vezier- Humano Clase Alta
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Re: La corrupción se viste de gala [Lázsló]
No estaba seguro si aceptaría su invitación. Había demostrado salirse del parámetro de aquellos que poseían riqueza y poder, sin duda hubiera encajado bien en las pobres calles de París, sin embargo la vida había decidido sonreírle, y sí, normalmente despreciaba a todo aquel que sin mover un dedo lo tenía todo, porque estaba convencido que el dinero mataba el alma de las personas, sin embargo, parecía que dentro de este joven aún existía una, sobre todo una de la que el poseedor estaba consciente.
Asintió sonriendo y señaló un punto no muy bien definido, como si soltara un manotazo a aire, no sabría cómo explicarle a dónde irían, sin embargo sabía qué caminos andar para llegar.
-Tú sígueme –ordenó sin miramientos, no le estaba pidiendo permiso, estaban en su territorio, ahí ni todo el dinero del otro tenía validez, ahí mandaba el que supiera defenderse, como en una selva, la ley del más fuerte, y estaba seguro que si, por azares del destino, tuvieran que enfrentarse a puñetazos, él ganaría con los ojos cerrados; claro que esa no era su intención, tenían una tregua silenciosa-, Cyrille… -repitió cuando escuchó la presentación de su acompañante –Cyrille, el niño rico –añadió y miró de reojo a ese que caminaba a su lado, luego comenzó a reír –es broma, es broma –aunque no aclaró si lo iba a dejar de llamar por ese mote, le parecía divertido.
Eso, divertido, pero sobre todo absurdo, él, László, paseando hombro con hombro con un nacido en cuna de oro, nunca se lo hubiera imaginado, normalmente cuando uno de esos pertenecientes a la clase privilegiada se paraba por ahí, él se encargaba de hacerlos desear jamás haber profanado las calles que era su casa, su hogar, y también se aseguraba que no volvieran a cometer dicha imprudencia, pero con Cyrille era distinto, quería creer que era distinto, se había puesto de su lado, del lado del débil y si algo apreciaba el joven vagabundo, era ese tipo de gestos, y también, si de algo se le podía tachar, aparte de bravucón claro está, es de leal, si el niño rico se lo merecía, con el tiempo el pobre vago se iba a encargar de que aquel que le hiciera algún mal lo pagara, y muy caro.
Pero se estaba adelantando a los hechos, aún quedaba ver qué cara ponía cuando lo llevara a aquel local mugriento, de una cosa estuvo seguro, Cyrille era incapaz de romper un plato, lo miró de reojo mientras seguían caminando, no sólo estaba el hecho de que ambos provinieran de orígenes diametralmente opuestos, todo en el otro chico era como verse en un espejo de lo antónimo. Su rostro bien cuidado, excepto por ese hilito de sangre, pero sabía que era una rareza que nunca más volvería a ver, mientras su cara, la cara de László tenía pequeñas y no tan pequeñas cicatrices a base de puñetazos y golpes con otros objetos, el labio reventado tantas veces, la ceja partida, la nariz inflamada, gracias a su condición de cambiaformas los estragos eran nmínimos, sino seguramente tendría la cara desfigurada.
-Llegamos –señaló una péquela puerta de madera gruesa y desgastada, algo vencida colgando a penas por las bisagras oxidadas, abierta y con un letrerito mal pintado que decía “Bienvenue”-, lo atiende una mujer con tantos hijos como días tiene el año –añadió –pero es buena comida casera, y es evidente que ella necesita el dinero más que nadie.
László podía carecer de muchas cosas materiales, pero por eso mismo siempre que podía ayudaba a otros en su misma desventura.
Asintió sonriendo y señaló un punto no muy bien definido, como si soltara un manotazo a aire, no sabría cómo explicarle a dónde irían, sin embargo sabía qué caminos andar para llegar.
-Tú sígueme –ordenó sin miramientos, no le estaba pidiendo permiso, estaban en su territorio, ahí ni todo el dinero del otro tenía validez, ahí mandaba el que supiera defenderse, como en una selva, la ley del más fuerte, y estaba seguro que si, por azares del destino, tuvieran que enfrentarse a puñetazos, él ganaría con los ojos cerrados; claro que esa no era su intención, tenían una tregua silenciosa-, Cyrille… -repitió cuando escuchó la presentación de su acompañante –Cyrille, el niño rico –añadió y miró de reojo a ese que caminaba a su lado, luego comenzó a reír –es broma, es broma –aunque no aclaró si lo iba a dejar de llamar por ese mote, le parecía divertido.
Eso, divertido, pero sobre todo absurdo, él, László, paseando hombro con hombro con un nacido en cuna de oro, nunca se lo hubiera imaginado, normalmente cuando uno de esos pertenecientes a la clase privilegiada se paraba por ahí, él se encargaba de hacerlos desear jamás haber profanado las calles que era su casa, su hogar, y también se aseguraba que no volvieran a cometer dicha imprudencia, pero con Cyrille era distinto, quería creer que era distinto, se había puesto de su lado, del lado del débil y si algo apreciaba el joven vagabundo, era ese tipo de gestos, y también, si de algo se le podía tachar, aparte de bravucón claro está, es de leal, si el niño rico se lo merecía, con el tiempo el pobre vago se iba a encargar de que aquel que le hiciera algún mal lo pagara, y muy caro.
Pero se estaba adelantando a los hechos, aún quedaba ver qué cara ponía cuando lo llevara a aquel local mugriento, de una cosa estuvo seguro, Cyrille era incapaz de romper un plato, lo miró de reojo mientras seguían caminando, no sólo estaba el hecho de que ambos provinieran de orígenes diametralmente opuestos, todo en el otro chico era como verse en un espejo de lo antónimo. Su rostro bien cuidado, excepto por ese hilito de sangre, pero sabía que era una rareza que nunca más volvería a ver, mientras su cara, la cara de László tenía pequeñas y no tan pequeñas cicatrices a base de puñetazos y golpes con otros objetos, el labio reventado tantas veces, la ceja partida, la nariz inflamada, gracias a su condición de cambiaformas los estragos eran nmínimos, sino seguramente tendría la cara desfigurada.
-Llegamos –señaló una péquela puerta de madera gruesa y desgastada, algo vencida colgando a penas por las bisagras oxidadas, abierta y con un letrerito mal pintado que decía “Bienvenue”-, lo atiende una mujer con tantos hijos como días tiene el año –añadió –pero es buena comida casera, y es evidente que ella necesita el dinero más que nadie.
László podía carecer de muchas cosas materiales, pero por eso mismo siempre que podía ayudaba a otros en su misma desventura.
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Re: La corrupción se viste de gala [Lázsló]
Sus piernas se movían ligeras sobre el empedrado, como una hoja seca movida por el aire y nada más, se mecía con suavidad como si el tambalearse fuese su andar y no un acto causado por el cansancio y el dolor. Observaba con atención las construcciones que se alzaban a su alrededor como escalinatas al cielo incompletas ¿Cuánto más faltaría para que los techos rozaran las nubes? Dejo caer su nuca sobre su espalda imaginando que algún día podría jugar sobre las nubes y empaparse de ellas, como el algodón, pensó, tersas y suaves como la seda.
Escucho el mote que se le había sido asignado, era mucho más que solo un niño rico o una persona de “esas” que vestían con trajes ajustados y ostentosos de telas exportadas de la india. Era mucho más que solo un joven de la alta sociedad que jugaba a ser uno más en el pueblo o por lo menos eso era lo que le gustaba pensar. Que su cuna no le había marcado y que en la frente no llevaba por sino “riquezas” por el contario “humildad” –Lászlo, el rebelde de las calles- pronuncio después de él. Aunque intentase adjuntarle un adjetivo despreciativo y menospreciativo aquello fue lo más funesto que sus labios lograron pronunciar y su mente imaginar.
La voz de Lászlo le obligo a virar el rostro para encontrarse con una amplia puerta abierta de par en par. Como debía estarlo siempre la casa de Dios y cualquier otra residencia que por dueño tuviese un samaritano de buen corazón, leyó con detenimiento el letrero y le pareció que había sido hecha por un pendolista. Evidente, no estaba seguro si evidente era o no pero toda persona que pudiese mantener las puertas de su casa abiertas era digna de ser socorrida. Aunque también lo eran aquellas personas que decidían encerrarse en su interior, resguardadas por las paredes y las cortinas.
Entro detrás de su compañero observando con asombro y sin disimulo las cosas que había en el interior. Observaba como un niño debe observar por vez primera una pastelería repleta de olores y colores nuevos y otros tantos por descubrir -¿y como sabré que pedir? – no había visto aun la clase de estofados que vendían en aquel lugar más estaba seguro que todo se le antojaría al pronunciarlo. Había aprendido a no ser remilgoso con la comida y agradecer todo aquello que sobre su plato yacía, había aprendido a orar antes de comer por aquellos que carecían de pan.
Observaba con asombro los platos ajenos, comidas caseras, de esas que él rara vez llegaba a conocer, solo cuando su tío salía de viaje y las cocineras quedaban a su completa disposición era entonces que les rogaba una y otra vez por un plato de verduras o una sopa de carne y no aquellos ostentosos alimentos con que a su tío le gustaba alimentarse -¿conoces a alguno de sus hijos?- logro cuestionar al fin, no basta con ir a comer para ayudarlos, el hombre tenía muchas necesidades más. Las que no necesitaban de dinero para ser satisfechas, las más difíciles de saciar.
Escucho el mote que se le había sido asignado, era mucho más que solo un niño rico o una persona de “esas” que vestían con trajes ajustados y ostentosos de telas exportadas de la india. Era mucho más que solo un joven de la alta sociedad que jugaba a ser uno más en el pueblo o por lo menos eso era lo que le gustaba pensar. Que su cuna no le había marcado y que en la frente no llevaba por sino “riquezas” por el contario “humildad” –Lászlo, el rebelde de las calles- pronuncio después de él. Aunque intentase adjuntarle un adjetivo despreciativo y menospreciativo aquello fue lo más funesto que sus labios lograron pronunciar y su mente imaginar.
La voz de Lászlo le obligo a virar el rostro para encontrarse con una amplia puerta abierta de par en par. Como debía estarlo siempre la casa de Dios y cualquier otra residencia que por dueño tuviese un samaritano de buen corazón, leyó con detenimiento el letrero y le pareció que había sido hecha por un pendolista. Evidente, no estaba seguro si evidente era o no pero toda persona que pudiese mantener las puertas de su casa abiertas era digna de ser socorrida. Aunque también lo eran aquellas personas que decidían encerrarse en su interior, resguardadas por las paredes y las cortinas.
Entro detrás de su compañero observando con asombro y sin disimulo las cosas que había en el interior. Observaba como un niño debe observar por vez primera una pastelería repleta de olores y colores nuevos y otros tantos por descubrir -¿y como sabré que pedir? – no había visto aun la clase de estofados que vendían en aquel lugar más estaba seguro que todo se le antojaría al pronunciarlo. Había aprendido a no ser remilgoso con la comida y agradecer todo aquello que sobre su plato yacía, había aprendido a orar antes de comer por aquellos que carecían de pan.
Observaba con asombro los platos ajenos, comidas caseras, de esas que él rara vez llegaba a conocer, solo cuando su tío salía de viaje y las cocineras quedaban a su completa disposición era entonces que les rogaba una y otra vez por un plato de verduras o una sopa de carne y no aquellos ostentosos alimentos con que a su tío le gustaba alimentarse -¿conoces a alguno de sus hijos?- logro cuestionar al fin, no basta con ir a comer para ayudarlos, el hombre tenía muchas necesidades más. Las que no necesitaban de dinero para ser satisfechas, las más difíciles de saciar.
Señor bendice estos alimentos que vamos a recibir, bendice también las manos que lo preparan, señor da pan a los que tienen hambre y hambre de ti a los que tenemos pan amén.
Cyrille Vezier- Humano Clase Alta
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Re: La corrupción se viste de gala [Lázsló]
Una risa se le escapó cuando Cyrille intentó pagarle con la misma moneda el mote de “niño rico”, sin embargo, su risa no fue en tono de burla, más bien divertida, le dio unas palmaditas en la espalda a su acompañante, tal vez demasiado fuertes para la delicadeza de quien nunca ha recibido un golpe antes, pero a László se le pasaba la mano muy a menudo, más acostumbrado a usar el puño que las palabras.
-Buen intento –hizo aquella extraña felicitación. Luego no tuvo tiempo de más, ambos ingresaron al local, que era más como una casa acondicionada, el par de largas mesas comunitarias de madera formaba un pasillo mal definido y al fondo la cocina donde la mujer, demasiado cansada de trabajar y parir hijos saludó con la vista a László, viejo conocido, luego algunos comensales hicieron lo mismo, el joven sólo levantó la mano, a decir verdad no recordaba el nombre de todos, los conocía porque, como él, luchaban cada día de sus vidas por sobrevivir en esa sociedad injusta.
-Clémentine –señaló a la mujer –normalmente prepara dos guisados al día –explicó, no sin antes detenerse a pensar en la sofocante tarea que eso implicaba, preparar dos guisos diarios en grandes cantidades y aparte controlar a un montón de niños, tantos que era difícil contabilizarlos –ya veremos que tiene hoy –dijo sin voltear a ver a su acompañante y buscando con la mirada un lugar para sentarse.
Afuera el ruido era constante, los puestos, los mercantes y los compradores no paraban en su algarada, dentro sin embargo y a pesar de todo, se sentía un ambiente casero, cálido, hasta agradable a pesar de las carencias.
Asintió ante la siguiente pregunta y tomó asiento al borde de una de las desvencijadas mesas de gruesa madera, invitando al otro a hacer lo mismo.
-Sí, ese… -señaló con el dedo, demostrando su clara falta de modales –es Maurice, el mayor, creo que es de mi edad –el joven apuntado ayudaba a su madre a cargar las pesadas cacerolas para abrirse espacio en la reducida cocina-, allá están Naomi y Orville –una chica en plena pubertad y un niño pre adolescente que parecía estar molestando a su hermana-, debe ser un triunfo encontrarle nombre a tantos niños –comentó y su vista vagó por el local-, ¡ah!, mira… -exclamó y con la mano llamó a un niño de ropa mugrieta, no sobrepasaba los tres años de edad aunque era difícil saberlo considerando lo mal alimentado que estaba, lo tomó por la cintura y lo sentó en sus piernas –este es Claude, el menor, aunque… -pausó y se inclinó hacia su acompañante –quien sabe cuánto dure eso, Clémentine parece no tener autocontrol –se encogió de hombros, dijo bajito para que el niño en su regazo no escuchara aunque probablemente lo había hecho y no le importaba, pues no sabía de qué hablaban.
-Son los que puedo localizar –giró la cabeza para buscar su había más niños de aquella familia-, no todos están aquí todo el tiempo, muchos trabajan, son muchas bocas que alimentar –comenzó a mover sus piernas para que Claude no se aburriera y dijo aquello con la obviedad que representaba su comentario.
Después a ellos se acercó la jovencita que László había identificado como Naomi, el gesto de la niña era distraído, con las manos detrás en la espalda y balanceándose en sus tobillos.
-Hoy hay… -hizo una larga pausa como si intentara recordar, miró nerviosamente a su madre que, seguramente con una paciencia dividida entre tantos hijos se enojaba con facilidad-, velouté de setas y… -otra pausa, miró el suelo y luego regresó la vista a los clientes –y gratin dauphinois –recordó, László miró a Cyrille suspicaz, ambos guisos eran bastante sencillos y tradicionales, seguro jamás en su vida los había probado. Aguardó a ver su reacción.
-Buen intento –hizo aquella extraña felicitación. Luego no tuvo tiempo de más, ambos ingresaron al local, que era más como una casa acondicionada, el par de largas mesas comunitarias de madera formaba un pasillo mal definido y al fondo la cocina donde la mujer, demasiado cansada de trabajar y parir hijos saludó con la vista a László, viejo conocido, luego algunos comensales hicieron lo mismo, el joven sólo levantó la mano, a decir verdad no recordaba el nombre de todos, los conocía porque, como él, luchaban cada día de sus vidas por sobrevivir en esa sociedad injusta.
-Clémentine –señaló a la mujer –normalmente prepara dos guisados al día –explicó, no sin antes detenerse a pensar en la sofocante tarea que eso implicaba, preparar dos guisos diarios en grandes cantidades y aparte controlar a un montón de niños, tantos que era difícil contabilizarlos –ya veremos que tiene hoy –dijo sin voltear a ver a su acompañante y buscando con la mirada un lugar para sentarse.
Afuera el ruido era constante, los puestos, los mercantes y los compradores no paraban en su algarada, dentro sin embargo y a pesar de todo, se sentía un ambiente casero, cálido, hasta agradable a pesar de las carencias.
Asintió ante la siguiente pregunta y tomó asiento al borde de una de las desvencijadas mesas de gruesa madera, invitando al otro a hacer lo mismo.
-Sí, ese… -señaló con el dedo, demostrando su clara falta de modales –es Maurice, el mayor, creo que es de mi edad –el joven apuntado ayudaba a su madre a cargar las pesadas cacerolas para abrirse espacio en la reducida cocina-, allá están Naomi y Orville –una chica en plena pubertad y un niño pre adolescente que parecía estar molestando a su hermana-, debe ser un triunfo encontrarle nombre a tantos niños –comentó y su vista vagó por el local-, ¡ah!, mira… -exclamó y con la mano llamó a un niño de ropa mugrieta, no sobrepasaba los tres años de edad aunque era difícil saberlo considerando lo mal alimentado que estaba, lo tomó por la cintura y lo sentó en sus piernas –este es Claude, el menor, aunque… -pausó y se inclinó hacia su acompañante –quien sabe cuánto dure eso, Clémentine parece no tener autocontrol –se encogió de hombros, dijo bajito para que el niño en su regazo no escuchara aunque probablemente lo había hecho y no le importaba, pues no sabía de qué hablaban.
-Son los que puedo localizar –giró la cabeza para buscar su había más niños de aquella familia-, no todos están aquí todo el tiempo, muchos trabajan, son muchas bocas que alimentar –comenzó a mover sus piernas para que Claude no se aburriera y dijo aquello con la obviedad que representaba su comentario.
Después a ellos se acercó la jovencita que László había identificado como Naomi, el gesto de la niña era distraído, con las manos detrás en la espalda y balanceándose en sus tobillos.
-Hoy hay… -hizo una larga pausa como si intentara recordar, miró nerviosamente a su madre que, seguramente con una paciencia dividida entre tantos hijos se enojaba con facilidad-, velouté de setas y… -otra pausa, miró el suelo y luego regresó la vista a los clientes –y gratin dauphinois –recordó, László miró a Cyrille suspicaz, ambos guisos eran bastante sencillos y tradicionales, seguro jamás en su vida los había probado. Aguardó a ver su reacción.
Última edición por László de Homem-Christo el Jue Ago 25, 2011 5:33 pm, editado 1 vez
Invitado- Invitado
Re: La corrupción se viste de gala [Lázsló]
El gesto del joven le resulto inusual más parecido a una osca acción para impedir la muerte por asfixia que uno cordial saludo de camarería o amistad. Acallo más sin embargo toda molestia que de sus labios pudiese aflorar y en su rostro reflejarse con facilidad. Pues, al fin, comenzaba a sentir que quizás con algo de tiempo y esfuerzo aquel joven de cuna humilde lograría verlo como a un igual y no a una figura de desagrado público.
Avanzó detrás de su guía en aquel mundo que desconocía y a cual, sin embargo, estaría encantado de pertenecer y yacer todos los días. Tomó asiento escuchando un suave lamento emerger de las desgastadas sillas que, por el tiempo y el uso, parecían comenzar a ceder ante los estragos y desperfectos. Aquello sin embargo no le inmuto porque en las carencias del lugar lograba comprender sus cualidades, en las imperfecciones de las cosas su realidad belleza. Observo por unos instantes a las demás personas que László habia saludado y que a su vez le habían saludado, hombres adustos y otros escualitos, de cabellos escasos o cráneos bien poblados, con prendas limpias aunque gastadas y rostros magullados en algunas zonas.
Su mirada se desvió a quien por Maurice recibía nombre ¿la misma edad? László lucia, y no por menos, algunos años más chico que aquel joven que con cacerolas y trastes en las manos se movía de un lado a otro con rapidez. Más sus palabras le hacían adivinar que su verdadera edad distaba que la que su rostro aparentaba. Sus almendrados orbes se desviaron al escuchar aquellos dos nombres y la sonrisa que emergió de sus labios no pudo haber sido escondida ni detrás del manto más opaco y negro del mundo. Porque él había sido hijo único y desconocía de aquellos juegos de hermandad y sangre.
-debe ser un triunfo…- repitió pensando que el simple hecho de traerlos al mundo a todos y cada uno de ellos debía ser ya una proeza, el salir adelante y alimentarlos con su esfuerzo personal. El simple hecho de quererlos y después de eso nada más importaba.
-hola Claude- saludó armoniosamente agitando su mano a una distancia prudente del rostro del pequeño. ¿Autocontrol? Sus mejillas se encendieron en el color del arrebol cuando su mente logro por fin comprender aquellas palabras que si bien iban camuflajeadas de inocentes iban cargadas de picardía. Observo al menor con cierta dilección en su mirada -¿comerás con nosotros? – le cuestiono con curiosidad, sus mejillas hundidas y frente ennegrecida por la suciedad no hacían sino levantar en el cierto gesto paterno que no llegaría a conocer de otra manera. Se le antojaba alimentarlo hasta que su vientre estuviese hinchado y sus mejillas coloradas.
-gratin dauphinois- repitió en voz baja –velouté de setas- susurro y ambos le supieron tan bien que el problema quedo sin resolver -¿Cuál te gusta más a ti?- le cuestiono a Claude volteándole a ver, un niño de tan corta edad debía saber mejor que nadie cual poseía mejor sabor. Además si planeaba compartir con él su plato debía ser lo que le gustaba y no imponerle uno de su desagrado.
Avanzó detrás de su guía en aquel mundo que desconocía y a cual, sin embargo, estaría encantado de pertenecer y yacer todos los días. Tomó asiento escuchando un suave lamento emerger de las desgastadas sillas que, por el tiempo y el uso, parecían comenzar a ceder ante los estragos y desperfectos. Aquello sin embargo no le inmuto porque en las carencias del lugar lograba comprender sus cualidades, en las imperfecciones de las cosas su realidad belleza. Observo por unos instantes a las demás personas que László habia saludado y que a su vez le habían saludado, hombres adustos y otros escualitos, de cabellos escasos o cráneos bien poblados, con prendas limpias aunque gastadas y rostros magullados en algunas zonas.
Su mirada se desvió a quien por Maurice recibía nombre ¿la misma edad? László lucia, y no por menos, algunos años más chico que aquel joven que con cacerolas y trastes en las manos se movía de un lado a otro con rapidez. Más sus palabras le hacían adivinar que su verdadera edad distaba que la que su rostro aparentaba. Sus almendrados orbes se desviaron al escuchar aquellos dos nombres y la sonrisa que emergió de sus labios no pudo haber sido escondida ni detrás del manto más opaco y negro del mundo. Porque él había sido hijo único y desconocía de aquellos juegos de hermandad y sangre.
-debe ser un triunfo…- repitió pensando que el simple hecho de traerlos al mundo a todos y cada uno de ellos debía ser ya una proeza, el salir adelante y alimentarlos con su esfuerzo personal. El simple hecho de quererlos y después de eso nada más importaba.
-hola Claude- saludó armoniosamente agitando su mano a una distancia prudente del rostro del pequeño. ¿Autocontrol? Sus mejillas se encendieron en el color del arrebol cuando su mente logro por fin comprender aquellas palabras que si bien iban camuflajeadas de inocentes iban cargadas de picardía. Observo al menor con cierta dilección en su mirada -¿comerás con nosotros? – le cuestiono con curiosidad, sus mejillas hundidas y frente ennegrecida por la suciedad no hacían sino levantar en el cierto gesto paterno que no llegaría a conocer de otra manera. Se le antojaba alimentarlo hasta que su vientre estuviese hinchado y sus mejillas coloradas.
-gratin dauphinois- repitió en voz baja –velouté de setas- susurro y ambos le supieron tan bien que el problema quedo sin resolver -¿Cuál te gusta más a ti?- le cuestiono a Claude volteándole a ver, un niño de tan corta edad debía saber mejor que nadie cual poseía mejor sabor. Además si planeaba compartir con él su plato debía ser lo que le gustaba y no imponerle uno de su desagrado.
Cyrille Vezier- Humano Clase Alta
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Re: La corrupción se viste de gala [Lázsló]
Cuando el desconocido lo saludó, Claude no hizo más que encogerse en el regazo de László, había sufrido tanto por vivir como vivía que ya no sabía en quién confiar y en quién no. Guardó silencio ante la pregunta, normalmente comía lo que sobraba del día anterior, así que no podía darse el lujo de tener un platillo favorito, László aguardó para ver si respondía pero la voz de Clémentine llamó al más pequeño de sus vástagos en tono nada cariñoso, el pequeño bajó de su sitio de un pequeño salto y salió corriendo en dirección a la cocina. Por un instante László se quedó observando el rastro invisible que Claude había dejado en su corta huída y luego regresó el par de ojos azules en dirección a su acompañante de la tarde. Nunca se imaginó compartir los alimentos con alguien como Cyrille y extrañamente no le parecía tan incómodo como creía que le resultaría, no sabía si así sería con todos los que provenían de un origen similar al de su acompañante, o sólo con él por haber demostrado tener el alma que él creía tan firmemente que el dinero mataba o que simplemente se estaba volviendo llanamente loco.
-Supongo que no comerá con nosotros –comentó con sorna, luego una sonrisa de lado se dibujó en su rostro, como suponía, aquellos platillos nada elegantes le eran desconocidos, pudo haberle hecho una mala broma pero decidió que no, que sería sincero –no soy Claude pero te responderé, yo prefiero el gratín dauphinois, pero… -sí, había un pero importante –lleva mucha pimienta quizá no sea el platillo ideal para todos –se encogió de hombros –como sea Clémentine es una gran cocinera, así que cualquier cosa que elijas será una buena decisión –miró a Naomi que seguía esperando por la orden de ambos jóvenes caballeros.
-Para mi… -se dirigió a la niña –será el gratín –no quiso ordenar por Cyrille, quería que éste lo hiciera solo.
-En todo caso –regresó la vista al otro comensal -¿qué hacía un tipo como tú en un sitio con este?, es como si yo me paseara afuera del Palacio del rey, aunque, lo he hecho –lo que trataba de decir era que su presencia en un barrio como aquel parecía completamente fuera de lugar, y le intrigaba su motivación como le intrigaban muchas otras cosas referente a aquellos llamados ricos, muchas de las razones de por qué hacían lo que hacían lo consternaban, decía a menudo que esa curiosidad era justificada, para así poder atacarlos desde dentro, sabiendo sus debilidades.
Se recargó en el respaldo de la desgastada silla de madera y colocó ambas manos en las rodillas, esperando que Cyrille diera su respuesta, tan atento que parecía que las palabras que brotaran de la boca de su acompañante eran de vida o muerte. Aunque László alegara lo mal que la clase privilegiada trataba a los suyos, él no era tan diferente, juzgaba antes de tiempo y creía que todos por ser adinerados eran malos por defecto, lo cual era desde luego una tontería. Quizá Cyrille por fin podría quitarle de raíz esa serie de prejuicios que no hacían más que encadenarlo a una vida dirigida por el odio.
-Supongo que no comerá con nosotros –comentó con sorna, luego una sonrisa de lado se dibujó en su rostro, como suponía, aquellos platillos nada elegantes le eran desconocidos, pudo haberle hecho una mala broma pero decidió que no, que sería sincero –no soy Claude pero te responderé, yo prefiero el gratín dauphinois, pero… -sí, había un pero importante –lleva mucha pimienta quizá no sea el platillo ideal para todos –se encogió de hombros –como sea Clémentine es una gran cocinera, así que cualquier cosa que elijas será una buena decisión –miró a Naomi que seguía esperando por la orden de ambos jóvenes caballeros.
-Para mi… -se dirigió a la niña –será el gratín –no quiso ordenar por Cyrille, quería que éste lo hiciera solo.
-En todo caso –regresó la vista al otro comensal -¿qué hacía un tipo como tú en un sitio con este?, es como si yo me paseara afuera del Palacio del rey, aunque, lo he hecho –lo que trataba de decir era que su presencia en un barrio como aquel parecía completamente fuera de lugar, y le intrigaba su motivación como le intrigaban muchas otras cosas referente a aquellos llamados ricos, muchas de las razones de por qué hacían lo que hacían lo consternaban, decía a menudo que esa curiosidad era justificada, para así poder atacarlos desde dentro, sabiendo sus debilidades.
Se recargó en el respaldo de la desgastada silla de madera y colocó ambas manos en las rodillas, esperando que Cyrille diera su respuesta, tan atento que parecía que las palabras que brotaran de la boca de su acompañante eran de vida o muerte. Aunque László alegara lo mal que la clase privilegiada trataba a los suyos, él no era tan diferente, juzgaba antes de tiempo y creía que todos por ser adinerados eran malos por defecto, lo cual era desde luego una tontería. Quizá Cyrille por fin podría quitarle de raíz esa serie de prejuicios que no hacían más que encadenarlo a una vida dirigida por el odio.
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Re: La corrupción se viste de gala [Lázsló]
La actitud sumisa y tímida del pequeño le enterneció. Aquel cuerpo encogido y rostro desviado le pedía a gritos un ápice de cariño y bondad, un poco del tiempo que nadie estaba dispuesto a otorgar. Aquel que parecía cuidarse y moderarse más que la fortuna misma pues el tiempo era, a diferencia de los francos y los negocios algo imposible de frenar, un eterno enemigo del hombre y la libertad. La repentina huida le tomo desapercibido y así antes había creído, ingenuamente, que el pequeño les iba acompañar en la toma de alimentos ahora estaba seguro que sería todo menos eso.
-supongo que no- repitió en voz baja intentando recordar si su madre le había llamado alguna vez de esa manera, más aun en sus gritos era posible distinguir las notas amorosas que solo en labios de quien quiere a otro persona son posibles apreciar. Lo más cercano que encontró a eso fueron los gritos de Teva cuando desaparecía entre los viñedos y establos, aquella voz que le incitaba salir de su escondite y regresar antes de la puesta del sol, aquella voz que, no siempre lograba vencer su inapelable deseo de permanecer lejos de lo que llamándose hogar no era sino una casa donde lograba saciar sus necesidades primarias y poco más.
¿Qué tan malo podía ser que un platillo llevase exceso de pimienta? –un gratín dauphinois también, porfavor- le pidió a la joven sonriendo de forma placentera, conocería al fin el sabor de la comida de verdad y no aquellos platillos con nombres tan largos y rebuscados que le eran ahora imposible recordar. Había escuchado alguna vez como las cocineras se burlaban con aire de zumba de los cuidados que los animales debían y sin embargo como su tío se jactaba ante otros por la calidad de la carne que ingería, ambos, extremos que no parecían saludables.
Observó la mesa unos instantes antes de dirigir sus almendrados orbes hacía los ajenos para contestar –suelo pasar el día fuera de casa- más tiempo pasaba en la iglesia que en cualquier otro lugar. Más desde aquel sitio difícil le era ayudar, había decidido pues invertir tiempo en orfanatos, hospitales y las mismísimas calles de París –hoy acompañe a Adelé por cosas para la comida- le explicó con naturalidad. En pocas ocasiones aquellas mujeres que trabajaban en su vivienda la permitían ir con ellas al mercado, quizás les avergonzaba que las viesen con él o que su tío se enterase que su estirpe se permitía ver en aquellos sitios de pobres y mendigos, como decía él.
-no pensé que fuera a terminar todo así- asevero habiendo olvidado hasta aquel instante la hinchazón en su nariz y el hecho de que Adelé y el niño, si este la había seguido, estarían ahora en su cocina preocupada quizás por su ausencia. Mordisqueo el interior de su mejilla negando, no deseaba preocuparla, más tampoco irse de ese lugar. Cuestionarle a László el motivo por el cual él estaba en aquel sitio le resultó no solo ilógico pero ofensivo, las calles eran su hogar, no hacía falta mayor cuestionamiento -¿son entonces usuales esa clase de enfrentamientos?- le cuestiono en voz ahilada, si se masacraban los valores con tanta facilidad faltaba mucho más por cambiar de lo que creía -¿sueles participar en muchas de ellas?-.
-supongo que no- repitió en voz baja intentando recordar si su madre le había llamado alguna vez de esa manera, más aun en sus gritos era posible distinguir las notas amorosas que solo en labios de quien quiere a otro persona son posibles apreciar. Lo más cercano que encontró a eso fueron los gritos de Teva cuando desaparecía entre los viñedos y establos, aquella voz que le incitaba salir de su escondite y regresar antes de la puesta del sol, aquella voz que, no siempre lograba vencer su inapelable deseo de permanecer lejos de lo que llamándose hogar no era sino una casa donde lograba saciar sus necesidades primarias y poco más.
¿Qué tan malo podía ser que un platillo llevase exceso de pimienta? –un gratín dauphinois también, porfavor- le pidió a la joven sonriendo de forma placentera, conocería al fin el sabor de la comida de verdad y no aquellos platillos con nombres tan largos y rebuscados que le eran ahora imposible recordar. Había escuchado alguna vez como las cocineras se burlaban con aire de zumba de los cuidados que los animales debían y sin embargo como su tío se jactaba ante otros por la calidad de la carne que ingería, ambos, extremos que no parecían saludables.
Observó la mesa unos instantes antes de dirigir sus almendrados orbes hacía los ajenos para contestar –suelo pasar el día fuera de casa- más tiempo pasaba en la iglesia que en cualquier otro lugar. Más desde aquel sitio difícil le era ayudar, había decidido pues invertir tiempo en orfanatos, hospitales y las mismísimas calles de París –hoy acompañe a Adelé por cosas para la comida- le explicó con naturalidad. En pocas ocasiones aquellas mujeres que trabajaban en su vivienda la permitían ir con ellas al mercado, quizás les avergonzaba que las viesen con él o que su tío se enterase que su estirpe se permitía ver en aquellos sitios de pobres y mendigos, como decía él.
-no pensé que fuera a terminar todo así- asevero habiendo olvidado hasta aquel instante la hinchazón en su nariz y el hecho de que Adelé y el niño, si este la había seguido, estarían ahora en su cocina preocupada quizás por su ausencia. Mordisqueo el interior de su mejilla negando, no deseaba preocuparla, más tampoco irse de ese lugar. Cuestionarle a László el motivo por el cual él estaba en aquel sitio le resultó no solo ilógico pero ofensivo, las calles eran su hogar, no hacía falta mayor cuestionamiento -¿son entonces usuales esa clase de enfrentamientos?- le cuestiono en voz ahilada, si se masacraban los valores con tanta facilidad faltaba mucho más por cambiar de lo que creía -¿sueles participar en muchas de ellas?-.
Cyrille Vezier- Humano Clase Alta
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Re: La corrupción se viste de gala [Lázsló]
Sonrió asintiendo cuando Cyrille finalmente se decidió por el mismo platillo de patatas, cebollines, ajo, nata y mucha pimienta, ¿carne?, claro que no, ese era un lujo que pocos se podían dar en aquel lado de París, pero con verduras y frutas les era suficiente, y aunque no lo fuera, tenían que adaptarse. Ellos no podían ponerse exigentes, no podían negarse a algo que pudiera comerse porque era eso o nada. Miró a Naomi que pronto entendió que ambos comensales comerían lo mismo y se retiro, regresó los ojos a Cyrille y escuchó sus motivos para haber estado en ese lugar, en un momento tan inoportuno, pensó, pues ahora tenía la nariz hinchada y un hilito de sangre que no importaba estando ahí, pues todos estaban marcados por hilos y manchones de sangre y tierra, pero una vez que regresara al sitio que pertenecía, se daría cuenta lo erróneo que era ese detalle sobre su rostro.
-Ya veo –dijo distraídamente –perdón si pregunto demasiado –torció las cejas de una manera extraña al decir aquello, como si le costara trabajo pronunciar la sola palabra “perdón”-, pero ¿sueles acompañar a tus sirvientes a hacer las compras? –eso le sonaba completamente descabellado, no conocía a ningún aristócrata que quisiera ayudar un poco a aquello que le servían, claro que poco sabía en realidad sobre la clase alta parisina, sólo hacía suposiciones de lo que veía y escuchaba a medias, de lo que le habían contado, pero no necesitaba más, él estaba abajo y ellos arriba, suficiente motivo para odiarlos y querer escupirles en la cara.
-¿Usuales? –rió con ironía –son el pan de cada día, los policías vienen y se meten y sólo nos queda defendernos entre nosotros, porque aunque se sea culpable no vamos a permitir que nos humillen de ese modo –dijo con esa convicción que parecía no corresponder a un chico tan joven, la misma con la que había incitado al pueblo a apedrear a los gendarmes montados -¡y por supuesto que participo siempre que puedo! –alzó un poco la voz sin llegar a gritar –la unión hace la fuerza, ellos deberían tener miedo de nosotros, no al revés –siguió hablando con aquel tono incendiario y revoltoso, sin aclarar a quiénes se refería con “ellos”, la ley, la autoridad, los ricos, la monarquía, podía referirse a cualquiera o a todos.
-Creo… -fue como si su semblante se tranquilizara, miró directo los ojos de Cyrille –en el poder de la gente, y que algún día no existirán estas diferencias –terminó de hablar con una media sonrisa de lado, luego suspiró –me gustaría que fuese fácil, y pacífico, pero nadie pone de su parte y entonces es necesario actuar –volvió a pausar –aquellos que hacen la revolución pacífica imposible, provocan que la revolución violenta sea inevitable –y con ello calló pensando en sus propias palabras, en eso que él creía con tanta pasión. Estaba seguro que no era el único y que lograrían derrocar al yugo opresor de la corona. Algún día, tal vez a él no le tocaría verlo, pero le gustaba pensar que estaba iniciando algo más grande.
-Ya veo –dijo distraídamente –perdón si pregunto demasiado –torció las cejas de una manera extraña al decir aquello, como si le costara trabajo pronunciar la sola palabra “perdón”-, pero ¿sueles acompañar a tus sirvientes a hacer las compras? –eso le sonaba completamente descabellado, no conocía a ningún aristócrata que quisiera ayudar un poco a aquello que le servían, claro que poco sabía en realidad sobre la clase alta parisina, sólo hacía suposiciones de lo que veía y escuchaba a medias, de lo que le habían contado, pero no necesitaba más, él estaba abajo y ellos arriba, suficiente motivo para odiarlos y querer escupirles en la cara.
-¿Usuales? –rió con ironía –son el pan de cada día, los policías vienen y se meten y sólo nos queda defendernos entre nosotros, porque aunque se sea culpable no vamos a permitir que nos humillen de ese modo –dijo con esa convicción que parecía no corresponder a un chico tan joven, la misma con la que había incitado al pueblo a apedrear a los gendarmes montados -¡y por supuesto que participo siempre que puedo! –alzó un poco la voz sin llegar a gritar –la unión hace la fuerza, ellos deberían tener miedo de nosotros, no al revés –siguió hablando con aquel tono incendiario y revoltoso, sin aclarar a quiénes se refería con “ellos”, la ley, la autoridad, los ricos, la monarquía, podía referirse a cualquiera o a todos.
-Creo… -fue como si su semblante se tranquilizara, miró directo los ojos de Cyrille –en el poder de la gente, y que algún día no existirán estas diferencias –terminó de hablar con una media sonrisa de lado, luego suspiró –me gustaría que fuese fácil, y pacífico, pero nadie pone de su parte y entonces es necesario actuar –volvió a pausar –aquellos que hacen la revolución pacífica imposible, provocan que la revolución violenta sea inevitable –y con ello calló pensando en sus propias palabras, en eso que él creía con tanta pasión. Estaba seguro que no era el único y que lograrían derrocar al yugo opresor de la corona. Algún día, tal vez a él no le tocaría verlo, pero le gustaba pensar que estaba iniciando algo más grande.
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