Para compensar una ausencia [Doreen Caracciolo]

Siempre me inculcaron que un objeto material no compensa un maltrato, no es la solución a una discusión, no ayuda a reivindicar una acción y mucho menos justifica el abandono. Pero con todo lo que había sucedido me había sido imposible realizar dos cosas, la primera: dormir y maldición las sombras bajo mis ojos me indicaban que era el momento necesario para hacerlo y segunda: visitar a mi madre.

Con todo lo que me había visto obligado a descubrir y todo lo que había presenciado que aún no podía explicarme comenzaba a preguntarme si realmente mi madre estaba tan enferma como decían o simplemente, ella podía ver aquellas cosas a las que nosotros nos negamos, y este pensamiento, no le ayuda a su condición en absoluto, así que lo mejor era no presentarme… aunque el hueco que sentía en el estómago por saber los tratamientos a los que era sometida me hacía sentir culpable.

Aunque había llegado por fin, el pretexto que necesitaba para visitarla, sin más excusas… sería su cumpleaños y quería regalarle algo que realmente la hiciera suspirar al verlo, sublime… pero no tenía práctica con eso. Nunca le había hecho un regalo a una mujer.

Levanté los ojos al cielo y suspiré dejando caer los hombros – Necesito ayuda – dije muy bajito tratando de compensar la frustración. En ese momento pude ver algo que hizo que olvidara el porqué me encontraba ahí, era una bellísima mujer. De cabello dorado que caía ondulante por su espalda, una tez blanca… pura, ojos azules, profundos, labios finos y una figura delicada caminaba por ahí. De pronto, todas mis sentidos se enfocaron en ella, ni la gente, ni el bullicio llamaban mi atención, solo ella.

Mis piernas se movieron sin que yo se lo pidiera. Me planté como el valiente que no era frente a ella (no sabía si estaba sola, o si mi acción le pareciera agresiva o si iba a asustarla, pero tenía que conocerla). – Hola…- le dije deteniéndome abruptamente… no era ningún secreto que era completamente inútil cuando se trataba de estar frente a una mujer… pero una tan hermosa… la miré directamente a los ojos y sentí el corazón en la garganta.

La timidez que emanaban de sus rasgos faciales era encantadora, me pareció irreal que una criatura, por demás bella, pudiera serlo más tan solo con un gesto o al dilatarse los vasos sanguíneos y permitir el flujo de sangre para cambiar el color en sus mejillas. Yo sonreía como un idiota y así mismo, estaba idiotizado en ella, en encontrar la razón por la que el viento se encontraba fascinado jugando discretamente con su cabello, mismo que me llevaba a la nariz su aroma que me resultó embriagante.

La miré caminando, pero no podía moverme, aún no, pero se dirigió a mi y su voz se propago cual música que aún no ha sido compuesta, hermosa. – Spencer soy… Reid, Spencer… - me aclaré la garganta en un intento de ordenar mis ideas – Soy Spencer Reid – estoy seguro de haber movido los dedos por lo nervioso que estaba. –Lamento interrumpirla pero mi madre… estaba mi madre… de compras por… - ¡Maldición qué le pasa a mi cerebro! -

Lo intenté de nuevo –Lamento esto, pero no estoy acostumbrado a dirigirme a señoritas tan hermosas como usted – bajé el rostro de inmediato tratando de no ver su expresión pues si se reía de mi patético intento por halagarla no lo soportaría y si sonreía, tan hermosa como era, tampoco lo soportaría. Dejé la mirada en el suelo y guardé las manos en los bolsillos – No quería interrumpirla pero de verdad podría usar un poco de ayuda debido a que es el cumpleaños de mi madre y tengo que comprar algo lindo para ella pero no tengo idea de que pueda ser y parece que usted tiene muy buen gusto… - dije muy rápido, aún nervioso.

-Que atrevido eres Spencer – me dije a mi mismo. ¿Cómo sabía que ella no estaba ocupada o que tendría algo más importante que hacer que escucharme balbucear? – Solo si pudiera decirme… ¿Qué clase de regalo le gustaría a usted? – le dije tratando de arreglar la oración tan atrevida que había salido de mis labios antes. Seguí con la cabeza gacha, no sabía si iba a soportar mirarla de nuevo.

Con todo lo que había dicho me recordé a mi mismo acerca del porqué no debía referirme a mi madre nunca más, no me avergonzaba, pero sentía que contando mi historia lo único que causaba era lástima y esa para nada era mi intención mucho menos con una chica tan hermosa como ella.

Escuché sus ideas atentamente, memorizándolas por si alguna vez tenía alguna oportunidad de que ella saliera conmigo… creo que mi mente viajaba muy rápido… siempre, pero ahora tomando en cuenta otras cosas que nunca había sentido, solo me bastó una mirada para saberlo. Me sacudí las ideas de la cabeza lo más rápido que pude pues no era pertinente y menos en ese instante tener el pensamiento lleno de tales fantasías. Pude notar también la reticencia que se formaba en ella cuando mencioné a mi madre… después preguntaría…

-Disculpe pero… ¿se me permitiría saber su nombre? – le comenté aún aturdido por la belleza que desprendía de cada poro de su cuerpo. Me deshice la cabeza tratando de pensar en algún pretexto que me permitiera prolongar mi convivencia con ella, afortunadamente mi torpeza no la alejó y se vio bastante amable al querer ayudarme. La miré directamente a los ojos –Agradecería muchísimo su ayuda, y estoy dispuesto a contarle como es ella pero… creo que este no es el lugar adecuado – nos encontrábamos justo al centro de la calle. – ¿Me permitiría invitarla a tomar una taza de té conmigo? – miré un lindo lugar con mesas en el pórtico, un poco ostentoso pero al mismo tiempo... discreto (si es que se podía) con una sombra bastante acogedora.

-Después podremos ir de compras, ¿qué le parece? - Abrí un poco el codo para hacer espacio para que colocara su brazo ahí, justo como me había enseñado mi abuela, tratando de ver así, si aceptaría mi invitación o no…

El roce de su aliento en mi oído hizo que un escalofrío me recorriera la nuca, de nuevo. Sonreí un poco ante su comportamiento avergonzado, a pesar de que soltó mi brazo me acerqué hasta la silla de una de las hermosas mesas del pórtico y la saqué de su lugar esperando a que Doreen (que hermoso nombre) tomara asiento. –Eso debería ofenderme señorita, pues es una invitación que yo le hice, no le estoy solicitando un pago ni mucho menos… no debería preocuparle algo como eso – le sonreí amablemente.

Tomé mi lugar y ordené un par de tazas de té – Siéntase libre de ordenar lo que desee – El té llegó, estaba servido en hermosas tazas “Limoges Sevres” de porcelana blanca y oro. Le coloqué azúcar y tomé el sorbo apenas pegando los labios al borde de la taza.

-Verá, mi madre es… especial, le encanta leer y tiene una visión algo… particular del mundo. Muchas personas dirían que es... única… - sonreí un poco avergonzado – es muy emocional y le gusta mirar el exterior por la ventana – apreté los labios, sentí que había dicho demasiado, parecía (o era verdad) que no podía ver el exterior de otra manera, tratando de que no lo notara seguí – Es mayor, pero es muy vital, y siempre tiene una sonrisa dibujada en el rostro que te impulsa a abrazarla y no dejarla ir…. – Un nudo se formó en mi garganta y me callé de inmediato, tomé otro sorbo de té.

-Disculpe… pero, sabiendo esto, ¿cree que podría ayudarme? No pretendo quitarle mucho tiempo… si me lo permite – Además, quería que me acompañara a los locales que se encontraban por aquí porqué me había dicho el regalo perfecto que podía darle a ella, quería ser capaz dárselo, no sabía muy bien la razón, pero quería quedar bien con ella en todos los sentidos. - Cuando terminemos aquí podemos ir... ¿Qué dice? -

Conocía a esta mujer de minutos y ya me encantaba – Que volátil soy – pensé pero su roce cálido me hizo estremecer, hizo que despertara algo en mi que no sentía hacía tal vez demasiado tiempo… nunca había tenido un encuentro tan “cercano” (si así se le podía llamar) con nadie que no fuera mi madre o alguna que otra muchacha de servicio de la mansión. En esto, era un completo novato.

-Claro, por supuesto la acompañaré – dije inmediatamente como apurado para que no pensara otra cosa –Soné desesperado – me dije a mi mismo y me reí bajito por el pensamiento. Cuando me ofreció la rebanada de pastel. Antes de abrir la boca me puse a pensar un poco ¿Quería conocer a mi madre? Esto me desconcertó y me preocupó al mismo tiempo ¿Qué podía decirle?: “Vayamos al manicomio en el que esta, aunque debo advertirle una visita no muy atractiva, puede ignorar los gritos de dolor y el olor a hospital y a muerto” – bien ahí Spencer, si tu gran boca no la ha apartado, esto lo hará – Suspiré algo fuerte, después abrí la boca con un poco de recelo, no sabía como comportarme en estas situaciones.

Me estiré un poco para tomar entre los labios la rebanada de pastel, mastiqué y tragué el trozo, era un rico postre. Sentí inmediatamente la liberación de endorfinas que provoca el chocolate y recordé el por qué esta sustancia resultaba tan adictiva. Pude distinguir el efecto de bienestar de la feniletilamina, me reí… Me incorporé de la inclinación que había hecho para alcanzar el pedazo de pastel y bebí discretamente de mi taza de té.

-Ya le he contado de mi señorita pero, si no le parece atrevida mi pregunta, podría decirme la razón de su suspiro al traer a mi madre al tema – la miré a los ojos esperando no haberla ofendido con mi pregunta, sin duda, había tocado una fibra sensible. –Si no quiere contarme lo comprendo por completo – baje la vista para después tratar de desviar el tema sin permitirle siquiera reaccionar - ¿Es usted originaria de París? - esperé no haber sido demasiado aparente

Dejé la taza de té en la mesa y coloqué la mano que la señorita no tocaba encima de ambas, en un gesto de apoyo. La escuché atentamente, pero no pude evitar darle la importancia que le dí a sus ojos que habían comenzado a llenarse de fluido poco a poco, surgió en mí un fuerte impulso por abrazarla, protegerla entre mis brazos pues no me sentía capaz de ver su rostro inundado por lágrimas que yo habría provocado con mi pregunta, pero me contuve, lo cual me tomo un esfuerzo sobrehumano. Contemplé cada gesto, cada mirada desviada, cada resquicio de… dedicación. Esta era una mujer segura de lo que quería y el que haya tomado la iniciativa por cambiar su destino era realmente admirable.

Fue casi insoportable el que haya cerrado sus ojos, impulsivamente estiré el brazo hasta su rostro, posando mi mano en su mejilla. – La entiendo mejor de lo que cree señorita, al igual que usted, yo se lo que es pelear por vencer predisposiciones familiares y estereotipos – me reí más para mi que para ella, resignado.

-Pero permítame decir que usted es una mujer admirable, a pesar de todo aquí está, luchando por lo que quiere de usted misma y tratando de superar ese destino – Traté de imprimir una pasión irreal en esas palabras pues realmente lo sentía y me hubiera gustado transmitírselo – Yo tuve que esperar a la muerte de mi abuela para poder comenzar a hacer lo que debí haber hecho hacía mucho tiempo – Quité la mano de su rostro y suspiré apenado por mi mismo al recordar la poca valentía que había tenido de enfrentarme al mundo.

Sentí cierto compromiso de abrirme por igual, no por no querer confiar en ella si no porque, podría alejarla y no lo hubiera soportado, pero ella había confiado en mi, así que tomé un fuerte suspiro, bebí un trago del té para darme valor y comencé (esperando que pudiera terminar pronto) a soltar mi historia – Mi madre tiene un trastorno mental llamado esquizofrenia… desde que tengo memoria… Mi padre no pudo lidiar con su condición y nos abandonó. Mi abuela por el contrario siempre se interesó en mi pensando que yo era especial, así que se hizo cargo de mi madre y de mi, aunque ella tampoco pudo lidiar con la mente alocada de mi madre, así que la internó en el hospital de París… - No separaba la vista del suelo – Poco después de recluir a su propia hija ahí murió… Ahora estoy aquí tratando con todas mis fuerzas de sacar a mi madre de ese infierno – Mi mente se había perdido en mis palabras… recordé todo en lo poco que me tomó dar aquella explicación, no tenía el valor para enfrentar su mirada pues no sabía que expresión tendría en el rostro.

-Pero no es un día para hablar de cosas así, ¿No cree? – me levanté de golpe - sería mejor que nos encargáramos de hacer compras, eso nos podría animar un poco, siento mucho haber traído el tema – le dije aún con la vista y el pensamiento perdidos en algún lado.

Me gustaba, tal vez más de lo que debía de gustarme, la sensación de tenerla del brazo, de caminar así… como una pareja por la calle sin que nada más importara ¡Y recién la conocía! Pero no podía evitarlo, me atraía como a un imán, no quería que el día terminara.

No me sorprendió que todo el mundo la conociera, parecía una chica que, además de ser hermosa, era cariñosa, empática, inteligente, independiente… lo tenía todo. Pedí al encargado unas cuantas joyas, mientras esperábamos volví a tocar el tema con la única intención de hacerle saber, que la situación que vivía no era por gusto – Ojala fuera tan sencillo señorita, desafortunadamente mi abuela, antes de morir, dio instrucciones tan específicas al personal del sanatorio precisamente con la intención de evitar que yo la sacara de ahí… así que por ahora, tengo que lidiar con un tanto de burocracia y trabas antes de poder sacarla de ese horrible lugar. – aunque solté una sonrisa casi mostrando todos los dientes debido a la felicidad que me provocó su proposición – aunque sería más que un placer para mi, que pudiera visitarme en mi hogar cuando a usted le plazca –

Las joyas llegaron, había pedido me mostraran una gargantilla delgada con un pequeño dije con forma de luna, a juego unos zarcillos de la misma forma. En el momento en que los vi no pude evitar recordar las noches en que mi madre me contaba sus historias, mirando directamente a la luna… decía que algún día iba a alcanzarla. No tuve que pensarlo dos veces, ese sería su regalo.

También ordené un anillo, al verlo no pude resistirme pues la historia detrás de la joya era, además de interesante, simbólica y algo romántica. Se lo mostré a Doreen, era de oro blanco con incrustaciones de diamante, la forma era peculiar, también parte de la historia, consta de dos manos sosteniendo un corazón complementado con una corona.

Spoiler:

-Es interesante, ¿no crees? – le dije con un brillo en los ojos peculiar, realmente la leyenda me encantaba – Es una joya irlandesa, la historia comenzó en la aldea Claddagh en las afueras de Galway, fue diseñado hace poco, de hecho, finales del siglo pasado. Se dice que se diseñó cuando un hombre llamado Richard Joyce emigró a las Indias Orientales para trabajar con la esperanza de generar riqueza para casarse con el amor de su vida, aunque lamentablemente fue vendido como esclavo a un joyero cuando su barco fue capturado. En Argelia aprendió el oficio de la joyería, en el momento en que se solicita la liberación de los esclavos británicos, el amo de Joyce se había encariñado tanto con él que le ofrece la mitad de su fortuna y a su hija en matrimonio si se quedaba con él. Pero Joyce se negó ya que debía volver con el verdadero amor de su vida pues en todo el tiempo que estuvo como prisionero no pudo olvidarla, por lo tanto diseñó esta joya como símbolo de su amor por ella. El corazón simboliza el amor, las manos la amistad y la corona la lealtad y fidelidad. Además – le mostró la parte posterior al corazón del anillo – está frase fue la que grabó originalmente Joyce “Love and friendship reign”… mágico, ¿no le parece? – Le sonreí ampliamente.

-Este es un regalo que quiero hacerle… si me permite, en agradecimiento de este día tan especial – le di el anillo en la mano – el dedo en el que lo coloca también es simbólico, verá, si lo coloca en el dedo anular de su mano derecha la corona viendo hacia fuera significa que no tiene ninguna relación y su corazón sigue libre. Si lo utiliza en el mismo dedo pero con la corona dirigida hacia interior de su mano significa que tiene interés en alguien en particular. Si lo utiliza en el dedo anular de su mano izquierda, mirando hacía el exterior, significa que está comprometida y si lo hace al interior, signifia que es una mujer casada. Muy lindo ¿no cree?, ¿lo aceptará? - la miré un poco curioso por saber en que posición y en que mano lo colocaría

-¿Me lo promete? – le dije con una sonrisa que apenas contenía en el rostro y le aclaré mi pregunta - ¿Me promete que no se quedará solo en esto, en esta tarde y que realmente, podremos compartir aunque sea un poco más de nuestras vidas? – por instinto le tome la mano y la miré a los ojos, la verdad era que la idea de poder convivir con ella me gustaba mucho, podría ser lo único bueno que viviera durante mi estadía en París… lo único bueno que podía recordar desde mi llegada.

Mi corazón latió a una velocidad que no creí que pudiera latir, sentía que se me saldría del pecho con cada palabra que forma las frases que me estaba diciendo. Di un largo suspiro solo tratando de relajar mi pulso, no estaba así por nervio, era una emoción poco conocida, hermosa. – Claro que no me molesta, de hecho, me encanta la idea – bese su mano derecha con discreción, después la levanté hasta el nivel de mi vista y miré el anillo detenidamente, después posé la vista en sus ojos. – Es bonito si, pero hay cosas que lo superan en belleza… como usted – acaricié su mejilla, pero me sonrojé un poco y baje la vista llevando mi mano cerrada en un puño hasta los labios, tratando de aliviar la timidez.

El roce de sus labios en mi mejilla me quemó, fue como si una corriente eléctrica me recorriera el cuerpo. –Me llevo todo – le dije al encargado sin dejar de ver a Doreen. Guardo el regalo de mi madre en una pequeña cajilla de oro que había ordenado también, todo para apoyar a la presentación – el anillo se lo lleva puesto – le guiñé un ojo a mi amiga. Pagué por los regalos y salimos de la tienda.

-¿Hay otro lugar que desee visitar señorita? – le pregunté a la chica señalando las otras tiendas. Después baje la cabeza apenado por lo que tenía que decir - ¿O cree que es hora de que la acompañe a sus aposentos? – No quería tener que despedirme, pero no sabía si mi siguiente parada fuera a ser de su agrado y me ponía extremadamente nervioso imaginar la hermosura de Doreen en contraste con la miseria del sanatorio.

Descompuse por un ligero instante el rostro. La miré caminando y después, como si no me enterneciera el gesto, me reí ligeramente cuando cambio el rumbo de sus pasos. –¿Qué hace tan adorable a esta chica? – Me jaló del brazo y no sin forzarme un poco a mi mismo, seguí el camino hacia el sanatorio. Me pareció peculiar su movimiento, se cubría el rostro como si no quisiera ser vista… -Tal vez le avergüenza ser vista conmigo – era la única explicación lógica que podía tener al tratar de cubrir tanta belleza, así que baje la vista, bajando el ritmo de nuestra caminata un poco, solo esperaba que ella no lo notara. Pero su plática casual me distrajo de esto, de hecho, de manera no intencional me encontré a mi mismo riendo encantado con todo lo que decía.

Escuchaba atentamente lo que decía, veía lo que me señalaba y de vez en vez, posaba mi vista en su rostro, en sus profundos y sinceros ojos, en el balanceo discreto de su pelo, en la tersa y sedosa piel blanquecina. Me encontré a mi mismo idiotizado varias veces, así que retiraba la vista apurado intentando que ella no lo notara.

Al llegar a la puerta del sanatorio baje la vista y apreté el puño, sosteniendo fuertemente el regalo de mi madre. Escuché su pregunta – [color=white]No pasa nada[/white] – le dije frío, cortante, no estaba seguro de cómo iba a reaccionar ella al escuchar las locuras que podía poner a decirse mi madre, solo esperaba que fuera uno de esos días en que se encuentra medianamente lúcida (sin contar los efectos de las drogas y el maltrato que le daban en el lugar). Sentí su abrazo y el olor de su cabello me reconfortó… todo la sensación fue de alivio y por un instante pude pensar – Todo estará bien – posé ambas manos a los costados de su rostro mirándola directamente a los ojos – [color=white]Vamos entonces[/white] – tomé un sonoro respiro. Agarré su mano con la mía y caminamos por los escalones de la entrada. Cada escalón me parecía más alto y dominante que el otro. Pero llegamos a la recepción.

-Diana Reid, por favor – la robusta y malencarada recepcionista miró su reloj “Regrese en el horario de visitas” nos dijo, me acerqué ligeramente a ella y proferí una sonrisa – Disculpe, aún faltan 8 minutos para que termine el tiempo de visita y además – deslicé el regalo a su vista – solo le entregaré esto… por su cumpleaños… por favor – mi expresión debió de ser demasiado suplicante pues refunfuñó pero cerró la carpeta que tenía en las manos y nos dirigió al salón de visitas. “Esperen aquí” nos dijo con más agresividad de la necesaria. Apenas era consciente de Doreen, estaba nervioso por el estado de mi madre, pero no paso mucho tiempo y ella entró por la puerta.

Sonreí ampliamente al verla, fascinado. Alta y delgada, con un cuerpo fuerte, cada músculo bien formado como el de aquellas mujeres trabajadoras. Su reluciente y brillante cabello rubio, corto como el de un chico… ella decía que así era más cómodo y sus redondos y enormes ojos azules, coronados por unas enormes pestañas negras. De sus delgados labios surgía una sonrisa que solo puede darle una madre a un hijo, y extendía sus brazos hacia mi. Solté la mano de Doreen y me acerqué a recibir el abrazo de mi madre. “Sabía que vendrías, sabía que vendrías” me dijo mientras sollozaba ligeramente. Al separarse secó sus lágrimas con el dorso de su mano y fijó su vista en Doreen, luego me vio a mi, después a ella “Pero que hermosa muchacha” me dijo mientras avanzaba hacia ella con la misma efusividad que lo había hecho conmigo, la detuve levemente sujetando su brazo, “¿Quién es Spence, es tu novia?” me miró con un brillo especial en los ojos, a lo que la sangre me subió al rostro y no solo eran mis mejillas las que estaban color rojo.

-Madre, ella es la señorita Doreen y es una gran amiga mía, ha venido a verte – le dije. Mi madre soltó una gran sonrisa y mostró todos los dientes. “Qué bella es Spence… debes ser educado con ella, trátala bien” dio un paso hacia ella “Doreen es un nombre hermoso mi niña, dime por favor que mi hijo ha sido bueno contigo” le dijo y levantó la mano, yo di un paso hacia ambas, temeroso de la reacción de Doreen “¡Oh que gusto me da conocerte! ¿Puedo darte un abrazo?” la miró, yo la miré también esperando su respuesta, un poco apenado por la efusividad de mi madre.

Me aterré por completo cuando Doreen abrazó a mi madre, ella nunca había mostrado signos de agresividad pero ¿Y si esta era la excepción? También recordé que hacía tal vez demasiado tiempo que mi madre no veía caras nuevas ¿Cómo iba a reaccionar? Pero relajé la expresión de inmediato cuando Doreen regresó a mi protección, aunque la reacción de mi madre, al ver el regalo que le había hecho a Doreen volvió a tensarme, escuché su quejido y sabía exactamente como quitar la atención, por demás dispersa de mi madre del regalo y enfocarla en otra cosa.

Me deslindé del abrazo de Doreen en contra de mi mismo para poder actuar más libremente. Tomé las manos de ambas, en un movimiento ligero, delicado y cuidadoso, parecido al terciopelo que había desarrollado con la fijación de mi madre para tranquilizarla, para deshacer el agresivo agarre y tomar ambas manos de mi madre entre las mías. –Estás preciosa mamá – separó su mano izquierda de las mías para acariciar su sonrojada mejilla. “Oh Spence, me avergüenzas, no frente a tu amiga, no estoy presentable” coloqué el regalo de mi madre en su mano derecha que aún sostenía con las habilidades de prestidigitación que había desarrollado con el tiempo, y luego retiré mi mano para que sintiera el peso del pequeño paquete que ahora estaba en su agarre.

Lo miró fijamente, tomándolo entre las manos tan fuerte como a la mano de mi amiga, mientras inspeccionaba la cajilla tomé el brazo de Doreen entre el mío, acariciando sus nudillos tratando de reconfortarla y quitar el miedo. Fije después la vista en mi madre, la cual abrió la cajita sospechosa. Al mirar el contenido se llevó la mano libre a la boca, con tal vez demasiado entusiasmada, pero ella era así.

Tomó la cadenilla entre los dedos y lo alzó para admirarlo mejor, después lo acercó a nosotros para que lo viéramos y distinguiéramos la belleza que ella veía en él. “Mira” me dijo casi al borde de las lágrimas “es mi hogar” yo bajé la vista apenado al darme cuenta de que seguía con la ilusión. “Y tu, tu eres un mago mi hijo, mi precioso Spence…” – me acarició la mejilla conmovida. Luego miró a Doreen “Mi Spence es un mago, ¿lo sabías preciosa?” le dijo con mirada dulce. Luego descompuso el rostro “Pero me lo quitarán” dijo con un tono apanicado, se movió hasta el rincón de la habitación guardando el regalo entre su pecho “Me lo quitarán Spence, no les permitas que me lo arrebaten” me dijo suplicante.

Cuando pretendía acercarme a ella para proporcionarle aunque fuera un poco de consuelo llegó la recepcionista. “El tiempo se agotó, pueden regresar mañana” Dos enfermeros se acercaron a la mujer casi frenéticamente aterrorizada y la tomaron de ambos brazos violentamente. “Es hora de dormir Diana” le dijeron tratando de calmarla “No me lo pueden quitar, no me lo pueden quitar” gritaba repetidamente, luego detuvo su lucha y me miró “Sácame de aquí Spence” me dijo casi suplicante. “Tu sabes que tienes que hacer hijo” me dijo y bajé el rostro inmediatamente pues sabía exactamente a que se refería, solo esperaba que Doreen no haya visto mi reacción y preguntara después.

Una vez que sacaron a mi madre de la habitación la recepcionista nos condujo fuera del sanatorio. Yo respiré el aire fresco sin olor a medicamento y miré a Doreen. –Lamento esto – le dije mirándola directamente a los ojos, realmente apenado por los sucesos de la visita.