Buscando un hogar {Alexyandra}

Desde que había llegado a la ciudad no había parado de inquietarme una cosa. Era muy simple, pero a la vez, si ésta fallaba, todo mi plan e incluso mi vida correría peligro. Debía elegir un hogar. Pero no podía ser un hogar común, debía estar alejado de todo el centro urbano, en las afueras a ser posible. No quería que mis acciones se descontrolaran y causase un alboroto en la ciudad, sembrando el miedo a los parisinos, ni mucho menos que éstos descubrieran mi secreto. Por ello me había alejado del centro y me había ido hacia los campos, en busca de algún sendero olvidado donde establecerme.
Tenía la esperanza de que en aquellos campos apenas cultivasen grandes hectáreas ni tampoco viviesen muchos humanos por la zona. Sería peligroso en las noches de luna llena. Cuando llegué no había nadie que pudiese ver por aquella zona. Fue una gran satisfacción aunque la zona estaba muy despejada para lo que mi propósito deseaba. Caminé observando distintos caminos que serpenteaban entre aquellos interminables campos, sin saber si realmente pertenecerían a alguien o serían simple propiedad del monarca de Francia.

Hubo un camino de tierra que llamó mi atención especialmente. Se adentraba por unas zarzas hacia un terreno llano y basto con muchas malas hierbas, bien crecidas en sus tierras. Me adentré en aquel terreno cauteloso, nunca me gustaba descuidarme, ni en las situaciones más cómodas. De pronto un olor familiar a la que había en la ciudad me advirtió que alguien más andaba por aquella zona inhóspita. Era humano. Con la gran capacidad de sentidos que tenía y la agilidad que me caracterizaba, me desplacé silencioso, olisqueando el aire en busca de aquel ser. No sería yo quien fuese descubierto en primer lugar.
El olor me condujo hasta una joven que estaba sentada en una cornisa de piedra. Me escondí entre la maleza mirándola atentamente, sopensando si sería una amenaza o no para mi o mis intereses. Descuidado, pisé una rama seca y se escuchó un pequeño chasquido.

Estaba en mi ventana, dibujando, como siempre, un paraje asolador, aunuqe, al menos, a este lado de la ventana....
Siempre es lo mismo: a un lado la naturaleza al otro la orgia lujuriosa de la ciudad.

Estaba dibujando a esa luna que ilumina y que, poco a poco es devorada por las luces insolentes de la ciudad... Pero sólo podía dibujar unos enormes ojos en un rostro famélico... recuerdo a aquél chiquillo del callejón..

Hacía frío y me puse la toquita que me regaló Christinne en Londres... Adorable jovencita, muy inteligente, aunque sus padres ya habían dictado su futuro: una buena boda y títulos ¿Qué chica de 14 años se negaría a ello?

Empecé a intercalar su cara, tal y como la recordaba, cuando aún jugaba con juguetes y no con la política, en el papel, junto a la luna, los ojos del chiquillo... El dibujo estaba quedando atroz, pero viene bien liberar la mente... El día había sido agotador, el trabajo terrible y aún tenía que terminar un vestido... me pagarán bien por ese vestido, si lo termino a tiempo.

Me senté en la cornisa de mi ventana para despejarme, a veces me gusta apartarme del banal y mundano mundo, pensando, mejor, evitando pensar.

El paraje era sobrecojedor, la luna estaba pletórica, y mis pies colgaban de la cornisa jugando con el viento como los niños en el agua al patalear.

Alzé una de mis manos e intenté medir la luna con el pulgar para transcribirla al dibujo...

Cantando, siempre cantando, tarareando mi canción ... Ni recuerdo de quién la aprendí pero se la cantaba a Christinne cuando no podía dormir...

Al parar par tomar un poco de aire, escuché un ruido abajo, una especie de chasquido.

Me aferré al quicio de la ventana mirando entre las sombras y no vi a nadie..

Volví dentro de la habitación y saqué mi curiosa cabecita por la ventana con un candil en la mano para ver mejor.

-"¿Quién va?" grité alzando la voz y buscando la mirada.

Mal momento aquel que había pisado la rama pues aquella chica no se había percatado de mi presencia. Agradecía tener tanta maleza donde ocultarme, sinceramente, si encontrase un lugar donde guarecerme aquel era un sitio idóneo para mi. El crujido de la rama había alertado a la chica, quien se perdió de mi vista unos segundos, para luego volver a aparecer con un candil iluminando el exterior para encontrarme. No tardaría en encontrarme con la mirada pues, a pesar de estar alta la maleza, mi cuerpo abultaba entre ella, y sólo era cuestión de tiempo que me encontrara. Decidí que no correría peligro si me mostraba ante ella. Podía hacerme pasar un por viajante extraviado y alejarse sin más, advirtiéndola que no quería asustarla y que había sentido curiosidad por sus cantos.
Me levanté despacio para que la luz del candil se dirigiese de forma directa hacia mi lugar y me mostrase ante sus ojos. Levanté las manos, mostando las palmas de éstas, en una señal de inocencia en mis actos.

-Discúlpeme, señorita, no quise asustarla dije en un tono afable para que no pensase que iba con malas intenciones -paseaba por el lugar, y escuché un canto que me hizo desviarme de mi camino Aquella chica parecía que residía en aquel inhóspito lugar. Un tanto curioso para mi gusto pero aquello no era de mi incumbencia, ni tampoco me interesaba. Sin embargo, el hecho de que humanos habitasen por aquellas zonas era algo a tener en cuenta para mis propósitos. Esperaba que no fueran demasiados, ni tampoco que deambulasen al aire libre en las noches de luna llena, o querrían peligro. Aquel sitio me había gustado, y estaba decidido a establecer mi guarida por algunos de aquellos parajes más deshabitados que encontrase. Mi búsqueda apenas había comenzado pero no cejaría en mi empeño.

Clavé mi mirada en el hombre que salió de entre la maleza y le miré fijamente, estudiándolo con la poca luz que el candil brindaba a mis ojos. Aunque se llene de luz una cueva siempre hay un recoveco que se oculta.
Estudié su anatomía y sus facciones, me recordaba a alguien y saqué un poco más el candil de la ventana, extendiendo mi cuerpo fuera del quicio de la ventana y me mordí el labio inferior intentando recordarle.
Pronunciba muy bien, pero tenía un ligero deje Inglés... Intentaba recordar mientras salía aún más mi cuerpo de la ventana. Me agarré al quicio y dejé el candil en la cornisa...

-"Disculpad, mi indiscreción" Decía mientra salía a la cornisa intentando no tirar el candil. Me senté otra vez sobre ella dejando mis piernas bien firmes sobre el suelo de la cornisa y me aferré a una de las trepadoras que ocultaban el color de la fría piedra de la pared.

"su rostro me es tan familiar", me dije mientras estudiaba su cuerpo con atencion, por si notaba algún cambio, poder retroceder a tiempo y dar la voz de alarma.
Soplé un poco sobre mi flequillo ara apartarlo de mi rostro y ver con claridad.
Pero no hubo cambio alguno, parecía simplemente que se habría perddo caminando por los jardines, y los bosques que aún atusan la ciudad vistiéndola con faldas verde y marrón.

Me senté un poco más cómoda y continué:

-"Disculpe mi indiscreción, caballero, pero no puedo evitar pensar que su rostro me resulta terriblemente familiar, ¿nos conocemos? ¿Trabaja usted en el Palacio, quizá?" Dije mientras con mi mano libre me tapaba el faldón que caía alegre jugando con la gravedad...

No paraba de pensar que me recordaba alguien que había conocido una vez, pero ¿Dónde? ¿Cuándo?.

La chica se asomaba para ver mi rostro de forma un tanto descarada, diciendo que reconocía mi rostro, pero no daba cuenta de qué. Le resultó extraño pues él no recordaba su rostro y tenía el don de memoria fotográfica, con lo cual, podía reconocer cualquier cara que hubiese visto. Caminé despacio, para no alarmarla hacia la ventana, manteniendo mis manos en alto todo momento. Era una chiquilla pero en aquella oscuridad podía confundir las cosas, y no estaba dispuesto a que se diera tal caso innecesario. Las ramas crujían a mi paso, llamarían la atención de los vecinos si las pisaba en plena noche convertido en licántropo.

-No se disculpe, señorita, pero me temo que se equivoca dije esbozando una sonrisa para transmitirla empatía y confianza -sólo soy un errante extraviado,hace solo unas horas que piso tierras parisinas y disfrutaba de un lindo paseo por sus terrenos cuando me extravié y escuché su melodía Quedé justamente delante de su ventana donde la muchacha me podía iluminar completamente con el candil y poder verme con total claridad. Bajé entonces las manos, dejándolas lacias en los costados.

Observé entonces a la chica. Seguía sin reconocer su rostro. Arqueé una ceja ante este hecho esperando que no se me notase demasiado. Su olor inundaba mis fosas nasales, sin duda era una humana corriente. Había tenido suerte, de encontrarme con otro ser distinto, no estaría teniendo esta charla tan animada. Permanecí en silencio mientras la muchacha me escrutaba bien con la mirada. Parecía que realmente se esforzaba por recordar de qué le sonaba mi rostro, aunque en el fondo deseaba que no fuese así.

Por un momento recuerdo algo al verle tan cerca, sí, me suena, le conozco aunque no consigo saber quién es.

-"Esperad un momento por favor" le digo casi con tono imperativo al caer en un detalle de sus facciones, mientras recojo mis pies hacia el interior y muevo mi cuerpo hacia atrás, dejando el candil en la cornisa.

Por un momento, dentro ya de mi habitación busco con la mirada una carpeta azul olvidada y polvorienta, miro atraves de los muebles como intentando recordar dónde la dejé y me muevo por toda la habitación como si fuera un perro buscando a su dueño.

El armario amplisimo, enorme, de madera bien fuerte, me da una pista, al abrirlo, sobre el vestido que aún no terminé y que deberé entregar en unos días. Precioso, paso mi mano por su tela... Suave. Lo miro y de soslayo veo unas cajas bajo él. Retomo mi búsqueda sacando esas cajas del armario y viendo en su interior que no hay más que libros. Giro la cabeza en dirección a la mesa de trabajo y estudio y veo a sus pies cuatro carpetas azules "¿Por qué me gustará tanto el azul?" me digo con tono irónico y estúpido.

A él me acerco y veo con horror que debería de tener más cuidado con mis cosas o, dejar de coleccionar bocetos antiguos como si fueran fotografías de un pasado al que me aferro para poder olvidarlo.

"Eres un desastre Alexya" me digo mientras intento alzar la voz, pero prefiero digirme a la ventana con la carpeta en la mano "Sólo será un segundo, lo prometo" le digo mientras saco mi cabeza por la ventana y le sonrío divertida por la situación. Le guiño un ojo a modo de complicidad y vuelvo a meter mi curiosa cabeza en la habitación abriendo en mis manos la carpeta que enfrascada en bocetos sobre el Chateau de Chenonceau me dictan casi de forma obligada que ahí no está lo que ando buscando.

La dejo caer en el suelo mientras mi mirada se dirige hacia la librería. Oigo como caen los bocetos, como una sinfonia de recuerdos que se esparcen sobre una sombra olvidada y, camino hacia la librería absorta en el pensamiento "¿Donde lo dejaste?" me repito una y otra vez como si de un loro se tratase a la par que rebusco entre esos libros, unos ya bastante viejos, otros no tanto. Poso sobre su dorso mi dedo índice y paso sobre sus cuerpos suavemente el dedo de un lado a otro de los libros, sacando las diferentes libretas azul oscuro que hay entre los libros, como si fuera un código secreto.

"Une, deux, trois, quattre.." voy enumerándolas una a una hechando un vistazo rápido en ellas, mientras aparto un poco la cara para que no me afecte el olor a viejo. Jean-Jacques Rousseau inicia la siguiente estantería como si fuera una nueva historia y, junto a Shakespeare, encuentro lo que buscaba. Una libreta azul oscuro con un lazo rojo, recuerdo de mi estancia en Londres.

La abro como un abanico mirando atenta unos ojos y unas facciones que recuerdo de una noche extraña por los bajos fondos de Londres y, es en ese momento que clavo mi mirada en la página izquierda casi al final de la libreta.


Cierro la libreta de forma abrupta y vuelvo hacia la ventana con ésta en la mano.

-"Os conozco, caballero, vos sois el luchador de Londres, ne c'est pas?" mientras sonrío y le enseño la libreta a la luz del candil.

La chica pareció no escucharme y se levantó de la ventana para ir hacia el interior de su habitación pidiéndome que esperase mientras hacia algo que ya suponía. Se me torció el labio ante aquella situación. No me gustaba la impetud con la que aquella chiquilla intentaba recordar mi rostro. Si me había visto hace poco no debía ser bueno. No podía dejar que alguien pudiese recordar mi rostro tan fácilmente y menos que hablasen de su existencia. Mal había empezado mi camino, intentando pasar inadvertido ante los ojos de los parisinos. Escuchaba jaleo del interior de la estancia, como si tirase objetos en el interior. Parecía estar buscando algo. ¿Un arma? Aquello me puse estar alerta. Igual no era una simple humana como en un principio había supuesto y había llamado a los "Cazadores". Cada vez la situación me gustaba menos. Podía escapar ahora mismo de allí. Podía huir, pero la chica ya le había reconocido y más aún cuando me había dejado ver exponiéndome a ella a la luz del candil. Tenía que arriesgarme o luchar.

Mis pensamientos volaron al oir su voz. Estaba listo para lanzarme hacia un pequeño montículo y saltar hacia la ventana, directo para atacar y luego huir si corriese algún peligro. Sacó su rostro y me guiñó un ojo, gesto que no reconocí porqué lo hacía y me hizo dudar de todo lo que estaba pensando hasta entonces. Pocos minutos después volvió a aparecer con algo sobre las manos. Mi cuerpo se tensó, aunque no estaba nervioso, había tenido muchas luchas en el pasado, ésta no sería diferente. Sin embargo, aquello que creía ser un arma, resultó no ser más que una vieja libreta. Dejé escapar un pequeño suspiro de alivio y relajé los músculos en tensión de mi cuerpo. Pero las palabras de la chica resultaron ser, mismamente como si me hubieran atacado, y aquella libreta, era un arma más letal que una espada afilada. En una de las páginas de la libreta estaba dibujado un boceto de un hombro, con los mismos rasgos que mi rostro años atrás. La chica había relacionado aquel boceto y sabía quien era: John Cena, luchador.

Me quedé atónito mirando el dibujo. Era realmente una replica exacta suya. Si alguien la veía, correría peligro y no solo yo, ella también. Miré con rostro sereno y de preocupación a la chica quien parecía radiante por haber encontrado aquel viejo recuerdo. -Te equivocas, ese no soy yo dije intentando que mis palabras sonasen aplastantes -nunca estuve en Londres, jovencita. No más lejos que lo que estos pies puedan llevar

Alexyandra miró atenta a aquél hombre, bastante descorcentada por su respuesta. Se le cambió la cara, como si hubiera perdido el hilo de la conversación. Pestañeó un par de veces no dándo crédito a lo que acababa de oir. Su corazón comenzó a latir con fuerza bombeando sangre a sus mejillas haciéndolas enrojecer de vergüenza. Atónita más que nada. Intentó hablar, pero sus labios sólo balbuceaban, moviéndose sin tener potestad para decir nada, sólo podía mirarle con el rostro enrojecido y con cara de idiota.

Inspiré aire para calmar mi enrojecimiento y titubebeé apretando la libreta en la mano cerrándola de forma abrupta, apartando la mirada de él y dejando caer la libreta a mi lado, en el suelo, tomé el candil y soplé sobre mi flequillo para apartarlo de mis ojos, volviendo a mi estado natural de alerta.

El rostro de aquél hombre parecía sereno pero en sus ojos había cierto tono de preocupación, no dudé en resolver: -" Lo lamento, caballero, sin duda alguna comparten un parecido razonable, debe excusarme si le he importunado" dije con un tono suave, dejando que mis palabra fluyeran con gratitud y dulzura.

Estaba segura de que era quien había dibujado, esas facciones tan exactas no son tan comunes y menos con esa mirada, esos ojos pequeños, colocados como almendras sobre un pastel cuadrado. El labio superior, ligéramente más insunuoso que el de abajo, el cuello, erguido y fuerte, bien trabajado, síntoma de unos hombros fuertes... Propio de leñadores o, y de esto estaba segura, de un luchador.

Me senti inquieta y, alejé el candil de mi rostro para dirigirlo hacia él "Londres" mustié casi en un susurro mientras puse mi dedo índice en mis labios a modo de silencio, como si fuera un secreto, luego le sonreí cómplice.

Puede que me equivocara, pero en estos días es dificl olvidar un rostro tan exacto con un parecido tal. En los tiempos que corren y más aún en una gran ciudad como esta, los granujas caminan libres enevenenando las calles, asaltantes de parejas enamoradas, ladrones de virtud y asesinos de vida ajena. Una veces por un par de Francos otras por nada, o por el malentendido Honor de algunas cunas bajas y altas. Ese hombre estaba en una zona alejada, hizo un ruido sin quererlo, si no le hubiera importado que le viesen, ¿por qué, pues caminar en silencio?.

No sé quien podría ser, no recuerdo bien los nombres, pero la certeza de que era él, o de averiguarlo corria por venas acelerando el pulso y respirando hondo para acallar el batir de la incertidumbre de una situación extraña e imprudente. Si era él, estaba claro que no quería que lo reconocieran y si no era él, no pasaría nada, seguramente la tomaría por otra loca.

De modo que me fijé bien en el color de sus ojos azul estrellado, volví a tomar una postura de alerta, dispuesta a correr hacia atrás para cerrar rápido la venta si no era más que otro loco y, cambié el candil de mano para cerrar la ventana con la mano diestra.

- "Disculpe, una vez antes de dejarle proseguir su camino" sonreí levemente con tono amistoso "¿De qué color son sus ojos?" observando su reacción "Es sólo para cercionarme de que tan sólo fue un error de mi mala memoria" Sabía que si contestaba otro color, le delataría y que si por el contrario, decía la verdad, resolvería mi dilema de una forma u otra, asi que me preparé para su respuesta escabullendo mi mano derecha en dirección, discreta, la parte baja del postigo de la ventana.

Como supuse, la muchacha pareció totalmente desconcertada tras mis palabras. Sentí algo parecido a la tristeza, aunque no era ésta. Más bien sentía la desilusión, la compartía junto a aquella chica. Se podía mascar en el ambiente pues quedamos en silencio mirándonos como dos extraños más. Aquello era lo que éramos. Su rostro se enrojeció al instante, ruborizándose. La muchacha parecía recordar muy bien mi procedencia, tal ves fuese una antigua admiradora, ya que conocía mi pasado, pero aquello era demasiado complicado para afirmárselo sin más. Sabía que aquella chica no le haría ningún daño, o al menos, no directamente hacia su persona. Cerró de forma abrupta su libreta y la dejó caer a un lado. Arqueé un tanto la ceja, a pesar de su disculpa; no parecía creérselo después de todo.

La joven muchacha musitó algo muy bajo, casi un leve susurro, como un pensamiento que se escapaba de sus labios, creyendo que no lo oiría. Pero mis sentidos estaban muy agudizados y podía oír sonidos muy leves a una gran distancia. Aquella palabra la escuché como si la hubiese dicho en mi oído. No era bueno. Londres Debía ser una chiquilla cuando me vio en aquella ciudad anglosajona. Recordé el dibujo, repasando, como si un tiralíneas se tratase, de las facciones que había remarcado. Sin duda poseía un talento innato para el dibujo desde muy pequeña. De pronto un aura de preocupación me inundó. ¿Y si tiene más dibujos? Estaba apunto de preguntar para indagar más sobre ella, cuando una nueva pregunta me hizo callar y examinarla nuevamente, dejando mis inquietudes para otro momento.

Me preguntó de qué color eran mis ojos para asegurarse que no era yo ese, quién ella decía ser. Sabía que me estaba poniendo a prueba. Astuta. No se daba por vencida fácilmente. Me había topado con un Talón de Aquiles en mi camino. Cerré los ojos unos segundos, inspirando con tranquilidad. Había cambiado el candil de mano mientras su mano libre quedaba medio oculta tras la ventana. Desconfiaba de mi. Andaba en una situación complicada: si bien huía creyendo que sería alguien de mal, llamaría a las autoridades y mi vida en París sería una pesadilla. Tendría que volver a ausentarme nuevamente. Debía irme de allí inmediatamente o, finalmente, me descubriría. -¿No los ves con el candil? entoné en forma de pregunta irónica, pues sabía que podía verlos sin problemas. Agaché mi mirada llevándola de forma continuada a sus ojos intentando evitarle que se fijase en ellos.
-Son verdes, señorita dije mintiendo -si me disculpa, tengo que volver a encontrar el camino a la ciudad hice un ademán de inclinación y me giré, dándole la espalda para emprender mi marcha por donde había venido.

No me sorprendí por la mentira de aquél hombre, seguramente estaba huyendo de algo de su pasado, como muchos en esta ciudad. Cuando se dio la vuelta, disculpándose amablemente para irse me acordé entonces de su nombre, de cuando le conocí, era una tarde sombría en Londres. Había salido con unas amigas, un grupo de institutrices que nos habíamos conocido en una fiesta. Búscabamos un poco de distracción en una vieja taberna que tenía buen nombre, pero, como no conocíamos muy bien los barrios bajos de Londres y, nos perdimos.
Era una especie de taberna con un patio trasero, oímos el murmullo de la chusma gritar con ahínco, muy animada y, decimos girar esa esquina para ver a un grupo de hombres ý alguna que otra mujer rodeándo en círculo, lo que parecíaser una pelea. Ganó él, sus movimientos eran rápidos y desprendia un aura extraña, casi como un lobo que persigue a su presa hasta el último momento. Claudelle quería marcharse, pero me quedé mirándole mientras un hombre gritó el nombre del ganador "John"... Nos marchamos en busca de la vieja taberna que nos habían recomendado y fue allí donde dibujé el rostro del luchador.

"Sí, es él, es John, seguramente querrá dejar atrás esa vida, Pensé recordando sus respuestas "No, ese no soy yo" "son verdes, señorita".

Él se giró para marcharse y vi como emprendía camino hacia la ciudad, la noche, aunque clara por la luna, era oscura y estos caminos están llenos de indeseables. "¡JOHN!" Grité mientras sacaba mi cuerpo a la cornisa. Dejé el candil en ella y me aferré a la treadora para iniciar el descenso hacia el suelo. Me costó un poco y mi faldón se enganchó con una de las ramitas, pero conseguí bajar.

Sacudiéndome las manos me dirigí con paso decidido hacia él "¡John, espera un momento!" no veía muy bien en la oscuridad por loq ue mis pasos aunque decididos eran un poco torpes, pero conseguí llegar hasta él.

"John, os recuerdo, peleábais en Londres, hace ya unos años, por eso no conseguía recordaros" Inspiré tomando aire muy rápido para retomar la conversación "Entiendo que no queráis recordar aquellos tiempos...Yo tampoco quiero recordar el viejo Londres" dije bajando la mirada un poco triste mientras recordaba la razón por la que me alejé de aquella ciudad maldita... Volví a alzar la mirada con el rosotro más tranquilo y suave y cambié el tono por el más sincero dejando que las palabras brotaran de mi propia experiencia personal "Sin duda alguna debéis tener algún motivo de peso para querer olvidarlo o dejarlo atrás, pero fingir ser quien no sois sólo os traerá problemas, puede que no para los demás o, por lo que los demás..." dije tratando ede explicarme " Quiero decir que no importan las razones de vuestra decisión, ya que ésta razón, John"" Dije clavando mi mirada en la suya de forma sincera "Olvidar qué o quién habéis sido, es la peor de la decisiones, si me permitís este momento de franqueza. No conozco sus motivos y no está en mi curiosa cabecita averiguarlos, si eso os hace sentir mejor" Dije sonriéndole de forma amistosa y sincera "Pero cargar con ese peso sólo os acarreará una situación que se tornará en una espiral de la que no podréis salir" Fruncí el ceño, y puse mi mano sobre mi boca, pensativa. Tomé un poco de aire "Os propongo un trato" dicté "Esta zona es peligrosa si no se conoce, he oído aullidos en la noche que helarían la sangre de cualquier humano, creedme. Pasad esta noche en mi casa, y si queréis partid a la mañana siguiente a vuestro hogar" El tono se volvió un poco más humilde "Sólo puedo ofreceros una cama, un fuego y un poco de comida. Nada que ver con la comida inglesa "Dije de broma sonriéndo para alivira un poco la situación "Tened la certeza de que no diré quien sois, pues no tengo a nadie a quien decirselo, además" sentencié con tono seguro y amistoso "Vuestro retrato ya está roto" dije alzándole la mano ofreciéndosela "¿trato?"..

"¿Vas a invitar a un desconocido a tu casa?" pensaba inconsciente, pero me consolaba la idea de que él lo podría rechazar " te tomará por una loca insconciente" pensaba casi con alivio, no me importaba que me tomara por eso, es mejor así, al menos "Habría intentado ayudar a alguien, que estaba en apuros, pues negarse a si mismo es el pero castigo que uno puede impoerse" Me repetía mientras murmuraba el trato que le ofrecí.

Había comenzado a andar cuando escuché mi nombre procedente de aquella muchacha. Aquel hecho me dejó petrificado en el sitio, sin poder moverme. Me giré hacia la chica, y para mi asombro, observé como bajaba por la ventana y venía hacia mi. Había dejado el candil sobre la ventana y había bajado por la trepadora pudiendo hacer algunos rasguños al hacerlo. Me giré para quedar frente a ella cuando llegó hasta a mi. No podía entender porque se molestaba tanto en saber sobre mi. El que supiese también mi nombre ya no quedaba duda de que me había tenido que conocer cuando era un luchador famoso.
Hablaba deprisa. Casi como si atragantaran las palabras en su garganta queriendo salir a toda prisa. Decía que no debía olvidar mi pasado. No pude evitarque la comisura de mi labio forzara una sonrisa. Claro, ella no sabía nada sobre mi pasado. Si conociese algo sobre él, o tuviese una mínima idea de lo que había tenido que pasar, estaba seguro que aquellas palabras se las guardaría para ella. No tenía la culpa de eso, simplemente ignoraba hechos.

Me había invitado a su casa. Se atrevía a meter en su casa a un extraño que no conocía nada más de por un dibujo, ya que aquellos parajes serían peligrosos por la noche. Otra forzada sonrisa se dibujó en mi rostro. "Si supieras quien, en realidad soy" pensaba para mi. Dejé que terminara de hablar, pues no quería que se hiciera una idea equivocada. No sabía porqué pero sentí cierta empatía en aquel momento hacia ella. -Tienes razón señorita dije dándome por vencido en el intento. Había fracasado en intentar ocultar mi identidad con ella. Ahora sería mucho mejor si tratase las cosa de cara. -Mi nombre es John Cena, y sí, fui una vez un luchador...hace mucho tiempo añadí con nostalgia -pero ahora soy alguien diferente, huyo de mi pasado por muchos motivos y tú deberías olvidar a aquel John que una vez conocistes. Soy un ser peligroso, muchacha, y corres peligro si te relacionan conmigo. No quería asustarla pero no me había quedado más remedio que decirle la verdad.

-Si aún así deseas acogerme bajo tu techo, aceptaré tu propuesta. dije con voz firme esperando que valorase las palabras que acababa de decir -No obstante, eres una gran dibujante de retratos, no debistes romper aquel dibujo ¿podría volver a verlo una vez más? le pregunté con delicadeza. Sabía que para aquella chica, esos dibujos eran retratos de parte de su vida. Lo podía ver en sus ojos. Sin quererlos, o más bien inconscientemente, le había arrancado uno de esos recuerdos.

Sonreí alegre para responder sincera “Señor, no me importa quién fuisteis, sino quien sois ahora, pues es a vos quien invito no a vuestro pasado” sentencié de forma clara pero sin perder mi sonrisa, mientras, como un rayo rápido pasaron por mi mente pensamientos como “¿De verdad vas a invitar a alguien que claramente está huyendo?”.

Pero soy una loca inconsciente, no veo a un hombre fuerte si no a alguien que está atrapado por su pasado, que se niega a sí mismo y que huye… Huye de sí mismo. Tengo la imperiosa y estúpida necesidad de ayudar a quienes creo que lo necesitan en mi enrevesada mente “No tiene sentido Alexya, él es un hombre fuerte y adulto, puede valerse por sí mismo”. Pero a mis ojos no era más que alguien que, pese a lo complejo de la palabra ayuda, estaba solo. Vagaba por la noche en un paraje inhóspito y que, a mi modo de verlo últimamente, se estaba volviendo salvaje.

“¿Qué hacer?” Me estaba hablando amistosamente y “¡Por Dios Alexya! Pero si has sido tú quien le ha invitado!” y resuena en mi mente como un trueno: “ Soy un ser peligroso, muchacha, y corres peligro si te relacionan conmigo”. Peligroso es posible. Peligro, vivo en una ciudad llena de personas que matan sin honor por unos francos, donde los duelos están a la orden del día, donde pueden arrebatarte la vida en un callejón oscuro, donde los lobos pululan por la zona de bosques como si fuera coto privado de caza. ¿Peligroso? No, a mis ojos no.

No es la ciudad, es el hombre, pero no importa, le ví pelear, le he visto acercarse, he visto en sus ojos, con eso, sólo con eso, me conformo. ¿Miedo? Sí, sería estúpida si no lo sintiera, mi corazón late como si fuera su última noche en la faz de la tierra, pero no importa, merece la pena si esta noche no duerme a la intemperie.

Ha sido amable conmigo, “si te relacionan conmigo” No conozco a apenas nadie en esta ciudad y, esta es la conversación más larga que he mantenido últimamente, negarle mi hospitalidad sería negarme a mi mísma ¿Qué ejemplo le estaría dando?.

No soy como la ciudad, si me necesitas ahí estaré y, soy terca como una mula.

Sonreí, me mordí el labio inferior y puse una mirada suspicaz “Señor” , me giré un poco para indicarle la vista de mi casa, señalándole la ventana “Espero que no le importe trepar por la trepadera” dije casi riéndome sin llegar a mustiar risa alguna “No tengo el gusto de llevar la llave encima en estos momentos” dije mostrando mis manos vacías y con unos rasguños insignificantes que me hice al bajar.

Me encaminé un poco hacia la pared y me giré para ver si seguía ahí, le sonreí. “No se preocupe, usted no es usted así que no le dibujaré, no tengo intención de correr mayor riesgo que el de invitar a un desconocido” guiñé un ojo al pronunciar esta última palabra “ a pasar una noche en un hogar que, aunque pobre, estará mejor que la fría intemperie”.Seguí caminando hacia la base de la trepadora y alcé mi mirada hacia la ventana intentando averiguar cómo subir. Bajar es fácil, pero subir… La gravedad no es buena amiga en estos casos. Recogí un poco mi faldón para comenzar la escalada y, tomando una rama de la trepadora me giré a él viendo de soslayo su rostro y comencé a escalar por la trepadora intentando que el faldón se mantuviera a buen recaudo de las ramas.

Sin duda, era más terca que una mula. No se daba por vencida nunca y, una vez más, reiteró su deseo de que pasase la noche en su casa. Suspiré dándome por vencido y afirmé con tono seguro, manteniendo su mirada con la mía. Seguramente pensaría que me estaba equivocando al decir que era un ser peligroso, pero ella no conocía quien era yo en realidad. Me trataba como un simple humano corriente, lo cual lo era ante sus ojos inocentes. -Está bien, pero al alba partiré le anuncié.
Se giró para señalarme la trepadora por donde había bajado y me dijo que tendríamos que subir por allí, pues se había dejado las llaves en aquel lugar. Era un tanto descuidada, y aunque sus rasguños eran superficiales, no debía tentar tanto a la suerte de aquella forma.

Vi como se dirigía hacia la trepadora y la seguí dejando al menos un metro de distancia entre ambos. Miró un par de veces por si iba tras ella, lo cual me pareció cómico pero no dije nada. Estaba dispuesta a volver a subir por la trepadora una vez más hasta alcanzar su ventana. No estaba demasiado alto para alcanzarla, incluso para el salto de un humano. Mientras pensaba ésto, la muchacha cubría su faldón mientras comenzaba con su escalada. Era una muchacha decidida ante todo. En ese aspecto era como yo. Si algo quería conseguir hacía cualquier cosa por peligrosa que fuera, valor no le faltaba. La detuve, poniendo una mano sobre su hombro antes de que se alzase más, e hice que bajase de la trepadora de forma segura.

-Creo, señorita, que ya se hizo demasiadas magulladuras a mi costa, déjeme ayudarla. Casi sin darle tiempo para que rechistara mi decisión, pues sabía que pondría excusas y volvería a la escalada en su cabezonería, la tomé de su brazo, pasándolo por mis hombros mientras me agachaba para cargar con su peso, y mi otra mano la sujetaba por la espalda de forma recta, para que el impulso no le quebrara la columna. Era sumamente más ligera de lo que pensaba, debía dosificar mis fuerzas si no quería que al ascenderla se golpease haciéndole más daño. Con una bocanada de aire, alcé mis brazos lanzando en impulso a la muchacha, quien ascendió como si papel se tratase, de forma inmediata a la ventana cayendo de pie, aunque tambaleándose por la inesperada subida. Mientras se despejaba, agarré la trepadora y ascendí rápidamente, con mis reflejos de lobo, como si de una cuerda se tratase. -¿Estás bien? le pregunté cuando ya estaba a su lado.

Se me abrieron los ojos como platos cuando sentí sus manos sobre mí y mi corazón comenzó a latir con fuerza ruborizándome de forma inmediata. “Oh Dios mio” pensé instantáneamente. No sé cómo pasó pero me vi en la cornisa de la venta viéndole ascender ágilmente por la trepadora. Yo sólo podía agárrame al quicio de la ventana y entrar rápidamente por la ventana, antes de que mis pies tropezaran tontamente y cayera al suelo.

Me giré para hacer ademán de ayudarle a entrar pero era una tontería, así que me coloqué en el centro de la habitación y le sonreí haciendo una reverencia “Voilá chez moi Monsieur” murmuré cordialmente mientras me inclinaba haciendo la reverencia y mostrando con los brazos abiertos mi pequeño hogar.

“Cómo vé, no hay mucho, pero es agradable” dije en un tono humilde girando la cabeza de lado a lado como señalando el pequeño espacio que ocupaba mi morada.
El techo era un abuardillado de madera que ocupaba el cien por cien de la estancia de unos 20 metros de largo por unos 10 de ancho, aunque espaciosa, todo estaba en la misma habitación de fría piedra gris y madera robusta.
La cocina, pequeña y apartada en una de las paredesque, junto con la hornilla, hacía esquina con una mesa en la que se podía ver una pila con agua con un único plato que parecía no quería bañare, un jarrón enorme, a su lado dos candiles pequeños para luminar la zona de cocina

En una de las paredes, pegada a ella como si formara parte de ella misma, varias librerías llenas de libros como si fuera una plaga malsana. Bilogía, Tratados de herbología, literatura clásica griega y novela francesa, como inglesa, rollos de mapas y rollos de otros dibujos, las libretas se contaban por una veintena, casi como una por cada año vivido.
A su lado una mesita con un taburete pequeño donde se podían ver notas y libros, con la única decoración de un tintero y carboncilla. Bajo ésta las carpetas azules rezumaban abiertamente los dibujos que había estado buscando momentos antes, esparcido por el suelo tres bocetos de retratos, hacía la alfombra de aquella zona de trabajo.

La cama, puesta al fondo de la estancia y separada del resto por un biombio de madera y tela beige, estaba coronada con unas telas que le daba mayor intimidad.

Sólo un pequeño sofá en el otro extremo, como si fuera una cama gemela decoraba el final de la habitación. No era más que varios sacos de paja engalanados graciosamente con unas telas suaves para hacer cómo el descanso sobre unas cajas de madera sobre la cual estaban dispuestos.

Toda la estancia quedaba iluminada por esta ventana, haciendo pasar el aire y la luz de la luna como única fuente de iluminación natural. Se dejaba ver, en una esquina un biombo más pequeño, del cual sólo se mostraba una mesa con una palangana de color blanco y un espejo. Varias toallas blancas asomaban tímidamente sobre el biombo.
Un armario enorme ocupaba la mayor parte de la pared principal, donde se encontraba la única puerta de acceso, sin contar con la ventana. Una de las puertas del armario estaba abierta y mostraba sus intimidades sin pudor: Vestidos, unos completos y hermosos y otros a medio hacer, sólo varias cajas de costura se dejaban ver bajo lo que parecía ser un vestido a punto de terminarse.

Sólo algunos dibujos en las paredes y una alfombra decoraban la habitación. No había fotografía alguna sobre ninguna de las repisas que suavizaban el aspecto rudo de la estancia.

“Sé que es muy poco, señor, pero es todo cuanto puedo ofrecer” susurré mientras me encaminaba hacia una pequeña chimenea que estaba cerca del saloncito, es decir, entre el sofá y la cama, y saqué una cajita de un armarito pequeño que abrí con sumo cuidado para extraer de ellas un frasquito de cristal y me dirigí hacia el biombo pequeño tomando con mi otra mano una de las toallas.

“Siéntese, enseguida termino, debo desinfectar las heridas que” dije sonriente “aunque leves y sin importancia siempre es mejor curarlas” Sonreí y con un leve gesto de cabeza le señalé el sofá junto al fuego “siéntese, estará más como” dije mientras me lavaba las manos dejándolas caer suavemente sobre la palangana de color blanco.

Me sacudí un poco los hierbajos que se habían enganchado en mis pantalones mientras la muchacha se adentraba en la estancia. Hizo una referencia graciosa y le mostró su hogar. No era un lugar espléndoroso ni lujoso, pero parecía un sitio cómodo y reconfortante. Un lugar humilde donde podía vivir tranquilamente, alejada de la multitud, una joven humilde como ella. Pude observar que tenía los armarios llenos de libros y libretas, en muchas de ellas con dibujos, trazados por ella misma. Me dijo que no era gran cosa pero que era cuanto podía ofrecerme. Esbocé una terca sonrisa forzada, en señal de muestra de gratitud. -Es más de lo que necesito, estoy en deuda con vos, señorita... dudé unos segundos. Ella conocía mi nombre, sin embargo, yo no sabía cual era el suyo -espero que no sea demasiado obstinado pero, ¿cuál es su nombre señorita?

Habia sacado un frasco de cristal con el que se dirigió a la pila para lavarse y desinfectarse las heridas que se había hecho al bajar por la trepadera en mi busca. Era previsora, en aquellos tiempo muchas enfermedades venían de no desinfectar aquellas heridas por poco profundas e insignificantes que pareciesen. Me dirigí a aquel improvisado sofá, junto al fuego. Pronto el calor empezó a llenar mi cuerpo. Era una sensación un tanto agobiante en mi, con lo que, me giré hacia uno de los extremos del sofá para que el calor fuese mínimo. Prefería el frío pues, mi piel irradiaba mucha calor interna y hasta, había veces, que me producía fiebre muy alta.

Observé como la madera se consumía en el fuego mientras escuchaba el goteo del agua al caer mientras se lavaba las heridas. No sabía porqué había aceptado aquella oferta de entrar en su casa pero ahora se alegraba de haberlo hecho. Era una sensación extraña para él, pero por primera vez, en muchos años, alguien había querido ayudarlo. Sabía que no podía confiar en la gente, pues muchos eran traicioneros y apulaban por la espalda en cualquier momento pero con aquella muchacha me sentía a salvo, me sentía tranquilo.

Me sequé las manos con la toalla y la dejé sobre el biombo, luego me dirigí hacia la cocina y vertí un poco de contenido de una olla que estaba apartada en un rincón de la hornilla sobre otra, más pequeña, una cazuela “Alexyandra, señor, me llamo Alexyandra Saint-Cyr, pero puede llamarme sólo Alexyandra” dije mientras encendía el fogón. Luego me giré y caminé hacia la mesita para sacar un plato de uno de los cajones y, me dispuse a remover un poco del caldo que había preparado para cenar yo aquella noche, dejando el plato en la mesita de al lado.
“Si no es molestia, ¿cómo debo llamaros a vos?” dije en tono coloquial y sin dejar de remover el caldo. “Entended que si vos no sois John, al menos, deberéis tener un nombre” dije tratándome de explicar, y me giré, como si no fuera conmigo el asunto hacia la alacena para coger un tarrito con un poco de romero. Aunque parecía estar cómoda no dejaba de ser una situación tensa, pero me consolé pensando que sabría defenderme si ocurriera algo, miré de soslayo a la parte baja de la cama, girando muy poco la cabeza para que él no se diera cuenta, como si fuera un acto reflejo “Sigue ahí” pensé. Volví a la cocina con sólo unso pocos paso y vertí en la cazuela un poco de romero.

El aroma comenzó a subir por mis sentidos “mmm” murmuré en un segundo cerrando un poco los ojos “si, está perfecta” pensaba mientras me deleitaba con su fresco y nutritivo olor.

Sin más, removiendo y soplando un poco sobre la cazuela, pasó por mi mente la canción que siempre tarareo cuando estoy tranquila y comencé, sin darme cuenta a tararearla en leves susurros.
Afortunadamente, el caldo se calienta rápido y pude llevarle el plato, junto con una cuchara hacía donde él estaba y le miré, deteniéndome por un segundo "porque se aleja del fuego, debe de estar helado" y puse el plato en la mesita tapándome un poco con la toquita.

Desde mi lugar pude ver como se terminaba de enjuagar sus heridas y luego recorría el lugar, yendo hasta lo que era la cocina, para encender el fogón y poner la cazuela en él. Se disponía a comer cuando la había sorprendido. Su nombre era Alexyandra, sonaba bonito. Removía el caldo que estaba preparando con suma energía, alegre, tarareando una canción que me limité a escuchar mientras la observaba. Estaba seguro que no esperaba que la escuchase, pues lo hacía casi en susurros, pero nada podía escapárseme de mis sentidos. -Ahora que sabes quién soy, puedes llamarme John dije recordando nuestro encuentro -no soy de los que inventan nombres para fingir, ni tampoco de los que mienten con facilidad dije admitiendo que me costaba menir a las personas. Aquello era bueno pues siempre era sincero con lo que pensaba, no obstante, cuando se trataba de ocultarme o ocultar información, no saber mentir me delataba.

Sacó un plato con caldo y lo llevó a la mesa colocándolo a mi lado, sorprendiéndose del lugar que ocupaba en éste. Observé como se tapaba con su toca y se quedaba en silencio. Mi mirada se detuvo en el plato. ¿Era para mi? - ¿No tienes hambre, señorita Alexyandra? le pregunté mirándola a los ojos. No entendía aquel gesto de hospitalidad hacia un recién desconocido que se presentaba a su casa. A pesar de estar algo más alejado del fuego, comenzaba a entrar otra vez en calor acusando el agobio de la embriaguez. Intenté que no se me notara echándome un poco más al filo del sofá llegando hasta el mismo terminal.

-Creo que vos tendrá más hambre que yo señorita, esta es su comida de esta noche ¿no es así? yo ya hice crecer mi cuerpo y endurecer mi estómago, usted aún tiene que alimentarse bien empujé el plato hacia ella. No estaba dispuesto a acabársele la comida, abusando de su hospitalidad. -Es demasiado ofreciéndome cobijo bajo su techo sonaba dictadutorio pero eran gratitud de mis palabras. A pesar de ello, el pasar la noche en aquella casa solo hacía perder una noche de vigilancia para encontrar una guarida digna en mis noches de animal. Aún tenía tiempo para encontrarla, pero no debía relajarme o terminaría cometiendo un error.

"Señor, la cena la preparé para mí" dije respondiendo a su mirada azul intensa "pero usted lo necesita más que yo" dije sonriente, mientras recogía algunos de los dibujos que dejé caer al suelo antes. Al terminar me senté en un taburete y le miré.

"No sé qué peligroso puede ser usted, pero eso aquí, en estas cuatro paredes no importa, usted es sólo John, digamos...." frené la frase y, pensé un poco titbeante "un viejo amigo al que no le voy a permitir que duerma fuera a la intemperie". Solté una pequeña risita irónica...[/b] "Pero me está empezando a poner nerviosa, no me mire tan fijamente, se lo ruego, John, no...no me gusta que me miren... " pensé recordándome a mi mísma que yo no era la presa, que Londres quedaba atrás, me ruborizaba de pura vergüenza recordando la ciudad maldita, giré un poco la cara hacia la pared y dejé que parte de mi pelo, lo que solía llevar suelo tapara mi rostro.
Recordé Londres, odiaba recordar esa ciudad, mi corazón comenzó a palpitar con fuerza y mi rostro no podía ocultar la vergüenza del momento en el que le recordé, las manos me temblaron un poco y mi pecho se inchaba y deshinchaba con rapidez y ansiedad. "Ya basta Alexya, toma las riendas" Me grité a mi mísma.

Tomé un boceto que tenía cerca y lo agarré deformándolo entre mism manos con desdén. "La hospitalidad tiene un límite, al alba se marchará, de momento que no te vea débil, eres fuerte" recapacité mis palabras pensadas y decidí tomarlas como mías [i]"¿Al alba os marcharéis, no señor?" pregunté un poco nerviosa, más bien, con los remanentes de la vergüenza.
Torné la cabeza hacía el, habiendo recapacitado mis palabras, cambie el tono a uno más recto "Al alba os marcharéis, ne c'est pas? Bien, hasta entonces sois mi invitado y os ofrezco mi casa para que pernoctés en ella, rechazalo, una vez que ya estáis gozando de mi hospitalidad y me insultaréis" sentencié mientras me acercababa hacia la ventana para recoger el candil que olvidé fuera. Él , parecía alejarse del fuego ."Si no os sienta bien el fuego, sentáos cerca de la ventana" Dije dejando el candil sobre una estantería al aldo de la ventana.