Abrazando el pasado [Libre]

La ciudad había cambiado mucho desde la última vez que la pisó hacía ya tantos años, pero no pudo evitar sorprenderse cuando comprobó que el cementerio estaba tal y cual lo recordaba. Talena traspasó la puerta ocultando su apariencia bajo una capa negra cuya capucha escondía también la tonalidad rojiza de su cabello. Había dos factores que hacían que esto fuese así. El primero, que los gitanos no fuesen bien vistos por todos en la sociedad. El segundo, que en un sitio como aquel era más probable encontrarse con algún religioso, Inquisidor para más inri, que le causase problemas indeseados. Prefería esquivar ambas posibilidades naturalmente. Levantó un poco la cabeza al cruzar la entrada y sus ojos negros recorrieron la hilera de lápidas que allí había. Más de las que recordaba como es lógico, pero seguían el mismo patrón y no le resultaría difícil encontrar lo que buscaba. Se encontró también con una viuda que lloraba a los bien de la tumba de su marido, acompañada por sus hijos. El corazón de Talena se encogió tenuemente por la compasión, pero poco podía hacer, salvo darle el pésame en lo más hondo de su mente. Sabía lo que era perder un marido porque lo había sufrido en propia carne. Pero al contrario que aquella mujer, Talena no había llorado a los pies de la tumba de Jaime. Puede que su orgullo fuese demasiado fuerte y se lo impidiese, o sencillamente que considerase un insulto llorarle tras haber dado la vida por su gente. Tal vez acusaba de inhumanos a los cazadores y al final ella misma era más inhumana todavía que el gremio.

Tuvo que detenerse forzosamente para dejar pasar a la familia, quienes le dirigieron una mirada recelosa. Pero estaban demasiado ocupados para lamentar la pérdida como para percatarse de que quien se escondía bajo la capa era una gitana ataviada con el negro propio del luto. Aguardó pacientemente a que se alejaran para reemprender el camino y siguió caminando con lentitud. Sus pasos la llevaron hasta la parte trasera de aquella calle interna del cementerior. Los panteones se sucedieron a las tumbas, algunos a ras del suelo y otros edificados en el interior de elegantes y puede que incluso siniestros portones. Talena se dirigió a estos últimos y buscó con la mirada aquel de mármol blanco que poseía "el bastón de Esculapio", símbolo propio de los médicos. No tardó en encontrarlo y bañó sus ojos de la imagen de aquel bastón alado y rodeado de dos serpientes. Bajo la insignia leyó un nombre que removió sus sentidos y provocó que su corazón diese un vuelco.


Agachó la cabeza y se acercó a la reja. Llevaba una copia de la llave, pero no sabía si se atrevería a acercarse tanto a las tumbas que aquel panteón guardaba. Sería recavar demasiado en un pasado que había quedado lejos y que ella misma quería enterrar. Pero no todos los recuerdos eran malos. La gitana se arrodilló en los tres escalones que precedían a la entrada del panteón familiar y dejó el ramo de narcisos que hasta entonces había llevado en las manos a los pies de la reja. Miró hacia su interior y sus ojos se clavaron automáticamente en una de las tumbas, la única que le importaba realmente.

La llave que pendía de su cinturón en el interior de la túnica era como una tentadora llamada a saciar la pesadez que se había apoderado de su corazón. Cerró los ojos y casi pudo sentir cómo su corazón daba un vuelco ante la posibilidad de dar aquel paso. Un estremecimiento recorrió su espalda. De pronto, supo que tenía que hacer. Enterrar el pasado servía para mitigar los latigazos que sacudían sus recuerdos, pero no todo debía ser acallado. Su padre, la familia que la quiso y cuyos miembros aún siguen vivos en alguna parte de Francia, no merecían aquello. Se levantó con lentitud y extrajo el cordón con la llave del cinturón de sus vestimentas. Agarró la cancela del panteón e introdujo la llave en la cerradura. No estaba oxidada, ni tampoco había restos de mugre más allá de la propia nieve. Sin lugar a dudas la tía Sophie debió haber acudido hace poco a limpiar las tumbas de la familia. Se descubrió a sí misma sonriendo de oreja a oreja al recordar a la que ahora mismo sería una anciana y empujó la verja. Esta crujió al abrirse y ahogó hasta la más retoma posibilidad de que Talena se percatase de que hacía tiempo que había dejado de estar sola en aquel panteón. Extrajo la llave -había que ser precavido para todo en esta vida-, se inclinó a recoger el ramo de flores y entró en la semioscuridad del monumento funerario.

-Buenos días, papá -saludó tras echar una mirada repleta de desdén a la tumba de su madrastra, que estaba justo al lado.

Alzó una mano y sus dedos, blancos como el mármol, largos y esbeltos acariciaron la superficie de la tumba de Maurice. La retuvo en el pequeño retrato que adornaba las inscripciones y el nudo de su corazón se intensificó.

-Espero no haberme demorado demasiado -sonrió-. He tardado en regresar, pero ya estoy contigo de vuelta.

Liberó uno de los narcisos del ramo y, mientras comenzaba a cantar como solía cantarle a su padre, lo colocó con mimo junto al retrato del médico fallecido hacía ya dieciocho años. Dieciocho años en los cuales el destino había querido mantenerla alejada de su hogar y su familia, pero que sin embargo le había permitido conservar aquella llave y la oportunidad de reencontrarse, aunque estuviesen separado por el puente entre ambos mundos. Cantó y su voz se tornó dulce y natural como nunca, como si hubiera nacido expresa y únicamente para eso. Sin embargo, cuando su mano aún sostenía la flor, un nuevo estremecimiento semejante al primero la hizo fruncir el ceño y acallar su voz. Conocía aquella sensación. Momentos en los que algo en su interior se removía como una bestia que quisiera arañar su alma con uñas y dientes. Brujería, lo llamaban algunos. Pero ella no era ninguna bruja. O eso decían los gitanos con los que compartía su día a día. Entreabrió los labios y liberó un suspiro nervioso. Por alguna razón algo la inducía a girarse, pero ese mismo sexto sentido que había saltado en alarma la hacía temer con lo que pudiera encontrarse. Y solo había sentido aquello una única vez con otra persona.

-¿Emhyr? -llamó, la voz llena de la firmeza y serenidad de una dirigente, rezando por que verdaderamente fuese el licántropo quien estuviese a sus espaldas.

No era la voz de Emhyr. Ni punto de comparación. El acento siseante del extranjero sonaba hosco en los oídos de Talena, que con frecuencia solía pensar que tenía la voz demasiado ronca como para pasar desapercibida. Aunque tal vez fueran simplemente sus sentidos, que al estar más desarrollados lograba captar el alter-ego del hombre. Ver la bestia que se escondía bajo sus ojos, aunque no la conociese de forma directa. Pero la voz que sonó a sus espaldas era todo lo contrario. Se le antojó suave, hipnotizadora y hasta cierto punto peligrosa. No supo qué hacer. No podía atravesar la pared para escapar y el desconocido, a sus espaldas, bloqueaba la entrada. Tampoco podía entregarse al cien por cien a sus habilidades. No sabía utilizarlas porque por miedo no había querido aprender a hacerlo. Iban y venían solas cuando acontecía algo extraño a su alrededor. ¿Qué tan extraño sería aquel hombre para que se hubiesen activado? Talena se giró lentamente procurando no dar un paso en falso. La luz que entraba en el panteón iluminó sus rasgos asilvestrados y porcelanosos, así como los mechones sueltos que se escapaban bajo la capucha. Para nada comparable al rojo de la capa de aquel hombre, quien hizo que la gitana se estremeciese en cuanto puso sus ojos negros sobre él.

-Le confundí con un amigo -mintió, pero su voz sonó asombrosamente convincente. Era una actriz, cómo no lograrlo-. No esperaba que un desconocido entrase en un panteón familiar.

No pudo evitar darle a su voz un toque de advertencia. Daba igual si aquel hombre era o no humano. Daba igual la influencia que pudiera causar en Talena. Había irrumpido en el panteón sin siquiera pedir permiso. No era habitual. La gente respetaba mucho el campo santo. O al menos la mayoría lo hacía. La gitana sostuvo el ramo de flores con ambas manos ahora que estaba de espaldas a la tumba de Maurice Levoù y dirigió una mirada insondable al extraño.

-¿Puedo ayudarle en algo? -inquirió tratando de parecer amable.

¿Podría fiarse de la buena voluntad que parecía demostrar aquel extraño? Deseó poder hacerlo, obiamente no por él ni mucho menos, sino por propia seguridad. Se sintió extrañamente aliviada cuando el extraño se bajó la capucha y dejó al descubierto su rostro. Pero al mismo tiempo la inquietó aquella sensación de hipnotismo desenfrenado que amenaba con hacerla bajar la guardia. Los piropos de su halagador quedaron ahogados por la realidad de la situación. Era demasiado hermoso, demasiado perfecto para tratarse de un ser terrenal, y si no hubiera sido por aquella sonrisa retorcida probablemente habría avabado dejándose llevar por las supersticiones del campo santo creyendo que se encontraba ante un ente divino. Pero no. De alguna forma Talena podía sentir su maldad. Era difícil encajar y explicar aquella corazonada. Porque no era más que eso, un burdo presentimiento de no deber fiarse de él. Pero todo el mundo sabe que los presentimientos no siempre son ciertos. Entonces, ¿qué debía hacer? ¿Prestar atención al raciocínio y tratarlo como una persona normal o secundar la idea de su psique y alejarse en cuanto le fuera posible?

-Le agradezco el cumplido -asintió tras aclararse la voz-. Pero pierda cuidado; sé cuidar muy bien de mí misma.

No apartó los ojos de los del hombre cuando lo dijo. A decir verdad, nunca apartaba los ojos de la gente cuando dialogaba. Ni siquiera de los que le produjesen escalofríos, como el caso de ese hombre. Otro tal vez habría rehuído el salvajismo de su mirada. Ella forcejeó contra el mismo y lo venció, no sin dificultad naturalmente, descubriéndose pronto a sí misma ligeramente tranquila y segura. Le había pasado lo mismo con Emhyr. Al principio se sintió cohibida por la bestia que asomaba tras sus ojos, pero al final logró aplacar el miedo y tratarlo indiferentemente a los demás. Había gente especial, eso lo sabía. Pero todos cortados por el mismo patrón y no tenía ningún derecho a prejuiciarlos. No era la Inquisición.

Maldijo internamente tanto la insistencia del desconocido como el habérsele ocurrido ir sola a la ciudad. Desde que llegara a Paris, apenas había salido del circo gitano o de las áreas destinadas a ser habitadas por estos mismos. La única vez que salió sola fue para ir al bosque. Ya de entrada se encontró con un desconocido, Basile, pero no tenía ni punto de comparación. La compañía de Basile le había agradado y la había entretenido con ese juego de egos en el que, al menos desde el punto de vista de Talena, ninguno había querido perder. Ahora la gitana estaba dispuesta a todo, menos a permanecer cerca de aquella criatura que la atraía como un imán antinatural. Lo examinó de nuevo y vio que no era tan joven como había creído en un principio. Pero mucho menos lo eran sus ojos, que aunque hábiles para esconder cualquier dato inquietante tras sus iris azules, seguían poseyendo el brillo de quien ha visto demasiado. Él le preguntó su nombre. Ella meditó brevemente si debía atender o no la petición.

-Talena -dijo al fin, viendo que no tenía nada que perder. Apenas la conocían en la ciudad-. ¿Podemos seguir las presentaciones en un lugar más indicado? Tal vez fuera del panteón, por ejemplo.

Otra vez ese instinto, ese deseo desesperado de querer echarlo de allí y no poder hacerlo por el estúpido temor a parecer descortés y ganarse innecesariamente un enemigo. Aguardó con rostro inexpresivo a que respondiese, y esperó que aceptase. Por alguna razón no lo quería allí, no cerca de las tumbas de la que fuera su familia.

¿Ya está? ¿Eso era todo? Obviamente no, ni mucho menos. Ya lo advirtió el propio extraño, que no la dejaría sola todavía. Comenzó a inquitarse ante la perspectiva de ser perseguida por un hombre tan inquietante como aquel que se había dispuesto a seguirla. Algo le dijo que por muy ágil que fuese no tendría muchas oportunidades contra él. Ya había percibido el aire regio de sus ojos azules, el mismo aura de capitanería que poseían los negros de Talena. Ella, que como la Salamandra había dirigido junto a su difunto marido muchos de los asaltos de los gitanos españoles hasta que estos consiguieron una tregua de igualdad por parte del reino. Era una estratega que había sabido pelear y ganar, pero que sin embargo ahora se veía desprotegida por algo incapaz de identificar. Había estado antes al borde de la muerte por un cuchillo clavado a traición o un disparo sorpresa, pero nunca se había sentido una presa... Hasta ahora. Agitó la cabeza para apartar aquellos pensamientos de su mente. Preocuparse solo haría que se turbase, y si de verdad su acompañante era tan peligroso como su instinto le decía, no convenía dormirse en los laureles. De forma instintiva llevó la mano bajo la capa y acarició el puñal que pendía de su cinturón; el arma le dio seguridad y se giró para terminar con su tarea.

Repartió las flores del ramo entre las tumbas de su familia, inclusive la de su madrastra, Christine, aquella que la había odiado, traicionado y acusado de brujería frente a la Inquisición. Episodio que se repetiría años después gracias a otra vieja conocida que parecía compartir el mismo odio de Christine hacia Talena. Sin darse cuenta, se mordió el labio de pura rabia y paró a tiempo de evitar herirse a sí misma. Contempló su trabajo con ojo crítico, así como también el de la tía Sophie. Si las tumbas seguían limpias después de tantos años era gracias a ella. Talena sintió el deseo de visitarla para saber cómo estaba, pero el miedo a que la anciana no la reconociese o la repudiase era mayor que el sentimiento de anhelo hacia los Levoù. No, definitivamente no era buena idea. Suspiró y caminó hacia el exterior del panteón, si bien lo hizo con parsimonia y examinando con cautela las tumbas nevadas que lo rodeaban.

-¿Aún sigue aquí? -encaró al desconocido mientras cerraba la cancela del panteón empujándola con la espalda-. Es obstinado por lo que veo.

Había confiado en que se cansase de esperar y se marcharse. Su gozo en un pozo.

Nunca le habían gustado los cementerios. Demasiadas cruces de piedra, muy cerca de su cuerpo, no es que le disguste estar alejada de Dios, pero sólo le interesa tener una cruz marcada en su piel. Pues con toda su voluntad, se quemo a sí misma la espalda, justo en el centro de esta, una cruz de plata que ha dejado una mancha en su forma, una señal permanente e imborrable de lo que es ahora: Un vampiresa al servicio de la luz del cielo.

-Me llaman la locura roja, porque dicen que estoy loca, me llaman así porque vierto la sangre de todos aquellos que son como yo, que traicione a lo que soy-habló como si le hubieran preguntado.

Miró con un aire de ausencia hacia las tumbas, de seguro sabiendo que ahí afuera hay más de uno como ella, visitando algún amante, teniendo sexo sobre los cadáveres o simplemente esperando para saciar su hambre de sangre. Sabía que no dudaría mucho su calma, su estatus de condenada la obliga, y eso le gusta, a acabar con todo ser como ella, vampiro, licano, brujo, cambiaformas, o cualquier otra cosa con más de un miembro y un rostro deforme.

Comenzó a desplazarse entre las tumba, con tranquilidad. Su vestido verde esmeralda con toques de color negro dejaba una marca sobre la nieve. Si estuviera en una misión, se aseguraría de no dejar rastro, pero lo único que le importaba mirar era una vieja tumba, la cual esta vacía y sin razón de existir, su marido, al que ella creyó matar, vive haciendo brujería en algún lado.

Se detuvo súbitamente, a la distancia, con suma claridad, aun sobre el fondo de nieve constante, pudo ver a dos personas hablando sobre una de las tumbas. Un hombre y una mujer, la chica nervioso, mientras el otro, sumamente encantador, casi como si fuera magia.

-Un vampiro-se dijo así misma, escuchándose casi como si fuera una persona cuerda.

Decidió observarles, aprendiendo cada movimiento de ambos, hasta que el hombre se retiro, lo suficiente para que Nereza se acercara más hacia la chica, sin hablarle y una vez que ella abandono la tumba, se decidió a ver los nombres en ella.
Una tumba familiar, por lo que la chica podría ser huérfana.

La vampiresa la siguió con sigilo hasta que sus pasos la llevaron a la salida, donde el encuentro seria inevitable, cosa que deseaba mucho.

-Buenas noches-interrumpió a la chica con su hostil actitud al caballero, el cual sin duda, se daría cuenta de la condición mutuo de los dos.

Off: Bienvenida

Aquella risa no le gustó. Le heló la sangre en las venas, como si de por sí fuera un mal presagio. Todavía tenía que cerrar la cancela del panteón, pero no se atrevía a girarse y darle la espalda a aquel desconocido que ni siquiera se había presentado. Tonta de ella, que ingenuo y creyente de que lo haría, le había dado su nombre en lugar del apodo, como solía hacer siempre. Nunca más, desde luego. Aquel embrujo no se repetiría, se lo juró a sí misma y así sería. Pero como caída del cielo, pareció que el destino quiso jugar con aquella gitana cuyo corazón destilaba tanto odio hacia la Santa Inquisición. Porque quiso la suerte que fuera un miembro de la misma quien acudiese a ver qué sucedía. Aunque ella, por entonces, desconocía el dato y por ello giró la cabeza hacia la joven. Le resultó tan hermosa y peligrosa como el hombre que la acompañaba, y solo la brusquedad con la que se dirigió a él le resultó como un incentivo a confiar en que no la dañara. Por fuera, el semblante de Talena permaneció tan inalterable como al principio.

-Buenas noches -correspondió al saludo con un asentimiento de cabeza-¿Puedo ayudarla en algo?

Sus intentos de ser cortés se cortaron en el aire cuando escuchó lo que dijo aquel desconocido, que habló de no gustarle compartir como si Talena fuese un objeto que disputarse en una trifulca. La gitana estrechó sus ojos negros y lo fulminó con la mirada sin reparos, exasperada por preveer que estaba frente a uno de esos bravucones que se creían con pleno derecho de utilizar a una mujer una noche y otra a la siguiente.

-Tal vez inoportune su fiesta -comentó mirándolos alernativamente-. Debería volver; mi marido me espera.

Esperó que la excusa sirviese. Su marido llevaba tiempo fallecido, más de dos años en concreto, pero eso ellos no lo sabían. Y como buena actriz, supo darle a su voz un tono convincente. Sintió lástima por la mujer que se les había acercado, aunque algo le decía que no lo hizo en busca de una conversación fluída.

Si hubiera sido una persona cuerda, al menos lo suficiente, habría reaccionado alterada ante la frase “No me gusta compartir”. No es que ella no necesite más de sangre humana como lo hace el hombre que se encuentra de frente, pero respeta de alguna forma la condición de la carne viva y aunque no la alimentan tan bien, suele matar a los licantropos, cambiaformas y brujos de una mordida.
Su misión, como le había dicho el Papa, es la protección absoluta de todo ser vivo que sirva al cielo, devotos de lo que es. Ahí el pensamiento de la vampiresa se perdió de nuevo.

“¿Qué es servir al cielo? ¿Dar tu vida por aquellos que amas? ¿Caminar un sendero del señor para que al final seas juzgado como justo? Tal vez se refiere a la simple acción de querer amar la vida tanto como alguien que la perdió la querría.”

Volvió de su pensamiento, para escuchar la voz de la mujer, a la cual reverencia de una forma algo cómica y se hizo a un lado con una actitud calmada, raro en su estado en que se encontraba. Pero con locura o no, sabría que el vampiro no dejaría ir a la humana, no, no sería a si de fácil. Desde su punto de vista ella esta hechizada.

-¿Compartir? -dijo con una sonrisa y levanto la vista a la nieve que tocaba su rostro-Todos compartimos, el mundo, la raza, la muerte…la religión, a veces

Ya había leído los pensamientos de la chica, sabía que era una gitana y su duda sobre defenderla se presento para borrarse de un soplido, no dejaría que un humano fuera herido.

No pudo evitar pensar que tal vez Dios la perdone hoy.

Miró al Vampiro con un aire de extrañeza. Inclinó la cabeza hacia la izquierda como un cachorrito tratando de entender la nueva orden que el amo le ha dado. No es que no hubiera comprendido la pregunta de su compañero de raza, si no la comprensión de lo que eso significaba. Para Nereza las presentaciones eran innecesarias para cuando uno ya sabe el final de la historia, donde habrá conflicto siempre es innecesario nombrar a los seres. Simplemente habría de mirar una inquisidora, una gitana y un vampiro.
Se quedo meditando un segundo mas, como un niño rogando por tener cinco minutos más de juego antes de entrar a la casa, sonrió.

-Tengo muchos nombres, algunos no son bonitos de escuchar, otros son horrendos y algunos otros podrían hacer sangrar los oídos de cualquiera-dijo

Lo cierto es que Alexandrai ya había dicho el nombre la muchacha a la que con tanta insistencia quería cazar, aunque no es gran cosa, bastaría con que leyera su mente para saber su nombre, su familia e incluso la mentira sobre el marido. Pero Nereza ya había visto la tumba, ya sabía a quien vino a ver. Sintió algo de envidia, no por empatía con Talena, si no porque su marido al menos estaba muerto de verdad, el de Violeta, su verdadero nombre, seguía vivo, de seguro acostándose con gitanas por diestra y siniestra.

-Tengo un nombre que deje de usar, así como la bella mujer que usted ha acompañado esta linda noche de nieve, tengo un marido con el que comparto un apellido, el cual no es de mi agrado usar. También un nombre, que no me gusta divulgar. En los rincones de la ausencia de luz me conocen como Nereza, pues eso quiere decir mi nombre: Oscuridad.

Hablo casi como si fuera una señorita de la alta sociedad. Aunque tenía el dinero para aparentar tal falsedad ¿No sería aburrido aparentar ser humano sólo porque si?

“Un baile, la vida es un enorme salón de baile. Los danzantes se encuentran, se tocan, hay caricias, a veces besos, otras veces engaños. Las danzas varían de ocasión en ocasión, entre cuentos de hadas y pesadillas en la tierra. Bien puede a ver un baile con distancia, donde apenas los bailarines se miran, esas ocasiones en que conoces a una persona sólo superficialmente. Hay otros bailes que los alientos se van encontrando como si se fuera a dar un beso, el primer amor tal vez o una amistad que llevara a la pasión. La vida entera es un baile y hoy, bailare”

Nereza pensó para sí misma, mientras el Alexandrai hablaba. No es que no lo estuviera escuchando, si no que sabía a donde llevaba esa conversación ¿Cuánto podría aguantar un vampiro sin tener un bocado de la sangre de una humana?

La condenada suspiro, la realidad que no deseaba pelear, no aun, quería ser parte de la conversación un poco mas y además, dejar su vestido brillando unos minutos bajo la nieve. Ahora tendría que moverse rápido, pensar en varias cosas a la vez, a si que su mente debería de buscar la cordura unos momentos.

-¿No te gusta el juego, Alexandrai? Puedo pedir toda la información sobre ti en un par de segundos, puedo hacer que toda la inquisición llegue sobre ti y bebamos tus cenizas en un café durante la mañana.

Su voz parecía la de otra, amenazante he irritada, saliendo de su papel de locura, al menos temporalmente, hasta que su mente divague en la invención de palabras sin sentido.

Instintivamente jaló a la gitana del brazo y tomó su lugar para recibir el ataque, con una bofetada al vampiro.

-Señorita, aunque te tardes mas.