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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

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Mensaje por Cyrille Vezier Jue Jul 28, 2011 5:19 pm

Recuerdo del primer mensaje :

Las nubes se arrebujaban como motas de algodón, surcaba el firmamento movidas por el hálito veraniego. Cargado de fresca brisa que cálida se vuelve según el día y la hora. Aquella mañana en particular había acompañado a sus sirvientes a las calles más transitadas de París, donde los puestos y cajas de frutas y hierbas bastas ocupaban la mayor parte del empedrado. El olor del pan horneado se arrastraba con la brisa guiando a los hambrientos aun mejor que un camino señalado. Vestía como cualquier otro, andaba y sonreía pues si bien su vida era visitar las calles en pocas ocasiones lograba hacerlo en compañía de sus iguales. Las morras y sirvientas que su tío trataba como inferiores y que a él le parecían bellos seres que con dicha habían nacido donde la escases de dinero les permitió encontrar la humildad.

Escucho en la lejanía insulsas provenientes de aquel que debía bajo su yugo ejercer la justicia más aquel como otros días resaltaba por su escases y el abuso y la corrupción se vestían con sus prendas más ostentosas retando con zumba a los justos. La gente comenzó a congregarse entorno a aquellos que sobre corceles sujetaban las bridas intentando abrirse paso entre el gentío. Ofensas y estrafalarias palabras tañeron las calles antes cálidas y tranquilas. Los caballos piafaban y de las cujas de los jinetes asomaban las lanzas y espadas que hacían zumbar sobre las cabezas de los desdichados que creyéndose una multitud pretendían detenerles el paso.

Se abrió paso recibiendo empujones y codazos y observo con aire de impotencia la escena que frente a sus ojos tenía lugar. Sangrienta masacre de moral, el dogal sujetaba sus manos y sus pies intentaban aferrarse al suelo mientras los caballos no por menos prominentes y musculosos halaban de ellos amenazando con golpear sus rostros con sus casquillos y herraduras de verse en la necesidad de retroceder. Se abrió paso al escuchar el llanto del pequeño que junto con una de sus sirvientas, como decía su tío y no el, eran arrastrados por sendos y colosos animales.

-¡Adele!- exclamo, abriéndose paso hasta llegar junto a ella. Impensable era creer que dicha mujer hubiese cometido un crimen tan atroz para ser tratada de aquella manera. La mujer a su vez le volteo a ver con el rostro enjuagado en lágrimas y las muñecas del color del arrebol indicándole que a punto estaban ya de comenzar a verter como ríos de cristalina agua la sangre que por sus venas corría. Y en su rostro fue tangible la molestia y descontento que aquella escena causaba en su ser. Irreverente que hijos de Dios e iguales se comportaran como poco menos que animales.

-¡deténgase en este momento!- bramo a los cielos caminando con esfuerzo a un lado del adusto hombre que sujetaba las riendas del animal. La gente tras de él amenazaba con arrojarlo bajo los cascos del caballo pues entre el enojo y el revuelo incapaces eran ya de mantener un orden, a un lado de el cayo un hombre que pronto chillo al ser pateado por el animal y aquella acción se le atribuyo a su jinete. Enardecida estaba la multitud y justicia de su propia mano deseaban probar -¡por amor de Dios, alto!- y tras de eso un golpe seco que lo obligo a caer al suelo y ser pisoteado por el gentío mientras sus labios probaban su propia sangre que vertiginosa caía desde su nariz.
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Mensaje por Cyrille Vezier Jue Sep 01, 2011 6:29 pm

Aquella mañana había sido una excepción, creía que cada día que aquellas mujeres se alistaban para ir a comprar verduras y carnes al mercado el se alistaba también, les pedía una y otra vez en suplicas que parecían rezos. Mil veces había pedido su compañía y mil veces se le había sido negada. Aquel día sin embargo cuando había bajado a la cocina y habíase percatado de los acontecimientos que ocurrirían le cuestiono una única y exclusiva vez a la mujer con mayor tiempo en aquel lugar. Y quizás aquella mañana su voz había sido diferente o su rostro denotaba por vez primera las ansias de ir con ellas, había recibido un si después de exhaustivos nos –a decir verdad no, ellas no me lo permiten- ¿ellas no se lo permitían? Que absurdo, humillante y estrafalario debía sonar aquello a oídos de la nobleza. Los sirvientes no mandaban, habían sido creados para obedecer y cuanta falacia y engaños había e eso. Tantos, que las personas habían comenzado a creer que eran verdad.

Sus cejas se alzaron en un gesto gracioso que pretendía ser abigarrado y mostrar descontento –no comprendo- confesó porque, y a diferencia de muchas otras personas, exponer sus incógnitas y desentendimientos no causaba un complejo en su persona. Comprender sus debilidades y fallos no eran sino conocimientos para progresar, solo de los errores se podía aprender –la justicia no debería ser una humillación- pensó aunque quizás aquellos policías hacían lo imposible por procurar que fuese así. Que confuso resultaba ahora todo y que difusas las líneas que lo separaban, lo bueno de lo malo, los ricos de los pobres, porque quisiera o no la gente solo cambiaba de nombre, de poder adquisitivo y alrededor. Los conflictos, sin embargo, prevalecían. Y parecían hacerlo hasta el fin de los tiempos.

-nadie debería temer de nadie- aseveró sorprendido por aquel brío con el que hablaba, el mismo con el cual había pronunciado el alalí allá en los puestos y contra los generales. Como si por corazón llevase una antorcha y su interior fuese siempre una revuelta que, incapaz de mantenerse ahí dentro debía emerger y esparcirse a su alrededor. Quizás por sus venas corría la sangre griega, allá en los tiempos de los Augustos y el Cesar, cuando la humanidad encontraba diversión en las masacres y la muerte no era sino algo de que mofarse. Negó, apagando aquellos pensamientos, el mismo lo había comprobado. Aquel joven era mucho más de lo que se permitía conocer, mucho más que un simple rebelde –todos deberían poder ser capaces de salir a las calles sin temor, ellos y ustedes por igual- quizás sus palabras le instigaran a lanzarse sobre él. Correrlo a patadas del local ¿y qué podía hacer? No estaba dispuesto a callar.

Abrió los labios aunque las palabras perecieron mucho antes de emerger –me gustaría decir que no tienes razón- aseveró con el pesar de quien confiesa una abominación, un asesinato o una violación. Eso y mucho más. Apretó sus rodillas con sus manos –espero que algún día logres tu cometido, solo deseo…que resulte ser la manera correcta- y no lo pensaría dos veces de ser así. Apoyaría la causa aunque su vida fuese su aportación, defendería a aquellos que lo merecían, morirá junto con quienes nos nació más a quien su corazón pertenecía. Más ahora no encontraba el modo de hacerlo, más allá de sus riquezas atávicas y su relación con los sacerdotes no mucho podía aportar. No un cuerpo fuerte, ni un pensamiento estratega, ni siquiera manos herreras o carpinteras pero sin embargo, un hombre capaz de aprender –si algún día lo consigues, estaría encantado de estar con los tuyos- .
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Mensaje por Invitado Vie Sep 02, 2011 8:14 am

A László pocas cosas lo apasionaban, causa de una vida tan acre, una de esas pocas cosas era verse involucrado en peleas callejeras, cuando sentía los puñetazos de terceros se sentía vivo como nunca, como si el alma le regresara al cuerpo, pero otro de esos asuntos que llegaban a emocionarlo era lo que estaba haciendo ese día frente a Cyrille, hablar de sus ideales, de su lucha, de un futuro que quería creer sería mejor, por eso cuando el discurso salía por su boca las palabras eran incendiarias, apasionadas, decididas, casi como si no correspondieran a un muchacho de su delgaducha complexión. Esta excitación aumentaba cuando encontraba oídos dispuestos, casi siempre era en tipos como él, tipos sin nada que perder, se plantaba en alguna plaza y daba su homilía incitando a la desobediencia social, la única cosa en la que de verdad creía. Pero que un sujeto como Cyrille abriera los oídos y mente a sus ideas claramente subversivas era una experiencia totalmente nueva, una que nunca planeó porque nunca creyó que llegara a presentarse.

-No debería –alzó ambas cejas y lo miró significativamente –pero lo es, es un acto de humillación, una y otra vez, sólo porque lucimos sospechosos nos echan la culpa sin preguntar, dime ¿cuántos ricos hay presos?, te daré una pista… ninguno –dijo con ironía y luego sacudió la cabeza-. Tienes razón, nadie debería temerle a nadie, pero eso tú –lo señaló de tal modo que su índice golpeó el pecho de Cyrille –y yo lo sabemos, el problema es que no todos están al tanto, y los que lo están no quieren que se lleve a cabo, los ricos son ricos gracias a nosotros, ¿crees que quieran renunciar a su vida de comodidades? –calló y continuó –no, yo tampoco lo creo –dijo sin darle oportunidad al otro de responder –la sociedad funciona como lo hace porque está quebrantada, si hubiera unidad… -no terminó la frase, soltó la mano al aire indicando sin palabras las maravillosas posibilidades que una sociedad unida podía representar.

-Si no soy yo –estaba consciente que un solo hombre no podía iniciar un movimiento como el que le encantaría presenciar, como en el que él quería participar –vendrá otro, pero sucederá –su voz sonó llena de esperanza, increíble que a pesar de su vida conservara algo de fe, aún creía en el poder de la gente, en que la monarquía caería como el Imperio Romano lo hizo, porque todo lo que corrompe envenena e incluso entre ellos, la gente con el poder, comenzarían a arrancarse la cabeza unos a otros. Cuando un bosque se extiende, el fuego es inevitable.

Si quería hablar más o no, no tuvo oportunidad, Naomi regresaba con el platillo delfinés para ambos, colocó un plato enfrente de cada uno de los jóvenes, luego un par de vasos y una jarra con agua corriente, finalmente un par de cucharas de aluminio sin mayores adornos.

László olfateó el plato frente a él, cerrando los ojos y con un gesto genuinamente perruno, hacía eso inconscientemente, a veces pasaba demasiado tiempo como corgi y se acostumbraba, sin embargo, no podía negarse que era un ademán muy curioso. Un “mmmh” salió de su boca cerrada.

-¿Comenzamos? –apoyó ambas manos en la mesa y las extendió al hacer su pregunta, luego tomó la cuchara y la hundió entre las patatas de carne amarilla, esperando que pronto Cyrille lo imitara para que comprobara lo deliciosa que era la comida de la gente como él.
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Mensaje por Cyrille Vezier Vie Sep 02, 2011 6:43 pm

Los ricos no yacían en cárceles ni exiliados y no eran buscados por los guardias y soldados, los ricos tenían formas más barbáricas de desaparecer. Ellos se engallaban, se mentían y practicaban la hipocresía, se daban sermones de falsa moral y vivían rodeados de malsana necesidad de poseer, lo que era suyo y de los demás, lo que no les pertenecía e inclusive en ocasiones las libertades de otro. Los ricos no yacían en cárceles porque, aquellos que atentaban contra los beneficios de otro eran, simplemente, traicionado y pronto, más temprano que tarde, se convertían en uno más de a los que antes observaban con desdén e indiferencia. Aquello claro si suerte lograban tener. Cyrille sin embargo no era consciente de aquella realidad, no la comprendía y por sobre todo no la aceptaba. Rodeado de aquellas personas en su infancia, lograba comprender la necesidad de las apariencias, apariencias que el mismo nunca guardo pero que fueron siempre parte fundamental de su desarrollo. Como un credo jamás pronunciado, a veces se preguntaba si en ausencia de Teva hubiera descubierto también su vocación. Le debía todo a aquella mujer de quien ahora poco o nada sabía al respecto.

Le escucho mientras hablaba con aquella necesidad de hacerlo, como si de contenerse fuese a explotar en uno y mil pedazos que serian después imposibles volver a armar. Hablaba como si de no hacerlo la vida se le escapase de las manos, y pronto no comprendió si debía solo escuchar o contestar. A veces era mejor limitarse a oír a otros pues esa era también una necesidad, una de aquellas que el dinero no era capaz de satisfacer ni opacar. Observó a la distancia el trayecto que seguía la materia invisible que había manado de su mano, en dirección a un sueño que podría o no ser un futuro inminente. Uno en el cual quizás ellos no fuesen capaces ya de estar. Y sin embargo que bien se sentiría saber, pensaba Cyrille, que había contribuido él en ello, observando todo desde los cielos junto con aquellos creyentes de la humanidad que, antes de ellos habían intentado ya liberarla del yugo opresor de ellos mismos, la sociedad, la dividida sociedad.

Y sus palabras emergieron con tal seguridad que no hubo lugar para la duda y creyó firmemente que algún día lograría ser más que un sueño una tangible realidad. El arribo de los platos le obligaron a aterrizar nuevamente, observándoles con curiosidad y asombro, sujeto la cuchara de aluminio que sin trazos rebuscados y figuras exuberantes le parecía más valiosa y bella. Una risa melódica escapó de entre sus labios ante los gestos de su compañero, una risa que se esfumó con el primer bocado a su platillo. Estornudo para sus adentros atragantándose con el primer bocado. Soltó la cuchara con disimulo agachando la mirada hasta que su cabello cubrió parcialmente su rostro, tosía sin querer toser y el arrebol no tardo en instalarse en sus mejillas. El escozor que subió a su nariz en cuanto la cuchara toco su paladar le hicieron por un segundo atragantarse y, negado a dejar escapar la comida junto con aquella necesidad fisiológica de devolver al causante de dicho estrago tuvo que tragarlo sin más. Sonrió con una diminuta y paulatina tos –no bromeabas con lo de la pimienta- aseveró vertiendo agua sobre su vaso para apaciguar aquel interno cosquilleo.

Bebió del vaso sin titubeo ni reproche y en cuanto hubo apaciguado el andar de las hormigas en su garganta se armo de valor y degusto un segundo bocado de aquel plato que estaba decidido a no dejar lleno -¿has vivido siempre aquí? En París me refiero- quizás aquellas ideas revolucionarias eran importadas de otro lugar, quizás el suelo que le vio nacer no había sido aquel. Un viajero y andante, lo que más anhelaba ser. Era aquel joven todo lo que él no y quizás en aquello se inspiraba la curiosidad que comenzaba a sentir, cual furtivo animal en su interior. Inspiro profundamente conteniendo la respiración al introducir el tercer bocado en su boca.

{me disculpo si este esta algo pesado}
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Mensaje por Invitado Lun Sep 05, 2011 3:30 am

Tras su acalorado discursillo tuvo que servirse agua una vez que olfateó el platillo de aquel modo canino, tomó un trago cerrando un ojo y con el otro espiando el semblante de Cyrille que tan pronto colocó la cuchara en su paladar comenzó a toser, luciendo más gracioso en su intento de no hacerlo y no abrir la boca de modo que el bolo alimenticio escapara. Se lo había advertido, ¿no lo había hecho?, se aguantó la risa dejando el vaso vacío sobre la mesa. Hablar sobre los temas que lo mantenían cuerdo ante una realidad desastrosa era una tarea agotadora por la pasión que impregnaba, pero valía la pena constantemente pensaba.

Lo miró con una sonrisa sin responder y lo imitó, tan sólo la cuchara se hundió en el platillo su estómago gruñó, tenía hambre, hacía días que no ingería una comida como decía ser, hizo caso omiso de su estómago y dio el primer bocado, estaba acostumbrado a sabores tan fuertes así que al contrario del otro comensal, László ni siquiera se inmutó y degustó el gratín dauphinois sin reparo.

-Te acostumbrarás –le dijo justo antes de dar el siguiente bocado, saciando un hambre que había crecido día tras día de carencia, había días, 24 horas llanas, en las que no se llevaba nada a la boca, incluso a veces lo único que ingería era alcohol, provocando que se embriagara más rápido que de costumbre y aún así, aguantando de pie mucho más tiempo que algunos inexpertos que iban a las tabernas queriéndolo retar por su apariencia supuestamente inofensiva. Se le quedó mirando unos segundos luego de eso, esperando a ver si continuaría comiendo o el susto le había bastado para desistir.

Eran esos pequeños detalles los que hacían ver a László la verdadera naturaleza de una persona, al ver que Cyrille continuó comiendo sonrió para sí mismo, no se había dado por vencido y si respetaba algo eran las agallas. Un tercer bocado llegó a su boca y alzó los ojos cuando su acompañante preguntó su origen.

-Di –trató de decir “sí” pero tenía la boca llena, incluso escupiendo algo de las patatas, los modales no eran su fuerte aunque recordó vagamente a su madre decirle que hablar con la boca llena de comida no era lo correcto (pasó relativamente poco tiempo con sus padres antes de que estos murieran y cada vez recordaba menos de ellos, hecho que lo desasosegaba y trataba de asirse a los recuerdos de ellos y su hermana, luchar porque no desaparecieran de su memoria). Tragó finalmente antes de seguir hablando – –repitió, esta vez de forma clara y asintió –totalmente parisino, nacido y criado, conozco la ciudad como nadie –sacó el pecho orgulloso, no conocía otro lugar que no fuese París, nunca había salido de la ciudad y probablemente no lo haría nunca –así que cuando quieras conocer los rincones más sórdidos de la ciudad en mí tienes un guía –bromeó, porque era obvio que Cyrille no iba a querer ese tipo de barrios de la ciudad, aunque la oferta no le pareció tan descabellada, no sólo conocía lo peor de la ciudad, también algunos sitios con encanto que podrían ser más del gusto de su interlocutor -¿y tú? –volvió a servir agua y le dio un trago -¿parisino?, ¿francés?, ¿o completamente extranjero? –por su nombre y apariencia László intuía que francés al menos sí era, pero quería cerciorarse.


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Mensaje por Cyrille Vezier Miér Sep 07, 2011 6:13 pm

Ingirió una tras otra las cucharadas que se llevaba a la boca cargadas de papas y algo más, conteniendo el impulso fisiológico de toser y estornudar a causa de las partículas de pimienta que subiendo y bajando por su tráquea escocían en sus adentros. El trozo de comida que escapo de los labios de su acompañante se refracto sobre la mesa a un lado de su plato, en una línea intermedia entre uno y otro. Y sin inmutarse prosiguió con su comida, porque en orfanatos y hospitales había presenciado cosas peores, había yacido a un lado de personas incapaces de llevarse una cuchara a la boca y enfermedades tan funestas que de sus narices no paraban de emanar fluidos y toses cargadas de flemas y sangre, y tampoco en aquellos instantes sus manos habían temblado ni su estomago se habría revuelto. Pues la culpa no tenían ellos de hacer esas cosas. Aquel, por lo tanto, no era una acción o suceso que le causara repulsión o lograse inmutarlo.

Su mirada se dirigió a aquella que ahora comenzaba a agradarle, antes no por haber enardecido a la multitud en contra de unos pocos y desdichados hombres. La sonrisa que desfiguro sus labios fue solo comparable con la de un niño y su nuevo juguete -¿lo dices en serio?- porque de ser así no tendría que pensarlo dos veces, no se lo tendría que repetir, tomaría su palabra y le pediría un recorrido por aquellas calles que hasta entonces le habían denegado el paso y limitado los saberes, quizás si vistiera con prendas más sucias y desgastadas. No sabía, a ciencia cierta, como vivían aquellas personas y nada anhelaba más que lograr comprenderlas en su totalidad. Sin lujosas comidas y abultadas camas ni prendas ostentosas que rebajaran su ser, nada más allá de lo que era y esperaba ser –porque…no quiero aprovecharme de ti- y las palabras le supieron extrañas en sus labios, como si la pimienta se hubiese adherido a sus papilas y el sabor inundara sus sentidos –aunque, en verdad me encantaría conocer París…el verdadero París- porque los museos, los jardines y plazas no lo eran todo en una ciudad, sus habitantes más ricos no eran los únicos y por sobre todo, no los más importantes.

-soy Francés, mis padres también, aunque nací en Burdeos- le indico distraídamente, hundiendo nuevamente el cucharon en el plato con alimentos para introducirlo en su boca y degustar. La pimienta no había dejado de cosquillear en su interior pero ahora lograba contener las convulsiones en su pecho e impedirles aflorar hasta sus labios –pero solo conozco aquel lugar y este- confesó pues la abadía no podía ser considerada una ciudad, ni siquiera un diminuto pueblo y sin embargo era el lugar que mejor conocía y, se atrevía a pensar, en el que más tiempo había pasado. Era en aquel lugar donde había aprendido lo que ahora sabía, y aquellos años junto a Teva, con el abad y los demás monaguillos y hermanos había conseguido comprender la importancia no solo de las buenas obras pero de la ayuda. Su vida estaba encaminada a servir a otros, pues en aquel servicio encontraba su felicidad.
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Mensaje por Invitado Mar Sep 13, 2011 10:19 pm

László siguió comiendo, cucharada tras cucharada, demasiado rápido sin inmutarse por el fuerte sabor a pimienta, quién podía culparlo al saber que no había tenido una comida como se debía desde hacía un par de días. Claro que había ingerido pan y fruta que había robado por ahí, y alcohol, mucho alcohol, cada noche en París era una noche de beoda para el joven vago.

-¡Lo digo en serio! –sí, ahora la idea se le antojaba para llevarla a cabo. Algo en Cyrille le agradaba, no sabía a ciencia cierta qué, tal vez que se salía de lo que dictaba su clase social y él siempre respetaría a aquellos que se atrevían a rebelarse, y por ello lo invitaba a compartir más que una revuelta callejera y una comida remolona. Una caminata por los rincones de París que evidentemente el joven frente a él no conocería le parecía una oportunidad perfecta para esa labor-, ya será cuestión tuya… -se acercó mucho como quien hace una oferta al margen de la ley –si quieres conocer sitios seguros o mi mundo –y por su mundo se refería a tabernas, callejones y plazas que por las noches eran escenarios de peleas a puño limpio.

Luego sus sospechas fueron confirmadas, Cyrille era francés, como él, aunque proveniente de una ciudad distinta, había escuchado alguna vez a la gente de la calle hablar de Burdeos, muchos venían de distintos puntos de Francia y Europa a probar suerte en la urbe que era París, pero muchos también de esos terminaban en la calle como él. Él no conocía ese sitio, no tenía idea de cómo era si quiera porque apenas si sabía leer y escribir, no era alguien que visitara la biblioteca aunque fuera a ver los grabados e ilustraciones de algunos libros.

-Bueno –se encogió de hombros –yo sólo conozco París, así que podríamos decir que estamos en igualdad de condiciones –lo decía como broma, como una ironía porque entre ellos jamás habría igualdad, uno lo tenía todo, y para el otro el día a día significaba una batalla constante. Aunque Cyrille venía a remover un poco las creencias de László, finalmente eran éstas lo único que tenía que valía la pena, así que por más que el otro insistiera, para el joven criado en las calles la máxima y más irrefutable desigualdad era la monetaria, y con ella venías todas las demás.

-¿Cómo es Burdeos? –la pregunta le nació espontánea, incluso sonó ingenua aunque su apariencia dijera lo contrario (con tatuajes y mal vestido), pero había perdido a sus padres durante la infancia, nunca tuvo a nadie a quien preguntarle cosas, dudas sobre el mundo en general, más bien él tuvo que jugar ese papel con su difunta hermana quien le hacía preguntas y él, completamente ignorante, trataba de formularle respuestas creíbles, aunque fueran un invento. Por eso ahora el conocer algo, lo que fuera, de un sitio distinto al microcosmos que se había creado en París le pareció no sólo intrigante, sino una necesidad casi movida por el instinto. El instinto de descubrir el mundo como cualquier niño, sólo que a él le fue arrebatada esa oportunidad.


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Mensaje por Cyrille Vezier Miér Sep 21, 2011 8:28 pm

Ladeó el rostro, acercando su atento oído a sus labios para que las palabras no fuesen a volar en ninguna otra dirección. Para que el viento escaso y nulo de la morada no las hiciera rodar sobre el suelo, hasta la cocina y dentro de las ollas, se introducirían entonces entre las papas y los caldos y quien sabe quien más pudiese oír, oír aquello que le era confesado con tanta discreción. Acerco su atento oído para escuchar y una sonrisa desfiguro su rostro con rapidez. No había dudo en la respuesta, no tenia siquiera que imaginar otra opción ¡Las calles de París clamaban! Le incitaban furtivamente a conocerlas, no había proposición más clara que aquella, y no podía negarse, no ahora que la curiosidad le carcomía las entrañas y la propuesta quedaba, tangente y brillante frente a él.

-el mundo que hoy he descubierto me ha fascinado – aquel mundo que no antes había conocido. Porque Cyrille no había sangrado antes por una riña, el joven monaguillo no había tenido que blandir su coraje en contra de otro y por obra propia tener que hacer valer la justicia, no la ley de reyes pero la de humanos, la justicia que no cubría sus ojos con negligencia sino que se hacía valer y clamaba a otros a poseerla. Conocía ya el dolor, el dolor de la carne al despegarse y la piel abrirse cual tierra seca, conocía ya el frio entumiendo sus huesos y el agua congelando su ser. Sin embargo aquel dolor no era parecido al que ahora sufría, o al que había sufrido instantes atrás, saber que por sus acciones los inocentes se habían salvado, que seguía la voluntad de Dios, que se convertía en el buen samaritano. Aquel dolor no era sino fruto del hombre que anhelaba ser.

La pregunta removió los recuerdos que había mantenido guardados como figuras de porcelana, aquellos recuerdos que antaño le habían parecido algunos más a su vida lucían ahora como un verdadero regalo. Pareció perderse en otro mundo, uno apócrifo creado por su imaginación, tejido con recuerdos y algo más, aquellas memorias que parecían confusas, como si fueran de otro y no de él. Meneó la cabeza –es bastante diferente a lo que es París, allá corre también un río pero los suelos son más fértiles según tengo entendido- porque a él no le constaba que fuese verdad y aunque confiaba en la buena fe y credibilidad de las palabras de las personas era mejor indicar, cuando desconocía realmente lo verdadero –además, las personas allá no son tantas, las casas son más grandes y humildes…- intentaba recordar aquellas veces que acompañaba a Teva a las casas diminutas de madera, con los niños que vestían tajos de tela y las mujeres que llevaban el rostro pintado con polvo y tierra –pero no recuerdo bien…hace mucho que no voy- las palabras le supieron amargas sobre sus labios ¿Con tanta facilidad se había olvidado del suelo que le vio nacer? ¿Y aquellas personas de cuna humilde a quienes antes visitaban? ¿Quién las visitaba ahora? ¿Las visitaba alguien? O quizás vivían, como él, solo con el recuerdo del pasado.

Llevó el cucharon nuevamente a sus labios conteniendo la respiración mientras masticaba y tragando en seco para poder seguir hablando – a veces pienso en volver…- de pronto comprendió la atrocidad que estaba cometiendo. Impedía al joven hablar sobre él, contaba sus propias penas carentes de nombre, las contaba a aquel que suficiente debía ya poseer -¿y tú?... – susurró porque por algún extraño motivo suponía que la vida de aquel joven la comprendería mejor no con palabras sino en actos, en una demostración en viva piel de lo que la suerte y el destino le habían otorgado.
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Mensaje por Invitado Vie Sep 23, 2011 7:47 pm

Una sonrisa retorcida, que parecía eternamente retadora se dibujó en sus labios, era difícil saber qué pasaba por la mente de László cuando dibujaba aquel gesto en sus labios, podía ser el preámbulo a una pelea o un ademán de sincera felicidad, no se podía adivinar a menos que el mismo chico lo externara.

-Me alegra –ahí estaba la respuesta-, me alegra escuchar eso, debemos planearlo –dijo como broma, ¿qué iba a planear?, nada, no había nada que planearse, al menos László no era alguien que planificara las cosas, sólo bastaba ver su vida como testigo de ello. Pero el comentario venía a cuenta de que sí, un segundo encuentro era posibilidad para ambos y que incluso, emocionaba hasta cierto grado al joven vago. Por primera vez se estaba olvidando del origen de su acompañante y lo veía como una persona, así de simple.

Luego escuchó con atención, era como si un adulto le estuviese contando una historia a un niño curioso que pregunta demasiado. Cada palabra pintaba un mundo distinto al que conocía, un mundo que tal vez nunca conocería, pues sus posibilidades de salir de París eran nulas, no le molestaba, era aquel sitio donde sentía que pertenecía de verdad, no veía necesidad de alejarse de ese suelo.

Pero también pudo escuchar melancolía, él la conocía porque durante esa hora de la madrugada, esa justo antes de que el sol reaparezca en el cielo, justo cuando el alcohol perdía intensidad en su cuerpo, él también la sentía, extrañando a sus padres y a su hermana, pensando que hubiera sido de él si no los hubiera perdido. Imaginando la posibilidad de haber tomado un camino mejor, pero se quedaba sólo en eso, en un imaginario utópico que de vez en cuando lo apaleaba.

Pudo ver, por las palabras de Cyrille, un lugar más tranquilo que París, con aire fresco, similar a las casas a las afueras de la ciudad, pero sin el olor a podrido del Sena, se escuchaba bien, aunque ni siquiera supuso en visitarlo algún día. Cyrille se detuvo en su relato y eso trajo a la realidad a László quien le sonrió agradecido por su breve explicación, una expresión dócil y apocada en su rostro, diferente a esa incendiaria que casi siempre vestía.

-¿Por qué no regresas? –preguntó como si fuera lo más obvio del mundo, sin entender que su interlocutor debía tener sus razones para no hacerlo.

-¿Yo?, yo… -luego trastabilló en sus palabras –yo he vivido en las calles desde que tengo memoria, incluso cuando mis padres vivían pasaba la mayoría del tiempo en la calle, aprendiendo, siempre he sido pobre así que tuve que aprender a ganarme la vida y ayudaba en el mercado en lo que podía, aunque nunca descubrí cuál era mi habilidad –rió, no estaba contando desde luego esa capacidad suya de transformarse en corgi –así que actualmente no hago nada –rió aunque se dio cuenta de lo triste que eso sonaba, lo decepcionante que podría resultar para sus padres. Tanto era así, su inhabilidad por conseguir un empleo estable, que su hermana murió mientras él no pudo hacer otra cosa más que verla irse, pues no tenía un centavo para ir a un médico, y si tenía una tumba digna era porque un hombre, de buena fe, le había dado ese espacio en el cementerio local, sino quién sabe qué hubiera hecho.

Siempre había tenido que ser así, en los momentos importantes debía depender de la caridad de otros y ahora que podía analizarlo no le gustaba. Tal vez era tiempo de que madurara, de que encontrara un trabajo y dejara de vivir en las calles, eso no significaba que tuviera que traicionar todo eso en lo que con tanta fiereza creía.
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Mensaje por Cyrille Vezier Sáb Sep 24, 2011 12:19 pm

La sonrisa que se dibujo en el rostro de László le confundió, le lleno de intriga y mal sano nerviosismo ¿era acaso que su mente formulaba un maquiavélico plan? Porque no había manera alguna de negar que aquel gesto inusual parecía ir acompañado de malicia y picardía por igual, juntas, más nunca mezcladas ni suprimida. Sin madre ni padre formaban una verdadera hermandad -¿planearlo?...- con anterioridad había pensado que con acordar un día y una hora sería suficiente aunque quizás, existían leyes y costumbres tales que les impedían hacer ciertas cosas según el día.

El cuestionamiento le resulto como una bofetada de gélido aire invernal, entumió sus labios unos instantes y detuvo el andar de su corazón “¿Por qué no has regresado Cyrille?” Desde su llegada a París nadie le había cuestionado aquello, a nadie le había contado el incidente con sus padres más allá de lo que su tío y la alta alcurnia pudiesen saber –Lamentamos mucho la muerte de tus padres, esperamos que descansen en la gracia del Señor- había asentido y agradecido aquella muestra de cordial afecto cuando la joven pareja se había acerco a él. Sin embargó ¿le había alguien preguntado cómo se sentía? ¿Se había detenido alguien a hablar con él? Solo los cantos de los gorriones y las palomas le habían hecho compañía y solo a ellos su alma había logrado abrir y contar aquellos temores y pesares que acongojaban su ser.

- Porque…tanto dese irme en su momento que volver ahora que nada tengo ahí…no me parece algo congruente- sonrió torpemente, con aquella falsa alegría con la que intentaba llenar su interior ¿Por qué estar triste cuando podía ser feliz? Termino el plato de papas y pimienta que tenia frente a él. Cuchareo el tazón hasta que nada quedo en el fondo y el sonoro eco del metal golpeando el traste resonó sobre sus oídos –estaba realmente delicioso- confesó sin mayores preámbulos, entristecido de no haber logrado compartir sus alimentos con aquel pequeño que en silenciosos gritos le pedía un poco de comida.

-tienes aun mucho tiempo para descubrirla- aseveró con intriga. Él mismo no había tenido que hacer un gran esfuerzo por conocer aquello que le apasionaba y hacia completamente feliz, y no se trataba solo de ayudar al prójimo. Recordaba aun el día en que se había enamorado. Se había despertado más temprano de lo usual con un tersa melodía que parecía no provenir de ningún lado en particular, más bien, manar de cada pared y cada techo, colarse por los suelos desde el exterior, debía tratarse seguramente de algún coro celestial que había bajado a la tierra a repartir paz. Encontró, contrario a lo que había creído, un hombre de enormes manos y arreglada vestimenta, de sienes níveas y arrugas surcando ya su rostro, su mirada cansada se refrescaba al acariciar y permitir a sus dedos bailar y crear la sinfonía. Porque en la música volvía a vivir, volvía a ser joven y a enamorarse por primera vez.

-podemos descubrir cuál es- si, si le permitía ayudarlo le haría probar de todo. Lo haría bailar y tocar el violonchelo. Probar en las artes plásticas y hasta de herrero. Irían al muelle en búsqueda de su vocación y si en el mar no lograban encontrarla los campos serian su segunda opción. Le ayudaría, si él se lo permitía, a encontrar su vocación. Y quizás se trataba de algo que no lograba imaginar, de aquellos dones y habilidades sorprendentes que solo algunos lograban desarrollar –y…¿cuándo entonces me enseñaras?- .
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Mensaje por Invitado Miér Sep 28, 2011 4:23 am

Sacudió la mano en un ademán que le restaba importancia a eso de planearlo, lo había dicho por decir, porque había escuchado a hombres maduros y cultos decirse eso en las tabernas cuando hablaban de encuentros próximos y sin querer algunos de esos modos que no pertenecían a su clase se le pegaban sin querer. En cuando escuchó a Cyrille responderle su cuestionamiento supo que había hecho mal en preguntar, pero qué podía hacer si la carta ya había sido lanzada, desvió la mirada sinceramente apenado, debía entender que no a todos todo les importaba un comino como a él, que la gente depositaba su cariño en sitios, personas y hasta en sucesos, él lo evitaba porque había perdido más de lo que había ganado en su corta vida, se limitó a asentir sin responder nada y miró el plato entre sus manos desde hacía unos minutos vacío cuando su interlocutor halagó el platillo.

-Lo sé, te lo dije –levantó el rostro con una sonrisa y puso a un lado el plano y la cuchara, dado por zanjado el asunto, por ahora al menos, tal vez algún día Cyrille le contara sus motivos por voluntad propia y entendería qué acababa de pasar.

Lo miró entornando la mirada después, tiempo vaya que sí tenía de sobra, era joven y no sólo eso, no hacía nada, así que podía ponerse a investigan cuando le placiera. Pensó en todas las posibilidades, al menos, pensó, no perdía nada si fallaba en algo. Asintió dándole la razón

-No estaría mal, debo ser bueno en algo –asintió y se quedó dubitativo en si preguntar o no, pues ya había errado una vez al cuestionar demasiado, se mordió la lengua pero al final lo hizo-, ¿tú sabes qué es lo que harás por el resto de tu vida? –no sólo por conocer la respuesta de Cyrille, sino porque escucharlo de otro hombre joven como él le ayudaría a animarse en esa nueva empresa que nunca se imaginó llevar a cabo pero que ahora que estaba como posibilidad frente a él, sorprendentemente le emocionaba. Algo le decía que el joven que lo acompañaba esa tarde ya tenía claro cuál era ese camino, no sabía si era su mirada clara y suspicaz o sus palabras demasiado sólidas para alguien tan joven.

Se quedó pensando y una idea algo descabellada llegó a su cabeza, se puso de pie de golpe, dando manotazos a la mesa con ambas manos, incluso algunos de los comensales saltaron ante el exabrupto.

-Podemos comenzar ahora –dijo mirándolo a los ojos-, si tienes tiempo, claro –la gente rica siempre tenía ocupaciones, bailes a los que László asistía como perro sin entrar a las casonas desde luego, esperando los sobrantes de comida que amablemente los cocineros de las familias adineradas le daban al corgi callejero, también siempre estaban cerrando tratos, los había visto en los cafés y restaurantes de París hacerlo, estrechando la mano, firmando documentos, hablando de sociedades, y finalmente, sabía que los ricos viajaban mucho, tenían casas de campo en las cuales se refugiaban agobiados por las ciudades grandes, de eso sólo había escuchado y podía imaginárselo, nunca había visto una de esas casas de reposo. Por eso esperó la confirmación del otro, quizá tendría algo más importante que hacer y no le sorprendería.
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Mensaje por Cyrille Vezier Mar Oct 04, 2011 8:03 pm

Y de pronto comprendió todo lo que implicaba aquel cuestionamiento. El resto de su vida comenzaba a ser un tiempo agobiantemente largo, todo segundo de ahora en más dedicado a una sola labor ¿Serviría a Dios o a su corazón? No era capaz de contestarse aquello y el dudar no podía sino hacerle sentirse un pecador. Pues aun cuando el Señor le había permitido ver aquellas bellezas que solo en su misericordioso manto eran visibles se atrevía él a cuestionar, a comparar aquella vida con otra. Se atrevía a poner en tela de juicio la alegría que le causaba la sonrisa ajena con la melodía que con sus manos podía crear, a sus oídos llegaron amortiguados ambos sonidos, el cantico que entona la alegría y la sonata que solo el alma desnuda puede crear. Y comenzaron una guerra silenciosa, una disputa que nadie podía ganar.

-me convertiré en sacerdote, y tocare en mis tiempos libres- o quizás…seria músico y sacerdote en sus tiempos libres. Negó para sus adentros suponiendo que aquel era un cuestionamiento que había estado intentando evadir. Pues no negaba que en cualquier vocación uno podía seguir amando a Dios, no casarse con la iglesia no significaba no quererlo en la misma y desmesurada medida ¿cierto? Mesó sus cabellos con suavidad, divergiendo en derredor hasta que sus almendrados ojos encontraron el rostro ajeno y entonces sonrió. Porque no creía que László llegara a comprender los motivos de aquella decisión, como el mismo comenzaba a olvidar el motivo principal de su encierro en la abadía. ¿Había sido el amor a Dios o el temor de la soledad?

La repentina acción del joven le obligo a virar su cuerpo por temor a recibir algún golpe mal dirigido. Su nariz pareció comenzar a punzar en el recuerdo de la violencia. Las palabras de László llegaron abigarradas a sus oídos, como dédalos de algún extraño acertijo -¡claro que podemos comenzar ahora!- exclamó, con la alegría contagiada que en el aire se comenzaba a respirar. O quizás lo confundía con el aroma de los recién salidos platos de la cocina. Tiempo, aquel día aquella palabra comenzaba a recibir connotaciones que en antaño no poseía, comenzaba a pensar, que era más importante de lo que hasta entonces había creído y oraba porque fuese un aliado y no un enemigo.

Su imaginación comenzó a idear pintorescos lugares a los cuales asistir, humildes casas de techos de adobe y lamina. Amplias calles, que a los niños servían como patio de juegos, quizás le mostraría lugares que ni en sueños podría imaginar. Con las hierbas creciendo aun en contra de la gravedad, porque en las calles todo parecía regirse por otra ley, ajena a la que regia al resto de las personas. Esperaba conocer todo aquello que ahora desconocía, cada bar y taberna del lugar, los prostíbulos más decadentes de la sociedad, las personas más humildes y los hombres más trabajadores. Esperaba, aprender, comprender y entender todas esas cosas que por propia voluntad se había negado. Pero ¿sería László entonces un enviado de Dios o de Satán? Y como si puede contestar aquel cuestionamiento lo observo, intentando descifrar en su mirada su procedencia ancestral.

Se levantó de su asiento con tranquilidad, con alegría y confusión deformando su rostro –muchas gracias- vociferó aguardando nuevas indicaciones para salir del lugar en dirección ansiada a lo desconocido.
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Mensaje por Invitado Lun Oct 10, 2011 6:40 pm

El joven de Homem-Christo se hizo para atrás al escuchar la respuesta de Cyrille como si estuviera evitando un golpe, a decir verdad, había sido tomado por sorpresa. ¿Por qué de todas las vocaciones esa tenía que ser la de aquel joven que comenzaba a agradarle?, torció el gesto. Él había renunciado a Dios, quizá nunca había creído en él, era una atadura, una tontería, no podía creer en algo así y a la vez considerarse un tipo sin ley que lo rigiera. Estaba de acuerdo que la idea de un Paraíso y un Infierno era alentadora, reconfortante, pero no podía posar su fe en algo que no era tangible, para él eran los hechos o nada, cosas que pudiera ver con sus ojos. Podían tacharlo de blasfemo, lo era en cierta medida, pero László sólo creía en el poder de la gente, del puño, sin nadie por encima de nadie, y eso incluía a la figura de un dios, cualquiera que fuera. Iba a externar su malestar, pero calló, por primera vez en su vida actuaba con prudencia.

Relajó el ceño y la boca, suspiró, quiso esbozar una sonrisa y le resultó imposible, y él no era alguien que forzara ese tipo de cosas, no era alguien hipócrita, sin embargo, el momento de cuestionar la decisión de Cyrille no era ese.

-Es… algo para toda la vida –alzó ambas cejas y dijo en tono casual –es decir, ¿sabes que los curas no pueden tener sexo, verdad? –aquella broma lo relajó y esta vez la sonrisa le salió natural, quizá podía aprender algo de ese chico, sin traicionarse; debía aprender, estaba aprendiendo, mejor dicho, que escuchar otros puntos de vista no quiere decir que él tenga que darle la espalda a los propios, y este encuentro representaba la oportunidad perfecta para ejercer esa cualidad-. ¿Tocar?, ¿tocas algún instrumento? –esa curiosidad era más intrínseca, a él le gustaba mucho la música aunque no sabía ni cómo se llamaban muchos de los instrumentos y la poca que conocía la había escuchado en tabernas de mala muerte, viejas canciones de cantina. Recordaba especialmente una en un idioma que no conocía, irlandés le había dicho el viejo pelirrojo que la entonaba cuando se pasaba de copas, el viejo Cormac, recordaba que se llamaba, era alto y robusto, aunque bonachón, con los brazos cubiertos de vello rojizo, cejas pobladas y espesa barba, un hombre con el que László había charlado más de una vez, pues siempre coincidían en los mismo lugares, fue ese sujeto procedente de Éire quien le enseñó canciones, aunque el joven parisino a penas si podía pronunciarlas, y la que más recordaba era una que, según Cormac, hablaba de un bandolero que es traicionado por una mujer.

Eso le parecía divertido e interesante, que las canciones pudieran contar toda una historia, como esos libros a los que nunca tuvo acceso.

-Espera –le dijo cuando Cyrille lo imitó y fue hasta donde Clémentine se encontraba lavando platos, pues la hora de la comida había pasado y ahora sólo le quedaba la tediosa tarea de lavar los trastes sucios-, ¿lo agregas a mi cuenta?, prometo pagarte a la próxima –era de suponerse que László no tuviera un centavo, ¿de dónde se suponía que iba a sacar dinero si no trabajaba?, cuando tenía francos era cuando robaba, pero no era algo que le gustara. A pesar de todo, de su personalidad y su complicada vida en la calle, robar no era una de sus actividades favoritas.

La mujer lo miró no muy convencida, pero sabía que regresaría y le pagaría, tal vez no todo, pero algo le daría la próxima vez, tal vez no por ella, sino por el lazo que el joven tenía con sus hijos.

Off: Soy asquerosamente lento, lo siento T_T
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Mensaje por Cyrille Vezier Lun Oct 10, 2011 11:13 pm

Comprendió, sin necesitar de escuchar su rugido tañer el aire. Comprendió aunque sus palabras no le hubieran escupido a la cara y sus manos no le hubieran denigrado, porque conocía aquel gesto mejor que nadie ¿Cuántas veces lo habían ofendido por decir aquello? ¿Cuántos insultos proferidos en contra suya? ¿Cuántos empujones y escupitajos no habían recibido ya? No los suficientes para retractarse, al parecer, no los suficientes para hacerle cambiar de parecer. Pues creía firmemente que por mil personas que lo negaran lograría mejor la vida de alguien más y esa persona sería suficiente para hacerle sentir que lo que hacía estaba bien, y recibiría mil vituperios más sin pensarlo.

De haber seguido degustado aquel exquisito plato cargado con pimienta seguramente hubiese terminado escupiéndolo sobre el rostro de László por tales palabras –y-y-yo ya se eso- tartamudeo rascándose la cabeza para intentar volcar su atención en algo más. Y si bien mentir sería decir que no lo había pensado ya, era un precio que estaba dispuesto a pagar por la satisfacción que la sonrisa ajena podía causar en el, aunque aquello implicase no formar una familia ni tener una mujer. En sus mejillas antes pardas se encontraba ahora el color del arrebol y manaban de ellas el calor, como de ígneas antorchas en la mazmorra –pero…pero yo creo que hay cosas más importantes- y aunque sus palabras fueron un ahilado susurro eran tangibles en ellas su fidelidad, a todo lo que creía bueno y honesto. Aunque comenzara a dudar, si sus creencias eran tan certeras como en antaño lo había pensado.

Inspiro profundamente armándose de valor, colocando sus palmas sobre su rostro para devolverlo a la normalidad, que torpe y que infantil, que inmaduro y que inexperto se sintió y entonces se cuestiono si László comprendía de aquellos temas que hablaba. Y el rubor más que desvanecerse pareció poner casa en sus mejillas –tocó el piano, en mis tiempos libres me gusta tocar aunque a mi tío no le agrade- recordaba aun aquellas noches, en compañía de las cigarras y los grillos en que solía tocar, desenvolvía su alma de toda prenda y permitía a sus manos crear la melodía que de ser escuchaba contaría en dulce y lacrimosa voz su historia. Más nadie había para escuchar, solo los grillos y las cigarras que le seguían en su pesar.

¡Y cuanta descortesía! Quizás László tenia algo que razón, los años en compañía de la alta alcurnia lo habían dotado de pésimas mañas, como aquella, de agradecer y marcharse. Porque los nobles, comerciantes y exportadores poseían cuentas a todos los lugares a los que iban. Se apresuro sobre los pasos de László, avanzando justo detrás de él y quizás demasiado próximo a su compañero. Con las mejillas aun ruborizadas como muestra tangible de la vergüenza rebusco entre sus prendas algunos francos que darle a la mujer –ya tendrás tiempo tu de pagar lo demás-aseveró con calma al tiempo que le entregaba el dinero a la mujer. Poco más de lo que era necesario, pues él sabía bien que las personas se llegaban a ofender de ser tratadas como mendigos y pobres. Y fue por ello, que le permitió a László sentir la capacidad de pagar en un futuro, aunque no estaba seguro, que eso fuese a ocurrir –estuvo delicioso señora- elogió, otorgándole una cálida sonrisa que combinaba con el color de sus mejillas.

-vamos pues que se hace tarde- exclamó animadamente. Con aquellos vestigios que aun quedaban en él de él adolescentes que era en realidad y no es sacerdote que pretendía ser. No habría suficiente tiempo para todo conocer y cual corcel comenzó nuevamente a moverse sobre su lugar. Como si esperase indicación para partir en un trote apresurado y vertiginoso.

off: si tu te disculpas por ser "lento", yo me disculpo por intensear!
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Mensaje por Invitado Miér Oct 19, 2011 9:43 pm

Aunque László no estaba de acuerdo con el camino que Cyrille parecía tener muy claro, le gustaba la gente que tuviera convicciones y creencias, y le gustaba que esa gente las defendiera, por ese simple hecho el futuro sacerdote merecía su respeto aunque no estuviera del todo de acuerdo, aunque la religión le pareciera un método más de opresión de aquello que tienen sobre aquellos que carecen de todo. Le parecía ridículo el pago del diezmo, y que a un clérigo de alto rango se le tuviera que besar la mano como si se tratara del rey, de por sí no estando de acuerdo que eso se hiciera con la monarquía. Jamás en su vida había tomado una biblia, en gran parte porque no sabía leer, pero había escuchado de los locos en las cantinas que ese que murió en la cruz había sido un hombre humilde desprendido de todo, entonces no entendía porque aquellos supuestos representantes de Dios en la tierra no seguían esa misma filosofía. László era un tipo sin ley, no importaba si era la ley de los hombres o las leyes divinas, él simplemente no las acataba.

Rió divertido al ver la expresión de Cyrille cuando tocó aquel tema, tabú tal vez, más si se trataba con un futuro tonsurado. Tenía razón, no era muy importante, o no algo que a László le importara especialmente, pero sabía de las necesidades de los humanos, él mismo las tenía desde que había superado la pubertad. Se giró al darse cuenta que Cyrille no era el único sonrojado.

-El piano –repitió, aún sin mirarlo –he escuchado su sonido, una vez me colé a un teatro y pude verlo tras bambalinas, pero me descubrieron rápido y no pude escuchar ni una sola canción completa –se encogió de hombros, aquel comentario lo ayudó a tranquilizarse ante lo antes sucedido, luego observó a Cyrille a su lado, sabía que lo había seguido muy de cerca pues no podía negar sus habilidades como cánido, entre ellas su agudo oído. Lo miró buscar algo en su bolsillo y antes de que pudiera reaccionar ya extendía la mano con algunos francos en dirección a Clémentine. Sacudió la cabeza pero supuso que era muy tarde para oponerse, suspiró, al menos no lo había insultado tratando de pagar toda su cuenta.

-Hasta la próxima –se despidió en general y cruzó la puerta para quedar de nuevo en el exterior, el movimiento en el mercado había cesado causa de la hora, muchos ya recogían sus puestos, aguardó a que su acompañante lo imitara y sonrió ante el entusiasmo que éste mostró.

-Verás –comenzó a caminar y juntó las manos como si estuviera tramando algo –hay demasiado que ver, pero vayamos primero a la taberna que queda un poco más allá –señaló en línea recta –no te preocupes, es temprano, no habrá tantos ebrios, aunque lo habrá, siempre los hay –esperaba que Cyrille no se asustara con aquello, aunque si lo hacía era comprensible –tengo que arreglar un asuntito, un maldito bohemio perdió una apuesta contra mí, y tengo que ir a cobrar –continuó hablando y caminando en la misma dirección –si las cosas se ponen feas tú sólo corre –se giró para verlo –roguemos porque las cosas no se pongan feas –rió como si aquello le hiciera mucha gracia, aunque sonaba completamente terrible.

Aquel bohemio (porque venía de Bohemia) del que László hablaba era un escritor sin un centavo, como todos los que se reunían en ese tipo de sitios, su fracaso radicaba en su problema con la bebida, pero sus mejores obras resultaba que surgían cuando estaba ebrio, era un círculo vicioso, hacía un par de días, viendo a László como un chiquillo lo retó a ver quién bebía más y aguantaba más de pie, el joven parisino lo venció sin problemas, pero no pudo cobrar la apuesta pues el otro quedó inconsciente y sólo le quedó ayudar al tabernero a acomodarlo en unas sillas para que durmiera más cómodamente.

Off: Siento la tardanza otra vez, no me odies T_T
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Mensaje por Cyrille Vezier Vie Oct 21, 2011 9:07 pm

Lo pensó unos instantes mientras jugaba nerviosamente con sus labios –cuando yo toque en teatros y amplios escenarios te invitare, estarás en primera fila y podrás escuchar muchas canciones completas- podría escuchar hasta sentirse hastiado de las melodías. Cuando sus oídos comenzaran a anhelar la pasividad del aire del exterior, podría escucharlo tocar todo el día y más. Porque al tocar, el tiempo parecía no transcurrir. Solo esperaba que cuando la invitación fuese enviada a László este no la rechazara pensando en la clase de hombres que asistían a aquellos lugares. Los ricos, los suyos.

-no me preocupa encontrarme con ebrios- asevero al instante observándole con curiosidad. Comenzaba a creer que quizás su compañero le veía como un niño perdido en aquellas calles, alguien a quien necesitaba proteger por su desentendimiento de su entorno, desentonaba de todo lo que había a su alrededor. Quizás su ensangrentada nariz haría dudar pero al final su rostro le ponía por cuna la alta estirpe y no las callejuelas y tabernas como le hubiese gustado pensar –e conocido a algunos durante mi vida- infló el pecho asintiendo. El varón que solía asistir a las fiestas de su padre era ávido a la bebida. Tomaba toda clase de vinos, agua miel o rones que estuviesen a su alcance. Una vez le había escuchado decir que las botellas le hablaban incitándolo a beber.

Frunció el ceño hasta que solo un diminuto surco separo una ceja de la otra, aquellas tupidas y bien pobladas que enmarcaban su rostro de aniñadas facciones –si las cosas se ponen feas lo último que hare será dejarte- desde que tenía uso de razón no había huido jamás de ninguna situación y László estaba muy equivocado si pensaba que comenzaría ahora a huir. Aunque, había huido instantes atrás de los policías y el gentío que se alzaba tumultuoso a su alrededor. Quizás, había huido de algunas cosas feas a lo largo de su vida. Había huido de ser aprendido y condenado por atentar contra la ley, había huido de la vida de placeres y pecados al ingresar en la abadía y más aun, había huido de la soledad cuando esta amenazaba con volverse su compañera. Se encontró entonces ante la realidad, había huido en varios momentos de su vida y por ello mismo no planeaba huir de aquel lugar por más que los suelos temblaran o las paredes colapsaran.

Avanzaba pues a un lado del otro, con los orbes apuntando en cualquier dirección. Observaba con atención los alrededores del lugar, observaba en derredor esperando recordar el camino de vuelta a su hogar.

off: me disculpo por la extensión
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Mensaje por Invitado Dom Oct 30, 2011 8:18 pm

Una sonrisa se perfiló en su rostro al escuchar a Cyrille hablar, cada vez confirmaba más y más lo que ya había estado notando, este chico, por más que su ropa fuese fina y sus modales aristocráticos, era distinto. László tenía una creencia muy arraigada, creía en que aún existía la gente buena (aunque sabía bien, también, que debía dejar de ver el mundo en blanco y negro, en ricos y pobres, en malos y buenos), y se daba cuenta que esa gente podía venir de cualquier sitio. Asintió entusiasmado al escucharlo decir que si algún día llegaba a tocar en un teatro, lo invitaría, el joven vago podía haberse formado y educado en la calle, pero por eso misma había una parte de él, una gran parte de él que no dejaba de ser un niño, uno que ha carecido de todo y cuando la posibilidad de recibir algo se abría, lo emocionaba. No como una limosna, sino como un presente.

Siguió su camino y se giró con una sonrisa de lado cuando Cyrille continuó hablando, alzó las cejas con algo de incredulidad, no podía adivinar dónde alguien como él se había topado con ebrios antes, pero eso de algún modo lo tranquilizó, supo que no se espantaría entonces. Luego le dio una fuerte palmada en la espalda, una que pudo haberlo aventado de cara contra el suelo.

-Estás aprendiendo bien –dijo sin borrar la sonrisa retorcida que era su sello personal-, de eso trata la ley de la calle –abrazó a su acompañante por los hombros sin dejar de caminar lado a lado, señaló con la mano extendida el horizonte como si diera un discurso de suma importancia –uno nunca deja al otro a su suerte, sólo así se sobrevive aquí –señaló con el índice muy recto el pecho del otro y golpeó levemente hasta que empezó a disminuir el paso, lejos estaban las calles en donde los comerciantes levantaban ya sus puestos, estas calles, más angostas y silenciosas anunciaban que estaban cerca del lugar al que László pretendía llegar.

Dobló una esquina y estuvieron finalmente ahí, en una taberna maloliente, sórdida, desde a fuera se escuchaban los canturreos y cómo los tarros chocaban entre sí, la algarada de voces roncas, maltratadas por la vida, la fiesta de corazones tan rotos que sólo entre ellos se entendían, el bullicio del festejo de los perdedores.

László adelantó sus pasos dejando atrás a Cyrille y subió los dos escalones maltrechos que conducían a la desvencijada puerta doble de madera, una mitad estaba abierta y por ahí ingresó, nadie prestó atención a su presencia, sólo el tabernero que lo saludó con la mano, gesto que correspondió. Se quedó ahí en el umbral buscando con la mirada al bohemio, sólo alcanzó a ver al irlandés que le cantaba canciones en el viejo idioma de la isla esmeralda y se acercó para preguntarle, no sin antes mirar por sobre su hombro para comprobar que Cyrille lo seguía.

Tal vez lo estaba subestimando, o sobreprotegiendo, pero no quería que anduviera solo, no en esa zona de ese barrio, porque conocía bien lo peligros del mismo. Tal vez no sería el primer encuentro de Cyrille con personas de este tipo, pero no era lo mismo, estaba en su terreno, en terreno de aquellos que están en las listas negras de todos los demás.

-Parece que no está -le habló a su acompañante mientras seguía caminando en dirección al irlandés-, ¿quieres tomar algo mientras esperamos? –no estaba seguro que Cyrille fuera alguien que disfrutara del alcohol, y ahí no se servía otra cosa que no fuese alcohol.
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Mensaje por Cyrille Vezier Jue Nov 03, 2011 8:16 pm

Tuvo que apresurar uno de sus pasos para no caer de bruces al suelo a causa de la repentina acción de László. Una que, pudiendo resultar arisca y burda para otros, le hacía saltar de emoción y alegría porque aquellas extrañas muestras y excesos de confianza no denotaban sino, que el joven comenzaba a verle como a un igual, quizás hasta como a un amigo. ¿Se apresuraba demasiado a catalogarle como tal? Lo mantendría entonces en silencio, una suposición, o un anhelo, que no pronunciaría a los cuatro vientos por poder resultar petulante y hasta pretencioso.

Pensó, que aquello podría ser alguna especie de peleas por territorio. Por libertad e inclusive por saberse vivos y autónomos de sus decisiones y acciones. Cual fuese el caso, sin embargo, y aunque la causa fuese bizarra y opaca se mantendría de pie a un lado de él, porque había hecho lo mismo aun sin conocerle. Le había otorgado aquella oportunidad que más nadie se había molestado en brindarle aunque quizás, el otro no fuese totalmente consciente de aquello. Y las mejores acciones eran y a fin de cuentas las que salían del interior sin razonarlas ni examinarlas, como intentando hurgar y descifrar si se es bueno o se es malo en el acto.

Sonrió pues con amplitud avanzando con su hombro estrecho contra el cuerpo del otro, observando allá donde su dedo apuntaba y su ojo no alcazaba a observar con nitidez, pronto dejo de serle claro donde terminaba el cielo y comenzaba el suelo, los techos de las casas parecían fundirse con el firmamento. Alzó su dedo índice vociferando –La primera ley es que nunca se deja solo al otro- repitió, con aquella malsana necesidad de degustar las palabras en su paladar para no olvidar su sabor. Aquellas, sabían a verdad y contradicción.

Subió los peldaños que gimieron y lanzaron lastimeros quejidos al viento cuando los apretó bajo su peso. Sus zapatos golpearon el suelo del local y se permitió a si mismo examinarlo con curiosidad, los hombres parloteaban aquí y allá, con las mejillas ruborizadas, mugrientas o tostadas por el astro rey que seguramente los acariciaba durante la jornada de trabajo que debían hacer. Avanzó absorbiendo sus pulmones el fuerte olor a alcohol y sudor, mezclado con cigarro y algo que, en ese momento, no logro descifrar -¿Algo como qué?- le cuestiono en voz baja andando tras de él sin realmente observarle. Más atento a su alrededor, saturado de tantas nuevas sensaciones y vivencias.

Un codo ajeno sobre su costado le obligo a virar, un hombre que se acomodaba sobre su lugar –Es la primera vez que entro a un lugar así…- le confesó en voz baja, aunque creía haberlo hecho ya. Era como aquella primera vez en que había asistido al burdel en compañía de Laurent y habían observado el baile de faldas y plumas que habían realizado ¿Qué hacían en lugares como aquel? ¿Cuál era la gracia de asistir? –Solo he tomado vino- y era un excelente catador, debía serlo pues eran sus padres dueños de viñedos de la más afamada ciudad proveedora de ellos. Dudaba sin embargo, que sirviesen aquellas cosas en aquel lugar, probaria sin embargo lo que Lázsló le pudiera ofrecer.
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Mensaje por Invitado Mar Nov 08, 2011 7:01 am

Pesadamente se sentó en una mesa pequeña, con sólo dos sillas dispuestas y miró a Cyrille acompañarlo, descansó ambos brazos sobre la madrea burda de los tablones mal cortados que construían el mueble y le sonrió, no le sorprendía que esa fuese la primera vez de su acompañante en un sitio de esa naturaleza, por fortuna, pensó, estaba bien escoltado. László daba la apariencia de un debilucho muerto de hambre, muerto de hambre tal vez sí era, pero su condición de cambiaformas lo hacía bastante resistente, y la gente de la calle lo había aprendido del modo difícil, confiándose de un chiquillo cuyo grito de guerra era “no hay futuro”, con aquel rugido de carácter casi animal, era fácil temerle, no tenía nada que perder, daba todo al batirse en peleas con el puño limpio.

Definitivamente Cyrille no podía tener mejor protección esa tarde.

Se encogió de hombros cuando el otro confesó sólo haber probado vino, no podía esperar otra cosa y esos pequeños detalles le recordaban el origen del chico con el que estaba; al menos esperaba que fuese resistente al alcohol, no tanto como él, claro estaba, pues después de todo por esa razón estaban en ese lugar, porque el enclenque vago había tumbado en una competencia de bebida a un corpulento bohemio.

-¿Vino? –comenzó a reír –comprenderás que lo único en este sitio es cerveza, ginebra, whisky y absenta, ¿verdad?, y es esta última bebida mi favorita, ¿me acompañas? –dijo y luego se inclinó hacia Cyrille que estaba al frente –tienes que pedir algo, sino serás el hazme reír del lugar –le guiñó el ojo y regresó a su posición, sentado en la endeble silla causa del excesivo uso.

Sin esperar respuesta, levantó una mano con el dedo índice y medio apuntando al cielo (indicando el número 2) y le hizo un gesto al hombre de la barra, códigos que sólo en sitios como ese se sabían y entendían, aquello significaba que quería dos bebidas, no hacía falta decir de qué, era prácticamente lo único que tomaba el joven de Homem-Christo, aunque no despreciaba nada que pudiera marearlo un poco. Desde luego no había meseros, pero el propio tabernero llevó el par de vasos de cristal claro con la bebida verde a mesa de los jóvenes, sólo por tratarse de László, que si bien tenía una deuda interminable en el lugar, la pagaba ayudando a sacar parroquianos problemáticos, manteniendo a raya a gente non grata, cobrando deudas (con la magia del puño) de otros tantos que debían dinero, era por ello que tenía una especie de trato preferencial.

-Salud –dijo levantando su vaso y dándole un largo trago a la bebida, para él eso ya no era nada, un sorbo tan prolongado sólo servía para anunciarle a su cuerpo que no lo desampararía a los estragos de la resaca, aunque no siempre estuviera ebrio, trataba de mantener un poco de alcohol en la sangre para no sufrir de abstinencia, un par de veces lo había hecho y juró jamás volver a hacerlo.

Con un golpe sordo dejó el vaso a medio tomar sobre la mesa para ver si Cyrille lo imitaba o le temía a la terrible hada verde.
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Mensaje por Cyrille Vezier Jue Nov 10, 2011 5:39 pm

Sintió como los colores subían a su rostro cuando la risa de labios de László llego audible a sus oídos ¿Se burlaba de él o con él? Y sin poder conocer la respuesta a dicho cuestionamiento escucho con atención lo que con tanto disimulo parecía haberle confesado. Podía asegurar que, no le importaba en lo más mínimo ser el hazme reír del lugar, lo había sido en el burdel en contadas ocasiones y lo había sido también entre los hijos de nobles y adinerados que, contrarios a sus creencias le creían torpe por negarse a la herencia de sus padres. No le importaba serlo ahora, a ojos de hombres que seguramente no volvería a ver y en palabras de quienes sin conocerle no dudarían en ofender.

-¿Tengo que tomarlo?
- le cuestiono en voz baja observando frente a él el vaso con aquel sedimento de agua verde en el fondo y poco más arriba de la mitad. Lo pensó unos instantes observando entre aquellas turbulentas aguas alguna realidad paralela y desconocida ¿Sería correcto tentarse con tal facilidad? Y sucumbir a los deseos del cuerpo de experimentar. Mordió sus labios contrariado con lo que deseaba hacer y lo que sus conocimientos le indicaban debía hacer ¿Y a cuál de los dos debía escuchar? Quizás satanás se ocultaba entre el color de putrefacción y el olor de pecado.

Observo a su interlocutor beber con tanta facilidad aquel extraño contenido que le comenzaba a intrigar “Tienes que” se repitió a si mismo pensando que de no hacerlo sería aquella una grave falta de respeto para con los demás y quizás después de demostrar su falta de valor László decidiera dejar de mostrarle su hogar, su vida y sus costumbres. Sujeto el vaso con su mano armándose de valor y olvidándose de pronunciar aquellas mismas palabras de cordialidad empino el cristal sobre sus labios compungiendo el rostro apenas la absenta se introdujo en su interior comenzando a escocer en su garganta.

Deposito el vaso vacio sobre la mesa, arrugando el puente de la nariz y chasqueando su lengua con desagrado, el ardor en su interior no tardo en volverse calidez y se sintió arropar por algún ente ajeno a él –No sabe como lo esperaba- susurró con los labios entreabiertos y la lengua a medio salir, como si el aire pudiese llevarse consigo el fuerte sabor que predominaba aun en sus labios. No comprendió cual era la gran belleza de beber hasta desfallecer, aunque no podía negar si en un inicio el sabor de la bebida le había hecho retorcer hasta las entrañas aquel sabor era solo igualado a la sensación de tener una compresa de agua tibia sobre su vientre. Teva solía ponerle una cuando el estomago se le acalambraba -¿Cuántos vasos de estos logras tomar?- ¿Se debía tomar con tanta rapidez? Suponía que no, el vino se degustaba a tragos recordó.

-¿Y cuánto abra que esperar a que llegue el hombre que te tiene que pagar?- le cuestiono observando a los demás congregados degustar de sus tarros y vasos como si en ellos se encontrase el elixir perfecto o un manjar de dioses.

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Mensaje por Invitado Lun Nov 14, 2011 5:02 am

Lo observó con desmedida calma, esperando no ser decepcionado, Cyrille ya había mostrado ser diferente, estaba seguro que no se pondría exquisito porque era absenta, una bebida para nada elegante, o porque el vaso estaba mugroso, no podía esperar otra cosa en un sitio como ese, internamente lo estaba alentando, repetía “hazlo, hazlo” como mantra, como si ese simple hecho consagrara lo que en la mañana se había formado. Esa era la forma en que László finalmente le daba la bienvenida a su mundo, uno que sólo los verdaderamente aventureros o los locos, se atreverían a explorar.

Se cruzó de brazos con una sonrisa en cuyo cada extremo había una mota de color rojizo, causa pues de que él ya había ingerido algo de la bebida, se recargó en la mesa y asintió ante su pregunta. No lo iba a obligar a tomar hasta desfallecer, tampoco era tan cruel, sólo un poco, que probara el sabor de la calle con todo y su licos de hierbas.

Luego soltó una carcajada cuando su acompañante se empinó todo en un solo trago, pensó en un inicio que se iría con calma, cualquiera en sus cabales lo hubiera hecho de ese modo, esto demostraba que Cyrille no estaba en sus cabales, y eso le gustó, le gustaba la gente arriesgada, que aceptaba cosas nuevas, tenía que aceptar que jamás lo imaginó de alguien proveniente del sitio que otro venía.

-¡Sabe mejor!, ¿verdad? –bromeó y tomó su vaso para terminar con el líquido ahí vertido, hizo lo mismo que hacía un rato, levantó la mano y pidió dos más-, ¿vasos?, no, no, ¿de qué hablas?, botellas enteras –se giró para verlo y sonreírle con algo parecido al orgullo. Pronto estuvieron dos nuevos vasos del hada verde frente a ellos, esperaba que Cyrille no volviera a cometer la imprudencia de tomarlo de un solo trago, aunque si lo hacía, ¿qué?, era su camarada ahora, lo cargaría en su ebriedad y ambos recorrerían las calles cantando canciones que no están en los libros.

-No lo sé –fue sincero a contestar su siguiente pregunta, miró a un lado y luego a otro-, tomemos este trago y si quieres nos vamos –dijo con un atisbo de desilusión. Comprendería si Cyrille quería salir de ahí cuanto antes, no lo culpaba, era sólo que ese lugar era su río y él un pez, esos ebrios el cardumen y la realidad el anzuelo traicionero.

-Como me tiene esa cuenta que saldar conmigo, comprenderás, se esconde –se encogió de hombros y tomó un sorbo grande del vaso, el calor le recorrió la garganta, el sabor, desagradable para muchos, le reconfortó el paladar y el alma, porque eso necesitaba, por eso bebía, porque necesitaba sentir ese calor del cual carecía por cuenta propia, miró al otro chico esperando una respuesta, ambas cejas levantadas, relamiéndose los labios por el sabor amargo, ya no sabía si era amargo por lo que bebía, o porque así le sabía todo a final de cuentas.
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