AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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La corrupción se viste de gala [Lázsló]
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La corrupción se viste de gala [Lázsló]
Recuerdo del primer mensaje :
Las nubes se arrebujaban como motas de algodón, surcaba el firmamento movidas por el hálito veraniego. Cargado de fresca brisa que cálida se vuelve según el día y la hora. Aquella mañana en particular había acompañado a sus sirvientes a las calles más transitadas de París, donde los puestos y cajas de frutas y hierbas bastas ocupaban la mayor parte del empedrado. El olor del pan horneado se arrastraba con la brisa guiando a los hambrientos aun mejor que un camino señalado. Vestía como cualquier otro, andaba y sonreía pues si bien su vida era visitar las calles en pocas ocasiones lograba hacerlo en compañía de sus iguales. Las morras y sirvientas que su tío trataba como inferiores y que a él le parecían bellos seres que con dicha habían nacido donde la escases de dinero les permitió encontrar la humildad.
Escucho en la lejanía insulsas provenientes de aquel que debía bajo su yugo ejercer la justicia más aquel como otros días resaltaba por su escases y el abuso y la corrupción se vestían con sus prendas más ostentosas retando con zumba a los justos. La gente comenzó a congregarse entorno a aquellos que sobre corceles sujetaban las bridas intentando abrirse paso entre el gentío. Ofensas y estrafalarias palabras tañeron las calles antes cálidas y tranquilas. Los caballos piafaban y de las cujas de los jinetes asomaban las lanzas y espadas que hacían zumbar sobre las cabezas de los desdichados que creyéndose una multitud pretendían detenerles el paso.
Se abrió paso recibiendo empujones y codazos y observo con aire de impotencia la escena que frente a sus ojos tenía lugar. Sangrienta masacre de moral, el dogal sujetaba sus manos y sus pies intentaban aferrarse al suelo mientras los caballos no por menos prominentes y musculosos halaban de ellos amenazando con golpear sus rostros con sus casquillos y herraduras de verse en la necesidad de retroceder. Se abrió paso al escuchar el llanto del pequeño que junto con una de sus sirvientas, como decía su tío y no el, eran arrastrados por sendos y colosos animales.
-¡Adele!- exclamo, abriéndose paso hasta llegar junto a ella. Impensable era creer que dicha mujer hubiese cometido un crimen tan atroz para ser tratada de aquella manera. La mujer a su vez le volteo a ver con el rostro enjuagado en lágrimas y las muñecas del color del arrebol indicándole que a punto estaban ya de comenzar a verter como ríos de cristalina agua la sangre que por sus venas corría. Y en su rostro fue tangible la molestia y descontento que aquella escena causaba en su ser. Irreverente que hijos de Dios e iguales se comportaran como poco menos que animales.
-¡deténgase en este momento!- bramo a los cielos caminando con esfuerzo a un lado del adusto hombre que sujetaba las riendas del animal. La gente tras de él amenazaba con arrojarlo bajo los cascos del caballo pues entre el enojo y el revuelo incapaces eran ya de mantener un orden, a un lado de el cayo un hombre que pronto chillo al ser pateado por el animal y aquella acción se le atribuyo a su jinete. Enardecida estaba la multitud y justicia de su propia mano deseaban probar -¡por amor de Dios, alto!- y tras de eso un golpe seco que lo obligo a caer al suelo y ser pisoteado por el gentío mientras sus labios probaban su propia sangre que vertiginosa caía desde su nariz.
Escucho en la lejanía insulsas provenientes de aquel que debía bajo su yugo ejercer la justicia más aquel como otros días resaltaba por su escases y el abuso y la corrupción se vestían con sus prendas más ostentosas retando con zumba a los justos. La gente comenzó a congregarse entorno a aquellos que sobre corceles sujetaban las bridas intentando abrirse paso entre el gentío. Ofensas y estrafalarias palabras tañeron las calles antes cálidas y tranquilas. Los caballos piafaban y de las cujas de los jinetes asomaban las lanzas y espadas que hacían zumbar sobre las cabezas de los desdichados que creyéndose una multitud pretendían detenerles el paso.
Se abrió paso recibiendo empujones y codazos y observo con aire de impotencia la escena que frente a sus ojos tenía lugar. Sangrienta masacre de moral, el dogal sujetaba sus manos y sus pies intentaban aferrarse al suelo mientras los caballos no por menos prominentes y musculosos halaban de ellos amenazando con golpear sus rostros con sus casquillos y herraduras de verse en la necesidad de retroceder. Se abrió paso al escuchar el llanto del pequeño que junto con una de sus sirvientas, como decía su tío y no el, eran arrastrados por sendos y colosos animales.
-¡Adele!- exclamo, abriéndose paso hasta llegar junto a ella. Impensable era creer que dicha mujer hubiese cometido un crimen tan atroz para ser tratada de aquella manera. La mujer a su vez le volteo a ver con el rostro enjuagado en lágrimas y las muñecas del color del arrebol indicándole que a punto estaban ya de comenzar a verter como ríos de cristalina agua la sangre que por sus venas corría. Y en su rostro fue tangible la molestia y descontento que aquella escena causaba en su ser. Irreverente que hijos de Dios e iguales se comportaran como poco menos que animales.
-¡deténgase en este momento!- bramo a los cielos caminando con esfuerzo a un lado del adusto hombre que sujetaba las riendas del animal. La gente tras de él amenazaba con arrojarlo bajo los cascos del caballo pues entre el enojo y el revuelo incapaces eran ya de mantener un orden, a un lado de el cayo un hombre que pronto chillo al ser pateado por el animal y aquella acción se le atribuyo a su jinete. Enardecida estaba la multitud y justicia de su propia mano deseaban probar -¡por amor de Dios, alto!- y tras de eso un golpe seco que lo obligo a caer al suelo y ser pisoteado por el gentío mientras sus labios probaban su propia sangre que vertiginosa caía desde su nariz.
Cyrille Vezier- Humano Clase Alta
- Mensajes : 260
Fecha de inscripción : 06/02/2011
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Re: La corrupción se viste de gala [Lázsló]
Le observo con lo que pudiendo ser temor en su mirada no era sino credulidad de sus palabras. Pensar en una botella de vino le resultaba agobiante, y casi podía apostar que aquel líquido del color del césped en primavera contenía mucho más alcohol que el fermento de uvas de temporada. Confiaba en los santos que László no esperase que le siguiera el ritmo al tomar, no solo por su inexperto paladar con aquellos fuertes licores sino porque seguramente su cuerpo comenzaría a manifestar muestras tangibles de estar siendo domado por el alcohol ¡Jesús, María y José! ¿Qué diría su tío de verle llegar ebrio a su hogar? Quizás siquiera le permitiría la entrada.
-Podemos esperarlo- aseveró jugando con el vaso entre sus manos para hacer una marejada dentro de los parámetros del cristal. Sin embargo ¿Cómo se sentía estar ebrio? Había escuchado de labios ajenos en conversaciones que no lo inmiscuían que era sentirse libre y alegre, cálido desde las entrañas y extrañamente más capaz, de hacer aquellas cosas que en la cordura no serian jamás capaces de hacer. Apretó el vaso entre sus dedos encomendándose a la Santísima Trinidad para no caer en la tentación “No nos dejes caer en la tentación” leyó en su memoria suspirando ampliamente, dejando escapar de su pecho todo el aire que fue capaz y de haber sido más fuerte quizás el alma se le hubiera ido con ello.
-¿Qué es lo que se suele hacer aquí cuando esperas a que alguien aparezca?- le cuestiono dubitativamente, dándole otro amplio sorbo a la bebida que escoció en su garganta mientras caía y que, en su pecho, parecía combustible para alguna antorcha que se alzaba en su interior, lamiendo ahora sus costillas y su pecho. Observó en derredor en búsqueda de alguna buena solución, no jugaba cartas porque sus padres decían era un vicio difícil de quitar, un azar que solo destinaba a perder y perder aquella fortuna de la que difícilmente y con esfuerzo se habían acido una generación después de ellos, no era una opción. Podía aprender sin embargo, viro entonces a observar al hombre que con anterioridad había tomado lugar en los pensamientos del otro.
El calor en su pecho trepo con rapidez alojando el rubor en sus mejillas y aunque no hacía calor comenzó a sentirse tibio por doquier. Termino entonces el segundo vaso apenas y percatándose de sus acciones, tan deliberadas como haber trepado en el corcel del guardia o haberle creído héroe a quien con anterioridad había considerado como antagónico rebelde de los valores y la moral. Se sorprendió entonces de lo mucho que podía cambiar el parecer de una persona en algunas horas regaladas del día, aquellas que la gente solía cuidar como preciadas cuentas de diamante y oro. Chasqueó la lengua contra el paladar riendo infantilmente por su propia acción, por aquel agradable cosquilleo que producía el contacto sobre su piel.
-Quizás en alguna ocasión puedas enseñarme a jugar cartas- pronunció al aire con las manos ahora escondidas bajos las mesa, jugueteando con el borde de su camisa. Fue el tacto de la misma, terso y pulcro lo que le hizo comprender el motivo por el cual quizás, jamás llegaría a ser como aquellos que antes que el habían logrado comprenderlo. No podría hasta desprenderse en totalidad de sus lujos aunque quizás en sus riquezas era capaz de ayudar más. Si tan solo comprendiera de negocios el mismo llevaría el apellido de sus padres en alto y donaría aquellas ganancias a los asilos y orfanatorios, a las iglesias y los olvidados. Pagaría maestros que enseñaran vocaciones y no otorgaría un pez sino, enseñaría a pescar. Era difícil entonces saber que camino debía seguir.
Meneo la cabeza volteándole a ver con una sonrisa de dudosa procedencia, nacida quizás en los estragos del alcohol –Me agrada este lugar- término por sentenciar.
-Podemos esperarlo- aseveró jugando con el vaso entre sus manos para hacer una marejada dentro de los parámetros del cristal. Sin embargo ¿Cómo se sentía estar ebrio? Había escuchado de labios ajenos en conversaciones que no lo inmiscuían que era sentirse libre y alegre, cálido desde las entrañas y extrañamente más capaz, de hacer aquellas cosas que en la cordura no serian jamás capaces de hacer. Apretó el vaso entre sus dedos encomendándose a la Santísima Trinidad para no caer en la tentación “No nos dejes caer en la tentación” leyó en su memoria suspirando ampliamente, dejando escapar de su pecho todo el aire que fue capaz y de haber sido más fuerte quizás el alma se le hubiera ido con ello.
-¿Qué es lo que se suele hacer aquí cuando esperas a que alguien aparezca?- le cuestiono dubitativamente, dándole otro amplio sorbo a la bebida que escoció en su garganta mientras caía y que, en su pecho, parecía combustible para alguna antorcha que se alzaba en su interior, lamiendo ahora sus costillas y su pecho. Observó en derredor en búsqueda de alguna buena solución, no jugaba cartas porque sus padres decían era un vicio difícil de quitar, un azar que solo destinaba a perder y perder aquella fortuna de la que difícilmente y con esfuerzo se habían acido una generación después de ellos, no era una opción. Podía aprender sin embargo, viro entonces a observar al hombre que con anterioridad había tomado lugar en los pensamientos del otro.
El calor en su pecho trepo con rapidez alojando el rubor en sus mejillas y aunque no hacía calor comenzó a sentirse tibio por doquier. Termino entonces el segundo vaso apenas y percatándose de sus acciones, tan deliberadas como haber trepado en el corcel del guardia o haberle creído héroe a quien con anterioridad había considerado como antagónico rebelde de los valores y la moral. Se sorprendió entonces de lo mucho que podía cambiar el parecer de una persona en algunas horas regaladas del día, aquellas que la gente solía cuidar como preciadas cuentas de diamante y oro. Chasqueó la lengua contra el paladar riendo infantilmente por su propia acción, por aquel agradable cosquilleo que producía el contacto sobre su piel.
-Quizás en alguna ocasión puedas enseñarme a jugar cartas- pronunció al aire con las manos ahora escondidas bajos las mesa, jugueteando con el borde de su camisa. Fue el tacto de la misma, terso y pulcro lo que le hizo comprender el motivo por el cual quizás, jamás llegaría a ser como aquellos que antes que el habían logrado comprenderlo. No podría hasta desprenderse en totalidad de sus lujos aunque quizás en sus riquezas era capaz de ayudar más. Si tan solo comprendiera de negocios el mismo llevaría el apellido de sus padres en alto y donaría aquellas ganancias a los asilos y orfanatorios, a las iglesias y los olvidados. Pagaría maestros que enseñaran vocaciones y no otorgaría un pez sino, enseñaría a pescar. Era difícil entonces saber que camino debía seguir.
Meneo la cabeza volteándole a ver con una sonrisa de dudosa procedencia, nacida quizás en los estragos del alcohol –Me agrada este lugar- término por sentenciar.
Cyrille Vezier- Humano Clase Alta
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Fecha de inscripción : 06/02/2011
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Re: La corrupción se viste de gala [Lázsló]
Clavó sus ojos color cielo en el mar verde contenido en su vaso, sólo por un segundo hasta que escuchó la voz de su interlocutor, asintió y bebió el resto del líquido de un solo trago. Su boca comenzó a sentirse como si estuviera llena de algodón, sonrió ligeramente de lado ante la sensación, sabía lo que significaba. Era joven, eso era cierto (y aparentaba aún menos edad gracias a su condición), pero llevaba gran parte de su vida haciendo lo que esa tarde hacía en compañía de Cyrille, beber y sabía cada síntoma que tenía que pasar antes de llegar a la ebriedad total, también sabía cuando debía detenerse si su meta no era alcanzar la embriaguez total. Por ahora se lo llevaría con calma, no porque no quisiera dar esa primera impresión a su acompañante, la verdad le daba igual, sino porque se sentía como el hermano mayor dentro de la situación, con la obligación de cuidar al otro, aunque el joven no lo pidiera, o necesitara siquiera.
-Beber, eso hacemos mientras esperamos –respondió con desfachatez y luego rió, levantó el brazo por tercera vez –podemos llevárnoslo con calma, este vaso debe durarnos un buen rato –propuso y luego observó el trayecto del tabernero acercarse a ellos y disponer ante los jóvenes los dos nuevos recipientes rebosantes de hada verde. Dio un sorbo, pequeño, también estaba acostumbrado a escatimar, pues su vida era de carencias.
-La verdad soy muy malo para los juegos de azar, aunque los conozco y sé jugarlos… -pausó y entornó los ojos –quizá podríamos hacernos buenos los dos practicando y luego venir a patear algunos traseros –sus ojos se abrieron como un par de disparos al cielo y sonrió. No sabía por qué le agradaba tanto este chico, por qué trazaba planes a posteriori cuando nunca lo hacía, solía vivir al día, como la vida lo fuese tratando, intentando sobrevivir a la dura vida de la calle. Algo de su plática previa había permeado en su mente para siempre, buscar algo en lo que fuera bueno, no temerle más a ser responsable y crecer, sin saberlo ni esperarlo, había aprendido una lección de un tipo que, bajo cualquier otra circunstancia, no hubiese escuchado, no hubiese volteado a ver, que descartaría sin mirarlo a los ojos y ver en ellos sinceridad, sin importar la cuna de procedencia.
-¡Qué bueno que te guste!, este lugar es como mi segundo hogar, eso si tuviera un primer hogar –se encogió de hombros sin darle mucha importancia al hecho de declarar de aquella forma que no tenía un techo formal en ningún lado, que dormía donde podía, que en invierno se tenía que rellenar la ropa con periódico para que el frío no lo matara, un truco que aprendió de un vagabundo inglés, si mal no recordaba-, ya en serio, para pasar el rato podemos seguir nuestra plática –continuó como si su conversación viniera en desorden, desvió la mirada a un lado, como si lo hubiese acabado de abofetear –tengo muchas preguntas, jamás nadie me ha explicado… pues nada, supongo que tú sabes un poco más sobre las cosas que la gente imprime en el papel –esa era su forma de pedirle a Cyrille que le enseñara algo, lo que fuera, cómo se escribía su nombre, con eso se conformaba.
Quizá era el licor que comenzaba a hacer estragos en él, la adrenalina del día, la compañía inesperada, no sabía qué a ciencia cierta, pero así como se sentía el hermano mayor en algunas situaciones, a la hora de aprender uno del otro, él se sentía en desventaja, pero en lugar de amedrentarse, quiso aprender. Siempre había querido hacerlo, nunca se había topado con alguien que pudiera saciar, aunque fuera un poco, su curiosidad.
-Beber, eso hacemos mientras esperamos –respondió con desfachatez y luego rió, levantó el brazo por tercera vez –podemos llevárnoslo con calma, este vaso debe durarnos un buen rato –propuso y luego observó el trayecto del tabernero acercarse a ellos y disponer ante los jóvenes los dos nuevos recipientes rebosantes de hada verde. Dio un sorbo, pequeño, también estaba acostumbrado a escatimar, pues su vida era de carencias.
-La verdad soy muy malo para los juegos de azar, aunque los conozco y sé jugarlos… -pausó y entornó los ojos –quizá podríamos hacernos buenos los dos practicando y luego venir a patear algunos traseros –sus ojos se abrieron como un par de disparos al cielo y sonrió. No sabía por qué le agradaba tanto este chico, por qué trazaba planes a posteriori cuando nunca lo hacía, solía vivir al día, como la vida lo fuese tratando, intentando sobrevivir a la dura vida de la calle. Algo de su plática previa había permeado en su mente para siempre, buscar algo en lo que fuera bueno, no temerle más a ser responsable y crecer, sin saberlo ni esperarlo, había aprendido una lección de un tipo que, bajo cualquier otra circunstancia, no hubiese escuchado, no hubiese volteado a ver, que descartaría sin mirarlo a los ojos y ver en ellos sinceridad, sin importar la cuna de procedencia.
-¡Qué bueno que te guste!, este lugar es como mi segundo hogar, eso si tuviera un primer hogar –se encogió de hombros sin darle mucha importancia al hecho de declarar de aquella forma que no tenía un techo formal en ningún lado, que dormía donde podía, que en invierno se tenía que rellenar la ropa con periódico para que el frío no lo matara, un truco que aprendió de un vagabundo inglés, si mal no recordaba-, ya en serio, para pasar el rato podemos seguir nuestra plática –continuó como si su conversación viniera en desorden, desvió la mirada a un lado, como si lo hubiese acabado de abofetear –tengo muchas preguntas, jamás nadie me ha explicado… pues nada, supongo que tú sabes un poco más sobre las cosas que la gente imprime en el papel –esa era su forma de pedirle a Cyrille que le enseñara algo, lo que fuera, cómo se escribía su nombre, con eso se conformaba.
Quizá era el licor que comenzaba a hacer estragos en él, la adrenalina del día, la compañía inesperada, no sabía qué a ciencia cierta, pero así como se sentía el hermano mayor en algunas situaciones, a la hora de aprender uno del otro, él se sentía en desventaja, pero en lugar de amedrentarse, quiso aprender. Siempre había querido hacerlo, nunca se había topado con alguien que pudiera saciar, aunque fuera un poco, su curiosidad.
Invitado- Invitado
Re: La corrupción se viste de gala [Lázsló]
-Soy bueno aprendiendo… además creo que mi suerte no es tan mala- se convenció a si mismo de la posibilidad de regresar y más aun, compartir con aquellos hombres una acción a la que ellos más no él estaban acostumbrados a realizar. Aprendería cada vez más cosas de la vida en las calles, de las leyes y sus habitantes. Porque bien sabía él, el valor de un lugar radicaba solo en el aprecio que se le podía tener a los pobladores. Sentía la necesidad y el deseo de pertenecer a una sociedad que ni siquiera le volteaba a ver. Quizás a sus ropas y bolsillos más no a él ¿Por qué creía entonces que eran mejores que los de su propia cuna? –Claro, practicar, es la única manera de mejorar- vociferó.
Sonrió en un gesto casi fraternal, pensando en las múltiples lecciones que le habían enseñado su sin fin de tutores. Recordaba al hombre regordete de mejillas sonrosadas y nula cabellera que le enseñaba de historia, llevaba siempre unas enormes gafas de cristal redondeado sobre el puente de su nariz y vestía en la misma gama de colores marrones y obscuros que contrastaban con su camisa beige y su moño rojo, en efecto, no recordaba haberlo visto vestir de otra manera en todos aquellos años que le había instruido en la materia. Podía entonces hablar con facilidad de Napoleón, Carlomagno e inclusive de aquellos conquistadores que habían arribado a la Nueva España siglos atrás. Aunque, prefería no hablar de política ni historia en una sociedad tan dividida por los pensamientos autoimpuestos sobre ellos.
Estaba también, aquella mujer de inmensas faldas que parecían querer asfixiarla en los ventosos días de Octubre, cuando solían dar paseos mientras le explicaba el funcionamiento de las plantas y la naturaleza. Se había aburrido sin embargo de tener que limitarse a escuchar cuando bien podría estar con Teva en los anillos de pobreza. Allá donde, a pesar de ser observando con ojos de juez, se sentía más a gusto que en su propio hogar. Arropado entre el lodo y en la suciedad, vestido con el hálito invernal, alimentado con restos y migas de pan. Intento recordar el nombre de la mujer que le había enseñado el amor por las plantas y la madre naturaleza, seguramente se debía a sus enseñanzas que tuviera ahora un inmenso jardín, con tulipanes y rosas creciendo por doquier. Pavoneándose de aquella belleza con que se permitía deleitar cuando el fuego y oro las bañaban como hundidas en un manantial.
Recordó después del hombre regordete y la mujer de faldas largas a aquel hombre de porte audaz. Le había enseñado de números y algebra aun cuando su aspecto lucia más como el de alguien que te enseña de equitación. Solía pensar en el en las noches en que no le quedaba clara su vocación, seguramente sus padres le habían obligado a ser profesor pues en sus enseñanzas y trato con los demás podía comprender la falta de amor que tenia por su labor. Se cuestionaba entonces a sí mismo si estaba dispuesto a terminar como él, encerrado entre libros, rodeado de personas que parecía detestar “¿Y cuántas veces más te lo voy a decir?” escucho retumbar en su interior seguido del golpe de la vara de madera sobre sus manos. Contrajo instintivamente los dedos ante el recuerdo y el dolor, había presenciado su partida desde la ventana de su habitación. Pues, aunque su padre estaba de acuerdo con aquel método de enseñanza, su madre se había negado a aceptar, tales actos de salvajismo e irracionalidad.
-Las personas imprimen muchas cosas sobre el papel. Son tantas que no sabría por dónde empezar. Hay cuentos y fabulas, existen los libros de historia y poesía, hay libros que te enseñan a sumar y restar y otros que hablan de filosofía. A mí en lo particular me gustan los de exploradores…puedes imaginar los paisajes y por unos instantes de sientes en otro lugar- podía conocer aquellos lugares a los cuales le era imposible llegar. Montañas que tocan los cielos, lagos bajo las piedras y cielos, cielos que se arrastraban sobre el suelo como espectros de humo y gas. Había estado en todos esos lugares gracias a los libros que solía leer, antes, cuando se encontraba en la abadía. Froto con sus nudillos uno de sus ojos dándole un amplio sorbo a la nueva bebida que llevaba ya tiempo reposada frente a él. Se cuestiono entonces a sí mismo, si László sabría leer –Làszló…¿sabes escribir?- el cuestionamiento emergió tan terso, tan trémulo y titubeante que por poco y no se hunde sobre el vaso frente a él. Y casi podría jurar que había visto como las palabras caían una a una dentro del cristal.
Había cuestionado con temor de llegar a herir su ego y vanidad, aquel orgullo que parecía emerger ante cada palabra y sermón, como si exudara por su piel, como si pudiese convertirse en una fragancia de tocador que se rociara encima todas las mañanas y ahora, había quedado impregnada a su cuerpo –Cuando niño me enseñaron muchas cosas, ahora no, porque mi tío prefiere que haga otras cosas, las cosas que yo quiero. Pero uno no necesita conocerlo todo, solo aquello que le hace feliz- asintió repetidas veces hasta tener que sujetar su cabeza con ambas manos -¿A ti te haría feliz aprender?...pero ¿aprender sobre qué?- su lengua patinaba sobre su paladar, se enredaba sobre sus dientes y se entumecía en los costados.
(Me disculpo por posibles y futuras demoras, mi lap se descompuso asi que acabo de conseguir otra de hace una decada, apenas y funciona y es lentisima. Además me es raro no escribir con mi lap, aunque, a pesar de que demore aquì seguire.)
Sonrió en un gesto casi fraternal, pensando en las múltiples lecciones que le habían enseñado su sin fin de tutores. Recordaba al hombre regordete de mejillas sonrosadas y nula cabellera que le enseñaba de historia, llevaba siempre unas enormes gafas de cristal redondeado sobre el puente de su nariz y vestía en la misma gama de colores marrones y obscuros que contrastaban con su camisa beige y su moño rojo, en efecto, no recordaba haberlo visto vestir de otra manera en todos aquellos años que le había instruido en la materia. Podía entonces hablar con facilidad de Napoleón, Carlomagno e inclusive de aquellos conquistadores que habían arribado a la Nueva España siglos atrás. Aunque, prefería no hablar de política ni historia en una sociedad tan dividida por los pensamientos autoimpuestos sobre ellos.
Estaba también, aquella mujer de inmensas faldas que parecían querer asfixiarla en los ventosos días de Octubre, cuando solían dar paseos mientras le explicaba el funcionamiento de las plantas y la naturaleza. Se había aburrido sin embargo de tener que limitarse a escuchar cuando bien podría estar con Teva en los anillos de pobreza. Allá donde, a pesar de ser observando con ojos de juez, se sentía más a gusto que en su propio hogar. Arropado entre el lodo y en la suciedad, vestido con el hálito invernal, alimentado con restos y migas de pan. Intento recordar el nombre de la mujer que le había enseñado el amor por las plantas y la madre naturaleza, seguramente se debía a sus enseñanzas que tuviera ahora un inmenso jardín, con tulipanes y rosas creciendo por doquier. Pavoneándose de aquella belleza con que se permitía deleitar cuando el fuego y oro las bañaban como hundidas en un manantial.
Recordó después del hombre regordete y la mujer de faldas largas a aquel hombre de porte audaz. Le había enseñado de números y algebra aun cuando su aspecto lucia más como el de alguien que te enseña de equitación. Solía pensar en el en las noches en que no le quedaba clara su vocación, seguramente sus padres le habían obligado a ser profesor pues en sus enseñanzas y trato con los demás podía comprender la falta de amor que tenia por su labor. Se cuestionaba entonces a sí mismo si estaba dispuesto a terminar como él, encerrado entre libros, rodeado de personas que parecía detestar “¿Y cuántas veces más te lo voy a decir?” escucho retumbar en su interior seguido del golpe de la vara de madera sobre sus manos. Contrajo instintivamente los dedos ante el recuerdo y el dolor, había presenciado su partida desde la ventana de su habitación. Pues, aunque su padre estaba de acuerdo con aquel método de enseñanza, su madre se había negado a aceptar, tales actos de salvajismo e irracionalidad.
-Las personas imprimen muchas cosas sobre el papel. Son tantas que no sabría por dónde empezar. Hay cuentos y fabulas, existen los libros de historia y poesía, hay libros que te enseñan a sumar y restar y otros que hablan de filosofía. A mí en lo particular me gustan los de exploradores…puedes imaginar los paisajes y por unos instantes de sientes en otro lugar- podía conocer aquellos lugares a los cuales le era imposible llegar. Montañas que tocan los cielos, lagos bajo las piedras y cielos, cielos que se arrastraban sobre el suelo como espectros de humo y gas. Había estado en todos esos lugares gracias a los libros que solía leer, antes, cuando se encontraba en la abadía. Froto con sus nudillos uno de sus ojos dándole un amplio sorbo a la nueva bebida que llevaba ya tiempo reposada frente a él. Se cuestiono entonces a sí mismo, si László sabría leer –Làszló…¿sabes escribir?- el cuestionamiento emergió tan terso, tan trémulo y titubeante que por poco y no se hunde sobre el vaso frente a él. Y casi podría jurar que había visto como las palabras caían una a una dentro del cristal.
Había cuestionado con temor de llegar a herir su ego y vanidad, aquel orgullo que parecía emerger ante cada palabra y sermón, como si exudara por su piel, como si pudiese convertirse en una fragancia de tocador que se rociara encima todas las mañanas y ahora, había quedado impregnada a su cuerpo –Cuando niño me enseñaron muchas cosas, ahora no, porque mi tío prefiere que haga otras cosas, las cosas que yo quiero. Pero uno no necesita conocerlo todo, solo aquello que le hace feliz- asintió repetidas veces hasta tener que sujetar su cabeza con ambas manos -¿A ti te haría feliz aprender?...pero ¿aprender sobre qué?- su lengua patinaba sobre su paladar, se enredaba sobre sus dientes y se entumecía en los costados.
(Me disculpo por posibles y futuras demoras, mi lap se descompuso asi que acabo de conseguir otra de hace una decada, apenas y funciona y es lentisima. Además me es raro no escribir con mi lap, aunque, a pesar de que demore aquì seguire.)
Cyrille Vezier- Humano Clase Alta
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Re: La corrupción se viste de gala [Lázsló]
Alta traición, sentía que admitir su deseo por aprender rayaba en la alta traición ante el tribunal de su propia persona, pero qué iba a hacer, parte de él también era ser sincero y aquello le había salido con completa franqueza, además, Cyrille le inspiraba lo que muy pocas personas: confianza. ¿Cómo no iba a ser desconfiado si sus padres fueron muertos a manos del capricho y la corrupción?, ¿cómo no iba a serlo si algunos hombres adinerados le había prometido trabajo y al final sólo habían abusado de su trabajo duro?, pero ahora era distinto, este joven frente a él había conseguido en unas horas lo que nadie en toda una vida.
Lo observó pensativo y se preguntó qué estaría ocupando su cabeza, quizá estaba reuniendo fuerza para no reírse de él en su cara, miró a un lado y dio un sorbo tímido a su vaso de absenta, el suficiente para que el sabor amargo de la bebida inundara su paladar y aún quedara suficiente para seguir esa tarde, comenzaba a creer que su deudor no aparecería ese día, pero al menos estaba compartiendo una conversación interesante.
Cuando su acompañante habló de nuevo, László lo miró fascinado, imaginando todo eso, como el niño curioso que era, algunas palabras que Cyrille había mencionado le sonaron demasiado rimbombantes y no sabía a qué se referían pero él mismo inventó significados en su cabeza al respecto. Sonrió cuando su acompañante mencionó los libros sobre exploradores, su mente volvió a volar por sitios que jamás había visto y cosas que jamás había escuchado. Quizá conocería, aunque fuese de ese modo, África, el sitio del que se suponía venía su transformación más complicada, la de un enorme y feroz perro sin domesticar. Salió de su ensoñación cuando el otro pareció dirigirse directamente a él, lo miró contrariado y parpadeó un par de veces. ¿Escribir?, no sabía ni cómo escribir su nombre, nunca había recibido educación de ningún tipo. Sintió sus mejillas arder y tomó el vaso frente a él con ambas manos como si amenazara con escaparse.
-No –admitió mirando el fondo del contenido del recipiente y luego negó con la cabeza. Se quedó en aquella posición un rato hasta que Cyrille volvió a hablar, sonaba todo tan perfecto, hacer lo que a él le gustara, pero era distinto, para ambos chicos resultaba distinto, pues para László primero estaba sobrevivir y después estaba lo que quería y deseaba. Carraspeó y se removió en su lugar-, me gustaría aprender –admitió y alzó la mirada lentamente –aunque sea lo básico, leer y escribir, así podría escabullirme a la biblioteca y ya sabría sobre que hablan los libros de ahí, ya no me dedicaría a ver sólo las ilustraciones –lo mismo le sucedía con el periódico que se encontraba en la basura, sólo veía símbolos sin sentido, las letras, y mejor contemplaba las ilustraciones que adornaban algunas páginas inventándose historias sobre esas escenas.
Con aprender cosas tan sencillas ya se sentiría agradecido, aún faltaba descubrir para qué era bueno, quizá encontraría la respuesta una vez que supiera qué era lo que las letras unidas en palabras decían.
-¿A ti que te haría feliz? –la pregunta brotó de su boca con un dejo incluso ingenuo, como espontáneo, sin pensarlo, ya le había dicho que le gustaba la música pero ¿quería eso para el resto de su vida?. El resto de una vida sonaba a demasiado tiempo, y más para alguien como László que era de la idea de vivir rápido y dejar un cadáver bonito. Una cosa era cierta, para László era imposible verse a futuro, verse viejo, juraba que moriría joven, que moriría en la línea de batalla, con los puños arriba y el orgullo intacto.
De vez en cuando, sin embargo, se daba cuenta que quería mucho más en la vida, como aquella tarde que, en compañía de una persona inesperada, hacía una rápida revisión de su estrepitosa vida. Todo era breve e inmediato para él, pero no dejaba de ser un joven, casi un niño, con sed de muchas otras cosas. Sus ideales no morían, sus ideales eran lo único que tenía, pero por eso mismo, quería aprender a leer y a escribir como hace unos momentos acababa de admitir, para poder leer las grandes mentes revolucionarias que derrocaron gobiernos injustos en el pasado.
{No te preocupes que yo andaba igual sin lap top, ya tengo otra vez pero regreso de a poco, sabes que soy paciente, no hay presión ^^ }
Lo observó pensativo y se preguntó qué estaría ocupando su cabeza, quizá estaba reuniendo fuerza para no reírse de él en su cara, miró a un lado y dio un sorbo tímido a su vaso de absenta, el suficiente para que el sabor amargo de la bebida inundara su paladar y aún quedara suficiente para seguir esa tarde, comenzaba a creer que su deudor no aparecería ese día, pero al menos estaba compartiendo una conversación interesante.
Cuando su acompañante habló de nuevo, László lo miró fascinado, imaginando todo eso, como el niño curioso que era, algunas palabras que Cyrille había mencionado le sonaron demasiado rimbombantes y no sabía a qué se referían pero él mismo inventó significados en su cabeza al respecto. Sonrió cuando su acompañante mencionó los libros sobre exploradores, su mente volvió a volar por sitios que jamás había visto y cosas que jamás había escuchado. Quizá conocería, aunque fuese de ese modo, África, el sitio del que se suponía venía su transformación más complicada, la de un enorme y feroz perro sin domesticar. Salió de su ensoñación cuando el otro pareció dirigirse directamente a él, lo miró contrariado y parpadeó un par de veces. ¿Escribir?, no sabía ni cómo escribir su nombre, nunca había recibido educación de ningún tipo. Sintió sus mejillas arder y tomó el vaso frente a él con ambas manos como si amenazara con escaparse.
-No –admitió mirando el fondo del contenido del recipiente y luego negó con la cabeza. Se quedó en aquella posición un rato hasta que Cyrille volvió a hablar, sonaba todo tan perfecto, hacer lo que a él le gustara, pero era distinto, para ambos chicos resultaba distinto, pues para László primero estaba sobrevivir y después estaba lo que quería y deseaba. Carraspeó y se removió en su lugar-, me gustaría aprender –admitió y alzó la mirada lentamente –aunque sea lo básico, leer y escribir, así podría escabullirme a la biblioteca y ya sabría sobre que hablan los libros de ahí, ya no me dedicaría a ver sólo las ilustraciones –lo mismo le sucedía con el periódico que se encontraba en la basura, sólo veía símbolos sin sentido, las letras, y mejor contemplaba las ilustraciones que adornaban algunas páginas inventándose historias sobre esas escenas.
Con aprender cosas tan sencillas ya se sentiría agradecido, aún faltaba descubrir para qué era bueno, quizá encontraría la respuesta una vez que supiera qué era lo que las letras unidas en palabras decían.
-¿A ti que te haría feliz? –la pregunta brotó de su boca con un dejo incluso ingenuo, como espontáneo, sin pensarlo, ya le había dicho que le gustaba la música pero ¿quería eso para el resto de su vida?. El resto de una vida sonaba a demasiado tiempo, y más para alguien como László que era de la idea de vivir rápido y dejar un cadáver bonito. Una cosa era cierta, para László era imposible verse a futuro, verse viejo, juraba que moriría joven, que moriría en la línea de batalla, con los puños arriba y el orgullo intacto.
De vez en cuando, sin embargo, se daba cuenta que quería mucho más en la vida, como aquella tarde que, en compañía de una persona inesperada, hacía una rápida revisión de su estrepitosa vida. Todo era breve e inmediato para él, pero no dejaba de ser un joven, casi un niño, con sed de muchas otras cosas. Sus ideales no morían, sus ideales eran lo único que tenía, pero por eso mismo, quería aprender a leer y a escribir como hace unos momentos acababa de admitir, para poder leer las grandes mentes revolucionarias que derrocaron gobiernos injustos en el pasado.
{No te preocupes que yo andaba igual sin lap top, ya tengo otra vez pero regreso de a poco, sabes que soy paciente, no hay presión ^^ }
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Re: La corrupción se viste de gala [Lázsló]
Sonrió de medio lado en un gesto de completa calidez. Había enseñado con anterioridad a algunos niños y adultos a leer y escribir, la gente que se encontraba en los hospitales y los pequeños de los orfanatos, en su mayoría, no habían logrado recibir una educación. Y se negaba a llamar digno al saber pues no había nada indigno en no comprender, lo que nadie se había molestado en enseñar –Te enterarías de algunas desgracias- susurró meneando la cabeza mientras terminaba de sorber un amplio trago de la bebida. Recordaba haberse despertado cierta vez y leer sobre las revoluciones y revueltas en una sociedad que, le incluía de alguna manera bizarra y compleja a él.
Lo pensó, recapacito en la pregunta asustado. De pronto, no supo que contestar –Una sola cosa no me haría feliz… a demás pienso que es un camino a recorrer, no un destino o algo así. La vida me hace feliz- canturreó. Como sacerdote, pianista o vinicultor sería feliz, mientras siguiera con aquella extraña vocación de ayudar a los demás. Seguiría con aquellos pasos fundamentales que le habían enseñado en la había, su verdadero camino a la felicidad; Amar, en un mundo egoísta e indiferente. Ser justo, frente a tantas injusticias y exclusiones. Paz, en oposición a la violencia. Ser honesto, frente a la corrupción. Solidaridad, en oposición al individualismo y la competencia. Sobriedad, en oposición a una sociedad basada en los vicios. Gratitud, con la vida y Dios. En aquellos instantes, su felicidad radicaba en seguir hablando con aquel que de pronto había adquirido tanta relevancia en su vida.
-La vida me hace feliz- repitió apoyando su codo sobre la mesa y su rostro sobre el puño cerrado, para terminar de una vez con el resto del verdoso contenido que restaba en el fondo del vaso ahora ensombrecido por el cálido aliento de sus labios sobre el cristal. Y apenas el vaso encontró refugio en la mesa de madera la estancia pareció cambiar, el aire se lleno de un olor familiar y a la vez desconocido, las luces parecieron tintinear y la música y voces de trasfondo se volvieron más lejanas y poco audibles, como deformadas por el eco de los años, ahogadas en la memoria de unos cuantos. Que se esmeraban en olvidar su realidad por unos instantes de felicidad -¿Dónde está el baño?- le cuestiono apoyando ambas manos sobre la mesa sin llegar siquiera a levantarse de la silla.
“¡La Santísima Trinidad!”
Había buscado fuerzas en el manto de Dios para resistir a la tentación, con los pies ahora ligeros y la lengua más bien floja comenzaba a pensar que quizás, había sucumbido ya a lo desconocido. Debía suponer que eran aquellos los primeros indicios de ebriedad ¿Cómo saberlo? Era como pedirle a un ciego describir un color, las manzanas eran rojas claro pero ¿Cómo era el rojo? Inspiro profundamente observando en derredor, no le resultaron familiares ninguno de los rostros que ahora veía en comparación con los que había observado al entrar. Y si el hombre no hacía acto de presencia en los próximos cuartos de hora, y si seguía siendo dueño de sus propias palabras tendría que pedir, rogar a su acompañante para posponer la lección. Aunque casi podía sentir como su ser se negaba a abandonar aquel lugar pues aun con el frío otoñal y el soplo nocturno en su interior se alzaba ígnea una antorcha avivada por la absenta y las papas y pimienta.
Lo pensó, recapacito en la pregunta asustado. De pronto, no supo que contestar –Una sola cosa no me haría feliz… a demás pienso que es un camino a recorrer, no un destino o algo así. La vida me hace feliz- canturreó. Como sacerdote, pianista o vinicultor sería feliz, mientras siguiera con aquella extraña vocación de ayudar a los demás. Seguiría con aquellos pasos fundamentales que le habían enseñado en la había, su verdadero camino a la felicidad; Amar, en un mundo egoísta e indiferente. Ser justo, frente a tantas injusticias y exclusiones. Paz, en oposición a la violencia. Ser honesto, frente a la corrupción. Solidaridad, en oposición al individualismo y la competencia. Sobriedad, en oposición a una sociedad basada en los vicios. Gratitud, con la vida y Dios. En aquellos instantes, su felicidad radicaba en seguir hablando con aquel que de pronto había adquirido tanta relevancia en su vida.
-La vida me hace feliz- repitió apoyando su codo sobre la mesa y su rostro sobre el puño cerrado, para terminar de una vez con el resto del verdoso contenido que restaba en el fondo del vaso ahora ensombrecido por el cálido aliento de sus labios sobre el cristal. Y apenas el vaso encontró refugio en la mesa de madera la estancia pareció cambiar, el aire se lleno de un olor familiar y a la vez desconocido, las luces parecieron tintinear y la música y voces de trasfondo se volvieron más lejanas y poco audibles, como deformadas por el eco de los años, ahogadas en la memoria de unos cuantos. Que se esmeraban en olvidar su realidad por unos instantes de felicidad -¿Dónde está el baño?- le cuestiono apoyando ambas manos sobre la mesa sin llegar siquiera a levantarse de la silla.
“¡La Santísima Trinidad!”
Había buscado fuerzas en el manto de Dios para resistir a la tentación, con los pies ahora ligeros y la lengua más bien floja comenzaba a pensar que quizás, había sucumbido ya a lo desconocido. Debía suponer que eran aquellos los primeros indicios de ebriedad ¿Cómo saberlo? Era como pedirle a un ciego describir un color, las manzanas eran rojas claro pero ¿Cómo era el rojo? Inspiro profundamente observando en derredor, no le resultaron familiares ninguno de los rostros que ahora veía en comparación con los que había observado al entrar. Y si el hombre no hacía acto de presencia en los próximos cuartos de hora, y si seguía siendo dueño de sus propias palabras tendría que pedir, rogar a su acompañante para posponer la lección. Aunque casi podía sentir como su ser se negaba a abandonar aquel lugar pues aun con el frío otoñal y el soplo nocturno en su interior se alzaba ígnea una antorcha avivada por la absenta y las papas y pimienta.
Cyrille Vezier- Humano Clase Alta
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Re: La corrupción se viste de gala [Lázsló]
En ese instante László se dio cuenta de todo lo que desconocía, y de la apatía ante todo que generalmente sentía. ¿Cómo?, pues comparaba lo que Cyrille decía con sus pensamientos más recurrentes y se preguntó si realmente el dinero era factor en ese aspecto de sus vidas, en el hecho de que ambos veían distintas las cosas. Pero también, una chispa le incendió el pecho, de algún modo el entusiasmo que su acompañante sentía por la vida lo hizo contagiarse un poco de eso que nunca había sentido.
¿Tragedias?, estaba acostumbrado a verlas y vivirlas, quizá lo que más le entusiasmaba era recoger periódicos que alguien más había desechado y leer una noticia buena por una vez en la vida.
Sonrió, todo lo que Cyrille discursaba lo hizo sonreír. Quién sabe si era el sitio del que venían realmente determinantes, pues incluso en las calles había visto a niños que no tenían nada para comer, sonreírle a la vida, a las mariposas que lograban atrapar entre las manos y a las aves que espantaban corriendo mientras éstas comían. Quizá era algo que estaba en él, algo que estaba verdaderamente mal en él. «La vida me hace feliz» había dicho su interlocutor y de entrada esas palabras le sonaron extrañas, como en otro idioma, tan sólo era su incapacidad de ser feliz, o de aferrarse a lo malo que le había pasado a lo largo de su corta vida.
Iba a responder algo cuando el otro se puso de pie, notó sus movimientos, si bien no se veía ebrio, parecía que se movía más calculado de lo usual y supo qué estaba pasando. Contuvo una risa y señaló un pasillo junto a la barra.
-Por ahí, al fondo –dijo con simplicidad y lo observó alejarse hasta desaparecer de su vista. Luego se quedó pensativo observando los vasos sobre la mesa, era mejor irse, aunque la curiosidad lo carcomía, el deseo por aprender, el cómo sería escribir su nombre sobre el papel, tal vez lo más sensato era dejarlo para otro día. Así tendría un pretexto para volverse a topar con Cyrille.
No tenía muchos amigos, lo que tenía era compañeros de juerga, camaradas, tipos con los que se peleaba a puño limpio y con los que luego se embriagaba. Lo más cercano que había tenido a un amigo era su hermana, Lucía, pero eso era distinto, pues eso era, su hermana, a quien debía proteger. Quizá era momento de forjar lazos con un chico de su edad, con el cual platicar de cualquier cosa, quizá confesarle de su extraña habilidad. No sabía si Cyrille ocuparía ese lugar, y no iba a forzar las cosas, tan sólo era que esa convivencia de un día le había hecho entender que eso era lo que necesitaba.
Se puso de pie y caminó hasta la barra, le dijo al tabernero que todo lo apuntara en su cuenta y se quedó esperando a que Cyrille saliera para largarse, quizá acompañarlo a donde quiera que fuera o al menos ayudarlo a salir de ese barrio que no era precisamente el más seguro. No iba a dejar que deambulara por ahí, con su ropa fina, a merced de cualquier delincuente.
¿Tragedias?, estaba acostumbrado a verlas y vivirlas, quizá lo que más le entusiasmaba era recoger periódicos que alguien más había desechado y leer una noticia buena por una vez en la vida.
Sonrió, todo lo que Cyrille discursaba lo hizo sonreír. Quién sabe si era el sitio del que venían realmente determinantes, pues incluso en las calles había visto a niños que no tenían nada para comer, sonreírle a la vida, a las mariposas que lograban atrapar entre las manos y a las aves que espantaban corriendo mientras éstas comían. Quizá era algo que estaba en él, algo que estaba verdaderamente mal en él. «La vida me hace feliz» había dicho su interlocutor y de entrada esas palabras le sonaron extrañas, como en otro idioma, tan sólo era su incapacidad de ser feliz, o de aferrarse a lo malo que le había pasado a lo largo de su corta vida.
Iba a responder algo cuando el otro se puso de pie, notó sus movimientos, si bien no se veía ebrio, parecía que se movía más calculado de lo usual y supo qué estaba pasando. Contuvo una risa y señaló un pasillo junto a la barra.
-Por ahí, al fondo –dijo con simplicidad y lo observó alejarse hasta desaparecer de su vista. Luego se quedó pensativo observando los vasos sobre la mesa, era mejor irse, aunque la curiosidad lo carcomía, el deseo por aprender, el cómo sería escribir su nombre sobre el papel, tal vez lo más sensato era dejarlo para otro día. Así tendría un pretexto para volverse a topar con Cyrille.
No tenía muchos amigos, lo que tenía era compañeros de juerga, camaradas, tipos con los que se peleaba a puño limpio y con los que luego se embriagaba. Lo más cercano que había tenido a un amigo era su hermana, Lucía, pero eso era distinto, pues eso era, su hermana, a quien debía proteger. Quizá era momento de forjar lazos con un chico de su edad, con el cual platicar de cualquier cosa, quizá confesarle de su extraña habilidad. No sabía si Cyrille ocuparía ese lugar, y no iba a forzar las cosas, tan sólo era que esa convivencia de un día le había hecho entender que eso era lo que necesitaba.
Se puso de pie y caminó hasta la barra, le dijo al tabernero que todo lo apuntara en su cuenta y se quedó esperando a que Cyrille saliera para largarse, quizá acompañarlo a donde quiera que fuera o al menos ayudarlo a salir de ese barrio que no era precisamente el más seguro. No iba a dejar que deambulara por ahí, con su ropa fina, a merced de cualquier delincuente.
Invitado- Invitado
Re: La corrupción se viste de gala [Lázsló]
Si tardo en avanzar el motivo no fue otro sino, el intentar medir el espacio que tenia entre un objeto y otro para no terminar tropezando con la mesa de algún extraño. Y por algún motivo que desconoció la idea le dibujo una pintoresca aunque casi grotesca sonrisa que se alargaba de hito en hito. Se imagino a si mismo cayendo sobre los tarros y cartas de alguien más, con las bruces pegadas a la madera y una inestabilidad tal que seguramente sería más fácil rodar al suelo que intentar levantarse. Más entonces el puñetazo imaginario que recibió por haber desperdiciado e irrumpido con tan poca educación le regreso de vuelta al lugar. Y con aquella escena en mente anduvo con mayor cuidado de no caer.
Empujo la portezuela que dividía una estancia de la otra y apenas se encontró resguardado del barbullo del lugar y la incesantes miradas se apoyo de la pared en un abrazo que le impedía saber donde terminaba su cuerpo y comenzaban los cimientos –No puede ser- murmuro a sus adentros empujándose para seguir andando en el lugar, sin un punto fijo o una necesidad en especial. Comenzó a pensar en lo que ocurriría cuando volviese a su “hogar”, casi podía apostar que su tío estaría ya dormido sin haber remediado en su ausencia y la mujer y el niño quizás estarían en la cocina angustiados, por no haberle visto regresar ¿Y si le avisaban a su tío de lo ocurrido? ¡Ni pensarlo! Quizás los había hecho entregar a las autoridades, o la había corrido y azotado así sin más.
Debía regresar, eso estaba claro, y asumir su responsabilidad. Aunque ahora no le quedaba muy claro si había cometido o no algún mal. Se había revelado ante las injusticias y había conocido un mundo al cual sin haber dejado aun ansiaba ya poder regresar –László- llamó en voz baja, teniendo que apartarse para no ser pisoteado por un hombre que acababa de entrar –Lo lamento- se disculpó antes de salir del lugar con un paso más sereno y usual. Pues si bien no se tambaleaba sin cesar y las nauseas no le atacaban aun sentía la necesidad de hablar y sonreír como nunca antes la había tenido.
Se detuvo a medio andar, al percatarse que su acompañante no seguía ya en el lugar en cual le había dejado. No tardo demasiado, aunque tuvo que ojear dos veces el lugar para encontrarlo de pie en un lugar lejano de la barra –No te quiero apresurar- comenzó a pronunciar una vez a un lado de él –Pero creo que debo regresar- mordió su propia lengua para no decir nada más pues la explicación quería explayarse mucho más. Terminaría hablando de las nulas ganas que tenía de regresar más, debía conocer el estado de su “amiga” y el pequeño que iba en su compañía -¿Te vas a quedar a esperarlo?...Puedes quedarte, podríamos quedarnos pero ya es tarde y yo tengo que regresar. Pero no te quiero apresurar- repitió.
Empujo la portezuela que dividía una estancia de la otra y apenas se encontró resguardado del barbullo del lugar y la incesantes miradas se apoyo de la pared en un abrazo que le impedía saber donde terminaba su cuerpo y comenzaban los cimientos –No puede ser- murmuro a sus adentros empujándose para seguir andando en el lugar, sin un punto fijo o una necesidad en especial. Comenzó a pensar en lo que ocurriría cuando volviese a su “hogar”, casi podía apostar que su tío estaría ya dormido sin haber remediado en su ausencia y la mujer y el niño quizás estarían en la cocina angustiados, por no haberle visto regresar ¿Y si le avisaban a su tío de lo ocurrido? ¡Ni pensarlo! Quizás los había hecho entregar a las autoridades, o la había corrido y azotado así sin más.
Debía regresar, eso estaba claro, y asumir su responsabilidad. Aunque ahora no le quedaba muy claro si había cometido o no algún mal. Se había revelado ante las injusticias y había conocido un mundo al cual sin haber dejado aun ansiaba ya poder regresar –László- llamó en voz baja, teniendo que apartarse para no ser pisoteado por un hombre que acababa de entrar –Lo lamento- se disculpó antes de salir del lugar con un paso más sereno y usual. Pues si bien no se tambaleaba sin cesar y las nauseas no le atacaban aun sentía la necesidad de hablar y sonreír como nunca antes la había tenido.
Se detuvo a medio andar, al percatarse que su acompañante no seguía ya en el lugar en cual le había dejado. No tardo demasiado, aunque tuvo que ojear dos veces el lugar para encontrarlo de pie en un lugar lejano de la barra –No te quiero apresurar- comenzó a pronunciar una vez a un lado de él –Pero creo que debo regresar- mordió su propia lengua para no decir nada más pues la explicación quería explayarse mucho más. Terminaría hablando de las nulas ganas que tenía de regresar más, debía conocer el estado de su “amiga” y el pequeño que iba en su compañía -¿Te vas a quedar a esperarlo?...Puedes quedarte, podríamos quedarnos pero ya es tarde y yo tengo que regresar. Pero no te quiero apresurar- repitió.
Cyrille Vezier- Humano Clase Alta
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Re: La corrupción se viste de gala [Lázsló]
Entonces lo miró regresar, se divirtió ante su desconcierto de no encontrarlo donde lo había dejado, pero pronto cruzaron miradas y lo vio acercarse. Lo tomó del hombro en un gesto de camaradería.
-Entiendo, no te preocupes, que ya vendré otro día y seguro lo encuentro, seguro al muy cabrón se le olvidó nuestra apuesta –el lenguaje soez no pareció importarle, conocía más malas palabras que buenas y correctas, así se expresaba, así se hablaba en las calles. Y así lo jaló al exterior del local.
-Salgamos de aquí –le dijo una vez estando fuera, se refería a las calles sucias donde estaban-, puedo acompañarte –ofreció –hasta donde quieras –tal vez su familia no vería con buenos ojos que llegara acompañado de un zarrapastroso como él. Su idea sobre la clase alta no había cambiado nada, sólo consideraba a Cyrille un garbanzo de a libra. Era todo.
Comenzó a caminar, vigilando los pasos de Cyrille, el aire seguramente terminaría por cortarle los efectos del alcohol, no habían bebido demasiado pero alguien como su acompañante que no estaba acostumbrado seguro resentiría los efectos del hada verde. Rio para sus adentros, si la familia del otro joven lo cuestionara por su estado, qué clase de cuentas entregaría.
-Eh… -comenzó a hablar con algo de inseguridad –lo que hablamos –dijo, sus ideas estaban desordenadas-, es decir, si aún quieres, podemos vernos otro día, te mostraría la ciudad y tal vez yo podría aprender algo… no sé, a leer algo –dijo con torpeza y tragando saliva. Por vez primera tuvo miedo al rechazo.
Estaba acostumbrado a que lo sacaran a patadas de todos los sitios, ya fuese con László o como perro. No ser aceptado era parte de todo lo que él significaba, él no pertenecía, por antonomasia, a ningún sitio, era un renegado y un nómada, pero esta vez, mordiéndose el labio inferior, quiso escuchar un “sí” tácito. La posibilidad de volver a ver a aquel chico lo entusiasmaba, y era raro, pocas veces sentía entusiasmo por algo.
A veces creía que se metía en peleas y riñas para sentir algo, aunque fuese los cardenales creciendo debajo de su piel y botas tocas en su boca inundada de sangre.
-Los de tu clase –señaló con dedo acusador –no aceptan este tipo de cosas, ¿por qué lo hiciste? –preguntó, curiosidad y algo de repentino enojo, como si recordara de dónde venía Cyrille (aunque seguía siendo la excepción a la regla). Sacudió las manos-, no importa –siguió caminando, pronto estarían en calles más con concurridas y menos horrendas, aunque la noche apremiaba, y se preguntaba si el otro podía llegar con bien solo a su casa.
-Entiendo, no te preocupes, que ya vendré otro día y seguro lo encuentro, seguro al muy cabrón se le olvidó nuestra apuesta –el lenguaje soez no pareció importarle, conocía más malas palabras que buenas y correctas, así se expresaba, así se hablaba en las calles. Y así lo jaló al exterior del local.
-Salgamos de aquí –le dijo una vez estando fuera, se refería a las calles sucias donde estaban-, puedo acompañarte –ofreció –hasta donde quieras –tal vez su familia no vería con buenos ojos que llegara acompañado de un zarrapastroso como él. Su idea sobre la clase alta no había cambiado nada, sólo consideraba a Cyrille un garbanzo de a libra. Era todo.
Comenzó a caminar, vigilando los pasos de Cyrille, el aire seguramente terminaría por cortarle los efectos del alcohol, no habían bebido demasiado pero alguien como su acompañante que no estaba acostumbrado seguro resentiría los efectos del hada verde. Rio para sus adentros, si la familia del otro joven lo cuestionara por su estado, qué clase de cuentas entregaría.
-Eh… -comenzó a hablar con algo de inseguridad –lo que hablamos –dijo, sus ideas estaban desordenadas-, es decir, si aún quieres, podemos vernos otro día, te mostraría la ciudad y tal vez yo podría aprender algo… no sé, a leer algo –dijo con torpeza y tragando saliva. Por vez primera tuvo miedo al rechazo.
Estaba acostumbrado a que lo sacaran a patadas de todos los sitios, ya fuese con László o como perro. No ser aceptado era parte de todo lo que él significaba, él no pertenecía, por antonomasia, a ningún sitio, era un renegado y un nómada, pero esta vez, mordiéndose el labio inferior, quiso escuchar un “sí” tácito. La posibilidad de volver a ver a aquel chico lo entusiasmaba, y era raro, pocas veces sentía entusiasmo por algo.
A veces creía que se metía en peleas y riñas para sentir algo, aunque fuese los cardenales creciendo debajo de su piel y botas tocas en su boca inundada de sangre.
-Los de tu clase –señaló con dedo acusador –no aceptan este tipo de cosas, ¿por qué lo hiciste? –preguntó, curiosidad y algo de repentino enojo, como si recordara de dónde venía Cyrille (aunque seguía siendo la excepción a la regla). Sacudió las manos-, no importa –siguió caminando, pronto estarían en calles más con concurridas y menos horrendas, aunque la noche apremiaba, y se preguntaba si el otro podía llegar con bien solo a su casa.
Invitado- Invitado
Re: La corrupción se viste de gala [Lázsló]
Sus parpados se abrieron un palmo más de lo usual, un palmo más de lo que las personas acostumbraban a observar ¿Había alguna ley divina que impidiese a las personas usar aquella clase de lenguaje? Hasta donde el sabia, no, pero había tanto que desconocía que por un segundo lo único que pudo hacer fue dudar, de reír o asombrarse de la palabra altisonante que había encontrado hogar en labios de su acompañante –Si…podríamos volver otro día- pronuncio decidiendo omitir comentario alguno al respecto.
-Mi casa queda un poco lejos- comento inspirando la humedad nocturna que acariciaba el interior de su cuerpo con intangible suavidad. Giro pues en derredor, observando las calles que les rodeaban para intentar ubicar en ellas alguna que le indicase el camino de regreso a su morada, aquella en la cual sin saber podía asegurar nadie le esperaba. Porque no era costumbre de su tío desperdiciar las horas de sueño en inútiles preocupaciones que un adolescente le hacía sufrir. Sus desvelos y estreses habían sido, y serian siempre, problema de Cyrille. Porque, y lo había dicho en más de una ocasión, el ya estaba muy viejo para cuidar de nadie más que el.
No pudo evitar dar un respingo al escucharle hablar, aprendería aun más de aquella ardua vida que llevaban las personas que a diferencia de él habían sido bendecidas con la sencillez. Aprendería de las personas para quienes había sido creado el reino de los cielos –Una vez que conozcas mi casa podrás ir cuando quieras o si prefieres podríamos vernos en algún otro lugar ¡Sera un placer!- exclamo con entusiasmo pensando en todas aquellas cosas que aun tenían que hacer.
Sonrió para sus adentros escuchando el lejano maullido de los gatos sobre los tejados y la sinfonía que los perros componían para ahuyentarlos sin resultado alguno. Sonrió para sus adentros ideando una y mil escenas en las cuales ambos podrían aprender, él le enseñaría a leer y escribir y quizás hasta a tocar el piano o cabalgar. László por su parte le enseñaría todo aquello que ni toda su fortuna ni todos sus conocimientos podrían superar. Le enseñaría a vivir.
Lo pensó unos instantes encogiéndose de hombros –No sé a qué te refieres con “este tipo de cosas” quizás hablas de beber, o de comer papas con pimienta o robar caballos…- sonrió meneando la cabeza –De cualquier manera no tengo una respuesta ¿Por qué me trajiste tu a estos lugares cuando no era tu responsabilidad cuidar de mi? – suponía que, los de la clase de László, y lo pensaba odiándose a si mismo por dividir a las personas en grupos monetarios, tampoco solían aceptar esa clase de compañía. “Solo busca tu dinero” diría su tío y en aquella ocasión tenía que objetar porque aquella “amistad” lo valía.
-Mi casa queda un poco lejos- comento inspirando la humedad nocturna que acariciaba el interior de su cuerpo con intangible suavidad. Giro pues en derredor, observando las calles que les rodeaban para intentar ubicar en ellas alguna que le indicase el camino de regreso a su morada, aquella en la cual sin saber podía asegurar nadie le esperaba. Porque no era costumbre de su tío desperdiciar las horas de sueño en inútiles preocupaciones que un adolescente le hacía sufrir. Sus desvelos y estreses habían sido, y serian siempre, problema de Cyrille. Porque, y lo había dicho en más de una ocasión, el ya estaba muy viejo para cuidar de nadie más que el.
No pudo evitar dar un respingo al escucharle hablar, aprendería aun más de aquella ardua vida que llevaban las personas que a diferencia de él habían sido bendecidas con la sencillez. Aprendería de las personas para quienes había sido creado el reino de los cielos –Una vez que conozcas mi casa podrás ir cuando quieras o si prefieres podríamos vernos en algún otro lugar ¡Sera un placer!- exclamo con entusiasmo pensando en todas aquellas cosas que aun tenían que hacer.
Sonrió para sus adentros escuchando el lejano maullido de los gatos sobre los tejados y la sinfonía que los perros componían para ahuyentarlos sin resultado alguno. Sonrió para sus adentros ideando una y mil escenas en las cuales ambos podrían aprender, él le enseñaría a leer y escribir y quizás hasta a tocar el piano o cabalgar. László por su parte le enseñaría todo aquello que ni toda su fortuna ni todos sus conocimientos podrían superar. Le enseñaría a vivir.
Lo pensó unos instantes encogiéndose de hombros –No sé a qué te refieres con “este tipo de cosas” quizás hablas de beber, o de comer papas con pimienta o robar caballos…- sonrió meneando la cabeza –De cualquier manera no tengo una respuesta ¿Por qué me trajiste tu a estos lugares cuando no era tu responsabilidad cuidar de mi? – suponía que, los de la clase de László, y lo pensaba odiándose a si mismo por dividir a las personas en grupos monetarios, tampoco solían aceptar esa clase de compañía. “Solo busca tu dinero” diría su tío y en aquella ocasión tenía que objetar porque aquella “amistad” lo valía.
Cyrille Vezier- Humano Clase Alta
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Re: La corrupción se viste de gala [Lázsló]
Todas las mañanas se despertaba en un sitio diferente, el algún bar, en algún callejón, en algún refugio, en donde fuese, pero siempre que lo hacía, lo hacía sabiendo que su días no sería diferente al anterior, que otra vez se trataría de sobrevivir, de robar fruta o algo para comer, embriagarse y volver a caer dormido en cualquier sitio. Esa era la rutina de una poco rutinaria vida. Nunca imaginó ese día, mientras había decidido ir al mercado a robar algo para alimentarse y compartirlo con niños desventurados como él, que se toparía con alguien que pondría en perspectiva algunas de sus creencias más arraigadas que venían de su simple modo empírico de aprender cosas.
Lo miró y le sonrió de lado con gesto torcido, pero con un dejo de ingenuidad, László podía ser todo lo inteligente que quisiera cuando de vivir en las calles se trataba, pero desconocía un montón de otras cosas. La amistad, hasta ahora caía en cuenta, era una de ellas. Amistad verdadera, él era leal como perro en que se transformaba a placer, pero causa de su misma historia, se había convertido en alguien desconfiado por un mismo instinto de preservación, pocas personas, contadísimas a sus pocos años había logrado ser llamados por sus labios “amigo.”
-No sé si sea bienvenido –rio contrariado llevándose una mano a la nuca-, es decir, claro que tú me estás invitando pero, ¿tus padres?, ¿tus vecinos?, ¿verán bien que alguien como yo pise una casa como la tuya? –que si bien no la conocía, se la imaginaba grande y suntuosa, pero sobre todo, rodeada de otras casas parecidas, con vecinos, con ojos curiosos y que juzgan, lo que menos quería era causarle una vicisitud a Cyrille.
Una vez más giró la vista en dirección de su acompañante, esta vez sorprendido por lo que escuchaba, aunque poco a poco llegó a la conclusión de que tenía razón.
-Es cierto, no sé –se encogió de hombros –me caíste bien, no muchos en tu posición -prefirió decir aquello a decir “los de tu clase”-, se hubiesen detenido a socorrer a uno de los míos, eso marcó la diferencia, creo… -habló con seguridad pero ese “creo” al final dejó entrever que no podía engañar a nadie, se trataba de un jovencito que aún no sabía muy bien cómo expresarse, por falta de herramientas lingüísticas más que otra cosa-. Como sea –sacudió la cabeza –creo que resultó bien para ambos –se aventuró a decir, al menos, podía hablar por él mismo y decir que sí, había resultado más que bien.
-Hay algo que me gustaría mostrarte, pero ya será la próxima vez que nos veamos –picó la curiosidad del otro. Hablaba de su habilidad, de esa de transformarse en un perro, en un zorro y un perro más grande que entendía, vivía en África. Cyrille le inspiraba la confianza necesaria como para confesarle tal don, y eso era decir mucho si se consideraba lo receloso que la vida lo había moldeado.
Lo miró y le sonrió de lado con gesto torcido, pero con un dejo de ingenuidad, László podía ser todo lo inteligente que quisiera cuando de vivir en las calles se trataba, pero desconocía un montón de otras cosas. La amistad, hasta ahora caía en cuenta, era una de ellas. Amistad verdadera, él era leal como perro en que se transformaba a placer, pero causa de su misma historia, se había convertido en alguien desconfiado por un mismo instinto de preservación, pocas personas, contadísimas a sus pocos años había logrado ser llamados por sus labios “amigo.”
-No sé si sea bienvenido –rio contrariado llevándose una mano a la nuca-, es decir, claro que tú me estás invitando pero, ¿tus padres?, ¿tus vecinos?, ¿verán bien que alguien como yo pise una casa como la tuya? –que si bien no la conocía, se la imaginaba grande y suntuosa, pero sobre todo, rodeada de otras casas parecidas, con vecinos, con ojos curiosos y que juzgan, lo que menos quería era causarle una vicisitud a Cyrille.
Una vez más giró la vista en dirección de su acompañante, esta vez sorprendido por lo que escuchaba, aunque poco a poco llegó a la conclusión de que tenía razón.
-Es cierto, no sé –se encogió de hombros –me caíste bien, no muchos en tu posición -prefirió decir aquello a decir “los de tu clase”-, se hubiesen detenido a socorrer a uno de los míos, eso marcó la diferencia, creo… -habló con seguridad pero ese “creo” al final dejó entrever que no podía engañar a nadie, se trataba de un jovencito que aún no sabía muy bien cómo expresarse, por falta de herramientas lingüísticas más que otra cosa-. Como sea –sacudió la cabeza –creo que resultó bien para ambos –se aventuró a decir, al menos, podía hablar por él mismo y decir que sí, había resultado más que bien.
-Hay algo que me gustaría mostrarte, pero ya será la próxima vez que nos veamos –picó la curiosidad del otro. Hablaba de su habilidad, de esa de transformarse en un perro, en un zorro y un perro más grande que entendía, vivía en África. Cyrille le inspiraba la confianza necesaria como para confesarle tal don, y eso era decir mucho si se consideraba lo receloso que la vida lo había moldeado.
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Re: La corrupción se viste de gala [Lázsló]
¿Le había confesado ya la desgracia en la que sus padres habían perecido? Creía que si, y al segundo siguiente pensó que no, quizás lo comento y errar seria asegurar lo uno o lo otro –Hace mucho que no me importa lo que la gente diga de mi- pues sabía bien que a su partida del vientre familiar había sido calificado como rebelde, malagradecido y caprichoso. Solo por haber deseado una vida que no entonaba con su entorno. Y no solo a su partida había comprendido lo que era ser señalado y juzgado, también en su vocación había gente que le escupía a los pies y criticaba a viva voz como los fariseos. Que hablaba en honor a un Dios inexistente, el Dios de lo invisible.
Si, había aprendido entonces por causas ajenas a él a soportar la crítica y la burla. A responder en el silencio y sonreír cuando a veces solo deseaba llorar, lo que la gente a su alrededor pudiesen entonces decir sobre él al llevar a László a su hogar, no era ni seria jamás algo que le llegase a preocupar.
Dio un respingo vertiginoso, agitando su cabellera que no volvió a quedar igual –Era también una de los míos- lo pensó unos instantes, no podría llamarla amiga porque sabía que no sería correspondido al hablar, era su sirvienta, de su tío por lo menos. Era una persona, y siendo mucama, pobre o amiga merecía el respeto y la dignidad que todo ser viviente poseía por el simple hecho de existir, por el simple hecho de respirar y llevar un ritmo en su interior –En todo caso he de agradecerte nuevamente por no dejarme a merced de esos hombres. No sé cómo hubiera terminado todo si me hubiesen llevado…- lo pensó unos segundos y se sintió cada vez mas dichoso de haberlo conocido.
Le volteo a ver, pues siendo monaguillo, cristiano o pianista no dejaba de ser humano, adolescente, y por ende curioso. Sintió en su interior como comenzaba a surgir aquella sensación de cosquilleo y ansiedad contra la que los religiosos intentaban combatir. Domar la bestia y no al revés -¿Y cuándo será eso?- cuestiono con marcado interés, escuchando el lejano trote de un corcel y el susurro del viento acariciando su oído. Y si la suerte le había marcado aquella noche solo esperaba y a los santos rezaba por que siguiera así, que su nuevo amigo no le dejase como los demás y que, a pesar de todo, pudiera cambiar en el aquella sensación de lo real, de la sociedad y la diferencia de personas, de los estrados y lo mundano. Quería creer que podía.
Las casas comenzaron a pintarse con los mismos brochazos, amplias entradas y pastizales podados, verdes y mojados, los mustios rosales y bardas de piedra laja habían quedado atrás para darle paso a los tulipanes, los arbustos y las cercas de barroca ornamentación. Las ventanas cubiertas por telas de importación, ocultando a sus habitantes y decoración. Paso su mano por su nariz, raspando la piel para traerse bajo sus uñas los restos de sangre seca que eran el único vestigio de lo ocurrido horas atrás. Se despojaba de aquello que le había llenado de orgullo –Es aquella- pronuncio, señalando la que mantenía aun todas las luces prendidas. Indicio quizás del revuelto que en su interior había.
Si, había aprendido entonces por causas ajenas a él a soportar la crítica y la burla. A responder en el silencio y sonreír cuando a veces solo deseaba llorar, lo que la gente a su alrededor pudiesen entonces decir sobre él al llevar a László a su hogar, no era ni seria jamás algo que le llegase a preocupar.
Dio un respingo vertiginoso, agitando su cabellera que no volvió a quedar igual –Era también una de los míos- lo pensó unos instantes, no podría llamarla amiga porque sabía que no sería correspondido al hablar, era su sirvienta, de su tío por lo menos. Era una persona, y siendo mucama, pobre o amiga merecía el respeto y la dignidad que todo ser viviente poseía por el simple hecho de existir, por el simple hecho de respirar y llevar un ritmo en su interior –En todo caso he de agradecerte nuevamente por no dejarme a merced de esos hombres. No sé cómo hubiera terminado todo si me hubiesen llevado…- lo pensó unos segundos y se sintió cada vez mas dichoso de haberlo conocido.
Le volteo a ver, pues siendo monaguillo, cristiano o pianista no dejaba de ser humano, adolescente, y por ende curioso. Sintió en su interior como comenzaba a surgir aquella sensación de cosquilleo y ansiedad contra la que los religiosos intentaban combatir. Domar la bestia y no al revés -¿Y cuándo será eso?- cuestiono con marcado interés, escuchando el lejano trote de un corcel y el susurro del viento acariciando su oído. Y si la suerte le había marcado aquella noche solo esperaba y a los santos rezaba por que siguiera así, que su nuevo amigo no le dejase como los demás y que, a pesar de todo, pudiera cambiar en el aquella sensación de lo real, de la sociedad y la diferencia de personas, de los estrados y lo mundano. Quería creer que podía.
Las casas comenzaron a pintarse con los mismos brochazos, amplias entradas y pastizales podados, verdes y mojados, los mustios rosales y bardas de piedra laja habían quedado atrás para darle paso a los tulipanes, los arbustos y las cercas de barroca ornamentación. Las ventanas cubiertas por telas de importación, ocultando a sus habitantes y decoración. Paso su mano por su nariz, raspando la piel para traerse bajo sus uñas los restos de sangre seca que eran el único vestigio de lo ocurrido horas atrás. Se despojaba de aquello que le había llenado de orgullo –Es aquella- pronuncio, señalando la que mantenía aun todas las luces prendidas. Indicio quizás del revuelto que en su interior había.
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Re: La corrupción se viste de gala [Lázsló]
De pronto olvidó que caminaba, lo hizo por inercia, avanzó al lado de Cyrille escuchándolo, enfocándose sólo en él, sin percatarse que a su alrededor todo cambiaba y dejaba atrás las estrechas calles de París para salir al campo abierto, donde las casas no estaban amontonadas una encima de la otra y todo olía a sucio, el perfume de las flores fue poco a poco sustituyendo la pestilencia de la ciudad, y las casas parecían poder respirar al tener mucho espacio para ellas solas. László era un perro que seguía a su amo, así se antojaba la escena, el mundo podía estarse cayendo a pedazos pero él, con ese rostro de corgi que parece siempre sonreír, sólo prestaba atención al otro chico. No supo qué fue; la extrañeza de los eventos tal vez.
-No fue nada –dijo como restándole importancia a su hazaña, Cyrille tenía una propia digna de presumirse, estuvo a punto de decir que cualquiera lo hubiese hecho, pero no estuvo seguro de tal aseveración y prefirió morderse la legua antes que mentirle. La gente de la calle era muy unida, pero socorrían sólo a sus iguales, aquellos que como ellos tenían harapos por ropa y estómagos vacíos de comida y llenos de alcohol, posiblemente otro hubiese dejado que los guardias hicieran del pobre muchacho que no sabía dónde se metía lo que quisieran. Incluso él, László, o hubiese permitido si aquel con el que caminaba hombro con hombro ahora no hubiese despertado en él algo parecido a la confianza.
Alzó la vista y por fin se percató que atrás estaba el París que él conocía, su París grisáceo lleno de polvo y fango y rodillas raspadas que se curan solas porque nadie irá a curarlas. En cierto modo, como lo haría un perro, lamiéndose las heridas propias, soldando huesos de mal modo, pero finalmente soldando.
-¡Ah! –Soltó una risa cómplice –eso ya lo verás –comenzaba a arrepentirse de habérselo comentado, ¿y si se asustaba? No lo culpaba si se asustaba pero no era su intención hacerlo-, para eso debemos vernos otra vez –eso le daría tiempo de pensar un modo para mostrarse como perro faldero sin que su acompañante (¿amigo?) huera despavorido.
Poco a poco el ritmo de sus pasos fue disminuyendo cuando Cyrille señaló su casa, era como la había imaginado, quizá más bonita, pero entre tanta belleza László siempre encontraba algo que le hacía recordar a aquel hombre que se había encaprichado con su madre y que, aunque nadie lo supiera él podía asegurar, había sido quien había matado a su familia en un berrinche de niño rico caprichoso. Suspiró clavando sus orbes azules en aquel caserón y luego cerrando los ojos y sonriendo de lado.
-Entonces… -dijo incómodo, no sabiendo cómo iniciar la despedida –aquí nos separamos, creo que sabrás dónde encontrarme –si era una broma o no, ni él mismo lo sabía, lo que sí sabía era que de verdad quería volver a toparse al joven, concretar los planes que esbozaron entre los dos, presentarse como el cánido que podía ser a voluntad y, con un poco de suerte, no atemorizar al otro.
-No fue nada –dijo como restándole importancia a su hazaña, Cyrille tenía una propia digna de presumirse, estuvo a punto de decir que cualquiera lo hubiese hecho, pero no estuvo seguro de tal aseveración y prefirió morderse la legua antes que mentirle. La gente de la calle era muy unida, pero socorrían sólo a sus iguales, aquellos que como ellos tenían harapos por ropa y estómagos vacíos de comida y llenos de alcohol, posiblemente otro hubiese dejado que los guardias hicieran del pobre muchacho que no sabía dónde se metía lo que quisieran. Incluso él, László, o hubiese permitido si aquel con el que caminaba hombro con hombro ahora no hubiese despertado en él algo parecido a la confianza.
Alzó la vista y por fin se percató que atrás estaba el París que él conocía, su París grisáceo lleno de polvo y fango y rodillas raspadas que se curan solas porque nadie irá a curarlas. En cierto modo, como lo haría un perro, lamiéndose las heridas propias, soldando huesos de mal modo, pero finalmente soldando.
-¡Ah! –Soltó una risa cómplice –eso ya lo verás –comenzaba a arrepentirse de habérselo comentado, ¿y si se asustaba? No lo culpaba si se asustaba pero no era su intención hacerlo-, para eso debemos vernos otra vez –eso le daría tiempo de pensar un modo para mostrarse como perro faldero sin que su acompañante (¿amigo?) huera despavorido.
Poco a poco el ritmo de sus pasos fue disminuyendo cuando Cyrille señaló su casa, era como la había imaginado, quizá más bonita, pero entre tanta belleza László siempre encontraba algo que le hacía recordar a aquel hombre que se había encaprichado con su madre y que, aunque nadie lo supiera él podía asegurar, había sido quien había matado a su familia en un berrinche de niño rico caprichoso. Suspiró clavando sus orbes azules en aquel caserón y luego cerrando los ojos y sonriendo de lado.
-Entonces… -dijo incómodo, no sabiendo cómo iniciar la despedida –aquí nos separamos, creo que sabrás dónde encontrarme –si era una broma o no, ni él mismo lo sabía, lo que sí sabía era que de verdad quería volver a toparse al joven, concretar los planes que esbozaron entre los dos, presentarse como el cánido que podía ser a voluntad y, con un poco de suerte, no atemorizar al otro.
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Re: La corrupción se viste de gala [Lázsló]
Y con aquellas tres palabras intentaba restarle importancia a lo que con certeza podía asegurar le había salvado la vida, aunque quizás aquello era algo que su joven amigo aun no le decía y hacía con extrañísima frecuencia “Suelo salvar gente” escucho decir con claridad desde sus labios aunque, jamás les vio moverse. Meneo la cabeza observando en derredor, había aprendido el camino de ida y vuelta, de pies a cabeza. La piedra musgosa que salía del camino de la casa continua a la suya, la madera hinchada y astillada que habían prometido cambiar hacia un mes, la que le provocaba asperezas cuando olvidado colocaba su mano encima al andar. Se encontraba también el agujero en el jardín de la casa que acababan de pasar, producto del mimado cachorro que habían decidido comprar. Una carísima adquisición importada directamente desde Alemania les había escuchado decir aunque el animal parecía una mezcla rara de pelos y un manojo desenfrenado de nerviosismo que daban como resultado un jardín destrozado. Y aunque estaba seguro que dentro de la casa al pobre no le permitían ni roer el más pequeño de los muebles u orinar en cualquier lugar cuidados no le faltaban, una acicalada diaria y un baño con jabones más caros seguramente que los que el mismo usaba.
Sonrió para sus adentros, había intentado ya adoptar alguno de aquellos raquíticos y cariñosos canes que se acercaban en su andar por la ciudad, los había alimentado algunos días y al final, a su arribo después de la puesta de sol habrían desaparecido así sin más. Pájaros, avecillas era lo que no faltaba en su hogar –Un día de estos iré- asevero, con una amplia sonrisa que duro lo suficiente para pensar que jamás se llegaría a esfumar.
Se tambaleo, no por ebriedad sino por confusión. No sabía cómo debería despedirse -…adiós- pronuncio al fin agitando manos y cabeza más no a la par. Giro sobre sus talones sin más, debería observar cómo era que la gente, las personas de donde László venia, se despedían. Se adentro en lo que ahora debia ser un caos por su ausencia prolongada y que sin embargo, fue un reproche de Adele y un sermón en el que su tio no se incluyo.
Sonrió para sus adentros, había intentado ya adoptar alguno de aquellos raquíticos y cariñosos canes que se acercaban en su andar por la ciudad, los había alimentado algunos días y al final, a su arribo después de la puesta de sol habrían desaparecido así sin más. Pájaros, avecillas era lo que no faltaba en su hogar –Un día de estos iré- asevero, con una amplia sonrisa que duro lo suficiente para pensar que jamás se llegaría a esfumar.
Se tambaleo, no por ebriedad sino por confusión. No sabía cómo debería despedirse -…adiós- pronuncio al fin agitando manos y cabeza más no a la par. Giro sobre sus talones sin más, debería observar cómo era que la gente, las personas de donde László venia, se despedían. Se adentro en lo que ahora debia ser un caos por su ausencia prolongada y que sin embargo, fue un reproche de Adele y un sermón en el que su tio no se incluyo.
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