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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

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Mensaje por Nypheria Dom Sep 25, 2011 5:58 pm

Recuerdo del primer mensaje :

La vida nocturna de París podía ser tremendamente monótona, llena de días baldíos y yermos en los que no hacía otra cosa que dar vueltas sin más, leer, escuchar el piano que tocaba Edgar o, como medida de pura supervivencia, salir a alimentarme, pero en ocasiones también había sorpresas que me hacían pensar que valía la pena seguir hacia delante una noche más. En esa ocasión, mis pasos me habían llevado hasta uno de los múltiples cafés de París donde había una tertulia. Allí, entre esas paredes, se reunían buena pare de los cerebros más interesantes de la ciudad y por una vez su presencia no me molestaba, al contrario, me atraía. Todo el mundo podría llegar a pensar que no tenía más interés intelectual que el de un insecto, que estaba tan pagada de mi misma y de mi superioridad que no sabía ver más allá de mi propio ombligo y entonces todo el mundo se confundiría por completo.

Cosa que no me extrañaba en absoluto.

Allí, en aquel café, me deslicé en cuanto llegué. El humo del tabaco, el olor del alcohol y del sudor, todo ello me golpeó como si fuera un puñetazo físico y la oscuridad de mi capucha impidió que se viera cómo arrugaba la nariz en un gesto de desagrado. Si no fuera por la conversación que llegó hasta mis finos oídos seguramente me hubiera girado para salir en ese momento, pero en cambio me moví con suavidad hacia uno de los rincones del café. Estaban todos ellos inmersos en sus conversaciones, en grupos diseminados por el mismo, hablando de sus nuevos experimentos y teorías. Era fascinante, simplemente fascinante.

Para alguien como yo, que me había criado en la época de la superstición, los adelantos científicos siempre eran una maravilla. Había visto cómo la sociedad adelantaba pasos con rapidez desde el Renacimiento, desde el momento en el que se fueron desenmarañando de la pesadez de la carga producida por el cristianismo. Las ideas medievales cargadas de oscurantismo —al menos las relacionadas con la religión, porque si no ha vivido en ella se da cuenta de que de oscuro había poco— fueron cambiadas por una época donde la razón volvía a estar presente, en una burda copia de lo que había sucedido en épocas de la Antigüedad de más esplendor y que le guste o no a las personas ha marcado por completo la época en la que vivían. Estaban en deuda por esas personas, hombres y también mujeres, de hacía cientos de años y sin embargo muchas veces no sabían ver más allá de sus propios ombligos.

Extraño que yo dijera aquello.

Una hora pasó desde el momento en el que me adentré en aquel lugar y me mantuve en un segundo plano mientras escuchaba sin necesidad de acercarme las conversaciones que había a mi alrededor. Pronto deseché la mayor parte de las conversaciones porque en realidad no llevaban a nada. Muchas estaban centradas en temas que ya conocía o que me parecían absurdos. Con cierta impaciencia mis uñas golpetearon la madera de la pared contar la que me encontraba apoyada, en ese pequeño rincón en sombras que solía utilizar y que rara vez era visitado. Parecía poco más que un recoveco sin mayor importancia.

Me moví apenas un instante provocando con ese gesto que la capucha se moviera lo justo para que un mechón rubio apareciera por el borde apenas unos instantes antes de volver a cubrirlo con firmeza. Mi atención se enfocó entonces en una conversación donde hablaban sobre unos experimentos que estaba realizando un tal Thomas Young en Inglaterra sobre la luz. No es que fuera una experta en el tema pero dentro de la lista de temas era uno de los que estaban muy por encima que otros.


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Mensaje por Nypheria Jue Oct 13, 2011 4:37 pm

Le escuchaba en silencio mientras caminábamos sin un rumbo en realidad prefijado. A veces me gustaba hacer aquello, ponerme a andar simplemente. Así había encontrado rincones realmente preciosos en las ciudades en las que había estado —y habían sido unas cuantas— a lo largo de mi existencia y también situaciones en las que hubiera sido mejor no meterme. Aunque me gustaba la sangre, la realidad era que por regla general procuraba mancharme las manos lo menos posible. No tenía miedo en hacerlo, pero provocar la situación de forma consciente solo lo hacía en momentos puntuales, aquellos momentos en los que estaba en un especial sentido del humor. Era un humor extraño y claramente sanguíneo, uno de esos momentos en los que simplemente dejaba que esa parte de mí que se encontraba agazapada entre las sombras apareciera en todo su esplendor como una pantera que salía de su escondite donde había estado esperando el momento oportuno para hacerlo. Quizá no me gustara provocarla, pero era cierto que me deleitaba en la sangre.

Él había dicho, con razón, que tenía todo en mi mano para atraer y lo había hecho, lo volvería a hacer durante toda la eternidad. Reconocía que yo no era como él, que me molestaba precisamente el estar oculta, el no dejarme ver, el tener que moverme entre bambalinas cuando me hubiera gustado salir a mitad del escenario, al menos en muchas ocasiones, sobre todo cuando los que estaban en los escenarios lo estaban haciendo mal. Cuando desafinaban destrozando toda la obra, por decirlo de alguna manera. Quizá fuera por el entrenamiento al que me había sometido mi creador. Había sacado de mí toda la humanidad y había hecho que fuera lo que era en ese momento hasta tal punto que aunque debería sentir odio, lo cierto es que se había quedado en una especie de indiferencia molesta si es que eso podía existir. Una indiferencia que no significaba que no siguiera buscándolo. En los siglos que llevaba sobre la tierra no me había vuelto a cruzar con él.

Me quedé durante unos minutos pensativa mientras mis pasos se amoldaban a los suyos y sin darme cuenta bajé ligeramente el ritmo. Lo cierto es que podía notar, en cierta manera, el dolor que soportaba. Era un hombre fuerte que no se quejaba y que no demostraba lo que sentía, pero a lo largo del tiempo que llevábamos hablando me había ido dando cuenta de pequeños detalles que indicaban con claridad que había algo que le molestaba de forma continua, además de un ligero olor a opio que me llegaba directamente de él y que había hecho que cualquier posibilidad de alimentarme de su sangre se evaporaba: ni borrachos, ni personas con ciertas sustancias en su organismo. No entendía el gusto que tenían algunos de los míos por embriagarse de esa manera, pero lo cierto es que no estaba dentro de mis gustos.

Esa era otra de las razones por las que él estaba a salvo a mi lado. Por eso y por lo que estaba diciendo en esos momentos. Era cierto que si me encaprichaba con alguien —ejemplo claro el de Edgar— difícilmente iba a pararme por detalles como que no quisiera la eternidad puesto que estaba segura de que antes o después lo aceptarían, pero estaba claro que el hombre que caminaba a mi lado había tomado una decisión de forma razonada. Podía entender que le aburriera la vida, era algo que me pasaba a mí, pero en mi caso había sucedido en el trascurrir de los siglos. En mi juventud, si es que en realidad había tenido de eso, todo era nuevo, emocionante, distinto. Había podido viajar, moverme, conocer y aprender. No había sido hasta mucho después que me había atacado el mal del hastío por la existencia y había tenido que aprender a hacer verdaderas piruetas para romper con aquello.

Le miré deteniéndome durante un instante cuando pasamos la luz que provenía de una de las farolas de gas y fruncí apenas los labios en un gesto pensativo mientras me ajustaba los guantes que llevaba puestos en lentos movimientos mirando sin realmente ver lo que tenía delante como me sucedía de vez en cuando.

Podrías resultar un gran candidato, es más, si no fuera porque está claro que no lo deseas y porque seguramente antes o después terminarías al sol si se te ofrece la inmortalidad lo que es, en realidad, una pérdida de tiempo, quizá con el paso del tiempo te lo hubiera ofrecido.— alcé el rostro entonces para poder mirarle a los ojos con firmeza. —No me malinterpretes, respeto tu decisión y los motivos, si como humanos sientes el hastío, si te conviertes en lo que yo soy seguramente terminarías loco antes de un par de décadas, buscando acabar contigo mismo y quizá con los que te rodean. Ese no es el objetivo de todo esto aunque algunos puedan pensarlo.— alcé la mano para apartarme un mechón del rostro con gesto concentrado, pensativo, ligeramente ausente. —Eres de los pocos humanos a los que le podría hacer un ofrecimiento de esta magnitud, eres inteligente y tienes buena conversación, estoy segura de que tendría mucho que aprender de ti y, sinceramente, no es algo que suceda a menudo.— fue ese el momento en el que una sonrisa traviesa apareció en mis labios mientras le miraba. —Hay pocas probabilidades de que te encuentres con uno, pero… aquí estoy ¿no es cierto?

Y como yo, podría haberse encontrado con otra mente inquieta. No quería ser tan dura para con los míos, no debería, pero lo cierto es que pocos, muy pocos, se merecían en realidad mi respeto. Algunos más mi atención, eso era cierto, porque siempre podían aparecer sorpresas inesperadas, pero lo cierto era que el tiempo pasaba durante décadas hasta que sucedían esos encuentros que me hacían pensar que en realidad aún había vampiros lo suficientemente interesantes como para arrancarme de la monotonía que era un veneno que se extendía con rapidez por mi cuerpo.




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Mensaje por Invitado Miér Oct 19, 2011 10:02 pm

Era evidente que nuestros pasos eran inciertos, y aunque la espalda no había dejado de doler ni un segundo, no me molestaba. Estaba acostumbrado al dolor, es más, si algún día dejara de sentirlo sentiría que algo importante me faltara. No dudaba ni un momento que ella se hubiese dado cuenta, por lo que sé, los que son con ella poseen los sentidos más agudos, y parece ser que mi olor natural es el del opio, y el del opio mezclado con alcohol, cualquiera creería que con esas combinaciones ya hubiese dejado esta vida, pero he corrido con suerte. Aunque la suerte es un concepto que me parece risible, de vez en cuando parece ser adecuado.

Lo que me gustaba de mi acompañante es que parecía tan hastiada como yo, ambos podíamos pasar toda la noche despotricando contra eso que nos aburre tanto (que resultaba, al parecer, ser todo), lo genial con nosotros es que no se trataba de sólo unas rabietas de dos seres que se creen mejores que el resto, porque nosotros de hecho lo éramos y para ser sincero, es divertido encontrar a alguien que me comprendiera en ese plano. Encerrado en el laboratorio la mayoría del tiempo me la pasando hablando en susurros, diciendo lo estúpidas que me parecían algunas teorías publicadas en los boletines científicos, los únicos testigos son mis experimentos, encontrar a alguien que entienda de lo que hablo me hacía falta aunque no lo voy a admitir en voz alta.

Y no se trata de auto condescendencia, eso no va conmigo, encontrar a alguien que diga sí a todo lo que digo puede resultarme fácil, un estudiante de Física que conozco mi nombre estaría encantado de ser mi ayudante (ahora que lo pienso, sería divertido tener a un pobre incauto a mi servicio sin pagarle un centavo, cualquiera estaría dispuesto con tal de decir que trabajó al lado de Gregor Dvořák, tal vez lo considere), pero ella me puede refutar con la razón de su lado y eso es mucho más interesante en este ejercicio que sin querer estamos llevando a cabo.

Sonreí de lado ante sus palabras, cada vez que abría la boca me dejaba en claro que, sin importar su naturaleza, era más inteligente que el promedio, no es un gran logro porque el promedio suele ser bastante idiota, pero había mantenido mi interés por varias horas y éste no decaía, ese sí era un logro más significativo.

-Sería divertido –arqueé una ceja, reafirmando con mi gesto lo que acababa de decir, los pocos que han logrado entablar más de una conversación conmigo suelen decir que soy un tipo que parece querer destruir todo a su alrededor, y que inevitablemente acabará mal, y no pongo en tela de juicio nada de eso, pero la posibilidad de potenciar todo eso me parece… divertido, por decir lo menos. Lo que también me sorprendía, y a penas caía en cuenta en ello, era que parecía entenderme bastante bien, no es que pensáramos igual, diferíamos en muchos puntos, pero eso no impedía que pudiera saber exactamente a qué me refería sin la necesidad de decirlo tácitamente.

Tal parece que la gente necesita que le explique las cosas con manzanas, y peor aún considerando mi profesión, me venía bien alguien que me pudiera contestar con fluidez, que el diálogo fuera recíproco y dinámico. Detuve mi marcha y me quedé mirándola.

-Interesante –dije con tono sereno –justo iba a decir lo mismo –ahora una sonrisa rompía con el estoicismo de mi expresión –no suelo ser alguien que pida cosas, mucho menos conocimiento, pero pareces bastante enterada de muchas cosas, podría ser un intercambio, tampoco soy alguien que tome aprendices porque me sacan de quicio con facilidad –giré los ojos –eso porque jamás he tenido uno que parezca brillante –y ella no sólo lo parecía, lo era –y no, no pretendo que seas mi aprendiz, sólo digo que este estira y afloja de ideas puede repetirse y yo estaría… complacido –busqué adecuadamente la palabra para terminar mi frase. Era extraño, porque era un vampiro, un humano no tomaba como catecúmeno a un vampiro, pero si lo concretábamos, esto iba a ser más que simplemente yo al frente hablando, iba a obtener algo a cambio. Jamás hago algo si yo no obtengo un beneficio también, en este caso aprender de su experiencia era bastante atrayente.

-Ah –solté un suspiro –la probabilidad, como todo en este mundo, se explica con fórmulas –reí para mí mismo –y supongo que cumplimos una –mi risa se apagó –pero dicen que el juego favorito de la probabilidad es la incertidumbre –me encogí de hombros, también dicen que el destino se ríe de las probabilidades, pero ese pensamiento se lo dejo a los más soñadores-. ¿Y bien? –dije luego -¿tienes idea de dónde estamos? –era temprano aún, o no tan tarde al menos, así que ella estaba segura, y no, no me estaba preocupando por el bienestar de alguien más, sólo no quería ser testigo de la muerte de un vampiro, no hoy, y no de ella.
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Mensaje por Nypheria Dom Oct 23, 2011 6:58 am

Era extraña aquella situación. El hecho simple de mantener una conversación con un humano más allá de lo mínimo resultaba irónico. El hecho de que ese humano me resultara más interesante que muchos de los míos, prácticamente imposible. Y sin embargo, allí estaba. Fruncí el ceño apenas uno segundo mientras seguíamos caminando. Era claro que si estaba siendo de esta manera el hombre que caminaba a mi lado no era como la masa de aborregados corderitos que parecían caminar por las calles de París —y de cualquier ciudad grande— como si fueran al matadero. Borregos sin ideas propias que seguían los dictados que se les decían sin apenas cuestionárselo. No, aquellas personas no me aportaban nada, quizá por eso simplemente tenían dos posibilidades conmigo: alimentación —cuando estaba realmente hambrienta— o ignorarlos por completo como si no fueran más que los muebles del salón.

Era bueno, por esa última razón, que la faceta que me rodeaba de cara a los demás fuera la de una mujer de clase alta. Podía ignorarlos porque así estaban en las normas de la época. ¿Acaso los sirvientes y criados eran algo más que muebles que podían moverse? No, no lo eran. Al menos esa era la teoría. No era tan estúpida como para no saber que eran personas y que como tal tenían orejas y lengua. Ambas cosas podían ser utilizadas para bien o para mal: para bien si se ponían bajo mi servicio, para mal si iban con los cuentos a otras personas. Si era el último caso terminarían bastante… irreconocibles dentro de su muerte prematura —o quizá no tanto, que los años no iban aparejados muchas veces con la inteligencia o con un mínimo de ella—. Hacía demasiado tiempo que no tenía que hacer un correctivo para alguno de los que se encontraban dentro de esa red de contactos y en cierta manera estaba deseando hacerlo. Era como si me estuviera ablandando y eso no podía ser. Fruncí el ceño por un momento, mientras escuchaba las palabras del hombre que estaba a mi lado y en cierta manera seguía con mis propios pensamientos.

Débil sería destruida con rapidez, con el chasquido de los dedos. Débil significaría no solo mi muerte, que era la que me importaba, sino también la desaparición de todo en lo que había estado trabajando en los últimos siglos. Débil sería el hazmerreír y, por otro lado, sería como dejar que mi creador —si es que seguía vivo y fuera quien fuera— hubiera ganado. Sin en realidad darme cuenta de lo que estaba haciendo erguí por un momento los hombros mientras miraba al hombre que caminaba a mi lado, esbozando una ligera sonrisa y dejando que sus palabras me arrastraran de vuelta a la realidad que estaba viviendo en ese momento: el caminar con un físico por las calles de París.

Y volvemos a la extrañeza del encuentro, sobre todo por la palabra “intercambio”. Intercambio de información y de conocimiento. Por una vez alguien había conseguido que me interesara por algo que tenía que decirme. Era algo extraño, pero que sucedía. Diferente y que rompía con lo de cada día. Y volvíamos a lo del principio: superaba con creces mis expectativas sobre la raza humana. En cierta manera agradecía que el encuentro se hubiera producido en una tertulia porque seguramente si no hubiera sido así no hubiéramos durado más de cinco minutos hablando: él porque consideraría que yo no era más que otra mujer insignificante, yo porque me cansaba rápido de la conversación banal, ¿o quizá sería a la inversa? Nos parecíamos en algunas de las aristas que creaban al final el conjunto de una personalidad, de una persona.

Estoy completamente a favor del intercambio de ideas y información.— contesté al final mientras caminábamos lentamente por las callejuelas hasta que finalmente terminamos por detenernos mientras me movía ligeramente para poder quedar cara a cara delante de él. — Será mejor que sea algo de igual a igual, aunque es cierto que en tema de física no tengo los mismos conocimientos que tú, pero si hacemos una relación de desigualdad tipo aprendiz maestro ninguno de los dos estaremos cómodos.— la palabra aprendiz dedicada a mi misma provocaba que mi mandíbula se endureciera por un momento, apretando los dientes, mientras clavaba mis ojos azules en los suyos. — Conversaciones sin más, que al final pueden llevar a una idea en concreto.

Fue entonces cuando miré a mí alrededor una vez más. Parecía que estábamos en ninguna parte en realidad. Sí, había edificios y sombras, incluso podía notar el movimiento de otros seres por las inmediaciones, pero en ese instante parecía que solo nos encontrábamos el hombre y yo, como si el resto de París hubiera desaparecido. Le miré por un momento sonriendo de medio lado.

En terreno de la incertidumbre por lo que parece, porque no estoy segura de dónde nos encontramos.— entrecerré los ojos observando a mi alrededor, tenía una mínima idea, por supuesto, al menos no nos habíamos adentrado en ninguno de los territorios más peligrosos de París, aunque estábamos en los bordes. — Creo que si seguimos andando terminaremos llegando hasta la ribera del Sena, aunque bastante al sur de la Cité


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Mensaje por Invitado Dom Oct 30, 2011 11:24 pm

Sus silencios me daban oportunidad a mí para recapitular las palabras intercambiadas hasta ahora. Sus silencios no me resultaban incómodos, aunque pocas circunstancias en realidad me resultan incómodas, si consideramos que mi meta, cuando llego a salir de mi reclusión voluntaria, es precisamente incomodar. Mis palabras llevan siempre consigo la intención de lastimar aunque sea un poco, no soy fácil, lo sé bien, y cuando hablo me gusta reflejarlo. No es que lo haga consciente, pero tampoco lucho por controlar esas actitudes, como la mayoría de la gente que reprime su verdadera naturaleza en aras de encajar o ganarse los favores de alguien.

Está de más decir que eso no algo que acostumbre.

Pero es hasta cierto punto gracioso observar la dinámica de la sociedad, saber que todo es falso y que dentro, los individuos de este gran experimento, parecen saberlo. Es como hipocresía dentro de la hipocresía, bastante rebuscado pero verdadero. Todos mienten, sin excepción, la diferencia conmigo, por ejemplo, es qué sé que miento, cuándo, cómo y por qué. La mayoría de las veces con tal de conseguir un beneficio, porque se me ha tachado de manipulador y… es probable que lo sea. Me gusta ver como la gente suele creerse sus propias mentiras, o las mentiras ajenas, que es peor. Por eso los burdeles están retacados de hombres casado, por eso los nobles buscan amantes de su mismo sexo a hurtadillas, por eso hay alta traición, y la cárcel está poblada de inocentes, por eso esto se cae a pedazos, y disfruto siendo espectador de tan emocionante espectáculo. El espectáculo humano.

Porque sí, contrario a sentir repugnancia, encuentro altamente ameno caminar por la periferia del moderno circo romano en el que hemos convertido la vida en general. Normalmente soy un espectador solitario, un concurrente que no tiene con quién reírse y se ríe solo. No me quejo, yo mismo me he buscado la soledad en la que ahora me encuentro inmerso, incluso se podría decir que estoy cómodo con mi vida como está ahora.

Las cosas cambian, eso no quiere decir que mejoren.

La miré de nuevo y asentí sonriendo. Jamás pensaría en ella como alguien que está bajo mi conocimiento. Ambos éramos ignorantes, sólo que ignorábamos cosas diferentes. Por primera vez en… tal vez toda mi vida, encontraba a alguien que podía mirar a los ojos sin carcajearme de su ilusa forma de pensar, no era una sorpresa que se tratara de alguien con centurias, tal vez siglos, a cuestas, no puedo imaginarme a un mortal, como yo, con tan aguda forma de pensar.

-Seguro tendrás algo que decirme también, la Física es mi área de especialización, pero me interesan muchas cosas –todo, a decir verdad, he leído la Biblia y el Corán, si me voy a burlar de algo, lo voy a hacer conociendo de qué me río, he leído de astrología, de adivinación, de todas esas supuestas disciplinas que nos dicen el futuro; que me sumerja en temas que considero basura no quiere decir que sean acordes a lo que creo. Es por eso mismo que leo de tantos temas, muchos muy distantes a mi forma de ver las cosas, necesito la visión panorámica para poder hacer el acercamiento a lo que finalmente me dejará algo. Es como mirar una obra monumental, como mirar “La familia de Felipe IV” de Velázquez, tienes que alejarte para verla en totalidad, y acercarte para observar los detalles.

La magia, ese era otro tema, porque la he visto, aún me intriga cómo se comporta y el por qué de muchas cosas, también he leído bastante, aunque los brujos son bastante reservados de sus artes. Vivo en un mundo demasiado laberíntico, la mayoría de los pasillos son grises, iguales, pero hay algunos que aún me sorprenden, y muchos que aún no he visitado y ansío saber cómo son.

-Ambos encontraremos en el otro un argumento, o una frase si quiera, que nos mantenga interesados –dije y miré a mí alrededor cuando ella confesó tampoco estar muy segura de dónde estábamos. Aunque eso también nos brindaba la posibilidad de prolongar la charla. Terreno de incertidumbre, había dicho, y estaba de acuerdo, pero, a final de cuentas, ¿no siempre nos parábamos en dicho terreno?, o no lo sé, no sé si un vampiro se sienta igual de diminuto que un mortal la mayoría del tiempo.

-Bueno –continué e hice un ademán con la mano para seguir avanzando –veamos a dónde nos lleva esto, que como nuestra conversación, ojalá sea a un sitio… no aburrido –cuidé mis palabras. “No aburrido” ya era bastante ganancia, al menos para mí.

-Entonces, creo que tenemos un trato –continué hablando mirando el movimiento imperceptible de las estrellas-, y debo decir que es más de lo que esperaba obtener esta noche, salí con la sola idea de divertirme, y no, no en la tertulia, sino de la misma, burlarme de mis colegas –dije la última palabra con desdén-, regresar a casa temprano y seguir con mi investigación un rato hasta caer dormido, seguro todo suena muy soso para un vampiro –sonreí de lado ante mis propias palabras.
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